Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.
These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.
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Evangelio armenio de la infancia de Jesús.
DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA FUE A ARIMATEA, DONDE JESÚS HIZO MILAGROS Y RESUCITÓ MUERTOS.
XXII.
1. Y José se levantó, tomó a María y saliendo de la villa, ambos marcharon camino adelante. Y buscaban con la mirada a Jesús. Y éste se les apareció de súbito, y los siguió hasta el país de Galilea, a una villa llamada Arimatea, donde tomaron albergue en una casa. Y Jesús tenía diez años entonces, y circulaba por la villa, para ir al sitio en que los niños se congregaban. Y, cuando divisaron a Jesús, lo interrogaron, diciendo: ¿De dónde has venido? Y Jesús contestó: De un país desconocido. Los niños inquirieron: ¿Dónde está situada la casa de tu padre? Y Jesús repuso: No podrías comprenderlo. Los niños agregaron: Dinos algo, para que lo sepamos de ti. Y Jesús replicó: ¿Para qué me lo preguntáis, si lo que yo os dijera, no lo entenderíais? Los niños insistieron: Háblanos, porque nosotros somos ignorantes, y tú pareces instruido en todas las cosas. Jesús dijo: Todas las cosas conozco, en efecto, pero soy extranjero, y no aceptaríais ninguna de mis palabras. Y los niños dijeron: Te acogemos con amistad, como a un hermano, y nos someteremos a tus órdenes, conforme a tu albedrío.
2. Y Jesús dijo: Levantaos, vamos. Y los niños obedecieron, y llegaron todos juntos a cierto sitio, en el que había una roca muy alta. Y, colocándose enfrente, ordenó a la roca que inclinase su cima y se sentó en ella, y la roca recobró su posición. Y los niños lanzaron gritos de sorpresa y, formando círculo alrededor de la roca, miraban a Jesús. Y, después de haber ordenado a la roca que inclinase otra vez su cima, Jesús descendió de ella.
3. Y los niños fueron a la villa, para contar el prodigio hecho por Jesús, el cual huyó. Y uno de los niños, que lo divisó, le detuvo por sorpresa y se apoderó de él. Y Jesús, volviéndose, le sopló en el rostro y, en el mismo instante, el niño perdió la vista. Y clamó a gran voz: Jesús, ten piedad de mí. Y Jesús le puso la mano sobre los ojos, y éstos se abrieron de nuevo a la luz.
4. Y, un día, los niños se habían congregado cerca de un pozo, y Jesús fue a reunírseles. Y ellos, al verlo, se regocijaron. Y Jesús les preguntó: ¿Qué hacéis al borde de este pozo? Y los niños respondieron: Ven a juntarte con nosotros. Y Jesús dijo: Heme aquí. ¿Qué deseáis? Y, en el mismo momento en que hablaba así, dos niños jugaban al borde del pozo. Y sucedió que, disputando, uno de ellos pegó al otro, y lo lanzó al pozo. Y los demás huyeron de allí, y Jesús, levantándose, marchó a su casa.
5. Y, como algunas personas llegasen pasa sacar agua, al meter sus cántaros, vieron en medio del pozo a un niño muerto, y fueron a anunciarlo a la villa. Y los padres llegaron, y vieron a su hijo ahogado encima del agua. Y lloraban amargamente, y se golpeaban el pecho. Y era un niño muy hermoso, y de cinco años de edad. Y los padres, deshechos en llanto, preguntaban: ¿Quién ha causado esta desgracia terrible? Mas, no encontrando al matador, se dirigieron al juez, para darle cuenta del suceso nefasto.
