viernes, 14 de agosto de 2015

Evangelio armenio de la infancia de Jesús. Parte 1

Estos son libros y testimonios antiguos que muchas religiones cristianas no quieren que conozcas pero te los presentamos para que tú mismo elabores tus conclusiones.

These are books and old testimonies that many Christian religions don't want you to know but we present them to you so that yourself elaborates your conclusions.

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Evangelio armenio de la infancia de Jesús.

LO QUE ADVINO, CON MOTIVO DE LA SANTA VIRGEN MARÍA, EN LA CASA DE SU PADRE.
RELATO DE SANTIAGO, HERMANO DEL SEÑOR.

I.
1. En aquel tiempo, un hombre llamado Joaquín salió su casa, llevando consigo sus rebaños y sus pastores, y fue al desierto, donde fijó su tienda. Y, después de haber permanecido allí en oración, durante cuarenta días y cuarenta noches, gimiendo, llorando y no viviendo más que de pan y de agua, se arrodilló, y, en la aflicción de su alma, rogó a Dios en estos términos: Acuérdate de mí, Señor, según tu misericordia y tu justicia, y opera en mí una señal de tu benevolencia, como lo hiciste con nuestro antepasado Abraham, a quien, en los días de su vejez, concediste un vástago de bendición, hijo de la promesa, Isaac, su descendiente único y prenda de consuelo para su raza. Y de esta suerte, con lágrimas y alma afligida, pedía piedad a Dios. Y decía: No me iré de aquí, ni comeré, ni beberé, hasta que el Señor me haya visitado, y haya tenido compasión de su siervo.
2. Y, cuando se acabaron los cuarenta días de ayuno, advino el ángel del Señor, y, colocándose ante Joaquín, le dijo: Joaquín, el Señor ha oído tus plegarias, y ha atendido tus súplicas. He aquí que tu mujer concebirá, y te dará a luz un vástago de bendición. Y su nombre será grande, y todas las razas lo proclamarán bienaventurado. Levántate, toma las ofrendas que has prometido, llévalas al templo santo, y cumple tu voto. Porque yo iré esta noche a prevenir al Gran Sacerdote, para que acepte esas ofrendas. Y, después de hablar así, el arcángel lo abandonó. Y Joaquín se levantó en seguida con júbilo, y partió con sus numerosos ganados y con sus ofrendas.
3. Y el ángel del Señor, apareciendo a Eleazar, el Gran Sacerdote, en una visión semejante, le dijo: He aquí que Joaquín viene hacia ti con ofrendas. Recibe sus dones religiosamente y conforme a la ley, como conviene. Porque el Señor ha escuchado sus ruegos, y ha realizado su demanda. Y el Gran Sacerdote se despertó de su sueño, se levantó, y dio gracias al Altísimo, diciendo: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque no desdeña a sus servidores que le imploran. Después, el ángel apareció por segunda vez a Ana, y le dijo: He aquí que tu marido llega. Levántate, ve a buscarlo, y recíbelo con alegría. Y Ana se levantó, revistió su atavío nupcial, y fue a buscar a su marido. Y, cuando lo divisó, se prosternó con júbilo ante él, y le echó al cuello los brazos.
4. Y Joaquín dijo: Salud y feliz noticia, Ana, porque el Señor ha tenido piedad de mí, me ha atendido, y ha prometido damos un vástago de bendición. Y Ana dijo a Joaquín: Buena nueva a mi vez te doy, porque también a mí el Señor ha prometido darnos lo que dices. Y, transportada de gozo, añadió: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que no ha desdeñado nuestras súplicas, y que no ha apartado de nosotros su misericordia. Y, al mismo tiempo, Joaquín ordenó que se llamase a sus amigos y vecinos, y les hizo una recepción grandiosa. Comieron, bebieron, se regocijaron, y, después de haber rendido gracias al Señor, volvieron cada uno a su casa. Y glorificaron a Dios en alta voz.

DEL NACIMIENTO DE LA VIRGEN MARÍA, Y LO QUE OCURRIÓ EN CASA DE SU PADRE.

