Coincido con Shakira en que respecto a algunas cosas no soy la clase de idiota que se deja convencer.
Puedo estar equivocado.
Cuando un joven grupo cochabambino se presentó en un programa de televisión de La Paz, de esos que esforzadamente promueven artistas de música boliviana, hace ya varios años atrás, me pareció verdaderamente un buen prospecto. Me llamó la atención que, a diferencia del estereotípico estilo de los grupos de entonces, sus interpretaciones variaban los ritmos folklóricos hacia medio-baladas, más aun cuando en algunos temas se intercalaban breves aires en violín bien ejecutado por una simpática damita, todo lo cual significaba una diferencia cualitativa difícil de ignorar.
Tiempo después, cierto fin de semana que vi una nueva presentación del grupo en la tele, para mi desaliento, la damita y el violín no estaban más…
La verdad, como la percibo y puede no coincidir con lo que los demás, este grupo musical, “María-Juana”, mostraba desde sus inicios cierta pasta de buenas proyecciones, algo que con el tiempo se ha ido consolidando, talvez sin la velocidad que sus componentes y admiradores quisieran, pero consistente al fin…
Tiempo transcurrido, luego de una pausa, no de los artistas sino de mi expectación por ellos, a fines de 2010 pude oír por la radio una morenada (ritmo folklórico pegajosamente bailable de Bolivia) que, según el presentador radial, era parte del álbum “Idilio” que había grabado el grupo, y que estaba ganando justificada popularidad.
Y atributos no le faltan a esta canción que, entre otras cosas, se aparta un poco del manido argumento de “vivar” a tal o cual agrupación de danza, o de lamentarse por algún desengaño sentimental, o hacer apología de la bohemia desenfrenada, etc., con lo que en otros casos, aunque melódica y acústicamente el tema sea afortunado, el contenido argumental, lo que conocemos vulgarmente como “letra”, suele ir en contrasentido descompensando los buenos atributos creativos y estéticos que puedan tener.
Es más, semanas luego vi en un programa televisivo el video-clip del tema cuyas tomas y escenas enfatizaban sus versos inconfundibles:
Al año que viene volveré a bailar por ti,
Al año que viene… (etc.).
Las tomas bien hechas, filmadas en Potosí: Casa de la Moneda, legendario testigo del pasado Colonial, las calles de la ciudad, que vieron pasar en sus tiempos de esplendor ricos y riquezas, el Cerro Rico que hace tres siglos hiciera suspirar a nobles y monarcas europeos (“vale un Potosí”) y ahora luce evidentemente maltratado aunque todavía inagotable,… en fin, un acierto escenográfico (o filmográfico si corresponde).
Pero…
No se sabe cómo, se inició el rumor de que la imagen de una niña, que inicialmente se dijo no participó en la referida filmación, y que aparecía esporádicamente, esquivamente, en las escenas del video, era fruto de un evento, una aparición fantasmagórica que no correspondía al registro de lo filmado en realidad, lo que alimentó la versión de que en verdad este video, filmado en lugares “pesados” (cargados de sobrenaturalidad) estaba, a su vez, “encantado”.
Y como “el rumor es más veloz que el sonido”, a poco, toda la gente terminó germinando la leyenda urbana de que esta aparición era efecto del misterio propio de los lugares en que se había filmado el tal video: que en la Casa de la Moneda murió mucha gente esclavizada, que tal imagen infantil era la etérea reencarnación de algún “angelito” muerto trágicamente hace siglos, ya que aparecía y reaparecía en las tomas con vestuario propio de esas épocas, que el video estaba encantado, que era un mensaje sobrenatural de una Virgen niña, y otras alusiones de esas que brotan cuando se desboca la imaginación, el imaginario, o la imaginería…
Resultado: que a esta actora pretendidamente dada por sobrenatural terminó bautizándosela como “la Fantasmita”…
El asunto no tuviera mayor importancia si poco después no hubiera aparecido a mediados de año (2011), en algún canal televisivo que sinceramente no recuerdo, un breve reporte en sentido de que la madre y familia de la niña de marras se quejaba por el impacto psicológico que esta pequeña actora venía sufriendo porque la gente que conocía ya la tenía estresada (por decir lo menos) con las alusiones a esas escenas: “tú eres la chuiquita del video?”, “tú eres la fantasmita?”, “de cómo apareciste en la filmación?”…
Fuertes y desagradables han debido ser estas experiencias negativas para que la madre y familia de la niña tuvieran que haber planteado su queja ante un reportero, y que éste se hubiera decidido a publicarlo, como lo comprobé personalmente al ver dicha difusión. No hace falta ser psicólogo para darse cuenta de tamaña crisis, mientras el resto de la gente alimentaba con entusiasmo casi deportivo la bola de nieve del rumor.
