viernes, 27 de enero de 2012

Los misterios de Venecia

Una ciudad asentada sobre un terreno virtualmente imposible que sin embargo conserva un patrimonio inigualable tanto en historia como en cultura.

Para comenzar, un comentario noticioso de 1995: “De pronto, cuando ya parecía totalmente condenada al desastre, Venecia cesó de hundirse. Pero no se trata de un milagro. Al dejar de utilizarse el agua de las napas subterráneas e interrumpirse el bombeo del gas metano almacenado en el lecho de la laguna, la ciudad inmovilizó sus cimientos, tal vez para siempre. Lo cual no ahuyentó, sin embargo, ese clima de rara, melancólica decadencia que tiene desde siempre. Ahora volvieron los fastos de su lujoso Carnaval, pero también su honda tristeza. Los palacios refulgen como nunca, pero su deslumbrante belleza despierta viejas angustias. Mientras tanto, en las inmediaciones del increíble Callejón de los Asesinos, la muerte, el erotismo y el destino bailan una danza macabra e interminable. Enigmáticas historias que merecen ser contadas”.

Por detrás de la plaza de San Marcos, en los intrincados callejones y canales que rodean el teatro La Fenice, el aire de Venecia tiene un olor perverso. Que se acentúa cuando el último turista abandona la zona. Allí, al lado de una trattoria que sólo posee veinte sillas, en la calle degli Assassini, hay un palacio de paredes intrincadas que encierra la misteriosa clave de esta ciudad inexplicable. En su interior, a comienzos de 1650, se inició un drama que —con ligeras variantes y otros protagonistas— habría de repetirse luego hasta el cansancio. A tal punto que su trama, romántica y siniestra, llegó a convertirse en parte ineludible del alma veneciana. Los hechos que allí ocurrieron pintan las costumbres y hasta las formas de gobierno de un sitio que —en el siglo XVII— era todavía el más deslumbrante de Europa, famoso por los placeres que ahí podían encontrarse y por los juegos galantes que todos practicaban.
Esa casona de tres pisos y setenta habitaciones, pertenecía a una rama de la familia Dandolo, descendiente de uno de los dogos más prestigiosos de la República: Enrico Dandolo. Aquel que en 1204 (a los 90 años de edad) financió la cuarta Cruzada y se quedó con la mayor parte del botín de guerra que las fuerzas cristianas obtuvieron en el asedio de Constantinopla, luego de haberla saqueado y dado muerte a gran parte de la población. Los cuatro caballos de bronce de San Marcos, símbolo actual del lujo veneciano, formaban parte de aquel infinito tesoro llegado de Oriente.
En ese palacio del Callejón de los Asesinos —aunque todavía no se llamaba así—, vivía Hortensia Dandolo, una bellísima joven de 20 años, que había quedado viuda a los pocos meses de haberse casado. El poderoso Pietro Gritti, miembro del Consejo de Gobierno de la ciudad, se había enamorado de la bella Hortensia y le había propuesto matrimonio. Ella no tardó en aceptarlo. Y todo estaba listo para una boda principesca cuando llegó desde Roma el célebre cantante Alessandro Stradella, famoso en Italia y en toda Europa.
Hortensia comenzó a tomar lecciones con él y los jóvenes no tardaron en enamorarse. De Stradella —músico de enorme talento— queda un retrato pintado por Tiziano, donde se muestra su atractivo rostro, de finas y armoniosas proporciones. De ella sólo se conoce su triste destino. Temiendo la furia de Pietro Gritti, los enamorados huyeron de la ciudad rumbo a Roma, dando un largo rodeo. El despechado noble, al enterarse, juró vengarse de los amantes y contrató a una pareja de asesinos para encontrarlos y darles muerte.
Después de buscarlos infructuosamente por varias ciudades de Italia, los asesinos llegaron a Roma una tarde que había una gran funzione con música en la iglesia de San Juan de Letrán. Pensando que quizá podían hallarlos en ese sitio, los sicarios merodearon un rato por la basílica mientras se desarrollaba el concierto. Cuando ya desesperaban de cumplir su objetivo, observaron que Stradella se disponía a cantar. Viendo a Hortensia en primera fila, resolvieron darles muerte ahí mismo, en alguna de las oscuras callejas cercanas.
De pronto oyeron, sin proponérselo, aquella voz sublime. Después de escucharla un instante, los dos hombres se sintieron conmovidos. Dice la historia que derramaron lágrimas y que sólo pensaron en salvar a los amantes cuya muerte habían jurado.
Terminada la ceremonia, esperaron a que Stradella saliera por una puertecita falsa con Hortensia. Le dieron las gracias por el placer que les había dado con su voz, le explicaron los horribles motivos de su viaje y le rogaron que se marcharan de Roma inmediatamente. Cosa que los amantes hicieron esa misma noche, embarcándose rumbo a Turín. La furia de Gritti no tuvo límites cuando se enteró de los hechos y prometió encargarse él mismo de la venganza.
Enajenado, presionado políticamente, el padre de Hortensia se unió al colérico Pietro para lavar con sangre la honra de su familia, que creía ultrajada. Juntos desandaron largas jornadas por ignotos rincones sin encontrar ni una pista de los fugitivos. A todo esto, Stradella había hallado refugio en la corte de la duquesa de Saboya, encandilada por su voz celestial. Pero la fama del músico era tanta, que sus actuaciones resonaron más allá de los límites de Turín y sus éxitos llegaron a oídos del atormentado, enloquecido padre.
Una noche, cuando Alessandro se paseaba por unos jardines, tres sombras armadas de espadas saltaron sobre él y lo dejaron en tierra, cubierto de sangre. No estaba muerto, sin embargo. Pero una de las estocadas que recibió en el cuello le quitó la voz para siempre. Hortensia lo consoló con amor y pasaron varios años escapando de un sitio a otro. Cansada del largo peregrinaje, melancólica hasta las lágrimas, le rogó a su amante que la llevara a Venecia, para poder ver —aunque fuese por un instante— las añoradas aguas de la laguna.
Llegaron un atardecer de invierno y se alojaron en casa de unos fieles amigos del músico. A la mañana siguiente, cuando fueron a despertarlos, los encontraron muertos en el lecho, tintos de sangre. Habían sido apuñalados. Sus cuerpos —por disposición del gobierno veneciano— fueron enterrados sin que una lápida señalara el lugar de la sepultura. Desde entonces, ese callejón donde está la trattoria de las veinte sillas y la casa paterna de Hortensia se llama degli Assassini.
Toda la historia y la geografía de Venecia están llenas de estos hechos que definen la particular idiosincrasia de esta ciudad misteriosa. Nadie sabe bien por qué, pero lo cierto —según lo reconocen escritores tan disímiles y distantes como Charles Dickens, Mark Twain, Thomas Mann, Marcel Proust o Ernest Hemingway, que la amaron y odiaron— es que el sexo, el amor y la idea de la muerte están estrechamente ligados a Venecia.
Quizá sea porque es la ciudad que más sufrió los embates de la peste a lo largo de la historia. En 1347 padeció una terrible epidemia de peste bubónica; más de la mitad de los 120 mil habitantes de Venecia sucumbieron entonces a la llamada “muerte negra”. Otros 20 mil perecieron en 1382, cuando reapareció el flagelo. Durante los tres siglos que siguieron, casi nunca estuvo libre de ese azote. Pero igual siguió viviendo.
El escritor Italo Calvino dijo, en uno de sus más hermosos libros, que en Venecia la muerte y la resurrección están empeñadas en una lucha eterna. No se refería solamente a que la ciudad, por esos años, se hundía irremediablemente. Si la belleza de Florencia, decía, es capaz de engendrar el extravío en las almas sensibles, los canales venecianos producen en cambio un sentimiento ambivalente, situado entre la tragedia y el alborozo.
Quizá una muestra de eso se pueda encontrar en su Carnaval, único en el mundo. Desde sus más remotos orígenes fue una lujosa fanfarria para pobres y ricos. En el siglo XVI, cuando los festejos duraban dos meses, la nobleza ya estaba dividida en corporaciones —parecidas a las escolas do samba brasileñas— cuyo fin era presentar algún aparato fuera de lo común puesto sobre un barco. El constructor más ingenioso era premiado con el título de Rey del Carnaval. En 1541, señalan las crónicas, ganó una corporación que construyó un universo flotante en cuyo centro había un balón que se sostenía en el aire apoyado en dos potentes chorros de agua.
Antes de eso, en el siglo XII, jóvenes vestidos con pieles y adornados con ramitas de olivo recorrían la ciudad durante el Carnaval dando serenatas a sus enamoradas. Más tarde esa costumbre se transformó en el inocente “juego del huevo”. Bandadas de muchachos se apostaban a la puerta de sus amadas y cuando éstas salían, las recibían con una lluvia de cáscaras de huevo rellenas de perfume.
En la plaza de San Marcos había desfiles de disfraces y ningún veneciano dejaba de usar una máscara —bellamente confeccionada— durante los pecaminosos días del Carnaval. Acróbatas, magos, prestidigitadores, tragafuegos y funambulistas rivalizaban en plazas, puentes y patios. En 1751, una de las corporaciones hizo desfilar un rinoceronte negro traído de África.
Pero quizá lo más singular de la fiesta veneciana haya sido el llamado “vuelo del turco”. En 1162, en una de sus numerosas guerras, Venecia conquistó la ciudad de Aquileia y capturó al patriarca de la ciudad junto con doce de sus sacerdotes. Para humillar aún más a sus adversarios, los venecianos exigieron como rescate la entrega de doce cerdos y un toro. Después de eso, para recordar aquel triunfo, todos los jueves de Carnaval se arrojaban desde lo alto del campanario de la Plaza San Marcos, doce cerdos vivos y se decapitaba un toro al pie del Campanile.
Era una costumbre bárbara, que fue reemplazada por otra menos cruel en la cual un acróbata se deslizaba por una soga desde lo alto de la torre con una flor en la mano para ofrendársela al dogo, que presidía la fiesta. Como el primer atleta que protagonizó la peligrosa hazaña era de nacionalidad turca, el acto pasó a llamarse, con la ironía típica de los venecianos, “Il volo del turco “.
En 1807, Napoleón conquistó Venecia —que nunca había sido invadida en toda su historia—, y el Carnaval fue suspendido. Pero cuando los ejércitos franceses fueron derrotados por los austríacos y se marcharon, las celebraciones recobraron su brillo. Sin embargo, esa resurrección llegó cargada de una rara melancolía. Quizá porque las cosas ya no eran como habían sido. Desde entonces los bailes se atrincheraron en los clubes privados y las figuras dominantes fueron los infortunados personajes de la Comedia del Arte: Pantalón, Colombina, Arlequín... que juegan eternamente una imposible rayuela de amores triangulares.
En el hotel Danieli (uno de los más suntuosos del mundo), en la habitación número 10 del primer piso, George Sand y Alfred de Musset —la escritora que fuera amante de Chopin y el más apreciado poeta romántico francés de su tiempo— jugaron a la comedia del arte. Al llegar a Venecia ella se enfermó y fue atendida por un joven médico de apellido Pagello, que la cuidó noche y día. Mientras tanto, el tormentoso poeta se dedicó a recorrer, despreocupadamente, los más alegres salones de la ciudad. Cuando George Sand se repuso, una grave fiebre atacó a De Musset. Fue el mismo Pagello quien lo atendió. Pero entre el médico y la escritora había nacido un fuerte y súbito amor que casi tiene un final trágico. Intentando desembarazarse del poeta, quisieron hacerlo pasar por loco e internarlo en el asilo de Venecia. También se asegura que quisieron envenenarlo.
El inglés Lord Byron, de 19 años —cuando era, dicen, bello como Eros—, se prendó en Venecia de una bellísima jovencita llamada Margharita Cogni, casada con un rico panadero. Cuando él dejó de quererla, la joven se clavó un puñal en el pecho y se arrojó al Gran Canal cerca del Puente de los Suspiros, desde el cual se oían los lamentos de los condenados a muerte cuando pasaban de la prisión al cadalso. Richard Wagner también liberó sus pasiones en esta enigmática ciudad de ricos comerciantes y amantes sulfurosos, donde vivió triste y enfermo. Llegó por primera vez para componer Tristán e Isolda y una noche su melancolía, causada por un amor imposible, se hizo tan grande que estuvo a punto de suicidarse tirándose a las aguas de la laguna.
El gran maestro alemán regresó a “las islas”, como él decía, para pasar sus últimos años. Allí murió, y dicen que sus últimas palabras fueron para esta ciudad que él tanto amó. Solía pasar largas horas en el fabuloso café Florian, que está en la Plaza San Marcos desde 1720, anotando sus ideas musicales. Una tarde dejó de ir para instalarse en las mesas del Quadri, situado en el otro extremo de la plaza. Cuando un amigo le preguntó sorprendido por qué había cambiado, Wagner le contestó coléricamente: “Para no encontrarme con Verdi”. Esta pasión de los gestos y los sentimientos es una de las claves mayores, de la misteriosa, sensible alma de Venecia.

