Un asunto de larga data y debate que conmueve a la ciencia en su manifiesta imposibilidad de explicarlo pese a varios años de intento y muchas teorias al respecto.
Una investigación de los hechos más apasionantes y polémicos del culto católico: el enigma de las vírgenes que derraman lágrimas, muchas veces de sangre, que los fieles consideran una dolorida manifestación de piedad por los sufrimientos que el hombre inflige a sus semejantes. Desde la Virgen yugoslava de Medjugorje hasta la Virgen de La Cisterna, o desde las imágenes de María Rosa Mística hasta el caso de la Beata Laura Vicuña, numerosos íconos religiosos lloran y como si tuvieran vida. El misterio que une a la Madre de Cristo con la sangre de San Gennaro no ha logrado ser refutado por la ciencia, y esta milagrosa expresión sigue concitando el fervor místico de millones de creyentes.
Cuando la pequeña población de Medjugorje aún pertenecía a Yugoslavia, el 24 de junio de 1981, la Virgen se apareció a un grupo de cinco adolescentes y un chiquito de 10 años. Desde entonces el hecho se repitió sin interrupciones y atrajo la atención fervorosa del mundo a pesar de la oposición de las autoridades comunistas. Entre los muchos mensajes que les fue dando a los jóvenes videntes se destacaba el dolor de la Santa Madre por lo que anunciaba como un futuro sangriento. Hoy Medjugorje está en la región de Bosnia y tiene, por una guerra civil sin treguas, un pasado reciente sangriento.
La Virgen se anunció, hace años, como Reina de la Paz, pero recalcando como siempre que esa paz depende del hombre y no de una decisión divina. Dios no actúa por decretos, por decirlo fácil. La libertad que les dio a los humanos es la que decide sus propios destinos.
Muchos años después de aquella primera aparición, el padre Pablo Martín Castellán llevó una pequeña imagen de la Virgen de Medjugorje —que es bellísima— desde Bosnia hasta Civitavecchia, un puerto de 50.000 almas que queda a unos 120 kms. de Roma, en Italia. Se las dejó a los Gregori, una familia sumamente devota que pasaba por duros momentos. A fines de febrero de este 1995 la imagen lloró sangre. La conmoción fue grande. El hogar de los Gregori se transformó casi en un santuario al que acudían centenares de fieles. El Vaticano tomó cartas en el asunto. Dos médicos de inobjetable seriedad (el profesor Angelo Fiori, del Policlínico Gemelli, donde atendían habitualmente al Papa Juan Pablo II, y su colega Giancarlo Umani Ronchi, de la Universidad de Roma) llevaron a cabo un profundo estudio y elevaron un informe a la autoridad vaticana donde dejaban en claro que se trataba de sangre humana y no encontraban una respuesta científica al hecho.
LO SOBRENATURAL.
El 2 de abril de 1995 la imagen le fue devuelta al obispo del lugar, monseñor Grillo, para continuar con la investigación aunque siempre con la cautela que caracteriza a la Iglesia Católica en estos casos. Fue entonces que ocurrió lo imprevisible: la imagen lloró sangre una vez más estando en las manos del obispo. La prensa mundial se interesó y el Vaticano profundizó aún más el estudio del caso.
Hasta entonces, no había en Italia una imagen de la Virgen que llora, al menos que se hubiera divulgado. Hacia mediados de 1995 se develó la existencia de hasta catorce casos que no habían sido públicos sobre el fenómeno. No se comprobaron todos ellos pero es obvio que la que llamó la atención del mundo, la de Civitavecchia, tiene un peso propio enorme debido al testimonio directo de nada menos que un obispo, monseñor Girólamo Grillo, quien presenció personalmente el fenómeno. Por un lado basta con atender a lo dicho por Juan Pablo II el 28 de mayo de 1993 en una reunión episcopal: “Negar lo sobrenatural del Cristianismo sería como negarla esencia misma de la Iglesia”.
Hay hechos (¿quién puede dudarlo?) que sólo se explican con la fe.
VERDAD Y FRAUDE.
Por otro lado la misma Iglesia aconseja extrema prudencia ante revelaciones particulares y bien que lo hace porque, de lo contrario, el circo sería imparable. Puede existir fraude en ciertos casos: una determinada pomada incolora untada en los ojos de la imagen reacciona ante el calor de las velas y aún del que genera un grupo de personas y deja caer gotas estremecedoras. ¿Por qué hacer algo así? Simplemente por comercio o por querer asociarse a un poder semejante, por ejemplo.
Pero, atención: también hay —y hubo a lo largo de toda la historia— auténticos fenómenos y mensajes de fe que la razón no puede manejar. Uno viaja en un Jumbo y se entrega graciosamente a una máquina que pesa 350 toneladas, lleva 400 pasajeros, se desplaza a 10.000 metros de altura y lo hace a una velocidad de 900 kms. por hora. Y uno no tiene la menor idea de cómo es posible algo así. Si ni siquiera entendemos algo que sí tiene una explicación física y de gran rigor científico y, sin embargo, lo acepta poniendo en riesgo la vida misma sólo por confiar en otros, ¿por qué no reconocer que hay cosas que el 12% de nuestra capacidad cerebral (el máximo usado por el ser humano) no puede comprender?
La fe aparece allí como esos regimientos que llegaban a salvar a los vaqueros rodeados por los indios. Eso sí: con una prudencia absoluta, porque los soldados pueden ser indios de otra tribu que se disfrazaron con uniformes azules y el remedio puede ser peor. Prudencia, cautela, calma y rigor son indispensables. Usémoslos.
OTROS CASOS CERCANOS.
El 30 de noviembre de 1992, El Mercurio de Santiago publicó extensamente una investigación que se llevaba a cabo por pedido del arzobispo de Santiago, monseñor Carlos Oviedo Cavada, respecto de una imagen de la Virgen que lloraba sangre. El prelado dijo por entonces: “Hay que hacerlo porque esto podría ser, efectivamente, signo de la Santísima Madre”.
