Naturalmente no voy a decir quien es pero resulta que una de mis amigas en Facebook es en realidad un amigo que se hace pasar por una joven y bella damita.
De todo hay en el jardín del Señor, y aunque precisamente por eso no debieran sorprendernos demasiado algunas cosas, en ciertos casos es inevitable dejar escapar alguna exclamación o cuando menos una que otra sonrisa.
Resulta que como casi todos —porque algunos aun soportan heroicamente a la tentación— tengo mis respectivas cuentas en Facebook y Twitter. Y aunque de “mes en cuando” me entusiasmo chateando con mis amistades, que felizmente tengo muchas aun siendo un mortal común, silvestre y semi-anónimo en la vida real, básicamente las uso para vocear las actualizaciones de este mi blog y algunos otros sitios que considero de interés para ellos.
Es durante una de esas licencias de ciber-vagabundeo que me ocurrió algo gracioso a simple vista, pero que bien meditado, podría llegar a tener implicaciones de diversa índole.
Pues bien, el caso es que una noche de estas últimas, mientras revisaba las notificaciones de mis contactos, uno de ellos me convocó a chatear, entablando una conversación de esas triviales que tanto encantan a los adolescentes. Inicialmente conversamos del reciente fin de año y de nuestros respectivos planes para el que comienza. Nada realmente raro ni de relevancia especial.
Cuando la conversación derivó al tema de los deportes, y luego de algunos minutos, advertí una cierta incoherencia en el manejo del lenguaje y sus expresiones, cada vez más impropio de una damita típica, si a su imagen de perfil debería hacerse caso… Intrigado, y tratando de recordar precipitadamente algunas lecciones de psicología aplicada que aprendí en mis años de estudiante para profe, y contra mis hábitos, comencé a inducir la conversación de modo que abundaran las referencias personales (gustos, moda, deportes, etc.), provocando que con tanta soltura mi interlocutor/a olvidara mantener su identidad ficticia, sin darse cuenta de estar siendo auscultada.
Al cabo de unos minutos más, mi amiga/o estaba conversando enteramente en modo masculino hasta que poco después nos despedimos.
Talvez luego esta persona se haya dado cuenta de haber abandonado su pose inicial, o talvez no. De mi parte, tuve el cuidado de no ponerlo en evidencia, por un deber elemental de respeto hacia la “otredad” como gustan llamar psicólogos y antropólogos.
Días después, sólo por curiosidad, me di una vuelta por su perfil y muro, y como los mantenía igual que entonces, deduzco que ni se dio cuenta de que se había auto-delatado.
Fin del episodio…
Sospecho que no soy el único en reparar acerca de estas “anomalías” del comportamiento (porque lo son). Y es que esta nueva realidad humana de las redes sociales es una dinámica bastante versátil que da para todo: desde una inocente socialización que brinda compañía virtual a personas que de otro modo seguirían en una limitación de sus relaciones interpersonales, pasando por el creciente ciber-cosmopolitismo de la juventud actual, y llegando a extremos en que la delincuencia y la maldad, incluso la maldad por la maldad, ha hecho que Internet tenga también sus propios “bajos fondos”.
¿Por qué alguna gente actúa así? Pueden haber muchas razones, pero creo que una motivación bastante poderosa es la antigua y siempre gran necesidad humana de sentirse acogidos y aceptados por nuestro entorno, básicamente para sentirnos seguros, necesidad social que, como Abraham Herald Maslow lo explicó magistralmente, puede llegar a tener una incidencia poderosa en nuestra conducta.
Primero la necesidad de presencia e identidad ante los demás, luego la proyección de una imagen propia y finalmente, si se puede, ganar algún grado de influencia en nuestro entorno, son también motores de nuestra conducta en este nuevo, maravilloso pero también peligroso planeta que llamamos Internet, donde lo físico está sublimado por la imagen, el avatar, el nick o el perfil que, a diferencia de sus correspondientes materiales, puede ser tocado y retocado las veces que uno quiera, o necesite, según los propósitos y las circunstancias.
