domingo, 27 de septiembre de 2015

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 8

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

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Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA MARCHÓ A LA TIERRA DE CANAÁN. TRAVESURAS INFANTILES DE JESÚS.

XVIII.

1. Al despuntar el día, José, con María y con Jesús, marchó a la tierra de Canaán, deteniéndose en una ciudad que había por nombre Mathiam o Madiam. Y Jesús tenía entonces seis años y tres meses. Y sucedió que, circulando por la ciudad, vio, en cierto lugar, un grupo de niños, y se dirigió hacia ellos. Y algunos, al ver que se acercaba, dijeron: He aquí que llega un niño extranjero. Pongámoslo en fuga. Mas otros dijeron: ¿Y qué mal puede hacernos, puesto que es un niño como nosotros?
2. Y Jesús fue a sentarse junto a ellos, y les preguntó: ¿Por qué permanecéis en silencio, y qué os proponéis hacer? Respondieron los niños: Nada. Mas Jesús insistió: ¿Quién de vosotros conoce algún juego? Los niños replicaron: No conocemos ninguno. Jesús exclamó: Mirad, pues, todos, y ved. Y, tomando barro de la tierra, amasó con él una figura de gorrión, sopló sobre su cabeza y el pájaro, como animado por un hálito de vida, echó a volar. Y Jesús dijo: Ea, id y atrapad a ese gorrión. Y ellos lo contemplaban embaídos y se maravillaban del milagro realizado por Jesús.
3. Y, amasando otra vez polvo del suelo, lo esparció por el aire hacia el cielo. Y el polvo se trocó en gran cantidad de moscas y de mosquitos, de los que toda la ciudad quedó llena y que molestaban en extremo a hombres y a animales. Y de nuevo tomó barro, con el que formó abejas y avispas, que echó sobre los niños, conmoviéndolos y alarmándolos en grado sumo. Porque aquellos insectos, cayendo sobre la cabeza y sobre el cuello de los niños, se deslizaban por dentro de su ropa hasta su pecho y los picaban. Y ellos lloraban y se movían de un lado para otro, dando chillidos. Mas Jesús, para apaciguarlos, los llamaba con dulce acento y, pasando su mano por las picaduras, les decía: No lloréis, pues vuestros miembros no sufren ya ningún daño. Y los niños se callaban. Y los habitantes de la ciudad y de la región, viendo tales prodigios, se decían los unos a los otros: ¿De dónde nos viene esta invasión de moscas y de mosquitos, que ha infestado nuestra población? Los niños dijeron: Viene de un muchacho, hijo de un viejo extranjero de cabellos blancos, que ha obrado este prodigio. Y todos clamaron a una: ¿Dónde está? Los niños dijeron. No lo sabemos. (Porque Jesús había huido de allí y se había ocultado a sus miradas.) Y los que oían hablar de todas las obras de Jesús, deseaban verlo y exclamaban: Esto es cosa de Dios y no de un hombre.
4. Y, a los tres días, ocurrió que Jesús fue a circular secretamente por la ciudad. Y prestaba oído a los discursos de las gentes, que murmuraban entre sí: ¿Quién ha visto, en esta ciudad, al hijo de un anciano canoso, de quien todo el mundo atestigua que hace milagros que nuestros dioses no saben hacer? Otros comentaban: Decís verdad, pues ese niño sabe hacer todo lo que quiere. Y Jesús, habiendo oído esto, volvió silenciosamente a su casa y se escondió en ella, para que nadie supiese nada. Empero, varios días después, Jesús marchó a reunirse con los nenes de su edad, en el sitio en que estaban. Y, habiéndolo divisado, todos fueron alegremente al encuentro suyo. Y se prosternaron ante él, diciéndole: Bien venido seas, Jesús, hijo de