Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.
These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.
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DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA VOLVIÓ A LA TIERRA DE ISRAEL, Y HABITÓ EN EL PAÍS DE GALILEA, EN EL PUEBLO DE NAZARETH.
XVI.
1. Y, levantándose muy de mañana, fueron a ganar el país de Moab, frente a Mambré, y recorrieron numerosas etapas en su ruta. Y llegaron a una ciudad de los árabes llamada con un nombre que quiere decir “gran ciudad de Dios”. Cuando Jesús pasó por el territorio de la ciudad, se encontraban allí altares. Junto al camino, había una montaña de gran elevación, y en su cima un templo, espléndidamente adornado con toda especie de imágenes y consagrado al culto de los demonios. Y éstos, congregados cerca del camino, deliberaban entre sí, y decían: Nos encontramos bien aquí, en nuestra morada, y estamos en reposo. Pero hemos oído decir que ha aparecido en el mundo el hijo de un pobre viejo, que conoce y que discierne todas nuestras prácticas, y que es un perseguidor y un enemigo de nuestra estirpe. Con él en la tierra, ¿qué va a ser de nosotros en adelante?
2. Algunos demonios dijeron: ¿Cómo os habéis arreglado para saber y conocer lo que es? Un demonio dijo: Vosotros no sabéis lo que es, mas yo lo sé, y lo conozco de antemano. Los otros demonios dijeron: Si lo conoces, instrúyenos. El demonio dijo: Es el mismo que nos precipitó de lo alto de los cielos, nuestra mansión prístina, y nos redujo a la perdición. Y ahora ha venido a la tierra, para expulsarnos del género humano. Los demonios dijeron: ¿Y cómo podrías saber lo que hará? El demonio dijo: Yo estaba en Egipto, en el templo de Apolo, cuando destruyó el sagrado edificio por completo, pulverizó las estatuas de los dioses, y lo arruinó todo de arriba abajo. Los demonios dijeron: ¡Desventurados de nosotros! Si viene aquí, ¿qué nos ocurrirá?
3. Y, en tanto que deliberaban entre sí en tal forma, divisaron de repente al niño Jesús, que avanzaba. Y, lanzando un grito, exclamaron, medrosos: ¡He aquí que el niño Jesús viene a la ciudad! Abandonemos este sitio, no sea que dejemos nuestra vida entre sus manos. Y otros demonios advirtieron: Lancemos un grito de alarma a la ciudad. Quizá se apoderen del niño y lo maten, con que quedaremos tranquilos en nuestro albergue. Y, habiendo hablado así, se esparcieron por diversos lados, y lanzaron este grito: ¡Mirad, todos, y escuchad! El hijo de un gran rey llega, y se dirige hacia esta ciudad con un ejército numeroso. Y, al oír esto, todos los habitantes de la localidad se armaron, y se reunieron en orden de combate, y fueron a patrullar por doquiera, mas no encontraron nada.
4. Y, como Jesús penetrase por la puerta de la ciudad, todas las edificaciones de los templos se desplomaron de súbito, desfondándose en ruinas, y no quedando una sola en pie. Cuanto a los sacerdotes y a los ministros del culto, fueron invadidos por la demencia de un furor demoníaco. Y se golpeaban a sí mismos y clamaban a gran voz: ¡Desventurados e infortunados de nosotros, que hemos sido expulsados de nuestros templos! ¿Quién es el autor de esta catástrofe? Y no podían explicarse aquel hecho y la destrucción de la ciudad.
5. José permaneció allí varios días. Y Jesús tenía entonces cuatro años. Y, llegado a esta edad, no quedaba ya confinado en su casa, sino que salía con otros niños y tomaba parte en sus conversaciones y en sus juegos. Y éstos acudían de buen grado a su encuentro y se prestaban a sus deseos más mínimos. Por su amenidad afectuosa, los ponía a todos de acuerdo con él, y merced al encanto de su palabra, se convirtió en conductor y en jefe de todos los niños. Y, cualquier cosa que les mandaba hacer, la cumplían ellos con gusto. No dejaba a ninguno abandonarse a la ociosidad y, si ocurría que algunos se pegasen y se maltratasen entre sí, Jesús les pasaba la mano por encima, los curaba, y los exhortaba a todos amistosamente. Y reconciliaba a los descontentos y les hacía recobrar su buen humor. Empero, si surgía entre ellos algún motivo de disputa, iban a casa de sus padres y colgaban a Jesús la causa de las faltas que habían cometido. Entonces los padres se dirigían en busca de Jesús, y no lo encontraban. E interrogaban, diciendo: ¿Dónde está? Y los niños respondían: No lo sabemos, porque es hijo de un anciano extranjero, que reside aquí como transeúnte. Y, ante este informe, los padres regresaban a sus domicilios respectivos.
6. Y ocurrió un día que Jesús fue a reunirse con los niños, en el lugar en que acostumbraban a juntarse. Y, habiéndose puesto a jugar, se divertían, conversaban y discutían los unos con los otros. Jesús admiraba su inocencia. Y, en tanto que platicaban y se entretenían, sucedió que empezaron a pegarse unos a otros. Y de la refriega salió uno de ellos con un ojo reventado. Y el niño, lanzando un grito, se puso a llorar amargamente. Mas Jesús le dijo: No llores, y levántate sin temor. Y se aproximó a él y, en el mismo instante, la luz volvió a sus ojos, y recobró la vista. Cuanto a los demás niños que allí se encontraban, marcharon presurosos a la ciudad, y contaron lo que Jesús había hecho. Y los que los oían fueron al lugar en que éste estaba, para verlo. Mas no lo encontraron, porque Jesús había huido y estaba escondido a sus miradas.
