Fuente: yo (Quásar)
Hola… Si en este o los artículos venideros que “cometa” a partir de hoy, hubiere aspectos que comentar, observar y/o criticar, estaré gustoso de recibirlos, siempre que sean decorosos y sinceros, sin importar que también sean incluso extremos, ya que así son los debates, verdaderos “combates de ideas”, pero siempre al estilo caballeresco… Gracias por anticipado.
Ahora bien, recuerdo que por mi afición incurable a la informática y todo lo que ella involucra, allá por las últimas horas del anterior milenio (11 y tantos de la noche del 31 de diciembre del año 1999), yo y uno de mis hermanos, con similar adicción, nos parapetamos ante nuestros respectivos teclados y pantallas para asistir al dramático cambio, y posibles consecuencias que se decía iban a sobrevenir a causa de la tacañería de los programadores del mundo que años, en su afán de ahorrar líneas de código y preciosos bytes, habían mutilado los primeros dígitos de cada año, sembrando así la futura semilla de ese monstruo llamado Y2K.
Mientras en la ciudad se aceleraba la algarabía de despedir un año para recibir otro, nosotros conversábamos por teléfono, con mayor frecuencia y ansiedad conforme pasaban las horas y luego los minutos, revisando lo que decían algunos reportes y artículos dispersos en Internet sobre lo que podría pasar el momento solemne que otros esperaban pero nosotros parecíamos “medio-temer”.
Llegado el momento trascendental del cambio de fecha, no estábamos seguros de lo que realmente iba a pasar, sólo teníamos la impresión de que lo que fuera tendría que repetirse mil años después, y considerando nuestra esperanza de longevidad, valía la pena interesarse en experimentarlo de primera mano.
Llegó el momento, la algazara de bocinas, petardos, brindis y apagones de saludo convertían la urbe en un caos pasajero… y en nuestros ordenadores lo que pasó fue, para decirlo en una sola palabra: nada… una sensación de nada que me provocaba alivio y decepción al mismo tiempo, alivio porque no sucedió lo que se temía: centrales telefónicas colapsadas, bancos con finanzas traslapadas, y demás; pero también decepción principalmente por mi expectativa de presenciar en persona algo realmente global se hizo pedazos.
Cuando más, la fecha del sistema se desarregló “un poco”, según lo supimos después, en los ordenadores que aún funcionaban sobre el respetable pero ya superado MS-DOS, mientras que en la mayoría, casi la totalidad, que usaban Windows, no hubo nada que haya justificado el desvelo.
La vida seguía igual…
Cuando telefoneé momentos después a mi hermano, nadie respondió. Según supe luego, él había sido coaccionado por su esposa, y los familiares de ella, a unirse a la fiesta que improvisaban, quedando sólo yo para experimentar el cambio de milenio, en el que, para decir la verdad, no cambió nada.
Por qué recuerdo este episodio que a esta distancia resulta banal o indigno de ser rememorado? A ver…
En mi Bolivia natal, a partir del año 2005 o incluso antes, subió de tono la opinión de que ya era hora de enfrentar la nueva realidad general del país, y que ya todo estaba demasiado cargado de remiendos, políticas-parche, avances sociales a media marcha, institucionalidad que se modificaba pero no cambiaba en verdad, sistema legal que avanzaba pero no mejoraba, y finalmente una Constitución Política del Estado que instaurada el año 1967, ya tenía demasiados añadidos, idas y venidas, enmiendas y reformas que al final ni se parecía a su imagen original, ni tampoco a como se la quería asumir, había llegado la hora de elaborar una nueva Constitución que fuera la base, semilla y punto de partida para “refundar” el país, rescatándola de sus contradicciones, “descolonizándolo” (ello merece comentarios que por ahora no haré para no “perder el hilo”)
Del 2003 al 2005 la política boliviana atravesó un torbellino que finalmente pareció apaciguarse cuando luego, a inicios del 2006 Evo Morales se sentó en la silla principal del Palacio Quemado, cuyo atractivo y encanto parece obnubilar a cuantos osan o aspiran a sentarse en ella.
Finalmente hubo Asamblea Constituyente… Y luego de las peripecias propias del folklore político boliviano, finalmente hubo una Nueva Constitución.
