martes, 30 de julio de 2013

Warisata la Escuela Ayllu - Parte 04

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 01 - 02 - 03.

8.- UNIDAD DEL IMPERIO CON LOS PUEBLOS CONQUISTADOS.
Los pueblos incorporados al Imperio tuvieron un pasado relativamente próspero y un substrato común. Habían evolucionado en diferentes sentidos por razones ambientales, pero mostrando “un parentesco entre las civilizaciones andinas” a pesar de las distancias y obstáculos que hacían difícil su contacto. Existen vestigios inequívocos de ese pasado uniforme. Así tenemos a los aymaras con su ayllu, su idioma y su elevado desarrollo intelectual; los caras del Ecuador, los atacamas de Chile, los calchaquíes de la Argentina, los chimúes de la costa y otros, todos herederos de importantes culturas con las que dieron mayor fuerza y poderío al Imperio. La subsistencia de este “substrato común” hizo el milagro de fusionar a tan distintos pueblos en una fuerza social y productiva homogénea como pocas, y ciertamente los inkas tuvieron extraordinaria habilidad para realizar su conquista más por la persuasión que por la fuerza. Una idea de esta política la da Garcilaso al describir la conquista de los charcas por el rey Inka Roca. En rigor de verdad, no se trataba de una conquista militar, sino de una empresa de expansión social planeada con gran inteligencia y tino, en la cual más eficaces eran los dones repartidos que las armas. Cada conquista iba acompañada de un sinnúmero de obras públicas, caminos, labores agrícolas, incremento ganadero e industrial, etc. A los pobladores de esas regiones debió sorprenderles sobre todo cómo los inkas podían regar sus tierras llevando agua desde enormes distancias, por medio de esas prodigiosas obras de ingeniería que eran los acueductos.
Resultado de esta política era que muchos pueblos pidieron voluntariamente su incorporación al Imperio, como sucedió con los tucmas, que vivían al sudeste de la que hoy es provincia de Tucumán, Argentina.

CAPITULO II.
EL AYLLU.

1.- LA CÉLULA SOCIAL.
El ayllu es la célula social de los pueblos andinos, y se formó mucho antes que el Inkario. Su estirpe, sin duda, es aymara. Bautista Saavedra sostiene que “las formas colectivistas del imperio peruano proceden de la civilización aimara”. Llegan a la misma conclusión cuantos estudiosos han tratado de descubrir su raíz.
En los albores de su existencia, el ayllu no era más que la familia que crecía gobernada por el anciano padre como jefe y conducida según las reglas del respectivo tótem. Por consiguiente, las fuerzas que le dan esencia y vida son el vínculo sanguíneo y el espíritu religioso.
En su evolución posterior, encontramos una serie de elementos que aseguran su permanencia a través de las diferentes culturas que fueron superponiéndose. Estos elementos son: la familia, la religión, el cooperativismo familiar, el colectivismo, las formas de propiedad y aprovechamiento de la tierra, la industria familiar y el idioma. Hagamos algunas breves referencias al respecto.

2.- LA FAMILIA.
Sin entrar a discutir si la familia es una forma anterior o posterior en la evolución de la sociedad humana, afirmaremos que es el embrión sobre el cual se organiza el ayllu; tiene por jefe al padre, investido de facultades y funciones religiosas, económicas y sociales, gracias a cuya acción directora se organizan las diversas formas de convivencia encaminadas a atender sus necesidades materiales. Es una sociedad gentilicia, ya que la palabra ayllu equivale a linaje, posteriormente adoptado por los inkas como base de su organización nacional. La “gens” aymara adopta en su evolución posterior una característica que se encuentra en casi todas las sociedades humanas: se compone de los miembros originarios, descendientes del grupo familiar, y de los miembros agregados que, desprendidos de otros grupos vienen a integrarse a la célula original para ocupar una jerarquía inferior por la condición económica y social que se les asigna. Las formas superiores de organización mantienen este sistema. El Tahuantinsuyo, en cierta manera, no es sino un ayllu desarrollado hasta su máxima expresión.
Con la evolución de la familia, el culto totémico deviene en culto religioso, impregnando de su espíritu a todas las actividades sociales. Se adora por herencia a los ídolos introducidos por el jefe de la familia, ofreciéndoles sacrificios y estableciendo ceremonias y rituales con los que después se creará la casta sacerdotal del Imperio.

