sábado, 5 de junio de 2010

He-Man y los amos del universo

Autor: Julio C. Peñaloza Bretel.
Fuente: “Perspectiva” – Bolivia.

LA FÓRMULA DE LO INFALIBLE.
“Para leer al Pato Donaid”, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, fue uno de los primeros trabajos en el que se ponían sobre la mesa, no sin algún acento especulativo, los mensajes explícitos e inadvertidos que portaban en sus historietas ese clan de personajes creado por la imaginación de Walt Disney y respaldado por la gran industria del espectáculo de masas.
Esto, en la medida en que dicha investigación se circunscribe a las revistas traducidas al español (por una editora chilena) seguramente efectuado por facilitadores locales de la agresión cultural, denominados así por el propio Mattelart, sin contemplar el amplio espectro en el que Disney desarrolló su obra (Las traducciones se deben ajustar necesariamente al contexto en el que serán publicadas, sin que ello signifique que los criterios centrales deban sufrir alteraciones de fondo, aunque este hecho genere dudas perfectamente lógicas).
Ya por su vigésima quinta edición, el análisis de contenido mencionado, ha despertado una serie de interrogantes, básicamente en lo que concierne a niveles ideológicos de lectura.
Desde que los comics comenzaron a cautivar en gran escala al mundo infanto-juvenil (y no sólo a él), se empezaron a tejer una serie de argumentaciones, así como de fábulas, en torno a lo escondido que traían consigo estas pegajosas historietas de color, despliegue y aventura. O sea que, de observaciones sesudas se ingresó al terreno que promovía la reconstrucción —a partir de la descomposición de elementos centrales— un tanto mito-política de lo mítico-mágico, aspecto que por razones de método pudo haber partido en dirección inversa (Eco Umberto; Apocalípticos e integrados, Estudio sobre el fenómeno de la cultura de masas). En ese sentido vale mencionar como ejemplos, las lecturas de Umberto Eco sobre Charlie Brown y el detective Steve Canyon (Está demás decir que tal criterio responde a una concepción personal de cómo deben encararse los análisis de mensajes en este campo).
Gran parte de las afirmaciones de Dorfman y Mattelart tienen un asidero verdaderamente rescatable, así como algunas otras parecen haber salido bajo los membretes de imperialismo, consumismo y racismo, y se insertaron en ámbitos intelectuales y progresistas, si no radicales (“La pedagogía reaccionaria” de Walt Disney) asumidas sin la aconsejable serenidad que requiere un texto en el que la posición política de sus autores es definida y transparente, y por ello, conlleva el riesgo de conclusiones apresuradas, pulverizando de este modo las restantes facetas del comic, historieta o dibujo animado.
El texto de Orrillo es ilustrativo a este respecto: procede sin mayores reparos al descorazonamiento de esas imágenes repletas de héroes y de fantasía, de inocentadas y de verdades “cubiertas” que para la solemnidad adulta podrían sonar a estupidez. No se debe negar, por otra parte, la factibilidad del desentrañamiento de esas verdades (políticas, sociales, ideológicas) siempre y cuando el instrumento analítico a emplearse no “conduzca” al lector ofreciéndole una interpretación sesgada y reducida de ciertos planos de la realidad, a los cuales se puede arribar, insisto, de una manera más amplia, tentando caminos menos proclives a incorporar apriorismos militantes.
Con dichos presupuestos, se podría comenzar afirmando que He-Man es un agente del imperialismo norteamericano o de la CIA, que bajo el pretexto de proteger al Universo —ya no solamente al globo terráqueo— aplaca las conciencias de los pueblos oprimidos y que es un divertimento que evade la realidad (lindas perogrulladas para los amantes de lo obvio) a quienes han resuelto formar activamente en sus filas. Pero en este caso creo (y atención con el “creo”) que será más apropiado y pedagógico utilizar el otro camino, líneas arriba referido.