un anciano venerable. ¿Por qué has desaparecido, privándonos de tu presencia, durante los muchos días que no has venido a este lugar? Todos nosotros... (Aquí hay, en el manuscrito, una laguna, después de la cual el texto vuelve a tomar el hilo de la narración por el tenor siguiente:)... Y llegaron allí llorando y le hicieron gran duelo. Y el niño tenía siete años. Y, pasada una hora, los padres del pequeño preguntaron: ¿Dónde está ese muchacho, que ha matado de una pedrada a nuestro hijo? Todos respondieron: Lo ignoramos. Y los padres, levantando el cadáver, lo llevaron a su casa. Y fueron a ver al juez de la ciudad, a quien contaron toda la historia. Y el juez ordenó que se detuviese a los muchachos y que se los trajese a su presencia. Cuando hubieron llegado, los interrogó, y les dijo: ¡Mozos y niños, grandes y pequeños, que estáis congregados aquí, en la sala de audiencia, considerad vuestra juventud! No imagináis que vuestros lloros y vuestras lágrimas me decidirán a absolveros por escrúpulo de conciencia, o que voy a poneros en libertad, mediante una intercesión o un regalo, como creéis, sin duda. No habrá nada de ello, sino que os haré desgarrar muchas veces en tormentos crueles, y perecer de mala muerte. No os hagáis ilusiones al respecto, diciéndoos unos que sois hijos de familia, y otros hijos de pobre, y pensando que el juez se apiadará de quien guste. ¡No! Yo os juro por el poder de mis dioses y por la gloria de mi soberano el Emperador, que todos tantos como seáis, seréis condenados en este mismo día. Decidme, pues, quién, de entre vosotros, ha matado a ese niño, ya que todos los que estabais allí, lo conocéis. Ellos contestaron a una: ¡Oh juez, escúchanos, y advierte que, unos respecto de otros, atestiguamos, bajo juramento, que somos inocentes! El juez repuso: Os dije ya, y os repito ahora, que os hablo así, no en tono de amenaza, sino de benevolencia. No encubráis vuestro delito, si no queréis perecer como ese niño, sin que nada, ni nadie, os sirva de ayuda. Los muchachos replicaron: ¡Oh juez, te decimos exactamente la verdad, tal como la conocemos! Y, no pudiendo saber quién es el culpable, ¿por qué, mediante una mentira, entregaríamos un inocente a la muerte? El juez refrendó: Os haré castigar severamente, y luego os haré parecer con muerte cruel, si no me descubrís la verdad. Los muchachos insistieron, repitiendo: Juntos estamos ante ti. Todo lo que nos mandes decir, y que sepamos, lo diremos. En Vista de esta persistencia en la negativa, el juez, lleno de cólera, mandó que se los desnudase y se los azotase con correhuelas crudas. Y el que era el matador del niño, intimidado por el juez, lanzó un grito, y exclamó: ¡Oh juez!, líbrame de estas ligaduras y te indicaré quién es el matador del niño. El juez ordenó que se lo desligase, y, llamándolo a su vera, con caricias y con buenas palabras, le dijo: Explícame puntualmente y por orden todo lo que sepas. Y el muchacho expuso: ¡Escúchame, oh juez! Yo me encontraba allí, separado y alejado de todos, y vi al pequeño Jesús, el hijo del viejo José el extranjero, que, jugando, hirió mortalmente a ese niño de una pedrada y huyó, acto seguido. El juez indagó: ¿Y había contigo otros, cuando murió el niño, y son testigos de que Jesús es el autor del hecho? Todos contestaron a una: Sí, él es. El juez dijo: ¿Y por qué no me lo denunciasteis, tan pronto vinisteis aquí? Los muchachos dijeron: Creíamos que hubiéramos procedido mal traicionándolo por ser hijo de un pobre