II.
1. Y Joaquín se levantó muy temprano, llamó a sus pastores, y les dijo: Traedme diez corderos blancos, y esto será la ofrenda para el templo augusto de mi Dios; y doce terneros, y esto será para los sacerdotes, los escribas y los ministros, que son los servidores de la Sinagoga y cien moruecos, y esto será para todo el pueblo de Israel. Y, cuando Joaquín hubo tomado estas ofrendas, las llevó al templo del Señor, y, habiéndose prosternado ante los sacerdotes y ante toda la asamblea, les presentó los dones aportados. Y ellos se regocijaron, y lo felicitaron de que hubiese placido al Señor aceptar de sus manos tan santas ofrendas. Y la multitud de gentes que se encontraban allí, estaban admirados, y decían: Alabado sea el Señor Dios de Israel, que ha realizado los votos de tu corazón. Ve en paz a tu casa, y el Señor será contigo perpetuamente, y te dará un hijo bendito y un vástago santificado, fruto de las entrañas de tu esposa.
2. Y Joaquín, después de haberse prosternado ante los sacerdotes, se levantó, entró en el templo, y, puesto en oración, daba gracias al Señor, y decía: Señor Dios de Israel, puesto que has escuchado a tu servidor, y lo has tratado con amplia medida de misericordia, yo te prometo que el hijo que me concedes, sea del sexo masculino o del femenino, te lo daré, para que esté a tu servicio en este templo, todos los días de su vida. Y, luego que hubo hablado así, Joaquín se incorporó, y marchó gozosamente a su casa.
3. Transcurridos tres meses, el hijo se estremecía en el vientre de su madre. Y Ana, llena de gran júbilo, dijo en un transporte de alegría: Por la vida del Señor, si me es concedido un hijo de bendición del sexo masculino o femenino, lo doy al templo santo, por todos los días de su vida. Y Ana cumplió ciento sesenta días de su embarazo, lo que equivale a seis meses.
4. Y Joaquín partió con presentes, llegó al templo santo, y, ante los sacerdotes, ofreció los sacrificios que había prometido cumplir íntegramente al comienzo del año. Y, al levantar las víctimas sobre el altar de los sacrificios, e inmolarlas, los sacerdotes vieron, mientras la sangre corría, que aquellas víctimas no contenían ninguna mácula, y, llenos de gozo, dieron gracias al Altísimo.
5. Mas Joaquín, después de haber hecho sus ofrendas ordinarias, tomó un cordero, y, haciendo primero su oblación, lo sacrificó después sobre el altar. Y todos vieron por un prodigio inesperado salir de la arteria una especie de leche blanca en lugar de sangre. Ante tan singular espectáculo, los sacerdotes y todo el pueblo quedaron atónitos, sorprendidos y maravillados. Porque jamás se había visto un prodigio semejante al que se verificara en tal sacrificio. Y Eleazar, el Gran Sacerdote, requirió a Joaquín para que dijese en nombre de qué había presentado en ofrenda y en sacrificio aquel cordero sobre el altar.

