martes, 20 de julio de 2010

En nombre de Dios

¿Fue asesinado el Papa Juan Pablo I?...
1978, segundo semestre, 33 días de una historia que talvez pudo haber cambiado al catolicismo para siempre; pero que abruptamente, antes de la madrugada del 29 de septiembre de ese año, terminó. Albino Luciani, “El Papa de la sonrisa”, aparecía muerto, semi-sentado en su cama, con sus anteojos todavía puestos y algunos papeles en su mano…
¿Por qué habría de ocurrirle eso a un Pontífice relativamente joven, en comparación a otros de nuestro tiempo, que gozaba de buena salud, y que noche antes había conversado animadamente con su Secretario sobre muchas decisiones que pensaba ejecutar los días siguientes?
Luego de consternación mundial, misterios y dudas cada vez mayores siguieron a esa extraña muerte, desde la sospecha de un mal oculto, o una llamada súbita a la presencia del Padre Celestial, hasta una confabulación de quienes se verían perjudicados por el nuevo Estilo Papal. Nunca hubo una explicación satisfactoria, puesto que no hubo autopsia oficial, sino versiones y contra-versiones sobre los hechos reales, añadido a que se procedió al funeral y posterior elección del sustituto de forma, cundo menos, acelerada, lo que sólo contribuyó a profundizar las dudas.
Si bien Latinoamérica sobrepuso a la consternación la novedad de haberse elegido al primer Papa Extranjero en muchos siglos, en Europa las dudas no acabaron del todo. Un grupo importante encomendó a David A. Yallop, escritor e investigador histórico ya famoso y polémico por otras anteriores que había aclarado, una profunda averiguación sobre lo que pudo haber pasado.
Su resultado es este libro, que postula la tesis de que Juan Pablo I fue asesinado…!
Lo que también llama la atención es que pese a su difusión mundial y los graves cuestionamientos que contiene, la Iglesia Católica, mejor dicho, su alta jerarquía mundial, no hubieran negado, refutado o replicado siquiera ante tamaña sindicación, siendo así que en otros asuntos de mucha menor gravedad, suele reaccionar con la rigurosidad de una entidad bien organizada y compacta, casi militar.
Cuando comencé a leer este libro por primera vez, lo hice con la idea de que era una novela, como las de Agatha Christie; sin embargo, sólo por afición, luego me puse a contrastar los datos en otras fuentes, sorprendiéndome de que, hasta donde pude averiguar, los hechos, personajes, fechas… eran ciertos…!
Como no puedo caer en subjetivismos ante un tema tan sensible, sólo puedo visualizar dos explicaciones: o David A. Yallop es un novelista que merece dos Premios Nobel juntos, o es un investigador que ha “destapado” un crimen que aun no se castiga. Si su tesis es cierta, hay asesinos magnicidas que estuvieron sueltos, incluso liderizando una religión milenaria; si es falsa, hay un mentiroso tan eximio que merece ser avergonzado pública y mundialmente (perdón David, pero así pienso que debe ser).
Puede que el tiempo se haya ocupado de “desactualizar” este enigma, pero no significa que el caso esté cerrado…
¿Qué es lo que mató a Albino Luciani, el Papa Juan Pablo I?
Para bien o para mal, este libro debería ser leído por todos los católicos, porque, sea que se trate sólo de una conjetura o no, “la verdad nunca se opone a sí misma…”
Y no se crea que es un ataque a la fe católica, ni a los hombres de bien que la conducen por el mundo, sino precisamente todo lo contrario: sólo se trata de caer en la cuenta, humana y terrenal, de que donde hay trigo casi siempre también hay paja, lo cual sólo demuestra que todos, absolutamente todos, somos humanos, porque los “ángeles” están en el cielo.
Eso mismo dice el autor en sus primeras páginas:
“No cabe duda de que este libro será atacado por unos y desdeñado por otros. Algunos pensarán que se trata de un ataque contra la fe católica en particular y contra el cristianismo en general. No es ni una cosa ni otra. Hasta cierto punto representa una acusación contra determinadas personas, cuyo nombre específico se menciona en estas páginas: son hombres que nacieron bajo la fe católica, pero que nunca se convirtieron en verdaderos cristianos. Como tal, este libro ni ataca la fe ni se ensaña contra una Iglesia que aglutina millones de fieles. Lo que estos millones de fieles consideran sagrado es demasiado importante para dejarlo en las manos de unos hombres que han conspirado para degenerar el mensaje de Cristo y transformarlo en un turbio asunto de negocios sucios. Se trata de una conspiración que ha producido sucesos escalofriantes”.

Descargar libro ----->: http://www.mediafire.com/?b91cxatdo584d62

sábado, 5 de junio de 2010

La vida es una “moneda”

Con la perspicacia propia del psicoanálisis, este artículo nos pone a pensar sobre la forma en que el dinero influye, a veces poderosamente, en nuestra forma de ser, al punto que incluso tipifica nuestro temperamento y conducta respecto de él. Aún cuando no sea realmente ni un bien ni un producto, es bastante difícil permanecer indiferente ante las cuestiones y problemas que nos plantean las finanzas personales, y en perspectiva, nuestro desempeño en los negocios, el trabajo, el ahorro y el bienestar. “Poderoso caballero es Don Dinero” decía don Francisco; sin embargo, como nos lo señala el autor, es bueno que nos evaluemos en este ámbito, porque conociéndonos mejor podremos, en consecuencia, actuar mejor.

Autor: Marcelo Elbaum, Director de Convexity S. A., m_elbaum@convexity.com.ar
Fuente: www.revista-noticias.com.ar, 6 de junio de 2009

Conocer nuestras “fortalezas” y “debilidades” frente al dinero, nos permitirá tener un mejor bienestar económico.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer expresó hace más de 150 años que: “La personalidad del hombre determina por anticipado la medida de su posible fortuna”. Esto es así porque el dinero no es una cuestión aséptica, que se pueda abordar en situación de laboratorio, sino que, por el contrario, genera intensas emociones y reacciones en las personas. Para algunas, es fuente de seguridad; para otras, de libertad; para muchas es la medida de su autoestima y para otras tantas, causa de ansiedad o dependencia. Esto es así porque cada uno de nosotros posee una personalidad y un temperamento diferentes, que dan una impronta especial a nuestros actos. Tímidos, expansivos, comunicativos, retraídos, explosivos, medrosos, alertas, aventureros, vamos por la vida con nuestros defectos y virtudes tratando de sacar provecho de unas e intentando disimular o modificarlos otros. Sin embargo, en la mayoría de los casos, las personas no suelen tener en cuenta estos rasgos a la hora de analizar sus finanzas. Por extraño que parezca, en general no se detienen a sopesar cuánto ha influido su personalidad en los resultados financieros que obtienen o han obtenido, ni mucho menos a pensar cómo podrían modificar sus actitudes negativas y explotar al máximo las positivas para que redunden en beneficio de su economía. Algo que, sin duda, les permitiría avanzar con mayor solidez en la búsqueda de sus objetivos. A grandes rasgos, los tipos extremos para las tres dimensiones de la riqueza (adquisición, uso y administración) serían: respecto de la adquisición, la “personalidad esquiva” se opone a la “personalidad insaciable”: en el primer caso, el esquivo piensa que el dinero es la raíz de todos los males. En el otro extremo, está el insaciable, que sería aquel que, en el extremo máximo, rompería cualquier ley y torcería las reglas para ganar más y más. Respecto del uso, la “personalidad miserable” se opone a la “personalidad derrochadora”: en el extremo izquierdo está el miserable que vive muy por debajo de sus posibilidades y se priva de cualquier placer con el solo objetivo de atesorar. En el otro extremo se encuentra el despilfarrador, que es un gastador compulsivo. Respecto de la administración, la “personalidad gerencial” se opone a la “personalidad caótica”: en uno de los extremos está el obsesivo compulsivo que gerencia y administra hasta el último centavo e intenta obtener rentabilidad hasta en lo más mínimo. En el otro, se halla la persona caótica que es extremadamente desordenada y posterga pagar las cuentas hasta que queda quebrado o no destina nada de tiempo a analizar sus inversiones. De seguro, usted no se ha reconocido estrictamente con ninguno de estos tipos. Con certeza algunos ejemplos le ha resonado en su interior. Es que siempre, aunque nos cueste admitirlo, estamos un poco más inclinados hacia un extremo que hacia el otro. Y allí, en nuestras carencias y en nuestras fortalezas es donde debemos trabajar para acercarnos cada vez más al justo medio. Sería bueno que usted realice algún “test de identidad de la riqueza” para evaluar en cuáles de los factores de los que se relacionan con el dinero posee “fortalezas”, en cuáles está “equilibrado” y en cuáles tiene una “debilidad” por resolver. Los factores a evaluar serían: a) autoestima y seguridad; b) confianza en las relaciones personales; e) administración y legado; d) estilo de vida y e) conciencia financiera. Después de todo, “…la vida es una moneda, quien la rebusca la tiene, ojo que hablo de monedas y no de gruesos billetes...”

Comenten, comentadores…

Ukamau la cosa...

La sociedad de los miedos

Aun cuando este profundo análisis psico-sociológico, no sin buena dosis de filosofía, se refiere más al ámbito argentino, casi todo lo que expresa puede aplicarse a cualquier ámbito humano de la actual posmodernidad. Tomando en cuenta que, en efecto, el miedo íntimamente enlazado con el instinto de conservación, es uno de los motores más poderosos de la conducta humana, algo que Eric Fromm también lo enfoca en su libro famoso “Los cuatro gigantes…”, parece ser que en este último tiempo, y a pesar de lo que la globalización parece reportar en materia de bienestar, todos parecemos sentir una especie de angustia existencial que comenzando por nuestras legítimas incertidumbres, pasan por las crisis de todo tipo (guerras, inequidad, calentamiento global, epidemias nunca antes vistas, amenazas externas al planeta, etc.), que a veces nos hacen decir para nuestros adentros: “no sé por qué aun no he perdido la cordura”. El autor de este artículo enfoca, con objetividad pocas veces vista, la forma como esta sensación se presenta ante el ser humano actual, ya no en la forma de fenómenos físicos inexplicables ni en la pugna de prevalecer entre las fieras prehistóricas sino en la forma de fantasmas (de todo tipo) que en gran medida él mismo ha creado y en la angustia de cómo sobrevivir al supuesto “progreso” del que ahora parece comenzar a ser víctima.

Autor: Pacho O’Donnell, historiador y ensayista. Autor de “La Sociedad de los miedos”. Editorial Sudamericana, 2009.
Fuente: www.revista-noticias.com.ar, 6 de junio de 2009.

