martes, 30 de julio de 2013

Warisata la Escuela Ayllu - Parte 05

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 01 - 02 - 03 - 04.

5.- LAS JERARQUÍAS.
En la sociedad inkaica arraigó profundamente el sistema de categorización implantado por el primer monarca. Era un sistema de privilegios que abarcaban aún a los aspectos religiosos, ya que la élite, debido a su poder de abstracción, concibió la existencia de un dios intangible, poco accesible a los jatun runa, que sólo adoraban al Sol, la Luna y otros dioses de aspecto material.
También encontramos privilegios idiomáticos, pues, según Garcilaso, los inkas hablaban un idioma distinto al del pueblo; y en lo educacional, la élite poseía objetivos distintos a los del jatun runa.
Las jerarquías estaban precisamente delimitadas. En lo religioso, el inka tenía los poderes supremos, como hijo del Sol y su representante en la tierra. Después venía el Sumo Sacerdote, llamado Willac Uma (adivino o hechicero), cargo desempeñado por un hermano o tío del rey. A continuación estaban los sacerdotes de la Casa del Sol en el Cusco, que pertenecían a la familia real. Los demás funcionarios del templo eran inkas de privilegio, y en provincias ejercían el sacerdocio gentes del lugar. Los adivinos tenían también determinada jerarquía.
Los inkas crearon también el acllahuasi o Casa de Escogidas, institución monástica donde ingresaban las jóvenes mejor dotadas de los linajes. Estaban agrupadas en varias categorías, a saber: hijas de grandes personajes de la familia real; hijas de dignatarios importantes, hijas de orejones, las cantoras o cantantes, las hijas de indios ordinarios y por último muchachas de provincias. Las hijas de la familia real entraban a la Casa de Escogidas del Cusco, y las demás en otros institutos similares que había en las provincias importantes. Todas recibían educación esmerada en la práctica de la costura, hilado, tejido, cocina, artes, etc. Concluida su preparación algunas eran consagradas al Sol haciendo voto de castidad perpetua y de absoluto retiro. Ni aún el monarca podía verlas. Estas vírgenes en número de 1.500 vivían en el Cusco, atendidas por 500 muchachas de linaje; preparaban alimentos y tejían vestidos para la pareja real y para el culto al Sol. La superiora era una mamacuna envejecida en la administración de la Casa.
Las jóvenes de las otras categorías pasaban a ser concubinas del inka o esposas de los grandes dignatarios.
En lo civil, después de la persona del Inka, venía ese poder invisible para el pueblo, constituido por las cortes y los consejos reales, que limitaban y controlaban los actos del rey. Además, cada uno de los cuatro estados o suyus tenía un virrey, llamado kápac o apu; se trataba generalmente de un hermano o tío del inka, y tenían el derecho de nombrar a los unucamayu, jefes de diez mil familias según el sistema decimal.
Los cuatro virreyes formaban la ulaka real, que era un consejo supremo reproducido en todas las marcas y formado por los representantes de los diferentes ayllus.
Después venían los inspectores, de sangre real, que recorrían lis provincias para verificar el cumplimiento de la ley y reprimir los excesos de autoridad; a continuación tenemos los curacas o mallcus, jefes de tribus o marcas, bajo cuya autoridad estaban los warancacamayu, patacacamayu y chuncacamayu (jefes de mil, cien y diez familias respectivamente). Lo más importante de este sistema radicaba en que el inka enviaba a cada mallcu una mujer de estirpe real, creando así un vínculo de sangre con la monarquía. Además, nombraba otro jefe, miembro de la élite cusqueña, que gobernaba a la par que el mallcu, sin disminuir los derechos de éste, que eran hereditarios; de manera que se complementaba mutuamente el gobierno local con el central.
El eje del sistema decimal implantado por los inkas era el chuncacamayu, jefe de diez familias, que tenía múltiples funciones. Existía además un enjambre de funcionarios para la elaboración de estadísticas, empadronamientos y otras labores, siendo de especial importancia los quipucamayus o lectores de quipus, sistema mnemónico a base de cuerdas o hilos anudados de diverso modo. Existían verdaderos archivos de quipus, los que según la tradición fueron destruidos al llegar los españoles.
