Una nueva enfermedad caracterizada por el temor irracional a situaciones y experiencias que para muchos son insignificantes mientras que para otros son como el fin del mundo.
Así definen los médicos una rara afección psicosomática que en los Estados Unidos y otras sociedades industriales no cesa de aumentar en los últimos años. Diferente a las fobias, se manifiesta en todas las edades. Quienes sufren de pánico se ven impedidos de trabajar, de estudiar, de manejar autos y hasta de tocar a sus semejantes. Cómo se inicia, cómo se lo identifica, cómo se lo trata. ¿Es posible curarlo?
En su fabuloso origen griego, el pánico era causado por la abrupta aparición del dios Pan, mitad hombre, mitad macho cabrío, capaz de infundir el terror más insoportable en quien lo veía aparecer en medio de la espesura del bosque. Sin embargo, con el paso del tiempo, el término pánico ha terminado por nombrar a un conjunto de síntomas que, según la definición de los institutos de salud mental de los Estados Unidos, son experimentados por una persona “en ausencia de cualquier amenaza externa”. Ya no hace falta ninguna aparición mitológica para producir el estado de terror paralizante que afecta en diversas circunstancias de la vida a unos 3 millones de norteamericanos, de los cuales más de la mitad son negros. Asimismo, el ataque de pánico afecta en los Estados Unidos a dos mujeres por cada varón.
Tal como lo identifican los especialistas, el pánico se asemeja en grandes rasgos a un ataque de ansiedad neurótica, una afección muy característica en las grandes urbes.
En los servicios de guardia de los hospitales y clínicas de Buenos Aires se presentan habitualmente casos de presuntos ataques cardíacos que terminan siendo diagnosticados como estados de angustia o ansiedad extremos, y entre cuyos síntomas figura el dolor en el pecho, la dificultad para respirar, la extrema sudoración y los accesos de escalofríos.
Otro caso peculiar de terror pánico es el que atrapa a los chicos en edad escolar, a los universitarios, como también a los actores —el célebre “trac” previo a que se levante el telón—. Es una sensación de parálisis, fuerte transpiración combinada con escalofríos, dolores en el cuerpo, gran debilidad e incapacidad de reacción. Todo ello acompañado a veces por una sensación de irrealidad, como si la persona presa del ataque de pánico pudiera verse a sí misma pero está incapacitada para hacer aquello que teme: ir a clase, presentarse a un examen o salir a escena.
Temerle a un examen no es nada raro, pero verse paralizado completamente antes de entrar a darlo es uno de los peores momentos en la vida de cualquier estudiante. En ciertos casos, hasta suele ocurrir que éste decida a último momento no rendir, dominado completamente por el terror, empapado de sudor frío e incapaz de pronunciar una sola sílaba.
Los especialistas coinciden en señalar que el pánico es una de las denominadas “fobias sociales” que se describen en el Manual de Diagnóstico y Estadística de Enfermedades Mentales (conocido como DSM-III), editado por la Asociación Psiquiátrica Norteamericana. Una de las formas más notorias es la parálisis durante el sueño, que afecta especialmente a los norteamericanos negros.
Según el psiquiatra Carl M. Bell, que ha estudiado el pánico entre los negros, el cuarenta por ciento de los norteamericanos de ese color experimentan episodios de parálisis durante el sueño. “El durmiente —dice BelI— despierta abruptamente, atenaceado por el terror, incapacitado para moverse y con la sensación de que alguien está cerca, tratando de matarlo”. Es una tremenda pesadilla que suele ocurrir entre una y dos veces por mes a millones de personas en los Estados Unidos y en los principales países industriales del mundo.
MIEDO SIN MOTIVO.
Las teorías que exponen los especialistas norteamericanos para explicar las causas de los ataques de pánico son diversas y, a veces, contradictorias. Hay quienes piensan —es el caso de Michael Leibowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York— que se trata de un problema cerebral, localizado en el locus coeruleus, una parte del cerebro donde se cree se localiza la capacidad de decidir qué hacer ante una situación crítica, si enfrentarla o huir. En el caso del ataque de pánico, el locus coeruleus emitiría —equivocadamente— ciertos neurotransmisores capaces de iniciar en el organismo reacciones semejantes a las que se experimenta ante un peligro real. En cambio, Fred Wright, de la Universidad de Pennsylvania, cree que los episodios de miedo paralizante son consecuencia de problemas del aparato respiratorio.