6. Y el juez ordenó que le trajesen a los niños, a quienes preguntó: Hijos míos, ¿quién de vosotros mató a ese niño, arrojándolo al agua? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y el juez dijo: Si lo sabéis, no contéis engañarme con pretextos y con subterfugios. No hagáis tal, porque moriréis, y pagaréis inocentes por culpables. Los príncipes y los grandes les dijeron: No mintáis, y hablad sinceramente. Y los niños clamaron a una: Si creéis en nuestras palabras, tened entendido que no nos cabe parte alguna en su muerte. Cayó al agua por accidente, y no pudimos sacarlo del pozo. Y el juez opuso: Cuando cayó al agua, ¿por qué no gritasteis inmediatamente, elevando la voz, para que los habitantes de la villa fuesen a salvar al niño, que respiraba aún? Los niños dijeron: Porque ninguno de nosotros había quedado allí. Todos lo habían abandonado, y habían huido. Y el juez acrecentó: Si cayó inadvertidamente y por descuido, habríais gritado y avisado a todos. Pero, siendo los autores del hecho, habéis huido de allí por temor, y pensáis escapar a la muerte por vanas excusas. Los niños dijeron: Si quieres condenarnos injustamente, hágase tu voluntad. Porque cada cual se halla convencido de su propia inocencia y el que merece la muerte, es el que la realidad del hecho conoce. Y el juez repuso: Si conociese al culpable, no condenaría al inocente.
7. Los niños dijeron: A nosotros no nos toca culpa alguna. Nos hallábamos distraídos en el juego, y de nada nos enteramos hasta que algunos niños huyeron, dando gritos. Nada más sabemos. Y el juez repuso: Si queréis, yo os diré la verdad. Miraos bien, poned atención, y compadeceos de vosotros mismos. Y los niños replicaron: Lo hemos revelado todo, y no nos has oído. Y el juez exclamó: ¡Desconfío del artificio de vuestras palabras! Los niños repitieron: Si nos condenas injustamente, eso será a cargo tuyo. Y el juez contestó, furioso: Si no me decís la verdad, os conduciré al pozo, y os haré perecer ahogados en el agua. Y el niño que era el matador, repuso: Por mucho que nos atormentes, no podremos confesar una falsedad.
8. Entonces el juez marchó con ellos al borde del pozo. Y ordenó que desnudasen a los niños, y que los encadenasen en presencia suya. Y el matador dijo: ¡Oh juez, presenta un testigo, y, entonces solamente, condénanos. ¿Por qué se nos condenaría a muerte, sin estar convencido por un testigo? Y el juez dijo: ¿Qué testigo voy a presentar, si todos los testigos estáis aquí? No saldréis de mis manos, ni a fuerza de lamentaciones, ni a fuerza de presentes. Y los padres de los niños viéndolos desnudos ante el juez, en medio de aquel lugar, se quejaban con amargura. Y el juez dijo: No me conmueven vuestras lágrimas. Y mandó que arrojasen a los niños al pozo. Mas el que era el matador, se expresó en estos términos: No me arrojes al pozo, y te indicaré quién es el culpable. ¿Dónde está Jesús, el hijo del viejo? Él es el autor del hecho. Y el juez exclamó: Siendo así, ¿por qué os dejabais matar, a pesar de vuestra inocencia? Y los niños replicaron: A ti te toca saberlo, puesto que lo has querido.
9. Entonces el juez hizo citar a Jesús ante él. Pero, como los que mandó en busca del niño no lo encontraran, apoderáronse de José, y llevaron a presencia del magistrado, el cual lo interrogó, diciéndole: Viejo, ¿de dónde has venido a esta villa? Y José contestó: Soy de un país lejano. El juez inquirió: ¿Dónde está tu hijo, que ha cometido este delito de homicidio? José repuso: Lo ignoro. El juez dijo: ¿Y no sabes que ha cometido ese crimen? José dijo: ¡Por la vida del Señor, no lo sé! El juez aseveró: Si, lo sabes. ¿Y crees que vas a escapar a la muerte? José exclamó: ¡Oh juez, no condenes injustamente a una inocente criatura! El juez rearguyó: Si es inocente, ¿por qué ha huido? José replicó: No puedo explicártelo. Y el juez dijo: No saldrán de la prisión, si no te apresuras a procurar que comparezca aquí tu hijo.
