Un humilde invento que ya tiene más de 5 mil años y que hasta hoy es la base fundamental de la vida humana civilizada que no puede prescindir de ella.
Sin ella nuestra vida sería sencillamente imposible.
Fue la primera creación exclusiva del hombre y sigue siendo la clave del actual desarrollo tecnológico. Todo gira alrededor de ella: desde los artefactos de uso doméstico hasta la computación, los símbolos religiosos y el transporte terrestre, aéreo o acuático. Junto al fuego, la rueda es la esencia de la civilización.
Nadie ignora que la rueda es un disco que gira alrededor de un eje, pero muchos olvidan que fue el primer invento humano no inspirado en la imitación del entorno. Las pinzas, el martillo, la sierra, las alas o el periscopio ya existían en la naturaleza, pero la rueda no: la idea del movimiento circular alrededor de un punto es una innovación completamente original. Y sobre ella reposa prácticamente toda la evolución técnica y filosófica de la Humanidad. Desde el carro hasta el reloj y desde la brújula hasta el calendario como síntesis del tiempo y del espacio.
Desde luego, en términos de mecánica celeste todo es redondo y se desplaza en órbitas según un ordenamiento circular, pero presuntamente esa noción no era conocida en los remotos días en que se inventó la rueda.
De aquí, no pocos teólogos, e incluso psicólogos a la Jung, infieren que el hombre primitivo intuyó de algún modo la globalidad del planeta y las evoluciones cósmicas, reproduciendo en la rueda y el eje un saber esencial.
Pero, ¿quién inventó la rueda? Para los chinos, fue el mítico emperador Houang-Ty, que vivió entre los años 1697 y 1597 a.C.. Para los griegos, fue el filósofo pitagórico Arquitas, nacido en el 440 a.C. Para los arqueólogos modernos, la patria de la rueda fue la antigua Mesopotamia o actual Irak: allí se encontraron vestigios de ruedas sumerias de unos 3500 años a.C.
Y ya no como simples rodillos de tronco sobre los que se deslizaba una carga, sino como la unión de varias piezas ajustadas entre sí y luego acopladas a un eje central, con una función de transporte bien delineada. Y si, como lo muestran los bajorrelieves del Asia Menor del cuarto milenio precristiano la rueda ya existía, entonces la rudimentaria hipótesis de que ésta desciende de una mera rodaja de tronco también cae por tierra. Veamos por qué.
En principio, las toscas herramientas del hombre de antes de la Edad de Hierro no le permitían cortar con precisión redondeles de tronco, y alrededor del 2000 a.C., cuando creó una sierra suficientemente larga para hacerlo, fue absurdo ponerse a fabricar ruedas macizas de un solo bloque: las ruedas compuestas, formadas de varias partes, existían desde hacía más de mil años.
Por otro lado, en el 1900, el inspector vial M. G. Forestier propuso como tesis de origen de la rueda la vieja técnica tribal para encender fuego: la rotación manual de un palito que frota una base de madera seca. Concepto atinado, si se entiende que no hay rueda sin eje, y superador, si se piensa en la polea como base de la fuerza de movimiento… del automóvil. Pero no nos adelantemos.
Primero fue el carro, durante milenios prerrogativa de los ricos y poderosos, y más destinado a la guerra que al transporte civil. Tanto valor daban a esas máquinas rodantes los jefes militares, que al morir se hacían enterrar con ellas. Eso es lo que revelaron las recientemente descubiertas tumbas de Rusia y Kazakistán: huesos de caballos sacrificados y restos de ruedas enrayadas de unos 4.000 años de antigüedad. Lo que de paso anula la teoría de que el carro fue creado por los pueblos arios que, siglos después, extendieron su poder guerrero, su religión y su lengua por la región que hoy abarcan Afganistán, Pakistán y el norte de la India.
El hallazgo arroja nueva luz sobre las raíces de la rueda, quintaesencia de la invención humana, porque da pie a un triple redimensionamiento de su historia y alcances. Primero: no todos los avances mecánicos y culturales provinieron de las sociedades más progresistas del Oriente Medio como usualmente se asegura. Segundo: los habitantes de las llanuras rusas, llamados “bárbaros del norte” por sus vecinos del sur, ya tenían primerizos carros de dos ruedas y alto desempeño bélico. Tercero: la clave de ese adelanto tecnológico estaba en las estepas, cuya horizontalidad permitía la carrera veloz y sin obstáculos, casi como en una ruta de asfalto de nuestros días.