extranjero. El juez dijo: ¿Y os parecería preferible condenar a un inocente en forma legal, a dejar libre al que era digno de muerte? Seguidamente, hizo arrestar a José, lo interrogó y ordenó emprender pesquisiciones inútiles para hallar a Jesús. Empero, cuando sometía a José a nuevo interrogatorio, Jesús entró súbitamente en el tribunal. Muchas palabras de discusión y muchos altercados pasaron entre Jesús y el magistrado, quien, finalmente, lleno de furia, mandó llamar a los muchachos y les dijo: Reveladme la verdad de una vez, a fin de que quede yo bien informado. ¿Sois vosotros los que habéis causado esta muerte, o es el pequeño Jesús? Ellos dijeron que éste era el causante. Entonces Jesús resucitó al muerto y lo obligó a designar al verdadero matador, como así lo hizo. Y descubierto por la misma víctima la realidad del caso, Jesús colmó de reproches al juez. Y el niño conservó su vida hasta la hora nona del día, de suerte que todos tuvieron tiempo de ir a verlo resucitado de entre los muertos. Después, Jesús, tomando la palabra, dijo al niño: Saúl, hijo de Saivur, duerme ahora y descansa, hasta que llegue el juez universal, que pronunciará un juicio equitativo. Y, pronunciadas estas palabras, el niño, inclinando la cabeza, quedó dormido. Al ver lo cual, todos los que habían sido testigos de tamaños prodigios se llenaron de pánico y se dejaron caer como muertos. Y no se atrevían a mirar a Jesús. En la violencia de su espanto, temblaban ante él y su sorpresa redoblaba en razón de la tierna edad del taumaturgo. Jesús quiso retirarse, pero aquellas gentes le imploraban y decían: Vuelve de nuevo la vida al muerto que has resucitado. Mas Jesús se negó a hacerlo y dijo: Si, desde un principio, hubieseis creído en mi palabra, y aceptado mi testimonio, poder no me faltaba para acceder al ruego que ahora me dirigís. Pero, puesto que habéis conspirado para condenarme injustamente, y os habéis encarnizado y ensañado indignamente contra mí, por medio de testimonios calumniosos, he resucitado a ese niño, para oponerlo como testigo a vuestras imputaciones, y así he escapado a la muerte. Y, esto hablado, Jesús desapareció de su vista. Y sacaron a José de su prisión y lo pusieron en libertad. Y varias personas que, habiendo ido a buscar a Jesús, no habían conseguido encontrarlo, suplicaban a José, y le decían: ¿Dónde está tu hijo, para que vaya a resucitar otra vez al pequeñuelo? Mas José repuso: Lo ignoro. Y, al día siguiente, al amanecer, se levantó, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la ciudad, se puso en camino. Y Jesús tenía entonces seis años y once meses. Y llegaron a una aldea llamada Iaiel, donde habitaron una buena temporada.
5. Y, un día, José y María tuvieron consejo con respecto a Jesús, y dijeron: ¿Qué haremos con él, puesto que por su causa tenemos que soportar tantas molestias e inquietudes de las gentes, en todas las poblaciones por que pasamos? Es de temer que cualquier día se lo aprese a viva fuerza o a escondidas, y que nosotros perezcamos con él. José dijo: Puesto que me interrogas, ¿has pensado tomar alguna resolución en el asunto? María dijo: Bien ves que va siendo ya un niño mayor y que, sin embargo, anda siempre por donde le parece, y no para un momento en casa. Si te parece, podríamos dedicarlo a la profesión de escriba, para que quede bajo la dependencia de un maestro, para que se ejercite en toda clase de estudios y en el conocimiento de las leyes divinas, y para que nosotros vivamos en paz.

