viernes, 28 de octubre de 2011

Peter Tamm, el príncipe de las mareas

Autor: Bruno Pasarelli
Fuente: Conozca Más. Enero, 1996

Es un magnate de la prensa alemana y dueño del mayor museo naval del mundo. En su palacio de Hamburgo reunió 18.000 miniaturas de buques, 1.000 banderas, 80.000 libros y un arsenal que podría equipar una flota.
El amor al mar es contagioso y lleva a los hombres a hacer cosas aventuradas, insólitas y arriesgadas. Navegar es necesario, decía el poeta portugués Fernando Pessoa, y agregaba que lo era aún más que vivir. Algunos navegantes se dejaron llevar por el mar amante y descubrieron continentes. Otros buscaron aventuras doblando el cabo de Hornos en pequeños veleros, o dando la vuelta al mundo solos. Y hay los que aman el mar a través de los objetos y las naves con que los hombres lo recorren.
En Alemania, entre los árboles de la avenida Elbchaussee de Hamburgo, junto a la desembocadura del Elba en el mar Báltico, una vieja e histórica mansión es el monumento al amor por el mar de un ex-cadete naval, ex-periodista y millonario, Peter Tamm. La casona aloja la mayor colección del mundo de maquetas navales, una de las mayores de banderas, uniformes y documentos, y un arsenal que sería la envidia de algunos países menores. En su jardín, como avisando lo que el visitante encontrará al entrar, monta guardia una lancha torpedera de la Armada de la desaparecida Alemania Oriental.
Peter Tamm comenzó su colección de artefactos navales cuando tenía apenas seis años y armó su primera maqueta. A los 17 años, en 1945, era un joven cadete naval que se felicitaba de haber sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial y se preguntaba qué nueva carrera elegir, ya que su derrotado país no iba a tener una Marina de guerra por muchos años más. Con los años, Tamm se transformó en un alto gerente del grupo Springer, la editorial más grande de Alemania, que publica el diario Bild. Ya retirado, reunió sus colecciones y creó el Instituto de Navegación e Historia Marina. El primer paso fue la compra, en 1988, de la casona de Elbchaussee, una mansión construida en 1865 para un armador naviero y que luego fuera del príncipe Otto de Bismarck y del kaiser Guillermo II. La casa aloja muchas obras de arte, frescos y ornamentaciones únicas, y fue cuidadosamente restaurada a su condición original. La historiadora búlgara Anna Nikoloff comenzó en 1993 a catalogar las piezas del Instituto y a prepararlas para su exhibición y estudio. Lo primero en prepararse, claro, fueron las 18.000 maquetas en miniatura (la escala es de apenas 1 en 1.250) de buques de todas las épocas. La colección incluye todos los principales tipos de naves usadas en la historia, desde las galeras egipcias hasta los portaviones nucleares. Estas miniaturas comparten los salones de la mansión con maquetas mayores —45 a 48 veces más pequeñas que el original— que se destacan por la perfección de sus detalles. Algunas, además, son únicas: la colección incluye una réplica en oro puro de la Santa María, la carabela insignia de Cristóbal Colón, junto a pequeñas naves hechas de ámbar, marfil y plata. En una sala reposa la mayor colección existente de los barcos hechos en huesos humanos por marineros franceses prisioneros de Inglaterra durante las guerras napoleónicas.
Los modelos mayores, los de escala 1 en 45 o 1 en 48, incluyen algunas de las naves más destacadas de la historia naval mundial. Allí se pueden apreciar buques como el Yamato, el mayor acorazado jamás construido, que fue botado en 1940 y hundido por los norteamericanos en 1945. También puede verse el Meteor IV, velero del kaiser alemán Guillermo II, y el Chesapeake, la fragata norteamericana capturada en 1813 por una nave mucho menor de la Armada británica, en una de las más famosas acciones de combate de la guerra anglo-americana de 1812-1814.
La maqueta de la Chesapeake es justamente famosa: mide 144 centímetros de largo, y fue construida en huesos de ballena coloreados por los marineros de la fragata capturados en el combate. Los historiadores navales consideran esta maqueta la más perfecta alguna vez realizada.
Argentina está presente en el Instituto, que cuenta con miniaturas de casi todos los navíos de la flota de mar de la Armada y con réplicas de buques extranjeros relacionados con su historia. Por ejemplo, se puede ver una detallada reproducción del acorazado de bolsillo Graf Von Spee, que fue arrinconado en el Río de la Plata por cruceros ingleses en 1939. Su comandante, el capitán Langsdorff, hundió la nave en el canal central del río, puso a salvo su tripulación en Buenos Aires, y se suicidó en un hotel de Retiro. También está en exhibición el Deutschland, un buque gemelo del perdido en el río.
Cerca del Spee y el Deutschland, se puede ver una verdadera curiosidad, el primer portaviones alemán. Comisionado hacia el fin de la guerra, cuando la política de la industria armamentística nazi ya era errática, el portaviones nunca fue botado ni bautizado. Los rusos lo capturaron casi terminado en su astillero en mayo de 1945, y se lo llevaron a remolque a su puerto nórdico de Leningrado. El desafortunado buque tampoco llegó a servir en la Armada Roja, porque se hundió antes de llegar a su nuevo puerto. Para tener su maqueta, Tamm tuvo que conseguir los planos originales de la nave, y mandar a hacer su maqueta en escala.
En el mismo salón se pueden ver modelos de submarinos de la más alta tecnología. Uno de ellos es una nave soviética que es el mayor sumergible jamás construido, grande como un crucero de superficie y capaz de bajar hasta los 1.000 metros de profundidad, navegando a 80 kilómetros por hora. Junto a los submarinos, una colección de réplicas de buques-tanque que historia su evolución desde el primero construido, un modelo de 1889 que transportaba 1.390 toneladas de petróleo, hasta el mayor botado alguna vez, el Cristina Onassis, capaz de transportar más de 500.000. Las series históricas incluyen réplicas de naves del almirante inglés Nelson —el triunfador de Trafalgar—, del buque de Américo Vespucci, de un crucero ruso que participó en la revolución de 1905, y del brig de guerra Jamaica, botado en 1710, y el primer navío en izar la bandera norteamericana, en 1790.
Otra sala del Instituto alberga la mayor colección existente en el mundo de pinturas sobre temas navales, que incluye piezas del 1500 hasta nuestros días. Al lado, están ya disponibles los 80.000 libros de la biblioteca especializada, y los historiadores trabajan clasificando las miles de cartas navales de la colección, que incluyen algunas de las primeras que se hayan dibujado. Cientos de cajas de archivo guardan una inmensa masa de documentos relacionados con la historia de la navegación, incluyendo 500 autógrafos de almirantes famosos —50 de ellos del almirante Nelson—, 30.000 planos originales de navíos antiguos y modernos, un millón de fotografías, y 2.000 películas documentales y de ficción. La colección documental se completa con condecoraciones, medallones conmemorativos, porcelanas y 1.000 banderas de guerra, entre ellas una insignia de combate de la Armada Argentina y el estandarte imperial del kaiser Guillermo II.
Los restauradores del instituto trabajan activamente preparando la sección uniformes, que incluye originales y réplicas, que serán exhibidos en maniquíes que reproducen a marinos célebres de todas las épocas. La sección incluye una verdadera joya, un uniforme original de un marino de la tripulación de lord Nelson, que data de principios del siglo pasado. Otro original es el centenario uniforme de capitán naval argentino que el almirante Ferrer le regaló a Peter Tamm para su museo. En 1992, Tamm visitó este país y fue agasajado como sueña un amante del mar: navegó en buques argentinos, y se sumergió en un submarino de la Armada construido en el astillero alemán Nordseewerke.
En vitrinas especiales, el Instituto exhibe piezas únicas. Por ejemplo, una pequeña colección de raros bastones de mando de comandantes supremos de la armada alemana, que incluyen el de Enrique de Prusia —hermano del kaiser Guillermo y comandante naval durante la Primera Guerra Mundial— fundido por un orfebre en 1909. Otras piezas destacadas son los bastones de los almirantes de la Segunda Guerra Erich Raeder y Karl Donitz. Este último le regaló personalmente su bastón a Tamm y es una pieza histórica especial: Donitz comandó las flotas de submarinos alemanes que atacaron el tráfico naval aliado en el Atlántico Norte entre 1940 y 1944, y fue el sucesor de Hitler, luego de que el dictador se suicidara, encargándole en su testamento rendir el país.
Finalmente, claro, están las armas. La colección incluye desde lo invaluable, como las espadas persas de 3.000 años de antigüedad, hasta lo impactante, como la enorme y todavía artillada lancha torpedera de Alemania Oriental que recibe a los visitantes en el jardín del Instituto. También llaman la atención las armas de mano de todo tipo, como una tanaka —espada samurai— regalada por el emperador Hirohito a un alto jefe naval alemán. Junto a este verdadero arsenal, se exhiben los instrumentos técnicos de la guerra: comunicaciones, aparatos ópticos y de navegación, máquinas para descifrar claves y, más inocentemente, la maquinaria usada para construir réplicas a escala de navíos.
Casi un sueño, este Instituto, es un verdadero Edén para los amantes del mar. No es casual, ya que la casona de Hamburgo aloja la mayor colección de piezas navales del planeta: no hay nada que se compare a lo que Peter Tamm logró reunir en 61 años de colecciones.

