viernes, 20 de enero de 2012

Joyas que nacen del mar

Las perlas fueron descubiertas hace 5000 años en la naturaleza y hace 120 años se obtuvo la primera cosecha de cultivo.

Tardan años en formarse en el corazón de una ostra. No sólo se emplean para hacer anillos y collares, sino también en medicina. Algunas cuestan millones de dólares, otras se cree que están malditas. Las más valiosas son las negras, las más grandes pesan varios kilos. Son las perlas, fascinantes gemas de nácar, a las que en la antigüedad se les atribuyó origen mágico y que se han convertido en el eje de un importante, redondo negocio: el de las perlas cultivadas.
“Dónde se pueden comprar perlas?”, es una de las preguntas más frecuentes entre los políticos y hombres de negocios que visitan Japón, quienes imaginan que estas joyas son más económicas en el país donde comenzaron a cultivarse por primera vez y que ahora suministra el 80 por ciento de la producción mundial.
Los caballeros que buscan complacer los deseos de sus esposas o amantes se sorprenden al comprobar que un collar de cuarenta centímetros de perlas de siete milímetros de diámetro, de la calidad más modesta, nunca cuesta menos de 1500 dólares. Pero esta no es la única sorpresa que producen las perlas. Su historia y producción artificial deparan datos que son realmente asombrosos.
A finales del siglo pasado el japonés Kokichi Mikimoto comenzó a ensayar un proceso que hasta entonces sólo efectuaban la naturaleza y el azar, al introducir un trocito de mejillón en una ostra, para que este molusco se defendiera del objeto extraño, cubriéndolo paulatinamente con finas capas de nácar, hasta formar una perla. Después de largos y pacientes intentos, el 11 de julio de 1893, Mikimoto consiguió la primera cosecha de “perlas cultivadas” de la historia, las cuales después fueron perfeccionadas hasta ser esféricas, producidas masivamente y comercializadas hacia 1921, originando uno de los negocios más prósperos y curiosos: la perlicultura.
A diferencia de otras gemas que deben ser pulidas, cortadas o trabajadas para que finalmente se descubra su encanto, las perlas no se “hacen” sino que “nacen” bellas, al surgir del suave interior de una ostra que habita en las aguas del mar.
La perla natural comienza a formarse cuando un grano de arena o un parásito entra en una ostra —de la variedad llamada perlífera—, irritando su fina carne. La ostra no puede expulsar el cuerpo extraño y combate la irritación que le causa cubriéndolo con nácar, una sustancia dura y lisa, que se deposita año tras año sobre el cuerpo intruso. Las ostras segregan unas tres o cuatro capas diarias de nácar, con lo cual tardan más de dos años en completar una perla, la cual está formada por alrededor de mil películas concéntricas de unas pocas milésimas de milímetro de espesor. Estas “gemas marinas” se componen casi totalmente de carbonato de calcio y pueden ser naturales, cuando la materia irritante penetra accidentalmente en la ostra, o cultivadas, cuando la introduce el hombre y la naturaleza culmina el proceso.
La mayoría de las perlas naturales —muy escasas debido a la dificultad para obtenerlas— se pescan en las aguas del golfo Pérsico y de los mares de India, Sri Lanka, México, Venezuela y Panamá. Las cultivadas proceden sobre todo de Japón, Australia y China, donde se crían mediante técnicas muy cuidadosas.
Los cultivos o viveros de perlas se instalan habitualmente en las bahías de aguas tranquilas o en las ensenadas. La ubicación de estas “granjas marinas” se elige de acuerdo con la temperatura (que debe estar entre los 18 y 25 grados centígrados), las corrientes marinas y las sustancias orgánicas alimenticias. Las ostras perlíferas que se cultivan en grandes islas flotantes, como las de la bahía japonesa de Mie, son un molusco delicado que sucumbe fácilmente a condiciones adversas como la contaminación, las fuertes variaciones en la concentración de plancton, o la mortífera “marea roja”.
Las jaulas de cultivo se mantienen sumergidas a dos o tres metros de profundidad. En las granjas marinas hay una zona donde se efectúa el tratamiento del núcleo de la ostra madre y otra donde las ostras se recuperan después de esta operación. De las decenas de especies de ostras que viven en los mares, sólo algunas son perlíferas y la mayoría de las perlas nacen de una variedad que los japoneses denominan akoya, aunque también pueden cultivarse en ostras de labios plateados o negros, así como en las llamadas biwa, que viven en agua dulce.
Las ostras son criadas en viveros hasta alcanzar su condición adulta. Aunque pueden vivir hasta doce años, es a partir de los dos años cuando están en su mejor momento para formar las perlas.
Entonces unos cultivadores respetados por su maestría cortan la suave carne de la ostra con un bisturí y le insertan —con sumo cuidado, ya que el error más insignificante puede causar defectos en la futura perla— una sección del manto de otro molusco, que inmediatamente comienza a ser recubierto por el material nacarino segregado por el animal.
