miércoles, 30 de septiembre de 2015

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 14

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

Talvez no has leído aun:

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 13.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 12.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 11.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 10.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 9.


Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

SOBRE EL JUICIO QUE JESÚS PRONUNCIÓ ENTRE DOS SOLDADOS.

XXVIII.

1. Y sucedió, a los quince días, que Jesús pensó en mostrarse un poco a los hombres. Y, como fuese por un camino, encontró a dos soldados que, durante su marcha, disputaban con gran violencia, y que querían tomar uno de otro sanguinolenta venganza. Y, cuando Jesús los divisó desde lejos, se dirigió hacia ellos y les preguntó: ¿Por qué, soldados, estáis tan llenos de furia, y en plan de mataros el uno al otro? Pero ellos tenían el corazón tan henchido de cólera y de rabia, que no le respondieron. Y, como llegasen a cierto paraje, ante un pozo, se sentaron cerca del agua, y se amenazaban entre sí, con injurias. Y Jesús, que se había sentado también junto a ambos, prestaba oído a la verbal contienda. Y uno de los dos, el que era más joven, reflexionó, y se dijo: Él es mayor, yo menor, y conviene que me someta. ¡Desventurado de mí! Pero ¿por qué ponerle furioso, contrariándole? Me rendiré mal de mi grado, al suyo.
2. Y, como después el soldado mirase a su alrededor, vio a Jesús sentado tranquilamente, y le preguntó: ¿De dónde vienes, niño? ¿Adónde vas? ¿Cuál es tu nombre? Y Jesús respondió: Si te lo digo, no me comprenderías. El soldado interrogó: ¿Viven tu padre y tu madre? Y Jesús respondió: Mi Padre vive, y es inmortal. El soldado replicó: ¿Cómo inmortal? Jesús repuso: Es inmortal desde el principio. Vive, y la muerte no tiene imperio sobre él. El soldado insistió: ¿Quién es el que vive siempre, y sobre quien la muerte no tiene imperio, puesto que afirmas que a tu padre le está asegurada la inmortalidad? Dijo Jesús: No podrías conocerlo, ni aun alcanzar de él la menor idea. Entonces el soldado le preguntó, diciendo: ¿Quién puede verlo? Y, respondiendo él, dijo: Nadie. E interrogó el soldado: ¿Dónde está tu padre? Y él contestó: En el cielo, por encima de tierra. El soldado inquirió: Y tú ¿cómo puedes ir a su lado? Jesús repuso: Yo he estado siempre con él, y hoy todavía con él estoy. El soldado indicó, confuso: No comprendo lo que dices. Y Jesús aprobó: Ello es, en efecto, incomprensible e inexpresable. El soldado añadió: ¿Quién, pues, puede comprenderlo? Jesús dijo: Si me lo pides, te lo explicaré. Y el soldado encareció: Te ruego que así lo hagas.
3. Y Jesús expuso: Estoy sin padre en la tierra, y sin madre en el cielo. El soldado objetó: ¿Cómo has nacido, y cómo te has alimentado? Jesús dijo: Mi primera generación procede del Padre antes de los siglos, y mi segunda generación tuvo lugar sobre este suelo. Mas el soldado prosiguió objetando: ¿Cómo? ¿Se vio nunca que quien nació de su padre, renazca de su madre? Jesús advirtió: No lo entiendes como es debido. Y el soldado replicó: ¿Cuántos padres y cuántas madres tienes? Contrarreplicó Jesús: ¿No te lo dije ya? Yo tengo un Padre único, y, con él, allá arriba, nací sin madre. Yo tengo una madre única, y, con ella, aquí abajo, nací sin padre. El soldado opuso: Primero dices que has nacido de tu padre, sin haber tenido madre, y después dices que has nacido de tu madre, sin haber tenido padre. Jesús concedió: Así es. El soldado exclamó: ¡Prodigiosa manera de nacer y de existir! ¿De quién eres hijo, pues? Jesús afirmó: Soy hijo único del Padre, vástago carnal surgido de mi madre, y heredero de todas las cosas. Y el soldado argumentó todavía: Tu padre, ¿no ha conocido a tu madre? ¿Cómo entonces tu madre te ha concebido en su vientre, y te ha traído al mundo? Dijo Jesús: Por efecto de una simple palabra de mi Padre, sin sospecha de una aproximación a él por parte suya, y sin la idea siquiera de esta aproximación. Rearguyó el soldado: ¿Cómo puedes conciliar las voluntades de tu padre y de tu madre, y complacer los deseos del uno y de la otra? Respondió Jesús: Estoy con mi Padre en el cielo, y permanezco con él por toda la eternidad, y habito con mi madre en la tierra.
4. El soldado exclamó: ¡Sorprendente es lo que dices! Y Jesús repuso: ¿Y por qué me planteas la cuestión sobre la que me interrogas, y que no puedes comprender? Mas el soldado dijo: Si te he interrogado, ha sido con objeto de inducirte a que te pongas a nuestro servicio. Además, he reconocido que eres vástago de una ilustre familia real. Dios te glorifique en todo lugar y en todo tiempo, y te haga obtener la herencia de tu padre.
5. Y Jesús le contestó, diciendo: Bendito seas de Dios. Pero informadme sobre el motivo de vuestra querella. Y el soldado dijo: Yo te explicaré todo el asunto, y tú pronunciarás entre nosotros una justa sentencia. Jesús dijo: Sí. Contadme el caso. Y el soldado expuso: Somos del país de los magos y de una casa real. Hemos seguido a los reyes que llegaron a Bethlehem con numerosas tropas y con ricos presentes en honor del recién nacido rey de los israelitas. Cuando los reyes volvieron a Persia, nosotros fuimos a la ciudad de Jerusalén, y, por amor de Dios, nos convertimos en compañeros y como en hermanos el uno del otro. E hicimos un pacto de alianza, comprometiéndonos por juramento a no separarnos hasta morir, y repartirnos, en amistad perfecta y con equidad mutua, todos los provechos que Dios nos enviase.

6. Y, como nos alistásemos en la guardia del palacio de un gran jefe del reino, mi poderoso príncipe me envió con un mensaje a un país lejano, donde permanecí largo tiempo. Se me recibió allí con benevolencia y con honra, como la etiqueta de las cortes reales prescribe hacer, concediendo a los portadores de mensajes las deferencias que les son debidas. Por la gracia de Dios, volví satisfecho y, de todo lo que gané, nada oculté a mi amigo y estoy pronto a repartirlo con él. Mi camarada partió también con una tropa de caballeros y regresó a su casa, después de haber obtenido un rico botín. Yo le pido que reparta conmigo el haber que ha traído de su expedición y él se niega a ello y, en cambio, me reclama ásperamente la deuda que de mí le corresponde. Y, ahora, ¿qué me ordenas que haga?
7. Y Jesús dijo: Si queréis escucharme, y obrar con rectitud, no os engañéis mutuamente, y no olvidéis vuestros compromisos, antes bien, haced lo que habéis prometido cumplir con toda solemnidad. Repartid vuestras ganancias equitativamente, conforme al uso de la regla humana y a lo que habéis jurado sobre la ley divina. No mintáis en presencia de Dios y no os frustréis el uno al otro injustamente, si queréis vivir en amistad recíproca.
8. Empero el otro compañero, el que tenía más edad, manifestó: Niño, el juzgar en verdadero derecho, no te concierne en modo alguno. Yo estuve en el campo de muerte, corrí mil peligros y a duras penas pude tornar a mi hogar. Él, rodeado de un aparato principesco, visitó los palacios de los reyes y volvió con presentes numerosos. Es, pues, justo que me dé una parte de lo suyo y que yo no le dé nada de lo mío.
9. Mas Jesús replicó: No sabes lo que dices, soldado. Si, a la ida o a la vuelta, hubiera él sufrido de los enemigos todo género de vejaciones, ¿qué parte le hubieras dado tú? Y añadió: Si quieres repartir lo tuyo con él en plan de amistad, descubre claramente tu pensamiento. Y, pronunciadas estas palabras, Jesús se calló.
10. Entonces, el soldado de menos edad se incorporó, se puso de hinojos ante su colega, y le dijo: Perdona, hermano, que te haya contrariado gravemente, y haz ahora lo que gustes. Yo repartiré, pero no viviré más contigo en relación de comunidad. Tú has adquirido importancia, y te has convertido en el asesor de los reyes. Yo soy pobre, me veo sin recursos, y tomaré lo que buenamente quieras darme. Entonces Jesús, mirándolo, lo amó, y se llenó de piedad, al ver su mansedumbre. Porque el mayor era violento, por ser hijo de pobre, y el menor era humilde, por ser vástago de casa grande.

11. Y Jesús dijo al último: Según lo que me referiste al principio, fuisteis a Bethlehem, en la comitiva de los magos. ¿Visteis con vuestros propios ojos a aquel rey recién nacido, que había venido al mundo? El soldado más joven repuso: Sí, lo vi, y lo adoré. Jesús preguntó: ¿Y qué pensaste de él? ¿Qué fe tienes en él? El soldado respondió: Es el Verbo encarnado, enviado por Dios. Y, conducidos por una estrella, fuimos a visitarlo, y lo encontramos nacido de la Virgen y acostado en la caverna. Jesús apuntó: He oído decir que vive todavía. El soldado confesó: No lo sé. Pero he oído decir que lo mataron por orden de Herodes, después de haber sido éste engañado por los magos. Algunos afirman que, por causa suya, Herodes hizo perecer a los niños de Bethlehem. Otros pretenden que su padre y su madre huyeron con él a Egipto. Jesús comentó: Estás en lo cierto, pero repito que he oído decir que vive todavía. Ahora que no falta quien asegure que no era lo que se creía, sino un impostor y un seductor. El soldado rectificó: No propagues sobre él difamaciones que no podrías probar, porque todos los que lo han visto, aseguran que es el rey de Israel. Mas Jesús opuso: ¿Por qué entonces el pueblo de Israel no ha creído en él?
12. Y los soldados dijeron: Lo ignoramos. Y Jesús interrogó: ¿Cómo os llamáis? Y un soldado contestó: Mi nombre es Khortar. Y el otro: Mi nombre es Gotar. Jesús añadió: ¿A qué dios servís? Los soldados repusieron: Cuando vinimos a este país, estábamos seducidos por los falsos dioses del nuestro, y practicábamos el culto del sol. Y Jesús expuso: Volviendo a vuestro pleito, ¿cómo pensáis resolverlo? Y los soldados replicaron: Haz lo que te sugiera tu buen juicio, pues nos has aparecido hoy como un juez entre ambos. En efecto: desde que nos has visto, cesó nuestra indignación precedente, y la gracia de Dios descendió sobre nosotros. Y, mientras con nosotros has departido, nuestros corazones se han llenado de un vivo júbilo.
13. Y Jesús hizo entre los dos un reparto equitativo, y los soldados se conformaron con su decisión. Y él los bendijo, y ellos prosiguieron su camino en paz.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 13

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

Talvez no has leído aun:

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 12.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 11.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 10.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 9.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 8.


Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

DE CÓMO EL ÁNGEL ADVIRTIÓ A JOSÉ QUE FUESE AL PUEBLO DE NAZARETH.

XXV.