En lo que sí están de acuerdo los especialistas es que los ataques de pánico son totalmente subjetivos, es decir, producidos por la persona afectada sin que haya motivos reales para que ello ocurra con semejante intensidad. Y también concuerda en que situaciones de stress prolongadas u otras circunstancias angustiantes pueden desencadenar el pánico. Maestros y profesores pueden sufrir ataques de pánico, aunque para un docente es una experiencia que atenta directamente contra su desempeño, lo mismo que para los artistas que se presentan ante el público. La cantante Carly Simon y el célebre actor inglés sir Lawrence Olivier son dos ejemplos del “trac” en sus peores formas: parálisis, sudor frío y garganta agarrotada. Y en muchos casos, el acceso de terror está vinculado a una fobia, como el miedo a los espacios abiertos (agorafobia), a los lugares cerrados (claustrofobia) o a la altura (vértigo).
También puede aparecer un ataque de pánico en el caso de personas que tienden a abarcar excesivo trabajo o responsabilidades. Tras sobrecargarse de tareas y encontrarse con que es imposible realizarlas, sufren palpitaciones cardíacas, les falta el aire o se ven atrapadas por pensamientos angustiantes.
Hace poco, la Asociación Psiquiátrica Norteamericana reconoció formalmente la existencia de los ataques de pánico, y los incluyó entre los síndromes descritos en el capítulo sobre fobias del mencionado manual DSM-III.
CÓMO CURAR EL PÁNICO.
Para curar el pánico se tiende a atacar el problema por dos vías principales: psicoterapia y fármacos. Como en tantas afecciones, los especialistas afirman que la prevención es esencial: cuanto antes se empiece a tratar al paciente, tanto mejor. Y ponen gran insistencia en advertir a la gente que los momentos de terror pánico pueden ser confundidos con ataques cardíacos, úlceras y otros cuadros.
Los tratamientos psicoterapéuticos que se realizan en los Estados Unidos son, generalmente, de tipo conductista. Por ejemplo, cuando una persona tiene terror a andar en subterráneo, el terapeuta la acompaña repetidas veces —actuando como figura contrafóbica— para disminuir la posibilidad del ataque de pánico. Otros terapeutas ensayan la relajación y ejercicios respiratorios, como una manera de distender al paciente y permitirle que afronte las situaciones angustiantes con mayor soltura.
Por otra parte, Leibowitz dice que ciertas “drogas inhibidoras de la monoamina oxidasa pueden ser recetadas para aliviar las agudas reacciones emocionales del ataque de terror, y también indicamos drogas betabloqueantes para reducir los síntomas físicos que aparecen durante el ataque de pánico”. Pero, en muchos casos, los psiquiatras tienden a aconsejar la combinación de fármacos y psicoterapia como una manera de resolver el problema en forma más armónica. En Chile, a diferencia de los Estados Unidos, el pánico no suele ser considerado una enfermedad en sí misma sino una manifestación de neurosis. Y, por lo tanto, no es tratado en forma específica sino en el marco de la psicoterapia o el psicoanálisis, que enfocan más al paciente como totalidad que a sus síntomas.
De todas formas, esta nueva enfermedad ya está definitivamente instalada entre nosotros y su erradicación no sólo está en manos de la medicina. Hay quienes proponen la formación de equipos interdisciplinarios para tratar el pánico. Médicos, sociólogos, sanitaristas y hasta ambientalistas podrían participar en forma conjunta para descomprimir los efectos patológicos que producen, en ciertas personas, la crueldad de la vida cotidiana en las grandes urbes, la contamInación permanente, la falta de solidaridad y la indiferencia de las instituciones y el estrés que origina el trabajo intensivo y las copiosas tensiones. Es decir, el pánico es una enfermedad compleja, que no se cura con pildoritas.
¿ENFERMEDAD URBANA?
El pánico puede acosar a un automovilista detenido por un embotellamiento de tránsito, pero también a personas que duermen plácidamente o a quienes disfrutan sus vacaciones. Hay síntomas, pero no reglas. Esta variante del miedo parece arraigar en una repentina sensación de inseguridad que, desde luego, la vida ciudadana provee y acentúa a cada momento: semáforos, ruidos, traslados, rendimiento laboral y demás.
El relax físico con control mental es una ayuda racional para derrotar al pánico, que ataca sin previo aviso.