7. Más tarde, Jesús fue un día al sitio en que los niños se habían reunido, y que estaba situado en lo alto de una casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno de los niños, que tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro, al borde del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo. Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su alma se separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se encontraban, huyeron, despavoridos. Y los habitantes de la ciudad, congregándose en diferentes lugares y lanzando gritos, decían: ¿Quién ha producido la muerte de ese pequeñuelo, arrojándolo de tamaña altura? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y los padres del niño, advertidos de lo que ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes demostraciones de duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar, y a intentar saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con juramento: Lo ignoramos.
8. Mas los padres respondieron: No creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva fuerza a los niños, y los llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos, diciendo: Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan elevado. Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todo sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera. ¿Consentiremos que si nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de ellos dijo: No lo somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra inculpabilidad, y nuestras declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues, la culpa a Jesús, puesto que con nosotros estaba. No es de los nuestros, sino un extranjero, hijo de un anciano transeúnte. Se lo condenará a muerte y nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien dicho!
9. Entonces la asamblea del pueblo hizo detener a los niños, les planteó la cuestión y les dijo: Declarad quién es el autor de tan mal golpe y el causante de la muerte prematura de este niño inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho extranjero, llamado Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo citase. Mas cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso: ¿Para qué lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu hijo ha hecho? Ha precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños y lo ha matado. José dijo: Por la vida del Señor, que no sé nada de eso.
10. Y llevaron a José ante el juez, que le preguntó de dónde venía y de qué país era. A lo que José respondió: Vengo de Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez añadió: Dinos dónde está tu hijo, que ha rematado con muerte cruel a uno de nuestros niños. José repuso: ¡Oh juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no soy responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable, ¿por qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el espíritu, no según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte.
11. Y, aún no había acabado José de hablar así, cuando Jesús se presentó delante de las gentes que habían ido buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al hijo de José. Les dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has dado tan mal golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal parcialidad, porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los compañeros de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti. Jesús replicó: Y a ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El juez dijo: Ellos han prestado entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú digno de muerte. Jesús dijo: Si algún otro hubiese prestado testimonio en el asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio mutuo que entre sí han prestado no cuenta, porque han procedido así por temor a la muerte, y tú dictarás sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha de prestar testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo: ¡Oh juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me alcanza, consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino extranjero e hijo de un pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un testimonio de mortales resultas. Y tú para complacerlos, supones que tienen razón, y me la quitas.
12. El juez preguntó: ¿Qué debo hacer, pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con justicia? Oye, de una y de otra parte, a testigos extraños al asunto y entonces se manifestará la verdad, y la mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No entiendo lo que hablas. Yo pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si yo doy testimonio de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o engañosamente, no lo sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién es, pues ha ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas veces he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero ahora vas a presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y el juez repuso: Veamos lo que quieres decir.
13. Entonces Jesús, acercándose al muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar, levántate, abre los ojos, y cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo instante, el muerto se incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en derredor suyo, reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante lo cual, sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho, preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió: Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño repuso: Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que estaban contigo. Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa. En realidad, me dormí, caí de lo alto de la casa y me maté.
14. El juez y la multitud del pueblo, que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan pequeño ha hecho tamaño prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios encarnado, que se muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy inocente? Mas el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la tierna edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los milagros operados por él se llenaban de temor.
15. Y el niño permaneció con vida durante tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le dijo: Abias, duerme ahora, y descansa hasta el día de la resurrección general. Y, apenas acabó de hablar así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo espectáculo, los niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y toda la multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado indigno e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad y la justicia, cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais sin razón, os negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las mentiras que sobre mí os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco atenderé a vuestro ruego. Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y, por mucho que lo buscaron, no consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de hinojos ante José, le dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece y sin mi permiso.
DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA ABANDONÓ EGIPTO Y /UE AL PAÍS DE SIRIA. OTROS MILAGROS Y RESURRECCIONES DE MUERTOS.
XVII.
1. Y, aquella misma noche, José se levantó, tomó al niño y a su madre, y fue al país de Siria, llegando a una ciudad llamada Sahaprau. Y Jesús tenía entonces cinco años y tres meses. Y, como penetrase por la puerta de la ciudad, donde había estatuas de dioses, los demonios, al ver pasar a Jesús, lanzaron un grito, y dijeron: Llega un niño, hijo de un rey, de un gran monarca y que va a trastornar nuestra ciudad y a expulsarnos de nuestra mansión. Poneos en guardia, para que no se acerque a nosotros, y nos haga perecer. Huyamos de él hacia otro lugar lejano, y ocultémonos en algún desierto, o en las cavernas y en los antros de las rocas. Al oír tal, los jefes de los sacerdotes y los servidores de los ídolos se reunieron en el templo de éstos y exclamaron: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que nos aterra? Y, en el mismo instante, las estatuas de los falsos dioses se quebraron y cayeron al suelo hechas añicos.
2. Luego de haber entrado en la ciudad, Jesús encontró en ella un albergue. Y Jesús deambulaba por todos los sitios de la población. Y llegó a un sitio en que los niños estaban reunidos, y se sentó a orillas del agua, cerca de las fuentes. Y, recogiendo polvo, lo arrojó al agua. Y, cuando los niños fueron allí a beber, vieron el agua convertida en sangre corrompida. Y, atormentados por la sed, lloraban con amargura. Mas Jesús tomó un cántaro, lo metió en la fuente, lo llenó de agua, y les dio de beber. Empero, habiendo sacado de nuevo agua de la fuente, la echó sobre ellos y los vestidos de todos quedaron teñidos de sangre. Y los niños se pusieron a llorar otra vez. Mas Jesús los llamó con amabilidad, y, poniendo la mano sobre ellos, les dijo: No lloréis, porque ya no hay ninguna tintura sanguínea en vuestros trajes. Y los niños se llenaron de alegría, al ver el prodigio operado por Jesús.