10. Y, cuando el juez acabó de pronunciar estas palabras, Jesús se presentó al tribunal de improviso, y preguntó: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús, el hijo de José. Jesús dijo: Yo soy. Interrogó el juez: ¿Cuándo llegaste a esta villa? Jesús contestó: Hace largos años que resido en ella. El juez ordenó: Manifiéstame, pues, cuál ha sido la causa de la muerte violenta de ese niño. Y Jesús afirmó: No lo sé. Mas los padres del niño clamaron: ¿Pretendes no saberlo, habiendo ahogado a nuestro hijo en el pozo? Y Jesús repuso: Si es a otro a quien hay que pedir cuenta de su vida, ¿por qué me calumniáis tan pérfidamente? El juez replicó: No digas falsedad, porque reo eres de muerte. Mas Jesús aseguró: El testimonio de ellos es falso y verdadero el mío. Y el juez le dijo: Júralo por la ley del Señor. Jesús repuso: ¿Por qué mientes ante Dios, y no lo temes? Mas el juez, respondiendo, dijo: ¿Y qué mal hay en prestar juramento, cuando se es inocente, y no queda otro recurso para escapar a la muerte? Jesús le contestó: ¿De modo que crees legítimo pronunciar un juicio injusto? El juez le respondió: Dime lo que debo hacer. Y Jesús repuso: Demasiado lo sabes, puesto que en juez estás constituido. Mas el juez repitió: ¿Qué debo hacer? Respóndeme. Y Jesús le advirtió: Si obrases de buena fe, observarías la justicia. Pero no hay que esperar de ti eso. Y el juez insistió: Obro conforme a lo que se alcanza. Jesús dijo: En esto, hablas verdad, mas no aceptas el testimonio que doy de mí mismo. El juez dijo: Yo no te condeno injustamente. Y Jesús remachó: Si escuchases la voz de tu conciencia, no condenarías con ligereza a nadie.
11. Empero los niños interrumpieron, clamando a coro: ¡Oh juez, tú no sabes qué contestarle! Préstanos oído, y te informaremos de lo que le concierne. ¿O es que no podemos nosotros responderle una palabra? Jesús les respondió: ¿Qué es lo que vosotros tenéis que decir de mí? Los niños replicaron: Desde que llegaste a esta ciudad, nos has causado muchas contrariedades y muchas vejaciones, que hemos perdonado, porque eres pobre y extranjero. Pero ahora que has ocasionado tal catástrofe, y que nos has expuesto a la muerte, es justo que te hagamos perecer. Entonces el juez preguntó: ¿Es éste el niño de quien afirmáis que engaña a los ojos por prestigios? Los niños respondieron a una: Sí. Mas Jesús observó: Sé que os habéis ligado todos contra mí, y que queréis condenarme a muerte injustamente. Y el juez dijo: ¿Cómo puedes pretender que no tienes testigos contrarios, y que te estimas inocente? Jesús dijo: Si me doy a mí mismo un testimonio verdadero, ¿me creerás? El juez dijo: Sí, te creeré. Y Jesús añadió: Espera un instante, que voy a darte la prueba.
12. Y, esto dicho, Jesús, profundamente indignado, se aproximó al muerto, y clamó a voz: Jonathan, hijo de Beria, yérguete sobre tus pies, abre los ojos, y descubre a quien te precipitó al pozo. Y, en el mismo instante, el muerto se levantó, abrió los ojos, miró a todos los allí presentes, y los reconoció, llamándolos por sus nombres. Sus padres lanzaron un grito y, muy gozosos, lo estrecharon entre sus brazos, y lo cubrieron de besos. Y lo interrogaron, diciéndole: Hijo mío, ¿qué te devolvió a la vida? Y él mostró con el dedo a Jesús, el cual le preguntó: ¿Quién fue el causante de tu pérdida? Y Jonathan repuso: No fuiste tú, señor, sino mi primo Saraka. Él fue quien, después de golpearme, me hizo caer al pozo. Entonces Jesús dijo: Oíd todos vosotros cómo el muerto acaba de dar testimonio de mí. Cuando tal vieron, los asistentes al prodigio exclamaron, acometidos de espanto: En verdad este niño es Dios e hijo del Padre, venido a la tierra. Y Jesús dijo: Juez inicuo, ¿crees ahora en mi testimonio y en mi inocencia? ¿Has visto cómo mis actos engañan las miradas, y cuál ha sido mi conducta junto al pozo? Mas el juez, en su confusión, no le respondió palabra.
