sábado, 10 de diciembre de 2011

Finanzas estatales versus finanzas del hogar

Muchos pensamos que son mundos diferentes y tienen poco que ver pero los problemas globales de hoy nos demuestran todo lo contrario.

Puedo estar equivocado…

No se necesita ser televidente asiduo de los canales internacionales, tener ADSL ni nuestro Twitter activado en el celular para caer en la cuenta de que las finanzas globales son más vulnerables que antes y que la pandémica carestía de sentido común en nuestros gobernantes y sus colaboradores son los factores que precipitan casi todas las crisis económicas, de las que derivan, por efecto cascada, otras tantas de tipo productivo, laboral, social y las demás que llenan los titulares periodísticos.

Tenemos tendencia a creer, unas veces con razonable propiedad y otras tantas por un ambiguo respeto a las cifras de varios dígitos, que manejar las finanzas públicas es terreno reservado para gente de maletín James Bond, corbatas de boutique chic y notebooks de “dos mil dólares para arriba”, mientras que el “sentido común”, casi siempre confundido con el “saber vulgar”, es para las billeteras del obrero o la bolsa de compras de las amas de casa.

Talvez el academicismo tecnocrático en materia de economía macro, haya devenido en una progresiva separación entre la cotidianidad de la gente común, que percibe las cosas a partir de sus urgencias crónicas, y la visión de alto vuelo de los ejecutivos públicos o corporativos que perciben esa misma realidad desde sus oficinas varios pisos arriba, o sus pantallas planas llenas de tablas y gráficos sin más rostro humano que el vago reflejo de sus propias siluetas.

Así, se ha profundizado el mito urbano de que el sentido común de una economía doméstica no alcanza para aplicarse a la sofisticación compleja de la macroeconomía, sencillamente porque, entre otras cosas, sus elementos y sus escalas son diferentes.

Pero… cuánto de verdad hay en este silogismo?

Sin embargo, y precisamente más allá de esos elementos y esas escalas, cuando “se separa el trigo de la paja”, es decir, cuando luego de sobrevivir a la jungla de columnas, cifras, subtotales y balances, cuando las cuentas se reducen a grandes totales y se pone “en cristiano” la situación de una corporación o país, se aterriza en la realidad de que el sentido común es la “madre de todos los jueces”…

Podemos elegir, como ejemplo, cualquiera de las crisis financieras que recientemente han cimbrado a los países que, por efecto de la globalización, son más frecuentes, y será fácil resumir que la explicación de sus factores tiene mucho que ver con el mismo sentido común que se aplica a las finanzas personales o familiares.

Alguien basa su economía explotando un yacimiento cuyo recurso natural es muy solicitado por la demanda, ese “alguien” se engolosina tanto con la dinámica que se enfoca en la extracción, sin ver que si se detuviera un poquito en transformar dicha materia prima tendría más valor agregado y, por tanto, mayores ganancias; al final el yacimiento se agota, o aparece un competidor más eficaz que no sólo imita sino mejora la experiencia. Resultado, se ha hecho dependiente de su “monoproducción”, la bonanza termina por irse y vuelve al estado de como estaba inicialmente, pero sin su recurso, y encima con competidores talvez más eficaces que “le han aprendido” su negocio y ahora lo hacen mejor. Este “alguien” hipotético puede ser un minero artesanal, un productor agropecuario, o un país. Encontrar países que calcen en el ejemplo no es nada difícil.

Otro ejemplo?

Una familia cuyo hijo mayor, luego de años de sacrificio en el hogar, ha salido profesional o ha logrado enderezar un emprendimiento que va “viento en popa”. El padre, viendo que ahora se cuenta en el hogar con un nuevo rubro en el que confiar, mientras el hijo no se vaya, relaja su “disciplina fiscal” tomando prestado para financiar su déficit, aprovechando ya la buena fe del hijo o ya la todavía convincente autoridad paterna. Pasa el tiempo, y lo que comenzó siendo una salvación ocasional, terminó convirtiéndose en un hábito que al final, desordena las finanzas de ambos, la “deuda interna” se hace cada vez más tóxica y devienen problemas sociales, desavenencias y otras secuelas “no económicas”.

Y uno más:

Una familia X percibe que el mercado financiero está favorable: los créditos “de libre disponibilidad” son accesibles, muchas tiendas ofrecen electrodomésticos y productos tecnológicos “a sola firma”. Se desata una sensación de que la vida “se está poniendo buena” y se compran cosas “porque ahora están accesibles” o incluso simplemente “porque está ahí, en venta…”. Pronto la disciplina financiera es reemplazada por la “algarabía financiera” y al final la “burbuja” explota: hay que pagar los créditos porque las cosas compradas cuestan dinero, y el dinero prestado para comprarlo también tiene su propio costo, lo comprado demás no se puede vender, o ya está obsoleto, y el vuelo financiero al “país de la bonanza” termina en un doloroso aterrizaje forzoso “de panza” cuando no de cabeza.