Por ese tiempo no era extraño ver en la mayoría de las ventas callejeras de videos pequeñas aglomeraciones ante sólo oír los acordes de la morenada de la historia, no tanto por gozar de sus acordes sino por ver a la “fantasmita”…
Los discos “piratas” y “no piratas” que se vendieron esas semanas…!
Mientras la gente se esforzaba en encontrar explicación al cuento, casi nadie accedió a oír siquiera mi propia hipótesis, sencillamente porque… cómo iba yo a tener razón si cientos, miles de personas veían con sus propios ojos a “la fantasmita”?…
Y cuál era, y es todavía, mi hipótesis?: M.V.
Por qué? Sólo es cuestión de buscar, Google mediante, “marketing viral” y luego de una breve revisión analizar esta otra posible explicación.
Este 14 de diciembre me detuve frente a un puesto de periódicos y no sé por qué atiné a leer parte de un artículo en la publicación paceña “Extra” que refería esta anécdota ya casi olvidada. Este artículo se refería a la galopante popularidad que el grupo “María-Juana” había ganado el 2011, más aun a raíz de la polémica anécdota; también afirmaba que su responsable (o representante), enterándose del asunto, no sabía a qué atribuirlo y que finalmente, por el mes de agosto, él y los demás componentes decidieron hacer una aclaración visitando a la niña y ofreciéndole disculpas con lo cual, virtualmente, la cuestión se cerraba…
Todo bien, verdad?
Yo no lo sé.
Si se tratara de una adolescente o alguien mucho mayor, con personalidad más desarrollada y dueña de su arbitrio como para involucrarse de “muto propio” en lo que derivó como comidilla de opinión (o habladuría), hubiera resultado incluso jocoso; pero el caso es que se trata de una niña mucho menor y que, por tanto, tuvo que participar a instancias o consentimiento de sus mayores, con autoridad y facultades para decidir por ella, y cuidarla de perjuicios físicos, psicológicos y/o sociales… Basta repasar cualquier libro básico de psicología infantil, y la legislación en materia del menor para caer en la cuenta de que en este caso, si no se ha sobrepuesto el bienestar de la niña por sobre otra consideración, incluyendo su protección y defensa inmediata en caso de perjuicios psíquicos, así sean sólo potenciales, hay “pasto” para conjeturar que se ha incurrido, lo menos, en una negligencia perjudicial que si no ameritaría sanción al menos sí reproche.
¿Por qué se dejó que la habladuría creciera, con riesgo para la imagen, dignidad e integridad psico-afectiva de la niña hasta, sólo luego de algunos meses, hacer la aclaración respectiva?
Porque según dice, más o menos, el responsable del grupo musical, a días de generalizarse el rumor, efectivamente se incluyó varios personajes caracterizados de manera tradicional; pero en cuanto a eso de apariciones y cosas así, no sabía nada…, y que sólo en agosto (según sus propias palabras) decidieron reunirse con la familia de la niña para aclarar el caso y ofrecer disculpas…
(Quien quiera leer la nota textual puede consultar el periódico boliviano “Extra” de fecha 14 de diciembre de 2011, La Paz).
No es bueno pensar comenzando siempre “por lo malo”; pero al menos para mí resulta difícil que los de “María-Juana” hubieran percibido que estaban subiendo de ranking sin enterarse de que también, simultáneamente, se hablaba del rumor, porque en torno a ellos se comentaban las dos cosas juntas.
También es posible suponer que entre los del grupo y la familia de la niña hubo contactos para aclarar el malentendido, que no había obligación de publicarlo. Pero si así fue, ¿por qué a algunas semanas de intensificarse la habladuría dicha familia tuvo que salir para cuestionar los comentarios que ya tomaban cariz de maledicencias en torno a la niña, que según dijeron dichos familiares la estaban afectando psicológicamente?
¿Por qué hubo de esperarse a mediados (o talvez fines) de agosto para que los responsables del grupo y la mencionada familia se reunieran, zanjando el asunto “con ofrecimiento de disculpas”, a tres o cuatro meses luego de que el rumor de la “fantasmita” catalizara la expectativa pública, con impacto favorable para la popularidad del tema musical y sus intérpretes?