UNA HISTORIA MUY SINGULAR.
La verdadera razón de la fundación de Venecia debe encontrarse en la invasión de Italia por los lombardos en el año 568, que hizo que muchos habitantes de la zona se refugiaran en esos pantanos del Adriático. En el año 697 fue elegido el primer dux (duque) o dogo, que gobernaba el sitio en nombre del emperador de Bizancio. La nueva ciudad pronto se enriqueció con la pesca, el comercio de sal y madera y el transporte de esclavos. Sus barcos vencieron a los piratas y dominaron el Mediterráneo durante varios siglos. En el año 829, dos comerciantes venecianos, Rustico de Torcello y Buono Tribuno de Malamocco, robaron en Alejandría el cuerpo de San Marcos, disimulándolo entre un cargamento de carne de cerdo salada, que los musulmanes, por ser un alimento impuro para ellos, no podían tocar.
Desde entonces el cuerpo del evangelista yace en la iglesia que reverencia su memoria. Venecia salió indemne de todas las guerras en que participó y sólo Napoleón Bonaparte consiguió vencerla y dominarla. En 1829 los austríacos, que la sitiaban, la bombardearon por medio de globos aerostáticos. Fue el primer bombardeo de la historia.

UNA IMPOSIBLE GEOGRAFÍA.
Venecia está asentada sobre 118 isletas y sus edificios reposan sobre miles de pilotes de madera clavados en el sedimento. El casco urbano cuenta ahora con 80 mil habitantes. Entrecruza la ciudad una red de 177 canales, atravesados por 450 puentes, algunos de ellos de propiedad privada. El más famoso es el de Rialto, donde están los más grandes mercados. El de pescados es uno de los más importantes del mundo. Una serie de islas resguardan la ciudad de las olas del Adriático. Las más importantes son las del Lido y de La Giudecca.
Debido al irracional uso de las napas de agua potable y de la explotación para combustible del gas metano que existe en el subsuelo de la ciudad, los suelos cedieron y La Serenísima se fue hundiendo paulatinamente. Desde 1991 se prohibió esta práctica y las napas se reconstituyeron naturalmente y Venecia dejó de hundirse. Para fin de siglo dejarán de funcionar las industrias contaminantes con el fin de eliminar la degradación de las aguas. Se abrirán varios canales de desagote para drenar las aguas del mar y los arcos ptroleros dejarán de navegar por el corazón de la ciudad.
Sólo queda resolver dos cuestiones para las que ya hay soluciones técnicas: evitar las inundaciones y asegurar los edificios con plataforma de acero inoxidable en reemplazo de los pilotes de madera. Dos obras ciclópeas para que Venecia sigue siendo la ciudad más extraña y enigmática del planeta.

Autor: Abel Gonzáles.
Fuente: Revista “Conozca Más”

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jueves, 26 de enero de 2012

Cosas y cositas

Temitas interesantes siempre conviene saber y comentar entre amigos o en una reunión de intercambio de conocimientos culturales.

¿POR QUÉ SE DICE QUE POPEA SE BAÑABA CON LECHE?
Porque parece que era cierto. Fue en la época del Imperio Romano. Augusta Sabina Popea no pasó a la historia por ser una mujer escrupulosa, precisamente.
Era joven cuando se casó con Rufo Crispino, un prefecto pretoriano, pero la cosa duró menos que un suspiro en un huracán ya que el emperador Nerón quedó prendado de ella y ordenó que se la robaran, así de sencillo. Para disimular un poquito, Nerón hizo que se casara con Otón, su compañero de orgías y francachelas, pero sólo para que se la cuidara. Al poco tiempo Popea se transformó en la amante de Nerón y tuvo tanta influencia sobre él que lo incitó a que diese muerte a su madre Agripina y luego a su esposa Octavia, hechos que el emperador cumplió puntualmente.
Viudo por elección, el hombre se casó con Popea, que pasó a ser emperatriz de Roma, nada menos. Para incidir tanto en Nerón, Popea debía mantenerse bellísima y —además de usar una máscara que la protegía del aire y del sol cada vez que salía a la calle— se cuenta que, efectivamente, mantenía a unas 500 burras con cuya leche se bañaba a menudo para conservar la piel joven. Hoy eso no sería tan fácil, teniendo en cuenta las dimensiones de los departamentos en que vive la gente.

EL PADRE DE LAS ORQUÍDEAS.
Las orquídeas prosperan en todos los climas; incluso hasta en los Alpes. Pero es en las húmedas selvas tropicales donde estos “espíritus de la floresta” —como las define Rapee Sagarik, una de las máximas autoridades mundiales en la materia— despliegan toda su belleza. Se estima que en el mundo hay entre 10.000 y 30.000 especies de estas flores; en Tailandia —la tierra de Rapee— se han registrado más de mil formas diferentes. Se considera que el 20 por ciento de ellas son exclusivas de este reino del sudeste asiático.
Rapee Sagarik se especializaba en estas flores desde 1947, cuando empezó a coleccionar las que pululan en las selvas del norte de su país. ‘Mi interés en las orquídeas se basa en la esencia de los conocimientos adquiridos en el budismo —decía—: concentración, persistencia y espíritu analítico”.
Desde el comienzo de sus estudios, el investigador comprendió que las orquídeas podían llegar a transformarse en importante recurso económico para su país, castigado todavía por los coletazos de la Segunda Guerra Mundial. Analizó las formas de propagación de estas plantas —que parecen vivir del aire, sostenidas simplemente sobre las ramas de los árboles— y estableció métodos de cultivo que llegaron a significar para Tailandia cifras de exportación que en la década de los 90 rondaban los 25 millones de dólares anuales.
Rapee Sagarik vivía rodeado de invernáculos donde albergaba todas las especies autóctonas de su país. Y no se cansaba de mostrarlas. Y de explicar que, si bien la mayoría de las orquídeas son epífitas (esto es, plantas que viven sobre otras formas vegetales) no por eso son parásitas, ya que se alimentan del polvillo y la humedad que permanentemente saturan el aire de la selva.

LAS ÚLTIMAS HIENAS QUE TROTARON EN NAMIBIA.
Las hienas habitaron alguna vez casi todo el continente africano. Cazadores en manada y formidables andariegos, estos cazadores-carroñeros entraron en conflicto con los criadores de ganado, y se los empezó a perseguir encarnizadamente. Hoy la especie está casi extinguida; se conservan, sin embargo, algunas manadas en semicautividad en los extensos parques nacionales del continente negro.
En Namibia, al sudoeste de África, se vivió la frustrada experiencia de dejar en plena libertad a un pequeño grupo (siete machos y tres hembras) en el extenso parque de Etosha. Se colocó un radiotransmisor en el cuello de uno de los machos y se siguió discretamente el movimiento de los animales. Estos terminaron por aceptar la cercanía de los investigadores que los filmaban desde un jeep.
Al principio se los veía tímidos, como si el instinto cazador hubiera desaparecido en esos animales mantenidos largo tiempo en cautividad. Pero pronto el gusto de la sangre y las crueles formas de cazar propias de la especie reaparecieron. Al mismo tiempo —habituadas a la proximidad del jeep— las hienas aprendieron a buscar su sombra para escapar del sol del desierto.
Pero después de varias semanas los investigadores observaron que la manada era demasiado pequeña para bastarse a sí misma. Alguna hembra, agotada por los largos trotes tras la presa, perdió contacto con el grupo y tuvo que ser auxiliada por los investigadores. Finalmente exhaustas, las hienas dejaron de cazar. Y fueron literalmente devorados por el desierto.

LOS CUARZOS DE COLORES DE ARIZONA.
El sílice o anhidrido silícico (S1O2) es una sustancia muy común en la naturaleza. Su forma más pura, el cuarzo o cristal de roca, es el más transparente de todos los cristales, de gran valor en óptica. Su presentación más común es la arena. Y la inclusión de impurezas químicas como litio, sodio, potasio o titanio determina la formación de muchas piedras semipreciosas: amatista, citrino, granate y otros los cuarzos coloreados.
En pleno desierto de Arizona, la presencia de vastos yacimientos de sílice permitió que un pueblito polvoriento —antigua posta de las diligencias marchaban al Oeste— se convirtiera en activísimo centro de comercio y peregrinaje: todos los años, en enero (pleno invierno boreal) la población de pocos miles de habitantes alberga a más de un millón de norteamericanos, que llegan con sus casas rodantes en busca del sol de Arizona y las bellísimas piedras de Quartzsite.

¿DÓNDE NACE LA FRASE “LIBERTAD, ¡CUÁNTOS CRÍMENES SE COMETEN EN TU NOMBRE!”?
El 14 de julio de 1789 estalla la Revolución Francesa. Manón Philipón tenía algunos años más de treinta cuando eso ocurre. Desde muy chiquita había leído obras literarias de mucho peso, en especial los clásicos griegos y romanos.
Era una erudita. No mantenía esa condición en su matrimonio ya que su esposo Jean Marie Roland se quejaba de la joven debido a que ella se lanzaba a recitar poemas o hilvanar devaneos filosóficos justo cuando él la requería para la más cotidiana de las acciones entre un hombre y una mujer, situación ésta que por lo general le quitaban las ganas. De todas formas, Manón —como tantas otras mujeres en la historia—tenía una gran ascendencia sobre su marido.
Al llegar la revolución, Roland adquiere cierta importancia ante la Asamblea Constituyente, siempre guiado y apuntalado por su esposa que era un tanto fría, como queda dicho, pero gozaba de una gran belleza que impactaba a sus contemporáneos. Pero Manón comenzó a ganarse enemigos. Al advertir que la revolución se había transformado en un festín sangriento, dijo en público muchas cosas que ofuscaron profundamente a Dantón, Robespierre y Marat, gente no precisamente famosa por su paciencia.
Fue detenida mientras Roland huía de París con una amante que no recitaba a los clásicos, y fue condenada a morir. Llevada hacia la plaza donde reinaba la guillotina en uno de aquellos carros descubiertos, se la veía consolar con gran entereza a los que —como ella— iban rumbo a la muerte. Cuando pasaron frente a la estatua de la Libertad que estaba en la entrada de esa plaza y con la guillotina ya a la vista, rodeada por la multitud obscena, Manón miró el monumento y lanzó la frase en voz alta: “Libertad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Poco después, con enorme coraje, avanzó sin ayuda hasta el terrible artefacto y se arrodilló frente a él sin una lágrima.
Perdió la cabeza, pero nunca la dignidad. Y nos dejó una frase que aún hoy es válida.

¿POR QUÉ LA CIUDAD DE NUEVA YORK SE LLAMA ASÍ?
Carlos II de Inglaterra era, como su nombre lo indica, el sucesor de Carlos I de Inglaterra. Este último no había hecho las cosas con mucha prolijidad ya que, por diversos enfrentamientos, provocó una guerra civil luego de la cual debió abdicar.
Después de algunas idas y vueltas políticas con el estilo del siglo XVII, cuando ocurría todo esto, llega al trono medio a los tropezones Carlos I. La ciudad de la que hablamos había sido bautizada por los colonos holandeses con el nombre de Nueva Amsterdam, pero, ahora formaba parte del imperio británico.
Por tradición, el segundo hijo varón del rey de Inglaterra es honrado desde su nacimiento con la jerarquía de Duque de York. El hermano de Carlos II, entonces, era el Duque de York. El rey debía tenerle algún cariño ya que un buen día decidió obsequiarle aquellas lejanas tierras.
El duque, muy contento con su regalito, lo llamó con su nombre de nobleza. Pero como ya existía —obviamente— un condado de York en Inglaterra, le agregó el “New” delante para diferenciarlo. Y así quedó.

Autor: Víctor Sueiro.
Fuente: Revista “Conozca Más”

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martes, 24 de enero de 2012

La rueda

Un humilde invento que ya tiene más de 5 mil años y que hasta hoy es la base fundamental de la vida humana civilizada que no puede prescindir de ella.

