viernes, 26 de julio de 2013

Warisata la Escuela Ayllu - Parte 01

Texto original y completo de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

ELIZARDO PÉREZ.

WARISATA.
LA ESCUELA AYLLU.

Editorial Burillo.
La Paz, Bolivia. 1962.

DEDICATORIA.
A mi esposa, Jael Oropeza, que compartió mis ideales y me acompañó en las luchas.
A mis hijas, María Inés y María Victoria, en quienes vi renacer el porvenir.
El autor.

PRÓLOGO.

Las luchas por la emancipación humana tuvieron en Warisata un momento de gran fulguración. No fue creada esta Escuela por un espíritu altruista o filantrópico, sino que nació como un instrumento de liberación en la lucha contra el régimen de la servidumbre, y como tal, despertó altos ideales lo mismo que profundos enconos, y si inició en las indiadas potente eclosión social, movilizó también, por contraste, a todas las fuerzas que les son hostiles.
La Escuela de Warisata fue fundada el 2 de agosto de 1931 por Elizardo Pérez y Avelino Siñani. Diez años más tarde la obra había sido salvajemente destrozada por la barbarie feudal, saqueadas las escuelas, perseguidos los maestros, escarnecidos los indios. Pero entretanto se había forjado en el país todo un movimiento ideológico alrededor del llamado problema del indio, el cual se sitúa desde entonces en sus verdaderos alcances económicos, sociales y culturales.
A una obra de esta clase le faltaba su historia, y Pérez pudo, al cabo, escribirla: estaba en deuda con los indios de Bolivia, a quienes tenía que dejar este relato, testimonio de una época heroica donde el despliegue de energía y valor llegó a hazañosas altitudes. Este es un libro sencillo, aunque pleno de dramatismo, con el cual se aclara la génesis, desarrollo y destrucción de las escuelas indigenales bolivianas. No se trata de una obra de pedagogía: mucho más que eso, es un documento de lucha, una requisitoria de sabor acremente humano, libro donde, veinte años después, se hace justicia a los hombres que edificaron las escuelas y se señala a los culpables de su destrucción. Sea el lector, como instrumento de la historia, quien dé su veredicto final.
La educación del campesino sometido a la servidumbre implica necesariamente una condición de libertad. El educador del indio, si es sincero, no puede eludir el planteamiento de este problema. La Escuela de Warisata era la casa de los desheredados, de los pobres, de los explotados, símbolo vivo de lucha por la justicia y por la libertad, emblema de todas las antiguas rebeldías del indio, jamás extinguidas. La Escuela era obra nacida de las propias manos del indio, era suya por completo, ajena a la acción del Estado. El indio defendía lo suyo, lo hacía invulnerable a la incursión del vicio, de la molicie o del interés creado. En Warisata el indio era un ser humano, y aunque no se hubiera resuelto aún el problema de la servidumbre, ellos ya eran hombres liberados en la más plena acepción de la palabra. El vasto mundo del ayllu era el verdadero claustro de la Escuela. Por eso, no se trataba de crear en el agro boliviano escuelas alfabetizadoras, con la meta del silabario y del intelectualismo vano. No se trataba de imponer escuelas activas, que dotadas de talleres, campos de cultivo, semillas, ganado, bibliotecas, internados, material sanitario, hornos para ladrillos, y demás instrumentos de trabajo, forjarían al NUEVO INDIO. Pero además, la Escuela defendía y revitalizaba las viejas formas de la cultura precolombina; el Núcleo Escolar no era sino la marca indígena, con todo su complejo de instituciones, con sus formas de distribución de la tierra y organización del trabajo.
He ahí delineadas las normas fundamentales de la Escuela de Warisata, tal como aparecen relatadas en este libro. Obra que interesará a los maestros, a los sociólogos y a todos cuantos estudian la realidad de las naciones latinoamericanas, “WARISATA La Escuela-Ayllu” es un libro que marcará época porque señala con vivos caracteres el desarrollo de una escuela que, con toda justicia, ha sido denominada “UN MOMENTO DE LA LIBERACIÓN DEL INDIO”-

Carlos Salazar Mostajo.

