A medida que se acerca el 21 de diciembre de 2012 la expectativa se concentra pero las versiones sobre el fin del mundo se desconcentran.
Puedo estar equivocado.
Si cuando el Imperio Romano antes de Cristo se hubiera predicho una fecha aproximativa concreta del nacimiento del Mesías, que aun hoy nos confunde porque parece que Jesús nació concretamente 4 años antes de Cristo (…!...), es posible que los romanos, tomando en cuenta los augurios de sus contemporáneos judíos, ciertamente, se hubieran inquietado más allá de los habitual; pero parece que Herodes fue el único quien entró en pánico al extremo de, según la tradición, mandar victimar a todos los judíos varones nacidos un poco antes de padecer su paranoia.
Sin cuestionar las convicciones de quienes toman muy en serio esto de las fechas emblemáticas, que buenas razones deben tener para ello, ciertamente no se puede evitar prestarles atención; el día de Año Nuevo, hasta nuestro cumpleaños son demostraciones de que, más allá de lo tradicional, cultural o simple imaginería, ciertas fechas adquieren connotación especial, y muchas veces no es para menos.
Por ejemplo se dice que los 15 años marcan una frontera especial para las niñas que, luego van camino de convertirse en señoritas, que los 33 años son especialmente de cuidado para los jóvenes porque Jesús murió a esta edad, …, y así, nuestra sociedad actual está llena de señales, símbolos y signos que, sobre un argumento u otro, ha construido toda una cultura (leyendas urbanas también les dicen) que a unos no sólo les ocupa, a otros les preocupa y a algunos más prácticamente les tiene descuidados.
Pero no es sólo de ahora, sino que viene desde antes.
Los cambios de siglo, por ejemplo, muestran haber inquietado a la gente de esos tiempos, mucho más si más o menos coincidían con eventos como guerras, aproximación de cometas o eclipses. Se cuenta que en los últimos días del año 1899 hubo personas que se afligieron “más de lo debido”, o que incluso ocurrió más de un suicidio. Una congregación religiosa le dio, y talvez lo hace todavía, especial connotación al año 1914, coincidente además con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Y ni qué decir del Cambio de Milenio que hasta tuvo su propia clave: Y2K.
Pero por otro lado están las profecías antiguas, y las no tan antiguas, que han preocupado y preocupan a quienes se ocupan de ellas (sí, aunque parezca sólo un juego de palabras). Se dice que las pirámides egipcias guardan en sus dimensiones matemáticamente relacionadas unas con otras ciertos signos que marcan tiempos históricos especialmente significativos, tanto de la historia ya pasada como de la que vendrá. Se dice, también con énfasis creciente, que el calendario maya es más explícito sobre un tiempo o fecha concreta en el que, para decir lo menos, cambiará el mundo para siempre. Y Nostradamus, a quien más y a quien menos ha inquietado alguna vez con tanta bibliografía y producción televisiva que se le dedica en esta época, guarda en sus Centurias (que me he permitido colgar en otra parte de este mismo blog) muchas frases enigmáticas que invitan a pensar, suponer, conjeturar, imaginar…, que para eso es lo primero que sirve el lenguaje que se dice “hermético” (en alusión a Hermes).
A medida que se acerca el 21 de diciembre de 2012, proliferan más las alusiones a las profecías mayas sobre el supuesto, aun no comprobado ni desmentido categóricamente, de que señala, incluso con precisión de días, lo que sería el Fin de los Tiempos…!
La base de esta afirmación, todavía hipotética pero que gana expectativa, es que precisamente en esa fecha finaliza la cuenta del tiempo en el calendario maya, es decir que para ellos, luego de tal, sencillamente, ya no hay más tiempo previsto, de donde nace la idea de que el final de su calendario está sencillamente el fin definitivo de las cosas, o sea, del mundo.
Esta interpretación se ha popularizado tanto que para unos es casi un dogma y para otros, escépticos, motivo de gracia, aunque ambas actitudes tienen el denominador común de una inocultable intriga por lo que en realidad significa este abrupto final que marcaría el calendario de los varias veces milenarios mayas.
Y ahora?