Ya los superhéroes (Superman, Batman, etc.) se presentaban ante el público con una doble identidad: una principal y otra secundaria. En ese sentido, He-Man (Él-Hombre) es el príncipe heredero Adam que habita en la Eternia, algo así como la eternidad, lugar en el que reina la paz, la tranquilidad y la concordia. Pero Adam, como buen hijo de monarca o “hijito de papá”, es un cobarde y un pusilánime, según palabras de Squeletor (Esqueleto), principal adversario de He-Man. He-Man es la personalidad musculosa, aguerrida y valiente de Adam. Se convierte, gracias a los poderes mágicos conferidos por Sorceress, hada celadora del Castillo Grayscull (léase Greyscol), en defensor de los secretos encerrados en ese hermético recinto en los que se hallan los tesoros del bien y la sabiduría.
Los únicos privilegiados que conocen el secreto de He-Man son Man-At-Arms (o Duncan), el científico sereno y reflexivo de Eternia, y Orko, el mago o duendecjllo de la corte que, flotando sin pies y sin rostro, cubierto con un gran sombrero, complace con sus gracias al feliz reinado de Eternia. Un poco más allá se encuentra la atractiva Teela, hija legítima de Sorceress, adoptada por Man-At-Arms, una combinación de feminidad y audacia ante el peligro.
Los Maestros o Amos del Universo del lado malo, liderizados por el huesudo Squeletor, ataviado con una gran capa de monje, son la amenaza a todo cuando puedan significar nobles sentimientos. El objetivo principal es apoderarse de Grayscull, expulsar a Sorceress y dominar el espacio infinito.
Eternia, Grayscuil y la Montaña de la Serpiente (hábitat cavernoso de Squeletor) constituyen una interpolación arquitectónica de edades de la Tierra, aunque no se precise dónde, concretamente, se hallan situados. Palacios medioevales naves espaciales, fortalezas con pasadizos secretos, robots, computadoras, criaturas antediluvianas y mitológicas provistas de sofisticado armamento nuclear, se confunden en la configuración de esta tierra de nadie.... o de todos.
He-Man es un elegido. Sobre su imbatible presencia recae la misión de preservar a la humanidad de la violencia y las intenciones demoníacas de los Amos del Universo, que son propietarios y símbolo del reino animal. A ello contribuyen, lógicamente en segundo plano, todos los demás, con el soporte primario de su felino volador que atemorizado y pacífico (Greenger) se convierte en Battle Cat (gato de combate) luego de la invocación espada en mano —“por el poder de Graysculi”— que hace mitad gladiador, mitad caballero de la tabla redonda. Sobra decir que las características antropométricas del héroe responden al ideal de superioridad y belleza física labrado en la industria masiva de la cultura.
He-Man es una mezcla, una especie de ensalada de proveniencias. Mientras actúa como el tontuelo Príncipe Adam, de vez en cuando preocupado por aprender el manejo de los asuntos de Estado, se hace pasar por desprevenido y denota inconsistencia en sus palabras y en sus acciones. En el momento de producirse el supremo instante mágico-ritual de transformación en el gran guerrero, se da curso a la andanada de fantasiosos episodios en los que He-Man pelea sin matar, averiando lo objetual y desterrando por los aires con certeros golpes a los enviados del infierno.
Como arquetípica historieta, el maniqueísmo es el sustento filosófico de la serie; pero en este caso interesante se encuentra en el cuestionamiento y reflexión que los buenos hacen de sus propias conductas. Las aleccionadoras palabras sobre el ideal de la perfección en el comportamiento en atención y resguardo a los sagrados valores y lazos familiares abundan en la medida en que Tecla, Orko y hasta el mismo Adam-He-Man se encuentren algo desorientados.
El sistema monárquico de Eternia en la que la sapiencia y el dominio de la realidad son hereditarios se conjuga con el halo religioso que envuelve a Grayscull. Adam, al convertirse en He-Man, se rompe parcialmente con lo que para Erich Fromm es el cordón umbilical familiar de dependencia y sumisión a las normas consuetudinarias. Al hacerlo, se abre “al mundo” fracturando esa ligazón y entregándose “a los demás” impulsado por los secretos poderes, las clarividencias, las pociones mágicas, a través de la transposición del mundo político —la ciudad— al mundo mágico-religioso en el que una implícita adoración a la semidiosa con cabeza y vestimenta de halcón —Sorceress— es profesada por He-Man en el oscuro Grayscuil.