Muchos arqueólogos e historiadores afirman que no les extrañaría que esto haya ocurrido así, dado que los pastores de las estepas rusas fueron los primeros domadores jinetes y proveedores de caballos de tiro. Según el doctor David W. Anthony, antropólogo que estudió el caso in situ y lo expuso ante la American Anthropological Association norteamericana, “esta aventura puede haber empezado hace nada menos que 6.000 años, y después se desarrollaron carromatos con ruedas macizas, y siglos más tarde llegaron las ruedas livianas, con rayos, el gran salto hacia los vehículos rápidos y maniobrables, el fundamento de nuestra civilización de calles y caminos“.
Que esto es así lo demuestran los mapas de ciudades y autopistas, las normas de estacionamiento, el adoquinado y el pavimento, que no existirían sin la genial aparición de la rueda. Cierto es que las rutas romanas siguen allí y que los sumerios ya usaban asfalto para alisar sus senderos, pero con el automóvil a motor de explosión la rueda parece haber alcanzado un apogeo tan pleno que los urbanistas e ingenieros viales creen que ella evolucionará sólo con mínimas adecuaciones, sin grandes cambios.
Están por salir a la venta, por ejemplo, los neumáticos descartables: a la primera pinchadura, adiós, se tirarán a la basura. Los investigadores de la fábrica Michelin inventaron un revolucionario neumático cuyo roce superficial es un 35 por ciento inferior a los actuales, lo que al reducir el nivel de resistencia al movimiento baja el consumo de combustible. Pero la revolución se llama Sbarro, una rueda-bola que desafía las leyes de la mecánica automotriz porque... no lleva eje central: la unión con el vehículo se hace mediante una inédita circunferencia envolvente, similar a una punta de bolígrafo. De manera que, paradojalmente, la rueda Sbarro devolverá a la ya sofisticada rueda su antiguo aspecto de rodillo bruto, más afín al “troncomóvil” de Los Picapiedras, el famoso dibujito animado de Hannah-Barbera, que a los ligeros autos de hoy.
Claro que esa tendencia de ida y vuelta se verificó antes en el mercado del ciclismo: así como se pasó de la rueda compacta a la de rayos, empleando luego menos rayos pero más gruesos, ahora los rayos desaparecen y retornan las ruedas macizas, en materiales sólidos y ultralivianos. Los objetivos siguen siendo los mismos que hace 5.000 años: viajar mejor y más rápido.
Si un carro tirado por bueyes rodaba a 3 kilómetros por hora mientras con una yunta de caballos cubría 16 kilómetros en igual lapso, y si las ruedas de Oriente Medio tenían sólo 4 pesados rayos contra los 8 o 12 de las finas ruedas rusas, la conclusión es evidente: el dominio creciente del tiempo y el espacio por parte del hombre estaba contenido en la concepción misma de la rueda.
Alrededor del 1700 a.C., la irrupción del carro de guerra generó la primera carrera armamentista. Desde Anatolia a Egipto y desde Creta a Mesopotamia, se vaciaban los tesoros palaciegos para construir más y más carros. Para dar una idea: La Biblia cuenta que el rey Salomón pagó 600 dineros de plata por cada carro, mientras que a David 2 bueyes y una trilladora le costaron 50 dineros. A comienzos del siglo XIII a.C., cuando las hordas hititas y egipcias chocaron en las planicies de Siria, el rey hitita Muwatallis II desplegó una fuerza de 3.500 carros, y Ramsés II una cantidad similar.
Y a juzgar por su evolución, la rueda es el programa de toda acción circular, desde una procesadora de alimentos hasta un compact disc y desde un aro de básquet hasta el giroscopio de un jet.
¿TIENE FUTURO LA VIEJA RUEDA?
La rueda jugó un rol progresista en el alba de la civilización: fue rodillo para la construcción, carro de combate y transporte mercantil a larga distancia, lo que generó la necesidad de caminos e ingeniería vial y urbanística. Pero el caballo venía siendo montado desde hacía siglos y el trineo, apto para la nieve pero también para zonas barrosas o de arenas, se utilizó hace 7.000 años sin necesidad de la rueda. Es que, sin superficies debidamente aplanadas, el carro carecía de practicidad: era ineficaz en bosques, pantanos y montañas. Entonces, ¿puede una sociedad tecnológicamente avanzada prescindir de la rueda?
La respuesta es sí.
En Egipto, los faraones no emplearon ni el rodillo ni la rueda para edificar sus enormes pirámides y monumentos. Los mayas, que dominaron América Central durante 2.000 años, conocieron la rueda cuando llegaron los españoles. Los incas tenían juguetes con rueditas y carreteras, pero no carros. Hoy, con vehículos de patas articuladas capaces de subir escaleras, trenes-bala movidos por superconductividad magnética o aerodeslizadores que se desplazan por tierra y agua en base a un colchón de aire, la tendencia es a dejar la rueda atrás, quizás exhibida en un museo, junto a una diligencia y un BMW.