6. Y Joaquín respondió: Las primeras ofrendas las prometí al Señor, como un voto que debía cumplir. Pero este último cordero lo ofrecí en nombre de mi vástago futuro, y a él lo reservé. Y el Gran Sacerdote dijo: ¿Sabes lo que implica ese signo que el Señor te ha mostrado en nombre de tu vástago futuro? La leche que acaba de salir de esa arteria tiene una significación precisa. Porque lo que nacerá del vientre de su madre, será una hembra, una virgen impecable y santa. Y esta virgen concebirá sin intervención de hombre, y nacerá de ella un hijo varón, que llegará a ser un gran monarca y rey de Israel. Y, al oír estas cosas, todos los que estaban presentes, fueron presa de la mayor admiración. Joaquín se dirigió en silencio a su casa, y contó a su esposa los prodigios que habían ocurrido. Y, dando gracias a su Dios, se regocijaron, y dijeron al Altísimo: Hágase tu voluntad.
7. Y, cuando el embarazo de Ana alcanzó los doscientos diez días, lo que hace siete meses, súbitamente, a la hora séptima, Ana trajo al mundo a su santa hija, durante el día 21 del mes (de ...), que es el 8 de septiembre. El primer día preguntó a la partera: ¿Qué he traído al mundo? Y la partera contestó: Has traído al mundo una hija extremadamente bella, graciosa y radiante a la vista, sin tacha ni mancilla alguna. Y Ana exclamó: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que ha escuchado las súplicas de sus siervos, que nos ha mostrado su amplia misericordia, y que ha hecho por nosotros grandes cosas, que han inundado de gozo nuestra alma. Ahora mi corazón está sólidamente establecido en el Señor, y mi esperanza ha sido exaltada en Dios mi Salvador.
8. Y, cuando la niña tuvo tres días, Ana ordenó a la partera que la lavase, y la llevase a su dormitorio con respeto. Y, habiéndole la partera presentado a la niña, le dio el pecho, y la nutría con su leche. Y, en una efusión de ternura, le puso por nombre María. De día en día la niña crecía y adelantaba, y la madre, en los transportes de su júbilo, la mecía entre sus brazos. Y así sus padres la alimentaban y la cuidaban. Y, cuando llegó el tiempo de la purificación, por haber cumplido María cuarenta días, sus padres la tomaron con respeto, y, aportando numerosas ofrendas, la condujeron al templo santo, conforme a la regla de su tradición.
9. Y la pequeña María crecía y adelantaba de día en día. Cuando cumplió seis meses, su madre permitió que intentase andar por sí sola. Y la niña avanzó tres pasos por sí sola, y volviendo atrás, se echó en brazos de su madre. Y su madre, levantándola en sus brazos, y haciéndole caricias, exclamó: ¡Oh tú, María, santa madre de las vírgenes, raíz de hermoso crecimiento, rama de un noble trono, de ti se levantará la aurora, el astro precursor de la luz, semejante a la luna más que ninguna estrella, luz del día más brillante que el esplendor del sol, alba del sol del Oriente! Así hablaba Ana, y añadía otras muchas cosas aún. Y, acariciando a su santa hija, decía: Por la vida del Señor, tus pies no pisarán el suelo hasta el día en que te llevemos al templo. Y Ana pidió a Joaquín: Construye a tu hija María un aposento en que habite, hasta el momento en que sea mayor, y la llevemos al templo santo.
10. Y, pasado algún tiempo, los esposos se dijeron entre sí: Conduzcámosla a la casa del Señor, para que viva en su presencia, conforme a nuestro voto. Pero Ana advirtió a Joaquín: Esperemos a que adquiera conciencia de sí misma. Y, en aquellos mismos días, Ana quedó encinta, y trajo al mundo una niña que llamó Parogithä, diciendo: María será del Señor, y Parogithü constituirá nuestras delicias (phurgäiä) en lugar de María.

DE LA EDUCACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA, QUE TUVO LUGAR EN EL TEMPLO, DURANTE DOCE AÑOS.

III.
1. Y Joaquín dijo a Ana: Se han cumplido los días de la hija que ha nacido en nuestra casa. Manda que se convoque a todas las hijas de los hebreos, vírgenes consagradas a Dios para que cada una tome una lámpara en su mano, y conduzcan a la niña, con santo respeto, al templo del Señor. Y, habiéndola conducido, la colocaron en la tercera grada del tabernáculo. Y el Señor Dios le concedió gracia y sabiduría. Un ángel que descendió del cielo, le servía la mesa, y se veía alimentada por los ángeles del Espíritu Santo. Y, en el tabernáculo, oía incesantemente el lenguaje y el canto de los ángeles.
2. María tenía tres años, cuando sus padres la llevaron al templo, y en él permaneció doce. Al cabo de un año, sus padres murieron. María experimentó viva aflicción por la pérdida de los que le habían dado el ser, y les guardó el duelo oficial de treinta días. Establecida en el templo, fue allí educada, y se perfeccionó a la manera de las mujeres, como las demás hijas de los hebreos que con ella se encontraban, hasta que alcanzó la edad de quince años.
3. En aquel año, murió Eleazar, el Gran Sacerdote. Y los hijos de Israel, siguiendo las reglas del duelo, lloraron por él treinta días. Y, después de todos estos acontecimientos, tuvo lugar una asamblea de los sacerdotes, de los ancianos del pueblo y de otros notables, que resolvieron designar un Gran Sacerdote del templo, consultando la suerte. Y la suerte recayó sobre Zacarías, hijo de Baraquías. Todos los sacerdotes lo impusieron, y lo nombraron soberano ministro y Sumo Pontífice del santo altar. E Isabel, esposa de Zacarías, y Ana, eran parientes, y ambas a dos infecundas. Y, desde el embarazo de Ana y el nacimiento de María hasta el momento en que Zacarías comenzó a ejercer sus funciones de Gran Sacerdote, habían transcurrido catorce años.
4. Y, siendo ya Zacarías el Gran Sacerdote, su esposa continuaba estéril, y sin tener hijos, como Ana. Y, fuera de tiempo, los sacerdotes y todo el pueblo hicieron una reflexión demasiado tardía, y se dijeron los unos a los otros: Es extremadamente enojoso que no hayamos comprendido más pronto lo que hicimos. Porque hemos establecido este Gran Sacerdote, sin advertir el defecto que se oponía a ello, dado que su esposa es infecunda, y no ha concebido fruto de bendición. Y uno de los sacerdotes, llamado Levi, dijo: este me parece justo, y, con vuestro permiso, se lo comunicaré. Los otros sacerdotes observaron: Declárale la cosa a él solo y en secreto, y no hables de eso a nadie más. Y el sacerdote, asintiendo, dijo: Conforme. Se lo manifestaré a él, y a nadie más que a él.
5. Un día, pues, como hubiese terminado el tiempo de la plegaria, el sacerdote fue secretamente a entrevistarse con Zacarías, y le notificó la conversación que había tenido con sus compañeros. Al oír tal, Zacarías se turbó hasta lo sumo, y dijo entre sí: ¿Qué haré? ¿Qué respuesta he de dar? Porque, en lo tocante a mí, no me remuerde la conciencia el haber hecho mal alguno, y, si me odian sin causa, a pesar de mi inocencia, al Señor únicamente corresponde examinarlo. Si repudio a mi esposa, sin alegar ningún desaguisado por su parte, cometeré una falta torpe. Y sería muy penoso para mí atribuirme un delito que no he cometido, para que se me destituya, o, sin decir nada, abdicar el pontificado y el servicio del santo altar. ¿Qué, pues, va a ocurrir en esta grave perplejidad que a mi alma atormenta?