ASÍ SE MANIFIESTA EL PÁNICO EN EL CUERPO HUMANO.
Los psiquiatras tratan el pánico basándose en los síntomas fisiológicos. Pero el miedo súbito es más subjetivo que real y los sedantes no son la cura total. Las mismas características del ataque de pánico, por invariables y reiteradas que sean, revelan una naturaleza multifacética de difícil control terapéutico. En principio, son episodios de miedo intenso, generalmente breves, que empiezan y terminan sin razón aparente. Segundo, siempre van acompañados de numerosos desórdenes físicos que los demás consideran específicos, como una indigestión o un infarto. Tercero, el ataque sobreviene repentinamente y sin aviso previo, aun cuando ya le haya ocurrido a un sujeto juzgado sano y equilibrado por los médicos.
La misteriosa combinación de estas tres manifestaciones propagan el pánico individual en su entorno, obteniéndose como resultado un pandemonio que luego, al ordenarse, resulta inútil, porque el sujeto “volvió en sí” tan rápida e inexplicablemente como “enloqueció”. Cierto es que la extraña racha de temor puede acosar al sujeto a solas, y tanto durante un paseo al aire libre como durmiendo, por lo que a veces se relaciona al pánico con fobias a los lugares abiertos o cerrados, pero la tendencia común es de proyección social.
Como en los casos del bebé que de noche “llora por nada”, el presidiario que enmudece ante los barrotes de su celda o el epiléptico en sus convulsiones, acá también se verifican un pedido de auxilio y una paradoja: el miedo es intransferible.
En un ataque de pánico, el sujeto experimenta, de un momento a otro, un horror que lo hace temblar de la cabeza a los pies, una sensación de ahogo y dificultad para respirar, violentas palpitaciones cardíacas, calor o escalofríos aunque la temperatura sea agradable, náuseas y disturbios intestinales, dolores fantasmas en el hígado u otras vísceras, y hasta puede orinarse involuntariamente. La cefalea y el miedo a morir acuden, entonces, al confundido cerebro, y la motricidad desaparece o bien, como es usual, el sujeto echa a correr hacia cualquier lado. Si al menos cuatro de estos síntomas aparecen juntos en la misma persona, ella padece un ataque de pánico.
Autor: J. Roberto Mallo.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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Así definen los médicos una rara afección psicosomática que en los Estados Unidos y otras sociedades industriales no cesa de aumentar en los últimos años. Diferente a las fobias, se manifiesta en todas las edades. Quienes sufren de pánico se ven impedidos de trabajar, de estudiar, de manejar autos y hasta de tocar a sus semejantes. Cómo se inicia, cómo se lo identifica, cómo se lo trata. ¿Es posible curarlo?
En su fabuloso origen griego, el pánico era causado por la abrupta aparición del dios Pan, mitad hombre, mitad macho cabrío, capaz de infundir el terror más insoportable en quien lo veía aparecer en medio de la espesura del bosque. Sin embargo, con el paso del tiempo, el término pánico ha terminado por nombrar a un conjunto de síntomas que, según la definición de los institutos de salud mental de los Estados Unidos, son experimentados por una persona “en ausencia de cualquier amenaza externa”. Ya no hace falta ninguna aparición mitológica para producir el estado de terror paralizante que afecta en diversas circunstancias de la vida a unos 3 millones de norteamericanos, de los cuales más de la mitad son negros. Asimismo, el ataque de pánico afecta en los Estados Unidos a dos mujeres por cada varón.
Tal como lo identifican los especialistas, el pánico se asemeja en grandes rasgos a un ataque de ansiedad neurótica, una afección muy característica en las grandes urbes.
En los servicios de guardia de los hospitales y clínicas de Buenos Aires se presentan habitualmente casos de presuntos ataques cardíacos que terminan siendo diagnosticados como estados de angustia o ansiedad extremos, y entre cuyos síntomas figura el dolor en el pecho, la dificultad para respirar, la extrema sudoración y los accesos de escalofríos.
Otro caso peculiar de terror pánico es el que atrapa a los chicos en edad escolar, a los universitarios, como también a los actores —el célebre “trac” previo a que se levante el telón—. Es una sensación de parálisis, fuerte transpiración combinada con escalofríos, dolores en el cuerpo, gran debilidad e incapacidad de reacción. Todo ello acompañado a veces por una sensación de irrealidad, como si la persona presa del ataque de pánico pudiera verse a sí misma pero está incapacitada para hacer aquello que teme: ir a clase, presentarse a un examen o salir a escena.