Pero nadie cree que la vieja rueda caiga tan bajo.
Autor: Raúl García Luna.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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Sin ella nuestra vida sería sencillamente imposible.
Fue la primera creación exclusiva del hombre y sigue siendo la clave del actual desarrollo tecnológico. Todo gira alrededor de ella: desde los artefactos de uso doméstico hasta la computación, los símbolos religiosos y el transporte terrestre, aéreo o acuático. Junto al fuego, la rueda es la esencia de la civilización.
Nadie ignora que la rueda es un disco que gira alrededor de un eje, pero muchos olvidan que fue el primer invento humano no inspirado en la imitación del entorno. Las pinzas, el martillo, la sierra, las alas o el periscopio ya existían en la naturaleza, pero la rueda no: la idea del movimiento circular alrededor de un punto es una innovación completamente original. Y sobre ella reposa prácticamente toda la evolución técnica y filosófica de la Humanidad. Desde el carro hasta el reloj y desde la brújula hasta el calendario como síntesis del tiempo y del espacio.
Desde luego, en términos de mecánica celeste todo es redondo y se desplaza en órbitas según un ordenamiento circular, pero presuntamente esa noción no era conocida en los remotos días en que se inventó la rueda.
De aquí, no pocos teólogos, e incluso psicólogos a la Jung, infieren que el hombre primitivo intuyó de algún modo la globalidad del planeta y las evoluciones cósmicas, reproduciendo en la rueda y el eje un saber esencial.
Pero, ¿quién inventó la rueda? Para los chinos, fue el mítico emperador Houang-Ty, que vivió entre los años 1697 y 1597 a.C.. Para los griegos, fue el filósofo pitagórico Arquitas, nacido en el 440 a.C. Para los arqueólogos modernos, la patria de la rueda fue la antigua Mesopotamia o actual Irak: allí se encontraron vestigios de ruedas sumerias de unos 3500 años a.C.
Y ya no como simples rodillos de tronco sobre los que se deslizaba una carga, sino como la unión de varias piezas ajustadas entre sí y luego acopladas a un eje central, con una función de transporte bien delineada. Y si, como lo muestran los bajorrelieves del Asia Menor del cuarto milenio precristiano la rueda ya existía, entonces la rudimentaria hipótesis de que ésta desciende de una mera rodaja de tronco también cae por tierra. Veamos por qué.
En principio, las toscas herramientas del hombre de antes de la Edad de Hierro no le permitían cortar con precisión redondeles de tronco, y alrededor del 2000 a.C., cuando creó una sierra suficientemente larga para hacerlo, fue absurdo ponerse a fabricar ruedas macizas de un solo bloque: las ruedas compuestas, formadas de varias partes, existían desde hacía más de mil años.
Por otro lado, en el 1900, el inspector vial M. G. Forestier propuso como tesis de origen de la rueda la vieja técnica tribal para encender fuego: la rotación manual de un palito que frota una base de madera seca. Concepto atinado, si se entiende que no hay rueda sin eje, y superador, si se piensa en la polea como base de la fuerza de movimiento… del automóvil. Pero no nos adelantemos.
Primero fue el carro, durante milenios prerrogativa de los ricos y poderosos, y más destinado a la guerra que al transporte civil. Tanto valor daban a esas máquinas rodantes los jefes militares, que al morir se hacían enterrar con ellas. Eso es lo que revelaron las recientemente descubiertas tumbas de Rusia y Kazakistán: huesos de caballos sacrificados y restos de ruedas enrayadas de unos 4.000 años de antigüedad. Lo que de paso anula la teoría de que el carro fue creado por los pueblos arios que, siglos después, extendieron su poder guerrero, su religión y su lengua por la región que hoy abarcan Afganistán, Pakistán y el norte de la India.
El hallazgo arroja nueva luz sobre las raíces de la rueda, quintaesencia de la invención humana, porque da pie a un triple redimensionamiento de su historia y alcances. Primero: no todos los avances mecánicos y culturales provinieron de las sociedades más progresistas del Oriente Medio como usualmente se asegura. Segundo: los habitantes de las llanuras rusas, llamados “bárbaros del norte” por sus vecinos del sur, ya tenían primerizos carros de dos ruedas y alto desempeño bélico. Tercero: la clave de ese adelanto tecnológico estaba en las estepas, cuya horizontalidad permitía la carrera veloz y sin obstáculos, casi como en una ruta de asfalto de nuestros días.
Muchos arqueólogos e historiadores afirman que no les extrañaría que esto haya ocurrido así, dado que los pastores de las estepas rusas fueron los primeros domadores jinetes y proveedores de caballos de tiro. Según el doctor David W. Anthony, antropólogo que estudió el caso in situ y lo expuso ante la American Anthropological Association norteamericana, “esta aventura puede haber empezado hace nada menos que 6.000 años, y después se desarrollaron carromatos con ruedas macizas, y siglos más tarde llegaron las ruedas livianas, con rayos, el gran salto hacia los vehículos rápidos y maniobrables, el fundamento de nuestra civilización de calles y caminos“.
