Cada vez hay más argumentos a favor de seleccionar y moderar su uso por niños y adolescentes.
No es novedad que, por su carácter de ser audiovisuales y, más que eso, interactivos, los videojuegos en general tienen una indiscutible influencia en el desarrollo, actitudes y comportamiento de las personas, que está en proporción directa de su uso frecuente.
O si no, sólo baste con detenerse a la puerta de algún local público de videojuegos para observar qué porcentaje de adolescentes, incluso niños, luego de agotar hasta el último centavo de sus bolsillos, no tienen más remedio que abandonar, con la mirada "medio perdida", pero nada más que por el día de hoy, su combate virtual con heroes y monstruos que han cobrado una existencia casi real en su mentalidad sobre la base de las imágenes y efectos en las pantallas.
Tampoco es necesario recordar las diversas noticias de que muchos jóvenes, incluso niños, involucrados en escenas y episodios violentos admitieron su adicción por los videojuegos y, en especial, por los de roles de personajes violentos, vengadores, guerrilleros, mercenarios, terroristas y todo ese folklore que ya tiene características de un sub-mundo.
Y es que los videojuegos, mejor dicho quienes los desarrollan, no tienen reparos en explotar una adicción que se retroalimenta a sí misma y que la mercadotecnia viral se ocupa de expandir. Al parecer, el poder cultural y económico que están llegando a ejercer los videojuegos, que comenzaron un día lejano con una pequeña esfera rebotando en los límites de la pantalla, ahora tiene las características de todo un "mundo aparte" del que hay más dificultades para salir que para entrar.
Pero cada vez está más demostrado que estos videojuegos, especialmente los de violencia explícita, en que las armas, la muerte y la sangre son elementos sine quanon, no sólo causan impresión sino también un impacto de mediano y largo plazo en la psique, actitudes, valores y comportamientos de niños y adolescentes, entre los cuales la tolerancia a la violencia y una visión cada vez más superficial por el sentido de la vida son daños que pueden hacerse crónicos y difíciles de reparar.
A este respecto se añade otro argumento de preocupación: un estudio recientemente realizado aporta más elementos de que los videojuegos violentos provocan secuelas a largo plazo en las funciones mentales de jóvenes adultos, hasta el punto de que en los Estados Unidos de América ha llegado a convertirse en uno asunto de controversia judicial.
Este estudio se desarrolló con dos grupos de jóvenes uno de los cuales jugó durante un período de hasta 10 horas de diarias durante una semana, sucediéndole otra semana de abstención, mientras el otro grupo no jugaba. Luego se realizaron pruebas psicológicas que demostraron, al menos para esta experiencia, que quienes jugaron más tiempo mostraron una mayor predisposición a la agresividad que el grupo "testigo".
No obstante que este experimento tuvo escala más o menos limitada, la deducción es que las personas más "adictas" a los videojuegos violentos tienen mayor vulnerabilidad y predisposición a apropiarse y replicar las mismas en la vida real.
Y todo esto marca una alerta no sólo para los padres sino también para los mismos niños, adolescentes y jóvenes: de tanto internarse en el mundo imaginario de los videojuegos violentos, se tiene tendencia a ver la vida y la cotidianidad con los mismos ojos y actitudes con que se reacciona en un episodio virtual, lo cual puede provocar que, por ejemplo, la violencia o la muerte, de ser episodios traumáticos, poco a poco pasen a asumirse como algo trivial, lo cual puede afectar, incluso profundamente, la personalidad y el comportamiento.
Para mayores referencias, se aconseja leer esta noticia.
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No es novedad que, por su carácter de ser audiovisuales y, más que eso, interactivos, los videojuegos en general tienen una indiscutible influencia en el desarrollo, actitudes y comportamiento de las personas, que está en proporción directa de su uso frecuente.
O si no, sólo baste con detenerse a la puerta de algún local público de videojuegos para observar qué porcentaje de adolescentes, incluso niños, luego de agotar hasta el último centavo de sus bolsillos, no tienen más remedio que abandonar, con la mirada "medio perdida", pero nada más que por el día de hoy, su combate virtual con heroes y monstruos que han cobrado una existencia casi real en su mentalidad sobre la base de las imágenes y efectos en las pantallas.
Tampoco es necesario recordar las diversas noticias de que muchos jóvenes, incluso niños, involucrados en escenas y episodios violentos admitieron su adicción por los videojuegos y, en especial, por los de roles de personajes violentos, vengadores, guerrilleros, mercenarios, terroristas y todo ese folklore que ya tiene características de un sub-mundo.
Y es que los videojuegos, mejor dicho quienes los desarrollan, no tienen reparos en explotar una adicción que se retroalimenta a sí misma y que la mercadotecnia viral se ocupa de expandir. Al parecer, el poder cultural y económico que están llegando a ejercer los videojuegos, que comenzaron un día lejano con una pequeña esfera rebotando en los límites de la pantalla, ahora tiene las características de todo un "mundo aparte" del que hay más dificultades para salir que para entrar.
Pero cada vez está más demostrado que estos videojuegos, especialmente los de violencia explícita, en que las armas, la muerte y la sangre son elementos sine quanon, no sólo causan impresión sino también un impacto de mediano y largo plazo en la psique, actitudes, valores y comportamientos de niños y adolescentes, entre los cuales la tolerancia a la violencia y una visión cada vez más superficial por el sentido de la vida son daños que pueden hacerse crónicos y difíciles de reparar.
A este respecto se añade otro argumento de preocupación: un estudio recientemente realizado aporta más elementos de que los videojuegos violentos provocan secuelas a largo plazo en las funciones mentales de jóvenes adultos, hasta el punto de que en los Estados Unidos de América ha llegado a convertirse en uno asunto de controversia judicial.
Este estudio se desarrolló con dos grupos de jóvenes uno de los cuales jugó durante un período de hasta 10 horas de diarias durante una semana, sucediéndole otra semana de abstención, mientras el otro grupo no jugaba. Luego se realizaron pruebas psicológicas que demostraron, al menos para esta experiencia, que quienes jugaron más tiempo mostraron una mayor predisposición a la agresividad que el grupo "testigo".
No obstante que este experimento tuvo escala más o menos limitada, la deducción es que las personas más "adictas" a los videojuegos violentos tienen mayor vulnerabilidad y predisposición a apropiarse y replicar las mismas en la vida real.
Y todo esto marca una alerta no sólo para los padres sino también para los mismos niños, adolescentes y jóvenes: de tanto internarse en el mundo imaginario de los videojuegos violentos, se tiene tendencia a ver la vida y la cotidianidad con los mismos ojos y actitudes con que se reacciona en un episodio virtual, lo cual puede provocar que, por ejemplo, la violencia o la muerte, de ser episodios traumáticos, poco a poco pasen a asumirse como algo trivial, lo cual puede afectar, incluso profundamente, la personalidad y el comportamiento.
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