6. Y, mientras revolvía en su pensamiento todas estas reflexiones, llegó la hora de la oración ritual, en que debía depositar el incienso ante el Señor. Y, manteniéndose en el templo cerca del santo altar, y llorando frente al tabernáculo, rogaba de esta suerte: Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Israel, mírame con misericordia, a mí, tu siervo, que se presenta lleno de confusión delante de tu majestad, y que implora la dulce gracia de tu benevolencia. No desdeñes a tu siervo humilde. Si me juzgas digno de servir tu santo altar, usa a mi respecto de tu tierna bondad hacia los hombres, pues que tú solo eres piadoso y omnipotente. Sea para ti la gloria en todos los siglos. Amén.
7. Así habló Zacarías, mientras se encontraba a la derecha del santo altar, y, prosternado, adoraba al Señor. Y he aquí que un ángel de Dios le apareció, en el tabernáculo, y le dijo: No temas, Zacarías, porque tus plegarias han sido atendidas, y tus súplicas han llegado hasta Dios. He aquí que tu esposa Isabel concebirá y parirá un hijo, y llamaréis su nombre Juan. Mas Zacarías repuso: ¿Cómo puede suceder eso, puesto que yo soy viejo, y mi mujer avanzada en edad? Y el ángel dijo: Por cuanto no me has escuchado, ni creído mis palabras, he aquí que quedarás mudo e incapaz de hablar, hasta que esas cosas advengan. Y, en el mismo instante, Zacarías fue atacado de mutismo en el templo, y, habiéndose arrodillado en silencio frente al santo altar, se golpeó el pecho, y lloró con amargura.
8. Y los sacerdotes y la multitud del pueblo que se encontraba allí, notaron con sorpresa y con asombro que Zacarías se retardaba en el templo. Y, habiéndose introducido cerca de él, los sacerdotes lo encontraron atacado de mutismo. No podía hablar, y no se explicaba más que por gestos. Después, cuando hubo pasado la fiesta de los santos tabernáculos, el 15 del mes de tesrín, que es el 2 de octubre, finaron las primeras solemnidades. El 22 de tesrín, que es el 9 de octubre, Isabel quedó encinta. Y el 16 del mes de tammuz, que es el 5 de junio, tuvo lugar el nacimiento de Juan el Bautista.

DE CÓMO LOS SACERDOTES, SIGUIENDO SU USO TRADICIONAL, DIERON A MARÍA EN MATRIMONIO A JOSÉ, PARA QUE VELASE CUIDADOSAMENTE POR LA SANTA VIRGEN, Y CÓMO ÉL LA TOMÓ BAJO SU GUARDA, CONFIANDO EN EL SEÑOR.

