miércoles, 30 de septiembre de 2015

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 13

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

Talvez no has leído aun:

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 12.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 11.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 10.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 9.

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 8.


Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

DE CÓMO EL ÁNGEL ADVIRTIÓ A JOSÉ QUE FUESE AL PUEBLO DE NAZARETH.

XXV.

1. Y un miércoles, día cuarto de la semana, el ángel del Señor apareció a José, en una visión nocturna, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y ve al pueblo de Nazareth, donde fijarás tu residencia, y de donde no te alejarás. Construirás allí una casa, y habitarás en ella durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé otro aviso. Y, habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente, José se levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de Nazareth, a la casa en que moraban antes, y en la que permanecieron dieciocho años. Y Jesús tenía doce, cuando llegó a Nazareth, lo que da la suma de treinta años.
2. Y el día segundo de la semana, Jesús salió de Nazareth, y fue a sentarse en un paraje del camino. Y divisó a dos muchachos que avanzaban, y que disputaban entre sí violentamente. Y vinieron a las manos, y se pegaron el uno al otro. Mas, cuando vieron a Jesús, cesaron de pelear, y, aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les ordenó que se sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué proviene tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis golpes con tal violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso: Es que no hay aquí juez que nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo os llamáis? El más joven respondió: Mi nombre es Malaquías, y el de éste Miqueas. Somos dos hermanos, unidos por sentimientos de familia. Y Jesús objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis tan animosa e injuriosamente?
3. Malaquías expuso a Jesús: Ruégote, niño, que escuches lo que decirte quiero. Mi hermano es mayor que yo, que soy su segundón. Y se esfuerza en tratarme inicuamente, lo que no le permito en modo alguno. Pronuncia, por tanto, entre nosotros, un juicio equitativo. Jesús replicó: Explícame en qué consiste el motivo de vuestro disgusto. Miqueas observó: Parece que eres hijo de juez y descendiente de grandes monarcas. Jesús refrendó: Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te recompense, a ti y a tus padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la paz!
4. Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros? Bien comprendo que no queréis someteros a mis mandatos. Los dos hermanos replicaron: No digas eso, ni nos hagas tamaña afrenta. Nos tomas por niños ignorantes. Tenemos, sin embargo, letras, y conocemos la ley divina. Jesús indicó: Ante todo, contraed el compromiso de no engañaros mutuamente, y de hacer lo que yo exija. Y los muchachos clamaron a una: Tomamos por testigo a la ley divina, y juramos sobre sus mandamientos obedecer tus órdenes, como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y Jesús repuso: Reveladme la verdad, para que la oiga de vosotros.
5. Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos, que quedamos huérfanos de padre y madre. Nuestros progenitores nos dejaron una herencia, y personas extrañas a la familia retienen por usurpación nuestro patrimonio. Y disputamos entre nosotros, porque mi hermano trata de desposeerme injustamente, y yo no me presto a ello. Y Jesús preguntó: Cuando murieron vuestros padres, ¿a quién os confiaron en calidad de tutor o encargado, hasta que alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron: Ninguno de los dos se acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues, os querelláis el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura perjudicarme, alegando que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así. Si queréis escucharme, haced paces, y repartid amistosamente vuestros bienes. Y Miqueas dijo a Jesús: Niño, reconozco que procedes con cordura, al hablarnos de conciliación. Empero cuanto al juicio que pronuncias, es muy distinto, y óyeme lo que decirte quiero. Cuando murieron nuestros padres, yo tenía más edad que mi hermano, que la tenía muy corta aún, y me empleé, con muchos esfuerzos, en reconstituir nuestro patrimonio, que estaba devastado y en el abandono más completo. Yo solo realicé ese trabajo penoso, y mi hermano no sabe nada de ello.