Es un sentimiento profundo y ambiguo que termina gobernando, cosechando la desconfianza, la violencia reactiva, las relaciones light, los valores subvertidos y el sinsentido vital.
Las argentinas y los argentinos de este principio de siglo estamos hechos de miedo. No se trata sólo de que lo sintamos o que nos aceche, sino que el miedo ha llegado a ser nuestra esencia constitutiva. Se ha adueñado de nuestras fibras más íntimas y condiciona, sin que nos demos cuenta, nuestros pensamientos, decisiones y acciones. Lejos de ser una consecuencia indeseada o inesperada de la organización social, constituye el dispositivo crucial de la misma ya que el miedo es el mecanismo de disciplinamiento que el sistema económico y político necesita para su conservación y expansión.
El miedo más ostensible, al menos en los tiempos que corren, lo cual no quiere decir que sea el más hondo, está relacionado con lo que se entiende por “inseguridad”, es decir, el marcado crecimiento de la violencia delincuencial y sus consecuencias psicológicas, somáticas, sociales, políticas, económicas y culturales. Esta violencia y el miedo que engendra, dejémoslo ya sentado en estas primeras líneas, lejos están de ser “causas” sino que son “consecuencias” de la clave del sistema social vigente: la agresiva, solapada y eficacísima inoculación en nuestras moléculas del anhelo de “tener”.
Tener por el medio que sea: trabajar, estafar, robar, secuestrar, matar… pero tener. Y más que el prójimo.
Si bien la metodología de su imposición suele ser subrepticia y escapar a nuestra percepción, cuando el poder social se vio gravemente amenazado por el revolucionarismo de los años setenta echó mano a la ferocidad de la Triple A y a la ominosa dictadura del llamado Proceso de Reorganización Nacional -llave maestra para lograr tal fin-, y las huellas del terror sistemático, a pesar de los años transcurridos, son perceptibles aun en aquellos que nacieron luego.
Infiltrado en cada uno de nosotros ese miedo constitutivo opera desde nuestro centro vital, nuestro inconsciente, y es lo que le permite a ese sistema en el que vivimos sostener sus necesidades de un consumismo cada vez más intensivo haciendo que cada uno de nosotros piense, elija y actúe no ya de acuerdo con su propia naturaleza, sino en función del deseo social, aquel que nos prefiere consumidores y no personas en contacto con su identidad profunda.
Esa es “la sociedad de los miedos”, caracterizada por la enajenación, la desconfianza en el prójimo, la violencia reactiva, las relaciones light, la hipoteca del deseo, el sinsentldo vital, la subversión de los valores. De eso nos ocuparemos en estas páginas, donde podrá encontrarse un listado de miedos en los que el más antológico de ellos -el miedo a la muerte- se encarna, se disimula y se objetiva.
Sin embargo, este es un texto sobre la esperanza, puesto que desocultar lo que nos malcondiciona desde nuestros propios pliegues nos da la oportunidad de reaccionar y de encontrarnos a nosotros mismos, de ser leales, aunque sea parcial o esporádicamente, con la razón de nuestra existencia. Porque está claro que no hemos venido al mundo para cumplir con deseos ajenos.
LA EXPERIENCIA. Tengo pergaminos para abordar el tema, dado que soy un experto en miedos por haberlos sufrido en carne o mente propias en todas las edades. La matriz de todos ellos fue aquel monstruo indefinible pero aterrador, que se deslizaba debajo de mi cama en las noches de mi infancia cuando mis padres salían. Yo escuchaba su respiración sibilante y me imaginaba -casi los veía- sus ojos enrojecidos, que nunca pestañeaban brillando en la oscuridad. Yo cerraba los míos y permanecía inmóvil para engañarlo, en la esperanza de que si me daba por dormido no me haría víctima de ese ataque siempre inminente que, sin que yo entones lo comprendiera, era el castigo con el que mi inconsciente me amenazaba por mis desbordantes y culpógenas fantasías sexuales. (Años más tarde el temible monstruo se encarnó en la dictadura del Proceso, me mostró sus garras chorreantes de sangre y hube de exiliarme con mi familia). Acotemos que los cuentos y los dibujos animados dirigidos a niñas y niños de corta edad suelen ser terroríficos porque cumplen con la misión de “asustarlos” para preparar su ingreso en la vida colectiva.
Los terrores infantiles están relacionados con la indefensión del ser humano en sus primeros tiempos de vida, cuando todo puede resultar un peligro letal. Tengamos en cuenta que la especie humana tarda un año en ponerse de pie, mientras que un ternero o un potrillo lo hacen a poco de nacer. Es incomprensible que una criatura tan inmadura haya logrado sobrevivir a las crudas leyes de la naturaleza y además imponerse sobre las otras criaturas.
El temor más primitivo y fundante de todos los demás es el de ser abandonados por el indispensable pecho materno, del que depende no sólo nuestra nutrición alimenticia sino también la afectiva. Traducido al lenguaje adulto, es una amenaza de privación y de muerte. Ello provoca envidia por no poder disponer de ese pecho a su arbitrio, lo que en nuestro imaginario asusta con la posibilidad de destruirlo. Muy precozmente estamos forzados a domeñar nuestra agresividad. El miedo es socializador. El costo de vivir en sociedad es renunciar a satisfacciones inmediatas por temor a las consecuencias (“el malestar en la cultura” lo llamó don Sigmund). Dicha sumisión, corno iremos desarrollando en estas páginas, ha sido llevada a una dimensión elevada de eficiencia y ocultamiento por la sociedad del miedo. Ya no se trata, sólo o tanto, del temor a las leyes, desde siempre domesticadoras de instintos por el miedo a las consecuencias de desobedecerlas.
En los tiempos que corren, la coerción se ejerce por sutiles vías de devastador efecto: el miedo a ser diferente, a ser excluido, a la desocupación, a “no tener” objetos o servicios que configuran la identidad social, al desamparo de la vejez. La organización social no reacciona, o lo hace insuficientemente y a destiempo -como lo demuestran las impotentes marchas espontáneas que claman por seguridad cuando el sistema de orden se debilita por la corrupción policial o por la ineficiente lentitud de la justicia-, porque la amenaza de desintegración social y el consiguiente temor al desamparo anárquico, fogoneado por los medios masivos, contribuyen a instalar el miedo y su consecuencia de búsqueda de refugio en la normativa social, galvanizándola.
Biológicamente, el miedo es una reacción necesaria y positiva ante una amenaza. Nuestro organismo se prepara para la defensa y el contraataque, que procurarán la supervivencia: se incrementa el metabolismo celular para un mayor gasto de energía, la presión arterial y la glucosa elevadas garantizan el combustible para la acción muscular y la actividad cerebral, la coagulación sanguínea acelerada disminuye las eventuales hemorragias.
La sangre deja de irrigar zonas innecesarias para la emergencia, como el aparato digestivo, y en cambio fluye a los músculos mayores, especialmente a las extremidades inferiores, para facilitar la carrera y los saltos. El corazón aumenta de frecuencia para garantizar la circulación de adrenalina. También se agrandan los ojos y se dilatan las pupilas para mejorar la visión.
DEL MÁS ALLÁ. Las religiones han echado y echan mano del miedo. Los griegos colocaban imágenes terroríficas en sus templos para provocarlo y fijar a sus acólitos en la fe. Al visitar el templo de las ruinas mayas en Chichén ltzá me impresionó hondamente la crueldad de las imágenes esculpidas en las paredes, pobladas de personajes monstruosos, profusas decapitaciones, sangre chorreante, feroces torturas, que seguramente tenían por objetivo atemorizar a los habitantes para forzar su sumisión. Puedo dar testimonio de que el temor al Infierno, en mi infancia de formación católica convencional, era un tormento ya que es imposible imaginarse libre de pecado, batalla en la que estamos destinados a perder porque nuestras vidas arrancan bajo la condena de un Dios furioso por la desobediencia en el Paraíso:
“¡Maldita sea la tierra por tu culpa! Con fatiga sacarás de ella tu sustento todos los días de tu vida. Ella te dará espinas y cardos y comerás la hierba de los campos. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado. Porque eres polvo y al polvo volverás” (Génesis 3:17-19). El Supremo ya no nos amaría incondicionalmente, según la religión judeocristiana, sino que desde ese infausto día debemos esforzarnos por ganarnos su perdón, lo cual, según lodos los indicios, no es nada fácil. Puede trazarse un parangón de ese mecanismo de inoculación de temor con la posmoderna religión laica del mercado que hoy nos aterroriza con las noticias escritas y filmadas, transmitidas en tiempo real y simultáneo a todos los rincones del planeta, de crímenes, accidentes, matanzas, terremotos, inundaciones, bombardeos.
La fobia (fobos en griego antiguo significa “pánico”) es un miedo desproporcionado e intenso ante un objeto o una situación concreta que significan o representan algún objeto interno aterrador. En mi experiencia personal, en tiempos pasados me costaba viajar en avión, y actualmente soy muy prudente -por decirlo elegantemente- en mis baños marítimos, que quedaron marcados por una situación traumática en mi adolescencia.
De esa manera, las angustias infantiles se transforman en un miedo que puede ser identificado, racionalizado y. en ocasiones, conjurado por el sencillo expediente de evitar lo representado como temible. Sin embargo, hay fobias más graves en las que lo temido es difícil de evitar y que provocan serias restricciones a la posibilidad de vivir, como es el caso de las agorafobias o las claustrofobias.
En cuanto a los cada vez más difundidos “ataques de pánico”, según he comprobado en mi práctica profesional, se producen cuando el miedo que nos habita, el miedo constitutivo, a raíz de un estímulo por lo habitual solapado, afloja las defensas yoicas que normalmente lo contienen y se manifiesta como una angustiante sensación de muerte inminente. Porque, en última instancia, a lo que el ser humano teme es a cesar, a morir, y ese temor está en la base de todos los miedos. Con respecto a la depresión, enfermedad de nuestro tiempo, tiene lugar cuando, empujados por el miedo a ser distintos, hemos renunciado a nuestro deseo y lo hemos suplantado por el deseo social. Ello provoca su extinción y la consiguiente pérdida del impulso vital, que hace que la persona se hunda en la parálisis deseante.
El miedo es un arma de dominación política y de control social, la dictadura genocida del Proceso fue un trágico ejemplo de ello y a pesar de los años transcurridos sus efectos están aún vigentes, como el de la extendida falta de compromiso de las nuevas generaciones con lo social o lo político, consideradas, consciente o inconscientemente, actividades “peligrosas”.
La dolorosa certeza de nuestra fragilidad y vulnerabilidad es la anticipación de nuestro destino mortal. Sin embargo, nunca nos resignamos a ello y la esperanza de conjurarlo, como veremos en estas páginas, da pie a rentables emprendimientos comerciales. Es así como el miedo a la inseguridad urbana vitaliza la venta de alarmas y de blindajes, el miedo a la vejez es la base de la industria de cosméticos y cirugías estéticas, el miedo al fracaso se conjura imaginariamente con automóviles nuevos y viajes en cuotas.
PELIGROS URBANOS. En la antigüedad, nuestros antepasados temían a fenómenos naturales, como sequías, terremotos, inundaciones; también a las fieras con las que compartían el mundo. En los días que corren, en cambio, mujeres y hombres se sienten amenazados por perturbadores peligros, a veces concretos y objetivables como los nombrados, pero en otros casos imprecisables y ambiguos, que nos asustan sin que nos demos cuenta. En esto influye el progreso científico y tecnológico, que hasta no hace muchos años, sobre todo en épocas del positivismo, era la esperanza de una vida mejor por el avance de la medicina, de los transportes, de las comunicaciones, de la cultura, que prometían un futuro de vida prolongada, de ocio, de explotación y distribución racional de los recursos. En cambio ahora hemos aprendido que el verdadero avance de la ciencia se ha dado en la capacidad de destrucción apocalíptica de la tierra y sus minúsculos habitantes. Por ello, cuando nos enteramos de los progresos en la clonación humana no nos imaginamos su contusa aplicación en el trasplante de órganos, sino que damos por seguro que servirán para formar los ejércitos de zombis destructivos que nos anticiparon las películas de ciencia ficción. Y suponemos que no están lejos los tiempos del terrorismo nuclear. También nos atemoriza la comprobación de que el narcotráfico se expande de modo irremisible con la complicidad de funcionarios, jueces y uniformados, y ya no nos parece imposible un gobierno planetario de “narcos”. Otro miedo moderno es la certeza de ser espiado y controlado por organizaciones invisibles y poderosas, por lo tanto amenazantes. No se trata sólo de la vigilancia satelital que puede dar cuenta de lodos nuestros movimientos, sino también de que nuestros mensajes enviados por Internet son guardados por los buscadores (AOL, Google, Microsoft, etc.) en ficheros llamados “log de buscador”, identificados por un IP, número único que reconoce la computadora, la laptop, el blackberry o el celular de emisión. En él consta el texto del mensaje y el día y la hora en que fue emitido, lo que permite trazar un preciso perfil de nuestras relaciones, religión, intereses, tendencias políticas y sexuales, aficiones, hobbies, etc. Se supone que esos archivos son inviolables, pero la pregunta es entonces por qué se los guarda. Evidentemente, son de gran utilidad para el marketing de empresas vendedoras de ciertos productos o servicios, pues les permiten dirigir sus inversiones promocionales a un target de consumidores predispuestos. Pero también son invalorables para organismos gubernamentales o servicios secretos, que disponen así de información utilizable en nuestro perjuicio. Es claro también que el imposible blindaje ante hackers hipertecnológicos hace de la supuesta privacidad un mito insostenible.
La paranoia social es omnipresente en la vida de hoy. Es la sensación colectiva de que algo imprecisable pero terrible puede sucedernos o puede sucederles a nuestros seres amados. Ya no es el desconocimiento lo que nos llevaba a inquirir y a ir arrancando sus secretos a la naturaleza. Es ahora un terror que se retroalimenta por el contagio de los aterrados, que se solivianta en el catastrofismo en los medios de comunicación, que es azuzado por quienes sacan provecho de él, como los gobernantes que amenazan con el caos si no se cumplen sus propósitos.
RUIDOS NOCTURNOS. Vivimos en la sociedad de los miedos, en la que también prima la violencia manifiesta, que no es sino una de las exteriorizaciones del miedo sustancial en la que algunos miedosos se ponen del lado de aquel que atemoriza.
En ella, las costumbres han ido modificándose en nuestro perjuicio: los sospechables ruidos nocturnos afectan nuestros sueños, las veredas dejan de ser el lugar de juegos infantiles y adolescentes, el barrio ya no es el perímetro reasegurador de nuestras relaciones, se limita el uso del automóvil por el temor a ser asaltados, cuando oscurece se corre al refugio hogareño, se suspenden las vacaciones por la posibilidad de ser desvalijados durante la ausencia. También suele quedar afectada la capacidad de entretenimiento y culturización, ya que ir al cine, al teatro o a un museo requiere movilizarse en lo exterior, por lo que se aumentan las horas de pasividad frente al televisor con consecuencias deletéreas para la adecuada evolución de niñas y niños.
Todo prójimo deviene en alguien sospechable, como lo expresó hace siglos el sabio chino Lien Tzu:
Un hombre perdió su hacha.
Sospechaba del hijo de su vecino.
Al observar su forma de caminar, le parecía que era la propia de un ladrón de hachas; su fisonomía, la de un ladrón de hachas; todos sus movimientos y gestos eran, sin excepción, los propios de un ladrón de hachas.
Al poco tiempo, el hombre fue a cavar al valle y encontró su hacha.
Al día siguiente cuando volvió a ver al hijo de su vecino, ni uno solo de sus movimientos o gestos le parecieron los de un ladrón de hachas.
También las horas de las noches dejan de ser románticas, y se vuelven amenazantes, el regreso de los hijos se torna un milagro renovado cotidianamente, el aislamiento pasa a ser el mejor sistema de protección.
Esto último hace que la soledad se adueñe de nuestras vidas, porque poner distancia del otro peligroso nos blinda. De allí que las relaciones con los objetos y con las personas sean “líquidas” -como las definió el sociólogo Zygmunt Barman-, fugaces, precarias, inconsistentes, defensivas, sustituibles. Carentes de compromiso, todo lo cual transforma el natural gregarismo de la condición humana en una dispersión de islotes solitarios cercados por el pánico.
En estas páginas nos ocuparemos del miedo y de los miedos, es decir de nosotros mismos, con la ayuda de destacados pensadores, y recorreremos algunos de ellos, aunque en definitiva confluyen en uno solo: el miedo a vivir en los tiempos que corren, sensación funcional al sistema social que habitamos y que nos habita.