El Servicio Médico Legal de Chile determinó, sin posibilidad de dudas, que se trataba de sangre humana. El caso se dio en el hogar de Gonzalo Núñez y Ana Delso, en la comuna de La Cisterna. La imagen tiene 25 cms. de altura y es de yeso. En Brasil, desde el 13 de febrero de 1990 y todos los 13 del mes (día en que se honra a María Rosa Mística) una estatuilla de 70 cms. de altura que se encuentra en la iglesia de San Sebastián, en Louveira, llora de manera abundante ante cientos de testigos. Entre ellos hubo científicos de la Universidad de Campiñas que se interesaron por el hecho. El doctor Nelson Massini, profesor de medicina forense de esa casa de estudios superiores, declaró, luego de los análisis de rigor, que se trataba —en efecto— de lágrimas humanas y que no había truco posible. Su colega, el patólogo Fortunato Badán, dijo públicamente: “No podemos encontrar otra explicación que no sea sobrenatural”.
En Argentina el fenómeno se repitió en muchas ocasiones. Tomando algunos de los últimos tiempos, es muy recordado el caso de una imagen peregrina de la Virgen que lloró, ante cientos de asombrados fieles, en la casa de la familia Santamaría, de Rosario, en Santa Fe. Curiosa la coincidencia de nombres: familia “Santamaría”; ciudad de “Rosario”; provincia de “Santa Fe”. El 8 de octubre de ese mismo año (1990), el padre Stéffano Gobbi, un hombre extraordinario en estos temas, viajó de su Italia natal a Rosario. Y, de pronto, rezando ante la imagen en cuestión, levantó los ojos y confirmó con voz trémula lo que estaba viendo: “¡La Madonna piange!”, la Virgen llora. Tomó una de las lágrimas con el pétalo de una rosa que, al día siguiente, quedó manchada por la salinidad del líquido. Una vez más, se comprobó que se trataba de lágrimas humanas.
El 21 de abril de 1991, en la casa de Blanca Steciuk, en Haedo, Buenos Aires, otra imagen de María Rosa Mística lloró. El hecho se repitió en varias ocasiones siendo uno de los muchos testigos el doctor Luis Serrano, un médico inobjetable. El sacerdote Norberto PohI siguió muy de cerca el fenómeno y lo calificó —en forma personal, sin hablar en nombre de la Iglesia— como “sobrenatural”. Las lágrimas fueron analizadas y eran humanas. Poco después otro asombro sorprendería a los que ya llegaban por cientos a aquella casa: de una estampa de la Virgen que aparecía en un libro surgieron lágrimas de sangre que quedaron muy visibles en el ejemplar. Se analizaron muestras en laboratorios privados y el resultado fue siempre positivo: aquello era sangre humana.
LÁGRIMAS DE SANGRE.
El 1º de agosto de 1984, en la casa de Francisco Gómez y su esposa, Nélida Ríos, en Villa Constitución, Santa Fe, otra estatuilla de la Virgen dejó caer lágrimas de sus ojos. Gran conmoción. El párroco del lugar, padre Ramón Carrizo, declararía luego: “Yo la vi llorar, yo soy testigo. No sé si es un fenómeno sobrenatural, pero el milagro es que la gente ha vuelto a Dios“. El 12 de diciembre de 1991, el laico Ricardo Pereda, el sacerdote Mario Serafini y el médico Ricardo Vitale, rezaban frente a una imagen de la Virgen en la capilla San José Obrero, de Neuquén. Se estremecieron cuando de los ojos de la estatuilla comenzó a brotar un líquido rojo. Se dio aviso a las autoridades eclesiásticas. Se hicieron los análisis que confirmaron que se trataba, otra vez, de sangre.
En abril de 1994 no fue la imagen de una Virgen sino la de la Beata Laura Vicuña, una chiquita chilena de una fe descomunal que murió a los 12 años de edad y cuyo proceso de canonización está muy avanzado en el Vaticano. Centenares de testigos presenciaron aquello en el Centro Comunitario de Ostende, localidad costera lindante con Pinamar. La estatuilla había sido traída desde Italia por el párroco Armando Ledesma. En ocasión del fenómeno viajó al lugar el vicario general de la diócesis, monseñor Carlos Malta. Conociendo el pensamiento de los dos eclesiásticos se puede afirmar que ninguno de ellos es precisamente propenso a aceptar este tipo de cosas con graciosa facilidad, sino todo lo contrario. Son hombres jóvenes y sumamente cautelosos ante cualquier manifestación similar. Sin embargo se conmovieron. Monseñor Malta diría luego a la prensa: “Estaba por comenzar a dar misa cuando el padre Ledesma me advirtió en voz baja que la imagen estaba llorando. Me di vuelta y comprobé que así era. Yo vi cómo las lágrimas salían de sus ojos y se acumulaban en la barbilla. Lo vieron, también, las 200 personas que había en el lugar y quiero destacar que sólo hubo un silencio enorme y respetuoso, sin exclamaciones ni sensacionalismos”.
En esa ocasión estaban en aquel sitio la periodista Limay Ameztoy y el reportero gráfico Oscar Alfonso, ambos del diario “La Capital” de Mar del Plata. Alfonso tomó la foto donde se ve a monseñor Malta recogiendo en una bandejita el líquido que brotaba de la imagen, un documento muy excepcional. La joven colega Ameztoy diría luego: “La Iglesia puede decir que es un milagro o una alucinación colectiva; los lectores pueden creer que es un invento; muchos pueden imaginar que mi compañero y yo estamos locos. Lo que sé es que lo que vi no se borrará jamás de mi mente”. Sabido es, también, que los periodistas en general —habituados a contar sólo lo que ven— no suelen ser muy crédulos ante cosas así.
En febrero de 1995, Walter Cancino, hombre de custodia de un barrio de Munro, Buenos Aires, se detuvo extrañado a las cuatro y media de la madrugada frente a la imagen de la Virgen de Luján que está entronizada en el frente de una de las casas, la que comparten las familias Bacardí y Moschiar. Confiesa haberse asustado tanto al comprobar que la imagen lloraba sangre que detuvo a un taxi y pidió al conductor y a su pasajero que observaran lo que ocurría. Poco después se les unieron los habitantes de esa casa y, todos juntos, rezaron frente a la estatuilla de la Santísima Madre. Sin que se lo propusiera nadie, el lugar se transformó en una suerte de santuario adonde llega muchísima gente para demostrar su devoción por la Virgen. El caso se hizo público a través de los medios recién un mes más tarde.