Las ostras implantadas se colocan en cestas suspendidas de balsas y al cabo de los dos a tres años que tarda el proceso en completarse, son recolectadas para extraer las perlas, en una tarea que actualmente está tecnificada pero que hasta 1950 efectuaban jóvenes buceadoras, conocidas con el nombre de “ama”.
La perlicultura es un recurso económico bastante frágil y que implica ciertos riesgos, ya que depende de factores azarosos, como demuestra la inexplicable mortalidad sucedida en las ostrerías de la Polinesia francesa, en 1984 y en 1985. Según la asociación de productores de perlas de Japón, la tasa de supervivencia de la madreperla ha caído hasta el 40 por ciento en los últimos años. Una de las perlas naturales más famosas del mundo, y para algunos también la más bella, es la Peregrina, pescada en el siglo XVI en las aguas que separan las islas venezolanas de Cubahua y Margarita (que albergaron el mayor ostrario del mundo, hoy ya agotado) y después llevada a España, donde se convirtió en una de las joyas preferidas de sus reinas. La Peregrina, cuyo paradero permaneció oculto durante largo tiempo, está maldita —afirma una leyenda— y quien la posea está condenado a morir tras sufrir grandes dolores. Pero nada de esto parece haberle ocurrido a la actriz Elizabeth Taylor, que la obtuvo como regalo de boda de Richard Burton. Una de las mayores perlas que se conoce es la que pesaba 1.860 gramos y que compró Sir Henry Thomas Hope, el banquero londinense también dueño del célebre diamante que lleva su nombre.
La mayor del mundo es la Laotze o Allah, de 6,37 kilogramos y de 24 centímetros de longitud por 14 centímetros de diámetro, hallada en las Filipinas en 1934 en una ostra gigante. Fue avaluada por el Gem Laboratory de San Francisco en varios millones de dólares, según el Libro Guinness de los Records. Uno de los precios más altos pagados por una perla ha sido de 1.210.000 francos suizos (alrededor de un millón de dólares). Se trata de la Regent, oval, que formó parte de las joyas de la Corona Francesa, y fue vendida a Christie’s de Ginebra, en 1988.
El uso ornamental más extendido de las perlas es el collar, aunque las más perfectas se utilizan en anillos, para los que se prefieren las denominadas hanadama: redondas, rosadas y sin fallas, que alcanzan los 10 milímetros de diámetro. Pero las perlas no sólo se utilizan como adorno, sino que desde tiempos inmemoriales se les atribuyen poderes medicinales. En el Japón feudal, los médicos de Nagasaki trataban a los nobles con pomadas y tabletas de perla; en China se cree que estas gemas combaten la toxicidad y el “mal de ojo”; y en el golfo Pérsico se ha utilizado el polvo de nácar para curar la indigestión, las hemorragias y la malaria. En la India se emplean perlas molidas para tratar enfermedades oculares y pulmonares, así como la gota, la viruela y la lepra, y se cree que las perlas pueden ser un remedio contra el insomnio, los problemas ginecológicos y del embarazo, disentería, tos ferina, sarampión y para recuperar la salud general.
Lo cierto, en todo caso, es que no hay dos perlas iguales. Su valor se establece de acuerdo con cinco aspectos básicos: tamaño (van de 2 a 12 milímetros de diámetro y su peso se mide en quilates, la quinta parte de un gramo), oriente (brillo profundo), forma, color y perfección.
Las perlas redondas son las más habituales y en Japón se las conoce con el nombre de happo-korogashi (rueda de ocho direcciones) porque puestas a rodar, giran suavemente en cualquier dirección. Las de forma irregular se denominan barrocas, semibarrocas, ovales o gotas, según su deformación.
Aunque a veces la naturaleza les da una forma caprichosa y se las bautiza con el nombre del objeto al que se asemejan: corazón, trompo, champiñón o tres cuartos (las que se les ha suprimido una tercera parte). Cuando tienen superficies cóncavas o retorcidas se las denomina perlas dragón, y si por casualidad dos perlas se han fundido al crecer, se las llama gemelas.
No todas las perlas tienen su habitual color blanco plateado. También las hay de tonos rosa, crema, crema-rosa, dorado, verde, azul y negro ahumado, debido al fenómeno de la refracción de la luz en sus capas de nácar y a una reacción química causada por cantidades microscópicas de distintos pigmentos en sus capas. Las perlas negras, que producen únicamente las ostras de labios negros, son las más buscadas del mundo. Provienen de Australia y la Polinesia, donde se cultivan más de 400.000 perlas al año.
Las de color dorado poseen una capa nacarina más espesa, que las hace más resistentes y habitualmente están más cerca de la redondez perfecta. Las tres principales especies de cultivo son la perla akoya, de Japón, la perla de los Mares del Sur (denominada la “reina de las perlas”) y la perla de agua dulce (que puede cultivarse en mejillones de mayor tamaño que las ostras, principalmente en China).

