martes, 29 de septiembre de 2015

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 10

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

Talvez no has leído aun:

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 9.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 8.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 7.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 6.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 5.


Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

16. Cuanto a Jesús, andaba siempre yendo y viniendo por los lugares que frecuentaban sus amigos infantiles. Y éstos lo saludaban con mucho afecto, y se apresuraban a cumplir cuanto él les mandaba.
17. Y, un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría la ciudad silenciosamente y a escondidas, para que nadie lo viese. Y he aquí que un muchachuelo, que lo divisó y lo reconoció, lo sorprendió por la espalda, y agarrándolo, y zarandeándolo, se puso a gritar: Mirad todos, y ved al niño Jesús, al hijo del viejo, al que hace tantos milagros y tantos prodigios. Inmediatamente fue asaltado por el demonio, y cayó sin sentido al suelo. Y Jesús desapareció, y él se vio tan maltratado por los malos espíritus, que yació en tierra como muerto, durante tres horas. Y sobrevinieron sus padres, llenos de susto y deshechos en lágrimas. Y lo levantaron, y discurrieron por toda la población en busca de Jesús, mas no lo hallaron. Entonces fueron, llorando, al encuentro del viejo José, para rogarle que Jesús librase a su hijo de los malos espíritus. Y, cuando Jesús conoció su pensamiento, y supo que el niño clamaba también por su propio alivio, se presentó a éste aquel mismo día, de súbito. Y el niño, cayendo a los pies de Jesús, le pidió el perdón de sus faltas. Y Jesús le puso la mano sobre la cabeza y lo curó.
18. Y, días más tarde, Jesús, saliendo, se fue, como solía, al lugar en que los niños se reunían para jugar. Y, al verlo, todos lo acogieron con mucha alegría, y lo recibieron con gran honor. Jesús les preguntó: ¿Qué habéis deliberado y decidido que hagamos hoy? Respondieron los niños: Pondremos como jefes nuestros a ti y a Zenón, el hijo del rey. Nos dividiremos en dos campos, y uno de los bandos será tuyo, y del hijo del rey el otro. E iremos a jugar a la pelota, y veremos cuál de los dos equipos triunfa en la contienda. Jesús dijo: Bien pensado. Y todos, de una y de otra parte, se pusieron de común acuerdo.
19. Y, en aquel paraje, había una vieja torre muy grande y de muros muy elevados, delante de la cual se citaban siempre los niños de la ciudad para verificar sus juegos. Y Jesús dijo a Zenón: ¿Qué te propones hacer ahora? Lo dejo a tu albedrío. Zenón repuso: Dividámonos, de nuevo, y de común acuerdo, menores y mozalbetes, en dos campos, y luego iremos juntos a jugar a la pelota. Jesús dijo: Haz como gustes. Y Zenón, congregando a sus compañeros, los repartió en dos grupos, que avanzaron para lanzar la pelota. Y Zenón, que tenía el primer turno, lanzó la pelota con tal brío, que, remontándola a enorme altura, la hizo caer sobre la torre, a la que era muy difícil subir y bajar. Mas, queriendo recuperar la pelota, emprendió el penoso ascenso, y Saúl, hijo del aristócrata Zacarías, se lanzó en pos suyo. Y, tomando la cesta del juego con sus dos manos, le asestó por detrás un golpe en la nuca. Y Zenón cayó a tierra, desde todo lo alto de la torre, y murió. Y Zacarías escapó con todos los muchachos que había allí, y Jesús se ocultó a sus miradas, y desapareció también.
20. Entonces, un gran clamor se elevó en la ciudad, y por todas partes se propalaba que los niños habían matado al hijo del rey, que con ellos jugaba. Al oír esto, todos los habitantes se reunieron, y se dirigieron a la torre. Y el rey, los príncipes, los grandes, los jefes, los dignatarios, los oficiales del ejército, el ejército entero, los parientes, los amigos, los esclavos, los siervos, hombres, mujeres, íntimos, familiares y extranjeros, todos los que sabían la noticia, se apresuraron a ir a la torre, llorando y dándose golpes de pecho. Y, con gran duelo, se lamentaban sobre el niño, que tenía nueve años y tres meses.