¿POR QUÉ LLORA LA VIRGEN?
En 1993, en una entrevista hecha a monseñor Roque Puyelli, —entre otras muchas cosas— fundador de la Asociación Mariológica Argentina, que nuclea todo lo referido a la Madre de Jesús. Respondió, como interpretación propia pero coincidente con todos los especialistas que desde la Iglesia estudian estos hechos: “María es nuestra Madre y, toda madre, cuando sus hijos sufren, llora. En los últimos 40 o 50 años la Iglesia, con todos los que formamos parte de ella, sacerdotes o laicos, ha vivido problemas hasta el punto de llevar a decir a Paulo VI: “Por entre las resquebrajaduras de la Iglesia se ha colado el humo del infierno…”.
María ve a muchos de sus hijos que siguen por malos caminos debido a su propia elección, ya que nosotros somos libres de optar aunque elijamos lo peor. Y Ella sufre. Sufre como lo haría cualquier madre aquí, en la Tierra. Y llora... Puede decirse que, en los últimos años, las imágenes de la Virgen que lloran lágrimas o sangre se han multiplicado en todo el mundo.
Con leer los periódicos o ver los noticiarios de televisión, no es difícil saber por qué. Son tantos los sucesos contemporáneos de carácter trágico que, movidos por el desencanto o la desesperanza, quizá pensemos en dejarnos caer en la triste tentación de no ver guerras o dolor.
La jerarquía eclesiástica, mientras tanto, la voz oficial de la Iglesia, asume su clásica posición de extrema prudencia. No desprecia estos hechos, estudia minuciosamente cada caso, puede llegar a condenar ciertos cultos a imágenes cuando descubre que no corresponden y —hasta ahora, al menos— no avala ninguno en particular.
Esa misma cautela, sin que melle la fe, es aconsejada para cada uno de los fieles, que tienen libertad de creer o no.
UNA MUJER LLAMADA MARIA.
Si bien son escasos los datos serios que se logran obtener de la Virgen simplemente como mujer, pueden conocerse algunos. María descendía de la estirpe real de David. Sus padres fueron los muy piadosos Joaquín y Ana (San Joaquín y Santa Ana). Como ellos, María pertenecía a la tribu de Judá y había hecho voto de perpetua virginidad desde muy chica.
A pesar de esto y por razones sociales de la época es desposada por José siendo Ella una adolescente. Los datos más precisos señalan que María tenía tan sólo 16 años cuando se le aparece el Arcángel Gabriel para anunciarle que lleva en sus entrañas al Hijo de Dios. La misma figura angélica debe aparecérsele también a José para que comprendiera lo que iba a ocurrir y calmara sus turbaciones al verla encinta ya que no habían tenido relaciones como para que aquello ocurriera.
Las Escrituras establecen con firmeza que María fue virgen antes, durante y después del nacimiento del Mesías, tratándose de un dogma de fe que no admite disenso. Un historiador de la época, Hegesio, dice que Jesús tuvo luego cuatro hermanos llamados Santiago, José, Simón y Judas, pero esa teoría no sólo está negada por los Evangelios sino que está demostrado que se trataba de hijos de Cleofás y una hermana de María del mismo nombre. La Virgen fue tal desde siempre y para siempre. Un argumento definitivo sobre la inexistencia de otros hermanos de Jesús lo da el mismo Cristo desde la Cruz cuando le dice a María: “Madre, he allí a tu hijo”, refiriéndose al apóstol Juan. Y agrega: “Hijo, he allí a tu Madre”. No existía ningún hermano del Salvador a quien decirle lo mismo. Juan nos estaba representando a todos los fieles para siempre que, de manera espiritual, pasábamos a ser hijos de María.
En otro orden de cosas, María y José vivían en Nazareth, pero Jesús nació en Belén ya que la pareja se estaba trasladando —aún con Ella encinta— para empadronarse, siguiendo las órdenes del emperador de Roma que deseaba contar con un censo de Israel.
Desde la visión histórica, Jesús nace en un establo porque los judíos destinaban especialmente una habitación separada del resto de la casa para que las mujeres dieran a luz sólo acompañadas por su esposo, y en Belén, los familiares de José no tenían disponibles cuartos de ese tipo. Si hubieran accedido a usar cualquier otro, hubieran estado fuera de la ley. Desde el punto de vista de la fe, el hecho ocurre en aquel lugar como prueba de la humildad de Nuestro Señor aún tratándose del Rey de Reyes. Como haya sido, esa prueba existió y marcó al cristianismo para siempre.
Los llamados “Reyes Magos” (“magís” significa “sacerdote” y se trataba de tres sabios y místicos persas) son quienes le dicen a María que debe huir después del nacimiento y es así como se produce el escape a Egipto antes de la matanza ordenada por Herodes.
Treinta y tres años más tarde, al pie de la Cruz, acompañaban a Cristo en su muerte la Virgen María, su hermana María de Cleofás, María Magdalena y el más joven de los discípulos, Juan. La Virgen pasaba a ser desde entonces para los creyentes la Santísima Madre, la Madre de todos. A su turno, Jesucristo, crucificado, muerto y resucitado en cuerpo y alma, pasó a ser el definitivo Hijo de Dios, constituyendo con su Padre Celestial y el Espíritu Santo —emblematizado por una paloma refulgente— la Santísima Trinidad, base del dogma cristiano que hasta hoy perdura con sus zonas de misterio, es decir, de hechos no refutables por el racionalismo y sólo admisibles por medio de la Fe. Lo que, desde luego, de ningún modo implica la aceptación pasiva de cualquier modelo inquisitorial existente en el pasado medieval de la Iglesia, cuya acción en ámbitos del poder político provocó no pocas bajas en las filas de la Fe, condicionando erróneamente a los fieles.
¿CUANDO ES UN MILAGRO?