La jerarquía militar estaba compuesta por un generalísimo, hermano o tío del rey, del cual dependían jefes de ejército según el sistema decimal, empezando por la unidad de diez soldados hasta llegar a los diez mil. El ejército imperial era una fuerza formidable por su disciplina y eficiencia bélica. Su abastecimiento estaba siempre asegurado por medio de los tampus o almacenes diseminados en todas las provincias.

6.- LA ORGANIZACIÓN ECONÓMICA.
El gran poderío inkaico reside en la agricultura y la industrialización de recursos naturales. La eficacia de sus formas colectivistas, su organización agraria, sus sistemas de captación de aguas y su distribución tan ejemplarmente reglamentada, la dotación y parcelación de tierras y los procedimientos de fertilización, así como el conocimiento de los fenómenos de la naturaleza, fueron producto de un largo período de experiencias asimiladas y transmitidas de generación en generación, llegando a un grado de extraordinario desarrollo. Ese país no conocía el hambre ni la miseria, y la desocupación era un fenómeno inconcebible.
Los productos de la tierra, tenemos dicho que estaban repartidos entre el Sol, el inka y el pueblo. La propiedad del usufructo era mixta: colectiva la del pueblo (con derecho individual a los productos) y privada la de la élite, por donación del inka. Esta llegó a adquirir gran volumen, puesto que era hereditaria.
Las aguas eran de dominio público, distribuyéndose por el sistema de las mitas, turno rotativo de un determinado espacio de tiempo. Los caudales asignados al Sol, al inka y al pueblo estaban perfectamente determinados. Los títulos de propiedad sobre aguas de regadío provenientes de ventisqueros, ríos, lagos o acueductos fueron otorgados a los ayllus por el rey de España en base a aquella organización, que fue también respetada por la República y que se mantiene hasta hoy.
El cultivo de la tierra se hacía con instrumentos rudimentarios y sin disponer de la suficiente cantidad de abonos; no obstante la producción satisfacía las crecientes necesidades del pueblo, educado en la sobriedad y las limitaciones impuestas por una naturaleza tan avara como la andina. El número de familias correspondía siempre a la superficie cultivable, de manera que allí donde no existieran más de diez tupus de tierra por aynoka, no podían acomodarse más de diez personas. El tupu se asignaba de por vida a la persona, salvo el caso de que ésta tuviera que trasladarse en un mitimae.
Los cultivos se hacían primeramente para el Sol y los dioses o huacas locales. Después se cultivaban las tierras de las viudas, huérfanos, ciegos, enfermos, soldados e incapaces, realizando así una alta misión social que eliminaba de raíz toda forma de mendicidad y miseria; asegurando por otra parte la gratitud de la población hacia el inka.
A continuación se cultivaban las tierras del pueblo, y después las de los dignatarios y altas autoridades civiles y militares. Sólo en último lugar se cultivaban las tierras del inka, es decir, cuando se había asegurado la subsistencia de todo el pueblo en su conjunto. Entonces la población ofrecía su ayni al monarca, y lo hacía, como tenemos dicho, llena de gratitud por los dones recibidos. Por otra parte, las cosechas del inka y sus rebaños volvían al pueblo. En ningún momento incrementaron la fortuna del inka. La producción se conservaba en pirwas o graneros, ubicados en algunos puntos estratégicos y favorables. Según los historiadores, estas reservas estaban calculadas hasta para períodos de diez años y se componían no sólo de productos alimenticios, sino también de artículos manufacturados y de materias primas. Eran “un gran capital de Estado” según Baudin. De esta manera la subsistencia del pueblo estaba garantizada aunque vinieran largos períodos de sequía.

7.- LAS INDUSTRIAS INCAICAS.