WARISATA MÍA.
Carlos Salazar Mostajo.

(Ensayo publicado en el periódico “La Calle”, el 17 de febrero de 1943, e incluido al inicio de la obra por el propio autor).

La inmensa, prolongada lucha, ha concluido. Warisata recibe hoy la puñalada final. Escribo esta página cuando los asesinos bailan en torno al cadáver aún tibio de mi escuela. A los hombres de corazón honesto les digo: escribo con lágrimas. Estas frases mías desbordan pasión y estallan en cólera. Es preciso que escriba esto. Warisata no puede sucumbir sin luchar. Y he aquí que Warisata cae luchando. Porque Warisata subsiste, no en las casonas donde hoy campea la molicie, sino en mi propio espíritu y en el de pocos compañeros míos.
Defiendo a mi escuela. Óyelo, pueblo ultrajado de Bolivia: he dicho “mi escuela”. Warisata no pertenece al Estado. Warisata ha sido hecha por unos cuantos hombres, lejos de toda ayuda oficial. Los necios pedagogos que ahora dirigen educación indigenal, no tienen nada que hacer con Warisata. La escuela, hecha con sangre, con infatigable y gigantesco esfuerzo, fue algo más que una obra de administración. En ella pusimos todas las palpitaciones de nuestra vida, toda la energía de nuestra juventud, toda la pujanza de nuestro espíritu. Fue obra de quijotes, fue poesía y drama. Nada tienen que hacer con ella loe burócratas que hoy la ocupan. Sí, he dicho “mi escuela”, porque hoy día, soy el último soldado de la causa perdida.
Mas es preciso aclarar esto: hay cierto apolillado pedagogo que también protesta por la total destrucción de Warisata. Le hacen coro cuatro de los de su laya. Yo no tengo nada que ver con ellos. Yo defiendo a Warisata: ellos simplemente su apetito, su puesto burocrático. ¡Cómo les duele la supresión de la Normal de Warisata! Claro: se quedan sin colocación; ya no podrán saciar las tripas a costa del indio. ¡Ahora, necróforos, a trabajar! Se acabó la carroña con que os alimentabais.

Bienvenida la última puñalada.

Warisata fue un tiempo impetuoso canto de lucha y esperanza. Hoy es una lamentable algarada de bribones y holgazanes.
De los muros blancos que sostuvieron grandeza, hoy cuelgan jirones de humillación y vergüenza.
Primero difamaron a la escuela. Después la prostituyeron. Colmado su apetito, los grajos aún ultrajan los huesos insepultos.
Warisata mutilada, envilecida, era algo intolerable e incomprensible. Warisata en manos de mentecatos que por más de dos años la explotaron, era una infamia y una vergüenza. Por eso, no puedo dolerme de su muerte: ha concluido, simplemente, su martirio. La mascarada terminó y los fantoches se retiran.

¡Warisata mía!

Es justo que diga esto. No hay vanidad en mis palabras. Warisata y yo somos algo indivisible. Mi vida entera halló su aliento en aquellas aulas colmadas de grandeza. Cuando fuimos arrojados, Warisata subsistió en nosotros: allá sólo quedaron traidores y explotadores del indio. Los niños que recibieron de nosotros su pan espiritual, continuaron sus lecciones con nosotros. Hay un nutrido archivo de cartas que un día conocerá Bolivia: son nuestros niños que dolidos de la vergüenza que se apoderó de Warisata, nos contaban su desventura. Nunca confiaron en sus nuevos maestros. Los niños, psicólogos intuitivos, conocen a sus amigos a la primera mirada. Y sabían perfectamente que después de nosotros, allá sólo quedaban sujetos depravados y voraces, colocados ex profeso para el saqueo y la destrucción. Entonces nos escribían. Y así, Warisata prosiguió su lucha con el tesón de la planta que crece en los resquicios de la roca. Cada vez que nuestros niños llegaban a La Paz, lo primero que hacían era buscarnos. Su constante peregrinación era la prueba más definitiva de que sus únicos maestros continuábamos siendo nosotros.