3.- EL COOPERATIVISMO FAMILIAR.
En el ayllu o gens se desarrolla un profundo sentido cooperativista estimulado por las necesidades de la subsistencia y de la convivencia pacífica. La producción requería del concurso de todo el conjunto social, creándose así el ayni aimaro-quechua, sistema de ayuda mutua, individual o colectiva, en favor de personas o ayllus. E! ayni adquirió jerarquía institucional en el Inkario, se mantuvo en la colonia aunque aplicándolo al sistema de servidumbre feudal, y todavía subsiste.
El ayni era otorgado en trabajo por el tiempo necesario para levantar una cosecha, realizar una siembra, techar una casa, etc., así como en especie con motivo de ciertos acontecimientos sociales tales como el matrimonio, en cuyo caso la pareja que recibía el ayni tenía que retribuirlo en oportunidad similar.
El ayni asumía también, con el nombre de mincka, una función pública, estatal, mediante la cual el pueblo realizaba su tributo de trabajo concurriendo a las labores colectivas; primero, a la producción agrícola y ganadera de los bienes pertenecientes al culto, al inka y a los altos dignatarios; segundo, en favor de las obras de carácter público tales como caminos, fortalezas, terrazas de cultivo, acueductos, etc.; tercero, a obras comunales como acequias de la localidad, viviendas, templos, etc.; y por último, a obras de carácter social propias de la jurisdicción.
En todos los casos la alimentación corría por cuenta de la persona, familia o institución favorecida. Así, el Estado hacía llegar al pueblo, como retribución, ropa de sus almacenes y productos alimenticios de sus despensas. Eran en realidad, el ayni y la mincka, una gran cooperativa de orden estatal que abarcaba a todos los confines del Imperio.
De este cooperativismo familiar o de ayuda mutua, se pasa por transición natural al colectivismo, el cual se integra ya en las formas de propiedad y aprovechamiento de la tierra, dando al trabajo una organización altamente desarrollada. En su período protoplasmático, no es sino el concurso de todos los miembros de la familia al llamado del padre para realizar el trabajo cotidiano. Posteriormente, los jefes de ayllus asumieron autoridad sobre otros núcleos a los que sometieron imponiéndoles sus prácticas colectivistas en busca de una mayor eficacia productiva.

4.- FORMAS DE PROPIEDAD Y DE APROVECHAMIENTO DE LA TIERRA.
En la época preinkaica la tierra pertenecía al ayllu, y en el Imperio, al monarca, según algunos cronistas; según otros, la tierra continuaba perteneciendo a la comunidad. Pero es evidente que antes de los inkas no existía el régimen de la propiedad privada.
En el Inkario sabemos que la tierra estaba distribuida entre el Sol (el culto), el inka y el pueblo. Este último no tenía derecho de propiedad sobre ella, sino sobre el usufructo de la parcela que le fuera asignada a cada individuo.
La élite tenía derecho de propiedad sobre las tierras recibidas del monarca y podía dejarlas en herencia a sus descendientes.
Tanto la élite como el pueblo tenían derecho al aprovechamiento colectivo de abrevaderos, vertientes, bosques, etc. Además, como señala Baudin, “existían otros bienes comunes a los indios: sal marina, pescados, frutos y árboles salvajes, fibras de plantas vegetales, etc.”.
Las casas, el cerco, los utensilios, la ropa y otros enseres, constituían la propiedad privada.
Es en la solución del problema del suelo donde culmina el sentido de organización que caracterizó a los indios, lo cual queda demostrado por la implantación de formas de aprovechamiento de la tierra, de acuerdo a las características y necesidades de un país tan difícil y pobre como el andino. La organización agraria del ayllu ha debido ser el resultado de largos años de labor continua y paciente, si se tiene en cuenta la inmensa variedad de tierras así como la necesidad de hacer un reparto que fuese justo y equitativo. Las unidades agrarias sobre las que se basó este sistema, fueron el tupu, la sayaña y la aynoka, sobre las que se pudo sistematizar los cultivos, organizar el agro, superar su rendimiento, extender las superficies laborales y, en fin, asegurar la subsistencia del pueblo. Estudiemos por separado cada una de estas tres unidades:

EL TUPU.
La palabra tupu es aymara y tiene dos acepciones: significa medida y representa a la unidad, ya sea de longitud, de volumen o de peso. Una carga de papas se llama, de este modo, maya tupu choke; diez leguas, tunca tupu, etc.
El tupu era la unidad agraria de la familia; estaba integrado por tantas parcelas como calidades de tierra había en el ayllu. Cuando los cronistas afirman que el Inka daba un tupu a una persona, quiere decir que ésta recibía una serie de unidades distintas de tierra, cuya producción fuese suficiente para su subsistencia individual; el tupu no es, por consiguiente, una parcela continua, residiendo su eficacia, precisamente, en su discontinuidad.