Quienes están más familiarizados con los ciclos, tiempos e intervalos que marca el calendario maya, efectivamente, este maravilloso instrumento cuya precisión sideral se tiene por casi indiscutible, tiene un límite de conteo cronológico, que algunos asocian con el límite terminal del tiempo del mundo, al menos como lo conocemos hoy, o sea, una finalización fatal …
Un final, pero de qué?
Parece que en esta cuestión radica el sentido de la tarea interpretativa que nos legaron, talvez sin proponérselo, nuestros antepasados e invalorables mayas.
El término “final” puede adquirir muchos sentidos según el contexto y la forma, incluso subjetiva, que le podemos dar a su significado. Hay un final de nuestras vidas terrenales así como lo hay para las épocas, para los regímenes políticos, incluso para los amoríos adolescentes (cuando ocurren suele acabárseles su mundo sentimental, hasta que comienza el siguiente). Pero también hay un final para los planetas, las estrellas y talvez para el universo, si de tanto expandirse habrá de disolverse en la Nada, o comenzará más bien un retroceso compresivo hasta la situación del Big Bang primitivo, dilema que nuestros genios aun no atinan a dilucidar.
Entonces, lo “final”, más que una realidad parecería ser más bien un concepto, que adquiere su sentido según como se lo use y “comunique”, porque lo que esta palabra significa para mí puede disentir con lo que para los demás…
Pero volviendo a los mayas…
Ahora, a fines de 2011, hay estudiosos que reparan en esta relatividad fundamental que, felizmente para unos pero cuestionablemente para otros, permite reducir el nivel de ominosidad de los augurios que hacen del 2012 un año de temores y recelos.
Vagando por la web, me detuve en un post de la BBC que refería a que unos especialistas habían ajustado mejor el significado del calendario y lo que los mayas hubieran interpretado sobre lo que hoy asociamos al diciembre del 2012. En este artículo se menciona que talvez la idea de final no se refería precisamente al “final de todo” sino a “una parte del todo”, es decir, a un gran ciclo, luego de lo cual no se sabe si habrá de ocurrir un nuevo comienzo o… quién sabe qué…
Intrigado, puse a buscar a Google información sobre “calendario – maya – fin – mundo” y me encontré con que en muchos otros ciber-lugares había menciones similares, de las que me atrevo a tomar prestado una, al azar, que dice:
“¿A qué viene tanto revuelo? A que el ciclo largo del calendario maya, que dura 1.872.000 días -5.125 de nuestros años- y empezó el 11 de agosto de 3114 antes de Cristo, acabará y volverá a ponerse a cero el 21 de diciembre de 2012. Eso no significaba para los mayas el final del mundo, sino que se terminaba un ciclo y había que volver a empezar, una especie de Nochevieja a la que sigue su correspondiente día de Año Nuevo”.
Además, por lo que se conoce, este tiempo marcaba para los mayas el regreso de un personaje mítico, convirtiéndolo en algo trascendentalmente especial…
Sin intentar ridiculizar unas y otras creencias, y salvando la particular cosmovisión de tan emblemática cultura, entre las más insignes del mundo, es razonable pensar que talvez nuestra humanidad actual ha mal-comprendido ciertos aspectos de su forma de concebir las cosas, atribuyéndoles connotaciones propias de nuestra interpretación, más no pocas trivialidades, máxime si, como se sabe, lo poco auténtico que se ha podido rescatar de ese mundo aun incógnito ha tenido que pasar por el tamiz impuesto de la superposición cultural ibérica. No debemos olvidar que cuando los españoles llegaron a la región, lo más culminante de la cultura maya ya había pasado hace mucho su cenit civilizatorio, y que lo poquísimo que quedaba fue sistemáticamente asolado en nombre de la fe católica, como el romano cuando sembró sal sobre la humillada Cartago.
Entonces, nos inquieta lo que los vestigios mayas expresan –y no atinamos a entender– o más bien lo que nosotros, buenamente o no, pensamos que nos quisieron comunicar? Porque no es aventurado pensar que de tanto pretender comprender lo que sentimos que se nos dice terminamos por poner en boca ajena nuestros propios pensamientos –y temores– asumiendo que nos llegan de fuera de nuestra mentalidad cuando en verdad nos nace de muy adentro, dinámica que un psicoterapeuta nos explicaría mejor.