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Ukamau la cosa...

Los últimos esquimales

Autor: Pierre Vernay
Fuente: “Conozca Más”, enero, 1996.

Cuando los inuit desaparezcan definitivamente, algo que será lamentable, muy lamentable, aunque muy pocos se den cuenta de ello, la humanidad habrá perdido una parte de su historia y su esencia, aunque ellos mismos no la hayan podido desarrollar. Se trata de un pueblo que, a pesar de todo, todavía es un testimonio vivo de la forma en que los seres humanos, en medio de la desolación que puede ser igual en el hielo polar, en las dunas del desierto, en el bosque más impenetrable, o en los confines de los mares, hemos aprendido a prevalecer, aunque con diversa suerte. Si tenemos un poco de sentido común para con la historia y la evolución humana, si apreciamos un poco nuestras raíces, si actuamos con algo de justicia para con nuestros hermanos humanos, tendríamos que hacer algo, en realidad mucho, para intentar revertir la disolución que actualmente este pueblo sufre en silencio. Sin embargo, antropólogos y políticos parecen "mirar a otro lado", prefieriendo discutir los mil pliegues recónditos de la globalización y otras realidades mucho más fáciles de las que ocuparse. Este artículo, escrito hace década y media, pinta una realidad que, a la altura de este nuevo milenio, seguramente es mucho más desoladora de la que lo fue entonces.

Habitan en la región más infernal del planeta, y pueden desaparecer si no logran conservar sus peculiares costumbres. Su nombre significa "los que comen carne cruda". Pero ellos prefieren llamarse a sí mismos inuit, que en su idioma quiere decir "la verdadera gente". No conocen la palabra guerra y son cálidos y acogedores con los extraños. En el norte del Canadá sólo quedan unos 17 mil esquimales puros. El resto ha emigrado o se ha diluido a fuerza de mestizarse con otros pueblos. Forman el grupo humano más extraño de la Tierra.

Llevan en la sangre el estigma de la muerte. Y por eso se van apagando de a poco, sin otro consuelo que las inútiles lágrimas que se congelan sobre sus mejillas. Están condenados a la desaparición total y ellos lo saben. Quizá porque nunca han podido escribir su historia se consideran a sí mismos el pueblo más infortunado de la Tierra. No tienen memoria de su remoto pasado y sólo pueden recordar los hechos ocurridos en el término de una o dos generaciones. Lo cual les resulta insuficiente para enfrentar el futuro. Nadie sabe de dónde llegaron y por qué se han obstinado en vivir allí, en una de las regiones más infernales del planeta. Los inuit dicen que ellos son “la verdadera gente”, pero nadie les cree. Los indios algonquinos —que habitaron alguna vez el este del Canadá— los llamaron “esquimales”, un término despectivo, que en esa lengua quiere decir “los que comen carne cruda”. Los hombres blancos se apropiaron de esa palabra y los orgullosos inuit no tuvieron más remedio que aceptar aquel nombre. Fue la primera derrota de “la verdadera gente”. Ahora, cuando sólo quedan unos 17 mil inuit puros (el resto, algo más de 50 mil, se ha mestizado con europeos hasta casi diluirse), ya no pueden impedir la diáspora que los atormenta. Viven en el norte de Canadá, más allá del Círculo Polar Ártico, y conservan un modo de vida que va cambiando en forma acelerada. Su actividad principal sigue siendo la caza y la pesca, pero ahora ya todo es distinto. Del sur —de Ottawa, de Montreal, de Québec— les llegan alimentos y artefactos con los que ellos nunca soñaron. Lo extraño es que los primitivos inuit tienen una capacidad asombrosa para no sorprenderse y adoptar con total naturalidad las cosas que han terminado por transformar su existencia diaria. Pueblo conquistado, después de todo, lo único que les cuesta aceptar es la justicia que les impusieron desde afuera. Todavía ahora, son perseguidos por robar y encarcelados por ladrones, palabras que no existen en su vocabulario. Hasta fines del siglo pasado los esquimales del Canadá fueron nómadas. Se desplazaban de un sitio al otro siguiendo la migración de los renos y de las ballenas que frecuentaban las costas en las cuales vivían. Actualmente habitan en pequeños asentamientos, dispersos por la helada tundra, donde las temperaturas invernales suelen llegar a los 30 grados bajo cero. Uno de sus pueblos más importantes es Coppermine, situado a unos 150 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico. No hay caminos para llegar a ese sitio y la única forma de acceder a él es por medio del avión. Antiguamente hubo allí una rica mina de cobre, cuya veta está hoy agotada. De aquella época data la corta pista de aterrizaje. El paisaje es espectral. Por todos lados se ve nada más que nieve y cielo. De vez en cuando se advierte un promontorio que sobresale de esa pampa helada, que no alcanza para romper la obstinada monotonía del horizonte.
Las casas son de madera y bloques prefabricados de cemento. Los techos a dos aguas le dan un inesperado aspecto alpino. Sólo que allí no hay árboles: en toda la región no crece ni la más miserable de las plantas. En verano, cuando el termómetro sube hasta cero grado, brotan algunos musgos y crecen unos líquenes raquíticos en los intersticios de las rocas. Es el único color verdusco que se permite ese desierto impiadoso. En cambio, para mitigar tanto frío, los hombres son allí cálidos y amistosos. Adamache es el nombre del líder máximo de la comunidad, un individuo viejo y fornido que tiene fama de ser el mejor cazador de osos de la zona. Mi pueblo —dice— tiene el destino escrito. Es casi seguro que no podrá sobrevivir demasiado tiempo al avance de las costumbres de los blancos. Cada vez son más los jóvenes que emigran hacia el sur. Cuando vivía mi abuelo, nuestro grupo tenía unas cinco mil personas, ahora apenas llegamos a mil. En otros lugares como Alaska, Groenlandia o Siberia los inuit puros ya no existen. Son todos mestizos que no practican nuestro estilo de vida. Algunos son cristianos y otros, los más chicos, se han olvidado de hablar nuestra lengua. Sólo nosotros cazamos osos y focas todavía. El comercio y el trabajo no son nada, sólo existe la caza. Cada vez que un inuit mata un oso, el espíritu del animal pasa a su corazón para hacerlo más valeroso. Si atrapamos una ballena con nuestros arpones, nos apoderamos de la grandeza de ese animal, que es semejante a los dioses. Por eso odiamos el comercio. Además, todo lo nuestro es de todos. Si yo tengo un fusil puede venir un vecino y llevárselo sin pedirme permiso. También es de él. Pero si algún viejo se lleva el fusil de un blanco lo persiguen y lo encarcelan. Y la cárcel es la muerte.” Adamache no puede decir su edad. En la época en que nació, los esquimales aún no sabían contarlos años ni usar el calendario. Dado que en los meses de invierno el sol no sale nunca en esas regiones, los inuit medían el tiempo por el lapso que duraba una “dormida”. La suma se agotaba cuando se les acababan los dedos de las manos. Los antropólogos no conocen una manera más arcaica de contabilizar el paso de los días. Es que los esquimales conforman un pueblo muy antiguo y pobremente desarrollado. Se han desenterrado restos de su primitiva cultura, en el este de Alaska y en el norte de Canadá, que se remontan a unos 3 mil años a.C. En donde ahora está Coppermine ya había asentamientos en el año uno de nuestra era. La etnóloga Dorothy Jean Ray dice en uno de sus libros que la habilidad que desarrollaron los inuit para inventar y utilizar instrumentos les permitió asentarse y prosperar en un territorio tan hostil para la vida de los hombres.
Aprendieron a fabricar arpones de piedra y de huesos de ballena, a trenzar la piel de los animales, a trabajar y curtir el cuero, a usar el intestino de las morsas para hacer odres, a confeccionar trajes de pieles cosidas con delicadas agujas de hueso, a usar lanzas de huesos con puntas muy aguzadas y —tal vez lo más importante de todo— a domesticar los perros salvajes y hacerlos tirar de sus ingeniosos trineos. La etnóloga Ray cuenta que un grupo de arqueólogos —excavando en el hielo, que todo lo conserva— encontraron un trineo del siglo XV en el cual los patines de hueso habían sido reemplazados por salmones congelados, sujetos con fuertes tripas de foca. Es en esa época cuando los primeros europeos descubrieron la existencia de este raro pueblo, que no conoce la palabra guerra. Por entonces la organización social era casi la misma que existe hoy en Coppermine. Los esquimales nunca alcanzaron a formar tribus y el concepto de nación les fue siempre desconocido. Se agrupaban por familias, igual que ahora, Iideradas por el cazador más viejo. Lo acompañaban su mujer, sus hijos solteros, sus hijos casados junto con sus mujeres, más los hijos de éstos. Las hijas mujeres que se casaban pasaban a integrar la familia de sus esposos. En verano vivían en tiendas hechas con piel de reno, que desarmaban y armaban constantemente, siguiendo los rebaños de renos. En invierno construían un iglú (que en la lengua inuit quiere decir “hogar”) y desde allí salían a cazar focas y a pescar en el hielo. El iglú es una construcción muy ingeniosa, y las familias de Coppermine aún lo usan en la temporada invernal. No está hecho de bloques de hielo, como muchos suponen, sino de panes de nieve. Estos panes de nieve se funden unos con otros y se hielan por la parte de afuera, formando una cubierta sólida. Como la nieve tiene burbujas de aire en su interior, éste actúa como un perfecto aislante del frío. Mientras que afuera puede haber una temperatura de 30 grados bajo cero, en el interior del iglú nunca baja de cero grado. Es decir, un ambiente muy confortable para un esquimal. Si la familia es muy numerosa, se construyen varios iglúes unidos entre si. La parte habitable está por debajo del nivel del suelo para evitar las corrientes de aire. Los chicos siempre duermen en la parte sur —que es la más abrigada— y los perros en la parte norte. El jefe y su esposa ocupan el centro, cerca de la estufa, que antes se alimentaba con aceite de ballena y ahora con kerosene o gas propano. Pero Adamache asegura que cada vez son menos los inuit que saben construir un buen iglú. También los cazadores de focas han perdido parte de su antigua habilidad y resistencia. Casi nadie usa ya el arpón —dice el viejo líder—. Los jóvenes prefieren emplear los rifles, lo cual hace más fácil la caza. Antes había que estar parado horas y horas al lado de un agujero en el hielo esperando que una foca saliera a respirar. Y cuando se asomaba había que ser muy diestro para ensartarla con el arpón. Lo peor es que uno nunca sabía por cuál de los agujeros iba a salir una foca a respirar, y un cazador solitario podía vigilar uno solo de esos respiraderos. Muchas veces ocurría que el animal aparecía lejos de donde estaba y la caza se malograba. Ahora el cazador se puede apostar en un sitio y desde allí controlar varios agujeros. “Si la foca sale en cualquiera de ellos, lo único que tiene que hacer es apuntar rápido y disparar.” Todo cambia vertiginosamente para ellos. Y algunos no entienden ese cambio. A pesar de la televisión que contemplan azorados, su realidad sigue siendo otra. De la misma forma que la propiedad de las cosas es colectiva, también comparten las mujeres y los hijos. Ellas tienen el derecho de cambiar de hombre cuando quieren, y los hijos suelen elegir la familia con la cual desean vivir. Para un inuit no hay cortesía más grande que ofrecer la propia mujer a quienes llegan a visitarlos. Y las mujeres, casadas o solteras, no pueden negarse si algún hombre solicita pasar la noche con ella. Ahora las jóvenes suelen rechazar esa costumbre y muchos esquimales adolescentes son condenados por la justicia canadiense acusados de violación, un vocablo —y un concepto— que no figura en su horizonte cultural. “Aquí—dice Adamache— la vida es dura. Pero lo peor es que ya casi no somos inuit. Comemos cosas enlatadas, bailamos las danzas del sur, vestimos nuevas ropas, nos enseñan idiomas extraños y nos hacen olvidar que nuestro dios es la Luna, que siempre rigió nuestra vida. Si alguien mata una foca y le saca el hígado cálido y palpitante y se lo come para que la caza le sea propicia lo acusan de crueldad. Por suerte yo soy viejo, porque ser inuit es muy triste. Pero cuando ya no estemos en este mundo, quedará un gran vacío. Y entonces serán los dioses de la caza los que se pondrán tristes y llorarán para que vuelvan los inuit, que son la verdadera gente.”