No hay arma publicitaria más poderosa que el rumor, esa es la base y fundamento del marketing viral: hacer rodar, usualmente a través de terceras personas, lo que vulgarmente se llama “quinta columna”, una historia cargada de alguna intriga, curiosidad o (digámoslo de una vez) chisme, y éste se diseminará replicándose y multiplicándose como un virus, de donde deriva su nombre. Claro, quienes son los aludidos responderán invariablemente, con la mayor candidez posible: “yo no fui”, “¿por qué a mí?”…
En especial, el mundo de la farándula y el espectáculo está lleno de estos ardides; hasta hay especialistas en ocasionarlos y sacarles el mejor provecho. Siempre que no afecte ni ofenda a las personas, o que ellas se avengan con la dinámica, no hay mayor problema. “Que hablen bien o mal de uno, pero que hablen” (Hollywood).
Pero si se involucra a una niña, y aunque sus padres no salgan en defensa de su integridad y/o imagen, quien lo hace se coloca sobre la delgada y frágil línea que separa lo audaz de lo inmoral, entre lo que da mejores resultados y lo que merece el más severo reproche social, o incluso algo peor. Porque “el fin no justifica los medios”, a no ser que el principio ético-jurídico de respetar a la niñez en todo momento y situación sea sólo “un saludo a la bandera”.
No soy quien para acusar, mucho menos juzgar; ni siquiera estoy sospechando. Sólo veo que no estoy tan convencido con eso de que los de “María-Juana” no sabían lo que pasaba alrededor de la niña y lo que se decía de ella. Quiero creer que así fue, porque, al menos por ahora, no tengo razones para dudar de tan conocidos artistas. Además, lo que personalmente me parezca no importa, sino que ojalá esta niña, cuando joven, recuerde esta anécdota con buen humor en vez de enojo, o lo que fuera peor, con indignación.
De todos modos, y sin sugerir que haya existido malicia, hubiera sido más noble que, en lugar que la diatriba crezca, se haya aclarado la confusión calmando el chisme, algo que, como se ve, parece haber ocurrido sólo cuando ya estaba “bajando de volumen”. A veces, cuando algo que debe hacerse pronto se lo hace después, “ya no es lo mismo”.
Y quienes se decidan por hacer marketing viral, ojalá que junto al ingenio y picardía que se necesitan para ello, también tengan la ética necesaria para permanecer en este lado de lo gracioso y moralmente aceptable, porque cuando se acude a estos recursos se está a un centímetro de pasarse al “lado oscuro” (al buen entendedor…).
Ukamau la cosa.
(Si este artículo te parece interesante, puedes compartirlo con tus amistades mediante el botón “Me gusta”, “enviar por e-mail”, el enlace a Facebook, Twitter o Google+. Hacerlo es fácil y toma sólo unos cuantos segundos. Gracias)
Puedo estar equivocado.
Cuando un joven grupo cochabambino se presentó en un programa de televisión de La Paz, de esos que esforzadamente promueven artistas de música boliviana, hace ya varios años atrás, me pareció verdaderamente un buen prospecto. Me llamó la atención que, a diferencia del estereotípico estilo de los grupos de entonces, sus interpretaciones variaban los ritmos folklóricos hacia medio-baladas, más aun cuando en algunos temas se intercalaban breves aires en violín bien ejecutado por una simpática damita, todo lo cual significaba una diferencia cualitativa difícil de ignorar.
Tiempo después, cierto fin de semana que vi una nueva presentación del grupo en la tele, para mi desaliento, la damita y el violín no estaban más…
La verdad, como la percibo y puede no coincidir con lo que los demás, este grupo musical, “María-Juana”, mostraba desde sus inicios cierta pasta de buenas proyecciones, algo que con el tiempo se ha ido consolidando, talvez sin la velocidad que sus componentes y admiradores quisieran, pero consistente al fin…
Tiempo transcurrido, luego de una pausa, no de los artistas sino de mi expectación por ellos, a fines de 2010 pude oír por la radio una morenada (ritmo folklórico pegajosamente bailable de Bolivia) que, según el presentador radial, era parte del álbum “Idilio” que había grabado el grupo, y que estaba ganando justificada popularidad.
Y atributos no le faltan a esta canción que, entre otras cosas, se aparta un poco del manido argumento de “vivar” a tal o cual agrupación de danza, o de lamentarse por algún desengaño sentimental, o hacer apología de la bohemia desenfrenada, etc., con lo que en otros casos, aunque melódica y acústicamente el tema sea afortunado, el contenido argumental, lo que conocemos vulgarmente como “letra”, suele ir en contrasentido descompensando los buenos atributos creativos y estéticos que puedan tener.
Es más, semanas luego vi en un programa televisivo el video-clip del tema cuyas tomas y escenas enfatizaban sus versos inconfundibles:
Al año que viene volveré a bailar por ti,
Al año que viene… (etc.).