6. Jesús lo hizo observar: Pero es tu hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo has sustentado y nutrido por caridad. No le hagas daño ahora. Id, y repartid vuestros bienes con equidad. Guardaos mutuo afecto, y la paz de Dios será con vosotros. Y ellos, obedientes a los deseos de Jesús, se prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en los brazos del otro, se besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se ha restablecido la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu santo nombre por toda la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús repuso: Id en paz, y que el amor de Dios permanezca en vosotros.
7. Y, luego que Jesús hubo hablado de esta suerte, se prosternaron de nuevo ante él, y se fueron a su casa. Y Jesús regresó a la suya de Nazareth, junto a María. Y su madre, al verlo, le preguntó: ¿Dónde has estado el día entero, sin comprender que ignoro lo que pueda ocurrirte, y que me alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios apartados? Y Jesús respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en adelante, recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para esto es para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres todavía más que un niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te suceda alguna desgracia. Mas Jesús advirtió: Madre mía, tus pensamientos no son razonables, porque yo sé todas las cosas que han de venir sobre mí. Y María replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues muchos fantasmas me obsesionan, e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús preguntó: ¿Qué piensas hacer conmigo? Respondió su madre: Eso es lo que me causa pena, porque tu padre y yo hemos cuidado de que aprendieses todas las profesiones en tu primera infancia, y tú no has hecho nada, ni te has prestado a nada. Y ahora, que eres ya mayorcito, ¿qué quieres hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?
8. Al oír esto, Jesús se conmovió en su espíritu, y dijo a su madre: Me hablas con extrema inconsideración. ¿No comprendes las señales y los prodigios que he hecho ante ti, y que has visto con tus propios ojos? Y continúas todavía incrédula, a pesar del tiempo que llevo viviendo contigo. Considera todos mis milagros y todas mis obras, y toma paciencia por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no ha venido mi hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió de la casa con premura.

SOBRE LAS NUMEROSAS CURACIONES QUE JESÚS REALIZÓ EN EL PUEBLO, EN LA ALDEA Y EN DIFERENTES LUGARES.

XXVI.

1. Un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría, solo, el país de los galileos. Y, habiendo llegado a una aldea, que se llamaba Buboron o Buasboroín, encontró allí a un hombre de treinta años, que estaba muy incomodado por la vehemencia de su mal, y que yacía tendido sobre su lecho. Cuando Jesús lo vio, se compadeció de él, y le preguntó: ¿De qué raza eres? El hombre repuso: De raza siria y del país de los sirios. Jesús añadió: ¿Tienes todavía padre y madre? El hombre dijo: Sí, y mis padres me han expulsado de su hogar. Errante ando por doquiera, para buscar mi sustento diario, mas no poseo domicilio en parte alguna. Jesús inquirió: ¿Y cómo has podido salir de tu país? Respondió el hombre: Se me trataba, unas veces contra salario, y otras para pagarme. Jesús continuó: ¿Por qué has venido a este país? El hombre contestó: Para pedir limosna, y para subvenir a mis necesidades materiales. Y Jesús sentenció con gravedad: Si soportas con calma tus tormentos, encontrarás más tarde el reposo. A lo que el hombre replicó: Pueda o no pueda, los soporto y los acepto con júbilo.
2. Y Jesús dijo: ¿A qué dios sirves? El hombre repuso: Al dios Pathea. Y Jesús le preguntó: ¿Encuentras, pues justo que te halles en este estado? El hombre manifestó: He oído decir a mis padres que ese dios es el dios de los sirios, y que puede hacer a los hombres todo lo que le place. Interrogó Jesús: ¿Cuál es tu nombre? El hombre dijo: Hiram. Y Jesús lo conminó, diciendo: Si quieres curarte, abandona ese error. Hiram dijo: ¿Y cómo he de dar crédito a tu propuesta? Porque tú eres todavía un niño, mientras que yo soy ya un varón adulto. Y Jesús le preguntó: El dios de tu culto ¿tiene el poder de devolverte la salud y la vida por una simple palabra? Y Jesús añadió: Si crees de todo corazón, y si confiesas que hay un Dios del cielo y de la tierra, que ha creado el mundo y el hombre, tal Dios es capaz de curarte. Hiram apuntó: No he oído hablar de él. Jesús dijo: Sea. Pero cree sencillamente, y tu alma vivirá. Hiram le preguntó: ¿Y cómo hacer ese acto de fe?
3. Respondió Jesús: He aquí la fórmula. Creo que es un Dios muy alto, el Padre creador de toda cosa, y creo en su Hijo único y en el Espíritu Santo, trinidad y divinidad una y perfecta. Hiram repuso: Creo lo que me dices. Entonces Jesús le habló, interrogándolo: ¿No te has presentado a alguien, para que te cure? E Hiram exclamó: ¿Qué médico podría librarme de tan grave enfermedad? Jesús dijo: Aquel a quien pagues, lo podrá fácilmente. Hiram opuso: Pobre como soy, nada tengo que dar, y nadie hace la caridad gratuitamente. Y Jesús objetó: ¿No has dicho tú mismo antes que has venido de un país lejano, que has recorrido numerosas comarcas, y que has recibido limosnas? ¿Por qué dices ahora falsamente que no tienes con qué pagar? Hiram repuso: ¡Perdona, niño! Lo que te he dicho es que nada tengo que dar, excepto el alimento que recibo al día, y el vestido que me cubre.
4. Y Jesús, viéndolo llorar, exclamó: ¡Oh hombre, dirígeme tu demanda! ¿Qué puedo hacer por ti? Y respondió Hiram: Haz por mí todo lo que te plazca, y gratifícame con algún socorro. Y Jesús, extendiendo la mano, tomó la suya, y le ordenó: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz. Y, en el mismo momento, el hombre quedó curado de sus males. Y cayó llorando de hinojos ante Jesús, y le hizo la siguiente petición: Señor, si quieres, te seguiré en calidad de discípulo. Mas Jesús le dijo: Vuelve en paz a tu casa, y cuenta todo lo que he hecho por ti en este encuentro. Y el hombre se prosternó de nuevo ante Jesús, y marchó a su país.

