jueves, 1 de diciembre de 2011

El poder de la mente sobre el cuerpo

Si bien el estado espiritual ayuda a sanar el cuerpo, si es negativo, también puede enfermarlo, hasta las últimas consecuencias.

La fuerza del espíritu puede curar enfermedades y también producir tumores. La tristeza que causa la pérdida de la esposa es capaz de matar en pocos días y una actitud positiva ayuda a vencer el cáncer. ¿Por qué ocurre eso? ¿Qué tiene que ver el placer y la culpa con todo esto? La respuesta apasiona y sorprende.
La mente tiene una fuerza misteriosa que cura..., pero que también mata. Algunos hechos que se relacionan con ese invisible poder tienen la contundencia de un puñete a la mandíbula. Por ejemplo, en Estados Unidos, todos los años, más del uno por ciento de las 700 mil personas que se quedan viudas, muere —a su vez— entre los 30 días y los seis meses después de producirse la pérdida de su pareja. Crisis cardíaca y cáncer fulminante son las causas más frecuentes de estas “muertes por duelo”, como han sido bautizadas por los médicos. Las estadísticas señalan, también, que los viudos son diezmados en mayor proporción que las viudas. Los científicos comprobaron que estas personas que quedan solas de golpe presentan síntomas alarmantes antes de las seis semanas de ocurrido el deceso del cónyuge.
El profesor Roger W. Bartrop —de la Universidad de Sidney, Australia— estudió a 26 hombres y mujeres en esa situación. El 59 por ciento mostró una insólita caída del sistema inmunológico, en tanto que el 34 por ciento sufrió alteraciones cadiovasculares severas. El 2 por ciento de otro grupo de estudio más numeroso (400 personas) falleció antes de los 12 meses. ¿Qué pasa con esas personas? Los especialistas no se animan a decirlo, pero la pena, la tristeza y la depresión suelen ser asesinos más crueles que los infartos y las leucemias. Esta circunstancia dio origen a una nueva rama de la medicina: La Psiconeuroinmunología, encargada de estudiar (y eventualmente neutralizar sobre bases clínicas) este fenómeno que hasta hace poco pertenecía al reino de las ciencias ocultas.
Esta flamante disciplina va más allá de los límites dentro de los cuales se movió siempre la medicina psicosomática. Proporciona un apoyo científico a la simple afirmación de que gran parte de las enfermedades se originan (o su gravedad aumenta o disminuye) en la mente de las personas. El doctor Hugo Besedovsky, del Instituto de Investigación de Davos, Suiza, lo explica de esta manera: “Los linfocitos, por ejemplo, que juegan un papel fundamental en el sistema inmunológico, producen una hormona llamada adrenocorticotrófica, más conocida por la sigla ATCH, habitualmente segregada por la pituitaria, que está estrechamente relacionada con el stress. Cuando alguien está sometido a intensas presiones externas que lo angustian, el escudo inmunológico que protege al individuo de infecciones y de un buen número de enfermedades, incluidos ciertos cánceres, se desarticula por completo y el hombre queda inerme y puede morir”.
Es que las relaciones entre psiquismo y cáncer resultan cada día más evidentes. Greer y Morris, dos psicólogos del prestigioso King’s College Hospital, de Inglaterra, demostraron que la reacción de las mujeres a las cuales se les detectaba un cáncer de mama permitía predecir cuánto les quedaba de vida y si iban a tener o no graves metástasis (ramificaciones) en un futuro inmediato.