1. Y un miércoles, día cuarto de la semana, el ángel del Señor apareció a José, en una visión nocturna, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y ve al pueblo de Nazareth, donde fijarás tu residencia, y de donde no te alejarás. Construirás allí una casa, y habitarás en ella durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé otro aviso. Y, habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente, José se levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de Nazareth, a la casa en que moraban antes, y en la que permanecieron dieciocho años. Y Jesús tenía doce, cuando llegó a Nazareth, lo que da la suma de treinta años.
2. Y el día segundo de la semana, Jesús salió de Nazareth, y fue a sentarse en un paraje del camino. Y divisó a dos muchachos que avanzaban, y que disputaban entre sí violentamente. Y vinieron a las manos, y se pegaron el uno al otro. Mas, cuando vieron a Jesús, cesaron de pelear, y, aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les ordenó que se sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué proviene tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis golpes con tal violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso: Es que no hay aquí juez que nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo os llamáis? El más joven respondió: Mi nombre es Malaquías, y el de éste Miqueas. Somos dos hermanos, unidos por sentimientos de familia. Y Jesús objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis tan animosa e injuriosamente?
3. Malaquías expuso a Jesús: Ruégote, niño, que escuches lo que decirte quiero. Mi hermano es mayor que yo, que soy su segundón. Y se esfuerza en tratarme inicuamente, lo que no le permito en modo alguno. Pronuncia, por tanto, entre nosotros, un juicio equitativo. Jesús replicó: Explícame en qué consiste el motivo de vuestro disgusto. Miqueas observó: Parece que eres hijo de juez y descendiente de grandes monarcas. Jesús refrendó: Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te recompense, a ti y a tus padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la paz!
4. Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros? Bien comprendo que no queréis someteros a mis mandatos. Los dos hermanos replicaron: No digas eso, ni nos hagas tamaña afrenta. Nos tomas por niños ignorantes. Tenemos, sin embargo, letras, y conocemos la ley divina. Jesús indicó: Ante todo, contraed el compromiso de no engañaros mutuamente, y de hacer lo que yo exija. Y los muchachos clamaron a una: Tomamos por testigo a la ley divina, y juramos sobre sus mandamientos obedecer tus órdenes, como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y Jesús repuso: Reveladme la verdad, para que la oiga de vosotros.
5. Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos, que quedamos huérfanos de padre y madre. Nuestros progenitores nos dejaron una herencia, y personas extrañas a la familia retienen por usurpación nuestro patrimonio. Y disputamos entre nosotros, porque mi hermano trata de desposeerme injustamente, y yo no me presto a ello. Y Jesús preguntó: Cuando murieron vuestros padres, ¿a quién os confiaron en calidad de tutor o encargado, hasta que alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron: Ninguno de los dos se acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues, os querelláis el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura perjudicarme, alegando que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así. Si queréis escucharme, haced paces, y repartid amistosamente vuestros bienes. Y Miqueas dijo a Jesús: Niño, reconozco que procedes con cordura, al hablarnos de conciliación. Empero cuanto al juicio que pronuncias, es muy distinto, y óyeme lo que decirte quiero. Cuando murieron nuestros padres, yo tenía más edad que mi hermano, que la tenía muy corta aún, y me empleé, con muchos esfuerzos, en reconstituir nuestro patrimonio, que estaba devastado y en el abandono más completo. Yo solo realicé ese trabajo penoso, y mi hermano no sabe nada de ello.

6. Jesús lo hizo observar: Pero es tu hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo has sustentado y nutrido por caridad. No le hagas daño ahora. Id, y repartid vuestros bienes con equidad. Guardaos mutuo afecto, y la paz de Dios será con vosotros. Y ellos, obedientes a los deseos de Jesús, se prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en los brazos del otro, se besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se ha restablecido la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu santo nombre por toda la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús repuso: Id en paz, y que el amor de Dios permanezca en vosotros.
7. Y, luego que Jesús hubo hablado de esta suerte, se prosternaron de nuevo ante él, y se fueron a su casa. Y Jesús regresó a la suya de Nazareth, junto a María. Y su madre, al verlo, le preguntó: ¿Dónde has estado el día entero, sin comprender que ignoro lo que pueda ocurrirte, y que me alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios apartados? Y Jesús respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en adelante, recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para esto es para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres todavía más que un niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te suceda alguna desgracia. Mas Jesús advirtió: Madre mía, tus pensamientos no son razonables, porque yo sé todas las cosas que han de venir sobre mí. Y María replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues muchos fantasmas me obsesionan, e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús preguntó: ¿Qué piensas hacer conmigo? Respondió su madre: Eso es lo que me causa pena, porque tu padre y yo hemos cuidado de que aprendieses todas las profesiones en tu primera infancia, y tú no has hecho nada, ni te has prestado a nada. Y ahora, que eres ya mayorcito, ¿qué quieres hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?
8. Al oír esto, Jesús se conmovió en su espíritu, y dijo a su madre: Me hablas con extrema inconsideración. ¿No comprendes las señales y los prodigios que he hecho ante ti, y que has visto con tus propios ojos? Y continúas todavía incrédula, a pesar del tiempo que llevo viviendo contigo. Considera todos mis milagros y todas mis obras, y toma paciencia por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no ha venido mi hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió de la casa con premura.

SOBRE LAS NUMEROSAS CURACIONES QUE JESÚS REALIZÓ EN EL PUEBLO, EN LA ALDEA Y EN DIFERENTES LUGARES.

XXVI.

1. Un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría, solo, el país de los galileos. Y, habiendo llegado a una aldea, que se llamaba Buboron o Buasboroín, encontró allí a un hombre de treinta años, que estaba muy incomodado por la vehemencia de su mal, y que yacía tendido sobre su lecho. Cuando Jesús lo vio, se compadeció de él, y le preguntó: ¿De qué raza eres? El hombre repuso: De raza siria y del país de los sirios. Jesús añadió: ¿Tienes todavía padre y madre? El hombre dijo: Sí, y mis padres me han expulsado de su hogar. Errante ando por doquiera, para buscar mi sustento diario, mas no poseo domicilio en parte alguna. Jesús inquirió: ¿Y cómo has podido salir de tu país? Respondió el hombre: Se me trataba, unas veces contra salario, y otras para pagarme. Jesús continuó: ¿Por qué has venido a este país? El hombre contestó: Para pedir limosna, y para subvenir a mis necesidades materiales. Y Jesús sentenció con gravedad: Si soportas con calma tus tormentos, encontrarás más tarde el reposo. A lo que el hombre replicó: Pueda o no pueda, los soporto y los acepto con júbilo.
2. Y Jesús dijo: ¿A qué dios sirves? El hombre repuso: Al dios Pathea. Y Jesús le preguntó: ¿Encuentras, pues justo que te halles en este estado? El hombre manifestó: He oído decir a mis padres que ese dios es el dios de los sirios, y que puede hacer a los hombres todo lo que le place. Interrogó Jesús: ¿Cuál es tu nombre? El hombre dijo: Hiram. Y Jesús lo conminó, diciendo: Si quieres curarte, abandona ese error. Hiram dijo: ¿Y cómo he de dar crédito a tu propuesta? Porque tú eres todavía un niño, mientras que yo soy ya un varón adulto. Y Jesús le preguntó: El dios de tu culto ¿tiene el poder de devolverte la salud y la vida por una simple palabra? Y Jesús añadió: Si crees de todo corazón, y si confiesas que hay un Dios del cielo y de la tierra, que ha creado el mundo y el hombre, tal Dios es capaz de curarte. Hiram apuntó: No he oído hablar de él. Jesús dijo: Sea. Pero cree sencillamente, y tu alma vivirá. Hiram le preguntó: ¿Y cómo hacer ese acto de fe?
3. Respondió Jesús: He aquí la fórmula. Creo que es un Dios muy alto, el Padre creador de toda cosa, y creo en su Hijo único y en el Espíritu Santo, trinidad y divinidad una y perfecta. Hiram repuso: Creo lo que me dices. Entonces Jesús le habló, interrogándolo: ¿No te has presentado a alguien, para que te cure? E Hiram exclamó: ¿Qué médico podría librarme de tan grave enfermedad? Jesús dijo: Aquel a quien pagues, lo podrá fácilmente. Hiram opuso: Pobre como soy, nada tengo que dar, y nadie hace la caridad gratuitamente. Y Jesús objetó: ¿No has dicho tú mismo antes que has venido de un país lejano, que has recorrido numerosas comarcas, y que has recibido limosnas? ¿Por qué dices ahora falsamente que no tienes con qué pagar? Hiram repuso: ¡Perdona, niño! Lo que te he dicho es que nada tengo que dar, excepto el alimento que recibo al día, y el vestido que me cubre.
4. Y Jesús, viéndolo llorar, exclamó: ¡Oh hombre, dirígeme tu demanda! ¿Qué puedo hacer por ti? Y respondió Hiram: Haz por mí todo lo que te plazca, y gratifícame con algún socorro. Y Jesús, extendiendo la mano, tomó la suya, y le ordenó: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz. Y, en el mismo momento, el hombre quedó curado de sus males. Y cayó llorando de hinojos ante Jesús, y le hizo la siguiente petición: Señor, si quieres, te seguiré en calidad de discípulo. Mas Jesús le dijo: Vuelve en paz a tu casa, y cuenta todo lo que he hecho por ti en este encuentro. Y el hombre se prosternó de nuevo ante Jesús, y marchó a su país.

DE CÓMO SE CUMPLIERON LAS TRADICIONES ESCRITAS POR LOS PROFETAS Y SOBRE LAS COSAS SORPRENDENTES QUE HIZO JESÚS.
XXVII.

1. Y de nuevo fue Jesús llevado del Espíritu a la villa de Nazareth. Y circulaba siempre por los sitios retirados. Y los que lo veían se sorprendían y murmuraban entre sí: Verdaderamente, el niño Jesús, el hijo del viejo, tiene el aire despierto e inteligente. Algunos refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se manifestaba a ellos, a causa de su incredulidad.
2. Y sucedió que, aproximándose la gran fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén. Y, en el curso del viaje, se encontró con un viejo canoso que se sostenía sobre dos cayadas, las cuales desplazaba alternativamente, dejándose caer de la una a la otra. Y estaba enfermo de los ojos y de los oídos. Al verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien hallado seas, viejo cargado de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño, hijo único del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate aquí, reposa un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió, diciendo: Hijo mío, cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado, Jesús se puso a interrogarlo en estos términos: ¿Cuál es tu nombre, anciano? ¿De qué raza eres? ¿De qué país has venido a éste?
3. Y el viejo contestó: Mi nombre es Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo del país de la India. Jesús le preguntó: ¿Qué buscas aquí? Y el viejo expuso: Mi padre era un príncipe noble e iniciado en el arte de la medicina, cuya práctica me enseñó. Pero ahora estoy impotente, y mi intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi vida. Jesús le hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti mismo? El viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué la medicina. Pero cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo vigor, y hoy no soy ya capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu infancia o en tu ancianidad cuando la dolencia se apoderó de ti? Y el viejo repuso: Treinta años tenía, cuando este mal me atacó, y todo mi cuerpo fue presa de un temblor general.
4. Al oír esto, Jesús se sorprendió, y le dijo: ¿Qué especie de tratamiento te aplicas? El viejo contestó: A tal enfermedad, tal remedio. Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar a los muertos, hacer andar a los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios, curar todas las enfermedades, no con remedios, sino por una simple palabra? Al oír esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque todo eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús replicó: ¿Y por qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía un niño, ¿cómo puedes saber todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo enseñó, sino que lo sé por mí mismo. Y el viejo concedió: Si es como lo afirmas, de Dios y no de los hombres has recibido ese don. Jesús respondió: Tú lo has dicho. Entonces el viejo murmuró: Paréceme que entiendes el arte de la medicina. Y Jesús declaró, diciendo: Mi Padre posee el poder de hacer todo eso.
5. Y el viejo le dijo: No ha habido nunca discípulo sin instrucción de su maestro, ni hijo sin enseñanza de su padre. Te ruego que uses de caridad conmigo, y el Señor te concederá una vida que largos años dure. Jesús dijo: Bien hablas, mas yo no puedo hacer esto gratuitamente. Dame, pues, una retribución proporcionada a mi trabajo. El viejo indicó: ¿Y qué retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata, todo lo que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo rompió a reír. Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho se burla pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño, ¿por qué te mofas de un viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre todo a los ancianos, y no se los pone en irrisión. Y Jesús lo hizo observar: Empezaste elogiándome grandemente, y ahora me censuras. El viejo contestó: Es que me has irritado gravemente. Y dijo Jesús: No te encolerices porque, no siendo más que un muchacho, haya querido entablar conversación contigo. Entonces el viejo respondió a Jesús, y dijo: ¿Por qué no me pides una cosa razonable, a fin de sacar provecho de mí? Pues ¿de dónde vendría esa fortuna que me reclamas?

6. Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado antes que eras de gran familia, hijo de príncipe y descendiente de una casa real? El viejo otorgó: Y nada falso te aseguré, puesto que poseía una enorme fortuna. Pero, cuando me hirió la enfermedad, todo lo perdí. Y Jesús le preguntó: ¿Qué preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte en cabal salud? El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no estar enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi labor. Dijo el viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué te obstinas en hostigarme con esas trampas y con esos engaños? Jesús repuso: ¿En qué hablé demasiado? ¿Y qué consejo he recibido de ti? El viejo exclamó: Por amor de Dios, no me exasperes, porque estoy gravemente enfermo. No me enojes. Ten un poco de paciencia. Nada más he de contarte. Pero, por poseer facultades bastantes para socorrerte, me compadezco de ti. El viejo exigió: Enuncia tus prescripciones. Y, respondiendo, Jesús le dijo: Dame una pequeña recompensa por mi trabajo, y te curaré. Y el viejo replicó: Dios te dará abundante recompensa por tu trabajo. Cuanto a mí, tanto me importa morir como seguir con vida. Y Jesús le indicó: Tu curación no es tan difícil como crees. El viejo dijo: Nada poseo más que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús comentó, festivo: ¡He aquí el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el viejo montó en cólera, y exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a este niño, que ya me ha incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te enojes! Ten un poco de paciencia, para que tu alma viva.
7. El viejo rezongó: Demasiada paciencia usé contigo, sin encontrar en ti asomos de piedad. Y, como el viejo hubiese dicho esto, siempre entre lágrimas, Jesús le preguntó: ¿Adónde vas? Respondió el viejo: A la ciudad de Jerusalén, para mendigar mi pan. Y, si vienes en pos mío, te daré la mitad de los recursos con que Dios sea servido de gratificarme. Jesús interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al Dios de mis padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción. Si quieres ser perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser salvo en alma y en cuerpo. El viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus palabras? Replicó Jesús: Varias veces me has puesto a prueba, y nada has conseguido. Y, al oír esto, el viejo reflexionó, diciéndose: Mucho temo que este niño no esté jugando insidiosamente conmigo. Mas Jesús le ordenó: Viejo, responde a la cuestión que te he planteado.
8. Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no sé qué hacer, ni qué responder a esa cuestión. Me parece que Dios te ha enviado a mí, y que eres el Señor, el que sondea el pensamiento de los hombres. Dame, pues, a conocer lo que me es necesario. Jesús exclamó, solemne: ¿Crees que existe un Dios creador de todas las cosas y su Hijo único y el Espíritu Santo, trinidad y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y Jesús extendió la mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu mal. Y, en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a los pies de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados te son. Ve en paz, y el Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego que me digas cómo te llamas! Y Jesús repuso: ¿Para qué necesitas saber mi nombre? Ve en paz.
9. Y el viejo, inclinándose, se prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó apaciblemente en dirección a Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta ciudad vieron al viejo inmune, le preguntaron: ¿Quién te curó? Y el viejo dijo: Me curó, por una simple palabra, un hijo de médico, que encontré en mi camino. Ellos dijeron: ¿Quién es ese médico? El viejo confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo encontraron, porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el viejo publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 12

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

Talvez no has leído aun:

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 11.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 10.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 9.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 8.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 7.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA FUE A ARIMATEA, DONDE JESÚS HIZO MILAGROS Y RESUCITÓ MUERTOS.

XXII.

1. Y José se levantó, tomó a María y saliendo de la villa, ambos marcharon camino adelante. Y buscaban con la mirada a Jesús. Y éste se les apareció de súbito, y los siguió hasta el país de Galilea, a una villa llamada Arimatea, donde tomaron albergue en una casa. Y Jesús tenía diez años entonces, y circulaba por la villa, para ir al sitio en que los niños se congregaban. Y, cuando divisaron a Jesús, lo interrogaron, diciendo: ¿De dónde has venido? Y Jesús contestó: De un país desconocido. Los niños inquirieron: ¿Dónde está situada la casa de tu padre? Y Jesús repuso: No podrías comprenderlo. Los niños agregaron: Dinos algo, para que lo sepamos de ti. Y Jesús replicó: ¿Para qué me lo preguntáis, si lo que yo os dijera, no lo entenderíais? Los niños insistieron: Háblanos, porque nosotros somos ignorantes, y tú pareces instruido en todas las cosas. Jesús dijo: Todas las cosas conozco, en efecto, pero soy extranjero, y no aceptaríais ninguna de mis palabras. Y los niños dijeron: Te acogemos con amistad, como a un hermano, y nos someteremos a tus órdenes, conforme a tu albedrío.
2. Y Jesús dijo: Levantaos, vamos. Y los niños obedecieron, y llegaron todos juntos a cierto sitio, en el que había una roca muy alta. Y, colocándose enfrente, ordenó a la roca que inclinase su cima y se sentó en ella, y la roca recobró su posición. Y los niños lanzaron gritos de sorpresa y, formando círculo alrededor de la roca, miraban a Jesús. Y, después de haber ordenado a la roca que inclinase otra vez su cima, Jesús descendió de ella.
3. Y los niños fueron a la villa, para contar el prodigio hecho por Jesús, el cual huyó. Y uno de los niños, que lo divisó, le detuvo por sorpresa y se apoderó de él. Y Jesús, volviéndose, le sopló en el rostro y, en el mismo instante, el niño perdió la vista. Y clamó a gran voz: Jesús, ten piedad de mí. Y Jesús le puso la mano sobre los ojos, y éstos se abrieron de nuevo a la luz.
4. Y, un día, los niños se habían congregado cerca de un pozo, y Jesús fue a reunírseles. Y ellos, al verlo, se regocijaron. Y Jesús les preguntó: ¿Qué hacéis al borde de este pozo? Y los niños respondieron: Ven a juntarte con nosotros. Y Jesús dijo: Heme aquí. ¿Qué deseáis? Y, en el mismo momento en que hablaba así, dos niños jugaban al borde del pozo. Y sucedió que, disputando, uno de ellos pegó al otro, y lo lanzó al pozo. Y los demás huyeron de allí, y Jesús, levantándose, marchó a su casa.
5. Y, como algunas personas llegasen pasa sacar agua, al meter sus cántaros, vieron en medio del pozo a un niño muerto, y fueron a anunciarlo a la villa. Y los padres llegaron, y vieron a su hijo ahogado encima del agua. Y lloraban amargamente, y se golpeaban el pecho. Y era un niño muy hermoso, y de cinco años de edad. Y los padres, deshechos en llanto, preguntaban: ¿Quién ha causado esta desgracia terrible? Mas, no encontrando al matador, se dirigieron al juez, para darle cuenta del suceso nefasto.

6. Y el juez ordenó que le trajesen a los niños, a quienes preguntó: Hijos míos, ¿quién de vosotros mató a ese niño, arrojándolo al agua? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y el juez dijo: Si lo sabéis, no contéis engañarme con pretextos y con subterfugios. No hagáis tal, porque moriréis, y pagaréis inocentes por culpables. Los príncipes y los grandes les dijeron: No mintáis, y hablad sinceramente. Y los niños clamaron a una: Si creéis en nuestras palabras, tened entendido que no nos cabe parte alguna en su muerte. Cayó al agua por accidente, y no pudimos sacarlo del pozo. Y el juez opuso: Cuando cayó al agua, ¿por qué no gritasteis inmediatamente, elevando la voz, para que los habitantes de la villa fuesen a salvar al niño, que respiraba aún? Los niños dijeron: Porque ninguno de nosotros había quedado allí. Todos lo habían abandonado, y habían huido. Y el juez acrecentó: Si cayó inadvertidamente y por descuido, habríais gritado y avisado a todos. Pero, siendo los autores del hecho, habéis huido de allí por temor, y pensáis escapar a la muerte por vanas excusas. Los niños dijeron: Si quieres condenarnos injustamente, hágase tu voluntad. Porque cada cual se halla convencido de su propia inocencia y el que merece la muerte, es el que la realidad del hecho conoce. Y el juez repuso: Si conociese al culpable, no condenaría al inocente.
7. Los niños dijeron: A nosotros no nos toca culpa alguna. Nos hallábamos distraídos en el juego, y de nada nos enteramos hasta que algunos niños huyeron, dando gritos. Nada más sabemos. Y el juez repuso: Si queréis, yo os diré la verdad. Miraos bien, poned atención, y compadeceos de vosotros mismos. Y los niños replicaron: Lo hemos revelado todo, y no nos has oído. Y el juez exclamó: ¡Desconfío del artificio de vuestras palabras! Los niños repitieron: Si nos condenas injustamente, eso será a cargo tuyo. Y el juez contestó, furioso: Si no me decís la verdad, os conduciré al pozo, y os haré perecer ahogados en el agua. Y el niño que era el matador, repuso: Por mucho que nos atormentes, no podremos confesar una falsedad.
8. Entonces el juez marchó con ellos al borde del pozo. Y ordenó que desnudasen a los niños, y que los encadenasen en presencia suya. Y el matador dijo: ¡Oh juez, presenta un testigo, y, entonces solamente, condénanos. ¿Por qué se nos condenaría a muerte, sin estar convencido por un testigo? Y el juez dijo: ¿Qué testigo voy a presentar, si todos los testigos estáis aquí? No saldréis de mis manos, ni a fuerza de lamentaciones, ni a fuerza de presentes. Y los padres de los niños viéndolos desnudos ante el juez, en medio de aquel lugar, se quejaban con amargura. Y el juez dijo: No me conmueven vuestras lágrimas. Y mandó que arrojasen a los niños al pozo. Mas el que era el matador, se expresó en estos términos: No me arrojes al pozo, y te indicaré quién es el culpable. ¿Dónde está Jesús, el hijo del viejo? Él es el autor del hecho. Y el juez exclamó: Siendo así, ¿por qué os dejabais matar, a pesar de vuestra inocencia? Y los niños replicaron: A ti te toca saberlo, puesto que lo has querido.
9. Entonces el juez hizo citar a Jesús ante él. Pero, como los que mandó en busca del niño no lo encontraran, apoderáronse de José, y llevaron a presencia del magistrado, el cual lo interrogó, diciéndole: Viejo, ¿de dónde has venido a esta villa? Y José contestó: Soy de un país lejano. El juez inquirió: ¿Dónde está tu hijo, que ha cometido este delito de homicidio? José repuso: Lo ignoro. El juez dijo: ¿Y no sabes que ha cometido ese crimen? José dijo: ¡Por la vida del Señor, no lo sé! El juez aseveró: Si, lo sabes. ¿Y crees que vas a escapar a la muerte? José exclamó: ¡Oh juez, no condenes injustamente a una inocente criatura! El juez rearguyó: Si es inocente, ¿por qué ha huido? José replicó: No puedo explicártelo. Y el juez dijo: No saldrán de la prisión, si no te apresuras a procurar que comparezca aquí tu hijo.
10. Y, cuando el juez acabó de pronunciar estas palabras, Jesús se presentó al tribunal de improviso, y preguntó: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús, el hijo de José. Jesús dijo: Yo soy. Interrogó el juez: ¿Cuándo llegaste a esta villa? Jesús contestó: Hace largos años que resido en ella. El juez ordenó: Manifiéstame, pues, cuál ha sido la causa de la muerte violenta de ese niño. Y Jesús afirmó: No lo sé. Mas los padres del niño clamaron: ¿Pretendes no saberlo, habiendo ahogado a nuestro hijo en el pozo? Y Jesús repuso: Si es a otro a quien hay que pedir cuenta de su vida, ¿por qué me calumniáis tan pérfidamente? El juez replicó: No digas falsedad, porque reo eres de muerte. Mas Jesús aseguró: El testimonio de ellos es falso y verdadero el mío. Y el juez le dijo: Júralo por la ley del Señor. Jesús repuso: ¿Por qué mientes ante Dios, y no lo temes? Mas el juez, respondiendo, dijo: ¿Y qué mal hay en prestar juramento, cuando se es inocente, y no queda otro recurso para escapar a la muerte? Jesús le contestó: ¿De modo que crees legítimo pronunciar un juicio injusto? El juez le respondió: Dime lo que debo hacer. Y Jesús repuso: Demasiado lo sabes, puesto que en juez estás constituido. Mas el juez repitió: ¿Qué debo hacer? Respóndeme. Y Jesús le advirtió: Si obrases de buena fe, observarías la justicia. Pero no hay que esperar de ti eso. Y el juez insistió: Obro conforme a lo que se alcanza. Jesús dijo: En esto, hablas verdad, mas no aceptas el testimonio que doy de mí mismo. El juez dijo: Yo no te condeno injustamente. Y Jesús remachó: Si escuchases la voz de tu conciencia, no condenarías con ligereza a nadie.