Temerle a un examen no es nada raro, pero verse paralizado completamente antes de entrar a darlo es uno de los peores momentos en la vida de cualquier estudiante. En ciertos casos, hasta suele ocurrir que éste decida a último momento no rendir, dominado completamente por el terror, empapado de sudor frío e incapaz de pronunciar una sola sílaba.
Los especialistas coinciden en señalar que el pánico es una de las denominadas “fobias sociales” que se describen en el Manual de Diagnóstico y Estadística de Enfermedades Mentales (conocido como DSM-III), editado por la Asociación Psiquiátrica Norteamericana. Una de las formas más notorias es la parálisis durante el sueño, que afecta especialmente a los norteamericanos negros.
Según el psiquiatra Carl M. Bell, que ha estudiado el pánico entre los negros, el cuarenta por ciento de los norteamericanos de ese color experimentan episodios de parálisis durante el sueño. “El durmiente —dice BelI— despierta abruptamente, atenaceado por el terror, incapacitado para moverse y con la sensación de que alguien está cerca, tratando de matarlo”. Es una tremenda pesadilla que suele ocurrir entre una y dos veces por mes a millones de personas en los Estados Unidos y en los principales países industriales del mundo.
MIEDO SIN MOTIVO.
Las teorías que exponen los especialistas norteamericanos para explicar las causas de los ataques de pánico son diversas y, a veces, contradictorias. Hay quienes piensan —es el caso de Michael Leibowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York— que se trata de un problema cerebral, localizado en el locus coeruleus, una parte del cerebro donde se cree se localiza la capacidad de decidir qué hacer ante una situación crítica, si enfrentarla o huir. En el caso del ataque de pánico, el locus coeruleus emitiría —equivocadamente— ciertos neurotransmisores capaces de iniciar en el organismo reacciones semejantes a las que se experimenta ante un peligro real. En cambio, Fred Wright, de la Universidad de Pennsylvania, cree que los episodios de miedo paralizante son consecuencia de problemas del aparato respiratorio.
En lo que sí están de acuerdo los especialistas es que los ataques de pánico son totalmente subjetivos, es decir, producidos por la persona afectada sin que haya motivos reales para que ello ocurra con semejante intensidad. Y también concuerda en que situaciones de stress prolongadas u otras circunstancias angustiantes pueden desencadenar el pánico. Maestros y profesores pueden sufrir ataques de pánico, aunque para un docente es una experiencia que atenta directamente contra su desempeño, lo mismo que para los artistas que se presentan ante el público. La cantante Carly Simon y el célebre actor inglés sir Lawrence Olivier son dos ejemplos del “trac” en sus peores formas: parálisis, sudor frío y garganta agarrotada. Y en muchos casos, el acceso de terror está vinculado a una fobia, como el miedo a los espacios abiertos (agorafobia), a los lugares cerrados (claustrofobia) o a la altura (vértigo).
También puede aparecer un ataque de pánico en el caso de personas que tienden a abarcar excesivo trabajo o responsabilidades. Tras sobrecargarse de tareas y encontrarse con que es imposible realizarlas, sufren palpitaciones cardíacas, les falta el aire o se ven atrapadas por pensamientos angustiantes.
Hace poco, la Asociación Psiquiátrica Norteamericana reconoció formalmente la existencia de los ataques de pánico, y los incluyó entre los síndromes descritos en el capítulo sobre fobias del mencionado manual DSM-III.
CÓMO CURAR EL PÁNICO.
Para curar el pánico se tiende a atacar el problema por dos vías principales: psicoterapia y fármacos. Como en tantas afecciones, los especialistas afirman que la prevención es esencial: cuanto antes se empiece a tratar al paciente, tanto mejor. Y ponen gran insistencia en advertir a la gente que los momentos de terror pánico pueden ser confundidos con ataques cardíacos, úlceras y otros cuadros.
Los tratamientos psicoterapéuticos que se realizan en los Estados Unidos son, generalmente, de tipo conductista. Por ejemplo, cuando una persona tiene terror a andar en subterráneo, el terapeuta la acompaña repetidas veces —actuando como figura contrafóbica— para disminuir la posibilidad del ataque de pánico. Otros terapeutas ensayan la relajación y ejercicios respiratorios, como una manera de distender al paciente y permitirle que afronte las situaciones angustiantes con mayor soltura.