LA ACTITUD MENTAL.
Un 75 por ciento de las pacientes “dispuestas a vencer” no presentaron metástasis. En cambio, el 35 por ciento de las mujeres “resignadas” mostraron un agravamiento del mal a consecuencia de severas complicaciones. Tomando un período de cinco años, la sobrevida de las que formaban el segundo grupo fue del 10 por ciento; entre las del primer grupo, en cambio, se elevó al 38 por ciento. Un estudio posteriormente realizado sobre 200 mujeres en el hospital Paul Brousse, de Villejuif, Francia, arrojó resultados similares. “Eso quiere decir —explica Monis— que la actitud mental, tiene mucho que ver en el origen y evolución de las enfermedades. Si alguien quiere morir, es muy probable que muera”.
Quizá por esa actitud mental hacia las dolencias es que en el Hospital de Houston, Texas, los enfermos de cáncer (además de las medicinas que les son prescriptas) reciben un peculiar tratamiento que se parece mucho a un juego de video. Allí, un grupo de jóvenes que padecen de leucemia se sientan todos los días frente a los teclados de las computadoras para practicar un jueguito muy divertido y estimulante. En la pantalla aparece la figura de un tumor canceroso y todo consiste en perseguirlo y buscar estrategias para destruirlo, cosa que hacen invariablemente, porque este juego de guerra está programado para que sólo haya un ganador: el enfermo. El objetivo del mismo es simple: influir positivamente sobre el sistema inmunitario, gracias a la visualización y aniquilamiento del enemigo.
Las estadísticas arrojan un resultado espectacular: el 85 por ciento de los jóvenes consigue una sobrevida de 10 años, cuando la media estadística indica que en otros lugares ese porcentaje no supera casi nunca el 70 por ciento. Josephine Ritt, de 30 años, explica de esta manera cómo es la relación que tiene con su enfermedad: “Al comienzo —dice— no podía consolarme y pasé una semana o dos de grandes angustias. Luego, cuando el doctor que me atiende me propuso este juego, me fui sintiendo mejor. Poco a poco miré de otra forma mi enfermedad. Como soy muy competitiva no quiero perder nunca, y masacrar a mi adversario me produce una enorme satisfacción. Ahora, después de dos años de tratamiento, los médicos dicen que estoy curada, pero yo igual vengo al club, como lo llamamos, y sigo practicando la caza del tumor. No sé, pero eso me divierte”.
Según una encuesta realizada en los servicios de urgencia de las grandes ciudades francesas, un 60 por ciento de los llamados corresponden a enfermedades en las cuales el psiquismo tiene mucho que ver. Entre esas dolencias psicosomáticas las más corrientes son la fatiga, el dolor de espalda y las perturbaciones digestivas. Pero ese factor también está presente en afecciones tan diversas como el asma, los calambres, el eczema y las colitis espasmódicas. Las enfermedades cardiovasculares afectan sobre todo a las personas hiperactivas y estresadas. El cáncer también tiene un componente psicosomático. Hace años, el doctor Lawrence Le Shan, especialista estadounidense, realizó tests de personalidad a enfermos terminales de cáncer en la ciudad de Boston. Todas esas personas, antes de que se les detectara su afección, habían perdido el gusto por vivir y se sentían muy solas. Eran incapaces de rebelarse o expresar verbalmente su cólera ante una injusticia. Su resentimiento y su amargura, según Le Shan, con el tiempo se habían traducido en un tumor.
A principios del siglo XX, el médico alemán Georg Groddeck sugirió que toda enfermedad, incluso todo accidente, era en realidad una expresión del inconsciente. Una suerte de lenguaje físico que traducía, en forma simbólica, lo que una persona no osaba decir o incluso pensar. Contemporáneo de Sigmund Freud, descubrió el psicoanálisis a su manera. Así, llegó a curar completamente a una enferma que sufría de edemas originados por la retención excesiva de orina. Conversando con la paciente, ésta llegó a admitir que tenía grandes temores y remordimientos por haberse casado. En su juventud había experimentado una enorme vocación religiosa y prometió a Dios, durante sus rezos, que permanecería soltera y tomaría los hábitos para dedicarse a El.

EL EQUILIBRIO BIOLÓGICO.
Cuando el médico le hizo comprender que su culpa era exagerada y que se estaba dañando a sí misma, empezó a eliminar la orina retenida y los edemas desaparecieron. En dos semanas perdió 25 kilos y su cuerpo hinchado recobró una figura esbelta. Su mente la había castigado por una falta que ella creía haber cometido.
El profesor Henri Laborit (descubridor del primer tranquilizante) sostiene que una persona, cuando se enfrenta a una situación desagradable, tiene dos opciones: o huye o lucha contra ella. Si mantiene, en cambio, una situación de indefinición, perturba su equilibrio biológico. Y expone un ejemplo muy claro. No se le puede dar un puñetazo a un patrón o a un jefe tiránico, dice, porque estamos condicionados culturalmente para no hacerlo. Después de un tiempo de soportar una situación de sometimiento, toda acción (de huida o de rebelión) queda inhibida. Eso se traduce en la producción, por parte de nuestro organismo, de los llamados “radicales libres”. Estas son partículas químicas que tienen la tendencia de provocar, por oxidación, la muerte de las células y del tejido circundante. Como resultado de eso, se envejece prematuramente y hasta se puede morir.
“A veces la enfermedad surge como la respuesta más fácil para resolver un conflicto —dice la especialista Martha Videla de Goñi, psicopedagoga argentina de larga experiencia en trabajos con niños y adolescentes—. Existe un lenguaje del cuerpo observable a partir de la conducta. Es posible inferir una personalidad de acuerdo con la expresión de los ojos, el tono de la voz, o simplemente a través de la firmeza o no de un apretón de manos. Del mismo modo se puede percibir que la expresión o la represión de una emoción, que es lo que mueve o conmueve nuestro ánimo, se acompaña siempre de una modificación en el cuerpo, no solamente en el aspecto exterior, sino también a nivel de las funciones orgánicas”.
En este sentido, el profesor Laborit es concluyente: el placer, es decir la satisfacción con uno mismo, constituye la base de nuestro equilibrio biológico. La directora del único hospital psicosomático del mundo, la doctora Régine Herzberg-Poloniecka, afirma, por su parte, que no hay perfiles de personalidad que predispongan a la úlcera, al cáncer o a la hipertensión. Sólo hay historias clínicas que indican al profesional cómo se desencadenó la enfermedad y en medio de qué emociones se fue desarrollando.
Para aliviar este ingrediente psíquico, un californiano ingenioso, John David, creó una serie de extrañas máquinas que echó a andar en un instituto que fundó en Hollywood. Allí, en los salones que llamó brain-mind (cerebro-mente), una persona se puede conectar con un sincro-energizador cerebral, flotar en una solución salina contenida en un tanque capaz de alterar los estados psíquicos, calzarse un casco denominado “cámara de las estrellas”, que tiene audífonos para saturarse de música, combinada con los relámpagos de colores que se pueden ver con unos anteojos especiales de luces estroboscópicas, sincronizadas con grabaciones del latido de un corazón. Enchufada a esas máquinas, una persona —dice David— es capaz de sincronizar las ondas que emiten los hemisferios derecho e izquierdo con el objeto de lograr la paz.