LA SAYAÑA.
La sayaña era la unidad económica agraria del ayllu. En el reparto de tierras a la familia, le correspondía un tupu al marido, un tupu a la mujer, un tupu por cada hijo varón y medio tupu por cada hija, hasta el momento del matrimonio de ésta en que era nuevamente dotada. Este conjunto de tupus constituía la sayaña, que se incrementaba a medida que la familia crecía, de suerte que sus posibilidades agrarias no fueran nunca menores a sus necesidades económicas.
El tupu sobrevive en la sayaña; mejor dicho, constituye la sayaña contemporánea cuya extensión difiere de acuerdo a la calidad de tierras y a su conformación física. En regiones de tierras muy pobres o inhóspitas, las sayañas abarcan grandes superficies sobre todo en regiones extensas y despobladas como los Lípez, Carangas y otras. En Warisata, ayllu donde se fundó la primera escuela indigenal, había una sayaña que constaba de más de veinte parcelas, cada una de diferente extensión, de acuerdo a la calidad de la tierra. Estas se hallaban a distancias apreciables de kilómetros. La parcelación comenzaba en el Lago Titicaca para la pesca y el aprovechamiento de la totora (especie de junco acuático que el indio saca para diversidad de usos), y terminaba en la cumbre del cerro, a unos cuatro kilómetros de la primera, donde la sayaña no tenía más que una pequeña parcela de piedras. Había aquí un gran sentido de previsión y orden. Todos recibían una gama igual de calidades de tierra.

LA AYNOKA.
La aynoka es una institución que regula y sistematiza la distribución de las tierras y su mejor forma de aprovechamiento, y tiene vigencia en las haciendas y comunidades actuales. Ha debido surgir en el período de transición durante el cual el ayllu, sustituye sus vínculos de sangre o de linaje por vínculos territoriales, ya que implica una organización de esta última clase.
Se denomina aynoka a una superficie que contiene un número de parcelas o suyus de la misma calidad y extensión igual a la de los tupus de que se compone el ayllu. Supongamos que una aynoka con tierras de primera calidad contiene 35 parcelas o suyus; cinco aynokas de igual calidad contendrán 175 parcelas buenas. Si las tierras fueran de cuatro calidades, deberán haber tantas aynokas como clases de tierras, o sea veinte aynokas de treinta y cinco parcelas cada una, lo cual hace un total de setecientos lotes. Ahora bien, si un ayllu o comunidad, lo forman 35 personas, las 700 parcelas deben ser divididas por igual entre aquellas, lo cual da veinte lotes de diferente clase para cada persona, lotes diseminados por la pampa, las faldas de la montaña, en las breñas y cumbres, arenales, pedregales, etc. Estas veinte parcelas con tierras de diferente clase constituyen, como hemos dicho, el tupu. Las cinco aynokas correspondientes a las diferentes clases de tierra se cultivan en ciclos rotativos de cinco años, una por cada año; pero si son cuatro calidades diferentes cada persona tendrá cuatro lotes cultivables de calidad y extensión diferentes por año.
En regiones donde las tierras son fértiles y de regadío, disminuye el número y extensión de las aynokas; en los valles el tupu suele quedar reducido a una parcela. En zonas inhóspitas el ciclo de barbecho dura hasta treinta años.

EL GANADO.
A la estructura del ayllu debemos agregar el factor económico de la ganadería, que era objeto de similar distribución que la tierra, esto es, para el culto, el Inka y el pueblo.
Desde épocas muy anteriores al Inkario, el ganado jugó un papel importante en la economía americana, como fuente de subsistencia, como factor de industrialización y como motivo estético. Aunque el hombre americano no fue, ni es, gran consumidor de carne, introdujo su consumo en relativa escala. Ciertas regiones cordilleranas y de la hoya de los lagos Titicaca y Poopó eran ricas, y lo son todavía, en ganado de llamas, alpacas y vicuñas.