En tal sentido, es permisible asumir que el “fin de todo” no equivale al fin de “una parte del todo”. Un ciclo calendárico, un tiempo histórico, una era, un edad, como se lo quiera comprender. También es posible, y talvez probable, que hayamos puesto en la boca imaginaria de los sacerdotes mayas una profecía que, en realidad, la hemos configurado nosotros mismos, y la hemos catalizado con nuestros recelos acerca del rumbo actual de la Humanidad, con las crisis, eventos catastróficos y sabor a decadencia que frecuentemente experimentamos con sólo ver las tele-noticias o las portadas periodísticas.
Quién sabe…
Resumiendo: el fin del “mundo-mundo” parece que no ocurrirá el 12 de diciembre de 2012; talvez, a lo sumo, incluso imperceptiblemente, el fin de una época, y el hecho de que coincidentemente varias otras premoniciones parezcan coincidir en esta fecha que quita el sueño a más de uno, indique en encuentro, o separación, de dos tiempos diferentes, un “antes” y “después” en algún sentido.
Aunque el misterio continúa, visto de este modo, ya no parece “tan misterioso” (alivio relativo, pero alivio al fin).
Pero, como casi siempre ocurre en estos territorios de especulación, queda un cabo suelto: instalando en mi compu un antiguo programita de astronomía escolar, el Drive Space, comprobé que ese 21 de diciembre de 2012 la Tierra, el Sol, y varios planetas de nuestro Sistema estarán “bastante” alineados con lo que se marca como centro oscuro de nuestra galaxia Vía Láctea, y precisamente en dirección de una constelación de la que no se habla mucho, que algunos astrónomos y astrólogos reivindican para reincorporarla al zodíaco: Ofiukus, en alusión a un ofidio (serpiente) sideral…
21 de diciembre, solsticio, astros alineados en dirección al centro galáctico en que un gran agujero negro engulle vorazmente hasta la luz de las cercanías, campos gravitatorios particularmente dispuestos, otras alusiones al supuestamente desdeñado Ofiukus (no sé si está bien escrito) y que por no prolongarme demasiado no mencionaré…
¿Es que salimos de una para caer en otra?
La verdad, ya no lo sé, ayúdenme ustedes…
Ukamau la cosa…
(Si este artículo te parece interesante, puedes compartirlo con tus amistades mediante el botón “Me gusta”, “enviar por e-mail”, el enlace a Facebook, Twitter o Google+. Hacerlo es fácil y toma sólo unos cuantos segundos. Gracias)
Puedo estar equivocado.
Si cuando el Imperio Romano antes de Cristo se hubiera predicho una fecha aproximativa concreta del nacimiento del Mesías, que aun hoy nos confunde porque parece que Jesús nació concretamente 4 años antes de Cristo (…!...), es posible que los romanos, tomando en cuenta los augurios de sus contemporáneos judíos, ciertamente, se hubieran inquietado más allá de los habitual; pero parece que Herodes fue el único quien entró en pánico al extremo de, según la tradición, mandar victimar a todos los judíos varones nacidos un poco antes de padecer su paranoia.
Sin cuestionar las convicciones de quienes toman muy en serio esto de las fechas emblemáticas, que buenas razones deben tener para ello, ciertamente no se puede evitar prestarles atención; el día de Año Nuevo, hasta nuestro cumpleaños son demostraciones de que, más allá de lo tradicional, cultural o simple imaginería, ciertas fechas adquieren connotación especial, y muchas veces no es para menos.
Por ejemplo se dice que los 15 años marcan una frontera especial para las niñas que, luego van camino de convertirse en señoritas, que los 33 años son especialmente de cuidado para los jóvenes porque Jesús murió a esta edad, …, y así, nuestra sociedad actual está llena de señales, símbolos y signos que, sobre un argumento u otro, ha construido toda una cultura (leyendas urbanas también les dicen) que a unos no sólo les ocupa, a otros les preocupa y a algunos más prácticamente les tiene descuidados.
Pero no es sólo de ahora, sino que viene desde antes.
Los cambios de siglo, por ejemplo, muestran haber inquietado a la gente de esos tiempos, mucho más si más o menos coincidían con eventos como guerras, aproximación de cometas o eclipses. Se cuenta que en los últimos días del año 1899 hubo personas que se afligieron “más de lo debido”, o que incluso ocurrió más de un suicidio. Una congregación religiosa le dio, y talvez lo hace todavía, especial connotación al año 1914, coincidente además con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Y ni qué decir del Cambio de Milenio que hasta tuvo su propia clave: Y2K.