13. Y el niño continuó con vida hasta el atardecer, tiempo bastante para que multitud de personas fuesen a comprobar el milagro hecho por Jesús, a cuyos pies se arrojaban todos, confesando sus pecados. Luego Jesús dijo al muchachito: Ea, duerme ya, y descansa, en espera de que el juez de todos los hombres venga a pautar las recompensas, y a imponer sus justos decretos. Y, cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, el niño reclinó su cabeza sobre el lecho, y quedó dormido. Ante cuyo espectáculo, todos fueron poseídos de pánico, y temieron a Jesús. Y, cuando éste quiso salir, se pusieron de hinojos ante él, y le suplicaron: ¡Devuelve la vida al muerto! Mas Jesús no consintió en ello, y les dijo: Injustamente, y a pesar de mi inocencia, quisisteis condenarme, mas mi justicia me ha librado de la muerte. Y, después de responderles así, desapareció de sus ojos. Y José, sacado de la prisión, volvió en silencio a su casa, y contó a María los prodigios realizados por su hijo. Y los padres del niño muerto fueron, deshechos en lágrimas, a buscar a Jesús, y, no encontrándolo, rogaron a José: ¿Dónde está tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro difunto? Mas José dijo: Lo ignoro.
DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA FUE AL PAÍS DE GALILEA YIO QUE HIZO JESÚS CON LOS NIÑOS DE LOS HEBREOS. UN MILAGRO.
XXIII.
1. Y José se levantó al despuntar el día, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la villa, caminaron en silencio. Y María preguntó a Jesús: Hijo mío, ¿por qué te has escondido así de esas gentes? Respondió Jesús: Madre mía, guarda silencio, y prosigue tu camino en paz. Yo haré siempre lo que convenga. Y permanecieron allí seis meses. Y Jesús circulaba por el territorio de la villa. E iba a sentarse cerca de los niños, en el lugar en que se reunían los niños, con los cuales mantenía largas conversaciones. Pero ellos no podían comprender lo que les decía.
2. Después, Jesús conducía a los niños al borde de un pozo, adonde toda la villa iba a buscar agua. Y, tomando de manos de los niños sus cántaros, los entrechocaba, o los rompía contra la piedra, y los echaba al pozo. Y los niños no se atrevían a volver a su casa, por temor al castigo de sus padres. Y Jesús, al verlos llorar, los llamaba a sí, y les decía: No lloréis, porque os devolverá vuestros cántaros. E, inclinándose sobre el pozo, daba órdenes al agua, y ésta sacaba los cántaros intactos a su superficie. Y cada uno de los niños recogía el suyo, y retornaban a sus hogares, y contaban a todos los milagros de Jesús.
3. Un día, Jesús llevó consigo a los niños, y los detuvo cerca de un gran árbol. Y Jesús mandó al árbol que bajase su ramaje, al cual subió, y sobre el cual se senté. Y mandó al árbol levantarse, y el árbol se elevó, dominando todo aquel paraje, y Jesús permaneció en él una hora. Y, como los niños le gritasen, diciéndole que mandase al árbol bajarse, para subir ellos asimismo, Jesús ordenó al árbol que inclinase sus ramas, y dijo a sus compañeros: Venid junto a mí. Y los niños subieron alegremente, y se colocaron en torno a Jesús. Y éste, después de haber esperado un poco, mandó al árbol bajarse otra vez. Y los niños descendieron con Jesús, y el árbol recobró su posición.
4. Y sucedió también que otro día que los niños se encontraban reunidos en cierto lugar, y Jesús estaba con ellos. Y había allá un muchacho de doce años, atacado, en toda su persona, de dolencias penosísimas. Leproso, epiléptico, mutilado en las extremidades de sus manos y de sus pies, había perdido la forma humana, no podía andar, y yacía a un lado del camino. Cuando Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: Niño, muéstrate a mí. Y el muchacho, despojándose de sus vestidos, quedó desnudo. Y Jesús ordenó a los niños que lo extendiesen por tierra, amasó polvo del suelo, lo esparció sobre el paciente, y dijo: Alarga tu mano, porque curado eres de todas tus enfermedades. Y, en el mismo instante, toda su piel dañada se separó de su cuerpo, sus tendones y las articulaciones de sus huesos se afirmaron, y su carne se volvió como la carne de un recién nacido, y fue limpio. Y se levantó, llorando, se precipitó a los pies de Jesús, y se prosternó ante él. Y Jesús le dijo: Ve en paz. Y marchó alegremente en dirección a su morada, Y, todos los que se hallaban con él, testigos del milagro que Jesús había hecho, quisieron verlo, mas no lo encontraron.