IV.
1. Cuando, transcurridos quince años, terminó la residencia santificada de María en el templo, los sacerdotes deliberaron entre sí, y se preguntaron: ¿Qué haremos de María? Sus padres, que han muerto, nos la confiaron en el templo, como un depósito sagrado. Ahora ha alcanzado, en toda su plenitud, el desarrollo propio de las mujeres. No es posible guardarla más tiempo entre nosotros, porque es preciso evitar que el templo de Dios sea profanado sin noticia nuestra. Y los sacerdotes se repitieron los unos a los otros: ¿Qué nos toca hacer? Y uno de ellos, un sacerdote llamado Behezi, dijo: Hay todavía con ella en el templo muchas otras hijas de los hebreos. Vayamos, por tanto, a interrogar a Zacarías, el Gran Sacerdote, y lo que él juzgue conveniente, lo haremos. Todos contestaron, unánimes: Está bien. Y el sacerdote Behezi se presentó ante Zacarías, y le dijo: Tú eres el Gran Sacerdote, avezado a la guarda del santo altar. Y hay aquí hijas de los hebreos, que se han consagrado a Dios. Entra en el Santo de los Santos, y ruega por la intención suya. Todo lo que el Señor revele, lo haremos según su voluntad.
2. E inmediatamente Zacarías se levantó, y, tomando el racional, entró en el Santo de los Santos, y rogó por aquellas jóvenes. Y, mientras esparcía el incienso ante el Señor, he aquí que un ángel de Dios fue a colocarse cerca del altar del tabernáculo, y le dijo: Sal a la puerta del templo, y ordena que se llame a las once hijas de los hebreos, y, con ellas, trae aquí a María, que es de la raza de Judá y de la familia de David. Ordena también que se llame a todos los celibatarios de la ciudad, y que cada uno aporte una tablilla. Colocarás todas las tablillas en el tabernáculo de la alianza, escribirás el nombre de cada uno sobre su tablilla, harás la plegaria, y cada virgen se casará con el hombre que Dios designe entre ellos. Y el Gran Sacerdote salió del templo, y ordenó que cuantos fuesen celibatarios se reuniesen en aquel lugar. Y, al conocer esta orden, todos, hasta el último, se reunieron en el lugar indicado, llevando cada uno en la mano su tablilla. Y el viejo José, que también conoció aquella orden, abandonó su azuela de carpintero, y, tomando una tablilla, se apresuró a ir al lugar marcado. Y el Gran Sacerdote le tomó de las manos la tablilla, la aceptó, y, entrando en el templo, hizo la plegaria por aquellos hombres.
3. Era, en efecto, uso constante entre las familias de Israel salidas de la tribu de Judá y de la línea de David, colocar a sus hijas en el templo, donde se las guardaba en la santidad y en la justicia por el espacio de doce años, para allí servir, y esperar el momento de los decretos divinos, o sea, aquel en que el Verbo tomaría carne de una pura e impecable virgen, y, convertido exteriormente en uno de tantos hombres, pisaría la tierra con paso humano. La raza de Israel guardaba esa regla, consignada por escrito y conservada en el templo por la tradición de los antepasados. Y, a menos que no apareciese ningún signo o advertencia del Espíritu Santo, daban a aquellas jóvenes en matrimonio. Así se procedió con aquellas doce vírgenes, que eran de la raza de Judá y de la familia de David, y entre las cuales se encontraba la Virgen María, que tenía preeminencia sobre todas. Se las reunió de común acuerdo, y se las hizo comparecer en el lugar señalado. Y los sacerdotes consultaron la suerte a cuenta de ellas y a intención de los celibatarios, para saber quién de éstos recibiría una como esposa.
4. Y, cuando el Gran Sacerdote devolvió a los celibatarios sus tablillas respectivas, que había sacado del templo, vio que el nombre de cada una de las vírgenes estaba grabado sobre la tablilla de aquel a quien había tocado por mujer. Y, al tomar Zacarías las tablillas, éstas no llevaban ningún signo, excepto los nombres que se hallaban escritos en ellas. Pero, al entregar a José la última, en la cual se encontraba escrito el nombre de María, he aquí que una paloma, que salió de la tablilla, se posó sobre la cabeza del agraciado. Y Zacarías dijo a José: A ti te corresponde la Virgen María. Recíbela, y guárdala como esposa tuya, puesto que te ha caído en suerte por una decisión santa, para que se enlace contigo en matrimonio, como cada una de las otras vírgenes a uno de los celibatarios.
5. Mas José, al oír esto, resistió y repuso: Yo os ruego, sacerdotes y todo el pueblo, reunidos en este templo santo, que no me violentéis en presencia de todos. ¿Cómo haré nada de lo que me decís? Tengo una numerosa familia de hijos y de hijas, y quedaría avergonzado y confuso ante ellos. ¡No me violentéis! Mas los sacerdotes y todo el pueblo le contestaron: Obedece a la voluntad de Dios, y no seas recalcitrante e insumiso, porque no obras según la ley, al oponerte a esa voluntad. Y José dijo: Siendo, como soy, viejo, y estando próximo a la muerte, ¿por qué me obligáis a hacer en mi ancianidad cosas que no convienen a mi edad, ni a mi condición? Y el Gran Sacerdote dijo: Escucha. No tendrás vergüenza ni confusión de ningún lado, sino de todas partes bendición y gloria. Y José dijo: Hablas bien, pero la que me ha tocado es una niña, no una mujer, y, al verlo y comprenderlo, todos los hijos de Israel me pondrán en ridículo. Y el Gran Sacerdote dijo: Sabemos que eres bueno, justo y temeroso de Dios. Esta virgen es huérfana, y se ve privada de sus padres. La hemos tomado en tutela protectora, y en el templo la hemos residenciado, bajo la fe del juramento. Los sacerdotes y todo el pueblo acabamos de atestiguar legalmente que te ha caído en suerte María. Recógela por nuestra voluntad y nuestra bendición, y guárdala con santidad y con respeto, conforme a la ley a la tradición de nuestros antepasados, hasta que te llegue el momento de recibir la corona de gloria, al mismo tiempo que las otras vírgenes y los otros celibatarios.