PEQUEÑAS MARAVILLAS CON MUCHA HISTORIA.
Descubiertas hace 5.000 años cerca del golfo Pérsico, en el mar Rojo y el océano Indico, las perlas las utilizaron los países de Oriente para pagar los impuestos hace veinticinco siglos y han sido empleadas desde entonces como ornamento y material precioso. Su historia ha estado siempre rodeada de leyendas y las más variadas culturas les han atribuido poderes y orígenes mágicos. Según una tradición, las perlas nacieron de una gota de rocío que cayó en un mangle (un arbusto tropical que crece en las costas de los ríos) y rodó dentro de una ostra. Para otros son el fruto de los relámpagos. En la Polinesia se cree que son las lágrimas de una diosa. Un mito indio explica que una princesa enamorada de un joven rajá, encerrada en un palacio, en una isla, lloró día y noche esperando que él viniera a rescatarla y sus lágrimas cayeron al mar convirtiéndose en perlas al tocar el agua salada.
Se dice que Cleopatra disolvió dos perlas en vino para seducir a Marco Antonio; los hebreos las consideraban las lágrimas derramadas por Adán y Eva al arrepentirse de sus pecados y para los griegos tenían los atributos de la diosa del amor, Afrodita, generando vitalidad y fuerzas protectoras.
Los romanos consagraron las perlas a Venus “por ser ambas las más hermosas hijas del mar” y la afición a estas gemas estaba tan extendida que, según algunos historiadores, Nerón podía construir literas con perlas y algunos poderosos habían acumulado las suficientes para recubrir las paredes de sus mansiones.

PERLAS: NATURALES, CULTIVADAS, IMITADAS.
Formada básicamente por finas capas de carbonato de calcio en el interior de una ostra, la perla es una gema viviente.
Según Ryo Yamaguchi, portavoz de la empresa Mikimoto, el profano muy difícilmente puede apreciar la calidad de las perlas, ya que dos piezas muy similares a simple vista pueden diferir entre diez y cien veces de valor. El tamaño, el espesor de la capa perlífera, la forma, el brillo y el color son los criterios para juzgar la calidad de las perlas, que en las fábricas los operarios seleccionan a la luz de una ventana orientada hacia el norte. Las perlas naturales difieren levemente de las cultivadas en su estructura interna de capas y en su peso específico.
Antiguamente, para diferenciarlas, se utilizaba el endoscopio, un instrumento formado por una fina aguja, un microscopio y un sistema de espejos, que permite estudiar los núcleos de las gemas mediante un haz de luz. El núcleo de las cultivadas lo forman capas paralelas; el de las naturales tiene forma concéntrica. Uno de los métodos modernos más fiables para diferenciar las gemas naturales de las cultivadas es el difractograma, que consiste en hacer incidir un finísimo haz de rayos X sobre su superficie, lo cual permite obtener en una placa fotográfica una imagen de la disposición de los cristales de la perla. Actualmente se fabrican perlas de imitación artificiales mediante técnica de revestimiento de laboratorio y núcleos de molusco, plástico, vidrio, porcelana u otro material sintético, que por su apariencia pueden confundirse con las naturales.

Autor: Omar R. Goncebat.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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