21. Después de pasar tres horas en llantos y en gemidos, el rey y su séquito abrieron una información, y se interrogaban los unos a los otros, a fin de saber quién había cometido el criminal atentado. Y todos dijeron a una: Nadie sabe lo que ha ocurrido más que los niños que en este sitio se hallaban jugando. Entonces el rey ordenó que se levantase el cadáver de su hijo, y que se lo llevase al palacio. Y mandó juntar a todos los niños de la ciudad, desde el mayor hasta el menor, y los llevaron a su presencia. Cuando hubieron llegado, el rey comenzó por dirigirles palabras bondadosas, y les dijo: Hijos míos, declarad quién de entre vosotros ha causado esta desgracia. Sé que no habéis obrado adrede, y que esto ha ocurrido muy a vuestro pesar, y quizá sin vuestra noticia: Los niños respondieron unánimes: ¡Oh rey, la razón te asiste! Pero ¿quién de entre nosotros hubiera osado cometer esa acción homicida de matar al hijo del rey, entregándose él mismo a la perdición y a una muerte inevitable? El rey repuso: Os dije que escucharíais de mí frases benévolas. Pero ahora os repito que procuréis no exasperarme, y no encender en mi corazón la furia. Por el momento nada tenéis que temer. Pero descubridme la verdad. ¿Quién es el autor del golpe que ha hecho perecer a mi hijo con una muerte cruel y prematura? Si alguno me lo manifiesta, lo haré compañero de mi trono, lo asociaré a mi grandeza, y a sus padres les daré poder y rango. Los niños dijeron: ¡Oh rey, justo es tu mandato! Pero a la pregunta que nos haces, contestamos, con toda veracidad, que ignoramos cuál de nosotros es el autor del hecho. No tenéis más que dos salidas ante vosotros, y, si espontáneamente preferís la vida a la muerte, evitaréis perder la primera en vuestra tierna edad. Temed los tormentos y las sevicias que estoy decidido a ejercer sobre vosotros y sobre vuestros padres. Descubridme la verdad sin ambages, y así escaparéis a una muerte cierta. Y ellos contestaron: Henos aquí delante de ti. Lo que hayas de hacer, hazlo presto.
22. Entonces el rey hizo que se llevase a los niños a la puerta del palacio, y que se colocasen entre ellos cantidades muy crecidas de oro y de plata. Y ordenó al jefe de los verdugos que agarrase una espada de acero, y que la hiciese brillar sobre la cabeza de los niños que se acercasen a tomar su parte del tesoro. Y, luego que todos los niños, uno a uno, fueron recogiendo su parte valientemente, y se retiraron sin miedo alguno, se aproximó el matador del hijo del rey. Y, cuando vio relucir la espada en la mano del verdugo, le entró repentino temor y temblor. Y, en el espanto que el arma le producía, no pudiendo sostenerse ya sobre sus piernas, cayó al suelo de bruces. Y le preguntaron: ¿Por qué temes y tiemblas? El niño repuso: Dejadme un instante, para que me recobre, y recupere mis ánimos. Consintieron en ello, y lo interrogaron de nuevo: ¿Te causa pavor la vista de esta espada? Y él asintió, diciendo: Sí, me atemoriza mucho que me hagáis morir. Y el monarca indicó al verdugo: Mete tu espada en la vaina, para no provocar pánico en el niño. Y éste después de un intervalo de una hora, se levantó, y dijo: ¡Oh rey!, yo sabía quién es el asesino de tu hijo, pero sentía escrúpulo de darte su nombre. El rey replicó: Dámelo, hijo mío, que vale más que perezca el que es digno de muerte que no un inocente. Y el niño dijo: ¡Oh rey, tu hijo ha sido muerto por el niño Jesús, el hijo del viejo! El rey, que tal oyó, quedó estupefacto, y mandó que se requiriese a Jesús, y que se lo intimase a comparecer ante él. Mas no se encontró a Jesús, sino sólo a José, a quien se detuvo, y se lo llevó al tribunal. Y, habiéndose inclinado, y prosternado delante del rey, éste le dijo: ¡Bien me has tratado hoy, anciano, en pago de los beneficios que te he hecho! ¡Por duplicado acabas de pagarme mi benévola acogida! José repuso: ¡Oh rey, te ruego que no creas en toda vana palabra que a tus oídos llegue! No