DE CÓMO SE CUMPLIERON LAS TRADICIONES ESCRITAS POR LOS PROFETAS Y SOBRE LAS COSAS SORPRENDENTES QUE HIZO JESÚS.
XXVII.

1. Y de nuevo fue Jesús llevado del Espíritu a la villa de Nazareth. Y circulaba siempre por los sitios retirados. Y los que lo veían se sorprendían y murmuraban entre sí: Verdaderamente, el niño Jesús, el hijo del viejo, tiene el aire despierto e inteligente. Algunos refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se manifestaba a ellos, a causa de su incredulidad.
2. Y sucedió que, aproximándose la gran fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén. Y, en el curso del viaje, se encontró con un viejo canoso que se sostenía sobre dos cayadas, las cuales desplazaba alternativamente, dejándose caer de la una a la otra. Y estaba enfermo de los ojos y de los oídos. Al verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien hallado seas, viejo cargado de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño, hijo único del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate aquí, reposa un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió, diciendo: Hijo mío, cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado, Jesús se puso a interrogarlo en estos términos: ¿Cuál es tu nombre, anciano? ¿De qué raza eres? ¿De qué país has venido a éste?
3. Y el viejo contestó: Mi nombre es Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo del país de la India. Jesús le preguntó: ¿Qué buscas aquí? Y el viejo expuso: Mi padre era un príncipe noble e iniciado en el arte de la medicina, cuya práctica me enseñó. Pero ahora estoy impotente, y mi intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi vida. Jesús le hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti mismo? El viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué la medicina. Pero cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo vigor, y hoy no soy ya capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu infancia o en tu ancianidad cuando la dolencia se apoderó de ti? Y el viejo repuso: Treinta años tenía, cuando este mal me atacó, y todo mi cuerpo fue presa de un temblor general.
4. Al oír esto, Jesús se sorprendió, y le dijo: ¿Qué especie de tratamiento te aplicas? El viejo contestó: A tal enfermedad, tal remedio. Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar a los muertos, hacer andar a los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios, curar todas las enfermedades, no con remedios, sino por una simple palabra? Al oír esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque todo eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús replicó: ¿Y por qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía un niño, ¿cómo puedes saber todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo enseñó, sino que lo sé por mí mismo. Y el viejo concedió: Si es como lo afirmas, de Dios y no de los hombres has recibido ese don. Jesús respondió: Tú lo has dicho. Entonces el viejo murmuró: Paréceme que entiendes el arte de la medicina. Y Jesús declaró, diciendo: Mi Padre posee el poder de hacer todo eso.
5. Y el viejo le dijo: No ha habido nunca discípulo sin instrucción de su maestro, ni hijo sin enseñanza de su padre. Te ruego que uses de caridad conmigo, y el Señor te concederá una vida que largos años dure. Jesús dijo: Bien hablas, mas yo no puedo hacer esto gratuitamente. Dame, pues, una retribución proporcionada a mi trabajo. El viejo indicó: ¿Y qué retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata, todo lo que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo rompió a reír. Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho se burla pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño, ¿por qué te mofas de un viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre todo a los ancianos, y no se los pone en irrisión. Y Jesús lo hizo observar: Empezaste elogiándome grandemente, y ahora me censuras. El viejo contestó: Es que me has irritado gravemente. Y dijo Jesús: No te encolerices porque, no siendo más que un muchacho, haya querido entablar conversación contigo. Entonces el viejo respondió a Jesús, y dijo: ¿Por qué no me pides una cosa razonable, a fin de sacar provecho de mí? Pues ¿de dónde vendría esa fortuna que me reclamas?

6. Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado antes que eras de gran familia, hijo de príncipe y descendiente de una casa real? El viejo otorgó: Y nada falso te aseguré, puesto que poseía una enorme fortuna. Pero, cuando me hirió la enfermedad, todo lo perdí. Y Jesús le preguntó: ¿Qué preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte en cabal salud? El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no estar enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi labor. Dijo el viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué te obstinas en hostigarme con esas trampas y con esos engaños? Jesús repuso: ¿En qué hablé demasiado? ¿Y qué consejo he recibido de ti? El viejo exclamó: Por amor de Dios, no me exasperes, porque estoy gravemente enfermo. No me enojes. Ten un poco de paciencia. Nada más he de contarte. Pero, por poseer facultades bastantes para socorrerte, me compadezco de ti. El viejo exigió: Enuncia tus prescripciones. Y, respondiendo, Jesús le dijo: Dame una pequeña recompensa por mi trabajo, y te curaré. Y el viejo replicó: Dios te dará abundante recompensa por tu trabajo. Cuanto a mí, tanto me importa morir como seguir con vida. Y Jesús le indicó: Tu curación no es tan difícil como crees. El viejo dijo: Nada poseo más que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús comentó, festivo: ¡He aquí el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el viejo montó en cólera, y exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a este niño, que ya me ha incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te enojes! Ten un poco de paciencia, para que tu alma viva.
7. El viejo rezongó: Demasiada paciencia usé contigo, sin encontrar en ti asomos de piedad. Y, como el viejo hubiese dicho esto, siempre entre lágrimas, Jesús le preguntó: ¿Adónde vas? Respondió el viejo: A la ciudad de Jerusalén, para mendigar mi pan. Y, si vienes en pos mío, te daré la mitad de los recursos con que Dios sea servido de gratificarme. Jesús interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al Dios de mis padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción. Si quieres ser perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser salvo en alma y en cuerpo. El viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus palabras? Replicó Jesús: Varias veces me has puesto a prueba, y nada has conseguido. Y, al oír esto, el viejo reflexionó, diciéndose: Mucho temo que este niño no esté jugando insidiosamente conmigo. Mas Jesús le ordenó: Viejo, responde a la cuestión que te he planteado.
8. Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no sé qué hacer, ni qué responder a esa cuestión. Me parece que Dios te ha enviado a mí, y que eres el Señor, el que sondea el pensamiento de los hombres. Dame, pues, a conocer lo que me es necesario. Jesús exclamó, solemne: ¿Crees que existe un Dios creador de todas las cosas y su Hijo único y el Espíritu Santo, trinidad y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y Jesús extendió la mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu mal. Y, en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a los pies de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados te son. Ve en paz, y el Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego que me digas cómo te llamas! Y Jesús repuso: ¿Para qué necesitas saber mi nombre? Ve en paz.
9. Y el viejo, inclinándose, se prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó apaciblemente en dirección a Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta ciudad vieron al viejo inmune, le preguntaron: ¿Quién te curó? Y el viejo dijo: Me curó, por una simple palabra, un hijo de médico, que encontré en mi camino. Ellos dijeron: ¿Quién es ese médico? El viejo confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo encontraron, porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el viejo publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se agradece cualquier comentario sobre este artículo o el blog en general, siempre que no contenga términos inapropiados, en cuyo caso, será eliminado...