Los casos de milagros son tratados en el Vaticano por un dicasterio (tribunal) específico, la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguamente el Santo Oficio), presidido años atrás por el cardenal Joseph Ratzinger, después consagrado Papa Benedicto XVI. A través del tiempo, esta Congregación ha admitido sólo dos apariciones milagrosas (las de Fátima y Lourdes), sin haberse pronunciado a favor de uno solo de los casos de vírgenes lagrimeantes o de apariciones suyas, que son más de un centenar en los últimos 50 años, y seis sólo en Italia desde 1990. Existe el llamado íter burocrático que la autoridad vaticana exige y recalca: cuando un caso aparece con connotaciones significativas, dicha autoridad demanda a los obispos locales su intervención. Se constituye una comisión específica compuesta por 50 médicos, una comisión teológica integrada por 50 eclesiásticos y, si se considera necesario, se acude a la opinión de cinco cardenales.
Finalmente es el Tribunal Diocesano especialmente instalado el que emite su veredicto, cerrando así la primera parte del íter. Luego de esto el trámite pasa al Vaticano, específicamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuya prudencia es notoriamente conocida. Lo prueba la frialdad con que ha seguido el caso de la Virgen de Medyugorie (en la ex Yugoslavia), con quien —aparecida— dicen haber dialogado varios chicos.
LOS QUE NO CREEN.
Habla Cecilia Gallo Trocchi, antropóloga sociocultural, profesora de Historia de las Religiones en la universidad de Perugia, Italia:
No es sorprendente este caso de la Virgen de Civitavecchia; el fenómeno es verdaderamente universal. En la India, por ejemplo, es muy común oír hablar de las llamadas “sagradas menstruaciones” de estatuas de la diosa Parvati, que es la diosa de la fecundidad. Por eso sus pérdidas se interpretan como una demostración de fertilidad.
Aunque no hay un gran interés en ellos, los milagros son aceptados por el judaísmo; Moisés y Elías los obraron. Los musulmanes consideran que los milagros —en principio— no son diferentes de los hechos naturales. Alá los produce, y lo hizo en el pasado a través de Moisés, Salomón y Jesús, aunque no por intermedio del profeta del Islam, Mahoma. Buda no era afecto a ellos, aunque en su vida se sucedieron hechos extraordinarios; tanto el budismo como el hinduismo consideran que mediante una práctica ascética se pueden obrar milagros, pero éstos no tienen importancia si su finalidad no es trascendente.
El deseo de hechos milagrosos es innato en los seres humanos; en un sentido, ellos mismos crean el milagro. Es muy peligroso, no obstante, acusar a personas que, de buena fe, están empujadas por el deseo de manifestar la presencia de lo milagroso en nuestras vidas. Lo que ocurre es que se mueven en aquella zona confusa y ambigua entre la buena fe y la esperanza de poder darle un “sostén” a esta fe.
El tema es demasiado delicado como para que pueda ser manipulado, producido en serie, por eso hay que tener cuidado con los fraudes. No podemos sustituir a Dios, que no necesita de ellos para manifestarse.
LOS QUE CREEN.
Habla Raffaello Cortesini, famoso médico católico, vinculado al Opus Dei, que el Vaticano utilizaba como asesor en el tema Milagros:
Aquí se está hablando de la fe. Si se toma a los milagros desde un punto de vista estrictamente científico, estos hechos quedan sin explicación. Para el creyente, sin embargo, Dios se expresa a través de los milagros, son señales del Altísimo dirigidas hacia nosotros. Ocurren (por ejemplo) para recordarnos que la sociedad en la que vivimos no es de las mejores, está abrumada por un espíritu mezquino y la falta de solidaridad. Naturalmente que el creyente debe manejarse con sumo cuidado, sólo el Papa puede emitir un veredicto inapelable respecto de la veracidad o no de un milagro.
Este modo prudente de proceder —en el cual la Iglesia insiste— se vincula con un hecho insoslayable: cuanto más materialista y consumista se vuelve una sociedad, más aflora la necesidad de espiritualidad, aunque ésta se exprese de modo descarriado y sin un eje verdadero que la enmarque (lo que explica al movimiento “New Age”, por ejemplo).
Teniendo esto en cuenta, es beneficioso que el creyente abra su espíritu a la posibilidad de los milagros, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre en los que se necesita de manera cada vez más imperiosa “señales” del Más Allá. Señales frente a las cuales la ciencia se detiene, ya que no tiene respuestas dentro de su modelo explicativo. Pero no está de más repetir que los hechos milagrosos no ocurren con la frecuencia con la que muchos creen o quisieran. Dios interviene rarísimamente en el mundo terreno y lo hace persiguiendo objetivos muy particulares y de grandísima importancia. Quizá por eso la Iglesia es tan cuidadosa con esto.
LAS LAGRIMAS DE SAN GENNARO.
La periódica licuefacción de la sangre sólida del santo patrono de Nápoles es un milagro tan popular como controvertido.
Decapitado en el año 304 d.C. por orden del emperador romano Diocleciano en Pozzuoli, la muerte de San Gennaro —sobre cuya existencia anterior poco se sabe— dio origen a uno de los más vigentes actos de comunión de la fe católica. El 17 de agosto de 1389, durante una procesión masiva, esa coagulada sangre recuperó su estado original, es decir, se volvió fugazmente líquida.
Desde 1646, parte de esa sangre sólida, contenida en dos ampollas de cristal, permanece en el altar mayor de la Catedral de Nápoles. Allí acuden los fieles del mártir tres veces por año, en las precisas fechas en que su sangre vuelve a licuarse: el 19 de septiembre (decapitación de San Gennaro), el sábado anterior al primer domingo de mayo (traslado de sus restos a las catacumbas de Nápoles, en el siglo V) y el 16 de septiembre (conmemoración de la más mortífera erupción del Vesubio, en 1631).
Sin embargo, tres investigadores de la Universidad de Pavia —Luigi Garlaschelli, Franco Ramaccini y Sergio Della Salla— aseguran, desde las páginas de la revista Nature, que la licuefacción de la sangre de San Gennaro no sería un milagro, sino un fenómeno químico llamado tisotropia, producido por vibraciones moleculares o simple agitación manual y capaz de pasar momentáneamente una materia orgánica del estado sólido al líquido para luego volverlo a la dureza inicial, según una vieja fórmula divulgada en la Edad Media.