3. Otro día, Jesús fue a encontrarse con los niños, en el Sitio en que estaban reunidos, y les propuso: Vayamos a cualquier lugar distante y allí cazaremos pájaros. Ellos dijeron: Sí. Y marcharon a un paraje célebre, situado en la llanura, donde permanecieron el día entero, mas no consiguieron cazar pájaro alguno. Era un día de verano, y el calor sofocante de la atmósfera les incomodaba en extremo. Visto lo cual, Jesús tuvo piedad de ellos, y, tendiéndoles la mano, les dijo: No temáis, e incorporaos. Iremos hacia aquella roca que está ante nosotros, y a su sombra reposaremos. Mas, cuando llegaron a ella, seguían sin poder soportar la violencia de la temperatura, y algunos caían como muertos. Y, con el aliento entrecortado y los ojos fijos, miraban a Jesús.
4. Mas éste, levantándose, se colocó en medio de ellos y, con su vara, hirió la roca, de la que brotó una fuente de agua abundante y deliciosa, que existe hoy todavía, en la que todos abrevaron. Y, cuando hubieron bebido y se hubieron reanimado, adoraron a Jesús, el cual extendió la mano sobre el agua, e hizo aparecer en ella profusión de peces. Y ordenó a los niños que los agarrasen, y ellos lo agarraron en gran número. Y que recogiesen leña, que ardió, sin que nadie le pusiese fuego. Y asaron los peces, los comieron, y quedaron hartos. Luego agarraron más peces aún y marcharon alegres a sus casas, donde, mostrando lo peces de su pesca milagrosa, contaron los prodigios que había hecho Jesús. Y muchos de los habitantes de aquella ciudad creyeron en él.
5. Y, entre los compañeros de Jesús, los había de cierta edad, que, contando con su fuerza y con su vigor, llegaron a tiempo a su destino. Otros, empero, menores en edad, no podían, y, siguiendo detrás a los primeros, sin vestido, ni calzado, llegaron más tarde a sus hogares. Y uno de ellos muchachito de tres años, se extravió en la llanura, se vio sin alientos, cayó al suelo, y se durmió. Muy de noche ya se despertó y, abriendo los ojos, miró a todos lados, y no vio a nadie. Entonces le faltaron los ánimos, y prorrumpió en amargo lloro. Y erró a la ventura durante la noche entera y, perdiendo su ruta, se alejó de la comarca. Y pasó tres días fuera de ella, sin que ninguno de los niños supiese lo que le había ocurrido. Después, el hambre, la sed y el ardor de los rayos solares le separaron el alma del cuerpo.
6. Y los padres del pequeño interrogaron a los niños, diciéndoles: ¿Dónde está nuestro hijito, que os ha seguido? ¿Qué ha sido de él? Los niños contestaron: No lo sabemos. Los padres dijeron: ¿Cómo no lo sabéis, si os ha seguido? Los niños dijeron: Sabemos que nos ha seguido, pero luego no pudimos averiguar su paradero. Los padres dijeron: ¿A qué hora habéis visto que estaba todavía con vosotros? Los niños dijeron: Hasta mediodía, todos lo vimos. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, y nos pusimos en fuga, lo perdimos de vista. Y, cuando Jesús nos reunió, y nos dio a beber agua sacada de la roca, no lo vimos ya en aquel sitio y supusimos que habría vuelto a casa.
7. Entonces los padres del niño fueron a ver al juez de la ciudad y le contaron toda la historia. Y el juez ordenó que compareciesen los niños ante él y les preguntó: Decidme la verdad, hijos míos, ¿qué se hizo del pequeño? Y ellos respondieron: ¡Oh juez, escúchanos! Ayer por la mañana, estando juntos, de común acuerdo, para ir a jugar, Jesús, el hijo de José, llegó en compañía de otros niños y les advertimos que nos disponíamos a marchar para un lugar distante. Y, como ese niño no quería volver de él, lo dejamos allí, y partimos. El juez dijo: Cuando os congregasteis en el mismo sitio, ¿lo vio alguno de vosotros? Y ellos dijeron: Sí, y con nosotros estuvo toda la jornada, hasta mediodía. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, nos dispersamos del sitio y lo perdimos de vista.
8. Mas el juez ordenó, severo: Id en su busca, y traédmelo muerto o vivo. Y ellos recorrieron todos los alrededores de la urbe, sin lograr encontrarlo. Y así se lo manifestaron al juez, a su regreso. Y él dijo: ¿Qué idea se os ha puesto en la cabeza? ¿Pensáis que conseguiréis escapar al castigo por la astucia? No, en mis días. Decidme, pues: ¿Cuál era el fin de vuestra expedición? ¿Quién invitó a ella al párvulo, y lo llevó consigo? Los niños observaron: Nadie lo invitó, ni lo llevé, y él mismo fue por su cuenta. Mas el juez repuso: No decís la verdad y os haré perecer a todos.