Sin ella nuestra vida sería sencillamente imposible.
Fue la primera creación exclusiva del hombre y sigue siendo la clave del actual desarrollo tecnológico. Todo gira alrededor de ella: desde los artefactos de uso doméstico hasta la computación, los símbolos religiosos y el transporte terrestre, aéreo o acuático. Junto al fuego, la rueda es la esencia de la civilización.
Nadie ignora que la rueda es un disco que gira alrededor de un eje, pero muchos olvidan que fue el primer invento humano no inspirado en la imitación del entorno. Las pinzas, el martillo, la sierra, las alas o el periscopio ya existían en la naturaleza, pero la rueda no: la idea del movimiento circular alrededor de un punto es una innovación completamente original. Y sobre ella reposa prácticamente toda la evolución técnica y filosófica de la Humanidad. Desde el carro hasta el reloj y desde la brújula hasta el calendario como síntesis del tiempo y del espacio.
Desde luego, en términos de mecánica celeste todo es redondo y se desplaza en órbitas según un ordenamiento circular, pero presuntamente esa noción no era conocida en los remotos días en que se inventó la rueda.
De aquí, no pocos teólogos, e incluso psicólogos a la Jung, infieren que el hombre primitivo intuyó de algún modo la globalidad del planeta y las evoluciones cósmicas, reproduciendo en la rueda y el eje un saber esencial.
Pero, ¿quién inventó la rueda? Para los chinos, fue el mítico emperador Houang-Ty, que vivió entre los años 1697 y 1597 a.C.. Para los griegos, fue el filósofo pitagórico Arquitas, nacido en el 440 a.C. Para los arqueólogos modernos, la patria de la rueda fue la antigua Mesopotamia o actual Irak: allí se encontraron vestigios de ruedas sumerias de unos 3500 años a.C.
Y ya no como simples rodillos de tronco sobre los que se deslizaba una carga, sino como la unión de varias piezas ajustadas entre sí y luego acopladas a un eje central, con una función de transporte bien delineada. Y si, como lo muestran los bajorrelieves del Asia Menor del cuarto milenio precristiano la rueda ya existía, entonces la rudimentaria hipótesis de que ésta desciende de una mera rodaja de tronco también cae por tierra. Veamos por qué.
En principio, las toscas herramientas del hombre de antes de la Edad de Hierro no le permitían cortar con precisión redondeles de tronco, y alrededor del 2000 a.C., cuando creó una sierra suficientemente larga para hacerlo, fue absurdo ponerse a fabricar ruedas macizas de un solo bloque: las ruedas compuestas, formadas de varias partes, existían desde hacía más de mil años.
Por otro lado, en el 1900, el inspector vial M. G. Forestier propuso como tesis de origen de la rueda la vieja técnica tribal para encender fuego: la rotación manual de un palito que frota una base de madera seca. Concepto atinado, si se entiende que no hay rueda sin eje, y superador, si se piensa en la polea como base de la fuerza de movimiento… del automóvil. Pero no nos adelantemos.
Primero fue el carro, durante milenios prerrogativa de los ricos y poderosos, y más destinado a la guerra que al transporte civil. Tanto valor daban a esas máquinas rodantes los jefes militares, que al morir se hacían enterrar con ellas. Eso es lo que revelaron las recientemente descubiertas tumbas de Rusia y Kazakistán: huesos de caballos sacrificados y restos de ruedas enrayadas de unos 4.000 años de antigüedad. Lo que de paso anula la teoría de que el carro fue creado por los pueblos arios que, siglos después, extendieron su poder guerrero, su religión y su lengua por la región que hoy abarcan Afganistán, Pakistán y el norte de la India.
El hallazgo arroja nueva luz sobre las raíces de la rueda, quintaesencia de la invención humana, porque da pie a un triple redimensionamiento de su historia y alcances. Primero: no todos los avances mecánicos y culturales provinieron de las sociedades más progresistas del Oriente Medio como usualmente se asegura. Segundo: los habitantes de las llanuras rusas, llamados “bárbaros del norte” por sus vecinos del sur, ya tenían primerizos carros de dos ruedas y alto desempeño bélico. Tercero: la clave de ese adelanto tecnológico estaba en las estepas, cuya horizontalidad permitía la carrera veloz y sin obstáculos, casi como en una ruta de asfalto de nuestros días.
Muchos arqueólogos e historiadores afirman que no les extrañaría que esto haya ocurrido así, dado que los pastores de las estepas rusas fueron los primeros domadores jinetes y proveedores de caballos de tiro. Según el doctor David W. Anthony, antropólogo que estudió el caso in situ y lo expuso ante la American Anthropological Association norteamericana, “esta aventura puede haber empezado hace nada menos que 6.000 años, y después se desarrollaron carromatos con ruedas macizas, y siglos más tarde llegaron las ruedas livianas, con rayos, el gran salto hacia los vehículos rápidos y maniobrables, el fundamento de nuestra civilización de calles y caminos“.
Que esto es así lo demuestran los mapas de ciudades y autopistas, las normas de estacionamiento, el adoquinado y el pavimento, que no existirían sin la genial aparición de la rueda. Cierto es que las rutas romanas siguen allí y que los sumerios ya usaban asfalto para alisar sus senderos, pero con el automóvil a motor de explosión la rueda parece haber alcanzado un apogeo tan pleno que los urbanistas e ingenieros viales creen que ella evolucionará sólo con mínimas adecuaciones, sin grandes cambios.
Están por salir a la venta, por ejemplo, los neumáticos descartables: a la primera pinchadura, adiós, se tirarán a la basura. Los investigadores de la fábrica Michelin inventaron un revolucionario neumático cuyo roce superficial es un 35 por ciento inferior a los actuales, lo que al reducir el nivel de resistencia al movimiento baja el consumo de combustible. Pero la revolución se llama Sbarro, una rueda-bola que desafía las leyes de la mecánica automotriz porque... no lleva eje central: la unión con el vehículo se hace mediante una inédita circunferencia envolvente, similar a una punta de bolígrafo. De manera que, paradojalmente, la rueda Sbarro devolverá a la ya sofisticada rueda su antiguo aspecto de rodillo bruto, más afín al “troncomóvil” de Los Picapiedras, el famoso dibujito animado de Hannah-Barbera, que a los ligeros autos de hoy.
Claro que esa tendencia de ida y vuelta se verificó antes en el mercado del ciclismo: así como se pasó de la rueda compacta a la de rayos, empleando luego menos rayos pero más gruesos, ahora los rayos desaparecen y retornan las ruedas macizas, en materiales sólidos y ultralivianos. Los objetivos siguen siendo los mismos que hace 5.000 años: viajar mejor y más rápido.
Si un carro tirado por bueyes rodaba a 3 kilómetros por hora mientras con una yunta de caballos cubría 16 kilómetros en igual lapso, y si las ruedas de Oriente Medio tenían sólo 4 pesados rayos contra los 8 o 12 de las finas ruedas rusas, la conclusión es evidente: el dominio creciente del tiempo y el espacio por parte del hombre estaba contenido en la concepción misma de la rueda.
Alrededor del 1700 a.C., la irrupción del carro de guerra generó la primera carrera armamentista. Desde Anatolia a Egipto y desde Creta a Mesopotamia, se vaciaban los tesoros palaciegos para construir más y más carros. Para dar una idea: La Biblia cuenta que el rey Salomón pagó 600 dineros de plata por cada carro, mientras que a David 2 bueyes y una trilladora le costaron 50 dineros. A comienzos del siglo XIII a.C., cuando las hordas hititas y egipcias chocaron en las planicies de Siria, el rey hitita Muwatallis II desplegó una fuerza de 3.500 carros, y Ramsés II una cantidad similar.
Y a juzgar por su evolución, la rueda es el programa de toda acción circular, desde una procesadora de alimentos hasta un compact disc y desde un aro de básquet hasta el giroscopio de un jet.

¿TIENE FUTURO LA VIEJA RUEDA?
La rueda jugó un rol progresista en el alba de la civilización: fue rodillo para la construcción, carro de combate y transporte mercantil a larga distancia, lo que generó la necesidad de caminos e ingeniería vial y urbanística. Pero el caballo venía siendo montado desde hacía siglos y el trineo, apto para la nieve pero también para zonas barrosas o de arenas, se utilizó hace 7.000 años sin necesidad de la rueda. Es que, sin superficies debidamente aplanadas, el carro carecía de practicidad: era ineficaz en bosques, pantanos y montañas. Entonces, ¿puede una sociedad tecnológicamente avanzada prescindir de la rueda?
La respuesta es sí.
En Egipto, los faraones no emplearon ni el rodillo ni la rueda para edificar sus enormes pirámides y monumentos. Los mayas, que dominaron América Central durante 2.000 años, conocieron la rueda cuando llegaron los españoles. Los incas tenían juguetes con rueditas y carreteras, pero no carros. Hoy, con vehículos de patas articuladas capaces de subir escaleras, trenes-bala movidos por superconductividad magnética o aerodeslizadores que se desplazan por tierra y agua en base a un colchón de aire, la tendencia es a dejar la rueda atrás, quizás exhibida en un museo, junto a una diligencia y un BMW.
Pero nadie cree que la vieja rueda caiga tan bajo.

Autor: Raúl García Luna.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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lunes, 23 de enero de 2012

Hiroshima

Memorias del horror que sufrió la población civil que como cualquier otra del mundo y la historia deseaba solamente vivir en paz.