Autor: Víctor Sueiro.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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Una investigación de los hechos más apasionantes y polémicos del culto católico: el enigma de las vírgenes que derraman lágrimas, muchas veces de sangre, que los fieles consideran una dolorida manifestación de piedad por los sufrimientos que el hombre inflige a sus semejantes. Desde la Virgen yugoslava de Medjugorje hasta la Virgen de La Cisterna, o desde las imágenes de María Rosa Mística hasta el caso de la Beata Laura Vicuña, numerosos íconos religiosos lloran y como si tuvieran vida. El misterio que une a la Madre de Cristo con la sangre de San Gennaro no ha logrado ser refutado por la ciencia, y esta milagrosa expresión sigue concitando el fervor místico de millones de creyentes.
Cuando la pequeña población de Medjugorje aún pertenecía a Yugoslavia, el 24 de junio de 1981, la Virgen se apareció a un grupo de cinco adolescentes y un chiquito de 10 años. Desde entonces el hecho se repitió sin interrupciones y atrajo la atención fervorosa del mundo a pesar de la oposición de las autoridades comunistas. Entre los muchos mensajes que les fue dando a los jóvenes videntes se destacaba el dolor de la Santa Madre por lo que anunciaba como un futuro sangriento. Hoy Medjugorje está en la región de Bosnia y tiene, por una guerra civil sin treguas, un pasado reciente sangriento.
La Virgen se anunció, hace años, como Reina de la Paz, pero recalcando como siempre que esa paz depende del hombre y no de una decisión divina. Dios no actúa por decretos, por decirlo fácil. La libertad que les dio a los humanos es la que decide sus propios destinos.
Muchos años después de aquella primera aparición, el padre Pablo Martín Castellán llevó una pequeña imagen de la Virgen de Medjugorje —que es bellísima— desde Bosnia hasta Civitavecchia, un puerto de 50.000 almas que queda a unos 120 kms. de Roma, en Italia. Se las dejó a los Gregori, una familia sumamente devota que pasaba por duros momentos. A fines de febrero de este 1995 la imagen lloró sangre. La conmoción fue grande. El hogar de los Gregori se transformó casi en un santuario al que acudían centenares de fieles. El Vaticano tomó cartas en el asunto. Dos médicos de inobjetable seriedad (el profesor Angelo Fiori, del Policlínico Gemelli, donde atendían habitualmente al Papa Juan Pablo II, y su colega Giancarlo Umani Ronchi, de la Universidad de Roma) llevaron a cabo un profundo estudio y elevaron un informe a la autoridad vaticana donde dejaban en claro que se trataba de sangre humana y no encontraban una respuesta científica al hecho.
LO SOBRENATURAL.
El 2 de abril de 1995 la imagen le fue devuelta al obispo del lugar, monseñor Grillo, para continuar con la investigación aunque siempre con la cautela que caracteriza a la Iglesia Católica en estos casos. Fue entonces que ocurrió lo imprevisible: la imagen lloró sangre una vez más estando en las manos del obispo. La prensa mundial se interesó y el Vaticano profundizó aún más el estudio del caso.
Hasta entonces, no había en Italia una imagen de la Virgen que llora, al menos que se hubiera divulgado. Hacia mediados de 1995 se develó la existencia de hasta catorce casos que no habían sido públicos sobre el fenómeno. No se comprobaron todos ellos pero es obvio que la que llamó la atención del mundo, la de Civitavecchia, tiene un peso propio enorme debido al testimonio directo de nada menos que un obispo, monseñor Girólamo Grillo, quien presenció personalmente el fenómeno. Por un lado basta con atender a lo dicho por Juan Pablo II el 28 de mayo de 1993 en una reunión episcopal: “Negar lo sobrenatural del Cristianismo sería como negarla esencia misma de la Iglesia”.
Hay hechos (¿quién puede dudarlo?) que sólo se explican con la fe.
VERDAD Y FRAUDE.
Por otro lado la misma Iglesia aconseja extrema prudencia ante revelaciones particulares y bien que lo hace porque, de lo contrario, el circo sería imparable. Puede existir fraude en ciertos casos: una determinada pomada incolora untada en los ojos de la imagen reacciona ante el calor de las velas y aún del que genera un grupo de personas y deja caer gotas estremecedoras. ¿Por qué hacer algo así? Simplemente por comercio o por querer asociarse a un poder semejante, por ejemplo.
Pero, atención: también hay —y hubo a lo largo de toda la historia— auténticos fenómenos y mensajes de fe que la razón no puede manejar. Uno viaja en un Jumbo y se entrega graciosamente a una máquina que pesa 350 toneladas, lleva 400 pasajeros, se desplaza a 10.000 metros de altura y lo hace a una velocidad de 900 kms. por hora. Y uno no tiene la menor idea de cómo es posible algo así. Si ni siquiera entendemos algo que sí tiene una explicación física y de gran rigor científico y, sin embargo, lo acepta poniendo en riesgo la vida misma sólo por confiar en otros, ¿por qué no reconocer que hay cosas que el 12% de nuestra capacidad cerebral (el máximo usado por el ser humano) no puede comprender?
La fe aparece allí como esos regimientos que llegaban a salvar a los vaqueros rodeados por los indios. Eso sí: con una prudencia absoluta, porque los soldados pueden ser indios de otra tribu que se disfrazaron con uniformes azules y el remedio puede ser peor. Prudencia, cautela, calma y rigor son indispensables. Usémoslos.
OTROS CASOS CERCANOS.
El 30 de noviembre de 1992, El Mercurio de Santiago publicó extensamente una investigación que se llevaba a cabo por pedido del arzobispo de Santiago, monseñor Carlos Oviedo Cavada, respecto de una imagen de la Virgen que lloraba sangre. El prelado dijo por entonces: “Hay que hacerlo porque esto podría ser, efectivamente, signo de la Santísima Madre”.