te irrites contra mí, a pesar de mi inocencia, ni a la ligera y temerariamente me juzgues, pues no soy responsable de la sangre de tu hijo. El rey replicó: Ya conocía yo tu espíritu de independencia y el natural indómito del niño Jesús. Viniste aquí a tomar órdenes de acuerdo con tus preparativos, y yo ejecuté cuanto fue de tu gusto. José suplicó de nuevo: Te repito, oh rey, que no des crédito a mentirosas especies, ni me hagas reproches sin testigos en su apoyo, porque no entiendo nada de lo que me hablas. El rey cortó el diálogo exclamando: ¿Dónde está tu hijo, para que yo lo vea? José juró, diciendo: Por la vida del Señor, ignoro dónde está mi hijo. Y el rey exclamó: ¡Muy bien! ¡Primero se comete el homicidio, y después se busca la impunidad en la fuga! Y ordenó que se guardase estrechamente a José, y dijo a los suyos: Id a recorrer toda la ciudad, hasta que encontréis al niño Jesús; arrestadlo, y conducidlo aquí bien custodiado. Y discurrieron por todas las calles y por todas las afueras de la población, en busca de Jesús, mas no lo hallaron, y volvieron a comunicar al rey el resultado negativo de su pesquisición. Y el rey dijo a sus grandes: ¿Qué haremos de ese viejo? Porque ha facilitado la huida de la madre y del hijo, y no se da con el paradero de este último. Los príncipes manifestaron: Manda que ante nosotros comparezca el viejo, y sometámoslo a otro interrogatorio, puesto que él sabe dónde están el hijo y su madre. Y el rey dijo: Tenéis razón. No llevaré a mí la tumba, ni probaré bocado, ni beberé, ni dormiré, antes de que la sangre de ese niño no haya compensado la del mío.
23. Y, cuando hablaba de esta suerte, y deliberaba con respecto a José, preguntándose a sí mismo con qué género de muerte lo haría perecer, he aquí que el mismo Jesús en persona vino a presentársele, e, inclinándose, se prosternó ante él. Y el rey clamó, furioso: A tiempo llegas, niño Jesús, verdugo y matador de mi hijo. Mas Jesús repuso: ¿Por qué, oh rey, estás tan enojado? ¿Por qué tu corazón parece henchido de turbación, de cólera y de furia? ¿Por qué me muestras un semblante tan descompuesto? No emplees conmigo un lenguaje tan injusto: que no es digno de reyes, y de monarcas poderosos, condenar a alguien sin testigos de cargo. El rey replicó: Si te declaro digno de muerte, es sobre la fe de numerosos testigos. Jesús opuso: No basta. Ante todo, infórmate, interroga, razona, y luego juzga en verdad y en derecho. Y, si soy digno de muerte, haz lo que los jueces con poder legítimo hacen en estos casos. Pero el rey contestó: No nos aturdas con vanos discursos, y dinos claramente lo que ha causado la pérdida de mi hijo. Jesús redarguyó: Si crees en mi palabra, y, si aceptas el testimonio que enuncio, sabe que soy inocente de ese hecho. Pero, si quieres condenarme ligeramente y con temeridad, llama a tu testigo, y ponlo en mi presencia, para que yo lo vea. El rey dijo: Tienes razón. Y, acto seguido, hizo comparecer al matador de su hijo, a quien preguntó: Niño, ¿depones contra Jesús? El culpable respondió: Sí, depongo formalmente contra él. Escúchame y te lo revelaré todo. Pero permíteme hablar ante ti libremente. El rey dijo: Habla: Y el culpable se enfrentó con Jesús, diciéndole: ¿No te vi ayer en el juego de pelota? Tú tenías la cesta en la mano; tú subiste con Zenón a lo alto del muro, para recoger la pelota; tú le descargaste a dos manos un golpe por detrás de la nuca; tú lo mataste, precipitándolo a tierra; y tú huiste de allí en seguida. Jesús repuso: Está bien. Y, al oír esto, el rey, los príncipes, los grandes, que estaban con él, y todo el resto de la multitud popular, dijeron: ¿Qué tienes que responder a esta acusación? Contestando a la pregunta con otra, Jesús dijo: Y, en vuestra ley, ¿qué hay escrito a este propósito? Y todos clamaron a una: En nuestra ley está escrito: El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada. Y Jesús asintió, diciendo: Tenéis razón.