El inka deseaba que el runa o habitante fuera una personalidad capaz de atender por sí mismo a todas sus necesidades, disponiendo que junto a sus ocupaciones agrícolas, ejerciese alguna función industrial. Así se dio un poderoso impulso a este otro factor de la economía imperial que descansa en la unidad familiar.
Los inkas explotaban minas de cobre, plata, estaño y oro. Sus procedimientos eran bastante rudimentarios; no conocían herramientas tan sencillas como las tijeras, las tenazas, la sierra, la escuadra, el berbiquí, la lima, el fuelle, el vidrio, la cola, la rueda, etc. Para mover toda su poderosa industria apenas disponían del “martillo de piedra, el cincel de bronce, el hacha de cobre y el pincel de plumas” (Baudin). Equipados de tan pobres instrumentos supieron servirse de los elementos naturales para convertirlos en utensilios como agujas, pulidoras de piedra, hilos, cuerdas y cables, etc. Las deficiencias de su instrumental eran suplidas por el trabajo paciente, la perseverancia y el esfuerzo.
Los habitantes del inkario eran así hábiles artesanos, especialmente en cerámica, orfebrería y tejidos. La cerámica alcanzó un alto grado de perfección tanto por los procedimientos empleados como por su belleza, que resiste comparación, y con ventaja, con el arte de cualquier otro pueblo primitivo. Los orfebres, asimismo, realizaban delicados trabajos en oro, plata, cobre y bronce. He aquí lo que sobre ellos dicen Verneau y Rivet: “Si se admite que el embutimiento se obtenía por martillo, hay que admitir que la habilidad de los obreros precolombinos se equiparaba, pues, a la de nuestros batidores de oro, que con útiles mucho más perfeccionados, no pueden obtener prácticamente hojas de espesor muy notablemente inferiores”. El Inka Garcilaso nos ofrece una descripción, asaz curiosa, de los tesoros encontrados por los españoles en el Cusco, en cuanto a orfebrería.
En cuanto al hilado y el tejido, los inkas realizaron obras maravillosas utilizando la lana de vicuña, alpaca, llama y fibras de algodón. Cieza de León dice que “las tapicerías de los naturales de la provincia de Cajamarca equivalen a las de Flandes, y están tan bien hechas que parecen seda”. Murphy agrega: “Es el desarrollo más extraordinario de la industria textil que se ha comprobado en un pueblo prehistórico”.

8.- LA ENCOMIENDA.
La colonia creó la institución de los repartimientos, que consistía en entregar la tierra, con el nombre de encomienda, a los colonizadores de mayores méritos. Esta entrega duraba dos generaciones, y de acuerdo a la ley de su origen, debía ser una verdadera cooperativa entre el encomendero y el indio, debiendo el primero amparar y adoctrinar al indio, y éste retribuirle con su trabajo. La encomienda estaba constituida por un determinado número de ayllus o marcas con sus respectivos habitantes y todo el ganado que antes correspondía al inka. En la República, esta organización se reproduce en la hacienda, sustituyendo el patrón al encomendero.
El aspecto fundamental de la encomienda y de la hacienda, es que mantienen la misma organización que en tiempo de los inkas, con sus sistemas de aynokas, sayañas, jalsus, etc. Subsisten asimismo los jilas o sea las autoridades indias mantenidas por los inkas. El terrateniente goza del usufructo de la parte que antes se destinaba al inka o al encomendero; la parte destinada al Sol fue asignada a la Iglesia. Ambas partes recibieron el nombre de aymas en la Colonia.
Los patrones republicanos explotaron el trabajo del indio sin haber superado en nada a los encomenderos; por lo menos, éstos introdujeron el caballo, el buey, el arado, la carreta y edificaban una capilla. El terrateniente de hoy, salvo contados casos, no impuso ningún elemento de la técnica moderna, y no llegó a introducir el maquinismo en el campo.
La encomienda, destinada a preservar la existencia del indio, en la práctica se convirtió en una institución esclavista por medio de la mita o trabajo forzado en las minas, las postas, las plantaciones de coca, etc. La mita fue un verdadero exterminio del indio. De los doce millones que tenía el Imperio, la población disminuyó a ocho, y según algunos autores, a cuatro millones.