El Servicio Médico Legal de Chile determinó, sin posibilidad de dudas, que se trataba de sangre humana. El caso se dio en el hogar de Gonzalo Núñez y Ana Delso, en la comuna de La Cisterna. La imagen tiene 25 cms. de altura y es de yeso. En Brasil, desde el 13 de febrero de 1990 y todos los 13 del mes (día en que se honra a María Rosa Mística) una estatuilla de 70 cms. de altura que se encuentra en la iglesia de San Sebastián, en Louveira, llora de manera abundante ante cientos de testigos. Entre ellos hubo científicos de la Universidad de Campiñas que se interesaron por el hecho. El doctor Nelson Massini, profesor de medicina forense de esa casa de estudios superiores, declaró, luego de los análisis de rigor, que se trataba —en efecto— de lágrimas humanas y que no había truco posible. Su colega, el patólogo Fortunato Badán, dijo públicamente: “No podemos encontrar otra explicación que no sea sobrenatural”.
En Argentina el fenómeno se repitió en muchas ocasiones. Tomando algunos de los últimos tiempos, es muy recordado el caso de una imagen peregrina de la Virgen que lloró, ante cientos de asombrados fieles, en la casa de la familia Santamaría, de Rosario, en Santa Fe. Curiosa la coincidencia de nombres: familia “Santamaría”; ciudad de “Rosario”; provincia de “Santa Fe”. El 8 de octubre de ese mismo año (1990), el padre Stéffano Gobbi, un hombre extraordinario en estos temas, viajó de su Italia natal a Rosario. Y, de pronto, rezando ante la imagen en cuestión, levantó los ojos y confirmó con voz trémula lo que estaba viendo: “¡La Madonna piange!”, la Virgen llora. Tomó una de las lágrimas con el pétalo de una rosa que, al día siguiente, quedó manchada por la salinidad del líquido. Una vez más, se comprobó que se trataba de lágrimas humanas.
El 21 de abril de 1991, en la casa de Blanca Steciuk, en Haedo, Buenos Aires, otra imagen de María Rosa Mística lloró. El hecho se repitió en varias ocasiones siendo uno de los muchos testigos el doctor Luis Serrano, un médico inobjetable. El sacerdote Norberto PohI siguió muy de cerca el fenómeno y lo calificó —en forma personal, sin hablar en nombre de la Iglesia— como “sobrenatural”. Las lágrimas fueron analizadas y eran humanas. Poco después otro asombro sorprendería a los que ya llegaban por cientos a aquella casa: de una estampa de la Virgen que aparecía en un libro surgieron lágrimas de sangre que quedaron muy visibles en el ejemplar. Se analizaron muestras en laboratorios privados y el resultado fue siempre positivo: aquello era sangre humana.
LÁGRIMAS DE SANGRE.
El 1º de agosto de 1984, en la casa de Francisco Gómez y su esposa, Nélida Ríos, en Villa Constitución, Santa Fe, otra estatuilla de la Virgen dejó caer lágrimas de sus ojos. Gran conmoción. El párroco del lugar, padre Ramón Carrizo, declararía luego: “Yo la vi llorar, yo soy testigo. No sé si es un fenómeno sobrenatural, pero el milagro es que la gente ha vuelto a Dios“. El 12 de diciembre de 1991, el laico Ricardo Pereda, el sacerdote Mario Serafini y el médico Ricardo Vitale, rezaban frente a una imagen de la Virgen en la capilla San José Obrero, de Neuquén. Se estremecieron cuando de los ojos de la estatuilla comenzó a brotar un líquido rojo. Se dio aviso a las autoridades eclesiásticas. Se hicieron los análisis que confirmaron que se trataba, otra vez, de sangre.
En abril de 1994 no fue la imagen de una Virgen sino la de la Beata Laura Vicuña, una chiquita chilena de una fe descomunal que murió a los 12 años de edad y cuyo proceso de canonización está muy avanzado en el Vaticano. Centenares de testigos presenciaron aquello en el Centro Comunitario de Ostende, localidad costera lindante con Pinamar. La estatuilla había sido traída desde Italia por el párroco Armando Ledesma. En ocasión del fenómeno viajó al lugar el vicario general de la diócesis, monseñor Carlos Malta. Conociendo el pensamiento de los dos eclesiásticos se puede afirmar que ninguno de ellos es precisamente propenso a aceptar este tipo de cosas con graciosa facilidad, sino todo lo contrario. Son hombres jóvenes y sumamente cautelosos ante cualquier manifestación similar. Sin embargo se conmovieron. Monseñor Malta diría luego a la prensa: “Estaba por comenzar a dar misa cuando el padre Ledesma me advirtió en voz baja que la imagen estaba llorando. Me di vuelta y comprobé que así era. Yo vi cómo las lágrimas salían de sus ojos y se acumulaban en la barbilla. Lo vieron, también, las 200 personas que había en el lugar y quiero destacar que sólo hubo un silencio enorme y respetuoso, sin exclamaciones ni sensacionalismos”.
En esa ocasión estaban en aquel sitio la periodista Limay Ameztoy y el reportero gráfico Oscar Alfonso, ambos del diario “La Capital” de Mar del Plata. Alfonso tomó la foto donde se ve a monseñor Malta recogiendo en una bandejita el líquido que brotaba de la imagen, un documento muy excepcional. La joven colega Ameztoy diría luego: “La Iglesia puede decir que es un milagro o una alucinación colectiva; los lectores pueden creer que es un invento; muchos pueden imaginar que mi compañero y yo estamos locos. Lo que sé es que lo que vi no se borrará jamás de mi mente”. Sabido es, también, que los periodistas en general —habituados a contar sólo lo que ven— no suelen ser muy crédulos ante cosas así.
En febrero de 1995, Walter Cancino, hombre de custodia de un barrio de Munro, Buenos Aires, se detuvo extrañado a las cuatro y media de la madrugada frente a la imagen de la Virgen de Luján que está entronizada en el frente de una de las casas, la que comparten las familias Bacardí y Moschiar. Confiesa haberse asustado tanto al comprobar que la imagen lloraba sangre que detuvo a un taxi y pidió al conductor y a su pasajero que observaran lo que ocurría. Poco después se les unieron los habitantes de esa casa y, todos juntos, rezaron frente a la estatuilla de la Santísima Madre. Sin que se lo propusiera nadie, el lugar se transformó en una suerte de santuario adonde llega muchísima gente para demostrar su devoción por la Virgen. El caso se hizo público a través de los medios recién un mes más tarde.
¿POR QUÉ LLORA LA VIRGEN?