Las tomas bien hechas, filmadas en Potosí: Casa de la Moneda, legendario testigo del pasado Colonial, las calles de la ciudad, que vieron pasar en sus tiempos de esplendor ricos y riquezas, el Cerro Rico que hace tres siglos hiciera suspirar a nobles y monarcas europeos (“vale un Potosí”) y ahora luce evidentemente maltratado aunque todavía inagotable,… en fin, un acierto escenográfico (o filmográfico si corresponde).
Pero…
No se sabe cómo, se inició el rumor de que la imagen de una niña, que inicialmente se dijo no participó en la referida filmación, y que aparecía esporádicamente, esquivamente, en las escenas del video, era fruto de un evento, una aparición fantasmagórica que no correspondía al registro de lo filmado en realidad, lo que alimentó la versión de que en verdad este video, filmado en lugares “pesados” (cargados de sobrenaturalidad) estaba, a su vez, “encantado”.
Y como “el rumor es más veloz que el sonido”, a poco, toda la gente terminó germinando la leyenda urbana de que esta aparición era efecto del misterio propio de los lugares en que se había filmado el tal video: que en la Casa de la Moneda murió mucha gente esclavizada, que tal imagen infantil era la etérea reencarnación de algún “angelito” muerto trágicamente hace siglos, ya que aparecía y reaparecía en las tomas con vestuario propio de esas épocas, que el video estaba encantado, que era un mensaje sobrenatural de una Virgen niña, y otras alusiones de esas que brotan cuando se desboca la imaginación, el imaginario, o la imaginería…
Resultado: que a esta actora pretendidamente dada por sobrenatural terminó bautizándosela como “la Fantasmita”…
El asunto no tuviera mayor importancia si poco después no hubiera aparecido a mediados de año (2011), en algún canal televisivo que sinceramente no recuerdo, un breve reporte en sentido de que la madre y familia de la niña de marras se quejaba por el impacto psicológico que esta pequeña actora venía sufriendo porque la gente que conocía ya la tenía estresada (por decir lo menos) con las alusiones a esas escenas: “tú eres la chuiquita del video?”, “tú eres la fantasmita?”, “de cómo apareciste en la filmación?”…
Fuertes y desagradables han debido ser estas experiencias negativas para que la madre y familia de la niña tuvieran que haber planteado su queja ante un reportero, y que éste se hubiera decidido a publicarlo, como lo comprobé personalmente al ver dicha difusión. No hace falta ser psicólogo para darse cuenta de tamaña crisis, mientras el resto de la gente alimentaba con entusiasmo casi deportivo la bola de nieve del rumor.
Por ese tiempo no era extraño ver en la mayoría de las ventas callejeras de videos pequeñas aglomeraciones ante sólo oír los acordes de la morenada de la historia, no tanto por gozar de sus acordes sino por ver a la “fantasmita”…
Los discos “piratas” y “no piratas” que se vendieron esas semanas…!
Mientras la gente se esforzaba en encontrar explicación al cuento, casi nadie accedió a oír siquiera mi propia hipótesis, sencillamente porque… cómo iba yo a tener razón si cientos, miles de personas veían con sus propios ojos a “la fantasmita”?…
Y cuál era, y es todavía, mi hipótesis?: M.V.
Por qué? Sólo es cuestión de buscar, Google mediante, “marketing viral” y luego de una breve revisión analizar esta otra posible explicación.
Este 14 de diciembre me detuve frente a un puesto de periódicos y no sé por qué atiné a leer parte de un artículo en la publicación paceña “Extra” que refería esta anécdota ya casi olvidada. Este artículo se refería a la galopante popularidad que el grupo “María-Juana” había ganado el 2011, más aun a raíz de la polémica anécdota; también afirmaba que su responsable (o representante), enterándose del asunto, no sabía a qué atribuirlo y que finalmente, por el mes de agosto, él y los demás componentes decidieron hacer una aclaración visitando a la niña y ofreciéndole disculpas con lo cual, virtualmente, la cuestión se cerraba…
Todo bien, verdad?
Yo no lo sé.
Si se tratara de una adolescente o alguien mucho mayor, con personalidad más desarrollada y dueña de su arbitrio como para involucrarse de “muto propio” en lo que derivó como comidilla de opinión (o habladuría), hubiera resultado incluso jocoso; pero el caso es que se trata de una niña mucho menor y que, por tanto, tuvo que participar a instancias o consentimiento de sus mayores, con autoridad y facultades para decidir por ella, y cuidarla de perjuicios físicos, psicológicos y/o sociales… Basta repasar cualquier libro básico de psicología infantil, y la legislación en materia del menor para caer en la cuenta de que en este caso, si no se ha sobrepuesto el bienestar de la niña por sobre otra consideración, incluyendo su protección y defensa inmediata en caso de perjuicios psíquicos, así sean sólo potenciales, hay “pasto” para conjeturar que se ha incurrido, lo menos, en una negligencia perjudicial que si no ameritaría sanción al menos sí reproche.