LA INDUSTRIA FAMILIAR.
La industria familiar es otra de las columnas sobre las que descansa el desenvolvimiento social y económico del ayllu y del Imperio, y todavía se halla en plena vigencia, habiendo cobrado, inclusive, mayor estímulo en determinadas regiones. Los diferentes ayllus se especializaban en estas actividades, sobre todo en zonas donde la agricultura era pobre. Habían ayllus de frazaderos, de sombrereros, de carpinteros, de plateros, de ceramistas, etc., al estilo de las corporaciones feudales aplicadas a la organización de la comunidad por medio de un sistema decimal que estudiaremos más tarde. Los artesanos indios no dejaban por eso las labores agrícolas y ganaderas.
El ayllu primitivo va perdiendo su unidad sanguínea debido a la presencia de contingentes foráneos “agregados”, primero, y luego a la de elementos de otros ayllus a los que abre sus puertas para la formación de parejas matrimoniales que acrecientan la población. Así el ayllu rompe su aislamiento y sus normas puramente sedentarias, irradia al exterior y se organiza en marcas, pasando luego a la estructura nacional, obedeciendo siempre al imperativo biológico en íntimo contacto con la producción de la tierra.

CAPITULO III.
OTRAS FORMAS DE ORGANIZACIÓN SOCIAL.

1.- LA ÉLITE.
A pesar del carácter místico, divino, de que se rodeó el Inka, sus poderes no eran absolutos, pues que tenía a su lado a los amautas, gentes de consejo que realizaban una suerte de Poder Ejecutivo. Los amautas, salidos de la casta privilegiada, eran verdaderos sabios y fueron ellos los que dieron impulso a una serie de conocimientos altamente desarrollados en el campo de la medicina, la cirugía, geometría, agropecuaria, estética, música, poesía, etc. Fueron, sin duda, los amautas los ingenieros que realizaron las maravillosas obras públicas que hoy nos causan tanto asombro: acueductos, caminos, fortalezas, templos.
A los miembros de la élite se los llamaba “orejones”, según la jerarquía creada por Manco Kápac. De ella salían los altos funcionarios religiosos, civiles y militares. Disponía de escuelas especiales, en las cuales, según Santa Clara y Toledo, se admitía también a los plebeyos mejor dotados, los que ascendían a “orejones” después de haber pasado por la prueba del huaracu. Este era un examen muy duro en el que se ponía a prueba las aptitudes del joven. Duraba treinta días y se componía de ayuno de seis días, simulacro de combates, hacer de centinela diez noches consecutivas, resistir impasibles a heridas y golpes, etc., seguido de torneos atléticos y pruebas de tiro con flechas y hondas. El mismo inka perforaba las orejas de los victoriosos, supremo galardón para aquellas gentes.
El príncipe heredero se sometía a pruebas todavía más rigurosas a fin de demostrar su resistencia y valor, junto a su sabiduría, humildad y tolerancia.
En el Imperio no había, pues, una aristocracia excluyente y cerrada, y podemos decir que las diferencias jerárquicas o de casta no implicaban diferencias de fortuna, ya que, como en ningún pueblo de la historia, en el Inkario no había ricos ni pobres.

2.- EL PUEBLO.
El hombre del pueblo era el jatun runa, que en quechua quiere decir “hombre grande”. Es evidente que pesaban sobre él obligaciones sumamente fuertes, aunque no es menos cierto que las cumplía no sólo con pleno sentido de responsabilidad sino hasta alegremente. Las labores más pesadas las realizaba al ritmo de las melodías de sus kenas, zampoñas o pinkillos. Las ocupaciones agrícolas tenían el carácter de un verdadero ritual, y se iniciaban con grandes festividades a las que concurría el mismo inka. Debieron ser impresionantes por su grandeza aquellos trabajos, y la prueba de que incidieron profundamente en el alma indígena, es que conservan sus modalidades esenciales hasta hoy, pues el campesino ama su tierra y su trabajo y lo realiza con un sentido litúrgico, de culto panteísta y cósmico que nada ha podido deformar.