RETRATO INUIT
Los únicos inuit puros viven en el norte de Canadá y su número no supera las 17 mil personas.
Durante los meses de verano siguen la migración de los rebaños de renos.
Su alimento tradicional es la carne de foca o de ballena. Altamente transculturados, ahora consumen casi todos sus alimentos enlatados, que les llegan del sur.
Desconocen la propiedad privada y la apropiación de las cosas es colectiva.
El matrimonio no existe. Para un esquimal es un acto de suprema cortesía ofrecer su mujer a los visitantes.

Sería bueno comentar este post con nuestras amistades, claro que aquí también…

Ukamau la cosa...

He-Man y los amos del universo

Autor: Julio C. Peñaloza Bretel.
Fuente: “Perspectiva” – Bolivia.

LA FÓRMULA DE LO INFALIBLE.
“Para leer al Pato Donaid”, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, fue uno de los primeros trabajos en el que se ponían sobre la mesa, no sin algún acento especulativo, los mensajes explícitos e inadvertidos que portaban en sus historietas ese clan de personajes creado por la imaginación de Walt Disney y respaldado por la gran industria del espectáculo de masas.
Esto, en la medida en que dicha investigación se circunscribe a las revistas traducidas al español (por una editora chilena) seguramente efectuado por facilitadores locales de la agresión cultural, denominados así por el propio Mattelart, sin contemplar el amplio espectro en el que Disney desarrolló su obra (Las traducciones se deben ajustar necesariamente al contexto en el que serán publicadas, sin que ello signifique que los criterios centrales deban sufrir alteraciones de fondo, aunque este hecho genere dudas perfectamente lógicas).
Ya por su vigésima quinta edición, el análisis de contenido mencionado, ha despertado una serie de interrogantes, básicamente en lo que concierne a niveles ideológicos de lectura.
Desde que los comics comenzaron a cautivar en gran escala al mundo infanto-juvenil (y no sólo a él), se empezaron a tejer una serie de argumentaciones, así como de fábulas, en torno a lo escondido que traían consigo estas pegajosas historietas de color, despliegue y aventura. O sea que, de observaciones sesudas se ingresó al terreno que promovía la reconstrucción —a partir de la descomposición de elementos centrales— un tanto mito-política de lo mítico-mágico, aspecto que por razones de método pudo haber partido en dirección inversa (Eco Umberto; Apocalípticos e integrados, Estudio sobre el fenómeno de la cultura de masas). En ese sentido vale mencionar como ejemplos, las lecturas de Umberto Eco sobre Charlie Brown y el detective Steve Canyon (Está demás decir que tal criterio responde a una concepción personal de cómo deben encararse los análisis de mensajes en este campo).
Gran parte de las afirmaciones de Dorfman y Mattelart tienen un asidero verdaderamente rescatable, así como algunas otras parecen haber salido bajo los membretes de imperialismo, consumismo y racismo, y se insertaron en ámbitos intelectuales y progresistas, si no radicales (“La pedagogía reaccionaria” de Walt Disney) asumidas sin la aconsejable serenidad que requiere un texto en el que la posición política de sus autores es definida y transparente, y por ello, conlleva el riesgo de conclusiones apresuradas, pulverizando de este modo las restantes facetas del comic, historieta o dibujo animado.
El texto de Orrillo es ilustrativo a este respecto: procede sin mayores reparos al descorazonamiento de esas imágenes repletas de héroes y de fantasía, de inocentadas y de verdades “cubiertas” que para la solemnidad adulta podrían sonar a estupidez. No se debe negar, por otra parte, la factibilidad del desentrañamiento de esas verdades (políticas, sociales, ideológicas) siempre y cuando el instrumento analítico a emplearse no “conduzca” al lector ofreciéndole una interpretación sesgada y reducida de ciertos planos de la realidad, a los cuales se puede arribar, insisto, de una manera más amplia, tentando caminos menos proclives a incorporar apriorismos militantes.
Con dichos presupuestos, se podría comenzar afirmando que He-Man es un agente del imperialismo norteamericano o de la CIA, que bajo el pretexto de proteger al Universo —ya no solamente al globo terráqueo— aplaca las conciencias de los pueblos oprimidos y que es un divertimento que evade la realidad (lindas perogrulladas para los amantes de lo obvio) a quienes han resuelto formar activamente en sus filas. Pero en este caso creo (y atención con el “creo”) que será más apropiado y pedagógico utilizar el otro camino, líneas arriba referido.
Ya los superhéroes (Superman, Batman, etc.) se presentaban ante el público con una doble identidad: una principal y otra secundaria. En ese sentido, He-Man (Él-Hombre) es el príncipe heredero Adam que habita en la Eternia, algo así como la eternidad, lugar en el que reina la paz, la tranquilidad y la concordia. Pero Adam, como buen hijo de monarca o “hijito de papá”, es un cobarde y un pusilánime, según palabras de Squeletor (Esqueleto), principal adversario de He-Man. He-Man es la personalidad musculosa, aguerrida y valiente de Adam. Se convierte, gracias a los poderes mágicos conferidos por Sorceress, hada celadora del Castillo Grayscull (léase Greyscol), en defensor de los secretos encerrados en ese hermético recinto en los que se hallan los tesoros del bien y la sabiduría.
Los únicos privilegiados que conocen el secreto de He-Man son Man-At-Arms (o Duncan), el científico sereno y reflexivo de Eternia, y Orko, el mago o duendecjllo de la corte que, flotando sin pies y sin rostro, cubierto con un gran sombrero, complace con sus gracias al feliz reinado de Eternia. Un poco más allá se encuentra la atractiva Teela, hija legítima de Sorceress, adoptada por Man-At-Arms, una combinación de feminidad y audacia ante el peligro.
Los Maestros o Amos del Universo del lado malo, liderizados por el huesudo Squeletor, ataviado con una gran capa de monje, son la amenaza a todo cuando puedan significar nobles sentimientos. El objetivo principal es apoderarse de Grayscull, expulsar a Sorceress y dominar el espacio infinito.
Eternia, Grayscuil y la Montaña de la Serpiente (hábitat cavernoso de Squeletor) constituyen una interpolación arquitectónica de edades de la Tierra, aunque no se precise dónde, concretamente, se hallan situados. Palacios medioevales naves espaciales, fortalezas con pasadizos secretos, robots, computadoras, criaturas antediluvianas y mitológicas provistas de sofisticado armamento nuclear, se confunden en la configuración de esta tierra de nadie.... o de todos.
He-Man es un elegido. Sobre su imbatible presencia recae la misión de preservar a la humanidad de la violencia y las intenciones demoníacas de los Amos del Universo, que son propietarios y símbolo del reino animal. A ello contribuyen, lógicamente en segundo plano, todos los demás, con el soporte primario de su felino volador que atemorizado y pacífico (Greenger) se convierte en Battle Cat (gato de combate) luego de la invocación espada en mano —“por el poder de Graysculi”— que hace mitad gladiador, mitad caballero de la tabla redonda. Sobra decir que las características antropométricas del héroe responden al ideal de superioridad y belleza física labrado en la industria masiva de la cultura.
He-Man es una mezcla, una especie de ensalada de proveniencias. Mientras actúa como el tontuelo Príncipe Adam, de vez en cuando preocupado por aprender el manejo de los asuntos de Estado, se hace pasar por desprevenido y denota inconsistencia en sus palabras y en sus acciones. En el momento de producirse el supremo instante mágico-ritual de transformación en el gran guerrero, se da curso a la andanada de fantasiosos episodios en los que He-Man pelea sin matar, averiando lo objetual y desterrando por los aires con certeros golpes a los enviados del infierno.
Como arquetípica historieta, el maniqueísmo es el sustento filosófico de la serie; pero en este caso interesante se encuentra en el cuestionamiento y reflexión que los buenos hacen de sus propias conductas. Las aleccionadoras palabras sobre el ideal de la perfección en el comportamiento en atención y resguardo a los sagrados valores y lazos familiares abundan en la medida en que Tecla, Orko y hasta el mismo Adam-He-Man se encuentren algo desorientados.
El sistema monárquico de Eternia en la que la sapiencia y el dominio de la realidad son hereditarios se conjuga con el halo religioso que envuelve a Grayscull. Adam, al convertirse en He-Man, se rompe parcialmente con lo que para Erich Fromm es el cordón umbilical familiar de dependencia y sumisión a las normas consuetudinarias. Al hacerlo, se abre “al mundo” fracturando esa ligazón y entregándose “a los demás” impulsado por los secretos poderes, las clarividencias, las pociones mágicas, a través de la transposición del mundo político —la ciudad— al mundo mágico-religioso en el que una implícita adoración a la semidiosa con cabeza y vestimenta de halcón —Sorceress— es profesada por He-Man en el oscuro Grayscuil.
Asimismo, la relación Príncipe Adam-Teela es la de los juveniles y risueños moradores de la corte, para convertirse en una relación sexualmente diferenciada y viril, paso previo a la aproximación de subordinación sutil entre Sorceress, la poseedora de la razón y la justicia, y He-Manel guardián de esas riquezas acumuladas que no se hacen visibles a la luz del Sol y de los hombres, pues en la historieta no se divisa ni a lo lejos una población mínimamente habitada por hombres comunes (Superman defiende al mundo, pero es ciudadano de Metrópolis). Las características se encuentran nada más que en los tipos que cada personaje representa a partir de las dimensiones política (constitución y funcionamiento del reino) y religiosa, con la infranqueable “caja negra” del castillo Graysculi y la Montaña de la Serpiente resguardada por esa especie de sacerdote llamado Squeletor.
Tanto en el lado del bien como en el del mal, se encuentran relaciones de obediencia a los códigos, con la diferencia de que en el primero de los bandos éstos son fiel y flexiblemente aceptados a diferencia del segundo en el que el autoritarismo y las órdenes terminantes están marcadas por la rigidez y la agresividad en el don de mando. El bien y el mal coexisten en una suerte de constantes enfrentamientos que alimentan el sentido de la trama, repetida en su transcurrir de tono jocoso la batalla inofensiva (no hay muertos) para retornar con pinceladas de humor liviano y concluir con la moraleja dicha en la última escena, por uno de los paradigmáticos portadores del bien.
La espada, la invocación, los trucos de Orko-bufón para agradar al rey y a sus ocasionales huéspedes de honor, los eventuales trastabilleos emocionales de los buenos y la batalla en una mixtura sin estrategia, de guerra de las galaxias (rayos láser) y el combate romántico cuerpo a cuerpo de He-Man con cuanto mastodonte o guerrero se le cruza en el camino, delinean esta zaga convencional de la antinomia bien-mal en la que es ostensible el personalismo con que obra el protagonista en beneficio, por supuesto, de los demás, aunque cabría preguntarse dónde están los súbditos y si la tal Corte monárquica existe. Es demasiado obvia la empresa unipersonal de cuidar el orden y en la que se ha omitido cualquier referencia a la realidad de carne y hueso fuera de la pantalla.
A estas alturas, está demás insistir en los sintagmas y paradigmas de este comic en el que el desarrollo, las característica de héroe y villanos y el desenlace previsto de antemano por los propios perceptores salta a la vista. El encanto está precisamente, como en el catch, en saborear las formas con que se arriba al triunfo sobre lo maligno, degustar el colorido brillante y chillón de la animación, disfrutar del espectáculo en sí, no obstante el necesario escudriñamiento que pueda efectuarse de las implicaciones de cuanto se ve y cuanto se sugiere.
Eternia es el lugar donde nada ni nadie envejece. Es la perpetuación del tiempo y su armonía, y el desconocimiento/descubrimiento del espacio con marcadas líneas de irrealidad. He-Man es la suma y multiplicación del comic en movimiento con todos los tics (perfección a toda prueba) y lugares comunes capaces de fascinar a cualquier tele-receptor del orbe. No en vano, este grandullón bastante esquemático ha prometido salvaguardar a todo el Universo de las penurias gestadas desde las profundidades subterráneas por los “enemigos de la libertad”.