9. En seguida mandó que se los desnudase y se los azotase con varas de leña verde. Y, cuando se vieron despojados de sus vestidos, los niños consultaron entre sí, preguntándose: ¿Qué hacer, puesto que todos tenemos conciencia de ser inocentes, y no se cree en nuestras protestas de inculpabilidad? Uno de ellos dijo: ¿Por qué, a base de una suposición tan injusta, hemos de ser condenados a muerte? Y le dijeron: ¿Y qué se te ocurre hacer? Él dijo: ¿Conocéis a Jesús, el hijo del viejo José? Él estaba con nosotros, él se encontraba al frente nuestro, él nos llevó consigo, y él, por consiguiente, es quien nos puso en este peligro mortal. Mas sus compañeros objetaron: ¿Y qué mal nos hizo cuando nos moríamos de sed, bajo un calor sofocante, él fue quien nos la apagó, sacando agua de la roca, y él quien nos dio peces que comiéramos, y luego pudimos volver a tiempo a nuestras casas?. Pero el niño de opuesta opinión dijo: Y nosotros ¿qué delito hemos cometido, para ser condenados a muerte? Los niños dijeron: Demasiado sabes que no hablaremos mal de él. El niño opuso: Pero nosotros, repito, ¿de qué crimen castigable con la muerte podemos acusarnos? ¡No! Vayamos al juez, y echemos sobre él toda la acusación, puesto que es desconocido y extranjero en nuestra ciudad. Y, además, ¿no comprendéis que, por su causa, estamos bajo la amenaza de esta angustia y de estos tormentos? Si a él se lo condena, a nosotros se nos absolverá. Todos clamaron a una: Toma sobre ti la responsabilidad de su sangre. Y el juez, viendo que no le respondían, ordenó a los verdugos que les infligiesen la pena de azotes. Y, cuando los primeros golpes comenzaron a caer sobre sus espaldas, el niño enemigo de Jesús dijo al juez: ¿Por qué nos condenas, a pesar de nuestra inocencia? Y el juez repuso: Si sois inocentes, designad al que es digno de muerte. Los niños dijeron: El hijo de un viejo extranjero llevó a ese niño consigo, y no sabemos lo que le habrá hecho. El juez les preguntó: ¿Por qué no me habéis hablado de él antes? Y los niños respondieron: Creímos que hubiera sido una falta obrar así, porque es muy pobre, y está reducido a la mendicidad.
10. Y el juez mandó que le trajesen a Jesús, mas no se lo encontró. Entonces detuvieron a José, a viva fuerza, y lo hicieron comparecer ante el tribunal. Y el juez lo interrogó: ¿De dónde eres, anciano, y adónde vas? José respondió: Soy de una comarca lejana, y recorro este país como extranjero desterrado. El juez añadió: ¿Dónde está tu hijo? José replicó: ¿Para qué lo quieres? El juez dijo: Tu hijo ha ido a jugar, llevando consigo a todos los niños de la ciudad, y uno de ellos no ha vuelto. Dime, pues, donde está tu hijo, y qué se ha hecho de él. José dijo: Cuanto a eso, lo ignoro. El juez dijo: No te escaparás de mis manos con semejantes excusas, como no me traigas al niño, muerto o vivo. José dijo: Soy viejo, y ¿cómo podré ir y venir, sin fatigarme, la jornada entera? El juez dijo: Talvez lo encuentres en seguida en cualquier lugar. José dijo: ¡Oh juez, ordena a estos niños que me sigan en esta pesquisición, pues quizá saben dónde está el pequeño! El juez dijo: Sí, lo haré, pero los padres del niño también te seguirán. A estas palabras del juez, José lo saludó profundamente y marchó muy triste a su casa a contar a María lo que había ocurrido. Y ambos a dos se afligieron en extremo.
11. Y, al día siguiente, muy temprano, José, haciéndose preceder del niño Jesús, caminó unas doce millas fuera de la ciudad, y ambos encontraron en la llanura al niño, que había sucumbido al ardor de los rayos solares, como si hubiese sido quemado por el fuego. Su cuerpo estaba ennegrecido, sus ropas grasientas, y desunidas sus articulaciones. Habiendo visto esto, volvieron a la ciudad, e informaron del hecho a los padres del niño. Y éstos, al marchar al lugar que se les indicó, y ver el estado en que su hijo se encontraba, lanzaron un grito y golpearon el pecho con piedras. Y, llorando, envolvieron en un lienzo al difunto, lo incorporaron, y lo condujeron hasta la puerta de la ciudad. Y todos los habitantes de la ciudad lo acogieron con gran duelo y se apiadaban de la catástrofe que le había ocurrido. Y, al cabo de una hora, los padres dijeron al juez: No lo llevaremos a la tumba, antes que hayas hecho perecer en el suplicio al hijo de ese viejo y condenado a su padre y a su madre a tormentos crueles y a la muerte. Y el juez dijo: Tenéis razón.
12. Entonces ordenó que Jesús compareciese ante el tribunal y le preguntó: ¿Por qué has provocado lance tan funesto, y atraído esta desgracia sobre nuestra ciudad? Y Jesús respondió: ¡Oh, juez!, no cometas este acto de iniquidad, que a nadie es lícito enunciar o conocer. El juez dijo: ¿Qué debo, pues, hacer entre dos derechos contrarios? Jesús dijo: Sí obras lealmente, tus juicios serán justos. Donde no, incurrirás en pecado gravísimo. El juez dijo: No me respondas de esa suerte, para darme una lección ante todo el mundo. Yo no obro de mala fe, sino en justicia. Jesús dijo: Si procedieses con sinceridad, habrías de antemano hecho tu información cuidadosamente con arreglo a los testimonios, y después habrías juzgado conforme a las leyes. El juez dijo: ¿Cómo puedo hacer una información cuidadosa sobre tu declaración particular de que eres inocente? ¿Quién entonces ha ocasionado caso tan triste? Jesús dijo: Recibiste el testimonio de los que me imputan una cosa calumniosa, y no crees en la verdad de mis palabras. Pero muy pronto quedarás confundido. El juez dijo: Haz lo que quieras.
13. Y Jesús, colocándose frente al muerto, clamó a gran voz: Moni, hijo de Sahuri, levántate sobre tus pies, abre tus ojos, y di cuál ha sido la causa de tu muerte. Y el niño se incorporó en seguida. Y sus padres y sus conocidos lanzaron un grito y lo apretaron contra su corazón, diciéndole: Hijo mío, ¿quién te ha devuelto la vida? Y él dijo: El pequeño Jesús, el hijo del viejo. Y el juez, los sacerdotes de los ídolos y toda la multitud del pueblo se prosternaron ante Jesús, e interrogaron al niño, diciéndole: Hijo mío, ¿quién ha causado tu pérdida?