¿Acaso eso mismo no pasa o está pasando con muchos países, incluso a pesar de su intelectualidad tan frondosa de doctorados y su tradición respetable en lo histórico, político y social?

Entonces, es comprensible, incluso para quienes somos legos en esto de las finanzas, que los analistas de gran perfil digan cosas como “gastó dinero que no tenía”, “se acostumbró a empujar la crisis hacia el futuro”, “puso todos los huevos en una sola canasta” o “mató la gallina de los huevos de oro”…

Por todo ello, no debe extrañarnos que en las “cumbres” que se hacen con cada vez mayor frecuencia para intentar arreglar la falencia económica de ciertos países, independientemente de que se los califique de “desarrollados” o no, y que, “tiempo que pasa”, se hace más contagiosa, proliferen razonamientos que antes sólo podían oírse para juzgar los desaciertos de padres de familia bisoños o emprendimientos de “poca monta” (lo digo sin ánimo de ofender).

Y es que la creciente complejización de las finanzas, y la sofisticación tecnológica de su manejo, han producido la falsa sensación de que en este “terreno exótico” no tiene lugar la deducción sencilla ni la intuición con que a veces la gente común analiza sus problemas o toma sus decisiones.

De tanto querer sofisticarlo y “academizarlo” todo a veces se termina perdiendo la perspectiva de la realidad íntegra, así como que de tanto querer atrapar todas las manzanas de un árbol terminamos derramando la mitad, con la consecuencia de que, como lo insinúa el enunciado bíblico, los sabios se confunden en su propia sabiduría y pierden el verdadero sentido de la sencillez con que se muestra la verdad plena.

No se quiere decir tampoco que cualquier egresado universitario, armado sólo de su buena fe, o una tía-abuela que se sabe de memoria varias docenas de refranes populares, tengan la idoneidad para timonear la economía de un país, eso sería irse al otro extremo de esta crítica constructiva. Más bien se trata de que nuestros gobernantes, especialistas y académicos no se dejen absorber por la vertiginosa vorágine de tecnicismos, análisis súper-complejos y océanos de indicadores con que batallan cada día, y que de vez en cuando se den un baño de realidad o sentido común “de vecindario”, lo que equivale a aconsejar que alguna vez el chef en jefe de una prestigiosa cadena de hamburguesas pruebe alguna de las que vende cualquier kiosco de mercadillo, aunque sea sólo para apreciar lo que el 90% de la gente común comemos algunas tardes.

Así, habrá más contenido humano en lo que hacen, y complementarán su erudición con algo de cotidianidad, lo que talvez ayude a contextualizar mejor su labor y su apostolado profesional, que también lo es…

Sí, al menos en lo que a mí respecta, asumir y responsabilizarse de una economía de gran calado tiene mucho que ver con manejar la de un hogar o familia, porque en ambas el sentido común parece ser el “universal necesario”, lo que es de un modo y no puede serlo de otro, como talvez lo hubiera dicho Aristóteles. Es cierto, las escalas son diferentes, su grado de complejidad también, pero los principios son los mismos, o casi.

El hecho de que una familia de 6 personas sea totalmente diferente a otra de 12 millones no le quita que la economía, como ciencia basada en realidades, se base en principios y “leyes” aceptados como universales: balance, previsión, disciplina, proactividad, transparencia, responsabilidad social…

A medida que crece el número de involucrados, se hacen más complejos también su sistema, metodología y procedimientos, pero las ideas rectoras, más indiscutibles cuanto más sencillas, son las mismas.

La primera Presidente (“Presidenta” para otros) de Bolivia, Doña Lilia Guéiler Tejada, secretaria comercial de profesión, dama sencilla, dirigente popular, y por todo ello más respetable que de ordinario, al asumir el cargo como secuela de una tormenta política y económica que aquejaba al país a fines de 1979, afirmó entre otras cosas, como respuesta a sus críticos que la descalificaban por su supuesta ignorancia en gestión del Estado, que “manejar la economía nacional se parece mucho a manejar una gran familia si se tiene la honestidad, vocación de servicio y buena fe para hacerlo…”

Muchos “expertos” sonrieron compasivamente por tamaña ingenuidad…, y como desde el primer día de su mandato fue hostigada hasta ser derrocada a escasos meses de mandato, no tuvo el escenario que le hubiera permitido demostrar su hipótesis, o desmentirla…

Sin embargo, cuando oigo y leo a tantos respetables analistas de rango mundial que para redondear sus juicios especializados, acuden a moralejas, modismos y enseñanzas propias del saber popular, no puedo evitar reflexionar: “Mil disculpas, doña Lidia, en gran medida usted tenía razón…”

¿Qué opinan ustedes, mis amables ciber-lectores?

Ukamau la cosa.

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