Hasta hace poco, tener e-mail significaba pasar a estar presente en el ciber-mundo; pero las cosas están cambiando más rápido cada vez. Ahora, “si no tienes Face no existes, si sólo tienes Twitter ya estás un poco mayor, si no alcanzas a 100 contactos eres un ‘don Nadie’, y si has pasado de 5000, entonces, eres apetecible como amigo o amiga…” esos parecieran ser los estándares, estereotipos, o como se los pueda llamar.
Las chicas asumen fotos de modelos o actrices de telenovelas, los chicos de deportistas o héroes de la televisión; hay quienes prefieren dibujos, caricaturas, simbolismos o imágenes psicodélicas. Hay de todo. Talvez comienzan por intentar modificar, representar o inflar “un poquito” lo que son, como las aves que ostentan sus mejores colores en ciertas épocas del año, que sólo ellas saben mejor cuándo. Pero esta comprensible y hasta cierto punto legítima actitud de tratar de “caer bien” a los demás, cuando se exagera saliéndose de control, puede llevarnos a aparentar ser los que no somos… y tarde o temprano se nos caerá la máscara, por mucho que sea virtual. Entonces, las ciber-amistades acumuladas con tanta paciencia y ardides, nos abandonarán más rápido de lo que hayamos tardado en conseguirlas. Porque a nadie le gusta ser engañado/a.
Lo mejor es ser y mostrarnos como somos, porque, aparte, la gente de hoy es menos ingenua que antes. Claro, un poquito de maquillaje nunca viene mal, pero, como dicen nuestros abuelos, “un poquito, nada más”.
Cuando simulas o aparentas lo que no eres, terminas queriendo ser lo que no eres, y como no puedes dejar de ser lo que eres, te decepcionas de ser lo que eres, sin dejar, al final, de ser lo que eres; intentas pasar a ser lo que no eres, y puedes terminar siendo otra cosa muy diferente a lo que en realidad querías ser. En una palabra, tragedia.
Ukamau la cosa.
(Si este contenido te parece interesante, compártelo con tus amistades mediante el botón “Me gusta”, “enviar por e-mail”, el enlace a Facebook, Twitter o Google+. Hacerlo es fácil y toma sólo unos segundos. Y no te olvides de comentar. Gracias)
De todo hay en el jardín del Señor, y aunque precisamente por eso no debieran sorprendernos demasiado algunas cosas, en ciertos casos es inevitable dejar escapar alguna exclamación o cuando menos una que otra sonrisa.
Resulta que como casi todos —porque algunos aun soportan heroicamente a la tentación— tengo mis respectivas cuentas en Facebook y Twitter. Y aunque de “mes en cuando” me entusiasmo chateando con mis amistades, que felizmente tengo muchas aun siendo un mortal común, silvestre y semi-anónimo en la vida real, básicamente las uso para vocear las actualizaciones de este mi blog y algunos otros sitios que considero de interés para ellos.
Es durante una de esas licencias de ciber-vagabundeo que me ocurrió algo gracioso a simple vista, pero que bien meditado, podría llegar a tener implicaciones de diversa índole.
Pues bien, el caso es que una noche de estas últimas, mientras revisaba las notificaciones de mis contactos, uno de ellos me convocó a chatear, entablando una conversación de esas triviales que tanto encantan a los adolescentes. Inicialmente conversamos del reciente fin de año y de nuestros respectivos planes para el que comienza. Nada realmente raro ni de relevancia especial.
Cuando la conversación derivó al tema de los deportes, y luego de algunos minutos, advertí una cierta incoherencia en el manejo del lenguaje y sus expresiones, cada vez más impropio de una damita típica, si a su imagen de perfil debería hacerse caso… Intrigado, y tratando de recordar precipitadamente algunas lecciones de psicología aplicada que aprendí en mis años de estudiante para profe, y contra mis hábitos, comencé a inducir la conversación de modo que abundaran las referencias personales (gustos, moda, deportes, etc.), provocando que con tanta soltura mi interlocutor/a olvidara mantener su identidad ficticia, sin darse cuenta de estar siendo auscultada.