Pero por otro lado están las profecías antiguas, y las no tan antiguas, que han preocupado y preocupan a quienes se ocupan de ellas (sí, aunque parezca sólo un juego de palabras). Se dice que las pirámides egipcias guardan en sus dimensiones matemáticamente relacionadas unas con otras ciertos signos que marcan tiempos históricos especialmente significativos, tanto de la historia ya pasada como de la que vendrá. Se dice, también con énfasis creciente, que el calendario maya es más explícito sobre un tiempo o fecha concreta en el que, para decir lo menos, cambiará el mundo para siempre. Y Nostradamus, a quien más y a quien menos ha inquietado alguna vez con tanta bibliografía y producción televisiva que se le dedica en esta época, guarda en sus Centurias (que me he permitido colgar en otra parte de este mismo blog) muchas frases enigmáticas que invitan a pensar, suponer, conjeturar, imaginar…, que para eso es lo primero que sirve el lenguaje que se dice “hermético” (en alusión a Hermes).
A medida que se acerca el 21 de diciembre de 2012, proliferan más las alusiones a las profecías mayas sobre el supuesto, aun no comprobado ni desmentido categóricamente, de que señala, incluso con precisión de días, lo que sería el Fin de los Tiempos…!
La base de esta afirmación, todavía hipotética pero que gana expectativa, es que precisamente en esa fecha finaliza la cuenta del tiempo en el calendario maya, es decir que para ellos, luego de tal, sencillamente, ya no hay más tiempo previsto, de donde nace la idea de que el final de su calendario está sencillamente el fin definitivo de las cosas, o sea, del mundo.
Esta interpretación se ha popularizado tanto que para unos es casi un dogma y para otros, escépticos, motivo de gracia, aunque ambas actitudes tienen el denominador común de una inocultable intriga por lo que en realidad significa este abrupto final que marcaría el calendario de los varias veces milenarios mayas.
Y ahora?
Quienes están más familiarizados con los ciclos, tiempos e intervalos que marca el calendario maya, efectivamente, este maravilloso instrumento cuya precisión sideral se tiene por casi indiscutible, tiene un límite de conteo cronológico, que algunos asocian con el límite terminal del tiempo del mundo, al menos como lo conocemos hoy, o sea, una finalización fatal …
Un final, pero de qué?
Parece que en esta cuestión radica el sentido de la tarea interpretativa que nos legaron, talvez sin proponérselo, nuestros antepasados e invalorables mayas.
El término “final” puede adquirir muchos sentidos según el contexto y la forma, incluso subjetiva, que le podemos dar a su significado. Hay un final de nuestras vidas terrenales así como lo hay para las épocas, para los regímenes políticos, incluso para los amoríos adolescentes (cuando ocurren suele acabárseles su mundo sentimental, hasta que comienza el siguiente). Pero también hay un final para los planetas, las estrellas y talvez para el universo, si de tanto expandirse habrá de disolverse en la Nada, o comenzará más bien un retroceso compresivo hasta la situación del Big Bang primitivo, dilema que nuestros genios aun no atinan a dilucidar.
Entonces, lo “final”, más que una realidad parecería ser más bien un concepto, que adquiere su sentido según como se lo use y “comunique”, porque lo que esta palabra significa para mí puede disentir con lo que para los demás…
Pero volviendo a los mayas…
Ahora, a fines de 2011, hay estudiosos que reparan en esta relatividad fundamental que, felizmente para unos pero cuestionablemente para otros, permite reducir el nivel de ominosidad de los augurios que hacen del 2012 un año de temores y recelos.
Vagando por la web, me detuve en un post de la BBC que refería a que unos especialistas habían ajustado mejor el significado del calendario y lo que los mayas hubieran interpretado sobre lo que hoy asociamos al diciembre del 2012. En este artículo se menciona que talvez la idea de final no se refería precisamente al “final de todo” sino a “una parte del todo”, es decir, a un gran ciclo, luego de lo cual no se sabe si habrá de ocurrir un nuevo comienzo o… quién sabe qué…
Intrigado, puse a buscar a Google información sobre “calendario – maya – fin – mundo” y me encontré con que en muchos otros ciber-lugares había menciones similares, de las que me atrevo a tomar prestado una, al azar, que dice:
“¿A qué viene tanto revuelo? A que el ciclo largo del calendario maya, que dura 1.872.000 días -5.125 de nuestros años- y empezó el 11 de agosto de 3114 antes de Cristo, acabará y volverá a ponerse a cero el 21 de diciembre de 2012. Eso no significaba para los mayas el final del mundo, sino que se terminaba un ciclo y había que volver a empezar, una especie de Nochevieja a la que sigue su correspondiente día de Año Nuevo”.