Hubo mucha gente que, con razón o sin ella, depositó muchas expectativas e incluso ilusiones en que esta nueva Constitución promovería no sólo un cambio, porque cualquier cambio no es el que precisamente se desea o necesita, sino un cambio que acabe con los problemas que todos dicen odiar (no sin razón) pero que muchos (aunque no todos) parecen disfrutar haciéndolos más difícil. Asimismo, hubo muchos que pronosticaban el acabóse del clima precario de sentido común que todavía parecía quedar. Optimistas y escépticos, más la inmensa muchedumbre de bolivianos que sólo podíamos espectar las pirotecnias de regocijo o las caras de desasosiego, según adonde se mire, llegamos al momento de enero de 2009, cuando se promulgó la Nueva Constitución. Entonces, el momento del Cambio de Era tan deseado para unos, o el Y2K tan temido para otros se reveló en toda su plenitud. ¿Qué paso entonces, o a partir de entonces?...Nada… (en serio…!)
Si de cambios, o de “procesos de cambio” se trata, Bolivia tiene mucho que enseñar a otros países, claro que el que lo quieran aprender ya es otra cosa. Si de “nuevas constituciones” se trata, Bolivia es un verdadero prototipo “for export”. Aparte de tener más golpes de Estado que presidentes democráticos, Bolivia tiene un verdadero álbum de “nuevas constituciones”, cada cual con sus buenos deseos y sus “nuevos modelos” de Estado que, aunque inaugurados con visible buena fe (salvo excepciones), cambiaron los artículos y las palabras pero no la realidad.
Qué envidia (en el sentido constructivo del término) por algunos países (ustedes, queridos ciber-lectores, saben a cuáles me refiero) que tienen lo que podría llamarse una solemne “austeridad constitucional” que con sólo una, ni siquiera escrita, con tan pocos artículos que incluso es posible aprenderlos de memoria, les bastado para sobrepasar con fortuna siglos enteros.
Entonces, la gran pregunta: ¿las nuevas constituciones hacen nuevos países? Si la respuesta fuera afirmativa Bolivia ya debió ser nueva varias veces; sin embargo sigue siendo la misma, compleja, hermosa, sufrida, estoica, rica, despojada, antigua, joven, poco feliz, muy promisoria…
Claro está, a esta altura de la vida, que las nuevas constituciones no hacen cambios positivos sino que los cambios positivos se reflejan en nuevas constituciones. Y yendo más allá, hay países cuya constitución no ha cambiado pero ellos sí, y generalmente para bien, ¿dónde está la clave?
A ver, a grandes rasgos hagamos una reseña global de las Constituciones y Reformas Constitucionales de la historia boliviana, teniendo a la mano, para gran parte de ello los preciosos datos de Félix Ciro Trigo en su obra “Las Constituciones de Bolivia”, Editorial del Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1958:
Constitución vitalicia o bolivariana de 19 de noviembre de 1826, enviada por Simón Bolívar desde Lima en junio de 1826 y promulgada el 19 de noviembre del mismo año, Constitución aprobada “sin oposición alguna”, por razones obvias, varias de las cuales están mencionadas en el libro “El Tabú Bolivarista” del insigne orureño Marcos Beltrán Ávila.
Constitución de 14 de agosto de 1831, durante el gobierno de Andrés de Santa Cruz Calahumana, que modifica varias estructuras del Poder Legislativo y consolida el Poder Judicial.
Constitución de 16 de octubre de 1834, durante la gestión del mismo Andrés de Santa Cruz, esencialmente orientado a viabilizar la Confederación Perú-Boliviana.
Constitución de 26 de octubre de 1939, en el gobierno de José Miguel de Velasco, que anula varias disposiciones de la anterior y restaura algunas de la Constitución Bolivariana.
Constitución de 11 de junio de 1843, durante el gobierno de José Ballivián, que concentra visiblemente más atribuciones en le Ejecutivo, incluyendo la atribución de paralizar el Legislativo.
Constitución de 20 de septiembre de 1851, en el gobierno de Manuel Isidoro Belzu, que aunque tildado de populista en su época, limita los poderes gubernamentales y prohíbe la reelección presidencial.
Constitución de 29 de julio de 1861, en la gestión de José María Achá, vista como mucho más liberal que la anterior que, aparte de suprimir la autonomía municipal, limita aun más las atribuciones del Ejecutivo.
Constitución de 17 de septiembre de 1868, en el gobierno de Mariano Melgarejo, que restablece la reelección continua y favorece la feudalización de las tierras.
Constitución de 9 de octubre de 1871, en el gobierno de Agustín Morales, que se opone en gran parte a la anterior, promulga la religión católica como la oficial del Estado y consagra el sistema legislativo unicameral.
Constitución de 14 de febrero de 1878, durante el gobierno de Hilarión Daza, que se proclama como liberal, restablece la bicameralidad, crea la Vicepresidencia y define el sistema de designación de autoridades del Poder Judicial.