6. José dijo: Razón llevas. Cúmplase tu voluntad. María dijo: Si no se fija en parte alguna para estudiar, siendo ya muy hábil y capaz de comprenderlo todo, no se someterá a un maestro. José dijo: No temas por él, porque su aspecto está lleno de misterio, y maravillosas, prodigiosas, sorprendentes son sus obras. Y he aquí por qué vamos por toda la tierra, como nómadas sin patria, esperando que el señor nos signifique su voluntad, y satisfaga, en beneficio nuestro el deseo de nuestros corazones. María observó: Muy ansiosa estoy por lo que a eso respecta, y no sé lo que sucederá más tarde. José repuso: Más tarde, en la hora de la prueba, el Señor nos sacará de angustias. No te entristezcas. Y, después de estas palabras confidenciales, calláronse ambos esposos.

DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA VOLVIÓ A LA TIERRA DE ISRAEL Y APLICÓ A JESÚS AL ESTUDIO DE LAS LETRAS.

XIX.

1. Y José, levantándose, tomó a Jesús y a María y los llevó a tierra de Israel. Y llegó a una ciudad llamada Bothosoron o Bodosoron, donde había un rey, de raza hebraica, que tenía por nombre Baresu, y que era hombre piadoso, misericordioso y caritativo. Y, como José hubiese oído hablar de él con grandes loores, pensó en ir a verlo y preguntó a los habitantes de la ciudad: ¿Qué carácter es el de vuestro rey? Y ellos contestaron: Muy bueno. Entonces José fue al palacio real, y declaró su deseo al portero, a quien dijo: Hombre respetable, quiero pedirte una cosa. El portero repuso: Habla.
2. Y José expuso: He oído decir que vuestro rey es justo para los súbditos, benéfico para los pobres y solícito para los extranjeros. Y extranjero soy, por lo cual me sería muy grato verlo, y escuchar de su boca alguna palabra. El portero indicó: Déjame unos momentos para anunciarme, entrar y luego introducirte. Porque bien sabes cuál es el uso y la voluntad de los reyes y de los magistrados. La consigna es prevenirlos primero y, después, ejecutar sus órdenes. Y el portero, habiéndose anunciado, fue admitido cerca del rey, y éste mandó que se introdujese a José. El cual fue a presentarse al monarca e, inclinándose, se prosternó ante él.
3. Y el rey lo recibió, diciéndole: Bienvenido seas a esta corte, venerable anciano. Ten la bondad de tomar asiento. Y José, después de sentarse, se encerró en el silencio, y nada dijo. Y el rey lo trató con cuidado, ordenando que se les trajese una mesa ricamente provista, ambos comieron, bebieron y se regocijaron. Y el rey preguntó a José: ¿De qué país vienes, venerable anciano, y adónde te diriges? José contestó: Vengo de una tierra lejana. El rey dijo: Te repito mi bienvenida, y te aseguro que haré en tu obsequio cuanto me pidas. José dijo: Viejo y extranjero, he llegado y me placería habitar en esta ciudad, en un lugar cualquiera. Poseo alguna habilidad en los trabajos de carpintería, y lo que fuese necesario en el palacio real lo cumpliría en todo tiempo. Entonces el rey prohibió que nadie lo molestase por su calidad de extranjero.
4. Y José, levantándose, se prosterné ante el soberano, y le dijo: ¡Oh rey, si en ello no ves inconveniente, dedica a mi hijo al estudio! He sabido que hay en esta ciudad un doctor, que educa a los niños, y que está dotado de mucho talento y de mucha sabiduría. Confíale el cuidado de enseñar a mi hijo las letras, para que se instruya a fondo en la ciencia de las Escrituras, de la Ley augusta y de los mandamientos de Dios. El rey dijo: Sí, haré lo que me pides y cumpliré tu deseo. Pero, antes, es necesario que traigas a tu hijo a mi presencia, para que yo juzgue si se halla capacitado para abordar el estudio y el aprendizaje de las letras y de la ciencia, después de lo cual lo entregaré y lo recomendaré a su profesor. Y José dio las gracias, y fue a llevar la buena nueva a María, a quien hizo un vivo elogio del rey. Pero, en vez de regocijarse, María se afligió y se espantó. Porque desconfiando de las buenas intenciones del rey, temía que no hubiese pedido por traición ver al niño, para reducirlo a esclavitud. Y, llorando, dijo a José: ¿Por qué declaraste al rey la existencia, el nombre y las buenas cualidades de un hijo tuyo? Mas José replicó: ¡Por la vida del Señor, no tengas miedo! El rey no me mandó llevarle al niño por felonía, sino por querer que, bajo sus auspicios, un maestro le dé enseñanza e instrucción. María dijo: A ti te toca acabar de cerciorarte de ello. Ahora, te entrego a mi hijo y más tarde te lo reclamaré! José dijo: Llevas razón. María dijo: Si quieres presentar el niño al rey, llévalo a palacio, conforme a tu gusto. Pero infórmate de antemano de cuanto toca a la seguridad del niño y sólo entonces debes conducirlo a la presencia del rey. José dijo: Obraré según tu voluntad. Y, tomando a Jesús, lo llevó ante el rey, que lo saludó con estas palabras: Bienvenido seas, niño, hijo del Padre y descendiente de un gran rey. Y mandó llamar al doctor supremo, encargado de adoctrinar a los niños, y que había por nombre Gamaliel. Y, cuando hubo llegado, el rey lo recibió con mucho afecto, y le dijo: Maestro, quiero que te encargues de enseñar las letras a este niño, y todo lo necesario para su sustento y demás gastos materiales lo recibirás del real tesoro. Y Gamaliel preguntó: ¿De quién es este hermoso niño? Respondióle el rey: Es hijo de un hombre de elevada familia y descendiente de real estirpe, y el viejo que aquí ves es su tutor. Gamaliel dijo: Hágase tu voluntad. Entonces José, levantándose, se prosternó, tomó al niño, y volvió con él a su casa, lleno de júbilo. Y contó todo lo ocurrido a María, y, regocijándose, bendecía al Señor.

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