9.- LA MARCA Y EL NÚCLEO DE EDUCACIÓN INDIGENAL.
Dejamos para el final el estudio de la marca indígena, que era el conjunto de diez ayllus, base del sistema decimal introducido por los inkas, y que se hallaba a cargo de la autoridad de los mallcus o curacas. Estos tenían tuición sobre los camayus o jefes de grupos de diez, cien o mil familias, según hemos visto anteriormente. Los camayus dependían de los mallcus, éstos de los capac o virreyes, y éstos del inka.
Cada unidad agraria y social tenía su representante en el consejo local del ayllu, donde se deliberaba sobre los asuntos de su jurisdicción, y cada ayllu tenía su representante en el consejo administrativo, o sea en la ulaka, presidida por el mallcu. Los españoles encontraron en esta organización una sorprendente semejanza con sus sistemas comunitarios, por lo que no les fue necesario crear nuevas instituciones, a las que únicamente les cambiaron de nombres.
La marca, según hemos dicho, pasó a denominarse comunidad en la colonia, nombre con el que hoy se conocen sus ya debilitadas formas. El Cabildo colonial no era sino la ulaka, esto es, el consejo representativo de los ayllus o jathas, estos a su vez constituidos por diez estancias.
Para comprender la excelencia del sistema, conviene explicar un poco más el mecanismo de la institución. Ya hemos visto que el tupu es la unidad económica agraria de la familia y que la reunión de tupus hacía la sayaña, esto es, la familia consanguínea; el conjunto de familias y sayañas componía el ayllu, y la reunión de ayllus integraba la marca, lo que los españoles llamaron comunidad. Muchas de estas marcas fueron entregadas al encomendero. Por lo tanto, gran parte de las fincas o latifundios que pertenecen a individuos particulares (hasta 1953) no son sino comunidades o marcas absorbidas por el sistema actual. Pero su función interna es absolutamente inkaica, ancestral, por sus autoridades, sus formas de convivencia social, aprovechamiento de la tierra, servicios, etc.
Los dos jefes de igual categoría coexistentes en la marca inkaica tampoco fueron suprimidos, subsistiendo estas personalidades (mallcus o curacas) en extensas regiones de Bolivia. También se conserva la división en hanan y hurin. A la cabeza de cada categoría está la taika (madre) y el auki (padre). La ejecución de toda obra es iniciada por aquella y continuada por las demás comunidades de acuerdo a su rol jerárquico. Los indios continúan dando el nombre de marca a la aldea colonial (llajta, en quichua). En ella cada ayllu tiene su barrio, manteniendo todas las formas de su organización de trabajo.
El “Parlamento Amauta” creado en la escuela de Warisata no era sino la ulaka, con similares funciones, siendo el Núcleo Escolar una reviviscencia de la marca. El éxito de la escuela indigenal boliviana reside, precisamente, en no haberse apartado de las ancestrales formas de organización social y de trabajo características del indio.

10.- SUPERVIVENCIAS EN LA COLONIA Y EN LA REPÚBLICA.