Constitución de 17 de octubre de 1880, durante el gobierno de Narciso Campero, que modifica la anterior, establece la libertad de culto, crea una Segunda Vicepresidencia de la República y se orienta hacia la descentralización.
La Asamblea Constituyente de 1899. En la que se enfrentan las clases políticas de Chuquisaca y de La Paz, signadas como conservadoras y liberales (federales) respectivamente, además del influjo tras-bambalinas de los Barones de la Plata. Discute la cuestión de la capitalía y sede de gobierno del país, funciona en Oruro y termina en lo que políticamente se dio en llamar un “empate desastroso”, con una indefinición que posteriormente desencadena un cruento enfrentamiento social y regional conocido como Revolución Federal, pese a lo cual prevaleció el sistema unitario.
La convención-congreso de 24 de enero de 1921, durante el gobierno de José Gutiérrez Guerra que, entre otras cosas, elimina la figura de Segundo Vicepresidente de la República y declara la vigencia de la Constitución Política de 1880, como intento de zanjar el desorden imperante a la época.
Referéndum de 11 de enero de 1931, organizado por la Junta Militar que gobernaba entonces, que intenta consagrar “garantías constitucionales” como el hábeas corpus, instaura un régimen económico y social, aprueba la autonomía universitaria, prohíbe la reelección presidencial inmediata y establece la Contraloría General de la República.
Constitución de 30 de octubre de 1938, durante el gobierno de Germán Busch Becerra, de corte populista y nacionalista, que puede considerarse como continuación de las orientaciones anteriores, introduce más regímenes constitucionales (social, familiar, cultural y campesino agrario), prohíbe el derecho de propiedad de tierras a extranjeros en las regiones de frontera y limita varias medidas liberales.
Constitución de 24 de noviembre de 1945, en el gobierno de Gualberto Villarroel. Que profundiza la orientación de Busch, aunque ratifica la propiedad privada; consagra el fuero sindical y el voto femenino en elecciones municipales, extendiendo también el mandato presidencial en seis años.
Constitución de 26 de noviembre de 1947, durante el gobierno de Enrique Hertzog, que suspende la anterior, establece nuevas formas de adquisición de la ciudadanía boliviana, “autonomiza” más las elecciones municipales y reduce el mandato presidencial a sólo 4 años.
Constitución de 4 de agosto de 1961, en el gobierno de Víctor Paz Estensoro, que pese a los 9 años anteriores de gobierno y las grandes transformaciones nacionales, ellas fueron canalizadas “por Decreto Ley o Decreto Supremo”, como el caso de la nacionalización de las minas, el voto universal, la reforma educativa, la legislación en materia de seguridad social, la reforma agraria y otras. Esta Constitución “constitucionaliza” (valga la redundancia) dichas transformaciones, sobre la base de “lo ya obrado”.
Constitución de 2 de febrero de 1967, durante el gobierno de René Barrientos Ortuño, que en gran parte mantuvo su validez hasta el año 2009 inclusive. Mantiene gran parte de la Constitución de 1961, fija el mandato presidencial de 4 años y la mayoría absoluta de su elección; crea el recurso de amparo constitucional y depura el régimen agrario y campesino.
Reforma constitucional de 12 de agosto de 1994, durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada que establece el período presidencial y legislativo de 5 años, la reelección discontinua por una sola vez, crea el Consejo Nacional de la Judicatura, el Tribunal Constitucional y el Defensor del Pueblo, modificando finalmente el mandato de Alcaldes de 2 a 5 años. A pesar de los avances en materia control fiscal, control social, participación popular, apertura hacia la interculturalidad y otros aspectos más, esta reforma fue calificada como “neoliberal”.
Reforma de 20 de febrero de 2004, durante el gobierno de Carlos Diego Mesa Gisbert que, en el fondo, buscaba viabilizar salidas pacíficas y concertadas a la crisis política y social cuya eclosión en las denominadas “guerra del agua” y “guerra del gas” habían precipitado la dimisión y salida del presidente Sánchez de Lozada. Establece la figura del Referéndum consultivo y vinculante, la Asamblea Constituyente y la Iniciativa Legislativa Ciudadana, en algún sentido rescata la doctrina de 1826 en cuanto a la rigidez constitucional para su reforma, estableciendo la posibilidad de convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Modificaciones de 2005, que en definitiva sólo buscaban viabilizar el reencauce en la organización del Ejecutivo, para lograr una “salida democrática” a la crisis agravada por la renuncia de Carlos Diego Mesa Gisbert, y el clamor popular de renovar totalmente la composición del Legislativo y el Ejecutivo, que finalmente culminó con la llegada de Juan Evo Morales Ayma (algunos afirman que en verdad su nombre originario fue Juan Evaristo Catari Ayma, lo cual no es relevante para el caso) al poder.