Entonces es justo que diga: ¡Warisata mía! y que asesinada mi escuela, sea yo quien tenga que escribir su mensaje postrero.

Pero tengo que ordenar este capítulo. Una concepción cualquiera sólo puede ser conocida por su historia, como dice Comte El culto lector me ayudará a no extenderme demasiado, ya que el drama de Warisata es por demás conocido. En 1939 se editaba en la escuela un “Boletín” mimeografiado. Del número 7 transcribimos este párrafo que pinta por entero lo que era la región en 1931:

La peregrinación de Elizardo Pérez lo condujo a Warisata, región que presentaba todas las características del Altiplano y que podía servir, por tanto, de cartabón para un desarrollo ulterior de las escuelas. Soplaban vientos helados y cortantes; la altura era insensata, como diría Keyserling; el clima era polar, sostenido por las nieves del Illampu y las brisas del Titicaca. El hombre vivía en un primitivismo inconcebible y sujeto a una feroz explotación gamonalista. Aquí no había otra ley que la del látigo ni otra posibilidad de vida que la sumisión. La tierra, árida y sin riego, trasudaba año tras año su tuberculosis y había que arañarla día y noche para obtener sus pobres frutos. Los indios de Warisata vivían golpeados por el infortunio y cuando se doblaban sobre los surcos en su lucha contra la naturaleza inclemente, podía verse en sus espaldas el vergajazo infamante del pongueaje. Las haciendas eran un típico resto feudal. Sus dueños vivían en las ciudades, percibiendo sus rentas por medio de mayordomos y sin cuidarse de la agricultura. Por eso no había en la pampa ni un atisbo de un porvenir venturoso.

Hasta aquí el “Boletín”.

Ya vemos dónde nació la escuela. Veamos cómo luchó.
Primero una definición: Warisata era una escuela socialista (ya no vale la pena callarlo). El medio en que actuaba era completamente feudal. Esto quiere decir que su suerte estaba echada desde que se puso la primera piedra. Para que Warisata subsistiera, había necesidad de un desenvolvimiento social paralelo en Bolivia, esto es, una revolución. No la hubo. Warisata luchó diez años afrontando el ataque incesante de la feudal burguesía. Fue una isla solitaria, cuya firmeza tenía la vitalidad de una formación coralífera que surgiera en pleno océano.
Porque así fue construida: con pertinacia de zoófitos. Se alzó por sí sola, añadiendo uno tras otro los granos de arena de un infatigable esfuerzo material. Cada adobe fabricado era un triunfo de la voluntad, porque sabían los maestros y campesinos que el hecho no consistía simplemente en la labor que demandaba, sino en el empeño que se ponía. Y así nació la pedagogía de la teja y el ladrillo, que los cretinos se figuran que es un mero arte de albañilería. Un capítulo del reglamento que hicimos decía:

Es preciso impulsar la voluntad infantil hacia la realización de grandes empresas que demanden sobre todo abnegación, tenacidad y energía, para superar el ambiente con el denodado ímpetu constructivo del hombre.