Asimismo, la relación Príncipe Adam-Teela es la de los juveniles y risueños moradores de la corte, para convertirse en una relación sexualmente diferenciada y viril, paso previo a la aproximación de subordinación sutil entre Sorceress, la poseedora de la razón y la justicia, y He-Manel guardián de esas riquezas acumuladas que no se hacen visibles a la luz del Sol y de los hombres, pues en la historieta no se divisa ni a lo lejos una población mínimamente habitada por hombres comunes (Superman defiende al mundo, pero es ciudadano de Metrópolis). Las características se encuentran nada más que en los tipos que cada personaje representa a partir de las dimensiones política (constitución y funcionamiento del reino) y religiosa, con la infranqueable “caja negra” del castillo Graysculi y la Montaña de la Serpiente resguardada por esa especie de sacerdote llamado Squeletor.
Tanto en el lado del bien como en el del mal, se encuentran relaciones de obediencia a los códigos, con la diferencia de que en el primero de los bandos éstos son fiel y flexiblemente aceptados a diferencia del segundo en el que el autoritarismo y las órdenes terminantes están marcadas por la rigidez y la agresividad en el don de mando. El bien y el mal coexisten en una suerte de constantes enfrentamientos que alimentan el sentido de la trama, repetida en su transcurrir de tono jocoso la batalla inofensiva (no hay muertos) para retornar con pinceladas de humor liviano y concluir con la moraleja dicha en la última escena, por uno de los paradigmáticos portadores del bien.
La espada, la invocación, los trucos de Orko-bufón para agradar al rey y a sus ocasionales huéspedes de honor, los eventuales trastabilleos emocionales de los buenos y la batalla en una mixtura sin estrategia, de guerra de las galaxias (rayos láser) y el combate romántico cuerpo a cuerpo de He-Man con cuanto mastodonte o guerrero se le cruza en el camino, delinean esta zaga convencional de la antinomia bien-mal en la que es ostensible el personalismo con que obra el protagonista en beneficio, por supuesto, de los demás, aunque cabría preguntarse dónde están los súbditos y si la tal Corte monárquica existe. Es demasiado obvia la empresa unipersonal de cuidar el orden y en la que se ha omitido cualquier referencia a la realidad de carne y hueso fuera de la pantalla.
A estas alturas, está demás insistir en los sintagmas y paradigmas de este comic en el que el desarrollo, las característica de héroe y villanos y el desenlace previsto de antemano por los propios perceptores salta a la vista. El encanto está precisamente, como en el catch, en saborear las formas con que se arriba al triunfo sobre lo maligno, degustar el colorido brillante y chillón de la animación, disfrutar del espectáculo en sí, no obstante el necesario escudriñamiento que pueda efectuarse de las implicaciones de cuanto se ve y cuanto se sugiere.
Eternia es el lugar donde nada ni nadie envejece. Es la perpetuación del tiempo y su armonía, y el desconocimiento/descubrimiento del espacio con marcadas líneas de irrealidad. He-Man es la suma y multiplicación del comic en movimiento con todos los tics (perfección a toda prueba) y lugares comunes capaces de fascinar a cualquier tele-receptor del orbe. No en vano, este grandullón bastante esquemático ha prometido salvaguardar a todo el Universo de las penurias gestadas desde las profundidades subterráneas por los “enemigos de la libertad”.

Y de nuestros super-héroes del nuevo milenio, qué tal…?

Ukamau la cosa...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se agradece cualquier comentario sobre este artículo o el blog en general, siempre que no contenga términos inapropiados, en cuyo caso, será eliminado...