11. Empero los niños interrumpieron, clamando a coro: ¡Oh juez, tú no sabes qué contestarle! Préstanos oído, y te informaremos de lo que le concierne. ¿O es que no podemos nosotros responderle una palabra? Jesús les respondió: ¿Qué es lo que vosotros tenéis que decir de mí? Los niños replicaron: Desde que llegaste a esta ciudad, nos has causado muchas contrariedades y muchas vejaciones, que hemos perdonado, porque eres pobre y extranjero. Pero ahora que has ocasionado tal catástrofe, y que nos has expuesto a la muerte, es justo que te hagamos perecer. Entonces el juez preguntó: ¿Es éste el niño de quien afirmáis que engaña a los ojos por prestigios? Los niños respondieron a una: Sí. Mas Jesús observó: Sé que os habéis ligado todos contra mí, y que queréis condenarme a muerte injustamente. Y el juez dijo: ¿Cómo puedes pretender que no tienes testigos contrarios, y que te estimas inocente? Jesús dijo: Si me doy a mí mismo un testimonio verdadero, ¿me creerás? El juez dijo: Sí, te creeré. Y Jesús añadió: Espera un instante, que voy a darte la prueba.
12. Y, esto dicho, Jesús, profundamente indignado, se aproximó al muerto, y clamó a voz: Jonathan, hijo de Beria, yérguete sobre tus pies, abre los ojos, y descubre a quien te precipitó al pozo. Y, en el mismo instante, el muerto se levantó, abrió los ojos, miró a todos los allí presentes, y los reconoció, llamándolos por sus nombres. Sus padres lanzaron un grito y, muy gozosos, lo estrecharon entre sus brazos, y lo cubrieron de besos. Y lo interrogaron, diciéndole: Hijo mío, ¿qué te devolvió a la vida? Y él mostró con el dedo a Jesús, el cual le preguntó: ¿Quién fue el causante de tu pérdida? Y Jonathan repuso: No fuiste tú, señor, sino mi primo Saraka. Él fue quien, después de golpearme, me hizo caer al pozo. Entonces Jesús dijo: Oíd todos vosotros cómo el muerto acaba de dar testimonio de mí. Cuando tal vieron, los asistentes al prodigio exclamaron, acometidos de espanto: En verdad este niño es Dios e hijo del Padre, venido a la tierra. Y Jesús dijo: Juez inicuo, ¿crees ahora en mi testimonio y en mi inocencia? ¿Has visto cómo mis actos engañan las miradas, y cuál ha sido mi conducta junto al pozo? Mas el juez, en su confusión, no le respondió palabra.
13. Y el niño continuó con vida hasta el atardecer, tiempo bastante para que multitud de personas fuesen a comprobar el milagro hecho por Jesús, a cuyos pies se arrojaban todos, confesando sus pecados. Luego Jesús dijo al muchachito: Ea, duerme ya, y descansa, en espera de que el juez de todos los hombres venga a pautar las recompensas, y a imponer sus justos decretos. Y, cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, el niño reclinó su cabeza sobre el lecho, y quedó dormido. Ante cuyo espectáculo, todos fueron poseídos de pánico, y temieron a Jesús. Y, cuando éste quiso salir, se pusieron de hinojos ante él, y le suplicaron: ¡Devuelve la vida al muerto! Mas Jesús no consintió en ello, y les dijo: Injustamente, y a pesar de mi inocencia, quisisteis condenarme, mas mi justicia me ha librado de la muerte. Y, después de responderles así, desapareció de sus ojos. Y José, sacado de la prisión, volvió en silencio a su casa, y contó a María los prodigios realizados por su hijo. Y los padres del niño muerto fueron, deshechos en lágrimas, a buscar a Jesús, y, no encontrándolo, rogaron a José: ¿Dónde está tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro difunto? Mas José dijo: Lo ignoro.

DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA FUE AL PAÍS DE GALILEA YIO QUE HIZO JESÚS CON LOS NIÑOS DE LOS HEBREOS. UN MILAGRO.

XXIII.

1. Y José se levantó al despuntar el día, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la villa, caminaron en silencio. Y María preguntó a Jesús: Hijo mío, ¿por qué te has escondido así de esas gentes? Respondió Jesús: Madre mía, guarda silencio, y prosigue tu camino en paz. Yo haré siempre lo que convenga. Y permanecieron allí seis meses. Y Jesús circulaba por el territorio de la villa. E iba a sentarse cerca de los niños, en el lugar en que se reunían los niños, con los cuales mantenía largas conversaciones. Pero ellos no podían comprender lo que les decía.
2. Después, Jesús conducía a los niños al borde de un pozo, adonde toda la villa iba a buscar agua. Y, tomando de manos de los niños sus cántaros, los entrechocaba, o los rompía contra la piedra, y los echaba al pozo. Y los niños no se atrevían a volver a su casa, por temor al castigo de sus padres. Y Jesús, al verlos llorar, los llamaba a sí, y les decía: No lloréis, porque os devolverá vuestros cántaros. E, inclinándose sobre el pozo, daba órdenes al agua, y ésta sacaba los cántaros intactos a su superficie. Y cada uno de los niños recogía el suyo, y retornaban a sus hogares, y contaban a todos los milagros de Jesús.
3. Un día, Jesús llevó consigo a los niños, y los detuvo cerca de un gran árbol. Y Jesús mandó al árbol que bajase su ramaje, al cual subió, y sobre el cual se senté. Y mandó al árbol levantarse, y el árbol se elevó, dominando todo aquel paraje, y Jesús permaneció en él una hora. Y, como los niños le gritasen, diciéndole que mandase al árbol bajarse, para subir ellos asimismo, Jesús ordenó al árbol que inclinase sus ramas, y dijo a sus compañeros: Venid junto a mí. Y los niños subieron alegremente, y se colocaron en torno a Jesús. Y éste, después de haber esperado un poco, mandó al árbol bajarse otra vez. Y los niños descendieron con Jesús, y el árbol recobró su posición.
4. Y sucedió también que otro día que los niños se encontraban reunidos en cierto lugar, y Jesús estaba con ellos. Y había allá un muchacho de doce años, atacado, en toda su persona, de dolencias penosísimas. Leproso, epiléptico, mutilado en las extremidades de sus manos y de sus pies, había perdido la forma humana, no podía andar, y yacía a un lado del camino. Cuando Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: Niño, muéstrate a mí. Y el muchacho, despojándose de sus vestidos, quedó desnudo. Y Jesús ordenó a los niños que lo extendiesen por tierra, amasó polvo del suelo, lo esparció sobre el paciente, y dijo: Alarga tu mano, porque curado eres de todas tus enfermedades. Y, en el mismo instante, toda su piel dañada se separó de su cuerpo, sus tendones y las articulaciones de sus huesos se afirmaron, y su carne se volvió como la carne de un recién nacido, y fue limpio. Y se levantó, llorando, se precipitó a los pies de Jesús, y se prosternó ante él. Y Jesús le dijo: Ve en paz. Y marchó alegremente en dirección a su morada, Y, todos los que se hallaban con él, testigos del milagro que Jesús había hecho, quisieron verlo, mas no lo encontraron.

DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA FUE A LA VILLA DE EMMAÚS Y CÓMO JESÚS CURÓ A LOS ENFERMOS. MILAGROS OPERADOS POR ÉL.

XXIV.

1. En vista de lo ocurrido, María y José tomaron a Jesús durante la noche, marcharon a una aldea llamada Emmaús, donde decidieron residir. Y Jesús tenía diez años, y circulaba por la comarca. Y, un día, saliendo de su albergue, fue a otra aldea llamada Epathaíea o Ephaía. Y, en su ruta, encontró a un muchacho de quince años, cuya persona entera era una pura llaga. No podía servirse de sus pies, sino que marchaba arrastrándose, y, cuando alguien discurría por allí, imploraba su misericordia. Jesús lo vio de lejos, y pasó por frente a él. Y el leproso le dijo: ¡Niño, te ruego que me escuches! Por la salud de tus padres, dame una limosna, y Dios te recompensará tu beneficio. Jesús repuso: Soy pobre e indigente, como tú, y, además, hijo de un extranjero. ¿Cómo podría darte una limosna? El leproso replicó: No alegues falsos pretextos. Si te queda en reserva una monedita, un óbolo o un pedazo de pan, préstame algún pequeño socorro, que demuestre tu generosidad, pues bien veo a qué clase perteneces, aunque, por la edad, no seas más que un niño. Yo estimo, en efecto, que eres de elevado linaje, e hijo de un general de los ejércitos reales, probablemente. Porque tus rasgos te denuncian. No te ocultes de mí, que noto una presencia distinguida y una belleza extremada.
2. Preguntó Jesús: ¿A qué raza perteneces? El leproso respondió: A la raza de Israel y a la rama de Judá. Jesús añadió: ¿Tienes padre y madre? ¿Cuidan de ti? El leproso explicó: Mi padre ha muerto y mi madre es la que me sirve conforme al capricho suyo. Y Jesús dijo, extrañado: ¿Cómo así? Y el leproso repuso: Ya ves que estoy enfermo. Al oscurecer, mi madre viene, y me vuelve a la casa. Al día siguiente, me trae otra vez aquí. Los viandantes me hacen graciosamente limosnas, y, gracias a ellas, subsisto. Preguntó Jesús: ¿Por qué no te has presentado a los médicos, para que te curen? El respondió: Estoy imposibilitado por mi enfermedad, no podría hacerlo y mi madre apenas cuida de mí. Porque, desde que me dio a luz, he crecido entre muchos gemidos y dolores. Y, por la violencia y la atrocidad de mis males, los miembros de mi cuerpo se han relajado y desunido, los tendones de mis huesos se han consumido en la putrefacción, toda mi persona se ha cubierto de úlceras, como bien ves.
3. Y Jesús dijo: Conozco médicos que saben componer un remedio, que da la muerte y la vida. Si quieres aplicártelo, este remedio será tu curación. El leproso replicó: Desde mi infancia hasta hoy día, jamás he consultado con ningún médico, y jamás he oído decir que mi mal haya sido curado por un hombre. Mas Jesús insistió: ¿No te advertí que hay médicos hábiles, que traen de la muerte a la vida? Y el leproso dijo: ¿Y por cuál remedio puede un hombre curar semejante estrago? Jesús repuso: Por una simple palabra, y no por un remedio. Al oír esto, el joven quedó vivamente sorprendido, y exclamó: ¡He aquí cosas asombrosas! ¿Cómo un mal puede ser curado sin el auxilio de remedio alguno? Jesús dijo: Existen médicos que, de una ojeada tan sólo, distinguen las enfermedades mortales de las curables. El leproso insinuó: Y tú, que cuentas menos edad que yo, ¿de dónde has sacado tanta ciencia? Jesús repuso: De lecciones oídas y de mi saber propio. Y el leproso objetó: ¿Por ventura has visto con tus propios ojos que un hombre haya sido curado de tamaño mal?
4. Y Jesús replicó: Entiendo algo en este asunto, por ser hijo de médico. El leproso dijo: ¿Afirmas seriamente que entiendes en este asunto? Jesús dijo: Puedo curar todos los males por una simple palabra, cuyos efectos he visto, y que he aprendido de mi padre. El leproso interrogó: ¿De qué país es tu padre, y quién puede ponerme en comunicación con él? Contestó Jesús: Aquel a quien entregues los honorarios de tu curación, te presentará a mi padre, y éste te devolverá la salud. El leproso preguntó: ¿Cuáles son los honorarios que reclamas de mí? Respondió Jesús: Poca cosa: un sextario de monedas, en oro y en plata, piedras preciosas de bella agua y perlas finas de alto valor. El leproso, que tal oyó, se echó a reír con amargura, y dijo: ¡Por la vida del Señor, que ni he oído siquiera el nombre de esas cosas! Pero escucha. Tu edad es la de un niño, y todo te resulta cómodo, por ser hijo de padre noble y vástago de una casa principal. Yo, pobre como soy, no te parezco más que un objeto de irrisión y de burla. ¿De dónde me vendría esa opulencia de que me hablas? Y Jesús lo reprendió, diciendo: ¿Por qué te enojas así? Todo lo que te dije, fue por pura benevolencia.
5. Y el leproso declaró: Varias veces se me ha puesto a prueba. Y tú también ves perfectamente que no poseo nada excepto el vestido que me cubre, y el alimento diario, que Dios nos dispensa a mi madre y a mí. Jesús preguntó: Entonces, ¿cómo quieres curarte, teniendo las manos vacías? Respondió el leproso: Dios vendrá en mi ayuda. Jesús dijo: Bien sé que Dios puede hacer todo lo que le piden los que lo invocan con fe. Mas, con todo eso, ¿cómo curarte, puesto que eres pobre? El leproso dijo: Mucho me admira que gastes tantas palabras para abrumarme. Jesús indicó: Conozco un tanto las cosas de la ley. Y el leproso dijo: Si has leído a menudo los mandamientos de Dios, sabrás cómo debe tratarse a los pobres y los indigentes. Jesús completó: Hay que usar con ellos de amor y de misericordia. Y el leproso refrendó, con llanto en sus mejillas: Has hablado con verdad y con bondad. Compadécete, pues, de mí, y el que es dispensador de todos los bienes, te lo devolverá.