Y de nuestros super-héroes del nuevo milenio, qué tal…?

Ukamau la cosa...

El sentido oculto de las premoniciones

Fuente: “Enciclopedia Popular”, Año 1, Nº 7.

¿Cuántas veces hemos pensado en un hecho que después, detalladamente, se cumplió en la realidad? Los psicólogos más reconocidos han admitido la existencia de fuerzas ocultas dentro de nuestros cerebros que serían las responsables de generar la facultad de predecir algunos hechos.
Luego de varias noches de pesadillas, el joven David Boot (23 años, nacido en Cincinati, Ohio) telefoneó a la Federal Aviation Authority en el aeropuerto del Gran Cincinati, luego a la American Airlines y una hora después a un psiquiatra de la Universidad. Fue escuchado con atención y silenciosamente: era el 22 de mayo de 1979. Días antes había comenzado a despertarse gritando, empapado en sudor. Soñaba que un gran avión de la American Airlines daba un giro brusco y se estrellaba contra el suelo entre llamas rojas y anaranjadas. Obsesionado, David recordaba el sueño durante todo el día. El viernes 26 de mayo de 1979, un DC-10 de la American Airlines se estrelló al despegar del aeropuerto internacional O’Hara, de Chicago.
Hubo 273 muertos y fue el peor desastre de la aviación de los Estados Unidos. Con horror, David escuchó la noticia por televisión y esa misma noche dejó de tener pesadillas: “Nunca dudé que algo iba a ocurrir -dijo-; no era como un sueño. Era como estar allí mirando todo...”
Mientras los escépticos afirman que es imposible conocer el futuro a menos que algo falle en nuestros conceptos de espacio y tiempo, y la existencia de las premoniciones no se demuestre en un laboratorio, abundan historias como las de David Booth, inexplicables según las leyes de la ciencia convencional.
Desde que el ser humano existe, busca formas para conocer aquello que no puede a través de sus cinco sentidos y la inquietud hizo que hasta hoy perduren métodos de “adivinación” milenarios -increíbles y no tanto- para evitar que el destino sea irremediable. Pero de algo no hay dudas: ver el futuro a voluntad no es cosa corriente.
Durante los últimos 50 años, los investigadores emplean el término “percepción extrasensorial”, cuya abreviatura es PES (del inglés extrasensory perception), para describir el fenómeno, entre otros como la Telepatía y la Clarividencia, por ejemplo. El doctor Carl Gustav Jung -nacido en Suiza en 1875, discípulo disidente de Sigmund Freud- se refirió al Principio de Sincronicidad al intentar explicar la naturaleza de los hechos ocultos. Utilizó, precisamente, la expresión “sincronicidad” para indicar “sin tiempo” (debe recordarse que Cronos fue el mitológico dios griego del Tiempo), y sostuvo que en el tiempo medido por nuestros relojes existen elementos con otros vínculos. Esto podría aclarar que por el fenómeno extrasensorial de la Precognición se conozca algo que ocurrirá en días o meses siguientes.

EL PODER DE LA PRECOGNICIÓN.
Un hecho precognitivo (lo que se define como “información de un acontecimiento futuro obtenida por vía extrasensorial”) o una premonición, ocurre espontáneamente, por lo que no puede estudiarse de modo objetivo.
Los primeros investigadores de finales del siglo XIX comenzaron recogiendo y comparando miles de casos, agrupados en libros con testimonios de hombres y mujeres que contaban con cierto grado de cultura y credibilidad (jueces, médicos, psicólogos, abogados). Se recoge un ejemplo protagonizado por la mujer del profesor F.S. Luther, matemático del Trinity College de Cambridge. Una amiga de la señora de Luther le preguntó si había leído al poeta Ralph Waldo Emerson. Respondió que no. Esa noche, la señora Luther soñó que daba un libro del poeta a su amiga y ésta soñó que lo recibía. A la mañana siguiente, cuando el profesor Luther y su mujer caminaban, la señora entró repentinamente en una librería. En un impulso aparentemente inexplicable, tomó una revista que se abrió de inmediato en una nota referida a Emerson.
Las conclusiones básicas de este y otros miles de hechos similares subrayan que la PES es un fenómeno real, y si las premoniciones verdaderas no son muy frecuentes, hay suficientes datos para asegurar que algunas personas pueden “entrever” el futuro, capacidad que según Sócrates es “una especie de santa locura”.
Un aviso publicado en un diario de Buenos Aires el 2 de abril de 1875 dice: “La gran célebre ADIVINA Teresa Meraldi, muy conocida en esta capital por el acierto de sus cálculos científicos adivina el porvenir. Las personas que gusten hacerse adivinar concurran a su casa: calle Piedras Nº 143, entre Belgrano y Moreno, desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche, que serán atendidas”. La atrevida convocatoria realizada en el último cuarto del siglo pasado tiene remotos y numerosos antecedentes. Supuestas expertas en premoniciones eran las Pitonisas de los oráculos.
El de Delfos, indudablemente, es el más conocido más allá de cualquier conocimiento acerca de los griegos. Estas mujeres entraban “en trance” inhalando vapores (muchas veces se sentaban encima de una falla volcánica) y masticando hojas de morera. Lo que puede rescatarse de viejas crónicas es que el mensaje de los oráculos aparece de modo metafórico: cada palabra exige una interpretación cuidadosa por el símbolo que encierra.
Señala el historiador Herodoto que el rey de Lidia, Creso, realizó hace 2.500 años un experimento psíquico para probar la eficiencia de los poderes de siete oráculos: seis griegos y uno egipcio. Alarmado ante el poder que adquirían los persas, debía tomar decisiones claras y saber en quién confiar. Envió un mensajero a cada oráculo. Durante 100 días debían preguntar: “Qué es lo que el rey Creso, hijo de Aliates, está haciendo ahora?”, escribir las respuestas y llevárselas.
La Pitonisa de Delfos, sin siquiera esperar la pregunta, dijo en verso: “Puedo contar la arena y medir los océanos, tengo oídos para el silencio, y sé lo que el mundo quiere decir, hiere mis sentidos el aroma de una tortuga y su caparazón, hirviendo en un fuego, junto a la carne de un cordero en un caldero. De cobre es el recipiente y de cobre la tapadera que lo cubre”.
Ese día, Creso hizo algo inesperado para desorientar a los oráculos: descuartizó un cordero y una tortuga con sus propias manos y los hirvió en un caldero de cobre con una tapa de ese mismo metal. Por su exactitud, el oráculo de Delfos fue nombrado “médium asesor del rey”. Pero el lenguaje simbólico de la pitonisa trajo sus sorpresas. En una de las consultas, según narra Herodoto, respondió: “Cuando los soldados de Creso vadeen el río Hayls, un gran imperio será derrotado”. La premonición se cumplió: los persas aniquilaron a las fuerzas invasoras y conquistaron Lidia, luego de tomar prisionero a Creso. La pitonisa se refería al “gran imperio” del monarca consultante.
Los gobernantes del siglo XX siguen -casi sin excepciones- los pasos de Creso cuando de pronosticar el futuro se trata. Michael Deaver -ex prosecretario general de la Casa Blanca- escribió en sus memorias que Ronald Reagan y, en particular su esposa Nancy, visitaban a Joan Quigley -astróloga y adivina- antes de viajar en avión, ofrecer una conferencia de prensa, pronunciar un discurso y encarar cualquier actividad presidencial. El presidente del Brasil, Fernando Collor de Mello, concurrió al vidente Ivo Carbajal, quien aseguró -durante la campaña- que sería el primer mandatario de su país. En la Argentina, nadie ha negado las consultas de Juan Domingo Perón (durante las dos primeras presidencias) a la espiritista Virgini Udabe y a la bruja Rosita Pistrelli.
Ante los planteos de la existencia cierta de las premoniciones, se enfrentaron cuestiones -para muchos- indiscutibles: ¿cómo desmentir lo que asegura la Biblia? En el libro del Génesis se cuenta que José fue llevado a Egipto como esclavo y hecho prisionero. Por sus poderes para anticipar el futuro, llamó la atención del faraón y se convirtió en su hombre de confianza. Una noche, el monarca tuvo un sueño: siete vacas gordas salían del río y siete vacas feas, flacas y enfermas las seguían y las devoraban. Inmediatamente, veía que siete espigas hermosas salían de un tronco y luego otras delgadas se las tragaban.
El faraón hizo que José fuera llevado hasta él para interpretar la pesadilla: Durante 7 años -le dijo- el país gozará de gran abundancia y luego vendrán 7 años de malas cosechas y hambre. Habrá que acopiar granos y ganado mientras dure la bonanza”, recomendó. Por obra de José, Egipto se salvó del desastre.
A partir de Freud, psiquiatras y psicólogos señalan que hay quienes son capaces de experimentar “precogniciones” al recibir de otra persona “determinadas señales” que les hacen entrever hechos futuros y también pasados. Sin embargo, el rigor científico no alcanza para aclarar una tradicional polémica: ¿hasta dónde llega la casualidad?
Ilya Prigogine -Premio Nobel de Química en 1977- se refiere a las premoniciones de José y señala que un estudio del régimen hídrico del Nilo (sus registros abarcan más de un siglo) lleva a la conclusión de que es imposible cualquier previsión acerca de abundancia o sequía. “La naturaleza es imprevisible -afirmó el estudioso belga-; a pesar de satélites de observación y toda la moderna tecnología, los meteorólogos no pueden pronosticar el tiempo. Hay un llamado “efecto mariposa” por el cual una brisa leve en Pekín es capaz de causar un ciclón en el Caribe”, aclara.
Un estudio de las partículas subatómicas de la materia confirmaron -a través de la Física cuántica- que se mantiene en un estado “esencialmente inestable”, a lo que el matemático Warren Weaver agrega que “la suerte no existe”. Según sus cálculos, al tirar una moneda al aire 1.024 veces sólo hay probabilidades de que haya una serie de 8 caras seguidas; dos de 7; cuatro de 6 y ocho de 5. Jung también tuvo en cuenta las coincidencias y sugiere que “hay fuerzas misteriosas, todavía indescifrables”.
Esos enigmas llevaron, a veces, a varias personas a presentir la misma tragedia. La niña galesa Eryl Mai Jones -tenía 9 años en octubre de 1966- fue también una víctima de su propia premonición. Al despertarse, contó a su madre que, en su sueño, llegó a la escuela y “una cosa negra la había aplastado”. Al día siguiente, en la escuela de Aberfan, Eryl y 139 personas murieron cuando el pueblo minero fue cubierto por una avalancha de medio millón de toneladas de carbón de desecho. Tras el desastre, otros afirmaron haber tenido premoniciones. El psiquiatra londinense John Barker investigó cada caso y alrededor de 60 parecieron reales. Las pruebas los conmocionaron tanto, que colaboró en la creación de la Agencia Británica de Premoniciones. En los Estados Unidos existe un organismo similar con objetivos obvios: controlar las premoniciones y evitar las catástrofes.
Mediante un análisis de las premoniciones acerca del desastre del pueblo minero galés de Aberfan (el 21 de octubre de 1966), Barker determinó que aumentaban gradualmente a medida que se aproximaba la fecha y alcanzaban su punto máximo la noche anterior. Sobre esta base, actualmente, dos agencias de premoniciones californianas (en Monterrey y Berkeley) tratan de encontrar pautas entre los relatos del público.
Con sospechosa frecuencia, se repite que las informaciones referidas a precogniciones se conocen sólo después de ocurrido el hecho, y que la gran mayoría se descartan por erróneas: por cada una que se cumple hay mil equivocadas, se dice escépticamente. La Mind Science Foundation de San Antonio (Texas) desarrolló un experimento para tratar el tema con datos precisos. Cuando la estación espacial Skylab comenzó a salir de su órbita, la Fundación invitó a las personas que tuvieran poderes psíquicos a predecir la fecha de caída y el lugar de la Tierra en que tendría lugar. Más de 200 personas participaron en lo que se denominó “Project Chicken Little”. Las premoniciones fueron analizadas y publicadas antes de que cayera el Skylab. Muy pocos se aproximaron a la fecha (11 de junio) y nadie insinuó siquiera que aterrizaría en Australia.
“Mientras la precognición no se demuestre en un laboratorio, no podrá ser tomada en serio”. Coincidieron entonces los pragmáticos científicos. Las posturas críticas y la afirmación de que “es imposible predecir el futuro” se mantienen hasta hoy, junto al fracaso de numerosos experimentos destinados a asegurar que puede conocerse. Desde la Biblia, el oráculo de Delfos y la bola de cristal hasta los brujos modernos del poder, el reino de la anticipación sigue siendo una cuestión metafísica, y allí -todavía- todo es posible.