DE CÓMO LA SAGRADA FAMILIA FUE A LA VILLA DE EMMAÚS Y CÓMO JESÚS CURÓ A LOS ENFERMOS. MILAGROS OPERADOS POR ÉL.
XXIV.
1. En vista de lo ocurrido, María y José tomaron a Jesús durante la noche, marcharon a una aldea llamada Emmaús, donde decidieron residir. Y Jesús tenía diez años, y circulaba por la comarca. Y, un día, saliendo de su albergue, fue a otra aldea llamada Epathaíea o Ephaía. Y, en su ruta, encontró a un muchacho de quince años, cuya persona entera era una pura llaga. No podía servirse de sus pies, sino que marchaba arrastrándose, y, cuando alguien discurría por allí, imploraba su misericordia. Jesús lo vio de lejos, y pasó por frente a él. Y el leproso le dijo: ¡Niño, te ruego que me escuches! Por la salud de tus padres, dame una limosna, y Dios te recompensará tu beneficio. Jesús repuso: Soy pobre e indigente, como tú, y, además, hijo de un extranjero. ¿Cómo podría darte una limosna? El leproso replicó: No alegues falsos pretextos. Si te queda en reserva una monedita, un óbolo o un pedazo de pan, préstame algún pequeño socorro, que demuestre tu generosidad, pues bien veo a qué clase perteneces, aunque, por la edad, no seas más que un niño. Yo estimo, en efecto, que eres de elevado linaje, e hijo de un general de los ejércitos reales, probablemente. Porque tus rasgos te denuncian. No te ocultes de mí, que noto una presencia distinguida y una belleza extremada.
2. Preguntó Jesús: ¿A qué raza perteneces? El leproso respondió: A la raza de Israel y a la rama de Judá. Jesús añadió: ¿Tienes padre y madre? ¿Cuidan de ti? El leproso explicó: Mi padre ha muerto y mi madre es la que me sirve conforme al capricho suyo. Y Jesús dijo, extrañado: ¿Cómo así? Y el leproso repuso: Ya ves que estoy enfermo. Al oscurecer, mi madre viene, y me vuelve a la casa. Al día siguiente, me trae otra vez aquí. Los viandantes me hacen graciosamente limosnas, y, gracias a ellas, subsisto. Preguntó Jesús: ¿Por qué no te has presentado a los médicos, para que te curen? El respondió: Estoy imposibilitado por mi enfermedad, no podría hacerlo y mi madre apenas cuida de mí. Porque, desde que me dio a luz, he crecido entre muchos gemidos y dolores. Y, por la violencia y la atrocidad de mis males, los miembros de mi cuerpo se han relajado y desunido, los tendones de mis huesos se han consumido en la putrefacción, toda mi persona se ha cubierto de úlceras, como bien ves.
3. Y Jesús dijo: Conozco médicos que saben componer un remedio, que da la muerte y la vida. Si quieres aplicártelo, este remedio será tu curación. El leproso replicó: Desde mi infancia hasta hoy día, jamás he consultado con ningún médico, y jamás he oído decir que mi mal haya sido curado por un hombre. Mas Jesús insistió: ¿No te advertí que hay médicos hábiles, que traen de la muerte a la vida? Y el leproso dijo: ¿Y por cuál remedio puede un hombre curar semejante estrago? Jesús repuso: Por una simple palabra, y no por un remedio. Al oír esto, el joven quedó vivamente sorprendido, y exclamó: ¡He aquí cosas asombrosas! ¿Cómo un mal puede ser curado sin el auxilio de remedio alguno? Jesús dijo: Existen médicos que, de una ojeada tan sólo, distinguen las enfermedades mortales de las curables. El leproso insinuó: Y tú, que cuentas menos edad que yo, ¿de dónde has sacado tanta ciencia? Jesús repuso: De lecciones oídas y de mi saber propio. Y el leproso objetó: ¿Por ventura has visto con tus propios ojos que un hombre haya sido curado de tamaño mal?
