La manera de elegir y designar profesores para escuelas y colegios en Bolivia es uno de los puntos más débiles del sistema educacional de este país porque no siempre ellos van a trabajar adonde mejor pueden hacerlo.
The way of to choose and to designate teachers for schools and high-schools in Bolivia is one of the weakest points in the educational system of this country because they will not always work where better they can make it-
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Aunque su preparación científica y pedagógica no esté entre las mejores de Sudamérica, los docentes bolivianos se esfuerzan por trabajar a lo mejor de sus posibilidades propias y las condiciones con que cuentan que, pese a su visible mejora en los últimos años, están todavía lejos de ser aceptables para la mayoría de la población y los estándares genéricos en el mundo.
La elección y designación de docentes en Bolivia, a través de su historia reciente, ha sido y es un tema pendiente de mejorar, en que se involucran por un lado el comprensible deseo de inclusión y estabilidad laboral del profesional, la calidad de trabajo y resultados a que aspiran los padres de familia, las buenas –aunque erráticas– intenciones de las autoridades educativas, y la falta de una normativa coherente, una metodología y reglamentación en los procedimientos, que desde la segunda mitad del siglo XX han sido el faltante histórico en la legislación, y que no pudo evolucionar a partir de un reglamento ascalafonario que terminó por desvanecerse entre las sucesivas reformas y el siempre presente clientelismo de toda clase, incluyendo el político.
Antiguamente, en las décadas del 50 y 60, cuando los maestros formados en escuelas normales eran una minoría, y la demanda como siempre era mayor, no era necesaria ninguna metodología porque todo “profesor normalista” era destinado a un establecimiento en que se lo requería, con preferencia frente a otros docentes sin preparación pedagógica formal (interinos), aunque estos últimos con igual vocación e interés por trabajar en el magisterio. Como desde entonces hasta ahora la docencia escolarizada en Bolivia no es una profesión liberal, y la educación está reconocida como una prioridad nacional, el Estado destinaba presupuestos moderados para cubrir la demanda, y las sucesivas promociones de docentes encontraban colocación sin mucha dificultad. Además, las escuelas normales eran pocas y la oferta de profesionales era limitada.
Sin embargo, en la década de los años 70, se produjo un incremento de institutos de formación docente, al mismo tiempo que una política de mayor expansión de la oferta educativa: nuevos establecimientos en ciudades y campo, junto a un crecimiento sostenido de la demanda, que multiplicó el número de maestros recién egresados junto a su aspiración de trabajar preferiblemente en las ciudades que en el campo, y luego en los sectores urbanos más acomodaticios que en la periferia urbana, mientas que los maestros rurales tenían, a su vez, pretensiones parecidas pero en el campo.
Así, apareció, o se intensificó, la necesidad de tamizar las solicitudes de colocación o de docentes nuevos, obligados por ley a trabajar sus primeros años en provincias y áreas de población dispersa, o de antiguos que aspiraban a reubicarse en escuelas o colegios de codiciado prestigio social, cerca de sus domicilios, y factores por el estilo. La administración educacional, cuya burocracia se vio presionada, frente a reglas escalafonarias bastante genéricas y difusas, sin una metodología coherente, mucho menos escrita y compatibilizada, tomó el camino de la improvisación librada a las mejores –aunque no siempre acertadas- intenciones de autoridades y regímenes gubernamentales de turno.
Resultado? Incluso hasta hoy, siglo 21, en Bolivia no hay una metodología estable y uniforme para destinar recursos docentes en la educación escolarizada.
Tal es así que una meritocracia objetiva, imparcial, equitativa, y la aspiración a una pertinencia y calidad en los resultados de aula y gestión escolar son todavía una gran tarea pendiente, la de llevar los docentes adecuados a los alumnos que los necesitan, pero también atender la problemática de miles de profesores que deben combinar su deseo de practicar la vocación con que han emprendido la carrera, sus pretensiones laborales, resolviendo mejor, y previendo, la pugna a momentos casi caníbal de encontrar colocación, lograr sustento mediante el trabajo razonablemente remunerado, que justifique así los años dedicados a su preparación, todo ello en medio del enjambre fastidioso del clientelismo que no siempre busca lo mejor para todos sino sólo para quienes están de turno en el disfrute del poder.
Llegará el día en que elegir y designar docentes para escuelas y colegios en Bolivia se haga mediante una metodología imparcial, impersonal y sin subjetivismos de quienes tengan en sus manos esa responsabilidad? Esa es una incógnita ciertamente difícil.
Veamos entretanto cómo era antes, cómo es ahora y cómo se ve que podría ser en el futuro.
Mientras sale la próxima parte de este artículo, no se olviden de compartir y comentar.