14. Y el niño repuso: Nadie, pues son inocentes todos. No lo condenéis, que no es responsable de mi muerte. Yo me había extraviado y, por efecto del hambre y de la sed, mi alma desfalleció. Cuanto a lo que me sucedió después, todo lo que sé es que me veis y que os veo. Y Jesús exclamó: Juez inicuo, ¿por qué querías condenarme al último suplicio injustamente? Y el juez, confundido, no sabía qué contestar. Y el niño permaneció con vida cerca de tres días, hasta el momento en que, admirados hasta la estupefacción, pudieron verlo todos los habitantes de la ciudad. Y de nuevo Jesús ordenó al niño: Duerme ahora, y reposa. Y, en el mismo instante, el niño se entregó otra vez al sueño. Y, luego de haber hablado y obrado como lo hizo, Jesús desapareció de la vista de cuantos sus dichos y sus hechos habían presenciado.
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3. Y, en tanto que deliberaban entre sí en tal forma, divisaron de repente al niño Jesús, que avanzaba. Y, lanzando un grito, exclamaron, medrosos: ¡He aquí que el niño Jesús viene a la ciudad! Abandonemos este sitio, no sea que dejemos nuestra vida entre sus manos. Y otros demonios advirtieron: Lancemos un grito de alarma a la ciudad. Quizá se apoderen del niño y lo maten, con que quedaremos tranquilos en nuestro albergue. Y, habiendo hablado así, se esparcieron por diversos lados, y lanzaron este grito: ¡Mirad, todos, y escuchad! El hijo de un gran rey llega, y se dirige hacia esta ciudad con un ejército numeroso. Y, al oír esto, todos los habitantes de la localidad se armaron, y se reunieron en orden de combate, y fueron a patrullar por doquiera, mas no encontraron nada.
4. Y, como Jesús penetrase por la puerta de la ciudad, todas las edificaciones de los templos se desplomaron de súbito, desfondándose en ruinas, y no quedando una sola en pie. Cuanto a los sacerdotes y a los ministros del culto, fueron invadidos por la demencia de un furor demoníaco. Y se golpeaban a sí mismos y clamaban a gran voz: ¡Desventurados e infortunados de nosotros, que hemos sido expulsados de nuestros templos! ¿Quién es el autor de esta catástrofe? Y no podían explicarse aquel hecho y la destrucción de la ciudad.
5. José permaneció allí varios días. Y Jesús tenía entonces cuatro años. Y, llegado a esta edad, no quedaba ya confinado en su casa, sino que salía con otros niños y tomaba parte en sus conversaciones y en sus juegos. Y éstos acudían de buen grado a su encuentro y se prestaban a sus deseos más mínimos. Por su amenidad afectuosa, los ponía a todos de acuerdo con él, y merced al encanto de su palabra, se convirtió en conductor y en jefe de todos los niños. Y, cualquier cosa que les mandaba hacer, la cumplían ellos con gusto. No dejaba a ninguno abandonarse a la ociosidad y, si ocurría que algunos se pegasen y se maltratasen entre sí, Jesús les pasaba la mano por encima, los curaba, y los exhortaba a todos amistosamente. Y reconciliaba a los descontentos y les hacía recobrar su buen humor. Empero, si surgía entre ellos algún motivo de disputa, iban a casa de sus padres y colgaban a Jesús la causa de las faltas que habían cometido. Entonces los padres se dirigían en busca de Jesús, y no lo encontraban. E interrogaban, diciendo: ¿Dónde está? Y los niños respondían: No lo sabemos, porque es hijo de un anciano extranjero, que reside aquí como transeúnte. Y, ante este informe, los padres regresaban a sus domicilios respectivos.
6. Y ocurrió un día que Jesús fue a reunirse con los niños, en el lugar en que acostumbraban a juntarse. Y, habiéndose puesto a jugar, se divertían, conversaban y discutían los unos con los otros. Jesús admiraba su inocencia. Y, en tanto que platicaban y se entretenían, sucedió que empezaron a pegarse unos a otros. Y de la refriega salió uno de ellos con un ojo reventado. Y el niño, lanzando un grito, se puso a llorar amargamente. Mas Jesús le dijo: No llores, y levántate sin temor. Y se aproximó a él y, en el mismo instante, la luz volvió a sus ojos, y recobró la vista. Cuanto a los demás niños que allí se encontraban, marcharon presurosos a la ciudad, y contaron lo que Jesús había hecho. Y los que los oían fueron al lugar en que éste estaba, para verlo. Mas no lo encontraron, porque Jesús había huido y estaba escondido a sus miradas.
7. Más tarde, Jesús fue un día al sitio en que los niños se habían reunido, y que estaba situado en lo alto de una casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno de los niños, que tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro, al borde del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo. Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su alma se separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se encontraban, huyeron, despavoridos. Y los habitantes de la ciudad, congregándose en diferentes lugares y lanzando gritos, decían: ¿Quién ha producido la muerte de ese pequeñuelo, arrojándolo de tamaña altura? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y los padres del niño, advertidos de lo que ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes demostraciones de duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar, y a intentar saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con juramento: Lo ignoramos.
8. Mas los padres respondieron: No creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva fuerza a los niños, y los llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos, diciendo: Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan elevado. Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todo sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera. ¿Consentiremos que si nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de ellos dijo: No lo somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra inculpabilidad, y nuestras declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues, la culpa a Jesús, puesto que con nosotros estaba. No es de los nuestros, sino un extranjero, hijo de un anciano transeúnte. Se lo condenará a muerte y nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien dicho!