6. Cuando Jesús lo vio bañado en lágrimas, se enterneció, y le dijo: Sí, me compadezco de ti. Y, en el mismo instante, extendió su mano, y tomó la del leproso, diciendo: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz a tu casa. Y, tan pronto pronunció estas palabras Jesús, el leproso se levantó, e inclinándose, se prosternó ante él, y le dijo: Dios te trate amorosa y misericordiosamente, como tú me has tratado. Y Jesús repuso: Ve en paz, y no digas a nadie nada de lo que te hice. Y el leproso lo consultó, diciendo: Si alguien me pregunta quién me curó, ¿qué he de contestar? Jesús repuso: Que un niño, hijo de un médico, que pasaba por el camino, te vio, se compadeció de ti, y te devolvió la salud. Y el muchacho curado se prosternó de nuevo a los pies de Jesús, y volvió, gozoso, al lado de su madre.
7. Y, cuando su madre lo vio, lanzó un grito de júbilo, y le dijo: ¿Quién te ha curado? Y él dijo: Me ha curado, por una simple palabra, el hijo de un noble médico, que se encontró conmigo. Al oír estas palabras, la madre y todos los que estaban allí, se congregaron alrededor del muchacho, y le preguntaron: ¿Dónde está ese médico? Y él contestó: No lo sé, y, además, me ordenó que no descubriese a nadie la caridad que usó con mi persona. Y los que oían desde lejos el prodigio que había pasado, se admiraban, y decían: ¿Quién es ese niño, que posee tal don de ciencia, y que opera milagros tan insignes? Y muchos creyeron en su nombre. Y deseaban verlo, mas no podían, porque Jesús se había ocultado a sus ojos.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 11

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

Talvez no has leído aun:

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 10.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 9.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 8.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 7.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 6.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA FUE A LA VILLA DE TIBERÍADES Y APLICÓ A JESÚS AL OFICIO DE LA TINTORERÍA. MILAGROS QUE ALLÍ PASARON.

XXI.

1. Y José, levantándose al despuntar el día, tomó a Jesús y a su madre, y se dirigió a la villa de Tiberíades. Allí estableció provisionalmente su equipo a la puerta de un hombre llamado Israel, tintorero de profesión, y que había monopolizado en su taller todo lo que había que teñir en la villa. Y, viendo a su puerta a José, al niño Jesús y a su madre, se regocijó en grado sumo, y preguntó al primero: ¿De dónde vienes, anciano, y adónde vas? Y José respondió: Soy de una comarca lejana, y ando errante por doquiera, extranjero y desterrado.
2. Israel dijo: Si quieres vivir aquí, establécete en esta villa, y yo te acogeré en mi casa, donde harás lo que bien te parezca. José repuso: Cúmplase tu voluntad, y dispón a tu grado de mi persona. Israel lo interrogó: ¿Cómo subsistes de tu oficio? José contestó: Fácilmente, porque soy muy experto en el arte de construir arados y yugos de bueyes, y todo lo hago conforme a la conveniencia de cada cliente. Israel dijo: Quédate en mi casa, y no tendrás que sufrir de nadie importunidad alguna. Yo te respetaré como a un padre. Y, si quieres confiarme a tu pequeño, para que aprenda mi oficio, lo trataré con honra, como si fuese mi hijo legítimo. José dijo: Bien has hablado. Toma al niño, procede con él a tu albedrío, y oblígalo a acatar tus mandatos, porque hace tiempo que estoy vivamente contrariado al respecto suyo.
3. E Israel preguntóle: ¿Acaso no obedece con sumisión tus órdenes? Respondió José: No va la cosa por ahí. Es que ha comenzado el aprendizaje de varios oficios, y, por falta de perseverancia, no ha terminado ninguno. Israel dijo: ¿Qué edad tiene? José dijo: Nueve años y dos meses. Israel repuso: Está bien. Y, tomando al niño Jesús, entró con él en casa. Y, mostrándole por orden todo el detalle del taller, le advirtió: Mira bien todo esto, hijo mío, compréndelo, y lo que yo te indique, reténlo en la memoria. Y Jesús se prestaba a sus voluntades, y escuchaba con atención sus avisos.
4. Un día, Israel fue a hacer por la villa su recorrido profesional. Y recogió numerosas piezas de tejido, y aportándolo todo, con una lista, lo depositó en su taller. Y, llamando a Jesús, le manifestó: De todo lo que aquí ves, debemos, hijo mío, dar cuenta a sus respectivos propietarios. Vela con cuidado por todos los efectos que están en nuestra casa, no sea que nos sobrevenga algún accidente súbito, porque seríamos deudores del daño al tesoro real, al cual tendríamos que abonar cinco mil dineros, en concepto de multa. Jesús preguntó: ¿Dónde vas ahora? E Israel dijo: He aquí que yo he recogido todo lo que había para teñir en la villa. Te lo confío, pues voy a darme una vuelta por los pueblos y por las aldeas de los contornos, a fin de devolver cada cosa a su respectivo destinatario, y toda obra que se me dé a hacer, la haré. Jesús dijo: ¿Qué obra? E Israel repuso: La de teñir y colorear, a veces con dibujos de flores, en escarlata, verde, azul púrpura, amarillo, leonado, negro y otros matices variados, que no puedo detallarte en este momento.
5. Al oír esto, Jesús admiró el poder del espíritu humano, e interrogó a Israel: Maestro, ¿conoces por su nombre cada uno de esos colores? Respondióle Israel: Si, puedo retenerlos, con la ayuda de una lista escrita. Y Jesús añadió: Te ruego, maestro, que me enseñes a hacer todo eso. Israel dijo: Sí, te lo enseñaré, si obedeces con sumisión mis órdenes. Y Jesús, inclinándose, se prosternó ante él, y le dijo: Maestro, me prestaré a tus voluntades, pero antes, muéstrame esa obra, para que la vea. Israel dijo: Bien hablado, pero no hagas por ti mismo nada que no conozcas, y aguarda a que yo esté de regreso. No abras la puerta de la casa, que dejé cerrada y sellada con mi anillo. Permanece firme en tu puesto y no sufras inquietud. Preguntó Jesús: ¿Para qué día esperaré tu retorno? Israel repuso: ¿Qué necesidad tienes de interrogarme sobre ello, puesto que mi trabajo seguirá su curso cotidiano, conforme a la voluntad del Seños? Jesús dijo: Ve en paz. Entonces Israel se alejó de la villa.

6. Y Jesús, levantándose, fue a abrir la puerta de la casa. Y tomó todo el tejido para teñir de la villa, y llenó con él una tina de tintura azul. Y calentó la tina, abrió otra vez la puerta de la casa y, según su costumbre, marchó al lugar en que jugaban los niños.
7. Y, poniéndose a luchar con ellos, les descoyuntaba el sitio del encaje del muslo, y el nervio del tendón se contraía, y los niños caían de bruces a tierra, y cojeaban de sus ancas. Después, les imponía las manos, y les restituía su posición erecta y la soltura de sus piernas. Otras veces, soplaba sobre el rostro de los niños, y los cegaba. Luego, les imponía las manos, y devolvía la luz a sus ojos. O bien, tomaba un trozo de madera, y lo echaba en medio de los niños. Y el trozo se trocaba en serpiente, y los ponía en fuga a todos. Y, a los que habían sido mordidos por el reptil, Jesús les imponía las manos, y los curaba. E introducía su dedo en las orejas de los niños, y los tornaba sordos. A poco, soplaba sobre ellos, y restablecía su oído. Y tomaba una piedra, le echaba el aliento por encima, y la tornaba ardiente como fuego. Y la arrojaba ante los niños, y la piedra abrasaba el polvo, dejándolo como un zarzal desecado. En seguida se apoderaba otra vez de la piedra, y ésta, transformándose, volvía a su primer estado.
8. Y llevaba a los niños a orillas del mar, y allí, cogía una pelota y una cayada, avanzaba, marchando erguido con sus juguetes, sobre las olas, como sobre la superficie de un agua congelada. Y, ante este espectáculo, todos los niños lanzaban gritos, y exclamaban: ¡Ved lo que hace el pequeño Jesús sobre las olas del mar! Y, al oír esto, el pueblo de la ciudad iba a la playa, y miraba aquel prodigio con estupefacción.
9. Empero José, que tal supo, sobrevino y reprendió a Jesús, diciendo: Hijo mío, ¿qué es lo que haces? He aquí que tu maestro ha reunido en su casa toda clase de objetos, cuya guarda te ha confiado, y tú no tienes cuidado de ellos, y vienes a este lugar para divertirte. Te ruego que vuelvas a casa de tu maestro sin demora. Y Jesús repuso: Bien hablas, sin duda. Pero es el caso que yo he realizado y concluido mi tarea. Lo que mi maestro me prescribió hacer, lo hice, y, por el momento, sólo espero su retorno, contando con que vendrá a ver el producto de mi arte, que le enseñaré. Pero a ti, ¿en qué te conciernen estas cosas? Y, al oír estas palabras, José no comprendió lo que decía su hijo.
10. Y cuando Jesús llegó cerca de su madre, María le preguntó: Hijo mío, ¿has terminado lo que te mandó hacer tu maestro? Y Jesús respondió: Lo acabé, y nada falta. ¿Qué quieres de mí? María contestó: Noto que hace tres días que no has pasado por la casa, para cuidar del taller. ¿Por qué nos expones a un riesgo mortal? Jesús replicó: Deja de hablar así. He estudiado todos los preceptos que me dio el maestro, y sé lo que me compete y lo que me cumple en toda ocasión. Y María dijo: Está bien. Tú eres dueño y juez de tus actos.