24. Entonces el rey dijo: Indica cómo debo tratarte y con qué género de muerte te haré perecer. Y Jesús dijo: Siendo, como eres, juez de todos, ¿por qué me pides eso a mí? El rey contestó: Sí, lo sé muy bien, puesto que puedo hacer lo que me plazca. Mas yo exijo que se me descubra la verdad, para juzgar con rectitud, a fin de no ser yo mismo juzgado. Jesús insinuó: Si quieres interrogarme sobre el hecho, dentro de las formas legales, emitirás un juicio inicuo, sin saberlo. El rey exclamó: ¿Cómo así? Jesús dijo: ¿Ignoras que todo hombre que ha perpetrado un crimen jura en falso, por temor a la muerte? Y los que, bajo juramento, atestiguan y deponen los unos por los otros, saben muy bien quién es el culpable. El rey arguyó: Si el culpable no eres tú, ¿por qué respondes siempre con un aluvión de palabras, declarándote inocente, y desmintiendo a los demás? Y Jesús declaró: Yo también sé algo acerca de la causa de este crimen. Pero todo el que ha cometido una maldad, se apresura a protestar que no es digno de muerte. Y el rey replicó: No entiendo lo que dices. Si quieres que crea en la verdad de tus palabras, preséntame un testigo que responda de ti, y serás absuelto. Y Jesús observó: ¡Si ellos hablasen con sinceridad! Ninguno de ellos ignora y cualquiera puede, por ende, atestiguar, que soy inocente. El rey repuso: A ellos, y no a ti, corresponde rendir ese testimonio. Jesús replicó: Su testimonio es falso y perjuro, porque son amigos los unos de los otros, y yo soy un extranjero transeúnte y desconocido en la ciudad. ¿Dónde hallaré el amigo benévolo que examine mi causa con equidad, y que piense en hacerme justicia?
25. Y el rey dijo: Me atacas y contradices sin descanso, cabalmente en momentos de tribulación, en que no puedo más que llorar, lamentarme y darme golpes de pecho. Respondió Jesús: ¿Y qué quieres que haga? Heme aquí traicionado por numerosos testigos, y puesto en tus manos. Haz lo que hayas resuelto hacer de mí. El rey dijo: ¿Por qué sigues enfrentado conmigo? Yo sólo te pido que me expliques la exacta verdad, y sólo quiero oír de tu boca la razón de que me hayas devuelto con tamaño mal la benevolencia que usé contigo. Y Jesús dijo: Si te decides a abrir una información seria, y enterarte a fondo de las cosas, tu juicio será verdaderamente justo. Mas el rey interrumpió: ¿De quién es el juicio justo? ¿Del que tiene un testimonio en su apoyo o del que no lo tiene? Respondió Jesús: Del que tiene un testimonio sincero, y sobre él juzga. Y el rey observó: Y cuando alguien depone en favor suyo, ¿puede juzgárselo, sí o no? Jesús dijo: No. Y el rey añadió: Entonces, ¿por qué, deponiendo en tu propia causa, pretendes ser inocente? Jesús replicó: ¡Oh rey, si reclamas de mí un testimonio, opónme otro de la parte adversa, único modo de que se compruebe quién es el bueno, y quién el perverso! El rey contradijo, diciendo: La ley ordena a los jueces no juzgar a nadie más que sobre testimonio. Trae aquí tu testigo, como todos hacen, y te creeré. Y Gamaliel, que estaba presente allí, tomó la palabra, y exclamó: ¡Oh rey, te suplico que me escuches! En verdad, este niño es inocente. No lo condenes por las apariencias, con menosprecio de la justicia.