El 6 de agosto de 1945, a las 8:45 de la mañana, una bomba atómica norteamericana cayó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, destruyéndola por completo en apenas un segundo. La explosión mató a más de 100 mil personas y 40 mil más murieron en los días siguientes a causa de las quemaduras y la alta radioactividad. Eran las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y ese horror precipitó su ya anunciado final. ¿Pudo haberse evitado esa matanza? Algunos dicen que sí. Ahora, a muchas décadas de distancia, los testimonios de ese increíble apocalipsis todavía conmueven y espantan.
El 6 de agosto de 1945, la primera bomba atómica arrojada sobre una ciudad convirtió a Hiroshima en un desolado páramo de fuego. Más de 100 mil personas murieron en apenas un instante. Otras 40 mil fueron condenadas a una terrible agonía de cuatro meses. El horror era tan evidente como la total derrota de las fuerzas niponas del Pacífico, no obstante lo cual el emperador Hirohito seguía mostrando los puños. Tres días después, una segunda bomba segó las vidas de 36 mil ciudadanos de Nagasaki y dejó heridos o inválidos a otros 40 mil.
El 2 de septiembre, a bordo del acorazado norteamericano Missouri, los altos mandos japoneses firmaron su rendición incondicional ante Douglas Mac Arthur, el mismo general que, derrotado en 1943 en Filipinas, había prometido volver. Fue el trágico fin de la Segunda Guerra Mundial y el tenebroso comienzo de la era nuclear. Estaba lejos ya el bombardeo aéreo a Pearl Harbor en diciembre del ‘41, cuando el Imperio del Sol Naciente desafió a la mayor potencia occidental. Sólo 20 días separaban ese dramático momento de la explosión nuclear ensayada en Nuevo México, cuando el presidente norteamericano Harry Truman autorizó el uso de esa inédita bomba para acabar con Japón sin esperar una invasión terrestre.
Cabe recordar que, en los encuentros de Yalta y Postdam, Estados Unidos y Gran Bretaña habían acordado con la Unión Soviética no sólo el inminente reparto del mundo de posguerra, sino también que los ejércitos de Stalin entrarían en Japón el 7 de agosto de 1945, es decir, 3 meses después de la toma rusa de Berlín y un día después del fulminante espanto de Hiroshima. Así empezaron la carrera armamentista y la Guerra Fría, basadas en la desconfianza estratégica de los ex Aliados.
Queda claro que Estados Unidos le arrebató Japón a la URSS para no compartirlo como a Alemania, pero los 3 días que llevan a la destrucción de Nagasaki son un enigma exclusivo de los gobernantes nipones. ¿Por qué no se rindieron ante el primer holocausto? ¿Hubo, como entre los derrotados generales nazis, diferencias políticas? ¿O sencillamente primaron el desconcierto, la ceguera kamikaze o la falta de tiempo, como afirman varios historiadores?
Lo cierto es que aquel fatídico lunes de agosto, exactamente a las 8 y cuarto de la mañana, un furtivo B–29 norteamericano soltó una sola bomba y el centro de Hiroshima desapareció en medio de un mortífero flash. En un radio de 2 kilómetros y medio, todo se quemó completamente: ropas, árboles, tejas, durmientes de ferrocarril, piedras, seres vivientes. El hierro se funde a los 1536 grados centígrados. Allí, en segundos, la temperatura subió a los 4 mil grados.
Luego del estallido en sí, que sometió a la tierra a presiones de 35 toneladas por metro cuadrado, llegó el caos: una onda expansiva supersónica y, con ella, rachas de viento ardiente de 440 kilómetros por hora, arrasando otros 6 kilómetros y volando casas en 18 kilómetros a la redonda. Algunos edificios de cemento soportaron la ráfaga, que avanzó a 30 metros por segundo, pero se quemaron por dentro.
El gigantesco hongo nuclear aún no se disipaba en el cielo y ya Hiroshima se extinguía con la furia de un horno crematorio sin precedentes. Desde las 10 de la mañana hasta las 3 de la tarde, un extraño fuego que todo lo derretía completó el eficaz Apocalipsis. Después sobrevendría el largo infierno de la radiación, el cáncer y la degradación genética, que aún no cesa.
Esa limpia madrugada estival, a las 7:09, sonaron las sirenas de alerta y muchos japoneses acudieron rutinariamente a los refugios antiaéreos. Pero a las 7 y media, enterados de que sólo se trataba de un único avión norteamericano pasando a gran altura, iniciaron sus tareas de producción y limpieza. Como todo el mundo, ignoraban que el bombardero se llamaba Enola Gay y que afinaba la puntería para lanzar un artefacto inhumano. Incluyendo a miles de vecinos de otros pueblos, 8400 alumnos secundarios de primero y segundo año que no salieron de vacaciones, y 40 mil soldados que ayudaban a remover escombros de edificios bombardeados anteriormente, ese preciso día la ciudad era un inusual hervidero cívico de más de 350 mil personas.
La bola ígnea de la bomba de uranio 235, detonada a 580 metros sobre sus cabezas, abarcó 28 metros de diámetro y lanzó un hálito rojo de 300 mil grados centígrados. Luego, siguiendo su concepción “efecto cañón de fusil vertical”, bajó a la Tierra y echó a andar.
La pavorosa energía liberada por la bomba de Hiroshima equivalía a 20 mil toneladas de TNT, pero, por el daño real causado, los expertos dedujeron que hubo fallas graves: sólo 1 de los 30 kilogramos de uranio alojados en el arma alcanzó el punto crítico conocido como fisión nuclear, principio de la temible reacción en cadena. Vale decir que, milagro o desgracia con suerte, el poder genocida de la Bomba A fue 29 veces menor de lo que pudo ser. Lo mismo ocurrió en el siguiente raid: se calcula que no más de 1 kilo de plutonio 239, equivalente a 22.000 toneladas de TNT, bastó para arrasar Nagasaki. El resto es impensable, alucinante.
Si los techos de teja y las piedras graníticas se fundieron en un radio de 1000 a 1600 metros, situados medio kilómetro por debajo del núcleo del estallido, ¿qué habría pasado si una de esas monstruosas bombas hubiera detonado en tierra? Para los mismos tecnócratas que planearon “atacar el sector industrial de la ciudad de Hiroshima según la orden operativa de campo Nº 15 del 2 de agosto de 1945”, tamaña explosión a ras del suelo implicaba peligros potenciales desconocidos, como la ruptura de la corteza volcánica de Japón, desastres geológicos con erupciones y hasta un ecosistema muerto por décadas.
A orillas del apacible delta del río Ota, Hiroshima fue elegida como blanco bélico por razones históricas específicas. Próspera urbe fortificada en el período Edo (1603-1867), durante la restauración Meiji y Taisho (1868-1926), fue sede de la prefectura nipona y se construyeron un gran puerto para desarrollar la economía zonal, cuarteles para diversos regimientos, la Escuela de Educación Superior para maestros y novedosas fábricas de alto rendimiento.
En 1930, Hiroshima ya era el modelo nacional por excelencia: contaba con una industria pesada directamente vinculada al militarismo y con un nivel académico más centralizado que Tokio. Ya durante la primera contienda contra los chinos (1894-95) el comando marcial japonés se había mudado de la capital a Hiroshima, convirtiéndola en agresivo puerto de ultramar.
En 1937, Japón entró en guerra total con China y, tras pactar en 1940 un mesiánico Eje con la Alemania nazi y la Italia fascista, enfrentó a los Aliados a partir del sorpresivo ataque a Pearl Harbor en 1941. En el ‘42, los generales de Hirohito se proclamaban “dueños navales de todo el Pacífico”, desde Birmania a Nueva Guinea y de Australia hasta Hawaii, e Hiroshima era su más rica “perla imperial”. La bomba atómica redujo a cenizas ese patético orgullo.
Hoy, los habitantes de la nueva Hiroshima son una lección de supervivencia y de militancia por la paz, y desde hace 65 años exigen a la civilización una sola actitud: la abolición del armamento nuclear, sinónimo de la extinción humana por suicidio político. A esta convicción masiva se la llama, precisamente, “el espíritu de Hiroshima”, y está presente en las discapacidades físicas y mentales que todavía padecen no sólo quienes, ya ancianos, recuerdan aquel macabro 6 de agosto, sino sus hijos y sus nietos, allí y ahora.
Ya en 1952, mediante el logro cívico de la Ley de Reconstrucción de la Ciudad Conmemorativa de la Paz, Hiroshima tuvo sus parques, monumentos y museos, como el notable Domo de la Bomba, que hicieron imposible olvidar la tragedia de un pueblo completo convertido en polvo. Generación tras generación, las familias japonesas visitan la Fuente de las Plegarias o el Cenotafio Conmemorativo, en el que leen el Registro de Víctimas de la Bomba y la serena frase: “Que todas estas almas descansen en paz, porque no repetiremos el mal”.
Para los turistas, un momento particularmente desgarrador es contemplar la famosa Torre de las Cigüeñas de Papel, inspirada en la férrea lucha por la vida de Sadako Sasaki, una nena que tenía 2 años cuando explotó la bomba y contrajo leucemia terminal una década más tarde. Hospitalizada y usando como material el envoltorio de inútiles medicamentos, Sadako confeccionó más de mil cigüeñas de papel: según una vieja leyenda oriental, quien esto hace puede ver cumplido su mayor deseo. Se le unieron sus compañeros del colegio y llegaron cigüeñitas postales del mundo entero, pero en 1955 Sadako se murió. Tres años después se erigió su estatua de bronce, coronada por una gran cigüeña, que simboliza la esperanza de los niños en un futuro sin amenazas nucleares. Lo que Sadako, en su ingenuidad, ignoraba, era que esa amenaza signaría las relaciones Este-Oeste hasta la caída del Muro de Berlín, y que después se volvería un perverso negocio multinacional.
Hoy, incluso países semifeudales trabados en guerras étnicas compran clandestinamente en Occidente armas atómicas a precio módico, quizá valuadas por megatón, “y se las llevan en simples maletines de ejecutivo, porque ya no son enormes, como las primeras“. Lo denuncia, entre muchos otros, Hiroto Kuboura, que tenía 19 años cuando Hiroshima se volatilizó ante sus ojos, arrebatándole uno y condenándolo a una docena de vanas intervenciones quirúrgicas y varios intentos de suicidio, y que recuperó el deseo de vivir gracias al consejo de un monje zen.
“Tantas personas fueron víctimas inocentes de la ilegal Bomba A —dice Kuboura—, que 50 años después todavía sufrían los efectos de esa inhumana arma. Por eso decidí dedicar el resto de mi vida a luchar por la abolición de las armas nucleares que, no nos engañemos, continúan jaqueando la existencia humana. ¿Cómo lo hago? Contando una y mil veces lo que viví”. Electricista del ferrocarril en la concurrida estación de Hiroshima, Kuboura estaba trabajando cuando oyó “un raro estallido”, vio avanzar hacia él “un flameante maremoto rojo a ras del suelo” y perdió el conocimiento. Despertó 6 metros más allá, entre escombros humeantes, bañado en sangre que le manaba de 32 tajos en la cara y el lado izquierdo del cuerpo.
Estaba solo: los andenes, las oficinas, la gente, todo había desaparecido. Se tocó el ojo izquierdo y sintió “algo como mármol, la cuenca vacía”. Con el ojo sano vio “la terrible nube, el hongo nuclear que arruinó mi juventud”, y “caminantes de extraño aspecto, como sonámbulos, con la piel colgándole flojamente de las carnes quemadas”, y “pilas de muertos y vivos entremezclados, quejándose”, y “huesos rotos, miembros amputados, cuerpos carbonizados...
Quiso gritar, pero no pudo: estaba mudo. Se encontró al azar con un desfigurado colega que le puso en brazos un bebé calcinado le sonrió y ... cayó muerto. En las ruinas de un hospital, pasó la noche sangrando porque sus heridas no cerraban. El 15 de agosto le arrimaron una radio para que escuchara “un discurso oficial dado en voz baja, susurrando que Japón había sido obligado a rendirse ante Estados Unidos, un país por el que yo abrigaba el más profundo odio. No pude evitar las lágrimas de humillación” confiesa Kuboura.
Ese mismo día, los ejércitos soviéticos, ya ocupada Corea, firmaban una alianza estratégica con China y los aviones norteamericanos bombardeaban los últimos focos de resistencia en Tokio, preparando una ocupación que impondría a Japón una nueva Constitución basada en la imposibilidad de reorganizarse militarmente tras su capitulación, que recién llegaría el 2 de septiembre.
Es que los rebeldes civiles decían sí a la paz, pero no a ese precio. Sus vencedores, ¿no estaban saciados con dos holocaustos? “Mi padre me dijo que yo era afortunado —concluye Kuboura—, pues conservaba la vida y un ojo. Yo le pregunté qué habíamos hecho para merecer esa agonía y le comuniqué que iba a matarme muy pronto, y él sonrió. En un monasterio budista hallé la tercera sonrisa, y entendí. Vivir es sufrir, sí, pero luchando para crear un destino mejor”.

ENOLA GAY, EL AVIÓN QUE MATÓ A HIROSHIMA.
Por qué se llamó así. Cuál fue su tripulación. Qué pensaron de su acción. Cómo continuaron sus vidas. Cómo se los trató.
La víspera del lanzamiento de la primera bomba atómica, el coronel Paul Tibbets, líder de la Operación Centerboard que borró a Hiroshima del mapa en sólo 30 segundos, hizo pintar en la trompa de la fortaleza volante B–29 el nombre de su madre: Enola Gay. Jamás se arrepintió de lo que hizo. Es más, en ese instante reprendió duramente al ametralladorista de cola que al ver el hongo atómico exclamó: “iDios mío! ¿Qué hemos hecho?”, y luego acusó a “los comunistas, que quieren demostrarle al mundo que sólo un grupo de criminales locos podían tirar esta bomba”.
En 1988, Tibbets reveló que “Truman y Churchill creían que la bomba aceleraría el fin de la guerra, pero discutieron el tema a espaldas de Stalin”. Varias ciudades norteamericanas lo declararon persona no grata y tuvo que contratar guardaespaldas.
En sus antípodas, Paul Bregman, copiloto del B–29 Great Artist que destruyó Nagasaki, se suicidó en 1985, una semana antes del 40º aniversario del doble holocausto. Sus familiares contaron a la prensa que Bregman, quien en 1945 tenía 20 años, “vivía deprimido y lloraba cada vez que se acercaba el mes de agosto. Siempre se sintió un verdugo”.
El oficial W. F. Beser lamentó “no haber tirado la bomba sobre Berlín, por lo que los nazis les hicieron a los judíos”. Los demás son apellidos olvidados.

CÓMO ES UNA BOMBA ATÓMICA.
Las bombas de Hiroshima y Nagasaki, basadas en el principio de la fisión nuclear, fueron pruebas de recursos destructivos diferentes.
El negro corazón de una bomba atómica es su núcleo, compuesto por materiales hendibles llamados masa crítica. Al reventar, estos materiales liberan enormes niveles de calor y radiación, una anormal energía que mata en segundos toda vida que esté a su alcance. Esa veloz división del núcleo atómico se llama fisión. El material fisil de la bomba de Hiroshima, uranio 235, estaba dividido en dos partes, de manera que una se estrellara contra la otra al ser detonado el núcleo con simple pólvora. Luego, la fisión continúa en la atmósfera a través de la letal reacción en cadena.
El resultado es una explosión de alta, terrible magnitud. Por su forma larga y estrecha, este modelo fue bautizado Hombre Flaco, y también Niñito.
El material de la bomba de Nagasaki, plutonio 239, estaba dividido en varias partes y almacenado en una caja metálica que, al ser detonada, comprimió repentinamente esas partes en su centro para obtener la fisión. Este proceso se conoce como implosión. Por su forma redonda, a este modelo se lo llamó Hombre Gordo.
En los dos casos, y quizás esto explique por qué se arrojaron 2 bombas nucleares, los mecanismos de explosión e implosión requerían pruebas distintas. El ensayo del 16 de julio de 1945 en Álamo Gordo, Nuevo México, anticipó el poder devastador de la bomba de Hiroshima, pero los norteamericanos querían verificar el alcance de ambos sistemas. Nagasaki fue previsto para sólo 3 días después de Hiroshima, de manera que el doble objetivo tecnocrático se cumpliera antes de cualquier reacción política. El gobierno japonés denunció la violación de las leyes internacionales el 10 de agosto. Era tarde.