¿Por qué se dejó que la habladuría creciera, con riesgo para la imagen, dignidad e integridad psico-afectiva de la niña hasta, sólo luego de algunos meses, hacer la aclaración respectiva?
Porque según dice, más o menos, el responsable del grupo musical, a días de generalizarse el rumor, efectivamente se incluyó varios personajes caracterizados de manera tradicional; pero en cuanto a eso de apariciones y cosas así, no sabía nada…, y que sólo en agosto (según sus propias palabras) decidieron reunirse con la familia de la niña para aclarar el caso y ofrecer disculpas…
(Quien quiera leer la nota textual puede consultar el periódico boliviano “Extra” de fecha 14 de diciembre de 2011, La Paz).
No es bueno pensar comenzando siempre “por lo malo”; pero al menos para mí resulta difícil que los de “María-Juana” hubieran percibido que estaban subiendo de ranking sin enterarse de que también, simultáneamente, se hablaba del rumor, porque en torno a ellos se comentaban las dos cosas juntas.
También es posible suponer que entre los del grupo y la familia de la niña hubo contactos para aclarar el malentendido, que no había obligación de publicarlo. Pero si así fue, ¿por qué a algunas semanas de intensificarse la habladuría dicha familia tuvo que salir para cuestionar los comentarios que ya tomaban cariz de maledicencias en torno a la niña, que según dijeron dichos familiares la estaban afectando psicológicamente?
¿Por qué hubo de esperarse a mediados (o talvez fines) de agosto para que los responsables del grupo y la mencionada familia se reunieran, zanjando el asunto “con ofrecimiento de disculpas”, a tres o cuatro meses luego de que el rumor de la “fantasmita” catalizara la expectativa pública, con impacto favorable para la popularidad del tema musical y sus intérpretes?
No hay arma publicitaria más poderosa que el rumor, esa es la base y fundamento del marketing viral: hacer rodar, usualmente a través de terceras personas, lo que vulgarmente se llama “quinta columna”, una historia cargada de alguna intriga, curiosidad o (digámoslo de una vez) chisme, y éste se diseminará replicándose y multiplicándose como un virus, de donde deriva su nombre. Claro, quienes son los aludidos responderán invariablemente, con la mayor candidez posible: “yo no fui”, “¿por qué a mí?”…
En especial, el mundo de la farándula y el espectáculo está lleno de estos ardides; hasta hay especialistas en ocasionarlos y sacarles el mejor provecho. Siempre que no afecte ni ofenda a las personas, o que ellas se avengan con la dinámica, no hay mayor problema. “Que hablen bien o mal de uno, pero que hablen” (Hollywood).
Pero si se involucra a una niña, y aunque sus padres no salgan en defensa de su integridad y/o imagen, quien lo hace se coloca sobre la delgada y frágil línea que separa lo audaz de lo inmoral, entre lo que da mejores resultados y lo que merece el más severo reproche social, o incluso algo peor. Porque “el fin no justifica los medios”, a no ser que el principio ético-jurídico de respetar a la niñez en todo momento y situación sea sólo “un saludo a la bandera”.
No soy quien para acusar, mucho menos juzgar; ni siquiera estoy sospechando. Sólo veo que no estoy tan convencido con eso de que los de “María-Juana” no sabían lo que pasaba alrededor de la niña y lo que se decía de ella. Quiero creer que así fue, porque, al menos por ahora, no tengo razones para dudar de tan conocidos artistas. Además, lo que personalmente me parezca no importa, sino que ojalá esta niña, cuando joven, recuerde esta anécdota con buen humor en vez de enojo, o lo que fuera peor, con indignación.
De todos modos, y sin sugerir que haya existido malicia, hubiera sido más noble que, en lugar que la diatriba crezca, se haya aclarado la confusión calmando el chisme, algo que, como se ve, parece haber ocurrido sólo cuando ya estaba “bajando de volumen”. A veces, cuando algo que debe hacerse pronto se lo hace después, “ya no es lo mismo”.
Y quienes se decidan por hacer marketing viral, ojalá que junto al ingenio y picardía que se necesitan para ello, también tengan la ética necesaria para permanecer en este lado de lo gracioso y moralmente aceptable, porque cuando se acude a estos recursos se está a un centímetro de pasarse al “lado oscuro” (al buen entendedor…).
Ukamau la cosa.
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