DATA BANK.
Es posible conocer el futuro si revisamos nuestros conceptos de espacio y tiempo.
Carl Gustav Jung señala en su Principio de Sincronicidad que en el tiempo medido por nuestros relojes existen elementos con otros vínculos.
Una premonición ocurre espontáneamente y se define como una información de un acontecimiento futuro obtenido por vía extrasensorial”.
Las premoniciones verdaderas no son muy frecuentes, pero hay suficientes datos para asegurar que algunas personas pueden “entrever” el futuro.
En 1875 había en los diarios de Buenos Aires avisos de personas que adivinaban el futuro.
En la Biblia, en el libro del Génesis, se habla de las premoniciones de José, quien salvó a Egipto de un desastre de hambre y muerte.
Hay personas que son capaces de experimentar “precogniciones” al recibir “señales” que les hacen entrever hechos futuros Se han creado “agencias” de premoniciones en Inglaterra y en los Estados Unidos que tratan de encontrar pautas entre los relatos del público para evitar catástrofes.

LOS CASOS CÉLEBRES.
Si se habla de premoniciones, aparece el nombre de Michael de Nostradamus como algo inevitable, aunque sus anuncios son discutibles debido a un lenguaje simbólico y, a menudo, misterioso. Un ejemplo: “Cerca de la bahía y en dos ciudades habrá dos azotes como no se han visto nunca. Hambre y peste dentro, gente expulsada por la espada llorará pidiendo la ayuda del gran Dios inmortal” ¿Qué está prediciendo? Sus partidarios opinan que es una predicción de las bombas atómicas caídas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Los cuestionadores, preguntan: ¿alguien podría haber tenido en cuenta esta “profecía” para prevenir los hechos?, y agregan que lo único que da credibilidad a los escritos de Nostradamus -nacido en Francia (Saint Remy, Provence, en 1503) es su forzada adaptación a hechos que se produjeron luego. Por eso, en sus “Centurias” (libro en el que recopiló todas sus premoniciones) hay mensajes de los que podría deducirse cualquier suceso.
Otras premoniciones que recoge la historia sí fueron notables: la tragedia del Titanic, el transatlántico que se hundió en su viaje inaugural el 14 de abril de 1912. Morgan Robertson -autor poco conocido- publicó una novela en 1898 titulada “El hundimiento del Titán”. Este navío de ficción no podía ser concebido por la ingeniería naval de esa época. Las coincidencias abundan: el Titán chocó en su viaje inaugural con un iceberg en el Atlántico; tiene tres hélices; se hunde totalmente. Robertson se refiere a un barco de 70.000 toneladas. El Titanic desplazaba 68.000. Señala el novelista que la eslora del Titán es de 244 metros. La del Titanic es de 270. En el momento de accidente el Titán marcha a una velocidad de 25 nudos. El Titanic avanza a 22.

FORMAS PARA ADIVINAR.
Muy popular en las cortes reales era el doctor John Dee, nacido el 13 de julio de 1527. Sus padres eran celtas al servicio del rey inglés Enrique VIII. Cuando la princesa Isabel -heredera del trono y encarcelada por la reina María I le encargó que “leyera” su futuro, Dee respondió que la reina María I moriría, no dejaría descendencia y ella ocuparía el trono con el nombre de Isabel I. Así ocurrió exactamente y se transformó en el asesor de la nueva soberana. Todos los famosos corsarios de su Majestad jamás se lanzaban a la mar sin consultarlo. Su popularidad aumentó cuando comenzó a utilizar una bola de cristal para sus vaticinios. “Un cristal tan puro y transparente que proviene del Sol”, aclaraba.
Cinco siglos después se sabe que esa “bola de cristal” de Dee no era más que un elemento de concentración mental, que fijaba su mente en un punto único de atención y facilitaba la producción del fenómeno precognitivo. Desde mucho antes de Dee existían también formas muy llamativas de adivinar el porvenir: el uso de agujas (Acutomancia); a través de los números (Aritmancia); utilizando dimensiones, colores, saltos y desplazamientos de sapos y ranas (Batracomancia); por la interpretación de dibujos que forma la borra del café (Cafeomancia); interpretando los chillidos de ratas y ratones (Miomancia), y mediante un anillo suspendido en un hilo y un abecedario dibujado en círculo (Dactilomancia).

Unos comentarios más, no estarían demás…

Ukamau la cosa...

Nueva constitución… nueva Bolivia…?

Fuente: yo (Quásar)

Hola… Si en este o los artículos venideros que “cometa” a partir de hoy, hubiere aspectos que comentar, observar y/o criticar, estaré gustoso de recibirlos, siempre que sean decorosos y sinceros, sin importar que también sean incluso extremos, ya que así son los debates, verdaderos “combates de ideas”, pero siempre al estilo caballeresco… Gracias por anticipado.
Ahora bien, recuerdo que por mi afición incurable a la informática y todo lo que ella involucra, allá por las últimas horas del anterior milenio (11 y tantos de la noche del 31 de diciembre del año 1999), yo y uno de mis hermanos, con similar adicción, nos parapetamos ante nuestros respectivos teclados y pantallas para asistir al dramático cambio, y posibles consecuencias que se decía iban a sobrevenir a causa de la tacañería de los programadores del mundo que años, en su afán de ahorrar líneas de código y preciosos bytes, habían mutilado los primeros dígitos de cada año, sembrando así la futura semilla de ese monstruo llamado Y2K.
Mientras en la ciudad se aceleraba la algarabía de despedir un año para recibir otro, nosotros conversábamos por teléfono, con mayor frecuencia y ansiedad conforme pasaban las horas y luego los minutos, revisando lo que decían algunos reportes y artículos dispersos en Internet sobre lo que podría pasar el momento solemne que otros esperaban pero nosotros parecíamos “medio-temer”.
Llegado el momento trascendental del cambio de fecha, no estábamos seguros de lo que realmente iba a pasar, sólo teníamos la impresión de que lo que fuera tendría que repetirse mil años después, y considerando nuestra esperanza de longevidad, valía la pena interesarse en experimentarlo de primera mano.
Llegó el momento, la algazara de bocinas, petardos, brindis y apagones de saludo convertían la urbe en un caos pasajero… y en nuestros ordenadores lo que pasó fue, para decirlo en una sola palabra: nada… una sensación de nada que me provocaba alivio y decepción al mismo tiempo, alivio porque no sucedió lo que se temía: centrales telefónicas colapsadas, bancos con finanzas traslapadas, y demás; pero también decepción principalmente por mi expectativa de presenciar en persona algo realmente global se hizo pedazos.
Cuando más, la fecha del sistema se desarregló “un poco”, según lo supimos después, en los ordenadores que aún funcionaban sobre el respetable pero ya superado MS-DOS, mientras que en la mayoría, casi la totalidad, que usaban Windows, no hubo nada que haya justificado el desvelo.
La vida seguía igual…
Cuando telefoneé momentos después a mi hermano, nadie respondió. Según supe luego, él había sido coaccionado por su esposa, y los familiares de ella, a unirse a la fiesta que improvisaban, quedando sólo yo para experimentar el cambio de milenio, en el que, para decir la verdad, no cambió nada.
Por qué recuerdo este episodio que a esta distancia resulta banal o indigno de ser rememorado? A ver…
En mi Bolivia natal, a partir del año 2005 o incluso antes, subió de tono la opinión de que ya era hora de enfrentar la nueva realidad general del país, y que ya todo estaba demasiado cargado de remiendos, políticas-parche, avances sociales a media marcha, institucionalidad que se modificaba pero no cambiaba en verdad, sistema legal que avanzaba pero no mejoraba, y finalmente una Constitución Política del Estado que instaurada el año 1967, ya tenía demasiados añadidos, idas y venidas, enmiendas y reformas que al final ni se parecía a su imagen original, ni tampoco a como se la quería asumir, había llegado la hora de elaborar una nueva Constitución que fuera la base, semilla y punto de partida para “refundar” el país, rescatándola de sus contradicciones, “descolonizándolo” (ello merece comentarios que por ahora no haré para no “perder el hilo”)
Del 2003 al 2005 la política boliviana atravesó un torbellino que finalmente pareció apaciguarse cuando luego, a inicios del 2006 Evo Morales se sentó en la silla principal del Palacio Quemado, cuyo atractivo y encanto parece obnubilar a cuantos osan o aspiran a sentarse en ella.
Finalmente hubo Asamblea Constituyente… Y luego de las peripecias propias del folklore político boliviano, finalmente hubo una Nueva Constitución.
Hubo mucha gente que, con razón o sin ella, depositó muchas expectativas e incluso ilusiones en que esta nueva Constitución promovería no sólo un cambio, porque cualquier cambio no es el que precisamente se desea o necesita, sino un cambio que acabe con los problemas que todos dicen odiar (no sin razón) pero que muchos (aunque no todos) parecen disfrutar haciéndolos más difícil. Asimismo, hubo muchos que pronosticaban el acabóse del clima precario de sentido común que todavía parecía quedar. Optimistas y escépticos, más la inmensa muchedumbre de bolivianos que sólo podíamos espectar las pirotecnias de regocijo o las caras de desasosiego, según adonde se mire, llegamos al momento de enero de 2009, cuando se promulgó la Nueva Constitución. Entonces, el momento del Cambio de Era tan deseado para unos, o el Y2K tan temido para otros se reveló en toda su plenitud. ¿Qué paso entonces, o a partir de entonces?...Nada… (en serio…!)
Si de cambios, o de “procesos de cambio” se trata, Bolivia tiene mucho que enseñar a otros países, claro que el que lo quieran aprender ya es otra cosa. Si de “nuevas constituciones” se trata, Bolivia es un verdadero prototipo “for export”. Aparte de tener más golpes de Estado que presidentes democráticos, Bolivia tiene un verdadero álbum de “nuevas constituciones”, cada cual con sus buenos deseos y sus “nuevos modelos” de Estado que, aunque inaugurados con visible buena fe (salvo excepciones), cambiaron los artículos y las palabras pero no la realidad.
Qué envidia (en el sentido constructivo del término) por algunos países (ustedes, queridos ciber-lectores, saben a cuáles me refiero) que tienen lo que podría llamarse una solemne “austeridad constitucional” que con sólo una, ni siquiera escrita, con tan pocos artículos que incluso es posible aprenderlos de memoria, les bastado para sobrepasar con fortuna siglos enteros.
Entonces, la gran pregunta: ¿las nuevas constituciones hacen nuevos países? Si la respuesta fuera afirmativa Bolivia ya debió ser nueva varias veces; sin embargo sigue siendo la misma, compleja, hermosa, sufrida, estoica, rica, despojada, antigua, joven, poco feliz, muy promisoria…
Claro está, a esta altura de la vida, que las nuevas constituciones no hacen cambios positivos sino que los cambios positivos se reflejan en nuevas constituciones. Y yendo más allá, hay países cuya constitución no ha cambiado pero ellos sí, y generalmente para bien, ¿dónde está la clave?
A ver, a grandes rasgos hagamos una reseña global de las Constituciones y Reformas Constitucionales de la historia boliviana, teniendo a la mano, para gran parte de ello los preciosos datos de Félix Ciro Trigo en su obra “Las Constituciones de Bolivia”, Editorial del Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1958:

Constitución vitalicia o bolivariana de 19 de noviembre de 1826, enviada por Simón Bolívar desde Lima en junio de 1826 y promulgada el 19 de noviembre del mismo año, Constitución aprobada “sin oposición alguna”, por razones obvias, varias de las cuales están mencionadas en el libro “El Tabú Bolivarista” del insigne orureño Marcos Beltrán Ávila.

Constitución de 14 de agosto de 1831, durante el gobierno de Andrés de Santa Cruz Calahumana, que modifica varias estructuras del Poder Legislativo y consolida el Poder Judicial.

Constitución de 16 de octubre de 1834, durante la gestión del mismo Andrés de Santa Cruz, esencialmente orientado a viabilizar la Confederación Perú-Boliviana.

Constitución de 26 de octubre de 1939, en el gobierno de José Miguel de Velasco, que anula varias disposiciones de la anterior y restaura algunas de la Constitución Bolivariana.

Constitución de 11 de junio de 1843, durante el gobierno de José Ballivián, que concentra visiblemente más atribuciones en le Ejecutivo, incluyendo la atribución de paralizar el Legislativo.

Constitución de 20 de septiembre de 1851, en el gobierno de Manuel Isidoro Belzu, que aunque tildado de populista en su época, limita los poderes gubernamentales y prohíbe la reelección presidencial.

Constitución de 29 de julio de 1861, en la gestión de José María Achá, vista como mucho más liberal que la anterior que, aparte de suprimir la autonomía municipal, limita aun más las atribuciones del Ejecutivo.

Constitución de 17 de septiembre de 1868, en el gobierno de Mariano Melgarejo, que restablece la reelección continua y favorece la feudalización de las tierras.

Constitución de 9 de octubre de 1871, en el gobierno de Agustín Morales, que se opone en gran parte a la anterior, promulga la religión católica como la oficial del Estado y consagra el sistema legislativo unicameral.

Constitución de 14 de febrero de 1878, durante el gobierno de Hilarión Daza, que se proclama como liberal, restablece la bicameralidad, crea la Vicepresidencia y define el sistema de designación de autoridades del Poder Judicial.

Constitución de 17 de octubre de 1880, durante el gobierno de Narciso Campero, que modifica la anterior, establece la libertad de culto, crea una Segunda Vicepresidencia de la República y se orienta hacia la descentralización.

La Asamblea Constituyente de 1899. En la que se enfrentan las clases políticas de Chuquisaca y de La Paz, signadas como conservadoras y liberales (federales) respectivamente, además del influjo tras-bambalinas de los Barones de la Plata. Discute la cuestión de la capitalía y sede de gobierno del país, funciona en Oruro y termina en lo que políticamente se dio en llamar un “empate desastroso”, con una indefinición que posteriormente desencadena un cruento enfrentamiento social y regional conocido como Revolución Federal, pese a lo cual prevaleció el sistema unitario.

La convención-congreso de 24 de enero de 1921, durante el gobierno de José Gutiérrez Guerra que, entre otras cosas, elimina la figura de Segundo Vicepresidente de la República y declara la vigencia de la Constitución Política de 1880, como intento de zanjar el desorden imperante a la época.

Referéndum de 11 de enero de 1931, organizado por la Junta Militar que gobernaba entonces, que intenta consagrar “garantías constitucionales” como el hábeas corpus, instaura un régimen económico y social, aprueba la autonomía universitaria, prohíbe la reelección presidencial inmediata y establece la Contraloría General de la República.

Constitución de 30 de octubre de 1938, durante el gobierno de Germán Busch Becerra, de corte populista y nacionalista, que puede considerarse como continuación de las orientaciones anteriores, introduce más regímenes constitucionales (social, familiar, cultural y campesino agrario), prohíbe el derecho de propiedad de tierras a extranjeros en las regiones de frontera y limita varias medidas liberales.

Constitución de 24 de noviembre de 1945, en el gobierno de Gualberto Villarroel. Que profundiza la orientación de Busch, aunque ratifica la propiedad privada; consagra el fuero sindical y el voto femenino en elecciones municipales, extendiendo también el mandato presidencial en seis años.

Constitución de 26 de noviembre de 1947, durante el gobierno de Enrique Hertzog, que suspende la anterior, establece nuevas formas de adquisición de la ciudadanía boliviana, “autonomiza” más las elecciones municipales y reduce el mandato presidencial a sólo 4 años.

Constitución de 4 de agosto de 1961, en el gobierno de Víctor Paz Estensoro, que pese a los 9 años anteriores de gobierno y las grandes transformaciones nacionales, ellas fueron canalizadas “por Decreto Ley o Decreto Supremo”, como el caso de la nacionalización de las minas, el voto universal, la reforma educativa, la legislación en materia de seguridad social, la reforma agraria y otras. Esta Constitución “constitucionaliza” (valga la redundancia) dichas transformaciones, sobre la base de “lo ya obrado”.

Constitución de 2 de febrero de 1967, durante el gobierno de René Barrientos Ortuño, que en gran parte mantuvo su validez hasta el año 2009 inclusive. Mantiene gran parte de la Constitución de 1961, fija el mandato presidencial de 4 años y la mayoría absoluta de su elección; crea el recurso de amparo constitucional y depura el régimen agrario y campesino.

Reforma constitucional de 12 de agosto de 1994, durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada que establece el período presidencial y legislativo de 5 años, la reelección discontinua por una sola vez, crea el Consejo Nacional de la Judicatura, el Tribunal Constitucional y el Defensor del Pueblo, modificando finalmente el mandato de Alcaldes de 2 a 5 años. A pesar de los avances en materia control fiscal, control social, participación popular, apertura hacia la interculturalidad y otros aspectos más, esta reforma fue calificada como “neoliberal”.

Reforma de 20 de febrero de 2004, durante el gobierno de Carlos Diego Mesa Gisbert que, en el fondo, buscaba viabilizar salidas pacíficas y concertadas a la crisis política y social cuya eclosión en las denominadas “guerra del agua” y “guerra del gas” habían precipitado la dimisión y salida del presidente Sánchez de Lozada. Establece la figura del Referéndum consultivo y vinculante, la Asamblea Constituyente y la Iniciativa Legislativa Ciudadana, en algún sentido rescata la doctrina de 1826 en cuanto a la rigidez constitucional para su reforma, estableciendo la posibilidad de convocatoria a una Asamblea Constituyente.

Modificaciones de 2005, que en definitiva sólo buscaban viabilizar el reencauce en la organización del Ejecutivo, para lograr una “salida democrática” a la crisis agravada por la renuncia de Carlos Diego Mesa Gisbert, y el clamor popular de renovar totalmente la composición del Legislativo y el Ejecutivo, que finalmente culminó con la llegada de Juan Evo Morales Ayma (algunos afirman que en verdad su nombre originario fue Juan Evaristo Catari Ayma, lo cual no es relevante para el caso) al poder.

Como se puede ver, entre las cosas que más han cambiado a través de la historia boliviana está, precisamente, la Constitución, algunas de las reformas o sustituciones completas han sucedido en términos menores a una década, especialmente cuando se quería “contradecir” o “dar reversa” a las medidas gubernamentales antecesoras. De este modo, los líderes o gobernantes de turno (ya que hay diferencias fundamentales entre líder y gobernante) echaban mano de su popularidad, o poder, para intentar “escribir en piedra” (cuando en realidad lo hacían en arena) no sólo su propia óptica sino también viabilizar su permanencia en el mando, acomodando, o forzando, teorías, doctrinas y principios con una finalidad que en algunos casos todo tenía menos generalidad, universalidad, objetividad e impersonalidad, cualidades necesarias a todo marco jurídico que aspire a trascender las personas o grupos, los momentos o épocas, y las circunstancias o crisis.
¿Cuánto ha cambiado la constitucionalidad en Bolivia? Mucho… ¿Cuánto ha cambiado la realidad y situación de los bolivianos? Ciertamente poco. Más fue el ruido que las nueces.
Ahora que Bolivia suma una más a su serie de constituciones, y que, como era previsible, comienza a mostrar sus facetas buenas, que las tiene (porque lo que está bien, “está bien”), pero también sus problemas, que los tiene (no decirlo sería una deslealtad intelectual), comienza a relucir la necesidad de entender que los países no cambian, menos mejoran, por obra y gracia de sus leyes, sino por la obra paciente, personal, continua, fatigosa, azarosa, frustrante a veces, pero necesaria, de sus hijos, algo que no siempre los bolivianos hemos estado dispuestos a hacer, mucho menos si, como nadie quiere hacerla de verdad, debe comenzar por nosotros mismos, muchísimo menos si sabemos que todo ello implica algo que, en el fondo no parece entusiasmarnos precisamente: trabajar y dar el ejemplo…
Nueva Constitución sí, o nueva Constitución no, Bolivia, luego de Enero de 2009, no se transformó…
Así como el fantasma del entonces famoso y atemorizante Y2K se fue desvaneciendo en el horizonte posterior que se llevaba consigo los añorados años “mil novecientos y tantos…”, la idea, el sueño, el anhelo del “milagro constitucional”, con su retórica de adjetivos y buenas intenciones, que supuestamente iba a hacer despertar a los bolivianos a una “nueva era”, parece estarse difuminando como una nubecilla atrevida que se adelanta a la primavera, y acaba siendo devorada por el cielo azul en una tarde invernal, mucho más intolerante cuanto más se acerca a su final cíclico.
Bolivia no cambiará si los bolivianos no cambiamos. Nunca habrá una nueva Bolivia sin bolivianos nuevos. Alguien dijo que los verdaderos bolivianos nuevos son la niñez que pueda crecer lejos de lo que puede contaminar su transparencia con aquello que todos sentimos malo pero que tenemos dentro. Entonces que…?
El verdadero “proceso de cambio”, como algunos lo proclaman, no comienza por cambiar a los demás sino por cambiar uno mismo, así, se llega a la convicción de que antes de ese proceso de cambio, se necesitaría previamente un “cambio de proceso” para hacerlo viable de verdad (parece un juego de palabras, no?). Sin ello, sin cambiar la forma en que vemos nuestras vidas, sin realizar en nosotros lo que queremos realizar en lo demás, nada cambiará.
No se puede manipular el ritmo ni la dinámica de la vida, incluso de la nuestra propia, si no comenzamos por tomar el control de nuestros actos para encaminarlos según nuestros buenos ideales. No se puede exigir a los demás algo que no hemos logrado en nosotros, sencillamente porque nada, aparte de aquello, nos da autoridad moral para hacerlo. Entonces, cómo cambiar Bolivia sin que cambien los bolivianos? Cómo cambiar los bolivianos si sólo se lo predica y no se lo practica? Cómo esperar, o animar, a que cambien los demás si nosotros no lo hacemos? Como esperar que uno cambie si… (y así, sucesivamente).