LA CARRERA CIENTIFÍCA HACIA LA BOMBA–A.
V a.C. El filósofo griego Leucipo (V a.C.) afirmó que toda materia está compuesta por minúsculas partículas.
406 AC Demócrito (460-370 a.C.), discípulo de Leucipo, adoptó las ideas de su maestro y llamó átomo a las pequeñas partículas.
1803 El químico inglés John Dalton (1766-1844) elaboró la concepción de peso atómico. A diferencia de Demócrito, que basó sus teorías en simples especulaciones, se apoyó en pacientes investigaciones químicas.
1869 El químico ruso Dmitry lvánovich Mendeléiev (1834-1907) publicó la tabla periódica de los elementos (peso atómico), demostrando que éstos existían agrupados en familias.
1897 El físico británico Joseph John Thomson (1856-1940) descubrió el electrón (nombre sugerido en 1891 por Stoney en sus investigaciones), la primera partícula subatómica hallada.
1897 El físico británico Ernest Rutherford advierte que las radiaciones emitidas por el uranio no pertenecen a una sola clase. A las positivamente cargadas las denominó rayos alfa y a las negativas rayos beta.
1898 La química francesa de origen polaco Marie Curie y el químico francés Pierre Curie acuñan el término radiactividad y descubren el polonio y el radio, elementos radiactivos.
1900 El físico alemán Max Karl Planck elabora la concepción de los cuantos, luego denominada teoría cuántica.
1913 El físico danés Niels David Bohr (1885-1962) formuló la teoría básica de la estructura atómica.
1914 El físico británico Henry Moseley comprobó que cada elemento tiene un determinado número atómico.
1916 El físico alemán Albert Einstein (1879-1955) formuló la teoría general de la relatividad.
1919 Rutherford produjo reacciones nucleares al convertir un tipo de átomo en otro mediante bombardeo subatómico.
1930 El físico norteamericano Ernest Lawrence construyó un pequeño dispositivo acelerador de partículas al que llamó ciclotrón
1932 El físico inglés James Chadwick (1891-1974) descubrió el neutrón. El físico húngaro Leo Szilard consideró que era posible una reacción en cadena, que en una fracción de segundo podría alcanzar proporciones gigantescas. El resultado sería una bomba nuclear.
1934 Los físicos franceses Fréderic e Irene Joliot–Curie (hija de Pierre y Marie Curie) descubrieron la radiactividad artificial, que se produce como resultado del bombardeo de núcleos en el laboratorio. También en ese año el físico italiano Enrico Fermi (1901-1954) trabajó y experimentó en el bombardeo de neutrones para inducir reacciones nucleares. Los resultados no fueron demasiado claros, pero cinco años después llevarían a obtener logros portentosos.
1939 El físico alemán Otto Hahn (1879-1968), continuando la tarea de Fermi, descubrió la fisión nuclear.
1940 El físico norteamericano Philip Abelson sentó las bases para la producción de uranio enriquecido.
1941 El presidente de los EE.UU., Roosevelt, ordenó el inicio del Proyecto Manhattan, destinado a desarrollar una bomba de fisión nuclear. Participaron en el desarrollo del proyecto 125 mil hombres y el presupuesto ascendió a 2 mil millones de dólares.
1942 En la Universidad de Chicago se logró la reacción en cadena, misión confiada a Fermi.
1945 El 16 de julio, a 100 kilómetros de Alamo Gordo, en Nuevo México, se detoné la primera bomba de fisión nuclear hecha de plutonio. Los científicos esperaban una fuerza explosiva de 5.000 toneladas de TNT: se encontraron con 20.000.
El 6 de agosto, por decisión de Truman, EE.UU. arrojó sobre Hiroshima una bomba de fisión nuclear (Bomba A).
El 9 de agosto, repitió la aterradora experiencia sobre Nagasaki. El 2 de septiembre los japoneses se rindieron oficialmente. La Segunda Guerra Mundial había finalizado.

Autor: Raúl García Luna.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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viernes, 20 de enero de 2012

Los senos como arma secreta

Protagonistas de una historia de cuatro millones de años de evolución humana como caudal erótico o cultural pero por encima de todo como recurso vital y evolutivo superior.

Órganos de nutrición, pero también indudable símbolo de seducción femenina, los senos han convertido al hombre (ser humano) en el animal más poderoso de la Tierra.
Según los hindúes, la vida brotó de un espumoso océano de leche. Para los griegos y romanos antiguos, nuestra galaxia, la Vía Láctea, fue creada por millones de gotas de leche manados de los senos de la diosa Juno. La palabra seno proviene del latín sinus, que significa curva, sinuosidad y hueco, porque también designa el espacio que separa los senos. Brebaje de inmortalidad para celtas y egipcios, “la leche es el principio fecundador de la mayoría de las mitologías y religiones”, señala el doctor Dominique Gros, especialista en mamas de Estrasburgo.
La denominación mama, tomada del latín mamma, apareció en francés en 1121. “Los senos nutrirán al lactante y regocijarán al padre”, reza el Corán. Órganos de alimentación y objetos del deseo: ésa es la doble naturaleza de los pechos femeninos. Y sólo la historia de su evolución humana abarca más de 4 millones de años.
Grandes o pequeños, alicaídos o prominentes, expuestos u ocultos, los senos de la hembra son la más típica señal de su identidad sexual. Cierto es que los machos poseen tetillas, pero éstas no son auténticas mamas: no producen leche y, por lo tanto, no necesitan ser voluminosas. En cambio, los senos femeninos son evidentes e insoslayables, es decir, abultados y con pezones grandes y sobresalientes. ¿Simple cuestión de forma? No. En su interior hay una veintena de lóbulos, cada uno de ellos compuesto por miles de tubillos: son los conductos lácteos, cuyos extremos llegan hasta el pezón.
En el hombre, el aparato es similar, pero está atrofiado. Es la función la que hace la diferencia, incluida la atracción sexual como parte entrañable de ésta. Y es gracias a esa división de roles, en la hembra vinculada a la procreación, que los mamíferos son los animales más evolucionados de la naturaleza. ¿Por qué? Porque sólo las madres mamíferas pueden proporcionar a sus cachorros un alimento siempre disponible, independientemente de las variaciones climáticas y las traslaciones territoriales, mientras las crías de otras especies deben obtener por sí mismas su ración diaria, corriendo el riesgo de no sobrevivir al intento.
Y así no hay familia, ni vecinos, ni afecto, ni erotismo.
Los primeros mamíferos aparecieron hace unos 150 millones de años: monotremas como el ornitorrinco, por ejemplo, que ponen huevos y amamantan a sus crías con leche que mana de dos tetas compuestas por 150 o 200 lóbulos. Pero, en su versión más antigua, las mamas eran órganos de incubación que, situados en el abdomen de extintos reptiles de los que derivan los mamíferos, servían para cobijar, no para nutrir.
Esos rudimentarios órganos poseían una red vascular recorrida por sangre caliente que permitía entibiar al recién nacido. Después, esa vascularización gestó un funcionamiento anómalo a nivel cutáneo y las glándulas empezaron a producir leche. Por eso es que casi todos los mamíferos tienen las mamas en la zona ventral, desde el lobo hasta el hombre. Una excepción: los murciélagos, que amamantan bajo la axila, seguramente debido a su sistema de suspensión cabeza abajo.
De cualquier manera, sólo las hembras de los primates poseen verdaderos senos, mientras que otros mamíferos apenas tienen pezones. En esto, la relación de la especie con el hábitat fue una condición evolutiva. Las ballenas, por ejemplo, proveen de 600 litros diarios a sus crías, pero ocultan sus mamas bajo un pliegue de piel: así, por ley hidrodinámica, la fricción con el agua u otro factor irritante es necesariamente evitado. En cambio, entre los simios y los machos humanos, la percepción de los pechos femeninos es un hecho social y erótico, fuertemente atávico en el bebé y de gran estímulo en los adultos llamados a la fecundación a través de una relación sexual de inigualable placer. E incluso, emancipados parcialmente de su misión primaria, los senos han alcanzado un rango estético que no sólo no contradice la ley del deseo, sino que coloca a éste en un podio superior, es decir, cultural y, ¿por qué no?, controversial.
Aún celebrados como armas de seducción en las cortes renacentistas de Europa, los pechos femeninos recién fueron admitidos por la Academia Francesa en 1789: no pudiendo evitar una óptica pecaminosa, los censores de épocas anteriores habían borrado metódicamente la palabra seno de sus diccionarios.
Pero los artistas, como siempre, se abstuvieron de emitir opinión moral y no olvidaron la dualidad original: en retratos pictóricos de los siglos XIV y XV, el seno derecho está reservado al recién nacido y el izquierdo al placer masculino. La incógnita es si la erotización del seno es específica del Homo Sapiens. “La respuesta es sí —dice el psicoanalista Boris Cyrulnik—. Ningún otro mamífero macho se interesa por la mama como órgano sexual”. Para el zoólogo Desmond Morris, “la evolución inventó estos pechos bien desarrollados para favorecer la comunicación sexual humana“.
Y eso, ¿cómo ocurrió? Una clave estaría en el misterioso cambio de postura de seducción de la mujer, que en alguna remota época se irguió, dejó de exhibir las nalgas y mostró frontalmente sus senos. “Así —agrega Morris—, esas protuberancias carnosas superaron al trasero, puesto que la erección de los pezones femeninos es, para el macho, una clara señal de invitación al acoplamiento”. A esa señal, el doctor Cyrulnik la define como un “gatillo erótico” que, durante el coito, es capaz de acrecentar en hasta un 25 por ciento el tamaño de los senos más sensibles. Para el etólogo Irénaus Eibl-Eibesfeldt, el seno habría adquirido su voluptuosa función “transformando, en los juegos amorosos, las mismas caricias y succión originales del neonato, expresando nostalgias por la madre y la infancia”. El doctor Gros coincide: “Por su redondez, el seno es un refugio de inocencia y amor”, dice.
En cuanto a su forma cónica o semiesférica, el biólogo Allister Hardy asegura que “el seno la adquirió en el agua, porque los humanos descendemos, de hecho, de un mono acuático”. Tal primate habría existido hace unos 5 millones de años, “en las costas de los mares tropicales —según Hardy—, y buceaba para pescar su alimento. De ahí que sus senos se desarrollaran para mantener la leche caliente y para asegurar la flotación de la mona”. Y luego está el enigma de la cantidad de senos, que varía de una especie a otra: desde 22 en el animal insectívoro tenrec, de Madagascar, hasta los 2 de la hembra humana. “En todos los mamíferos hay una correlación entre el número de neonatos y el de las glándulas mamarias —explica el profesor Alain Propert—. En la mujer, los nacimientos múltiples son poco frecuentes: lo habitual es un bebé por parto”.
Entonces, ¿por qué la mujer no tiene un solo seno? A esto, los expertos responden, por un lado, que dos mamas aseguran la nutrición ante la posible pérdida de una de ellas y, por otro, que en la naturaleza la regla imperante suele ser la simetría. Que los pechos femeninos ejercen peculiar fascinación es un hecho no limitado al presente, la moda occidental o la simple pornografía. Si las mamas nutricias aparecen poco sexualizadas en el arte de las civilizaciones neolíticas, en el Egipto de hace cinco mil años los senos eran maquillados y realzados por un genial invento fenicio: el corpiño. Y mientras griegos y romanos propalaban las sencillas virtudes estéticas y afrodisíacas del seno femenino, los cristianos combatieron vigorosamente su perfil erótico hasta fines de la Edad Media, rechazando estatuas y pinturas de desnudos, e incluso persiguiendo a sus autores.
Simultáneamente, los religiosos hindúes representaban sin pudor los senos de sus imágenes templarias y el budismo exportaba a todo Oriente ese novedoso fervor contemplativo. No imaginaban, por cierto, que a mediados del siglo XX los estudios cinematográficos de Hollywood industrializarían los escotes de Lana Turner o Rita Hayworth, ni que desde Cinecitá Federico Fellini sacudiría las pantallas con los de Anita Ekberg en La Dolce Vita o la superdotada Gradischa de Amarcord, entre otras.
Desde entonces hasta hoy, en sociedades mal llamadas primitivas, como las polinésicas y las amazónicas, las mujeres llevan los pechos al aire con total naturalidad, exentas de entender que su inocente osadía se caratula topless en las playas de la Costa Brava, Saint Tropez, Reñaca, Punta del Este o Mar del Plata, asumiendo ribetes de rutilante promoción en actrices como Sofía Loren o Brigitte Bardot y de añoranzas de Marilyn Monroe en el paródico, opulento torso de Madonna.

LAS ETAPAS DE LA VIDA DEL SENO.
El seno femenino está compuesto por tejidos grasos y conectivos, y por glándulas productoras de la leche que llega al pezón a través de canales. Su contextura es específica en cada mujer y su salud depende, entonces, de ésta. He aquí su evolución a través de los años.
EN LA NIÑEZ, A LOS SENOS LES FALTA CRECER. Hasta la pubertad, los senos de la niña son idénticos a los del varón. Es decir, son tetillas sin volumen, con un chato pezón gestado en el cuarto mes de su fase intrauterina, un poco de tejido conectivo y vestigios de canales lactíferos formados en el sexto mes de su vida fetal. No existe tejido adiposo ni glandular y la diferencia sexual es, en esta etapa, sólo vaginal.
EN LA PUBERTAD, LOS SENOS PIDEN ABULTARSE. Entre los 11 y los 13 años, pidiendo autorización hormonal a los estrógenos producidos en los ovarios, los senos desarrollan glándulas y canales lactíferos, y paralelamente prolifera el tejido adiposo que les proveerá volumen. Y aunque los senos sean aún muy pequeños, su estructura interna se completa enteramente en 6 a 12 meses antes del primer período menstrual.
EN EL EMBARAZO, LOS SENOS SON ESENCIALES. Desde el tercer mes de embarazo, los estrógenos hacen crecer los canales lactíferos. Simultáneamente, otra hormona, la progesterona, estimula los alvéolos productores de la leche, situados en el tejido glandular. Así, los senos se hinchan y están listos para secretar calostro, ese valioso líquido amarillento que aparece tras el parto, y después leche que alimentará al bebé.
LUEGO DE LA MENOPAUSIA, LOS SENOS DECLINAN. En esta etapa, el cese de producción hormonal de progesterona y estrógenos apareja una progresiva atrofia del tejido glandular y las grasas que abultaban los senos adquieren un protagonismo opuesto al de sus inicios. Como resultado, el seno se deprime y su piel pierde firmeza, elasticidad y lozanía. Su ciclo mamario ha concluido: es ley natural.