11. Y, mientras así hablaban, Jesús, habiendo mirado hacia fuera, vio a su amo, que llegaba. Y, levantándose, fue a su encuentro, y se inclinó y se prosternó ante él, que le preguntó: ¿Cómo estás, hijo mío? Respondió Jesús: Estoy bien. Después, interrogó a su vez al maestro, diciéndole: ¿Cómo te ha ido en tu viaje? Israel contestó: Como el Señor lo ha querido. Jesús añadió: Celebro que hayas vuelto en la prosperidad y en la paz. Dios recompensa tus trabajos en la medida de lo que has hecho por mí. Porque yo he aprendido a fondo tu arte, y he estudiado, y poseo todos los preceptos que me has dado. Por ende, todo el trabajo que pensabas hacer lo he comprendido, y lo he acabado. Israel murmuró: ¿Qué trabajo? Y Jesús repuso: El que me has enseñado, y yo he cumplido.
12. Pero Israel no comprendió el sentido de las palabras de Jesús. Y cuando fue hacia la puerta advirtió que la cerradura y el sello estaban abiertos. Y, muy agitado, penetró en el interior, inspeccionó los rincones del taller, y no vio nada. Y, lanzando un grito, preguntó: ¿Dónde está el tejido para teñir que había reunido aquí yo? Respondió Jesús: ¿No te dije, cuando fui a tu encuentro, que había acabado todo el trabajo que pensabas hacer? Israel exclamó: ¡Bonito trabajo el que acabaste, acumulando, en una cubeta llena de azul, todo el tejido para teñir de la ciudad! Jesús repuso: ¿Y qué mal te he causado, para que así te pongas furioso contra mí, que te he librado de una multitud de cuidados y de labores? E Israel dijo: ¿Y el reposo que me procuras es ocasionarme este grave daño, esta pérdida y multas que pagar? ¡Razón tenía el viejo al advertirme que no conseguiría reducirte a la obediencia! ¿Qué haré de ti, puesto que me has causado un perjuicio tal, que no es mío solo, sino de la ciudad entera? ¡Ay, qué desgracia tan grande ha caído sobre mí!
13. Y lloraba, y se golpeaba el pecho. Después, preguntó a Jesús: ¿Por qué has atraído sobre mi casa tamaño desastre? Y Jesús dijo: A mi vez te pregunto por qué estás tan furioso. ¿Qué pérdida he producido en tu casa, supuesto que he escuchado con inteligencia tus explicaciones, comprendido la lección recibida, aprendido todo lo que me has enseñado, y yo soy capaz de hacer? E Israel objetó: ¿No te advertí que no hicieses por ti mismo nada de lo que no supieses hacer? Jesús dijo: ¡Maestro, mira y ve! ¿Qué desdicha notable he traído sobre tu hacienda e industria? Respondió Israel: ¡Bueno está eso! ¿Es que podré justificar el color y la tintura que mis clientes me exigen? Mas Jesús insistió: Cuando volviste en paz de tu excursión, y entraste en tu taller, ¿has encontrado que faltase algo? Israel repuso: Y eso ¿qué tiene que ver con lo que digo? Yo lo que te pregunto es qué haré, si cada parroquiano me reclama la obra particular que me encomendó. Dijo Jesús: Trae a mi presencia a los propietarios de estos objetos, y les daré el color especial que cada cual desee. E Israel objetó: ¿Cómo podrás reconocer todos los efectos de cada uno? Y Jesús replicó: Maestro, ¿qué colores variados quieres que haga aparecer en esta cubeta única?
14. Israel, que tal oyó, se amohinó en extremo ante las palabras de Jesús, y creyó que éste se mofaba de él. Mas Jesús dijo: ¡Mira y ve! Y se puso a retirar de la cubeta el tejido para teñir, brillante e iluminado de hermosos colores de matices diversos. Mas Israel, al ver lo que hacía Jesús, no comprendió el prodigio que había operado. Y llamó a María y a José, a quienes dijo: ¿Ignoráis que vuestro hijo ha producido en mi taller una avería irreparable? ¿Qué os hice yo, para que el niño Jesús me pague así? Trataros como un padre, con honra y con grande afecto. Y he aquí ahora que soy deudor al tesoro real de una multa de cinco mil denarios. Y lloraba, y se golpeaba el pecho. Y María dijo a Jesús: ¿Qué has hecho, para ocasionar en esta villa semejante destrozo? ¡Reducirte a ti mismo a esclavitud, y ponernos a nosotros en peligro de muerte! Jesús dijo: ¿Qué mal os he causado, para que os conectéis todos contra mí, y me condenéis injustamente? Venid y ved el trabajo que llevé a cabo. Y María y José fueron a ver las cosas que había hecho, y, oyéndolo hablar, abrían los ojos con asombro.
15. Mas Israel no comprendió el prodigio. Y rechinaba los dientes con rabia, y, gruñendo como una bestia feroz, quiso pegar a Jesús, que le dijo: ¿Por qué estás lleno de tamaña furia? ¿Qué encuentras que sea digno de tachar en mí? Empero Israel, tomando un celemín, se precipitó contra Jesús. Viendo lo cual, éste huyó, e Israel lanzó sobre él el celemín, que no pudo alcanzarlo, y que se estrelló en el suelo. Y, en el mismo instante, el celemín echó raíces en tierra, se convirtió en un árbol (que existe todavía hoy), floreció, y dio fruto. Y Jesús, habiendo escapado, franqueó la puerta de la villa, y, en su carrera, llegó al mar. Y marchó sobre sus aguas, como sobre terreno firme.

16. E Israel, gritando por toda la villa, clamaba a gran voz: Consideradme y compadecedme, porque el niño Jesús ha huido, llevando consigo cuanto había en mi taller. Perseguidlo y capturadlo. Y él mismo siguió a la multitud. Y, apostándose en los desfiladeros de los caminos, buscaron al niño Jesús, mas no lo encontraron. Y algunas personas dieron a Israel la siguiente información: Cuando atravesó la puerta de la villa, lo vimos avanzar hacia el mar. Pero no sabemos lo que ha sido de él. Entonces aquel tropel de gente se dirigió a la ribera. Y, no hallando a nadie, volvieron sobre sus pasos. Y, cuando regresaban, Jesús había salido del mar, y estaba sentado sobre una peña, bajo la figura de un niño pequeñito. Y las gentes lo interrogaron, diciendo: Muchacho, ¿sabes por dónde anda el hijo del viejo? Jesús repuso: No lo sé. Tomó en seguida la forma de un joven, y se le preguntó: ¿Has tropezado por ahí con el hijo del anciano extranjero? Jesús respondió: No. Después adquirió el aspecto de un viejo, y le dijeron: ¿Has visto al hijo de José? Y Jesús contestó: No lo he visto.
17. No dando con Jesús, regresaron a la villa, y, apoderándose de José, lo condujeron al tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo, que nos ha engañado, y que se ha escondido de nosotros, llevando consigo nuestros efectos, que retenía el hombre que lo había tomado de aprendiz? Mas José permaneció silencioso, y no murmuró palabra alguna.
18. E Israel tomó tristemente a su taller. Y quiso recoger el celemín en el sitio a que lo había lanzado. Y, cuando vio que había tomado raíz, llenándose de fruto, se maravilló en sumo grado, y se dijo entre sí: ¡Verdaderamente, éste es el Hijo de Dios, o algo semejante! Y penetró en su casa, y encontró todos los efectos preparados para teñir reunidos en la cubeta, que estaba llena de color azul. Y, al sacarlos, notó, estupefacto, que nada faltaba en cuenta, y, sobre cada uno de aquellos efectos, halló el nombre marcado, en signos y en letras, y todos tenían respectivamente el tinte y el brillo con que sus propietarios le habían mandado que los tiñese. Y, a la vista de prodigio tamaño, alabó y glorificó a Dios. En seguida, levantándose aquella misma noche, fue a sentarse a orillas del mar, frente a las rocas, y lloró con amargura, durante la noche entera. Y, entre golpes de pecho, suspiros y lamentaciones, exclamaba: Niño Jesús, hijo del gran rey tu Padre, ten piedad de mí, miserable que soy, y no me abandones. Porque, si pequé contra ti, ha sido por efecto de mi ignorancia, y por no haber comprendido de antemano que eras el Dios salvador de nuestras almas. Ahora, Señor, manifiéstate a mí, porque mi alma desea oír las palabras de tu boca.
19. Y, en el mismo instante, Jesús le apareció, y le dijo: Maestro, ¿por qué no has dejado de quejarte y de gemir, durante la noche entera? E Israel repuso: Señor, compadécete de tu ignorante siervo, escucha mis plegarias, perdóname todos los pecados que he cometido contra ti por torpeza, y bendíceme. Y Jesús exclamó: Bendito seas, tú y todo lo que hay en tu casa. Tu fe te ha hecho salvo, y tus pecados te son perdonados. Ve en paz, y que el Señor permanezca contigo. Dicho esto, Jesús desapareció.
20. E Israel se prosternó en el suelo, y tomando de él polvo, lo esparció por su cabeza. Y se golpeaba el pecho con una piedra, y no sabía qué partido tomar. Y volvió a su casa, y, al día siguiente por la mañana, salió de ella, se dirigió a la plaza pública, y dijo a las gentes allí reunidas: Oíd todos la sorpresa que se ha apoderado de mí, y los milagros que Jesús ha hecho en mi casa. Y todos clamaron a una: Cuéntanos eso. E Israel expuso: Un día, estando en mi casa, hallé a un viejo canoso sentado a mi puerta, y acompañado de un niño y de su madre. Y los interrogué, y él me descubrió su pensamiento, diciéndome que quería fijar su residencia aquí. Y lo recibí, y lo traté con honra, en mi hogar, y tomé a su hijo por aprendiz en mi taller. Y había acopiado en éste el tejido para teñir de toda la villa. Y, cerrando la puerta, la sellé, y encomendé al niño la comisión de quedar como guardián de todo hasta mi regreso, porque, según mi costumbre, iba a buscar por los alrededores tejido para teñir. Y, al volver, encontré la puerta de mi morada abierta, y el tejido colocado en una tina de tintura azul. A cuya vista, monté violentamente en cólera, y, tomando un celemín, lo arrojé, furioso, contra Jesús, para castigar su fechoría. Pero el celemín no alcanzó al niño, sino que cayó a tierra, e inmediatamente, tomó raíz y se llenó de fruto. Y, ante tal espectáculo, salí con premura, fui en busca del niño, y no lo encontré. Y retorne a mi casa, y vi, en la tina de tintura azul, tejidos de diferentes colores. Venid a ser testigos de esta maravilla.

21. Y el juez de la villa y todos los notables, en gran número, fueron a presenciar prodigio tamaño. Y hallaron todo el tejido para teñir reunido en la tina. Y, mientras Isarel los iba sacando, ellos leían la lista de los nombres y comprobaban el color correspondiente a cada uno. Y él entonces tomaba el color pedido, y lo mostraba a todos en su específica brillantez. Y se decían los unos a los otros: ¿Quién ha visto jamás salir de una misma tina esta variedad de resplandecientes tinturas? Y de esta suerte, tomando cada cual sus efectos, volvieron a sus casas, y dijeron: En verdad, esto es un milagro de Jesús y una obra divina, no una obra humana. Y muchos creyeron en su nombre.
22. Luego Israel les mostró el celemín convertido en árbol arraigado y fructificado. Y, a su vista, algunos confesaron: No hay duda sino que ese niño es el hijo de Dios. Y el juez ordenó que sacasen a José de la prisión, y que se lo trajesen. Y, cuando llegó, le interrogó diciendo: Anciano, ¿dónde está ese niño, por quien se cumplen estos prodigios y estos beneficios? José repuso: ¡Por la vida del Señor! Dios me ha dado este hijo, no según la carne, sino según el espíritu. Y la multitud exclamo: ¡Bienaventurados sus padres, que han obtenido este fruto de bendición! Y José regresó en silencio a su casa, y refirió a María los milagros de Jesús, de que había oído hablar, y que había visto. Y María dijo: ¿Qué va a ser de nuestro Jesús, por cuya causa tenemos que soportar tantas cuitas? Mas José respondió: No te aflijas, que Dios proveerá, conforme a su voluntad suprema. Y, cuando pronunciaba estas palabras, sobrevino Israel, y, puesto de hinojos ante José y María, les pidió el perdón de sus faltas. Y José le dijo: Ve en paz, y que el Señor te guíe hacia el bien. Empero José y María, desconfiando del juez y de todos los demás, cerraron la puerta de su casa, y permanecieron en observación hasta la mañana siguiente.

Pensando en voz alta

Qué bien sonreír a quienes nos rodean, a la naturaleza y a la vida; pero también hay que sonreírnos a nosotros mismos. Eso es autoestima.
Fdo. qdquasar

martes, 29 de septiembre de 2015

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 10

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

Talvez no has leído aun:

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 9.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 8.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 7.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 6.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 5.


Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

16. Cuanto a Jesús, andaba siempre yendo y viniendo por los lugares que frecuentaban sus amigos infantiles. Y éstos lo saludaban con mucho afecto, y se apresuraban a cumplir cuanto él les mandaba.
17. Y, un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría la ciudad silenciosamente y a escondidas, para que nadie lo viese. Y he aquí que un muchachuelo, que lo divisó y lo reconoció, lo sorprendió por la espalda, y agarrándolo, y zarandeándolo, se puso a gritar: Mirad todos, y ved al niño Jesús, al hijo del viejo, al que hace tantos milagros y tantos prodigios. Inmediatamente fue asaltado por el demonio, y cayó sin sentido al suelo. Y Jesús desapareció, y él se vio tan maltratado por los malos espíritus, que yació en tierra como muerto, durante tres horas. Y sobrevinieron sus padres, llenos de susto y deshechos en lágrimas. Y lo levantaron, y discurrieron por toda la población en busca de Jesús, mas no lo hallaron. Entonces fueron, llorando, al encuentro del viejo José, para rogarle que Jesús librase a su hijo de los malos espíritus. Y, cuando Jesús conoció su pensamiento, y supo que el niño clamaba también por su propio alivio, se presentó a éste aquel mismo día, de súbito. Y el niño, cayendo a los pies de Jesús, le pidió el perdón de sus faltas. Y Jesús le puso la mano sobre la cabeza y lo curó.
18. Y, días más tarde, Jesús, saliendo, se fue, como solía, al lugar en que los niños se reunían para jugar. Y, al verlo, todos lo acogieron con mucha alegría, y lo recibieron con gran honor. Jesús les preguntó: ¿Qué habéis deliberado y decidido que hagamos hoy? Respondieron los niños: Pondremos como jefes nuestros a ti y a Zenón, el hijo del rey. Nos dividiremos en dos campos, y uno de los bandos será tuyo, y del hijo del rey el otro. E iremos a jugar a la pelota, y veremos cuál de los dos equipos triunfa en la contienda. Jesús dijo: Bien pensado. Y todos, de una y de otra parte, se pusieron de común acuerdo.
19. Y, en aquel paraje, había una vieja torre muy grande y de muros muy elevados, delante de la cual se citaban siempre los niños de la ciudad para verificar sus juegos. Y Jesús dijo a Zenón: ¿Qué te propones hacer ahora? Lo dejo a tu albedrío. Zenón repuso: Dividámonos, de nuevo, y de común acuerdo, menores y mozalbetes, en dos campos, y luego iremos juntos a jugar a la pelota. Jesús dijo: Haz como gustes. Y Zenón, congregando a sus compañeros, los repartió en dos grupos, que avanzaron para lanzar la pelota. Y Zenón, que tenía el primer turno, lanzó la pelota con tal brío, que, remontándola a enorme altura, la hizo caer sobre la torre, a la que era muy difícil subir y bajar. Mas, queriendo recuperar la pelota, emprendió el penoso ascenso, y Saúl, hijo del aristócrata Zacarías, se lanzó en pos suyo. Y, tomando la cesta del juego con sus dos manos, le asestó por detrás un golpe en la nuca. Y Zenón cayó a tierra, desde todo lo alto de la torre, y murió. Y Zacarías escapó con todos los muchachos que había allí, y Jesús se ocultó a sus miradas, y desapareció también.
20. Entonces, un gran clamor se elevó en la ciudad, y por todas partes se propalaba que los niños habían matado al hijo del rey, que con ellos jugaba. Al oír esto, todos los habitantes se reunieron, y se dirigieron a la torre. Y el rey, los príncipes, los grandes, los jefes, los dignatarios, los oficiales del ejército, el ejército entero, los parientes, los amigos, los esclavos, los siervos, hombres, mujeres, íntimos, familiares y extranjeros, todos los que sabían la noticia, se apresuraron a ir a la torre, llorando y dándose golpes de pecho. Y, con gran duelo, se lamentaban sobre el niño, que tenía nueve años y tres meses.