Ha sido necesaria una larga convivencia con el indio altiplánico y el de los valles, recorriendo el país en todas direcciones, estudiando cuidadosamente los diferentes aspectos de su organización social, para orientar los primeros pasos de los encargados de formular una tesis que, al ser presentada por primera vez en la Universidad de La Paz, en 1937, produjo asombro y alarma. Se sostenía en esa oportunidad que la comunidad indígena de origen ancestral, está hoy constituida por la finca o hacienda. Esa unidad económico-social no es otra cosa que la yuxtaposición de ayllus o pequeñas propiedades comunales, estrictamente aborígenes. Por otra parte, observando el ayllu libre, fue fácil comprobar que tampoco en él se había realizado ninguna transformación bajo la influencia española y que seguía actuando el sistema inkaico, aunque relevado de la obligación de cultivar la parcela del inka; y que las cajas de comunidad, la autoridad de los jilas, ciertas prácticas religiosas, el uso de las tierras comunes de sembradío, de los jalsus o abrevaderos, todo permanecía como cuando los españoles invadieron el Inkario para someter a su laborioso pueblo. Si bien el reparto de tierras a los encomenderos y a los indios y la entrega en usufructo -sin derecho de propiedad- constituyen innovaciones coloniales, estas medidas no se apartan en nada del sistema agrario preestablecido. Más tarde Bolívar dio a los indios propiedad individual de aquellas parcelas de tierra, destruyendo en parte el organismo totalizador de la jatha; aunque poco después sus decretos fueron derogados, sobreviviendo la jatha como unidad económico social en la hacienda boliviana, organismo de aprovechamiento colectivo de la tierra. Paradójicamente, lo que ahora se conoce con el nombre de “comunidad indígena” ha evolucionado a formas de propiedad individual que conservan pocas modalidades colectivistas.
Dentro del sistema agrario que subsistió hasta 1953, y aún posteriormente, los colonos eran pequeños terratenientes por derecho hereditario y les correspondían las dos terceras partes de la tierra, con la obligación de retribuir al propietario con su trabajo en el cultivo de la tercera parte restante, porción que en la época inkaica usufructuaba el soberano. Este sistema de organización agraria tradicional fue celosamente mantenido y defendido por el indio porque constituye, además de una forma de aprovechamiento económico colectivista, la fuerza de cohesión espiritual de su clase y de su raza.
Hasta la utilización de servicios personales en beneficio municipal, tributación altamente organizada durante el Inkario, fue adoptada por los españoles, y en forma de mitas, de servidumbre al corregidor, al cura, etc., los indios han venido sufriendo en sus espaldas la ominosa tarea de conservar y engrandecer naciones que no les reconocían en la realidad, aunque en la letra así lo hicieran, ningún derecho humano. Y aunque el indio ha mantenido siempre un profundo amor por la libertad, se había habituado a aquellos servicios, que consideraba una forma de tributo social. Al crearse la escuela indigenal boliviana, se consiguió que toda esa gran fuerza se utilizara voluntariamente en favor de las tareas escolares, naciendo entre los indios la emoción de una nueva causa, el sentido de una nueva vida en la que, sin embargo, se mantenían por entero sus tradiciones sociales y de trabajo. Lejos, pues, de ser una práctica viciosa la del trabajo gratuito de los indios aplicado a la escuela, cobraba para ellos el sentido de una revitalización de su personalidad hasta entonces encubierta por la servidumbre; el indio, trabajador de por vida, trabajaba esta vez por su propia liberación, convertida su escuela en el punto eminente del ayllu.
En todo este condicionamiento, superviviente a la colonia y a la república, se ha mantenido la ingenua naturaleza primitiva del grupo indígena. Su mundo mental es reducido. No conoce las torturas del escepticismo; cree en un dios providencial: la tierra; en un dios voluble: el cielo. El primero es Pachacamac, el segundo Hananpacha: tierra alta y tierra baja. El mundo está lleno de diosecillos que son demonios infantiles: los anchanchos y los juturis; el achachila y el karisiri. Dioses fruto de una imaginación elemental, no han enturbiado su espíritu. La religión católica no ha eliminado esas creencias: se ha incorporado a ellas, y en cierto modo, el catolicismo de las fiestas indígenas utiliza los elementos vernaculares con profusión y riqueza, en visiones panteístas, de espléndido respeto a la naturaleza, donde el indio lo venera todo, con humildad y miedo, en una praxis de ingenuo materialismo, que deviene a la vez en bondad y energía, en la creencia en un destino y en la rebeldía constante.
El espíritu del indio ha sobrevivido; misión de la escuela indigenal es darle nueva vitalidad, modernizarlo sin abandonar su tradición, civilizarlo sin destruir su vieja cultura ni sus instituciones. Sólo así cumplirá un papel histórico, salvando a uno de los pueblos más admirables del pasado, esencia y médula del porvenir de América.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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