EL TAMAÑO DE LOS SENOS VARÍA, PERO SU ATRACCIÓN NO CESA.
A través de los siglos, por cambios en la dieta alimentaria o por hábitos culturales diferentes, los senos femeninos han crecido o disminuido muchas veces.
En la Edad de Piedra, la circunferencia de los pechos de la Venus de Willendorf era de 240 centímetros. Según Desmond Morris, esa medida estética del seno disminuyó a 113 centímetros en el año 2.000 a.C. y a 80 centímetros en el 100 d.C.
¿Modificación de las aspiraciones masculinas o disminución real de tamaño? Para el doctor Boris Cyrulnik, “la anatomía de la mujer está siempre en vías de cambio por presiones culturales. Las jovencitas de hoy parecen lianas o bejucos, con senos cada vez más pequeños, mientras las actrices de cine derrochan abultados pectorales”.
La prolactina, hormona de la hipófisis que provoca la producción de leche, podría ser la clave del cambiante volumen del seno en distintas épocas y circunstancias. Según el estado emocional de la mujer, esa secreción aumentaría o se reduciría, incidiendo en el tamaño del seno, juzgaban los médicos de los años ‘60. Pero los hechos contradijeron esa hipótesis.
En los ‘70 resurgió la por entonces alicaída afición a la lactancia directa y, aunque hoy cuatro de cada cinco madres amamanta en persona a su bebé, los fabricantes de corpiños aseguran que los talles son los mismos que en 1900. Eso sí, el contorno del seno de una francesa actual es de unos 90 centímetros: 10 centímetros más que el de una romana de épocas imperiales. “Los enormes senos que se ven por televisión no representan a todas las mujeres —objeta el doctor Dominique Gros—. Hay que saber distinguir la realidad anatómica, que evoluciona muy poco, del ideal estético. Las polémicas siliconas son parte de ese ideal”.

CADA MADRE CON SUS MAMAS.
La cantidad de senos femeninos varía genéticamente de una especie a otra, según el número de crías por parto. Pero la cultura humana también introdujo cambios.
Así como las monas y las mujeres tienen dos senos para afrontar la posibilidad de un doble nacimiento, existen especies cuyas glándulas mamarias sorprenden por la cantidad y variedad de recursos puestos en juego para nutrir a sus cachorros.
Las más grandes son las de la ballena azul, un par de mamas planas que ocupan 2,40 metros por 50 centímetros de su vientre, cada una apta para producir un mínimo de 72 litros de leche diarios. Las más pequeñas son las de la minúscula musaraña, que apenas miden 2 milímetros. Las más numerosas son las del tenrec, insectívoro en el que se han detectado hasta 12 pares de mamas.
Las más extrañas son las del ornitorrinco, que carecen de pezón y, ocultas en pliegues de su piel, dejan manar a través de los poros una leche que se desliza por sus pelos, de donde la lamen las crías. Las menos naturales son las ubres de la vaca, inexistentes en el ganado cerril e hipertrofiadas por la manipulación humana a través de los siglos, para obtener una producción láctea por selección artificial.
La función última de las mamas es social: a mayor tiempo de amamantamiento, mayor inclusión en un grupo de pertenencia. Los gorilas son un claro ejemplo de convivencia organizada alrededor de las hembras, sus cachorros y sus machos, altos custodios del seno familiar.

Autor: Raúl García Luna.
Fuente: Revista "Conozca Más".

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Pánico

Una nueva enfermedad caracterizada por el temor irracional a situaciones y experiencias que para muchos son insignificantes mientras que para otros son como el fin del mundo.

Así definen los médicos una rara afección psicosomática que en los Estados Unidos y otras sociedades industriales no cesa de aumentar en los últimos años. Diferente a las fobias, se manifiesta en todas las edades. Quienes sufren de pánico se ven impedidos de trabajar, de estudiar, de manejar autos y hasta de tocar a sus semejantes. Cómo se inicia, cómo se lo identifica, cómo se lo trata. ¿Es posible curarlo?
En su fabuloso origen griego, el pánico era causado por la abrupta aparición del dios Pan, mitad hombre, mitad macho cabrío, capaz de infundir el terror más insoportable en quien lo veía aparecer en medio de la espesura del bosque. Sin embargo, con el paso del tiempo, el término pánico ha terminado por nombrar a un conjunto de síntomas que, según la definición de los institutos de salud mental de los Estados Unidos, son experimentados por una persona “en ausencia de cualquier amenaza externa”. Ya no hace falta ninguna aparición mitológica para producir el estado de terror paralizante que afecta en diversas circunstancias de la vida a unos 3 millones de norteamericanos, de los cuales más de la mitad son negros. Asimismo, el ataque de pánico afecta en los Estados Unidos a dos mujeres por cada varón.
Tal como lo identifican los especialistas, el pánico se asemeja en grandes rasgos a un ataque de ansiedad neurótica, una afección muy característica en las grandes urbes.
En los servicios de guardia de los hospitales y clínicas de Buenos Aires se presentan habitualmente casos de presuntos ataques cardíacos que terminan siendo diagnosticados como estados de angustia o ansiedad extremos, y entre cuyos síntomas figura el dolor en el pecho, la dificultad para respirar, la extrema sudoración y los accesos de escalofríos.
Otro caso peculiar de terror pánico es el que atrapa a los chicos en edad escolar, a los universitarios, como también a los actores —el célebre “trac” previo a que se levante el telón—. Es una sensación de parálisis, fuerte transpiración combinada con escalofríos, dolores en el cuerpo, gran debilidad e incapacidad de reacción. Todo ello acompañado a veces por una sensación de irrealidad, como si la persona presa del ataque de pánico pudiera verse a sí misma pero está incapacitada para hacer aquello que teme: ir a clase, presentarse a un examen o salir a escena.
Temerle a un examen no es nada raro, pero verse paralizado completamente antes de entrar a darlo es uno de los peores momentos en la vida de cualquier estudiante. En ciertos casos, hasta suele ocurrir que éste decida a último momento no rendir, dominado completamente por el terror, empapado de sudor frío e incapaz de pronunciar una sola sílaba.
Los especialistas coinciden en señalar que el pánico es una de las denominadas “fobias sociales” que se describen en el Manual de Diagnóstico y Estadística de Enfermedades Mentales (conocido como DSM-III), editado por la Asociación Psiquiátrica Norteamericana. Una de las formas más notorias es la parálisis durante el sueño, que afecta especialmente a los norteamericanos negros.
Según el psiquiatra Carl M. Bell, que ha estudiado el pánico entre los negros, el cuarenta por ciento de los norteamericanos de ese color experimentan episodios de parálisis durante el sueño. “El durmiente —dice BelI— despierta abruptamente, atenaceado por el terror, incapacitado para moverse y con la sensación de que alguien está cerca, tratando de matarlo”. Es una tremenda pesadilla que suele ocurrir entre una y dos veces por mes a millones de personas en los Estados Unidos y en los principales países industriales del mundo.

MIEDO SIN MOTIVO.
Las teorías que exponen los especialistas norteamericanos para explicar las causas de los ataques de pánico son diversas y, a veces, contradictorias. Hay quienes piensan —es el caso de Michael Leibowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York— que se trata de un problema cerebral, localizado en el locus coeruleus, una parte del cerebro donde se cree se localiza la capacidad de decidir qué hacer ante una situación crítica, si enfrentarla o huir. En el caso del ataque de pánico, el locus coeruleus emitiría —equivocadamente— ciertos neurotransmisores capaces de iniciar en el organismo reacciones semejantes a las que se experimenta ante un peligro real. En cambio, Fred Wright, de la Universidad de Pennsylvania, cree que los episodios de miedo paralizante son consecuencia de problemas del aparato respiratorio.
En lo que sí están de acuerdo los especialistas es que los ataques de pánico son totalmente subjetivos, es decir, producidos por la persona afectada sin que haya motivos reales para que ello ocurra con semejante intensidad. Y también concuerda en que situaciones de stress prolongadas u otras circunstancias angustiantes pueden desencadenar el pánico. Maestros y profesores pueden sufrir ataques de pánico, aunque para un docente es una experiencia que atenta directamente contra su desempeño, lo mismo que para los artistas que se presentan ante el público. La cantante Carly Simon y el célebre actor inglés sir Lawrence Olivier son dos ejemplos del “trac” en sus peores formas: parálisis, sudor frío y garganta agarrotada. Y en muchos casos, el acceso de terror está vinculado a una fobia, como el miedo a los espacios abiertos (agorafobia), a los lugares cerrados (claustrofobia) o a la altura (vértigo).
También puede aparecer un ataque de pánico en el caso de personas que tienden a abarcar excesivo trabajo o responsabilidades. Tras sobrecargarse de tareas y encontrarse con que es imposible realizarlas, sufren palpitaciones cardíacas, les falta el aire o se ven atrapadas por pensamientos angustiantes.
Hace poco, la Asociación Psiquiátrica Norteamericana reconoció formalmente la existencia de los ataques de pánico, y los incluyó entre los síndromes descritos en el capítulo sobre fobias del mencionado manual DSM-III.

CÓMO CURAR EL PÁNICO.
Para curar el pánico se tiende a atacar el problema por dos vías principales: psicoterapia y fármacos. Como en tantas afecciones, los especialistas afirman que la prevención es esencial: cuanto antes se empiece a tratar al paciente, tanto mejor. Y ponen gran insistencia en advertir a la gente que los momentos de terror pánico pueden ser confundidos con ataques cardíacos, úlceras y otros cuadros.
Los tratamientos psicoterapéuticos que se realizan en los Estados Unidos son, generalmente, de tipo conductista. Por ejemplo, cuando una persona tiene terror a andar en subterráneo, el terapeuta la acompaña repetidas veces —actuando como figura contrafóbica— para disminuir la posibilidad del ataque de pánico. Otros terapeutas ensayan la relajación y ejercicios respiratorios, como una manera de distender al paciente y permitirle que afronte las situaciones angustiantes con mayor soltura.
Por otra parte, Leibowitz dice que ciertas “drogas inhibidoras de la monoamina oxidasa pueden ser recetadas para aliviar las agudas reacciones emocionales del ataque de terror, y también indicamos drogas betabloqueantes para reducir los síntomas físicos que aparecen durante el ataque de pánico”. Pero, en muchos casos, los psiquiatras tienden a aconsejar la combinación de fármacos y psicoterapia como una manera de resolver el problema en forma más armónica. En Chile, a diferencia de los Estados Unidos, el pánico no suele ser considerado una enfermedad en sí misma sino una manifestación de neurosis. Y, por lo tanto, no es tratado en forma específica sino en el marco de la psicoterapia o el psicoanálisis, que enfocan más al paciente como totalidad que a sus síntomas.
De todas formas, esta nueva enfermedad ya está definitivamente instalada entre nosotros y su erradicación no sólo está en manos de la medicina. Hay quienes proponen la formación de equipos interdisciplinarios para tratar el pánico. Médicos, sociólogos, sanitaristas y hasta ambientalistas podrían participar en forma conjunta para descomprimir los efectos patológicos que producen, en ciertas personas, la crueldad de la vida cotidiana en las grandes urbes, la contamInación permanente, la falta de solidaridad y la indiferencia de las instituciones y el estrés que origina el trabajo intensivo y las copiosas tensiones. Es decir, el pánico es una enfermedad compleja, que no se cura con pildoritas.

¿ENFERMEDAD URBANA?
El pánico puede acosar a un automovilista detenido por un embotellamiento de tránsito, pero también a personas que duermen plácidamente o a quienes disfrutan sus vacaciones. Hay síntomas, pero no reglas. Esta variante del miedo parece arraigar en una repentina sensación de inseguridad que, desde luego, la vida ciudadana provee y acentúa a cada momento: semáforos, ruidos, traslados, rendimiento laboral y demás.
El relax físico con control mental es una ayuda racional para derrotar al pánico, que ataca sin previo aviso.