Esta tesis es ininteligible para remolones. Y todo Warisata era así: un esfuerzo redoblado. El maestro (la figura legendaria de Elizardo Pérez) nos decía, cuando arribamos a Warisata: aquí es preciso levantarse a las seis de la mañana. Pero nosotros nos levantábamos a las cinco y muchas veces el empeño era tal, que desde las cuatro de la mañana, la escuela se llenaba con canciones y ruido de herramientas. (Un episodio pintoresco: cierto drama-comediógrafo, que hoy payasea triunfador exhibiendo su Iiteratosa y lacayuna humanidad, llegó a Warisata enviado por el Ministerio; dicen que a dar normas. Y he aquí que desde mucho antes de la salida del sol, el barullo de la escuela le quitaba el dulce sueño burocrático a que estaba acostumbrado. No sólo empezó a odiarnos ferozmente, sino que nos incitaba a no trabajar tanto, diciendo que las leyes sólo imponían ocho horas diarias de trabajo. Cuando retornó a La Paz, halló cómodo escondrijo en una sección del Ministerio de Educación, desde donde nos lanzaba los dardos envenenados de sus intrigas). Pero no: nosotros trabajábamos así porque queríamos. El trabajo había perdido para nosotros su traje de presidiario (Aníbal Ponce). Porque sabíamos que sólo con el ejemplo de una vida honrada y laboriosa los indios podían comprender lo que queríamos de ellos. Y así campesinos y alumnos se contagiaban de nuestro empeño y Warisata era un desbordado torrente de actividad, un mecanismo increíble de progreso y mejoramiento. Todos trabajábamos nuestra escuela, la hacíamos con nuestras propias manos. Ahí nuestra pedagogía del adobe y el ladrillo. Pero mientras las paredes se levantaban, mientras a fuerza de pico y pala hacíamos desaparecer cerros y rellenábamos grandes desniveles del terreno, mientras trasladábamos toneladas de estuco desde cinco leguas más allá, mientras fabricábamos centenares de miles de adobes y ladrillos, mientras nuestros campos de experimentación se transformaban en vergeles a 4.000 metros de altura, mientras nuestros sembríos reverdecían pujantes en aquella tierra estéril, el morbo enemigo crecía.
Ya se mostró cuando se ponía la primera piedra. Aquí una escena de la fundación de Warisata:

Un corregidor le estaba quitando un cordero al campesino Churqui.
En eso llega Elizardo Pérez impidiendo la exacción. El corregidor, asombrado, le apostrofa:
— ¡A estos indios no hay que tenerles lástima! Por lo menos que den esto gratis—. Pérez le responde:
— Aquí no hemos venido a explotar al indio, sino a defenderlo—. Y pronto la nueva recorrería toda la campiña: el nuevo maestro no era un ladrón como los demás. El hombre rubio pagaba por las mercaderías que necesitaba.

Y es que Warisata nació defendiendo al campesino. Su vida se desarrollaría defendiéndolo, y había de perecer en plena lucha.
Porque, desde que nació, estaba su suerte echada: Warisata era una modalidad contradictoria en el agro feudal. Lo sabíamos. Sabíamos que nuestro ideal no era absoluto, que no era independiente de la condición histórica que vive Bolivia. Mas tal pensamiento no nos detenía: lo importante era producir el despertar espiritual en el indio; por lo menos en algunos indios.

(Ahora tengo la prueba de que no fue inútil nuestra obra: hay un campesino que se hizo hombre en Warisata; se tituló maestro. Y ahora me sorprende y maravilla mostrándome un folleto escrito por él: la historia de su escuela. Este hecho es de tal importancia, que será preciso que el pueblo lo conozca: quedo comprometido a demostrarlo).

(El caso se relató el 27 de febrero de 1944 en “Ultima Hora”, de La Paz. Se trataba del profesor indio Juan Añawaya Poma. Este y otros casos eran para nosotros descubrimientos maravillosos porque se afincaba en ellos la esperanza en un porvenir victorioso. Hoy a nadie llama la atención la abundancia de nombres indígenas entre profesionales, políticos, escritores, artistas, periodistas. Pero todo esto comenzó en Warisata (Nota de Editor).

Pero, diréis: Y cuál era el ideal, cuál la doctrina que os impulsaba?

Respondo: hoy se trata de hacer que el indio mejore y adquiera un puesto en la economía, pero sin confesar que su situación actual obedece precisamente al régimen de servidumbre que es la base de tal economía. Lo que deviene en una antinomia ininteligible. Pues bien, nosotros empezábamos por reconocer el derecho del indio a la igualdad social, cimentada en sus reivindicaciones económicas. Y yendo más lejos, creíamos en su ineludible sino histórico de normar nuestro desenvolvimiento biológico y cultural.
Por eso, reconocíamos también la hipocresía de todo cuanto se había hecho hasta entonces por el indio. Ya que todas las consideraciones sobre sus cualidades físicas, morales e intelectuales, están perfectamente demás si no se toma en cuenta el ambiente social, si no se empieza por afirmar la necesidad de liquidar el sistema feudal que lo esclaviza y explota.
Para que la clase en sí llegue a convertirse en clase para sí –dice Aníbal Ponce, conforme a los clásicos– es preciso un largo proceso de propio esclarecimiento en el cual desempeñan los teóricos y las peripecias de la lucha una amplísima función.
He ahí explicada nuestra obra: no aspirábamos a resolver el problema indio, pero la escuela esclarecía su categoría antifeudal: sabíamos que sólo era un episodio en la lucha.