Como se puede ver, entre las cosas que más han cambiado a través de la historia boliviana está, precisamente, la Constitución, algunas de las reformas o sustituciones completas han sucedido en términos menores a una década, especialmente cuando se quería “contradecir” o “dar reversa” a las medidas gubernamentales antecesoras. De este modo, los líderes o gobernantes de turno (ya que hay diferencias fundamentales entre líder y gobernante) echaban mano de su popularidad, o poder, para intentar “escribir en piedra” (cuando en realidad lo hacían en arena) no sólo su propia óptica sino también viabilizar su permanencia en el mando, acomodando, o forzando, teorías, doctrinas y principios con una finalidad que en algunos casos todo tenía menos generalidad, universalidad, objetividad e impersonalidad, cualidades necesarias a todo marco jurídico que aspire a trascender las personas o grupos, los momentos o épocas, y las circunstancias o crisis.
¿Cuánto ha cambiado la constitucionalidad en Bolivia? Mucho… ¿Cuánto ha cambiado la realidad y situación de los bolivianos? Ciertamente poco. Más fue el ruido que las nueces.
Ahora que Bolivia suma una más a su serie de constituciones, y que, como era previsible, comienza a mostrar sus facetas buenas, que las tiene (porque lo que está bien, “está bien”), pero también sus problemas, que los tiene (no decirlo sería una deslealtad intelectual), comienza a relucir la necesidad de entender que los países no cambian, menos mejoran, por obra y gracia de sus leyes, sino por la obra paciente, personal, continua, fatigosa, azarosa, frustrante a veces, pero necesaria, de sus hijos, algo que no siempre los bolivianos hemos estado dispuestos a hacer, mucho menos si, como nadie quiere hacerla de verdad, debe comenzar por nosotros mismos, muchísimo menos si sabemos que todo ello implica algo que, en el fondo no parece entusiasmarnos precisamente: trabajar y dar el ejemplo…
Nueva Constitución sí, o nueva Constitución no, Bolivia, luego de Enero de 2009, no se transformó…
Así como el fantasma del entonces famoso y atemorizante Y2K se fue desvaneciendo en el horizonte posterior que se llevaba consigo los añorados años “mil novecientos y tantos…”, la idea, el sueño, el anhelo del “milagro constitucional”, con su retórica de adjetivos y buenas intenciones, que supuestamente iba a hacer despertar a los bolivianos a una “nueva era”, parece estarse difuminando como una nubecilla atrevida que se adelanta a la primavera, y acaba siendo devorada por el cielo azul en una tarde invernal, mucho más intolerante cuanto más se acerca a su final cíclico.
Bolivia no cambiará si los bolivianos no cambiamos. Nunca habrá una nueva Bolivia sin bolivianos nuevos. Alguien dijo que los verdaderos bolivianos nuevos son la niñez que pueda crecer lejos de lo que puede contaminar su transparencia con aquello que todos sentimos malo pero que tenemos dentro. Entonces que…?
El verdadero “proceso de cambio”, como algunos lo proclaman, no comienza por cambiar a los demás sino por cambiar uno mismo, así, se llega a la convicción de que antes de ese proceso de cambio, se necesitaría previamente un “cambio de proceso” para hacerlo viable de verdad (parece un juego de palabras, no?). Sin ello, sin cambiar la forma en que vemos nuestras vidas, sin realizar en nosotros lo que queremos realizar en lo demás, nada cambiará.
No se puede manipular el ritmo ni la dinámica de la vida, incluso de la nuestra propia, si no comenzamos por tomar el control de nuestros actos para encaminarlos según nuestros buenos ideales. No se puede exigir a los demás algo que no hemos logrado en nosotros, sencillamente porque nada, aparte de aquello, nos da autoridad moral para hacerlo. Entonces, cómo cambiar Bolivia sin que cambien los bolivianos? Cómo cambiar los bolivianos si sólo se lo predica y no se lo practica? Cómo esperar, o animar, a que cambien los demás si nosotros no lo hacemos? Como esperar que uno cambie si… (y así, sucesivamente).
Bolivia ya tiene una nueva Constitución; ahora, para encaminarse a ser un país mejor, como lo deseamos quienes vivimos en este país bienaventurado pero desventurado al mismo tiempo, sólo le falta nuevos (y ante todo “buenos”) bolivianos…
Ukamau la cosa…