9. Entonces la asamblea del pueblo hizo detener a los niños, les planteó la cuestión y les dijo: Declarad quién es el autor de tan mal golpe y el causante de la muerte prematura de este niño inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho extranjero, llamado Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo citase. Mas cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso: ¿Para qué lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu hijo ha hecho? Ha precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños y lo ha matado. José dijo: Por la vida del Señor, que no sé nada de eso.
10. Y llevaron a José ante el juez, que le preguntó de dónde venía y de qué país era. A lo que José respondió: Vengo de Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez añadió: Dinos dónde está tu hijo, que ha rematado con muerte cruel a uno de nuestros niños. José repuso: ¡Oh juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no soy responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable, ¿por qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el espíritu, no según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte.
11. Y, aún no había acabado José de hablar así, cuando Jesús se presentó delante de las gentes que habían ido buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al hijo de José. Les dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has dado tan mal golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal parcialidad, porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los compañeros de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti. Jesús replicó: Y a ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El juez dijo: Ellos han prestado entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú digno de muerte. Jesús dijo: Si algún otro hubiese prestado testimonio en el asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio mutuo que entre sí han prestado no cuenta, porque han procedido así por temor a la muerte, y tú dictarás sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha de prestar testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo: ¡Oh juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me alcanza, consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino extranjero e hijo de un pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un testimonio de mortales resultas. Y tú para complacerlos, supones que tienen razón, y me la quitas.
12. El juez preguntó: ¿Qué debo hacer, pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con justicia? Oye, de una y de otra parte, a testigos extraños al asunto y entonces se manifestará la verdad, y la mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No entiendo lo que hablas. Yo pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si yo doy testimonio de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o engañosamente, no lo sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién es, pues ha ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas veces he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero ahora vas a presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y el juez repuso: Veamos lo que quieres decir.
13. Entonces Jesús, acercándose al muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar, levántate, abre los ojos, y cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo instante, el muerto se incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en derredor suyo, reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante lo cual, sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho, preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió: Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño repuso: Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que estaban contigo. Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa. En realidad, me dormí, caí de lo alto de la casa y me maté.
14. El juez y la multitud del pueblo, que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan pequeño ha hecho tamaño prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios encarnado, que se muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy inocente? Mas el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la tierna edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los milagros operados por él se llenaban de temor.
15. Y el niño permaneció con vida durante tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le dijo: Abias, duerme ahora, y descansa hasta el día de la resurrección general. Y, apenas acabó de hablar así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo espectáculo, los niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y toda la multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado indigno e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad y la justicia, cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais sin razón, os negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las mentiras que sobre mí os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco atenderé a vuestro ruego. Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y, por mucho que lo buscaron, no consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de hinojos ante José, le dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece y sin mi permiso.
DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA ABANDONÓ EGIPTO Y /UE AL PAÍS DE SIRIA. OTROS MILAGROS Y RESURRECCIONES DE MUERTOS.
XVII.
1. Y, aquella misma noche, José se levantó, tomó al niño y a su madre, y fue al país de Siria, llegando a una ciudad llamada Sahaprau. Y Jesús tenía entonces cinco años y tres meses. Y, como penetrase por la puerta de la ciudad, donde había estatuas de dioses, los demonios, al ver pasar a Jesús, lanzaron un grito, y dijeron: Llega un niño, hijo de un rey, de un gran monarca y que va a trastornar nuestra ciudad y a expulsarnos de nuestra mansión. Poneos en guardia, para que no se acerque a nosotros, y nos haga perecer. Huyamos de él hacia otro lugar lejano, y ocultémonos en algún desierto, o en las cavernas y en los antros de las rocas. Al oír tal, los jefes de los sacerdotes y los servidores de los ídolos se reunieron en el templo de éstos y exclamaron: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que nos aterra? Y, en el mismo instante, las estatuas de los falsos dioses se quebraron y cayeron al suelo hechas añicos.
2. Luego de haber entrado en la ciudad, Jesús encontró en ella un albergue. Y Jesús deambulaba por todos los sitios de la población. Y llegó a un sitio en que los niños estaban reunidos, y se sentó a orillas del agua, cerca de las fuentes. Y, recogiendo polvo, lo arrojó al agua. Y, cuando los niños fueron allí a beber, vieron el agua convertida en sangre corrompida. Y, atormentados por la sed, lloraban con amargura. Mas Jesús tomó un cántaro, lo metió en la fuente, lo llenó de agua, y les dio de beber. Empero, habiendo sacado de nuevo agua de la fuente, la echó sobre ellos y los vestidos de todos quedaron teñidos de sangre. Y los niños se pusieron a llorar otra vez. Mas Jesús los llamó con amabilidad, y, poniendo la mano sobre ellos, les dijo: No lloréis, porque ya no hay ninguna tintura sanguínea en vuestros trajes. Y los niños se llenaron de alegría, al ver el prodigio operado por Jesús.
3. Otro día, Jesús fue a encontrarse con los niños, en el Sitio en que estaban reunidos, y les propuso: Vayamos a cualquier lugar distante y allí cazaremos pájaros. Ellos dijeron: Sí. Y marcharon a un paraje célebre, situado en la llanura, donde permanecieron el día entero, mas no consiguieron cazar pájaro alguno. Era un día de verano, y el calor sofocante de la atmósfera les incomodaba en extremo. Visto lo cual, Jesús tuvo piedad de ellos, y, tendiéndoles la mano, les dijo: No temáis, e incorporaos. Iremos hacia aquella roca que está ante nosotros, y a su sombra reposaremos. Mas, cuando llegaron a ella, seguían sin poder soportar la violencia de la temperatura, y algunos caían como muertos. Y, con el aliento entrecortado y los ojos fijos, miraban a Jesús.