Por otra parte, Leibowitz dice que ciertas “drogas inhibidoras de la monoamina oxidasa pueden ser recetadas para aliviar las agudas reacciones emocionales del ataque de terror, y también indicamos drogas betabloqueantes para reducir los síntomas físicos que aparecen durante el ataque de pánico”. Pero, en muchos casos, los psiquiatras tienden a aconsejar la combinación de fármacos y psicoterapia como una manera de resolver el problema en forma más armónica. En Chile, a diferencia de los Estados Unidos, el pánico no suele ser considerado una enfermedad en sí misma sino una manifestación de neurosis. Y, por lo tanto, no es tratado en forma específica sino en el marco de la psicoterapia o el psicoanálisis, que enfocan más al paciente como totalidad que a sus síntomas.
De todas formas, esta nueva enfermedad ya está definitivamente instalada entre nosotros y su erradicación no sólo está en manos de la medicina. Hay quienes proponen la formación de equipos interdisciplinarios para tratar el pánico. Médicos, sociólogos, sanitaristas y hasta ambientalistas podrían participar en forma conjunta para descomprimir los efectos patológicos que producen, en ciertas personas, la crueldad de la vida cotidiana en las grandes urbes, la contamInación permanente, la falta de solidaridad y la indiferencia de las instituciones y el estrés que origina el trabajo intensivo y las copiosas tensiones. Es decir, el pánico es una enfermedad compleja, que no se cura con pildoritas.
¿ENFERMEDAD URBANA?
El pánico puede acosar a un automovilista detenido por un embotellamiento de tránsito, pero también a personas que duermen plácidamente o a quienes disfrutan sus vacaciones. Hay síntomas, pero no reglas. Esta variante del miedo parece arraigar en una repentina sensación de inseguridad que, desde luego, la vida ciudadana provee y acentúa a cada momento: semáforos, ruidos, traslados, rendimiento laboral y demás.
El relax físico con control mental es una ayuda racional para derrotar al pánico, que ataca sin previo aviso.
ASÍ SE MANIFIESTA EL PÁNICO EN EL CUERPO HUMANO.
Los psiquiatras tratan el pánico basándose en los síntomas fisiológicos. Pero el miedo súbito es más subjetivo que real y los sedantes no son la cura total. Las mismas características del ataque de pánico, por invariables y reiteradas que sean, revelan una naturaleza multifacética de difícil control terapéutico. En principio, son episodios de miedo intenso, generalmente breves, que empiezan y terminan sin razón aparente. Segundo, siempre van acompañados de numerosos desórdenes físicos que los demás consideran específicos, como una indigestión o un infarto. Tercero, el ataque sobreviene repentinamente y sin aviso previo, aun cuando ya le haya ocurrido a un sujeto juzgado sano y equilibrado por los médicos.
La misteriosa combinación de estas tres manifestaciones propagan el pánico individual en su entorno, obteniéndose como resultado un pandemonio que luego, al ordenarse, resulta inútil, porque el sujeto “volvió en sí” tan rápida e inexplicablemente como “enloqueció”. Cierto es que la extraña racha de temor puede acosar al sujeto a solas, y tanto durante un paseo al aire libre como durmiendo, por lo que a veces se relaciona al pánico con fobias a los lugares abiertos o cerrados, pero la tendencia común es de proyección social.
Como en los casos del bebé que de noche “llora por nada”, el presidiario que enmudece ante los barrotes de su celda o el epiléptico en sus convulsiones, acá también se verifican un pedido de auxilio y una paradoja: el miedo es intransferible.
En un ataque de pánico, el sujeto experimenta, de un momento a otro, un horror que lo hace temblar de la cabeza a los pies, una sensación de ahogo y dificultad para respirar, violentas palpitaciones cardíacas, calor o escalofríos aunque la temperatura sea agradable, náuseas y disturbios intestinales, dolores fantasmas en el hígado u otras vísceras, y hasta puede orinarse involuntariamente. La cefalea y el miedo a morir acuden, entonces, al confundido cerebro, y la motricidad desaparece o bien, como es usual, el sujeto echa a correr hacia cualquier lado. Si al menos cuatro de estos síntomas aparecen juntos en la misma persona, ella padece un ataque de pánico.
Autor: J. Roberto Mallo.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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