3.- LOS MITIMAES.
Los mitimaes o mitimacus son el trasplante de grupos humanos a regiones alejadas de su tierra de nacimiento, y fueron creados, según algunos cronistas, por Inka Yupanqui (Pachacútec), uno de los grandes organizadores del Imperio. El desplazamiento de las poblaciones se realizaba por necesidades militares, políticas, demográficas o económicas. Llegaron a constituir, por su elevado número, una clase social intermedia entre la élite y el pueblo y disfrutaban de ciertos privilegios debido a la importancia y diversidad de las funciones que ejercían. Había cuatro clases de mitimaes, en el orden siguiente:
Los destacamentos militares establecidos en las fronteras para la defensa del Imperio. Los grupos que los integraban eran seleccionados entre los ayllus de absoluta confianza y de probada lealtad. Además de su función militar, cultivaban la tierra y practicaban la industria familiar.
En segundo lugar tenemos los excedentes de población de las zonas muy densas, desplazados a regiones despobladas para establecer el equilibrio demográfico. Al mismo grupo pertenecían las poblaciones de regiones poco aptas para la agricultura, trasladadas a otras zonas despobladas pero más favorables, siendo un hecho interesante que la población originaria establecía un derecho sobre las nuevas tierras. Así, hemos observado que las comunidades de Umala, Curahuara y Jesús de Machaca, tenían en propiedad extensas tierras de labrantía en las regiones calientes de Inquisivi y Timusí, estableciéndose un sistema de intercambio cooperativo. Tales mitimaes resultaban así una especie de colonias dependientes de la población que les dio origen. Los españoles ratificaron estos derechos otorgados por los inkas en favor de ayllus altiplánicos sobre tierras ubicadas en valle o regiones subtropicales. No cabe duda de que el sistema era eficaz, y es un antecedente que debiera ser tomado en cuenta para descongestionar las actuales regiones superpobladas del Altiplano y la sierra, para llevarlas a zonas más productivas. Precisamente, es lo que está haciendo el “Plan Andino” en el departamento de Puno (Perú) para trasladar los excedentes a las mejores tierras de Tambopata. También en Bolivia se ha iniciado hace algunos años un ensayo similar en base al proyecto de Eduardo Arze Loureiro, para llevar poblaciones andinas al oriente boliviano.
Los mitimaes de estos grupos no pagaban tributo al Estado, y su tarea principal consistía en incrementar la producción agropecuaria sin perder el vínculo con sus ayllus de origen. La institución fue implantada en este caso por la necesidad de mantener las estadísticas de acuerdo al sistema decimal que regía y para impedir todo déficit en la producción.
En tercer lugar tenemos la movilización de fuertes grupos de agricultores hacia los pueblos recién conquistados, para enseñarles la técnica de la producción agraria e industrial. Inversamente, los pueblos de incipiente desarrollo enviaban grupos de gentes para que recibieran la enseñanza necesaria.
Por último, tenemos las movilizaciones masivas de poblaciones que no inspiraban la suficiente confianza o se mantuvieran rebeldes. Estos grupos se trasladaban a provincias ya sometidas y leales, sustituyendo a sus pobladores, los que, a su vez, se instalaban en las regiones rebeldes. Ni unos ni otros volvían jamás a su primitivo territorio. Los mitimaes fieles eran recompensados generosamente y gozaban de privilegios especiales.

4.- LOS YANACONAS.
Los yanaconas fueron un grupo social desintegrado de la nacionalidad imperial por Túpac Yupanqui, por el delito de haber participado en un movimiento sedicioso. El castigo en este caso era la pena de muerte, pero seis mil de los rebeldes fueron perdonados gracias a una petición expresa de la Coya; el Inka les privó de todo derecho civil y los convirtió en siervos de la más baja categoría. De esta manera, con el penúltimo inka, aparece una clase condenada a servidumbre perpetua, privada de toda protección y justicia, sin derecho a figurar ni aún en las estadísticas y empadronamientos. Los gobernadores y jerarcas solían obsequiar al inka, en calidad de yanaconas, jóvenes jatun-runas que al ser degradados en tal forma, aumentaron considerablemente el número de aquellos siervos.
Sin embargo, algunos de estos yanaconas llegaron a adquirir la confianza de sus amos y a escalar situaciones de importancia.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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