ASÍ SE MANIFIESTA EL PÁNICO EN EL CUERPO HUMANO.
Los psiquiatras tratan el pánico basándose en los síntomas fisiológicos. Pero el miedo súbito es más subjetivo que real y los sedantes no son la cura total. Las mismas características del ataque de pánico, por invariables y reiteradas que sean, revelan una naturaleza multifacética de difícil control terapéutico. En principio, son episodios de miedo intenso, generalmente breves, que empiezan y terminan sin razón aparente. Segundo, siempre van acompañados de numerosos desórdenes físicos que los demás consideran específicos, como una indigestión o un infarto. Tercero, el ataque sobreviene repentinamente y sin aviso previo, aun cuando ya le haya ocurrido a un sujeto juzgado sano y equilibrado por los médicos.
La misteriosa combinación de estas tres manifestaciones propagan el pánico individual en su entorno, obteniéndose como resultado un pandemonio que luego, al ordenarse, resulta inútil, porque el sujeto “volvió en sí” tan rápida e inexplicablemente como “enloqueció”. Cierto es que la extraña racha de temor puede acosar al sujeto a solas, y tanto durante un paseo al aire libre como durmiendo, por lo que a veces se relaciona al pánico con fobias a los lugares abiertos o cerrados, pero la tendencia común es de proyección social.
Como en los casos del bebé que de noche “llora por nada”, el presidiario que enmudece ante los barrotes de su celda o el epiléptico en sus convulsiones, acá también se verifican un pedido de auxilio y una paradoja: el miedo es intransferible.
En un ataque de pánico, el sujeto experimenta, de un momento a otro, un horror que lo hace temblar de la cabeza a los pies, una sensación de ahogo y dificultad para respirar, violentas palpitaciones cardíacas, calor o escalofríos aunque la temperatura sea agradable, náuseas y disturbios intestinales, dolores fantasmas en el hígado u otras vísceras, y hasta puede orinarse involuntariamente. La cefalea y el miedo a morir acuden, entonces, al confundido cerebro, y la motricidad desaparece o bien, como es usual, el sujeto echa a correr hacia cualquier lado. Si al menos cuatro de estos síntomas aparecen juntos en la misma persona, ella padece un ataque de pánico.

Autor: J. Roberto Mallo.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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El primer presidente argentino era boliviano de nacimiento

Es por demás conocido pero puede servir en algo el contenido de su certificado de nacimiento o partida de bautismo que es la prueba indiscutible para quienes todavía lo dudan.

Cornelio Saavedra desarrolló gran parte de su vida en tierras de La Plata, es decir, en el actual territorio argentino. La razón es que a muy pequeña edad su familia fue a residir definitivamente a Buenos Aires.
Otuyo, una campiña altiplánica a pocos kilómetros de la Villa Imperial cuyo Cerro Rico forjó la temporal grandeza de Madrid y su nobleza. No fueron Chuquisaca la ilustre ni Potosí la inagotable que el Destino eligió para cuna de este prócer, sino una relativamente apacible y eglógica hacienda, propiedad de sus ascendientes, ciertamente acomodados, en una de esas “casas de hacienda” que hoy sólo podemos ver en dibujos, entre el arrullo del viento de la pampa, el frío helado de las auroras y el azul profundo del cielo, a veces surcado por el vuelo callado y señorial de los cóndores que vigilaban sus cotos, indiferentes a lo que ocurría con quienes no eran de su especie o cu comida.
No es necesario reseñar su trayectoria al servicio de la liberación argentina. Hay suficientes fuentes que se refieren a ella. Pero talvez el contenido de un documento, que por mucho tiempo se juzgó perdido tenga interés para estudiantes e historiadores de nuestro continente. Se trata de la partida de bautismo de un niño cuyo destino fue participar en el nacimiento, a su vez, de una nación, como el Presidente de su Primera Junta de Gobierno, tarea nada fácil por la explosiva y vulnerable situación geopolítica en que le tocó actuar.
Cuando posiblemente a muy pocos ya interesaba, un inquieto intelectual potosino, don Góver Zárate M. hurgando entre documentos arrumados en el archivo parroquial de Santa Ana de Otuyo, poblado cercano a Potosí como ya se dijo, se topó de pronto con un registro que resultó ser la constancia de nacimiento y bautismo del prócer.
Comunicado este hallazgo, hubo de transcurrir más de tres décadas para que la Sociedad Geográfica y de Historia de Potosí tuviera de diligencia de darle debido resguardo, como consta por su Boletín-Memoria del año 1951.
Este documento, parte de un lote de libros parroquiales precariamente conservados, y que sobrevivieron a u cruel pillaje que afectó muchos otros objetos de valor artístico e histórico, fue finalmente puesto a buen recaudo no sin laboriosos trámites y gestiones que felizmente fueron exitosos.
Aunque talvez al lector genérico no le sea interesante, de todos modos, se mencionan las cartas, constancia de recepción y texto original de la partida de bautismo de Cornelio Saavedra, uno de los patricios y gestores de la actual República Argentina:

Carta en que se solicita al Alcalde de Potosí que pasen a cargo de la Sociedad de Geografía y de Historia “Potosí”, a cargo de la Casa Nacional de Moneda, varios objetos de valor histórico, entre ellos el documento de bautismo de Cornelio Saavedra, a raíz de incidentes políticos de la época:

Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”
Casa Nacional de Moneda
Potosí, 10 de septiembre de 1949.
Nº 103/49
Al señor
Alcalde Municipal
Dr. Flavio Iraola
Presente.
Señor Alcalde:
Como emergencia de los sucesos sangrientos ocurridos en esta ciudad, la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”, que tengo el honor de presidir, ha tenido conocimiento de que la reorganización de esa importante repartición pública, se ha encargado a su distinguida persona; por lo que me toca felicitarlo, deseándole éxito en sus labores.
Aprovecho esta oportunidad, para solicitarle quiera disponer la inmediata inventariación y entrega de los objetos del Museo Municipal, así como de los documentos de valor histórico, como la partida de bautismo de Dn. Cornelio Saavedra, que tenía en su poder el Ex-Alcalde. Debo expresar a Ud. que el recojo de los valiosos objetos mencionados, ya fue tramitado; para cuyo efecto se dispuso la restauración de un pabellón especial.
Esta oportunidad, aprovecho para saludarle con las expresiones de mi consideración distinguida.
(Fdo). Domingo Flores
Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”

Respuesta del Alcalde de Potosí, que refiere la pérdida y deterioro de varios objetos históricos que le fueron solicitados:

Alcaldía Municipal
Potosí. Bolivia
Potosí, 14 de septiembre de 1949.
Nº 2-309/49
Al señor doctor
Domingo Flores
Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”
Presente.
Señor:
Tengo a la vista su atenta Nota de fecha 10 del mes en curso, agradeciendo a usted por su felicitación por haber asumido interinamente las funciones de Alcalde Municipal y en cuya reorganización evidentemente, se ha constatado que todos los valores y reliquias de oro que se encontraban en el archivo de la planta baja del Palacio Consistorial, han desaparecido, no quedando sino los marcos que contenían dichas obras de arte y que en su mayor parte eran de oro y plata.
Únicamente se han encontrado los cuadros y marcos que guardaban dichas obras de arte y las placas de bronce que por su peso no han podido ser llevadas.
Adjunto un pequeño inventario de ellos con el presente oficio.
Con este motivo, saludo a Ud. atentamente.
(Fdo) Flavio Iraola
Alcalde Municipal

Réplica del Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí” que urge por la mejor salvaguarda y protección de los objetos históricos, en especial la partida de bautismo de Cornelio Saavedra, en la Casas Nacional de la Moneda (en el ínterin había entrado en funciones otro Alcalde):

Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”
Casa Nacional de Moneda.
Nº 115/49
Potosí, 17 de Octubre de 1949.
Al señor
Alcalde Municipal de Potosí
Dn. Fidel Navarro Villa
Presente.
Señor Alcalde:
La Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”, que tengo el honor de presidir, se ha interesado desde hace tiempo para centralizar en la Casa Nacional de Moneda, los Museos de Arte y Archivos. Para este efecto, se dirigió en repetidas oportunidades a la Alcaldía Municipal y últimamente, el señor Adrián Barrenechea, solicitó un pabellón especial, que se encuentra refaccionado para la instalación del Museo Municipal.
Desgraciadamente los sucesos sangrientos que han enlutado el país, no han permitido realizar este anhelo y los objetos de mayor valor han sido cruelmente saqueados, sin importarles el valor moral e histórico que representan.
Como los pocos objetos que han quedado, no pueden ser abandonados y ante todo los documentos de valor histórico, tales como el libro que contiene la partida de bautismo de don Cornelio Saavedra; perjudicando a los estudiosos y numerosos turistas que nos visitan, ruego a Ud. se sirva disponer que las placas y objetos de arte que quedan, sean colocados en el Pabellón Municipal de la Casa Nacional de Moneda, y, los documentos sean entregados para su custodia en la caja fuerte de la Sociedad Geográfica. Esta entrega, podría ser efectuada en un acto público, para solemnizar la próxima efeméride local.
Con esta oportunidad, ofrezco a Ud. las consideraciones de mi mayor respeto.
(Fdo). Domingo Flores
Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”.

Respuesta del nuevo Alcalde de Potosí, refiriendo que en el breve tiempo desde la anterior solicitud terminaron por desaparcer los pocos objetos que se habían salvado de la depredación y el robo (dentro de la mismísima institución…!), quedando solamente el libro con la partida de bautismo de Cornelio Saavedra:

Alcaldía Municipal
Potosí - Bolivia
Nº 3/361/49
Sec. Secretaría.
Potosí, 20 de Octubre de 1949.
Al señor
Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”
Presente.
Señor:
En mi poder su atento oficio Nº 115/49 y del cual he tomado nota.
Me cabe en esta oportunidad informarle que de los objetos de arte y de gran trascendencia histórica, no ha quedado absolutamente nada, habiéndose recuperado solamente el libro que contiene la partida de bautismo de Dn. Cornelio Saavedra, gracias al interés demostrado por la Alcaldía de mi cargo, libro que será entregado en acto especial y conmemorando las fiestas del 10 de Noviembre, a la Sociedad que tan dignamente preside.
Con este motivo, ofrezco a Ud. las consideraciones más distinguidas de mi estima personal.
(Fdo) Fidel Navarro Villa
Alcalde Municipal

Finalmente, luego de un nutrido “carteo”, al fin se pudo poner a buen recaudo el libro parroquial que contiene la prueba de que Cornelio Saavedra nació en las altas tierras de Potosí. Posiblemente porque unos folios viejos no valían nada para los ladrones, o porque no tuvieron, felizmente, la visión de que podían obtener buen rédito en alguna casa de remates de Londres o Nueva York, no se interesaron en llevárselo. De tal modo, la Alcaldía de Potosí transfirió este fondo documental de gran valor a la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”, junto a otros objetos, esta joya de la historia americana, como consta por el siguiente recibo oficial.

Recibo de Entrega
Alcaldía Municipal
Potosí-Bolivia
He recibido del Sr. Alcalde Municipal Dn. Fidel Navarro Villa, en entrega oficial con motivo de las fiestas del 10 de Noviembre, el libro que contiene la partida de bautismo de Don Cornelio Saavedra, una pequeña plaquetita que tiene grabado el escudo de armas de la Villa Imperial, un pergamino con la poesía de la Srta. Beatriz Schulze Arana, dos documentos uno en papel y otro en pergamino referentes al ajusticiamiento de Dn. José Alonso de Ibáñez. Un legajo de documentos de la Real Renta de barajas, año 1805.— Dos libros originales de la Guía Histórica, Potosí Colonial por Dn. Pedro Vicente Cañete y Domínguez, y dos copias de la misma, escritas a máquina en archivadores. Tres tomos manuscritos de Celestino López y que se intitulan “De mi alma y de mi tierra”.
(Fdo) Domingo Flores
Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”.

La partida de bautismo a la que se hace referencia y que fue descubierta en el Archivo Parroquial de Santa Ana de Otuyo (hoy jurisdicción de la Provincia Cornelio Saavedra) en Noviembre de 1917, por el destacado intelectual potosino Dn. Góver Zárate M. es la siguiente que se transcribe textualmente del libro original:

CORNELIO JUDAS TADEO
Nasido dun día. En la Hasienda dla Fombera Jurisdicción d esta Parrochia dmí Sª Sta. Anna Mataca la Vaja en dies y seis dias d mes de Septiembre d setesientos sincuenta y nuebe años: Yo el presente Cura y Vicario de ella Dor Jph del Barco y Oliva Baptise a Cornelio Judas Tadeo Hijo Lejitimo d Don Santiago de Saabedra y de Da. Teresa Rodriguez, nasido en dicha Hasienda dla Fombera, fue su Madrina la India q’ hiso ofisio de Partera llamada Pascuala forastera, aquien adbertí su obligación y parentesco Espiritual; y en primero d Noviembre de dicho año de setesientos sincuenta y nueve en esta Sta Yga Parrochial le puse Oleo y Chrisma, enlas quales seremonias Eclesiasticas lo Cojio Dn Franco Xavier Sanches y pª qª conste lo firmo.
Dor. Jph. del Barco Y Oliva.