LA PASIÓN DE TODA UNA VIDA.
Para su fundador, el Instituto es mucho más que un museo: es una herramienta de investigación de la historia naval.
Para Peter Tamm, exhibir sus colecciones es darle un mayor sentido a una pasión que dominó toda su vida. “Mi vida iba a vivirse en el mar, yo iba a ser marino”, cuenta el empresario, “pero el fin de la Segunda Guerra dejó al adolescente que era yo sin carrera, porque la Armada alemana dejó de existir por varios años. Así que seguí mi pasión por otros medios”.
Tamm continuó acumulando artefactos, réplicas y armas navales, e invirtiendo fortunas —sin la menor ayuda del estado alemán, como proclama orgullosamente un cartel a la entrada del Instituto— en conseguir documentos, planos y fotos. “Más que un museo, lo que yo pretendo es que mi Instituto de Navegación e Historia Marina sea una institución de investigación, una real herramienta para todos los que se interesan en el mar”, dice Tamm.
“En especial, son bienvenidos los jóvenes, porque es fundamental que tengan conciencia de que los barcos fueron el medio por el que se movilizó la historia de la humanidad. Sin barcos no se hubiera descubierto América, sin barcos no existiría la Argentina. Sin ellos nada sería igual”. Mientras fuma incansablemente cigarros, Tamm da otra definición sobre su instituto: “Tampoco podemos habilitarlo sólo como museo, porque necesitaríamos cien lugares para estacionamiento y tenemos sólo cinco, O sea que, si vienen a visitarnos, por favor vengan en taxi”.

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