26. Y toda la multitud clamó a gran voz: Ha sido discípulo tuyo. He aquí por qué hablas de él en esos términos. Y de nuevo el rey dijo a Jesús: ¿Qué sentencia debo pronunciar contra ti con justicia? ¿A qué suplicios te entregaré? ¿Con qué muerte te haré perecer? Jesús contestó: ¿Por qué quieres intimidarme con semejantes amenazas? ¿Qué te propones, repitiéndome siempre lo mismo? ¿Y qué he de alegar en descargo de mi persona? Si me juzgas conforme al uso legal, quedarás exento de toda falta. Pero, si me entregas a la muerte de un modo arbitrario y tiránico, sin curarte de los procedimientos de derecho, caerá sobre ti el terrible juicio de Dios. Y el rey dijo: Varias veces te he perdonado con paciencia. Pero tú no sientes ningún temor de mí, ni te espantan en modo alguno mis amenazas, ni te haces cargo de la inmensa tristeza que me abruma. Respóndeme dándome un testimonio y escaparas a la muerte. Jesús le respondió: Dime lo que debo hacer, y lo haré. El rey repuso: Ahora me apiado de ti, considerando tu tierna edad, y me inspiras respeto, porque eres hijo de una gran familia. Pero, de otra parte, no puedo soportar el dolor de la desgracia recaída sobre mi hijo. Descúbreme, pues, al verdadero culpable, seas tú o sea otro. Y Jesús contestó: Me he esforzado en vano en convencerte, puesto que no has dado crédito a mis palabras. Y, aunque sé quién es el que merece la muerte, me he limitado a dar testimonio de mí mismo, con exclusión de testimonio ajeno. Mas, ya que tanto insistes en que te presente un testigo, voy a presentártelo. Llévame a la habitación en que yace tu hijo.
27. Y, una vez ante el cadáver, Jesús clamó a gran voz: Zenón, abre los ojos, y ve cuál es el niño que te ha matado. Y súbitamente, como si hubiese sido sacado de su sueño, Zenón se despertó e incorporó. Y, con una mirada circular, contemplaba a todo el mundo, y se admiraba de la multitud de pueblo, que se hallaba allí. A cuya vista, todos, padres y parientes, hombres y mujeres, grandes y chicos, lanzaron un grito, y, con lágrimas y transportes de júbilo, lo abrazaban y lo besaban, preguntándole: Hijo, ¿qué te ha sucedido, y cómo te encuentras? El niño respondió: Me encuentro bien. Y Jesús, a su vez, lo interrogó en esta guisa: Dinos quién ha causado tu muerte violenta. Zenón respondió: Señor, no eres tú el responsable de mi sangre, sino Apión, el hijo del noble Zacarías. Él fue quien, con su cesta, me asestó un golpe por detrás, y me hizo caer a tierra desde aquella altura. Al oír esto, el rey y toda la multitud del pueblo, fueron agitados por un vivo terror, y todos, llenos de miedo hacia Jesús, estaban espantados, y decían: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que obra con los hombres según sus méritos y su derecho, y que procede como juez justo. En verdad, este niño es Dios o su enviado. Y Jesús dijo al monarca: Detestable rey de Israel, ¿crees ahora sobre mi palabra que soy inocente? Ya ves cómo me he procurado a mí mismo el testimonio de que no soy responsable de la sangre de tu hijo, lo que te parecía una mentira de mi parte. ¡Ah, mira a tu hijo, vuelto a la vida, sirviéndome de testigo, y cubriéndote de confusión! Sin embargo, yo te había prevenido, y repetido una y otra vez la advertencia de que abrieses los ojos, que no te dejases engañar por falsos discursos, y que no creyeses en muchachos indignos de fe. No me escuchaste, y ahora, tú y todos tus conciudadanos, lamentáis no haber sacado partido alguno de mi auxilio testifical. Y Gamaliel intervino, para decir lo mismo que Jesús, y para echar en cara al rey que no hubiese creído en sus palabras.