En 1993, en una entrevista hecha a monseñor Roque Puyelli, —entre otras muchas cosas— fundador de la Asociación Mariológica Argentina, que nuclea todo lo referido a la Madre de Jesús. Respondió, como interpretación propia pero coincidente con todos los especialistas que desde la Iglesia estudian estos hechos: “María es nuestra Madre y, toda madre, cuando sus hijos sufren, llora. En los últimos 40 o 50 años la Iglesia, con todos los que formamos parte de ella, sacerdotes o laicos, ha vivido problemas hasta el punto de llevar a decir a Paulo VI: “Por entre las resquebrajaduras de la Iglesia se ha colado el humo del infierno…”.
María ve a muchos de sus hijos que siguen por malos caminos debido a su propia elección, ya que nosotros somos libres de optar aunque elijamos lo peor. Y Ella sufre. Sufre como lo haría cualquier madre aquí, en la Tierra. Y llora... Puede decirse que, en los últimos años, las imágenes de la Virgen que lloran lágrimas o sangre se han multiplicado en todo el mundo.
Con leer los periódicos o ver los noticiarios de televisión, no es difícil saber por qué. Son tantos los sucesos contemporáneos de carácter trágico que, movidos por el desencanto o la desesperanza, quizá pensemos en dejarnos caer en la triste tentación de no ver guerras o dolor.
La jerarquía eclesiástica, mientras tanto, la voz oficial de la Iglesia, asume su clásica posición de extrema prudencia. No desprecia estos hechos, estudia minuciosamente cada caso, puede llegar a condenar ciertos cultos a imágenes cuando descubre que no corresponden y —hasta ahora, al menos— no avala ninguno en particular.
Esa misma cautela, sin que melle la fe, es aconsejada para cada uno de los fieles, que tienen libertad de creer o no.
UNA MUJER LLAMADA MARIA.
Si bien son escasos los datos serios que se logran obtener de la Virgen simplemente como mujer, pueden conocerse algunos. María descendía de la estirpe real de David. Sus padres fueron los muy piadosos Joaquín y Ana (San Joaquín y Santa Ana). Como ellos, María pertenecía a la tribu de Judá y había hecho voto de perpetua virginidad desde muy chica.
A pesar de esto y por razones sociales de la época es desposada por José siendo Ella una adolescente. Los datos más precisos señalan que María tenía tan sólo 16 años cuando se le aparece el Arcángel Gabriel para anunciarle que lleva en sus entrañas al Hijo de Dios. La misma figura angélica debe aparecérsele también a José para que comprendiera lo que iba a ocurrir y calmara sus turbaciones al verla encinta ya que no habían tenido relaciones como para que aquello ocurriera.
Las Escrituras establecen con firmeza que María fue virgen antes, durante y después del nacimiento del Mesías, tratándose de un dogma de fe que no admite disenso. Un historiador de la época, Hegesio, dice que Jesús tuvo luego cuatro hermanos llamados Santiago, José, Simón y Judas, pero esa teoría no sólo está negada por los Evangelios sino que está demostrado que se trataba de hijos de Cleofás y una hermana de María del mismo nombre. La Virgen fue tal desde siempre y para siempre. Un argumento definitivo sobre la inexistencia de otros hermanos de Jesús lo da el mismo Cristo desde la Cruz cuando le dice a María: “Madre, he allí a tu hijo”, refiriéndose al apóstol Juan. Y agrega: “Hijo, he allí a tu Madre”. No existía ningún hermano del Salvador a quien decirle lo mismo. Juan nos estaba representando a todos los fieles para siempre que, de manera espiritual, pasábamos a ser hijos de María.
En otro orden de cosas, María y José vivían en Nazareth, pero Jesús nació en Belén ya que la pareja se estaba trasladando —aún con Ella encinta— para empadronarse, siguiendo las órdenes del emperador de Roma que deseaba contar con un censo de Israel.
Desde la visión histórica, Jesús nace en un establo porque los judíos destinaban especialmente una habitación separada del resto de la casa para que las mujeres dieran a luz sólo acompañadas por su esposo, y en Belén, los familiares de José no tenían disponibles cuartos de ese tipo. Si hubieran accedido a usar cualquier otro, hubieran estado fuera de la ley. Desde el punto de vista de la fe, el hecho ocurre en aquel lugar como prueba de la humildad de Nuestro Señor aún tratándose del Rey de Reyes. Como haya sido, esa prueba existió y marcó al cristianismo para siempre.
Los llamados “Reyes Magos” (“magís” significa “sacerdote” y se trataba de tres sabios y místicos persas) son quienes le dicen a María que debe huir después del nacimiento y es así como se produce el escape a Egipto antes de la matanza ordenada por Herodes.
Treinta y tres años más tarde, al pie de la Cruz, acompañaban a Cristo en su muerte la Virgen María, su hermana María de Cleofás, María Magdalena y el más joven de los discípulos, Juan. La Virgen pasaba a ser desde entonces para los creyentes la Santísima Madre, la Madre de todos. A su turno, Jesucristo, crucificado, muerto y resucitado en cuerpo y alma, pasó a ser el definitivo Hijo de Dios, constituyendo con su Padre Celestial y el Espíritu Santo —emblematizado por una paloma refulgente— la Santísima Trinidad, base del dogma cristiano que hasta hoy perdura con sus zonas de misterio, es decir, de hechos no refutables por el racionalismo y sólo admisibles por medio de la Fe. Lo que, desde luego, de ningún modo implica la aceptación pasiva de cualquier modelo inquisitorial existente en el pasado medieval de la Iglesia, cuya acción en ámbitos del poder político provocó no pocas bajas en las filas de la Fe, condicionando erróneamente a los fieles.
¿CUANDO ES UN MILAGRO?
Los casos de milagros son tratados en el Vaticano por un dicasterio (tribunal) específico, la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguamente el Santo Oficio), presidido años atrás por el cardenal Joseph Ratzinger, después consagrado Papa Benedicto XVI. A través del tiempo, esta Congregación ha admitido sólo dos apariciones milagrosas (las de Fátima y Lourdes), sin haberse pronunciado a favor de uno solo de los casos de vírgenes lagrimeantes o de apariciones suyas, que son más de un centenar en los últimos 50 años, y seis sólo en Italia desde 1990. Existe el llamado íter burocrático que la autoridad vaticana exige y recalca: cuando un caso aparece con connotaciones significativas, dicha autoridad demanda a los obispos locales su intervención. Se constituye una comisión específica compuesta por 50 médicos, una comisión teológica integrada por 50 eclesiásticos y, si se considera necesario, se acude a la opinión de cinco cardenales.
