viernes, 23 de diciembre de 2011

El sexo del cerebro

A casi dos décadas de descubrirse las diferencias materiales entre el cerebro masculino y femenino la polémica continúa.

Lo cierto es que hay dos cerebros, uno para él y otro para ella.
En la Universidad de Yale, los científicos Sally y Bennet Shaywitz demostraron que los cerebros de la mujer y el hombre son, contrariamente a lo que se creía, muy diferentes. El lenguaje se sitúa de distinto modo en los hemisferios y cada intelecto sigue caminos propios.
Las diferencias anatómicas y funcionales entre los sexos han dado un conocido subproducto humorístico, habitualmente basado en la (pretendida y nunca justificada) inferioridad intelectual de la mujer y en su proverbial locuacidad: instantánea asociación de datos, imbatible cantidad de palabras por minuto, entusiasta divulgación de las novedades. Pero —fuera de broma— esta presunta característica de la oralidad femenina chocaría contra el prejuicio que postula su lentitud mental respecto del hombre: si el lenguaje es un bien común y una medida, y lo aprovecha más quien mejor lo usa, entonces habría que deducir que la mujer es más inteligente que el hombre.
Quizá por eso suele hablarse de la igualdad de los sexos a nivel cerebral, con predisposiciones distintas en el hombre y la mujer, gestadas secularmente a través de roles y prácticas socioculturales opuestas o complementarias. Así a él le corresponderían la introspección y la escritura, y a ella la extroversión y la lectura, por ejemplo. Obviamente una grosera división sexista del pensamiento como actividad y de la acción como tarea transformadora.
Sin embargo, hay un punto en el que la ciencia disiente con el lugar común, ampliando la polémica alrededor de la ya milenaria “guerra de los sexos” por sumisión femenina o simple tiranía masculina. Según un excepcional estudio realizado por Sally Shaywitz, pediatra, y su marido Bennet, neurólogo —ambos de la Universidad de Yale—, el hombre y la mujer no tienen el mismo cerebro.
Para probarlo, los científicos se apoyaron en una vieja hipótesis que sostiene que las funciones lingüísticas —considerado el lenguaje como la más alta expresión humana— están presentes en los dos hemisferios cerebrales de la mujer y sólo en uno del hombre, y sometieron a similares tests de medición a 38 personas diestras: 19 mujeres de unos 24 años y 19 varones de 28. Los resultados revelaron que ellas son realmente más veloces a nivel verbal, y que ellos imaginan con mayor facilidad cómo se verá un objeto desde otro ángulo espacial, por ejemplo.
Los tests consistieron en ejercicios de ortografía (reconocimiento de letras), fonológicos (ritmo de palabras y frases), semánticos (interpretación de significados) e interrelaciones entre textos elementales. Entretanto, el equipo científico seguía personal y electrónicamente la evolución de las pruebas, que a su vez seguían un patrón de avance rumbo a una evaluación final.
Para sistematizar ese estudio —que luego difundió la prestigiosa revista científica Nature—, el matrimonio Shaywitz utilizó una compleja técnica de resonancia magnética que registraba cuánto oxígeno había en la sangre que irrigaba el cerebro durante los tests, sobre la pista de que las áreas activas del mismo son precisamente las que más oxígeno consumen. Y así luego, como si fueran fotografías a color del cerebro funcionando, las computadoras mostraron el resto: el cerebro masculino concentra en la circunvolución frontal inferior de su hemisferio izquierdo las tareas vinculadas al lenguaje, y el femenino en las circunvoluciones frontales inferiores de sus dos hemisferios.
La elección de las regiones cerebrales de interés se basó en anteriores investigaciones neuropsicológicas y hoy, con neuroimágenes computadas, en las funciones lingüísticas. Así, un análisis conductista de reconocimiento permitió aislar dos claves relevantes para la identificación léxica: la ortográfica (perteneciente a la codificación de letras) y la fonológica (perteneciente a la codificación de fonemas), cara y sello de una misma moneda, puente entre la comprensión de la palabra escrita y su organización y expresión en el discurso coloquial o especializado. La rima poética, por ejemplo, requiere un esfuerzo mental extra, porque se trata de ordenar palabras según su afinidad auditiva.
Esos hallazgos indicarían que ahora es posible cercar componentes específicos del lenguaje y, al mismo tiempo, relacionar estos mecanismos lingüísticos con definidos modelos de organización del cerebro. Basándose en esa estrategia el matrimonio Shaywitz logró demostrar que el proceso fonológico es, a juzgar por los tests, más fluido en la mujer que en el varón. Lo que no siempre significa que haya manifestaciones tajantemente distintas —y en bloque— entre todas las mujeres y todos los hombres, ni que necesariamente unas y otros reaccionen igual a los mismos estímulos. Durante algunas pruebas, 11 de las 19 mujeres emplearon sus dos hemisferios cerebrales, mientras que a las 8 restantes no les hizo falta usar más que el derecho, como los hombres.
Para ser más claros: la mujer podría apelar a esa “reserva” de su actividad lingüística —o no necesitarla, o incluso no emplearla nunca—, pero el hombre no puede hacerlo de ningún modo, porque sólo cuenta con un único “archivo”. De ahí la controversia sobre si la lateralización del cerebro varonil es desventajosa o, al contrario, concentra mejor las funciones del caso. Y también si la bilateralidad del cerebro femenino indica cierta superioridad sobre el del hombre o, al contrario, tiende a la disgregación de las ideas. De lo poco que se sabe, parece correcto afirmar que las habilidades espaciales —no verbales— se localizan en el hemisferio derecho y que los hombres, tras una lesión en el hemisferio izquierdo, muestran más problemas de coordinación y comunicación que las mujeres.
Según los científicos, esto podría estar relacionado con un plan genético conservacionista en el que la mujer, matriz y continuadora de la especie, requeriría más garantías de supervivencia que el hombre, portador de la simiente. Ergo, su bipolaridad cerebral no sería casual ni caprichosa, sino un reaseguro natural. Por otro lado, en los tests ellas dieron muestras de una asociación inusual en el varón: a su mayor rendimiento oral le sumaron una gran capacidad olfativa y —es más— encontraron rápidamente la palabra adecuada para identificar cada olor por separado.
La tesis de que el lenguaje está representado más asimétricamente en el cerebro masculino que en el femenino enriquece la bibliografía sobre las sedes cerebrales del lenguaje, que se remonta cuando menos hasta mediados del siglo XIX. Desde esa época, muchos otros estudios que emplearon una gran variedad de otros métodos —esto es comparativamente útil— coincidieron en advertir que en la mayoría de los individuos las funciones verbales dependen mucho de las regiones corticales especializadas del hemisferio izquierdo. Y si es controversial afirmar que la unilateralización del lenguaje es más eficaz en el cerebro masculino, no menos audaz es asegurar que todas las mujeres emplean estrategias orales para solucionar problemas no verbales.
Que el hombre y la mujer sigan distintos caminos cerebrales para cumplir la misma tarea es un hecho. También es posible que las mujeres vivan en un mundo más rico en palabras y olores, vale decir: más amplio en un sentido abarcador de los extremos, desde una primitiva percepción física hasta la voz que la nombra. Pero, desde luego, la pregunta sobre dónde está la inteligencia —y cómo se mide— sigue siendo una incógnita pendiente, incluso para la ciencia. Como es sabido, la masa encefálica de Einstein pesaba menos que la de Stalin.

Autor: Raúl García Luna.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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