4. Mas éste, levantándose, se colocó en medio de ellos y, con su vara, hirió la roca, de la que brotó una fuente de agua abundante y deliciosa, que existe hoy todavía, en la que todos abrevaron. Y, cuando hubieron bebido y se hubieron reanimado, adoraron a Jesús, el cual extendió la mano sobre el agua, e hizo aparecer en ella profusión de peces. Y ordenó a los niños que los agarrasen, y ellos lo agarraron en gran número. Y que recogiesen leña, que ardió, sin que nadie le pusiese fuego. Y asaron los peces, los comieron, y quedaron hartos. Luego agarraron más peces aún y marcharon alegres a sus casas, donde, mostrando lo peces de su pesca milagrosa, contaron los prodigios que había hecho Jesús. Y muchos de los habitantes de aquella ciudad creyeron en él.
5. Y, entre los compañeros de Jesús, los había de cierta edad, que, contando con su fuerza y con su vigor, llegaron a tiempo a su destino. Otros, empero, menores en edad, no podían, y, siguiendo detrás a los primeros, sin vestido, ni calzado, llegaron más tarde a sus hogares. Y uno de ellos muchachito de tres años, se extravió en la llanura, se vio sin alientos, cayó al suelo, y se durmió. Muy de noche ya se despertó y, abriendo los ojos, miró a todos lados, y no vio a nadie. Entonces le faltaron los ánimos, y prorrumpió en amargo lloro. Y erró a la ventura durante la noche entera y, perdiendo su ruta, se alejó de la comarca. Y pasó tres días fuera de ella, sin que ninguno de los niños supiese lo que le había ocurrido. Después, el hambre, la sed y el ardor de los rayos solares le separaron el alma del cuerpo.
6. Y los padres del pequeño interrogaron a los niños, diciéndoles: ¿Dónde está nuestro hijito, que os ha seguido? ¿Qué ha sido de él? Los niños contestaron: No lo sabemos. Los padres dijeron: ¿Cómo no lo sabéis, si os ha seguido? Los niños dijeron: Sabemos que nos ha seguido, pero luego no pudimos averiguar su paradero. Los padres dijeron: ¿A qué hora habéis visto que estaba todavía con vosotros? Los niños dijeron: Hasta mediodía, todos lo vimos. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, y nos pusimos en fuga, lo perdimos de vista. Y, cuando Jesús nos reunió, y nos dio a beber agua sacada de la roca, no lo vimos ya en aquel sitio y supusimos que habría vuelto a casa.
7. Entonces los padres del niño fueron a ver al juez de la ciudad y le contaron toda la historia. Y el juez ordenó que compareciesen los niños ante él y les preguntó: Decidme la verdad, hijos míos, ¿qué se hizo del pequeño? Y ellos respondieron: ¡Oh juez, escúchanos! Ayer por la mañana, estando juntos, de común acuerdo, para ir a jugar, Jesús, el hijo de José, llegó en compañía de otros niños y les advertimos que nos disponíamos a marchar para un lugar distante. Y, como ese niño no quería volver de él, lo dejamos allí, y partimos. El juez dijo: Cuando os congregasteis en el mismo sitio, ¿lo vio alguno de vosotros? Y ellos dijeron: Sí, y con nosotros estuvo toda la jornada, hasta mediodía. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, nos dispersamos del sitio y lo perdimos de vista.
8. Mas el juez ordenó, severo: Id en su busca, y traédmelo muerto o vivo. Y ellos recorrieron todos los alrededores de la urbe, sin lograr encontrarlo. Y así se lo manifestaron al juez, a su regreso. Y él dijo: ¿Qué idea se os ha puesto en la cabeza? ¿Pensáis que conseguiréis escapar al castigo por la astucia? No, en mis días. Decidme, pues: ¿Cuál era el fin de vuestra expedición? ¿Quién invitó a ella al párvulo, y lo llevó consigo? Los niños observaron: Nadie lo invitó, ni lo llevé, y él mismo fue por su cuenta. Mas el juez repuso: No decís la verdad y os haré perecer a todos.
9. En seguida mandó que se los desnudase y se los azotase con varas de leña verde. Y, cuando se vieron despojados de sus vestidos, los niños consultaron entre sí, preguntándose: ¿Qué hacer, puesto que todos tenemos conciencia de ser inocentes, y no se cree en nuestras protestas de inculpabilidad? Uno de ellos dijo: ¿Por qué, a base de una suposición tan injusta, hemos de ser condenados a muerte? Y le dijeron: ¿Y qué se te ocurre hacer? Él dijo: ¿Conocéis a Jesús, el hijo del viejo José? Él estaba con nosotros, él se encontraba al frente nuestro, él nos llevó consigo, y él, por consiguiente, es quien nos puso en este peligro mortal. Mas sus compañeros objetaron: ¿Y qué mal nos hizo cuando nos moríamos de sed, bajo un calor sofocante, él fue quien nos la apagó, sacando agua de la roca, y él quien nos dio peces que comiéramos, y luego pudimos volver a tiempo a nuestras casas?. Pero el niño de opuesta opinión dijo: Y nosotros ¿qué delito hemos cometido, para ser condenados a muerte? Los niños dijeron: Demasiado sabes que no hablaremos mal de él. El niño opuso: Pero nosotros, repito, ¿de qué crimen castigable con la muerte podemos acusarnos? ¡No! Vayamos al juez, y echemos sobre él toda la acusación, puesto que es desconocido y extranjero en nuestra ciudad. Y, además, ¿no comprendéis que, por su causa, estamos bajo la amenaza de esta angustia y de estos tormentos? Si a él se lo condena, a nosotros se nos absolverá. Todos clamaron a una: Toma sobre ti la responsabilidad de su sangre. Y el juez, viendo que no le respondían, ordenó a los verdugos que les infligiesen la pena de azotes. Y, cuando los primeros golpes comenzaron a caer sobre sus espaldas, el niño enemigo de Jesús dijo al juez: ¿Por qué nos condenas, a pesar de nuestra inocencia? Y el juez repuso: Si sois inocentes, designad al que es digno de muerte. Los niños dijeron: El hijo de un viejo extranjero llevó a ese niño consigo, y no sabemos lo que le habrá hecho. El juez les preguntó: ¿Por qué no me habéis hablado de él antes? Y los niños respondieron: Creímos que hubiera sido una falta obrar así, porque es muy pobre, y está reducido a la mendicidad.