Además, por lo que se conoce, este tiempo marcaba para los mayas el regreso de un personaje mítico, convirtiéndolo en algo trascendentalmente especial…
Sin intentar ridiculizar unas y otras creencias, y salvando la particular cosmovisión de tan emblemática cultura, entre las más insignes del mundo, es razonable pensar que talvez nuestra humanidad actual ha mal-comprendido ciertos aspectos de su forma de concebir las cosas, atribuyéndoles connotaciones propias de nuestra interpretación, más no pocas trivialidades, máxime si, como se sabe, lo poco auténtico que se ha podido rescatar de ese mundo aun incógnito ha tenido que pasar por el tamiz impuesto de la superposición cultural ibérica. No debemos olvidar que cuando los españoles llegaron a la región, lo más culminante de la cultura maya ya había pasado hace mucho su cenit civilizatorio, y que lo poquísimo que quedaba fue sistemáticamente asolado en nombre de la fe católica, como el romano cuando sembró sal sobre la humillada Cartago.
Entonces, nos inquieta lo que los vestigios mayas expresan –y no atinamos a entender– o más bien lo que nosotros, buenamente o no, pensamos que nos quisieron comunicar? Porque no es aventurado pensar que de tanto pretender comprender lo que sentimos que se nos dice terminamos por poner en boca ajena nuestros propios pensamientos –y temores– asumiendo que nos llegan de fuera de nuestra mentalidad cuando en verdad nos nace de muy adentro, dinámica que un psicoterapeuta nos explicaría mejor.
En tal sentido, es permisible asumir que el “fin de todo” no equivale al fin de “una parte del todo”. Un ciclo calendárico, un tiempo histórico, una era, un edad, como se lo quiera comprender. También es posible, y talvez probable, que hayamos puesto en la boca imaginaria de los sacerdotes mayas una profecía que, en realidad, la hemos configurado nosotros mismos, y la hemos catalizado con nuestros recelos acerca del rumbo actual de la Humanidad, con las crisis, eventos catastróficos y sabor a decadencia que frecuentemente experimentamos con sólo ver las tele-noticias o las portadas periodísticas.
Quién sabe…
Resumiendo: el fin del “mundo-mundo” parece que no ocurrirá el 12 de diciembre de 2012; talvez, a lo sumo, incluso imperceptiblemente, el fin de una época, y el hecho de que coincidentemente varias otras premoniciones parezcan coincidir en esta fecha que quita el sueño a más de uno, indique en encuentro, o separación, de dos tiempos diferentes, un “antes” y “después” en algún sentido.
Aunque el misterio continúa, visto de este modo, ya no parece “tan misterioso” (alivio relativo, pero alivio al fin).
Pero, como casi siempre ocurre en estos territorios de especulación, queda un cabo suelto: instalando en mi compu un antiguo programita de astronomía escolar, el Drive Space, comprobé que ese 21 de diciembre de 2012 la Tierra, el Sol, y varios planetas de nuestro Sistema estarán “bastante” alineados con lo que se marca como centro oscuro de nuestra galaxia Vía Láctea, y precisamente en dirección de una constelación de la que no se habla mucho, que algunos astrónomos y astrólogos reivindican para reincorporarla al zodíaco: Ofiukus, en alusión a un ofidio (serpiente) sideral…
21 de diciembre, solsticio, astros alineados en dirección al centro galáctico en que un gran agujero negro engulle vorazmente hasta la luz de las cercanías, campos gravitatorios particularmente dispuestos, otras alusiones al supuestamente desdeñado Ofiukus (no sé si está bien escrito) y que por no prolongarme demasiado no mencionaré…
¿Es que salimos de una para caer en otra?
La verdad, ya no lo sé, ayúdenme ustedes…
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