21. Después de pasar tres horas en llantos y en gemidos, el rey y su séquito abrieron una información, y se interrogaban los unos a los otros, a fin de saber quién había cometido el criminal atentado. Y todos dijeron a una: Nadie sabe lo que ha ocurrido más que los niños que en este sitio se hallaban jugando. Entonces el rey ordenó que se levantase el cadáver de su hijo, y que se lo llevase al palacio. Y mandó juntar a todos los niños de la ciudad, desde el mayor hasta el menor, y los llevaron a su presencia. Cuando hubieron llegado, el rey comenzó por dirigirles palabras bondadosas, y les dijo: Hijos míos, declarad quién de entre vosotros ha causado esta desgracia. Sé que no habéis obrado adrede, y que esto ha ocurrido muy a vuestro pesar, y quizá sin vuestra noticia: Los niños respondieron unánimes: ¡Oh rey, la razón te asiste! Pero ¿quién de entre nosotros hubiera osado cometer esa acción homicida de matar al hijo del rey, entregándose él mismo a la perdición y a una muerte inevitable? El rey repuso: Os dije que escucharíais de mí frases benévolas. Pero ahora os repito que procuréis no exasperarme, y no encender en mi corazón la furia. Por el momento nada tenéis que temer. Pero descubridme la verdad. ¿Quién es el autor del golpe que ha hecho perecer a mi hijo con una muerte cruel y prematura? Si alguno me lo manifiesta, lo haré compañero de mi trono, lo asociaré a mi grandeza, y a sus padres les daré poder y rango. Los niños dijeron: ¡Oh rey, justo es tu mandato! Pero a la pregunta que nos haces, contestamos, con toda veracidad, que ignoramos cuál de nosotros es el autor del hecho. No tenéis más que dos salidas ante vosotros, y, si espontáneamente preferís la vida a la muerte, evitaréis perder la primera en vuestra tierna edad. Temed los tormentos y las sevicias que estoy decidido a ejercer sobre vosotros y sobre vuestros padres. Descubridme la verdad sin ambages, y así escaparéis a una muerte cierta. Y ellos contestaron: Henos aquí delante de ti. Lo que hayas de hacer, hazlo presto.
22. Entonces el rey hizo que se llevase a los niños a la puerta del palacio, y que se colocasen entre ellos cantidades muy crecidas de oro y de plata. Y ordenó al jefe de los verdugos que agarrase una espada de acero, y que la hiciese brillar sobre la cabeza de los niños que se acercasen a tomar su parte del tesoro. Y, luego que todos los niños, uno a uno, fueron recogiendo su parte valientemente, y se retiraron sin miedo alguno, se aproximó el matador del hijo del rey. Y, cuando vio relucir la espada en la mano del verdugo, le entró repentino temor y temblor. Y, en el espanto que el arma le producía, no pudiendo sostenerse ya sobre sus piernas, cayó al suelo de bruces. Y le preguntaron: ¿Por qué temes y tiemblas? El niño repuso: Dejadme un instante, para que me recobre, y recupere mis ánimos. Consintieron en ello, y lo interrogaron de nuevo: ¿Te causa pavor la vista de esta espada? Y él asintió, diciendo: Sí, me atemoriza mucho que me hagáis morir. Y el monarca indicó al verdugo: Mete tu espada en la vaina, para no provocar pánico en el niño. Y éste después de un intervalo de una hora, se levantó, y dijo: ¡Oh rey!, yo sabía quién es el asesino de tu hijo, pero sentía escrúpulo de darte su nombre. El rey replicó: Dámelo, hijo mío, que vale más que perezca el que es digno de muerte que no un inocente. Y el niño dijo: ¡Oh rey, tu hijo ha sido muerto por el niño Jesús, el hijo del viejo! El rey, que tal oyó, quedó estupefacto, y mandó que se requiriese a Jesús, y que se lo intimase a comparecer ante él. Mas no se encontró a Jesús, sino sólo a José, a quien se detuvo, y se lo llevó al tribunal. Y, habiéndose inclinado, y prosternado delante del rey, éste le dijo: ¡Bien me has tratado hoy, anciano, en pago de los beneficios que te he hecho! ¡Por duplicado acabas de pagarme mi benévola acogida! José repuso: ¡Oh rey, te ruego que no creas en toda vana palabra que a tus oídos llegue! No te irrites contra mí, a pesar de mi inocencia, ni a la ligera y temerariamente me juzgues, pues no soy responsable de la sangre de tu hijo. El rey replicó: Ya conocía yo tu espíritu de independencia y el natural indómito del niño Jesús. Viniste aquí a tomar órdenes de acuerdo con tus preparativos, y yo ejecuté cuanto fue de tu gusto. José suplicó de nuevo: Te repito, oh rey, que no des crédito a mentirosas especies, ni me hagas reproches sin testigos en su apoyo, porque no entiendo nada de lo que me hablas. El rey cortó el diálogo exclamando: ¿Dónde está tu hijo, para que yo lo vea? José juró, diciendo: Por la vida del Señor, ignoro dónde está mi hijo. Y el rey exclamó: ¡Muy bien! ¡Primero se comete el homicidio, y después se busca la impunidad en la fuga! Y ordenó que se guardase estrechamente a José, y dijo a los suyos: Id a recorrer toda la ciudad, hasta que encontréis al niño Jesús; arrestadlo, y conducidlo aquí bien custodiado. Y discurrieron por todas las calles y por todas las afueras de la población, en busca de Jesús, mas no lo hallaron, y volvieron a comunicar al rey el resultado negativo de su pesquisición. Y el rey dijo a sus grandes: ¿Qué haremos de ese viejo? Porque ha facilitado la huida de la madre y del hijo, y no se da con el paradero de este último. Los príncipes manifestaron: Manda que ante nosotros comparezca el viejo, y sometámoslo a otro interrogatorio, puesto que él sabe dónde están el hijo y su madre. Y el rey dijo: Tenéis razón. No llevaré a mí la tumba, ni probaré bocado, ni beberé, ni dormiré, antes de que la sangre de ese niño no haya compensado la del mío.
23. Y, cuando hablaba de esta suerte, y deliberaba con respecto a José, preguntándose a sí mismo con qué género de muerte lo haría perecer, he aquí que el mismo Jesús en persona vino a presentársele, e, inclinándose, se prosternó ante él. Y el rey clamó, furioso: A tiempo llegas, niño Jesús, verdugo y matador de mi hijo. Mas Jesús repuso: ¿Por qué, oh rey, estás tan enojado? ¿Por qué tu corazón parece henchido de turbación, de cólera y de furia? ¿Por qué me muestras un semblante tan descompuesto? No emplees conmigo un lenguaje tan injusto: que no es digno de reyes, y de monarcas poderosos, condenar a alguien sin testigos de cargo. El rey replicó: Si te declaro digno de muerte, es sobre la fe de numerosos testigos. Jesús opuso: No basta. Ante todo, infórmate, interroga, razona, y luego juzga en verdad y en derecho. Y, si soy digno de muerte, haz lo que los jueces con poder legítimo hacen en estos casos. Pero el rey contestó: No nos aturdas con vanos discursos, y dinos claramente lo que ha causado la pérdida de mi hijo. Jesús redarguyó: Si crees en mi palabra, y, si aceptas el testimonio que enuncio, sabe que soy inocente de ese hecho. Pero, si quieres condenarme ligeramente y con temeridad, llama a tu testigo, y ponlo en mi presencia, para que yo lo vea. El rey dijo: Tienes razón. Y, acto seguido, hizo comparecer al matador de su hijo, a quien preguntó: Niño, ¿depones contra Jesús? El culpable respondió: Sí, depongo formalmente contra él. Escúchame y te lo revelaré todo. Pero permíteme hablar ante ti libremente. El rey dijo: Habla: Y el culpable se enfrentó con Jesús, diciéndole: ¿No te vi ayer en el juego de pelota? Tú tenías la cesta en la mano; tú subiste con Zenón a lo alto del muro, para recoger la pelota; tú le descargaste a dos manos un golpe por detrás de la nuca; tú lo mataste, precipitándolo a tierra; y tú huiste de allí en seguida. Jesús repuso: Está bien. Y, al oír esto, el rey, los príncipes, los grandes, que estaban con él, y todo el resto de la multitud popular, dijeron: ¿Qué tienes que responder a esta acusación? Contestando a la pregunta con otra, Jesús dijo: Y, en vuestra ley, ¿qué hay escrito a este propósito? Y todos clamaron a una: En nuestra ley está escrito: El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada. Y Jesús asintió, diciendo: Tenéis razón.
24. Entonces el rey dijo: Indica cómo debo tratarte y con qué género de muerte te haré perecer. Y Jesús dijo: Siendo, como eres, juez de todos, ¿por qué me pides eso a mí? El rey contestó: Sí, lo sé muy bien, puesto que puedo hacer lo que me plazca. Mas yo exijo que se me descubra la verdad, para juzgar con rectitud, a fin de no ser yo mismo juzgado. Jesús insinuó: Si quieres interrogarme sobre el hecho, dentro de las formas legales, emitirás un juicio inicuo, sin saberlo. El rey exclamó: ¿Cómo así? Jesús dijo: ¿Ignoras que todo hombre que ha perpetrado un crimen jura en falso, por temor a la muerte? Y los que, bajo juramento, atestiguan y deponen los unos por los otros, saben muy bien quién es el culpable. El rey arguyó: Si el culpable no eres tú, ¿por qué respondes siempre con un aluvión de palabras, declarándote inocente, y desmintiendo a los demás? Y Jesús declaró: Yo también sé algo acerca de la causa de este crimen. Pero todo el que ha cometido una maldad, se apresura a protestar que no es digno de muerte. Y el rey replicó: No entiendo lo que dices. Si quieres que crea en la verdad de tus palabras, preséntame un testigo que responda de ti, y serás absuelto. Y Jesús observó: ¡Si ellos hablasen con sinceridad! Ninguno de ellos ignora y cualquiera puede, por ende, atestiguar, que soy inocente. El rey repuso: A ellos, y no a ti, corresponde rendir ese testimonio. Jesús replicó: Su testimonio es falso y perjuro, porque son amigos los unos de los otros, y yo soy un extranjero transeúnte y desconocido en la ciudad. ¿Dónde hallaré el amigo benévolo que examine mi causa con equidad, y que piense en hacerme justicia?
25. Y el rey dijo: Me atacas y contradices sin descanso, cabalmente en momentos de tribulación, en que no puedo más que llorar, lamentarme y darme golpes de pecho. Respondió Jesús: ¿Y qué quieres que haga? Heme aquí traicionado por numerosos testigos, y puesto en tus manos. Haz lo que hayas resuelto hacer de mí. El rey dijo: ¿Por qué sigues enfrentado conmigo? Yo sólo te pido que me expliques la exacta verdad, y sólo quiero oír de tu boca la razón de que me hayas devuelto con tamaño mal la benevolencia que usé contigo. Y Jesús dijo: Si te decides a abrir una información seria, y enterarte a fondo de las cosas, tu juicio será verdaderamente justo. Mas el rey interrumpió: ¿De quién es el juicio justo? ¿Del que tiene un testimonio en su apoyo o del que no lo tiene? Respondió Jesús: Del que tiene un testimonio sincero, y sobre él juzga. Y el rey observó: Y cuando alguien depone en favor suyo, ¿puede juzgárselo, sí o no? Jesús dijo: No. Y el rey añadió: Entonces, ¿por qué, deponiendo en tu propia causa, pretendes ser inocente? Jesús replicó: ¡Oh rey, si reclamas de mí un testimonio, opónme otro de la parte adversa, único modo de que se compruebe quién es el bueno, y quién el perverso! El rey contradijo, diciendo: La ley ordena a los jueces no juzgar a nadie más que sobre testimonio. Trae aquí tu testigo, como todos hacen, y te creeré. Y Gamaliel, que estaba presente allí, tomó la palabra, y exclamó: ¡Oh rey, te suplico que me escuches! En verdad, este niño es inocente. No lo condenes por las apariencias, con menosprecio de la justicia.