Al cabo de unos minutos más, mi amiga/o estaba conversando enteramente en modo masculino hasta que poco después nos despedimos.
Talvez luego esta persona se haya dado cuenta de haber abandonado su pose inicial, o talvez no. De mi parte, tuve el cuidado de no ponerlo en evidencia, por un deber elemental de respeto hacia la “otredad” como gustan llamar psicólogos y antropólogos.
Días después, sólo por curiosidad, me di una vuelta por su perfil y muro, y como los mantenía igual que entonces, deduzco que ni se dio cuenta de que se había auto-delatado.
Fin del episodio…
Sospecho que no soy el único en reparar acerca de estas “anomalías” del comportamiento (porque lo son). Y es que esta nueva realidad humana de las redes sociales es una dinámica bastante versátil que da para todo: desde una inocente socialización que brinda compañía virtual a personas que de otro modo seguirían en una limitación de sus relaciones interpersonales, pasando por el creciente ciber-cosmopolitismo de la juventud actual, y llegando a extremos en que la delincuencia y la maldad, incluso la maldad por la maldad, ha hecho que Internet tenga también sus propios “bajos fondos”.
¿Por qué alguna gente actúa así? Pueden haber muchas razones, pero creo que una motivación bastante poderosa es la antigua y siempre gran necesidad humana de sentirse acogidos y aceptados por nuestro entorno, básicamente para sentirnos seguros, necesidad social que, como Abraham Herald Maslow lo explicó magistralmente, puede llegar a tener una incidencia poderosa en nuestra conducta.
Primero la necesidad de presencia e identidad ante los demás, luego la proyección de una imagen propia y finalmente, si se puede, ganar algún grado de influencia en nuestro entorno, son también motores de nuestra conducta en este nuevo, maravilloso pero también peligroso planeta que llamamos Internet, donde lo físico está sublimado por la imagen, el avatar, el nick o el perfil que, a diferencia de sus correspondientes materiales, puede ser tocado y retocado las veces que uno quiera, o necesite, según los propósitos y las circunstancias.
Hasta hace poco, tener e-mail significaba pasar a estar presente en el ciber-mundo; pero las cosas están cambiando más rápido cada vez. Ahora, “si no tienes Face no existes, si sólo tienes Twitter ya estás un poco mayor, si no alcanzas a 100 contactos eres un ‘don Nadie’, y si has pasado de 5000, entonces, eres apetecible como amigo o amiga…” esos parecieran ser los estándares, estereotipos, o como se los pueda llamar.
Las chicas asumen fotos de modelos o actrices de telenovelas, los chicos de deportistas o héroes de la televisión; hay quienes prefieren dibujos, caricaturas, simbolismos o imágenes psicodélicas. Hay de todo. Talvez comienzan por intentar modificar, representar o inflar “un poquito” lo que son, como las aves que ostentan sus mejores colores en ciertas épocas del año, que sólo ellas saben mejor cuándo. Pero esta comprensible y hasta cierto punto legítima actitud de tratar de “caer bien” a los demás, cuando se exagera saliéndose de control, puede llevarnos a aparentar ser los que no somos… y tarde o temprano se nos caerá la máscara, por mucho que sea virtual. Entonces, las ciber-amistades acumuladas con tanta paciencia y ardides, nos abandonarán más rápido de lo que hayamos tardado en conseguirlas. Porque a nadie le gusta ser engañado/a.
Lo mejor es ser y mostrarnos como somos, porque, aparte, la gente de hoy es menos ingenua que antes. Claro, un poquito de maquillaje nunca viene mal, pero, como dicen nuestros abuelos, “un poquito, nada más”.
Cuando simulas o aparentas lo que no eres, terminas queriendo ser lo que no eres, y como no puedes dejar de ser lo que eres, te decepcionas de ser lo que eres, sin dejar, al final, de ser lo que eres; intentas pasar a ser lo que no eres, y puedes terminar siendo otra cosa muy diferente a lo que en realidad querías ser. En una palabra, tragedia.
Ukamau la cosa.
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Muy buenooooo!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarQué bueno que te haya gustado este artículo... Un abrazo...
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