6. Y José dijo: Tened piedad de los cabellos blancos de mi vejez. No me impongáis la carga, a que no tengo inclinación alguna, de guardarla con cuidado y con circunspección, como conviene. Es una virgen que acaba de llegar a la edad núbil, conforme a la naturaleza de las mujeres. ¿Cómo ha de ser para mí un deber aceptarla en matrimonio, ya que esto constituiría un pecado? Y el Gran Sacerdote dijo: Si no estabas dispuesto a consentir en las consecuencias de este acto, ¿quién te ha obligado a ello? ¿Por qué has venido con los otros celibatarios? Y advierte que, después de haberte presentado con ellos, y de haber tirado a la suerte, según el uso consagrado, has recibido del templo del Señor un signo bendito e indicativo de que Dios te ha concedido a María en matrimonio. Y José dijo: Yo no sabía esto de antemano, y, por mis propias reflexiones, no me era posible conocer el acontecimiento que se preparaba, ni sus resultas. Pero, repito, me hallo a punto de morir, y espero que respetéis los cabellos blancos de mi cabeza y mi vida sin tacha. Y el Gran Sacerdote dijo: Teme al Señor, y no resistas a sus órdenes. Recuerda cómo Dios procedió con Coré, Dathan y Abiron, y cómo la tierra se abrió y los tragó a causa del acto de desobediencia que cometieron. No los imites, si quieres evitar alguna desgracia imprevista, que te advenga de súbito.
7. Cuando José hubo oído estas palabras, se inclinó, se prosternó ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, y sacando del templo a María, partió con ella, y la condujo a su casa, en la villa de Nazareth. Al llegar, le advirtió: Hija mía, presta oídos a lo que voy a decirte, y guarda su recuerdo. Yo proveeré a todas tus necesidades materiales, y tú habitarás aquí honestamente. Guárdate a ti misma, y por ti misma vela. No vayas inútilmente a parte alguna, y procura que nadie entre en casa, hasta que llegue el momento en que, Dios mediante, vuelva al lado tuyo. Sea eternamente contigo el Dios de Israel, Dios de nuestros padres. Y, habiendo hablado así, se levantó, y se puso en camino, para ir a ejercer su oficio de carpintero.
8. Y, al cabo de pocos días, sucedió que los sacerdotes se reunieron en consejo, y dijeron: Mandemos hacer, para el templo, un velo que será expuesto en el día de la gran fiesta, ante la congregación de todo el pueblo, y que realzará el esplendor del culto en el santo tabernáculo. Entonces el Gran Sacerdote ordenó que se convocase a las mujeres y a las vírgenes que estaban consagradas a Dios en el templo, y que pertenecían a la tribu de Judá y a la estirpe de David. Y, cuando las once vírgenes hubieron llegado, Zacarías se acordó de que María pertenecía a aquella tribu y a aquella estirpe, y mandó que fuesen a buscarla. Y, cuando María llegó, el Gran Sacerdote dijo: Echad a suertes, para saber quiénes habéis de tejer la muselina y la púrpura, lo encarnado y lo azul, y, echadas las suertes, la púrpura y la escarlata tocaron a María. Y, tomándolas en silencio, regresó y comenzó por hilar la escarlata, ante todo.

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