26. Y toda la multitud clamó a gran voz: Ha sido discípulo tuyo. He aquí por qué hablas de él en esos términos. Y de nuevo el rey dijo a Jesús: ¿Qué sentencia debo pronunciar contra ti con justicia? ¿A qué suplicios te entregaré? ¿Con qué muerte te haré perecer? Jesús contestó: ¿Por qué quieres intimidarme con semejantes amenazas? ¿Qué te propones, repitiéndome siempre lo mismo? ¿Y qué he de alegar en descargo de mi persona? Si me juzgas conforme al uso legal, quedarás exento de toda falta. Pero, si me entregas a la muerte de un modo arbitrario y tiránico, sin curarte de los procedimientos de derecho, caerá sobre ti el terrible juicio de Dios. Y el rey dijo: Varias veces te he perdonado con paciencia. Pero tú no sientes ningún temor de mí, ni te espantan en modo alguno mis amenazas, ni te haces cargo de la inmensa tristeza que me abruma. Respóndeme dándome un testimonio y escaparas a la muerte. Jesús le respondió: Dime lo que debo hacer, y lo haré. El rey repuso: Ahora me apiado de ti, considerando tu tierna edad, y me inspiras respeto, porque eres hijo de una gran familia. Pero, de otra parte, no puedo soportar el dolor de la desgracia recaída sobre mi hijo. Descúbreme, pues, al verdadero culpable, seas tú o sea otro. Y Jesús contestó: Me he esforzado en vano en convencerte, puesto que no has dado crédito a mis palabras. Y, aunque sé quién es el que merece la muerte, me he limitado a dar testimonio de mí mismo, con exclusión de testimonio ajeno. Mas, ya que tanto insistes en que te presente un testigo, voy a presentártelo. Llévame a la habitación en que yace tu hijo.
27. Y, una vez ante el cadáver, Jesús clamó a gran voz: Zenón, abre los ojos, y ve cuál es el niño que te ha matado. Y súbitamente, como si hubiese sido sacado de su sueño, Zenón se despertó e incorporó. Y, con una mirada circular, contemplaba a todo el mundo, y se admiraba de la multitud de pueblo, que se hallaba allí. A cuya vista, todos, padres y parientes, hombres y mujeres, grandes y chicos, lanzaron un grito, y, con lágrimas y transportes de júbilo, lo abrazaban y lo besaban, preguntándole: Hijo, ¿qué te ha sucedido, y cómo te encuentras? El niño respondió: Me encuentro bien. Y Jesús, a su vez, lo interrogó en esta guisa: Dinos quién ha causado tu muerte violenta. Zenón respondió: Señor, no eres tú el responsable de mi sangre, sino Apión, el hijo del noble Zacarías. Él fue quien, con su cesta, me asestó un golpe por detrás, y me hizo caer a tierra desde aquella altura. Al oír esto, el rey y toda la multitud del pueblo, fueron agitados por un vivo terror, y todos, llenos de miedo hacia Jesús, estaban espantados, y decían: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que obra con los hombres según sus méritos y su derecho, y que procede como juez justo. En verdad, este niño es Dios o su enviado. Y Jesús dijo al monarca: Detestable rey de Israel, ¿crees ahora sobre mi palabra que soy inocente? Ya ves cómo me he procurado a mí mismo el testimonio de que no soy responsable de la sangre de tu hijo, lo que te parecía una mentira de mi parte. ¡Ah, mira a tu hijo, vuelto a la vida, sirviéndome de testigo, y cubriéndote de confusión! Sin embargo, yo te había prevenido, y repetido una y otra vez la advertencia de que abrieses los ojos, que no te dejases engañar por falsos discursos, y que no creyeses en muchachos indignos de fe. No me escuchaste, y ahora, tú y todos tus conciudadanos, lamentáis no haber sacado partido alguno de mi auxilio testifical. Y Gamaliel intervino, para decir lo mismo que Jesús, y para echar en cara al rey que no hubiese creído en sus palabras.
28. Y el hijo del rey permaneció con vida el día entero. Y, sentado en medio de aquellos personajes, conversaba con los grandes y con los príncipes y les contaba alguna visión sorprendente u otras maravillas prodigiosas. Todos, desde el más grande hasta el más chico, fueron a prosternarse ante el hijo del rey, y a ofrecerle sus servicios, hasta la hora en que, finada la tarde, cubrió la noche la tierra con sus sombras. Entonces Jesús interpelando de nuevo al resucitado, le dijo: Zenón, hijo del rey Baresu, vuelve a tu lecho, duerme y reposa, hasta el advenimiento del juez justo. Y, apenas Jesús hubo así hablado, Zenón se levantó de su asiento, se acostó en su cama, y quedó otra vez dormido. Y toda la multitud de gentes que vieron el milagro operado por Jesús, presa de temor y de espanto, cayó al suelo, y todos permanecieron, durante una hora, sin respiración y como muertos. Después, levantándose, cayeron todos a los pies de Jesús, y, entre lágrimas, le rogaban que devolviese de nuevo la vida al resucitado. Mas Jesús exclamó: Rey, el mismo caso que tú hiciste de mis palabras dulces y benévolas, haré yo de tus intercesiones suplicantes y egoístas. Porque, en esta ciudad, nadie ha pronunciado una sola frase en mi favor, antes al contrario, todos se han concitado y reunido contra mí, y me han condenado a la última pena. Pero yo bien te previne, advirtiéndote que mirases lo que hacías, y que más tarde te arrepentirías, y no ganarías nada. Y el rey dijo: ¿Cómo hubiera podido reconocer en ti a un Dios encarnado y aparecido sobre la tierra, para mandar en la vida y en la muerte como dueño soberano? Y Jesús dijo: No es por tu causa, ni por mi propia vanagloria, por lo que he devuelto a tu hijo la existencia, sino como respuesta a todas las vejaciones y a todos los ultrajes que de ti he recibido. Mas el rey imploró otra vez: Escucha mi plegaria y la de toda la multitud de mi pueblo, y haz que Zenón de nuevo resucite. Jesús repuso: No temo a nadie, ni jamás inferí mal a hombre alguno. Y no efectué el milagro en concepto de beneficio, sino para procurarme un testimonio que te diese a conocer e identificase al matador de tu hijo. El rey insistió, lloroso: No te encolerices contra mí, y no devuelvas con un mal el que yo te causé. Jesús contestó: Tus ruegos son inútiles. Si hubieses atendido a mis palabras, yo tenía el poder de hacer este milagro en favor tuyo, y en consideración a la bondad que habías usado conmigo. Empero tú olvidaste, y no tomaste en cuenta el prodigio que ante ti realicé, cuando la construcción de tu palacio, aumentando una pieza de madera en la medida que faltaba. Así, pues, no te soy deudor de gratitud alguna, puesto que no has creído en mí, y has anulado, con una manifestación de hostilidad, toda la benevolencia espontánea y todos los obsequios amistosos con que me habías gratificado anteriormente. Y el rey dijo todavía: Óyeme, Jesús. En el exceso de mi turbación y de mi duelo, no era verdaderamente capaz de prever nada. Completamente aturdido y enloquecido, en fuerza de llorar y a causa del tumulto, perdí la cabeza y el recuerdo de todo. Mas Jesús respondió, diciendo: Que yo hubiese producido la pérdida de tu hijo, nadie de la ciudad lo había visto, y nadie podía atestiguar, por tanto, que yo merecía la muerte. Y, aunque efectivamente hubiera causado la pérdida de tu hijo, tampoco lo habría visto nadie. Pero todos sabían quién era el matador, y no lo han denunciado hasta el momento en que, resucitando al muerto, a todos los he confundido. Y, habiendo así hablado, Jesús salió vivamente de entre la multitud, y se ocultó a las miradas de los asistentes.
29. Y José fue sacado de la prisión, y puesto en libertad. Y varias personas fueron en busca de Jesús, y no lo encontraron. Y se interrogaban los unos a los otros, y decían: ¿Quién ha visto al niño Jesús, el hijo de José? Lo buscamos, para que venga a resucitar al hijo del rey. Y recorrieron todas las afueras de la ciudad, sin encontrarlo. Y muchos creyeron en su nombre, y decían: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros. Y el rey, todos los príncipes y los habitantes de la ciudad redoblaron su duelo sobre el niño fenecido, y se afligieron aún más, después de la partida de Jesús.
30. Y el viejo José y su esposa María desconfiaban del rey y de su ejército, que podían detenerlos a viva fuerza, y encarcelarlos. Y, aquella misma noche, salieron de su casa, y huyeron de la ciudad, a escondidas y sin que nadie supiese nada. Al despuntar el día, sin dejar de caminar, buscaban con la mirada al niño. Y aconteció que, yendo hablando entre sí, y preguntándose el uno al otro, el mismo Jesús se llegó, e iba con ellos juntamente y en silencio. Y, reconociéndolo, su madre le dijo, entre lágrimas: Hijo mío, bien ves las pruebas que pasamos, cómo nos has puesto en mortal peligro, y cómo tu inocencia te ha salvado. ¡Cuántas veces no te encarecí que no te reunieses con desconocidos, ni con gentes de otra nacionalidad, que no saben quién eres! Jesús repuso: No te aflijas, madre, porque cuando os persiguieren en una ciudad, huiréis a otra.

31. Y, así dialogando, prosiguieron en paz su camino. Y llegaron a una ciudad llamada Bosra o Bosora, y en ella residieron largo tiempo. Y Jesús, que tenía ahora ocho años y dos meses, recorría la comarca, y los niños de esta edad se congregaban a su alrededor. Y él les hablaba, y les daba consejos, con amable dulzura. Y los llamaba a él familiarmente, y les decía: No disputéis, ni riñáis entre vosotros. No os irritéis los unos contra los otros, ni, encolerizados, os peguéis. Y, al oír esto, los inocentes pequeñuelos querían estar siempre al lado suyo, y seguir sus pasos.
32. Y, un día, como se hubiesen reunido, partió con ellos para un sitio lejano. Y un muchacho de seis años que los acompañaba, y que tenía bello semblante y agradable presencia, estaba impotente, estropeadísimo y tullido de un costado. Y Jesús, al mirarlo, vio que no podía seguir los pasos de los demás niños. Y se apiadó de él, lo llamó a sí, y le preguntó: Niño, ¿quieres curarte? Y él, contemplando a Jesús, rompió en llanto, y le respondió: ¿No he de quererlo? Pero ¿quién me curará? Jesús dijo: No llores. Y llamó a todos los niños de la expedición, y les ordenó: Tomad este niño, extendedlo sobre el suelo, agarradlo unos por las piernas y otros por las manos, y tirad con fuerza. Y se colocó delante del niño durante un tiempo muy corto, y alejándose un poco de allí, dijo a sus compañeros: Dejadlo marchar. Y el niño se levantó con lentitud, y regresó a su casa muy alegre. Y los otros niños lo siguieron, y contaron a todos el prodigio operado por Jesús. Y éste se ocultó a sus miradas, para que nadie lo conociese. Y se restituyó junto a su madre a escondidas, y sin querer mostrarse en público. Y muchos habitantes de la ciudad fueron a preguntarle, y a examinarlo. Mas él desapareció de los ojos de ellos.