Finalmente es el Tribunal Diocesano especialmente instalado el que emite su veredicto, cerrando así la primera parte del íter. Luego de esto el trámite pasa al Vaticano, específicamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuya prudencia es notoriamente conocida. Lo prueba la frialdad con que ha seguido el caso de la Virgen de Medyugorie (en la ex Yugoslavia), con quien —aparecida— dicen haber dialogado varios chicos.
LOS QUE NO CREEN.
Habla Cecilia Gallo Trocchi, antropóloga sociocultural, profesora de Historia de las Religiones en la universidad de Perugia, Italia:
No es sorprendente este caso de la Virgen de Civitavecchia; el fenómeno es verdaderamente universal. En la India, por ejemplo, es muy común oír hablar de las llamadas “sagradas menstruaciones” de estatuas de la diosa Parvati, que es la diosa de la fecundidad. Por eso sus pérdidas se interpretan como una demostración de fertilidad.
Aunque no hay un gran interés en ellos, los milagros son aceptados por el judaísmo; Moisés y Elías los obraron. Los musulmanes consideran que los milagros —en principio— no son diferentes de los hechos naturales. Alá los produce, y lo hizo en el pasado a través de Moisés, Salomón y Jesús, aunque no por intermedio del profeta del Islam, Mahoma. Buda no era afecto a ellos, aunque en su vida se sucedieron hechos extraordinarios; tanto el budismo como el hinduismo consideran que mediante una práctica ascética se pueden obrar milagros, pero éstos no tienen importancia si su finalidad no es trascendente.
El deseo de hechos milagrosos es innato en los seres humanos; en un sentido, ellos mismos crean el milagro. Es muy peligroso, no obstante, acusar a personas que, de buena fe, están empujadas por el deseo de manifestar la presencia de lo milagroso en nuestras vidas. Lo que ocurre es que se mueven en aquella zona confusa y ambigua entre la buena fe y la esperanza de poder darle un “sostén” a esta fe.
El tema es demasiado delicado como para que pueda ser manipulado, producido en serie, por eso hay que tener cuidado con los fraudes. No podemos sustituir a Dios, que no necesita de ellos para manifestarse.
LOS QUE CREEN.
Habla Raffaello Cortesini, famoso médico católico, vinculado al Opus Dei, que el Vaticano utilizaba como asesor en el tema Milagros:
Aquí se está hablando de la fe. Si se toma a los milagros desde un punto de vista estrictamente científico, estos hechos quedan sin explicación. Para el creyente, sin embargo, Dios se expresa a través de los milagros, son señales del Altísimo dirigidas hacia nosotros. Ocurren (por ejemplo) para recordarnos que la sociedad en la que vivimos no es de las mejores, está abrumada por un espíritu mezquino y la falta de solidaridad. Naturalmente que el creyente debe manejarse con sumo cuidado, sólo el Papa puede emitir un veredicto inapelable respecto de la veracidad o no de un milagro.
Este modo prudente de proceder —en el cual la Iglesia insiste— se vincula con un hecho insoslayable: cuanto más materialista y consumista se vuelve una sociedad, más aflora la necesidad de espiritualidad, aunque ésta se exprese de modo descarriado y sin un eje verdadero que la enmarque (lo que explica al movimiento “New Age”, por ejemplo).
Teniendo esto en cuenta, es beneficioso que el creyente abra su espíritu a la posibilidad de los milagros, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre en los que se necesita de manera cada vez más imperiosa “señales” del Más Allá. Señales frente a las cuales la ciencia se detiene, ya que no tiene respuestas dentro de su modelo explicativo. Pero no está de más repetir que los hechos milagrosos no ocurren con la frecuencia con la que muchos creen o quisieran. Dios interviene rarísimamente en el mundo terreno y lo hace persiguiendo objetivos muy particulares y de grandísima importancia. Quizá por eso la Iglesia es tan cuidadosa con esto.
LAS LAGRIMAS DE SAN GENNARO.
La periódica licuefacción de la sangre sólida del santo patrono de Nápoles es un milagro tan popular como controvertido.
Decapitado en el año 304 d.C. por orden del emperador romano Diocleciano en Pozzuoli, la muerte de San Gennaro —sobre cuya existencia anterior poco se sabe— dio origen a uno de los más vigentes actos de comunión de la fe católica. El 17 de agosto de 1389, durante una procesión masiva, esa coagulada sangre recuperó su estado original, es decir, se volvió fugazmente líquida.
Desde 1646, parte de esa sangre sólida, contenida en dos ampollas de cristal, permanece en el altar mayor de la Catedral de Nápoles. Allí acuden los fieles del mártir tres veces por año, en las precisas fechas en que su sangre vuelve a licuarse: el 19 de septiembre (decapitación de San Gennaro), el sábado anterior al primer domingo de mayo (traslado de sus restos a las catacumbas de Nápoles, en el siglo V) y el 16 de septiembre (conmemoración de la más mortífera erupción del Vesubio, en 1631).
Sin embargo, tres investigadores de la Universidad de Pavia —Luigi Garlaschelli, Franco Ramaccini y Sergio Della Salla— aseguran, desde las páginas de la revista Nature, que la licuefacción de la sangre de San Gennaro no sería un milagro, sino un fenómeno químico llamado tisotropia, producido por vibraciones moleculares o simple agitación manual y capaz de pasar momentáneamente una materia orgánica del estado sólido al líquido para luego volverlo a la dureza inicial, según una vieja fórmula divulgada en la Edad Media.
Autor: Víctor Sueiro.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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Señor Sueiro: Muchísimas gracias por su publicación. Interesante y bien realizada, en mi humilde opinión; si me permite, quiero felicitarlo y desearle muchos éxitos en el futuro. Me fue de gran utilidad para una investigación escolar y, me servirá de referente para consultas futuras. Lilian Rocío Giraldo C. Un abrazo desde Colombia!
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