Que esto es así lo demuestran los mapas de ciudades y autopistas, las normas de estacionamiento, el adoquinado y el pavimento, que no existirían sin la genial aparición de la rueda. Cierto es que las rutas romanas siguen allí y que los sumerios ya usaban asfalto para alisar sus senderos, pero con el automóvil a motor de explosión la rueda parece haber alcanzado un apogeo tan pleno que los urbanistas e ingenieros viales creen que ella evolucionará sólo con mínimas adecuaciones, sin grandes cambios.
Están por salir a la venta, por ejemplo, los neumáticos descartables: a la primera pinchadura, adiós, se tirarán a la basura. Los investigadores de la fábrica Michelin inventaron un revolucionario neumático cuyo roce superficial es un 35 por ciento inferior a los actuales, lo que al reducir el nivel de resistencia al movimiento baja el consumo de combustible. Pero la revolución se llama Sbarro, una rueda-bola que desafía las leyes de la mecánica automotriz porque... no lleva eje central: la unión con el vehículo se hace mediante una inédita circunferencia envolvente, similar a una punta de bolígrafo. De manera que, paradojalmente, la rueda Sbarro devolverá a la ya sofisticada rueda su antiguo aspecto de rodillo bruto, más afín al “troncomóvil” de Los Picapiedras, el famoso dibujito animado de Hannah-Barbera, que a los ligeros autos de hoy.
Claro que esa tendencia de ida y vuelta se verificó antes en el mercado del ciclismo: así como se pasó de la rueda compacta a la de rayos, empleando luego menos rayos pero más gruesos, ahora los rayos desaparecen y retornan las ruedas macizas, en materiales sólidos y ultralivianos. Los objetivos siguen siendo los mismos que hace 5.000 años: viajar mejor y más rápido.
Si un carro tirado por bueyes rodaba a 3 kilómetros por hora mientras con una yunta de caballos cubría 16 kilómetros en igual lapso, y si las ruedas de Oriente Medio tenían sólo 4 pesados rayos contra los 8 o 12 de las finas ruedas rusas, la conclusión es evidente: el dominio creciente del tiempo y el espacio por parte del hombre estaba contenido en la concepción misma de la rueda.
Alrededor del 1700 a.C., la irrupción del carro de guerra generó la primera carrera armamentista. Desde Anatolia a Egipto y desde Creta a Mesopotamia, se vaciaban los tesoros palaciegos para construir más y más carros. Para dar una idea: La Biblia cuenta que el rey Salomón pagó 600 dineros de plata por cada carro, mientras que a David 2 bueyes y una trilladora le costaron 50 dineros. A comienzos del siglo XIII a.C., cuando las hordas hititas y egipcias chocaron en las planicies de Siria, el rey hitita Muwatallis II desplegó una fuerza de 3.500 carros, y Ramsés II una cantidad similar.
Y a juzgar por su evolución, la rueda es el programa de toda acción circular, desde una procesadora de alimentos hasta un compact disc y desde un aro de básquet hasta el giroscopio de un jet.
¿TIENE FUTURO LA VIEJA RUEDA?
La rueda jugó un rol progresista en el alba de la civilización: fue rodillo para la construcción, carro de combate y transporte mercantil a larga distancia, lo que generó la necesidad de caminos e ingeniería vial y urbanística. Pero el caballo venía siendo montado desde hacía siglos y el trineo, apto para la nieve pero también para zonas barrosas o de arenas, se utilizó hace 7.000 años sin necesidad de la rueda. Es que, sin superficies debidamente aplanadas, el carro carecía de practicidad: era ineficaz en bosques, pantanos y montañas. Entonces, ¿puede una sociedad tecnológicamente avanzada prescindir de la rueda?
La respuesta es sí.
En Egipto, los faraones no emplearon ni el rodillo ni la rueda para edificar sus enormes pirámides y monumentos. Los mayas, que dominaron América Central durante 2.000 años, conocieron la rueda cuando llegaron los españoles. Los incas tenían juguetes con rueditas y carreteras, pero no carros. Hoy, con vehículos de patas articuladas capaces de subir escaleras, trenes-bala movidos por superconductividad magnética o aerodeslizadores que se desplazan por tierra y agua en base a un colchón de aire, la tendencia es a dejar la rueda atrás, quizás exhibida en un museo, junto a una diligencia y un BMW.
Pero nadie cree que la vieja rueda caiga tan bajo.
Autor: Raúl García Luna.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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