PODER DEL AMOR.
Actualmente, muchos médicos y biólogos se resisten a esta tendencia de atribuir a la mente una fuerza capaz de actuar sobre el cuerpo. Sin embargo, hay evidencias de ello, como las citadas. El doctor Bemie Siegel, un médico cirujano norteamericano especialista en enfermos terminales y autor del libro “Love, Medicine and Miracles”, sostiene que no sólo se debe suministrar medicina a alguien que sabe que va a morir sino que hay que ayudarle a curar su alma por medio del amor. Según él, produce auténticos milagros. Y para respaldar sus palabras, Siegel proporciona un ejemplo significativo. En el hospital de New Haven, Connecticut, donde él trabajó muchos años, se usaba un antiácido determinado para todos los enfermos de úlcera. Sin embargo, en uno de los servicios, donde el personal era muy cálido y se trataba amorosamente a los pacientes, se conseguía un 75 por ciento de respuestas favorables, mientras que en otro servicio, muy conflictivo e impersonal, los buenos resultados apenas alcanzaban al 17 por ciento.
No parece razonable, entonces, negar los laberintos que puede transitar la psiquis (mente), para alcanzar la armonía somática (cuerpo). Si alguien confía en las virtudes del cristal para potenciar la salud, o en la energía de las pirámides, o en la balsámica acción de los sincro-energizadores cerebrales, tal vez habría que dejarlo transitar por esas veredas. Porque a veces el corazón tiene razones que la razón no conoce.

EL STRESS EN EL COSMOS.
La acción que la ansiedad, el temor y el stress pueden ejercer sobre el organismo y —en particular— sobre la infraestructura inmunológica, ha sido notablemente tipificada a raíz del seguimiento hecho por los médicos de la NASA sobre los astronautas de las misiones Apolo. Según ese rastreo, recogido por el psiquiatra Steven Locke y por Douglas Colligan en el libro “The Healer Within” (Editorial Sudamericana, Buenos Aires: El Medico Interior), los galenos pudieron notar el significativo aumento en el número de linfocitos en la sangre de los cosmonautas, tras haber permanecido un tiempo en el espacio exterior.
Un fenómeno inverso se observó en las tripulaciones de las naves Skylab, que habían orbitado en torno de la Tierra entre uno y tres meses. No sólo habían caído por debajo del umbral normal sus células inmunológicas; además, las drogas secretadas por el organismo y directamente vinculadas al stress mostraban valores muy aumentados. Los astronautas, hombres entrenados para convivir con situaciones límite, tampoco fueron invulnerables a un desafío tan abrupto como es el cambio de todos los puntos de referencia —físicos y psicológicos-culturales— que implicó la experiencia espacial.

LOS PLACEBOS QUE CURAN.
Los “remedios falsos”, las sustancias químicamente inertes y métodos seudo-terapéuticos, eficaces a pesar de su origen aparentemente espurio, son englobados bajo el nombre de placebos (del latín “complaceré”). Tanto puede tratarse de pastillas o píldoras, como de supuestas intervenciones quirúrgicas en las que sólo se ha hecho una incisión superficial, radioterapia con radiaciones imaginarias o inyecciones con suero fisiológico. Inclusive el cáncer ha admitido curas o retrocesos espectaculares por esta vía, íntimamente ligada a la fe. Claro: es ya un lugar común decir que el placebo número uno es el propio médico: como han señalado los doctores Patrick Lemoine y Bernard Lachaux, “un producto activo en el tratamiento de la ansiedad tiene un resultado muy superior al placebo, si es prescripto por un médico convencido de su eficacia”.
Y no se trata aquí tan sólo del fenómeno de la charlatanería, curanderismo o superstición, sino de una mecánica reconocida por la terapia. Así, una inyección cura en mayor medida que una píldora: es un efecto placebo. Un tranquilizante será más idóneo si viene en color azul-claro, pero un laxante ha de ser marrón. Y en materia de gustos: amargo. Es más: un medicamento resulta más eficaz cuando es nuevo, caro y difícil de adquirir.

Autor: Abel Gonzáles, Alberto Oliva y Enriqueta Sugasti.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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