Ah, ved cómo el episodio se prolongó por diez años!

Una escena de 1934: a cinco leguas de Warisata se halla la laguna Laramcota, desde la cual los inkas construyeron un canal que llegaba hasta la misma comunidad. Pero hacía muchísimos años que estaba en ruinas, y sus contadas acequias habían sido usurpadas por los terratenientes, sin que ni una gota llegara a la escuela. Un buen día, campesinos, maestros y alumnos amanecieron en plena cordillera, extendiéndose una caravana de dos mil personas en el trayecto de las cinco leguas. En una jornada de trabajo sobrehumano, el canal quedó restaurado, y un caudaloso torrente se precipitó desde las faldas del Illampu, sumiéndose en la tierra sedienta de nuestra escuela. El milagro estaba hecho: la tierra de temporal, librada a la mano impiadosa de la Naturaleza, aseguraba su sustento por mano del hombre ansioso de liberación.
A la semana siguiente, gamonales del contorno llevaron a sus colonos. Y un día no llegó más agua. Los bandoleros habían destruido nuestra obra.

En 1934 se había concluido una gran etapa de trabajo. El internado estaba listo. Por milagro habían brotado de los talleres, mobiliario, herramientas, puertas, ventanas, catres, sillas, mesas, objetos de arte. ¡Qué prodigiosos trabajadores eran el mecánico José de la Riva, el albañil Velasco, el carpintero Quiterio Miranda! La gran casona (un imbécil le halla parecido con una “casa de hacienda”), estaba techada, y Avelino Siñani, el indio que había fundado la escuela con Elizardo Pérez, solía contemplarla largamente. Illanes había dejado su arte sincero e impetuoso decorando los muros de la escuela. Antonio Gonzáles Bravo (hoy también víctima de la confabulación de los mentecatos) había inundado la región con los aires de su maravilloso cancionero warisateño. Anacleto Zeballos había muerto por no dejar la escuela ni un instante.

La escuela se alzaba pujante y bella. Lo esencial no era haberla construido, sino la manera cómo se la había construido.

En esta época del hormigón y la pala mecánica, del cemento armado y la perforadora eléctrica, es difícil entender el esfuerzo titánico que costó cada muro de Warisata. Es preciso comprender que allá no disponíamos de fondos (hasta 1936, el Estado había puesto Bs. 19.300.-), que no teníamos herramientas, que ni siquiera pagaban sueldos. Todo tenía que brotar de la nada (años más tarde, me vine a enterar de la pobreza de Elizardo Pérez: muchos de aquellos “milagros” se debían a su bolsillo). Los campesinos recuerdan todavía la figura doblada de Elizardo, transportando en sus hombros la arena que se extraía de un río situado a buena distancia. Y yo recuerdo la figura del profesor Ibáñez: aparecía enfundado en un inmenso abrigo, a reñirnos porque le quitábamos el sueño a las cuatro de la madrugada (aunque a renglón seguido, él mismo empuñaba la pala, alumbrado por nuestras linternas).
Yo tenía entre ojos a un profesor porque siempre se las arreglaba para tener el primer turno de herramientas. Y él me tenía inquina porque a mi vez, me las arreglaba para que nunca me fallara el primer turno de riego (los odios de los profesores de hoy día no son de esta clase: la delación y el espionaje son las ocupaciones de ahora),

¡Warisata mía!