(Se ha conservado la traducción literal del documento por el valor que pudiera tener para los especialistas…)

Ukamau la cosa.

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Joyas que nacen del mar

Las perlas fueron descubiertas hace 5000 años en la naturaleza y hace 120 años se obtuvo la primera cosecha de cultivo.

Tardan años en formarse en el corazón de una ostra. No sólo se emplean para hacer anillos y collares, sino también en medicina. Algunas cuestan millones de dólares, otras se cree que están malditas. Las más valiosas son las negras, las más grandes pesan varios kilos. Son las perlas, fascinantes gemas de nácar, a las que en la antigüedad se les atribuyó origen mágico y que se han convertido en el eje de un importante, redondo negocio: el de las perlas cultivadas.
“Dónde se pueden comprar perlas?”, es una de las preguntas más frecuentes entre los políticos y hombres de negocios que visitan Japón, quienes imaginan que estas joyas son más económicas en el país donde comenzaron a cultivarse por primera vez y que ahora suministra el 80 por ciento de la producción mundial.
Los caballeros que buscan complacer los deseos de sus esposas o amantes se sorprenden al comprobar que un collar de cuarenta centímetros de perlas de siete milímetros de diámetro, de la calidad más modesta, nunca cuesta menos de 1500 dólares. Pero esta no es la única sorpresa que producen las perlas. Su historia y producción artificial deparan datos que son realmente asombrosos.
A finales del siglo pasado el japonés Kokichi Mikimoto comenzó a ensayar un proceso que hasta entonces sólo efectuaban la naturaleza y el azar, al introducir un trocito de mejillón en una ostra, para que este molusco se defendiera del objeto extraño, cubriéndolo paulatinamente con finas capas de nácar, hasta formar una perla. Después de largos y pacientes intentos, el 11 de julio de 1893, Mikimoto consiguió la primera cosecha de “perlas cultivadas” de la historia, las cuales después fueron perfeccionadas hasta ser esféricas, producidas masivamente y comercializadas hacia 1921, originando uno de los negocios más prósperos y curiosos: la perlicultura.
A diferencia de otras gemas que deben ser pulidas, cortadas o trabajadas para que finalmente se descubra su encanto, las perlas no se “hacen” sino que “nacen” bellas, al surgir del suave interior de una ostra que habita en las aguas del mar.
La perla natural comienza a formarse cuando un grano de arena o un parásito entra en una ostra —de la variedad llamada perlífera—, irritando su fina carne. La ostra no puede expulsar el cuerpo extraño y combate la irritación que le causa cubriéndolo con nácar, una sustancia dura y lisa, que se deposita año tras año sobre el cuerpo intruso. Las ostras segregan unas tres o cuatro capas diarias de nácar, con lo cual tardan más de dos años en completar una perla, la cual está formada por alrededor de mil películas concéntricas de unas pocas milésimas de milímetro de espesor. Estas “gemas marinas” se componen casi totalmente de carbonato de calcio y pueden ser naturales, cuando la materia irritante penetra accidentalmente en la ostra, o cultivadas, cuando la introduce el hombre y la naturaleza culmina el proceso.
La mayoría de las perlas naturales —muy escasas debido a la dificultad para obtenerlas— se pescan en las aguas del golfo Pérsico y de los mares de India, Sri Lanka, México, Venezuela y Panamá. Las cultivadas proceden sobre todo de Japón, Australia y China, donde se crían mediante técnicas muy cuidadosas.
Los cultivos o viveros de perlas se instalan habitualmente en las bahías de aguas tranquilas o en las ensenadas. La ubicación de estas “granjas marinas” se elige de acuerdo con la temperatura (que debe estar entre los 18 y 25 grados centígrados), las corrientes marinas y las sustancias orgánicas alimenticias. Las ostras perlíferas que se cultivan en grandes islas flotantes, como las de la bahía japonesa de Mie, son un molusco delicado que sucumbe fácilmente a condiciones adversas como la contaminación, las fuertes variaciones en la concentración de plancton, o la mortífera “marea roja”.
Las jaulas de cultivo se mantienen sumergidas a dos o tres metros de profundidad. En las granjas marinas hay una zona donde se efectúa el tratamiento del núcleo de la ostra madre y otra donde las ostras se recuperan después de esta operación. De las decenas de especies de ostras que viven en los mares, sólo algunas son perlíferas y la mayoría de las perlas nacen de una variedad que los japoneses denominan akoya, aunque también pueden cultivarse en ostras de labios plateados o negros, así como en las llamadas biwa, que viven en agua dulce.
Las ostras son criadas en viveros hasta alcanzar su condición adulta. Aunque pueden vivir hasta doce años, es a partir de los dos años cuando están en su mejor momento para formar las perlas.
Entonces unos cultivadores respetados por su maestría cortan la suave carne de la ostra con un bisturí y le insertan —con sumo cuidado, ya que el error más insignificante puede causar defectos en la futura perla— una sección del manto de otro molusco, que inmediatamente comienza a ser recubierto por el material nacarino segregado por el animal.
Las ostras implantadas se colocan en cestas suspendidas de balsas y al cabo de los dos a tres años que tarda el proceso en completarse, son recolectadas para extraer las perlas, en una tarea que actualmente está tecnificada pero que hasta 1950 efectuaban jóvenes buceadoras, conocidas con el nombre de “ama”.
La perlicultura es un recurso económico bastante frágil y que implica ciertos riesgos, ya que depende de factores azarosos, como demuestra la inexplicable mortalidad sucedida en las ostrerías de la Polinesia francesa, en 1984 y en 1985. Según la asociación de productores de perlas de Japón, la tasa de supervivencia de la madreperla ha caído hasta el 40 por ciento en los últimos años. Una de las perlas naturales más famosas del mundo, y para algunos también la más bella, es la Peregrina, pescada en el siglo XVI en las aguas que separan las islas venezolanas de Cubahua y Margarita (que albergaron el mayor ostrario del mundo, hoy ya agotado) y después llevada a España, donde se convirtió en una de las joyas preferidas de sus reinas. La Peregrina, cuyo paradero permaneció oculto durante largo tiempo, está maldita —afirma una leyenda— y quien la posea está condenado a morir tras sufrir grandes dolores. Pero nada de esto parece haberle ocurrido a la actriz Elizabeth Taylor, que la obtuvo como regalo de boda de Richard Burton. Una de las mayores perlas que se conoce es la que pesaba 1.860 gramos y que compró Sir Henry Thomas Hope, el banquero londinense también dueño del célebre diamante que lleva su nombre.
La mayor del mundo es la Laotze o Allah, de 6,37 kilogramos y de 24 centímetros de longitud por 14 centímetros de diámetro, hallada en las Filipinas en 1934 en una ostra gigante. Fue avaluada por el Gem Laboratory de San Francisco en varios millones de dólares, según el Libro Guinness de los Records. Uno de los precios más altos pagados por una perla ha sido de 1.210.000 francos suizos (alrededor de un millón de dólares). Se trata de la Regent, oval, que formó parte de las joyas de la Corona Francesa, y fue vendida a Christie’s de Ginebra, en 1988.
El uso ornamental más extendido de las perlas es el collar, aunque las más perfectas se utilizan en anillos, para los que se prefieren las denominadas hanadama: redondas, rosadas y sin fallas, que alcanzan los 10 milímetros de diámetro. Pero las perlas no sólo se utilizan como adorno, sino que desde tiempos inmemoriales se les atribuyen poderes medicinales. En el Japón feudal, los médicos de Nagasaki trataban a los nobles con pomadas y tabletas de perla; en China se cree que estas gemas combaten la toxicidad y el “mal de ojo”; y en el golfo Pérsico se ha utilizado el polvo de nácar para curar la indigestión, las hemorragias y la malaria. En la India se emplean perlas molidas para tratar enfermedades oculares y pulmonares, así como la gota, la viruela y la lepra, y se cree que las perlas pueden ser un remedio contra el insomnio, los problemas ginecológicos y del embarazo, disentería, tos ferina, sarampión y para recuperar la salud general.
Lo cierto, en todo caso, es que no hay dos perlas iguales. Su valor se establece de acuerdo con cinco aspectos básicos: tamaño (van de 2 a 12 milímetros de diámetro y su peso se mide en quilates, la quinta parte de un gramo), oriente (brillo profundo), forma, color y perfección.
Las perlas redondas son las más habituales y en Japón se las conoce con el nombre de happo-korogashi (rueda de ocho direcciones) porque puestas a rodar, giran suavemente en cualquier dirección. Las de forma irregular se denominan barrocas, semibarrocas, ovales o gotas, según su deformación.
Aunque a veces la naturaleza les da una forma caprichosa y se las bautiza con el nombre del objeto al que se asemejan: corazón, trompo, champiñón o tres cuartos (las que se les ha suprimido una tercera parte). Cuando tienen superficies cóncavas o retorcidas se las denomina perlas dragón, y si por casualidad dos perlas se han fundido al crecer, se las llama gemelas.
No todas las perlas tienen su habitual color blanco plateado. También las hay de tonos rosa, crema, crema-rosa, dorado, verde, azul y negro ahumado, debido al fenómeno de la refracción de la luz en sus capas de nácar y a una reacción química causada por cantidades microscópicas de distintos pigmentos en sus capas. Las perlas negras, que producen únicamente las ostras de labios negros, son las más buscadas del mundo. Provienen de Australia y la Polinesia, donde se cultivan más de 400.000 perlas al año.
Las de color dorado poseen una capa nacarina más espesa, que las hace más resistentes y habitualmente están más cerca de la redondez perfecta. Las tres principales especies de cultivo son la perla akoya, de Japón, la perla de los Mares del Sur (denominada la “reina de las perlas”) y la perla de agua dulce (que puede cultivarse en mejillones de mayor tamaño que las ostras, principalmente en China).

PEQUEÑAS MARAVILLAS CON MUCHA HISTORIA.
Descubiertas hace 5.000 años cerca del golfo Pérsico, en el mar Rojo y el océano Indico, las perlas las utilizaron los países de Oriente para pagar los impuestos hace veinticinco siglos y han sido empleadas desde entonces como ornamento y material precioso. Su historia ha estado siempre rodeada de leyendas y las más variadas culturas les han atribuido poderes y orígenes mágicos. Según una tradición, las perlas nacieron de una gota de rocío que cayó en un mangle (un arbusto tropical que crece en las costas de los ríos) y rodó dentro de una ostra. Para otros son el fruto de los relámpagos. En la Polinesia se cree que son las lágrimas de una diosa. Un mito indio explica que una princesa enamorada de un joven rajá, encerrada en un palacio, en una isla, lloró día y noche esperando que él viniera a rescatarla y sus lágrimas cayeron al mar convirtiéndose en perlas al tocar el agua salada.
Se dice que Cleopatra disolvió dos perlas en vino para seducir a Marco Antonio; los hebreos las consideraban las lágrimas derramadas por Adán y Eva al arrepentirse de sus pecados y para los griegos tenían los atributos de la diosa del amor, Afrodita, generando vitalidad y fuerzas protectoras.
Los romanos consagraron las perlas a Venus “por ser ambas las más hermosas hijas del mar” y la afición a estas gemas estaba tan extendida que, según algunos historiadores, Nerón podía construir literas con perlas y algunos poderosos habían acumulado las suficientes para recubrir las paredes de sus mansiones.

PERLAS: NATURALES, CULTIVADAS, IMITADAS.
Formada básicamente por finas capas de carbonato de calcio en el interior de una ostra, la perla es una gema viviente.
Según Ryo Yamaguchi, portavoz de la empresa Mikimoto, el profano muy difícilmente puede apreciar la calidad de las perlas, ya que dos piezas muy similares a simple vista pueden diferir entre diez y cien veces de valor. El tamaño, el espesor de la capa perlífera, la forma, el brillo y el color son los criterios para juzgar la calidad de las perlas, que en las fábricas los operarios seleccionan a la luz de una ventana orientada hacia el norte. Las perlas naturales difieren levemente de las cultivadas en su estructura interna de capas y en su peso específico.
Antiguamente, para diferenciarlas, se utilizaba el endoscopio, un instrumento formado por una fina aguja, un microscopio y un sistema de espejos, que permite estudiar los núcleos de las gemas mediante un haz de luz. El núcleo de las cultivadas lo forman capas paralelas; el de las naturales tiene forma concéntrica. Uno de los métodos modernos más fiables para diferenciar las gemas naturales de las cultivadas es el difractograma, que consiste en hacer incidir un finísimo haz de rayos X sobre su superficie, lo cual permite obtener en una placa fotográfica una imagen de la disposición de los cristales de la perla. Actualmente se fabrican perlas de imitación artificiales mediante técnica de revestimiento de laboratorio y núcleos de molusco, plástico, vidrio, porcelana u otro material sintético, que por su apariencia pueden confundirse con las naturales.

Autor: Omar R. Goncebat.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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