10. Y el juez mandó que le trajesen a Jesús, mas no se lo encontró. Entonces detuvieron a José, a viva fuerza, y lo hicieron comparecer ante el tribunal. Y el juez lo interrogó: ¿De dónde eres, anciano, y adónde vas? José respondió: Soy de una comarca lejana, y recorro este país como extranjero desterrado. El juez añadió: ¿Dónde está tu hijo? José replicó: ¿Para qué lo quieres? El juez dijo: Tu hijo ha ido a jugar, llevando consigo a todos los niños de la ciudad, y uno de ellos no ha vuelto. Dime, pues, donde está tu hijo, y qué se ha hecho de él. José dijo: Cuanto a eso, lo ignoro. El juez dijo: No te escaparás de mis manos con semejantes excusas, como no me traigas al niño, muerto o vivo. José dijo: Soy viejo, y ¿cómo podré ir y venir, sin fatigarme, la jornada entera? El juez dijo: Talvez lo encuentres en seguida en cualquier lugar. José dijo: ¡Oh juez, ordena a estos niños que me sigan en esta pesquisición, pues quizá saben dónde está el pequeño! El juez dijo: Sí, lo haré, pero los padres del niño también te seguirán. A estas palabras del juez, José lo saludó profundamente y marchó muy triste a su casa a contar a María lo que había ocurrido. Y ambos a dos se afligieron en extremo.
11. Y, al día siguiente, muy temprano, José, haciéndose preceder del niño Jesús, caminó unas doce millas fuera de la ciudad, y ambos encontraron en la llanura al niño, que había sucumbido al ardor de los rayos solares, como si hubiese sido quemado por el fuego. Su cuerpo estaba ennegrecido, sus ropas grasientas, y desunidas sus articulaciones. Habiendo visto esto, volvieron a la ciudad, e informaron del hecho a los padres del niño. Y éstos, al marchar al lugar que se les indicó, y ver el estado en que su hijo se encontraba, lanzaron un grito y golpearon el pecho con piedras. Y, llorando, envolvieron en un lienzo al difunto, lo incorporaron, y lo condujeron hasta la puerta de la ciudad. Y todos los habitantes de la ciudad lo acogieron con gran duelo y se apiadaban de la catástrofe que le había ocurrido. Y, al cabo de una hora, los padres dijeron al juez: No lo llevaremos a la tumba, antes que hayas hecho perecer en el suplicio al hijo de ese viejo y condenado a su padre y a su madre a tormentos crueles y a la muerte. Y el juez dijo: Tenéis razón.
12. Entonces ordenó que Jesús compareciese ante el tribunal y le preguntó: ¿Por qué has provocado lance tan funesto, y atraído esta desgracia sobre nuestra ciudad? Y Jesús respondió: ¡Oh, juez!, no cometas este acto de iniquidad, que a nadie es lícito enunciar o conocer. El juez dijo: ¿Qué debo, pues, hacer entre dos derechos contrarios? Jesús dijo: Sí obras lealmente, tus juicios serán justos. Donde no, incurrirás en pecado gravísimo. El juez dijo: No me respondas de esa suerte, para darme una lección ante todo el mundo. Yo no obro de mala fe, sino en justicia. Jesús dijo: Si procedieses con sinceridad, habrías de antemano hecho tu información cuidadosamente con arreglo a los testimonios, y después habrías juzgado conforme a las leyes. El juez dijo: ¿Cómo puedo hacer una información cuidadosa sobre tu declaración particular de que eres inocente? ¿Quién entonces ha ocasionado caso tan triste? Jesús dijo: Recibiste el testimonio de los que me imputan una cosa calumniosa, y no crees en la verdad de mis palabras. Pero muy pronto quedarás confundido. El juez dijo: Haz lo que quieras.
13. Y Jesús, colocándose frente al muerto, clamó a gran voz: Moni, hijo de Sahuri, levántate sobre tus pies, abre tus ojos, y di cuál ha sido la causa de tu muerte. Y el niño se incorporó en seguida. Y sus padres y sus conocidos lanzaron un grito y lo apretaron contra su corazón, diciéndole: Hijo mío, ¿quién te ha devuelto la vida? Y él dijo: El pequeño Jesús, el hijo del viejo. Y el juez, los sacerdotes de los ídolos y toda la multitud del pueblo se prosternaron ante Jesús, e interrogaron al niño, diciéndole: Hijo mío, ¿quién ha causado tu pérdida?
14. Y el niño repuso: Nadie, pues son inocentes todos. No lo condenéis, que no es responsable de mi muerte. Yo me había extraviado y, por efecto del hambre y de la sed, mi alma desfalleció. Cuanto a lo que me sucedió después, todo lo que sé es que me veis y que os veo. Y Jesús exclamó: Juez inicuo, ¿por qué querías condenarme al último suplicio injustamente? Y el juez, confundido, no sabía qué contestar. Y el niño permaneció con vida cerca de tres días, hasta el momento en que, admirados hasta la estupefacción, pudieron verlo todos los habitantes de la ciudad. Y de nuevo Jesús ordenó al niño: Duerme ahora, y reposa. Y, en el mismo instante, el niño se entregó otra vez al sueño. Y, luego de haber hablado y obrado como lo hizo, Jesús desapareció de la vista de cuantos sus dichos y sus hechos habían presenciado.
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