(Continuará)
The way of to choose and to designate teachers for schools and high-schools in Bolivia is one of the weakest points in the educational system of this country because they will not always work where better they can make it-
Talvez no has leído todavía.
Estudiante agredido y discriminado por su profesora.
Teléfono anticorrupción gratis y que realmente funciona.
Warisata la Escuela Ayllu. Parte 01.
Cómo estudiar y cómo aprender.
Wikileaks anti abuso.
Aunque su preparación científica y pedagógica no esté entre las mejores de Sudamérica, los docentes bolivianos se esfuerzan por trabajar a lo mejor de sus posibilidades propias y las condiciones con que cuentan que, pese a su visible mejora en los últimos años, están todavía lejos de ser aceptables para la mayoría de la población y los estándares genéricos en el mundo.
La elección y designación de docentes en Bolivia, a través de su historia reciente, ha sido y es un tema pendiente de mejorar, en que se involucran por un lado el comprensible deseo de inclusión y estabilidad laboral del profesional, la calidad de trabajo y resultados a que aspiran los padres de familia, las buenas –aunque erráticas– intenciones de las autoridades educativas, y la falta de una normativa coherente, una metodología y reglamentación en los procedimientos, que desde la segunda mitad del siglo XX han sido el faltante histórico en la legislación, y que no pudo evolucionar a partir de un reglamento ascalafonario que terminó por desvanecerse entre las sucesivas reformas y el siempre presente clientelismo de toda clase, incluyendo el político.
Antiguamente, en las décadas del 50 y 60, cuando los maestros formados en escuelas normales eran una minoría, y la demanda como siempre era mayor, no era necesaria ninguna metodología porque todo “profesor normalista” era destinado a un establecimiento en que se lo requería, con preferencia frente a otros docentes sin preparación pedagógica formal (interinos), aunque estos últimos con igual vocación e interés por trabajar en el magisterio. Como desde entonces hasta ahora la docencia escolarizada en Bolivia no es una profesión liberal, y la educación está reconocida como una prioridad nacional, el Estado destinaba presupuestos moderados para cubrir la demanda, y las sucesivas promociones de docentes encontraban colocación sin mucha dificultad. Además, las escuelas normales eran pocas y la oferta de profesionales era limitada.
Sin embargo, en la década de los años 70, se produjo un incremento de institutos de formación docente, al mismo tiempo que una política de mayor expansión de la oferta educativa: nuevos establecimientos en ciudades y campo, junto a un crecimiento sostenido de la demanda, que multiplicó el número de maestros recién egresados junto a su aspiración de trabajar preferiblemente en las ciudades que en el campo, y luego en los sectores urbanos más acomodaticios que en la periferia urbana, mientas que los maestros rurales tenían, a su vez, pretensiones parecidas pero en el campo.
Así, apareció, o se intensificó, la necesidad de tamizar las solicitudes de colocación o de docentes nuevos, obligados por ley a trabajar sus primeros años en provincias y áreas de población dispersa, o de antiguos que aspiraban a reubicarse en escuelas o colegios de codiciado prestigio social, cerca de sus domicilios, y factores por el estilo. La administración educacional, cuya burocracia se vio presionada, frente a reglas escalafonarias bastante genéricas y difusas, sin una metodología coherente, mucho menos escrita y compatibilizada, tomó el camino de la improvisación librada a las mejores –aunque no siempre acertadas- intenciones de autoridades y regímenes gubernamentales de turno.
Resultado? Incluso hasta hoy, siglo 21, en Bolivia no hay una metodología estable y uniforme para destinar recursos docentes en la educación escolarizada.
Tal es así que una meritocracia objetiva, imparcial, equitativa, y la aspiración a una pertinencia y calidad en los resultados de aula y gestión escolar son todavía una gran tarea pendiente, la de llevar los docentes adecuados a los alumnos que los necesitan, pero también atender la problemática de miles de profesores que deben combinar su deseo de practicar la vocación con que han emprendido la carrera, sus pretensiones laborales, resolviendo mejor, y previendo, la pugna a momentos casi caníbal de encontrar colocación, lograr sustento mediante el trabajo razonablemente remunerado, que justifique así los años dedicados a su preparación, todo ello en medio del enjambre fastidioso del clientelismo que no siempre busca lo mejor para todos sino sólo para quienes están de turno en el disfrute del poder.
Llegará el día en que elegir y designar docentes para escuelas y colegios en Bolivia se haga mediante una metodología imparcial, impersonal y sin subjetivismos de quienes tengan en sus manos esa responsabilidad? Esa es una incógnita ciertamente difícil.
Veamos entretanto cómo era antes, cómo es ahora y cómo se ve que podría ser en el futuro.
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(Continuará)
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