El morbo continuaba creciendo. Elizardo tenía para entonces, treinta y un juicios criminales en su contra (me refiere ahora que, sin embargo, los gamonales achacacheños jamás le tocaron un pelo; pero no porque les faltaran ganas, precisamente, sino por temor a una reacción campesina que hubiera sido terrible. En una ocasión había corrido el rumor de que Elizardo había sido golpeado en Achacachi; al oír la noticia cientos y cientos de campesinos de la región sorateña –Chegje, Atahuallpani, Curupampa y otras comunidades– empezaron la marcha contra la población altiplánica, y a su paso las indiadas se plegaban enfurecidas. Mucho trabajo le costó al señor Néstor Salazar, profesor de Curupampa, convencerlos de que el rumor era falso: los indios se proponían arrasar Achacachi. Que a ellos les golpearan y estropearan, pase. ¡Pero que lo hicieran con su maestro, eso nunca!).
Había un anciano: Santiago Poma, venerable entre los venerables. ¿Setenta, noventa años? Su fortaleza desmentía a su arrugado rostro. Parecía un joven, incitando al trabajo. Los gamonales no respetaron sus canas (qué respeto puede merecer la cabeza blanca de un indio!) y Santiago Poma fue flagelado dos veces y su casa saqueada. Y no fue el único. Historias como esa la pueden contar docenas de indios: Pascual Quispe, Apolinar Rojas, Cruz Rojas, Siñani...
En un folleto colmado de bajeza, que se llama “El estado de la educación indigenal”, los sicofantes dicen que no existe gamonalismo en Bolivia. Que el término lo habíamos inventado en nuestra calenturienta imaginación.
¡Las espaldas sangrantes del anciano Poma son la respuesta, bribones! Mas sigamos con orden: en 1936, los maestros ya podían vivir con cierta comodidad. Elizardo ya no habitaba su choza ni dormía en el poyo de tierra. Cuando llovía, podíamos guarecernos en los acogedores corredores del pabellón central. En los crudos días de invierno, la cocina era el refugio de que carecíamos antes.
Nevaba una y otra vez. Había que madrugar para librar a nuestros arbolitos de la nieve que los abatía. Con pértigas y palas íbamos a recorrer las interminables hileras de adobes para quitarles la nieve. A veces teníamos que levantarnos a altas horas de la noche, porque una imprevista lluvia estaba destruyendo los ladrillos frescos y había que cubrirlos con paja.
¿Puede usted comprender, lector, lo que es levantarse en pleno altiplano, a 4.000 metros de altura, abandonando el tibio lecho en una ventisca de aquellas que acuchillan hasta el tuétano, para ir a contener el agua que inundaba nuestros sembríos? Pues bien: decenas de veces lo hicimos. Cuando el termómetro marcaba catorce grados bajo cero, nosotros estábamos chapoteando, descalzos, en el torrente que bajaba del Illampu; muchas veces ni siquiera teníamos un cigarrillo para disminuir el frío que transía nuestras almas. Pero era preciso trabajar y luchar.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

(Si este contenido te parece interesante, apóyalo con tu voto o compartiendo con tus amistades mediante la ficha “Me gusta” o los botones de redes sociales que hay debajo de estas líneas. Es fácil y sólo toma unos segundos. Gracias por este amable detalle)

5 comentarios:

  1. EXCELENTE, MAS QUE EXCELENTE, EL AUTOR HACE VIVIR TODO SU DOLOR Y SU RABIA. QUIERO EL LIBRO

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu comentario... Como puedes ver en el blog, poco a poco ya estoy subiendo las demás partes. En 1974 pude concoer al Prof. Elizardo Pérez, ya mayorcito, quien se encontró con mi padre, de quien era muy amigo (profesor rural también él) en unos de los ya muy pocos viajes que hizo desde Buenos Aires donde vivía a Bolivia. Entonces, en un breve encuentro, recordó muchas de las cosas relatradas en el libro. Yo ya leí el libro como 6 veces y me sigue impactando. Lo estoy subiendo más por cariño a don Elizardo que por otra cosa... Espero que a ti también te guste su lectura... Un abrazo...

      Eliminar
  2. MUY BUENO PERO SERIA DE MAS AYUDA SI PUDIERA BAJARLO

    ResponderEliminar

Se agradece cualquier comentario sobre este artículo o el blog en general, siempre que no contenga términos inapropiados, en cuyo caso, será eliminado...