28. Y el hijo del rey permaneció con vida el día entero. Y, sentado en medio de aquellos personajes, conversaba con los grandes y con los príncipes y les contaba alguna visión sorprendente u otras maravillas prodigiosas. Todos, desde el más grande hasta el más chico, fueron a prosternarse ante el hijo del rey, y a ofrecerle sus servicios, hasta la hora en que, finada la tarde, cubrió la noche la tierra con sus sombras. Entonces Jesús interpelando de nuevo al resucitado, le dijo: Zenón, hijo del rey Baresu, vuelve a tu lecho, duerme y reposa, hasta el advenimiento del juez justo. Y, apenas Jesús hubo así hablado, Zenón se levantó de su asiento, se acostó en su cama, y quedó otra vez dormido. Y toda la multitud de gentes que vieron el milagro operado por Jesús, presa de temor y de espanto, cayó al suelo, y todos permanecieron, durante una hora, sin respiración y como muertos. Después, levantándose, cayeron todos a los pies de Jesús, y, entre lágrimas, le rogaban que devolviese de nuevo la vida al resucitado. Mas Jesús exclamó: Rey, el mismo caso que tú hiciste de mis palabras dulces y benévolas, haré yo de tus intercesiones suplicantes y egoístas. Porque, en esta ciudad, nadie ha pronunciado una sola frase en mi favor, antes al contrario, todos se han concitado y reunido contra mí, y me han condenado a la última pena. Pero yo bien te previne, advirtiéndote que mirases lo que hacías, y que más tarde te arrepentirías, y no ganarías nada. Y el rey dijo: ¿Cómo hubiera podido reconocer en ti a un Dios encarnado y aparecido sobre la tierra, para mandar en la vida y en la muerte como dueño soberano? Y Jesús dijo: No es por tu causa, ni por mi propia vanagloria, por lo que he devuelto a tu hijo la existencia, sino como respuesta a todas las vejaciones y a todos los ultrajes que de ti he recibido. Mas el rey imploró otra vez: Escucha mi plegaria y la de toda la multitud de mi pueblo, y haz que Zenón de nuevo resucite. Jesús repuso: No temo a nadie, ni jamás inferí mal a hombre alguno. Y no efectué el milagro en concepto de beneficio, sino para procurarme un testimonio que te diese a conocer e identificase al matador de tu hijo. El rey insistió, lloroso: No te encolerices contra mí, y no devuelvas con un mal el que yo te causé. Jesús contestó: Tus ruegos son inútiles. Si hubieses atendido a mis palabras, yo tenía el poder de hacer este milagro en favor tuyo, y en consideración a la bondad que habías usado conmigo. Empero tú olvidaste, y no tomaste en cuenta el prodigio que ante ti realicé, cuando la construcción de tu palacio, aumentando una pieza de madera en la medida que faltaba. Así, pues, no te soy deudor de gratitud alguna, puesto que no has creído en mí, y has anulado, con una manifestación de hostilidad, toda la benevolencia espontánea y todos los obsequios amistosos con que me habías gratificado anteriormente. Y el rey dijo todavía: Óyeme, Jesús. En el exceso de mi turbación y de mi duelo, no era verdaderamente capaz de prever nada. Completamente aturdido y enloquecido, en fuerza de llorar y a causa del tumulto, perdí la cabeza y el recuerdo de todo. Mas Jesús respondió, diciendo: Que yo hubiese producido la pérdida de tu hijo, nadie de la ciudad lo había visto, y nadie podía atestiguar, por tanto, que yo merecía la muerte. Y, aunque efectivamente hubiera causado la pérdida de tu hijo, tampoco lo habría visto nadie. Pero todos sabían quién era el matador, y no lo han denunciado hasta el momento en que, resucitando al muerto, a todos los he confundido. Y, habiendo así hablado, Jesús salió vivamente de entre la multitud, y se ocultó a las miradas de los asistentes.