4. Y Jesús replicó: Entiendo algo en este asunto, por ser hijo de médico. El leproso dijo: ¿Afirmas seriamente que entiendes en este asunto? Jesús dijo: Puedo curar todos los males por una simple palabra, cuyos efectos he visto, y que he aprendido de mi padre. El leproso interrogó: ¿De qué país es tu padre, y quién puede ponerme en comunicación con él? Contestó Jesús: Aquel a quien entregues los honorarios de tu curación, te presentará a mi padre, y éste te devolverá la salud. El leproso preguntó: ¿Cuáles son los honorarios que reclamas de mí? Respondió Jesús: Poca cosa: un sextario de monedas, en oro y en plata, piedras preciosas de bella agua y perlas finas de alto valor. El leproso, que tal oyó, se echó a reír con amargura, y dijo: ¡Por la vida del Señor, que ni he oído siquiera el nombre de esas cosas! Pero escucha. Tu edad es la de un niño, y todo te resulta cómodo, por ser hijo de padre noble y vástago de una casa principal. Yo, pobre como soy, no te parezco más que un objeto de irrisión y de burla. ¿De dónde me vendría esa opulencia de que me hablas? Y Jesús lo reprendió, diciendo: ¿Por qué te enojas así? Todo lo que te dije, fue por pura benevolencia.
5. Y el leproso declaró: Varias veces se me ha puesto a prueba. Y tú también ves perfectamente que no poseo nada excepto el vestido que me cubre, y el alimento diario, que Dios nos dispensa a mi madre y a mí. Jesús preguntó: Entonces, ¿cómo quieres curarte, teniendo las manos vacías? Respondió el leproso: Dios vendrá en mi ayuda. Jesús dijo: Bien sé que Dios puede hacer todo lo que le piden los que lo invocan con fe. Mas, con todo eso, ¿cómo curarte, puesto que eres pobre? El leproso dijo: Mucho me admira que gastes tantas palabras para abrumarme. Jesús indicó: Conozco un tanto las cosas de la ley. Y el leproso dijo: Si has leído a menudo los mandamientos de Dios, sabrás cómo debe tratarse a los pobres y los indigentes. Jesús completó: Hay que usar con ellos de amor y de misericordia. Y el leproso refrendó, con llanto en sus mejillas: Has hablado con verdad y con bondad. Compadécete, pues, de mí, y el que es dispensador de todos los bienes, te lo devolverá.
6. Cuando Jesús lo vio bañado en lágrimas, se enterneció, y le dijo: Sí, me compadezco de ti. Y, en el mismo instante, extendió su mano, y tomó la del leproso, diciendo: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz a tu casa. Y, tan pronto pronunció estas palabras Jesús, el leproso se levantó, e inclinándose, se prosternó ante él, y le dijo: Dios te trate amorosa y misericordiosamente, como tú me has tratado. Y Jesús repuso: Ve en paz, y no digas a nadie nada de lo que te hice. Y el leproso lo consultó, diciendo: Si alguien me pregunta quién me curó, ¿qué he de contestar? Jesús repuso: Que un niño, hijo de un médico, que pasaba por el camino, te vio, se compadeció de ti, y te devolvió la salud. Y el muchacho curado se prosternó de nuevo a los pies de Jesús, y volvió, gozoso, al lado de su madre.
7. Y, cuando su madre lo vio, lanzó un grito de júbilo, y le dijo: ¿Quién te ha curado? Y él dijo: Me ha curado, por una simple palabra, el hijo de un noble médico, que se encontró conmigo. Al oír estas palabras, la madre y todos los que estaban allí, se congregaron alrededor del muchacho, y le preguntaron: ¿Dónde está ese médico? Y él contestó: No lo sé, y, además, me ordenó que no descubriese a nadie la caridad que usó con mi persona. Y los que oían desde lejos el prodigio que había pasado, se admiraban, y decían: ¿Quién es ese niño, que posee tal don de ciencia, y que opera milagros tan insignes? Y muchos creyeron en su nombre. Y deseaban verlo, mas no podían, porque Jesús se había ocultado a sus ojos.
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