Bolivia ya tiene una nueva Constitución; ahora, para encaminarse a ser un país mejor, como lo deseamos quienes vivimos en este país bienaventurado pero desventurado al mismo tiempo, sólo le falta nuevos (y ante todo “buenos”) bolivianos…

Ukamau la cosa…

La industria del disparate

Autor: Alicia Gallotti (Wanted).
Fuente: “Perspectiva”, Bolivia.

Tras la puerta de entrada, una ristra de cartelitos dice “Bienvenido” en varios idiomas. El ambiente está iluminado con una lámpara de papel chino y otra que —a lo mejor— ganó un premio al diseño. Cuelgan móviles de animales que se segmentan al moverse. Las grandes ilustraciones que cubren las paredes muestran a Raquel Welch cruzándose las piernas en cama ajena y al “Lole” Reutemann —ganador sólo en los pósters— pegando una curva en tecnicolor. Junto a la biblioteca un póster descubre a una nena diciendo “Este es el palito de abollar ideologías” y a un nene señalándose el ombligo diciendo “Eta fidma de mamá ¿tí?”. Más allá, un falso cartel de estacionamiento, anunciando que está prohibido estar de mal humor de 0 a 24 hs. Sobre un estante, un almanaque enseña diariamente a su usuario a embocar la pelota y otro a meter bien en la argolla. En la mesa, hay tres ceniceros encasquetables, un cuaderno con forro de plástico que intenta explicar en qué se va el dinero, y un móvil con pequeñas pelotas plateadas sostenidas con un alambre. Sobre la mesa de luz están las pertenencias del usuario, un llavero con una gota de mercurio, un portadocumentos que dice: “Mi prontuario” y una billetera que dice “ iPeligro! la mosca se extingue”. En una puerta, hay un cartel que dice “First Toilette Bank. Depósitos a toda hora”.

UNO PARA CONSUMIR.
¡Santo Cristo! ¿A qué abismos puede verse reducida una persona humana? Todo este desvarío surgió —según dicen— con los cambios que generó el mundo después de Mayo de 1968. Slogans como espadas no tardaron en bastardearse en artículos de consumo y los cuartos adolescentes fueron invadidos por frases como “La imaginación al poder” y “Prohibido prohibir”. Después, ya no hubo forma de parar esta plaga. Escuditos y distintivos dieron pie a una avalancha feroz que sepultó desde afuera a la moderada industria nacional que se conformaba con hacer sortijas de carozo de durazno, llaveritos de alambre, collares de “huayruru” y decoración de relojes con miniaturas de Copacabana.
Aquellos primitivismos agonizan hoy, sepultados por avalanchas de “En este lugar se enseña a sonreír”, “Aquí nos rompemos todo por Ud.”, “La virginidad es una enfermedad. Vacúnese” y una catarata de alfombras con forma de pie, espejos con forma de manzana o corazón, ceniceros como manos, velas, lápices, calcomanías, pósters, móviles, cajas, cajitas, cajones, tarjetas, fotografías, portalápices, lápices con perfume, almanaques y pisapapeles.

¿ERES O TE HACES?
El que tiene dinero ¿hace lo que quiere o lo que le imponen? Es un poco difícil de entender el florecimiento de la industria del disparate. Sus objetos generalmente tienen en común el hecho de que, o no sirven para nada, o cumplen su función bastante defectuosamente. Muy estéticos no son, puesto que en su mayoría se limitan a repetir formas ajenas. Muy originales tampoco, dado que se limitan a apoyarse en el diseño para modificar usos tradicionales. Y entonces ¿qué? ¿De puro graciosos? ¿Habrá que creerles a los que dicen que una sociedad casi harta necesita siempre cosas nuevas para seguir consumiendo, sin que importe su finalidad? Si es así, habría que darle más crédito al que inventó el póster “Bolivia, hay quien te ama y quien te U.S.A.”. O tragársela doblada e ir a comprar uno de esos cartelitos que dicen “Mejore su facha: ¡Sonría! “.
Que la industria de la pavada haya proliferado a estos extremos en sólo un lustro hace temer que en esos adomos con forma de paquidermos y rinocerontes de papel prensado que la integran, los latinos han querido reflejarse a ellos mismos. ¿Somos tan pavos para tanta pavada? Si la respuesta es afirmativa... “Sonríe, Dios te ama”.

NO PREGUNTO CUÁNTOS SON.
¿Quiénes son los principales consumidores de esta floreciente industria nacional? Una investigación infernal realizada entre fabricantes y vendedores de estos artículos coincide en que los compradores más importantes se ubican entre los 14 y los 25 años, sobre todo varones. La gente mayor compra para regalar a la gente joven, aunque nunca falta el tardío que compra un póster del Che Guevara para colocarlo encima de su espejo estilo Regence. En general, los compran porque se sienten “modernos”. Loado sea Dios.
Los consultados tienden a desglosar los pósters de los demás objetos, argumentando que son “vehículos de comunicación masiva”. Su bajo costo (como el de la mayoría de los demás productos de su especie) confirmaría esta visión. Los pósters serían, de acuerdo con esta hipótesis, una suerte de diario oral (como los murales que le gustaban a Mao) en el que la sociedad se ve reflejada. Tal cual.
Los pósters, como todo, tienen sus modas. Actualmente, por ejemplo, hacen furor los “tiernos”, que pretenden ser “dulces” de acuerdo a su mensaje. Entre los objetos, prevalecen los que imitan frutas, coletazo posible de la moda de la nostalgia de los años 40, cuando los sombreritos de Carmen Miranda simbolizaban todos los placeres fogosos que podía deparar el trópico ardiente.

UN MODO DE DECIR.
Cualquier psicoanalista de barrio podría aseverar que “la industria de la huevada” es una respuesta a la sociedad represora, es decir que se utilizan objetos para expresar cosas que no pueden decirse de otro modo. Una especie de industrialización actualizada de aquel tradicional cartel de los almaceneros: “Hoy no se fía, mañana sí”. Pues no se le puede fiar a nadie pero tampoco se puede caer en la grosería de decirlo frontalmente. La indirecta, que le dicen.
A través de un buen diseño, una textura linda y un bajo costo que obliga a vender mucho porque hay escaso margen por unidad, la industria de la huevada repta hasta asolar todos los páramos. A veces, sin proponérselo, alcanza el horror, como esos robots articulados que se usan como colgantes, los pósters con la propia imagen, los huevos con cartelito y las calcomanías para autos que son consideradas execrables hasta por los mismos vendedores, por razones obvias.
¿Qué motivos incitan a consumir? ¿Por qué esto es como es? ¿Qué lo provoca?
EL MENSAJE: el objeto expresa lo que se desea. El objeto se carga con las virtudes del que lo ofrece y disimula los defectos.
LA DEFINICIÓN ANTE LOS DEMÁS: el objeto define a quien lo posee. En su fantasía es “más moderno”, “menos chico” o “menos tonto” por tener esta cartuchera, aquella caja, este colgante.
EL FACTOR ECONÓMICO: el objeto nunca hace quedar mal porque tiene humor. Y se lo puede adquirir con chaucha y palito.
LA REPRESENTACIÓN: el objeto vale porque representa no lo que es, sino otra cosa. Curiosamente, estas representaciones la mayoría de las veces satirizan a los mismos usuarios.
LA EVASIÓN: el objeto permite hacer salir ansiedades que no encuentran una canalización aceptada. Es agredir sin molestar, es “joder” pero sin procurar que el otro se enoje. Es ser otro, aunque sea un poquito.

¡BASTA DE CHÁCHARAS!
Decenas de gansadas con tufo psicosociológico podrían enhebrarse en nombre de la industria de la huevada. Se pueden pautar zonas de consumo, rastrear el uso de las tarjetas humorísticas, los móviles con líquidos adentro o las pulseras de identificación. Se puede apelar a Levi-Strauss y todavía queda tela para la sanata. Tanta como para generar una nueva industria de la huevada que consistiría en crear elementos y condiciones destinados a cuestionar esa industria que, es hora de decirlo de una buena vez y sin tapujos, no jode a nadie, no idiotiza a nadie más de lo que se lo indica su test de Rayen, no coloniza a nadie más de lo que pueden obtener los medios de comunicación, hoy, en el país. Si es el objetivo oculto, está fuera del tema. La industria en sí no hace más que recoger las sobras de la metódica labor que desarrollan las demás.

MI AMIGO ROQUE DICE:
En rigor de verdad, la industria del disparate no es tan nueva como pareciera. Ya en la década de los 50 erogábamos los pequeños fondos de nuestro “recreo” escolar para llenar de fotografías un llamado “Álbum de las estrellas”. Es evidente, sin embargo, que conforme fue desarrollándose la sofisticación técnica y electrónica en prensa, radio y televisión, la receptividad de la gente se acentuó en el marco de una ingenuidad hasta cierto punto alarmante.
No es preciso estar dotado de gran criterio o talento para la promoción publicitaria; no es importante contar con la aprobación legal de ninguna entidad oficial; ni siquiera es preciso ser boliviano para impulsar con éxito el auge de cada nuevo disparate en el país. El color y/o los efectos sonoros realizan con eficiencia su trabajo respaldado con el innegable atractivo del diseño de un mundo irreal. Y la irrealidad es el único ámbito que al parecer queda para alcanzar como ideal, cuando la crudeza amarga de la verdad se hace cotidiana y pesada.
Cabe reconocer, empero, el notable sentido psicológico que caracteriza a quienes, en latitudes nórdicas, crean cada nueva moda, y su habilidad para difundirlas rápidamente a través de todo el orbe. El reconocimiento de esa habilidad y ese sentido nos ayuda a explicarnos cómo se ha consagrado la irrelevancia en nuestros países, promocionando estupideces que luego reditúan millones de dólares como ganancias a las centrales metropolitanas y las subsidiarias de la periferia.
Los objetivos se han definido en dos sectores: los pósters con poemas de Cardenal, Benedetti y Neruda, para gente de 18 a 25 años, y los muñecos y álbumes para el mundo infantil. Obviamente, es este último el que sin siquiera sospecharlo, recibe en mayor grado el efecto de esa promoción, porque sobrepasa su capacidad de análisis, ante la pasividad de los mayores.
El cambio ha sido tremendo. Las muñecas para varones —idea aberrante para los chicos de hace quince años— abren la brecha seguidas de una infinidad permanentemente renovable de implementos fantásticos. El “dinky toy” y el “mecano” resultan obsoletos y ridículos frente a la arrolladora vigencia de los “falcon”, los “he-man” y los “transformers”. Su acción obnubiladora viene complementada con la técnica y el color del engaño a través de videos y “hataris” que no dejan nada para la imaginación y la inventiva. Paralelamente, en una brillante acción de subliminal estrategia, arremeten sin pausa ni clemencia los famosos álbumes de figuritas, camuflados en el color rosa de la ternura o el brillante espectro de la aventura. Todo vale, sin límite. Vale llenar de vaciedad el tiempo y la inquietud de los niños; vale pintar —con lápices perfumados— un camino esponjoso donde se hundan las inquietudes; vale tapiar —con autoadhesivos— el horizonte de un desafiante porvenir.
La industria del disparate se caracteriza por su fidelidad inalterable hacia sus propósitos: nunca enseña algo, siempre significa nada. Aprender, experimentar, proponer, han pasado de moda. Así se intensifica la importación de necedades, cada vez en mayor volumen, a estos países de Dios.
Y no digo más, porque yo también, por hoy, “quiero ser cariñosito”.
Ukamau la cosa...