29. Y José fue sacado de la prisión, y puesto en libertad. Y varias personas fueron en busca de Jesús, y no lo encontraron. Y se interrogaban los unos a los otros, y decían: ¿Quién ha visto al niño Jesús, el hijo de José? Lo buscamos, para que venga a resucitar al hijo del rey. Y recorrieron todas las afueras de la ciudad, sin encontrarlo. Y muchos creyeron en su nombre, y decían: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros. Y el rey, todos los príncipes y los habitantes de la ciudad redoblaron su duelo sobre el niño fenecido, y se afligieron aún más, después de la partida de Jesús.
30. Y el viejo José y su esposa María desconfiaban del rey y de su ejército, que podían detenerlos a viva fuerza, y encarcelarlos. Y, aquella misma noche, salieron de su casa, y huyeron de la ciudad, a escondidas y sin que nadie supiese nada. Al despuntar el día, sin dejar de caminar, buscaban con la mirada al niño. Y aconteció que, yendo hablando entre sí, y preguntándose el uno al otro, el mismo Jesús se llegó, e iba con ellos juntamente y en silencio. Y, reconociéndolo, su madre le dijo, entre lágrimas: Hijo mío, bien ves las pruebas que pasamos, cómo nos has puesto en mortal peligro, y cómo tu inocencia te ha salvado. ¡Cuántas veces no te encarecí que no te reunieses con desconocidos, ni con gentes de otra nacionalidad, que no saben quién eres! Jesús repuso: No te aflijas, madre, porque cuando os persiguieren en una ciudad, huiréis a otra.

31. Y, así dialogando, prosiguieron en paz su camino. Y llegaron a una ciudad llamada Bosra o Bosora, y en ella residieron largo tiempo. Y Jesús, que tenía ahora ocho años y dos meses, recorría la comarca, y los niños de esta edad se congregaban a su alrededor. Y él les hablaba, y les daba consejos, con amable dulzura. Y los llamaba a él familiarmente, y les decía: No disputéis, ni riñáis entre vosotros. No os irritéis los unos contra los otros, ni, encolerizados, os peguéis. Y, al oír esto, los inocentes pequeñuelos querían estar siempre al lado suyo, y seguir sus pasos.
32. Y, un día, como se hubiesen reunido, partió con ellos para un sitio lejano. Y un muchacho de seis años que los acompañaba, y que tenía bello semblante y agradable presencia, estaba impotente, estropeadísimo y tullido de un costado. Y Jesús, al mirarlo, vio que no podía seguir los pasos de los demás niños. Y se apiadó de él, lo llamó a sí, y le preguntó: Niño, ¿quieres curarte? Y él, contemplando a Jesús, rompió en llanto, y le respondió: ¿No he de quererlo? Pero ¿quién me curará? Jesús dijo: No llores. Y llamó a todos los niños de la expedición, y les ordenó: Tomad este niño, extendedlo sobre el suelo, agarradlo unos por las piernas y otros por las manos, y tirad con fuerza. Y se colocó delante del niño durante un tiempo muy corto, y alejándose un poco de allí, dijo a sus compañeros: Dejadlo marchar. Y el niño se levantó con lentitud, y regresó a su casa muy alegre. Y los otros niños lo siguieron, y contaron a todos el prodigio operado por Jesús. Y éste se ocultó a sus miradas, para que nadie lo conociese. Y se restituyó junto a su madre a escondidas, y sin querer mostrarse en público. Y muchos habitantes de la ciudad fueron a preguntarle, y a examinarlo. Mas él desapareció de los ojos de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se agradece cualquier comentario sobre este artículo o el blog en general, siempre que no contenga términos inapropiados, en cuyo caso, será eliminado...