Aunque pasaron dos milenios se sigue averiguando este episodio trascendental de la historia humana.
Fue una semana, hace casi dos mil años. Siete días que cambiaron la historia. Un domingo, Jesús entró triunfante en Jerusalén. El viernes moría en la Cruz. Los historiadores indagan los acontecimientos que rodean la Pasión.
Elevado símbolo del sufrimiento humano, la pasión y muerte de Jesucristo significa asimismo una sincera búsqueda de justicia y amor para millones de fieles que encuentran en ella un profundo sentido de la vida. Pasión, muerte y resurrección marcan el nacimiento de la fe cristiana, un conjunto de grandes religiones abrazadas por millones de personas. Para católicos, ortodoxos y protestantes es Cristo, el Redentor, el Hijo de Dios, respetado por los musulmanes como uno de los grandes profetas o transmisores de la palabra sagrada. Pero también fue Jesús de Nazareth, el carpintero que llegó a Jerusalén designándose a sí mismo Mesías, para gran escándalo de los sacerdotes del Templo judío, perseguido y crucificado por “blasfemo y sedicioso”.
Esa doble faz, humana y divina, de Jesucristo no representa un obstáculo para el creyente. Durante siglos, fuertes discusiones en torno de los Evangelios giraron alrededor de fechas y circunstancias: si el año de la muerte de Jesús fue el 29, el 30 o el 33, o si la Última Cena fue o no cena pascual.
Al llegar el siglo XVIII, la época del racionalismo, ciertos filósofos y teólogos introdujeron un problema nuevo. Querían descubrir la “verdad” del Nuevo Testamento. Pero no se trataba de la verdad revelada, que acepta el creyente, sino de la verdad histórica, la que surge de documentos y testimonios.
Al Cristo divino de Marcos, Mateos, Lucas y Juan oponían el Jesús humano, que nació, vivió y murió en este Valle de Lágrimas. La búsqueda del Jesús “histórico” se convirtió en preocupación de investigadores que desesperaban al no encontrar documentos que les permitiesen contrastar los dichos de los Evangelios. Así fue hasta que los arqueólogos descubrieron los famosos rollos del Mar Muerto, documentos que aportaron confirmaciones a lo narrado por los evangelistas y nuevos datos. Desde entonces, quienes se dedican al estudio del Jesús “histórico” se dividen en tres grupos: los escépticos que insisten en el valor puramente legendario de los Evangelios, los que aceptan sin discusión aquello que consideran la palabra de Dios y los que sostienen que los Evangelios son la obra de creyentes que intentaron describir, con fe y esperanza, la mística experiencia de un hombre que se llamó a sí mismo el Hijo de Dios.
Ahora es posible intentar narrar, talvez sobre nuevas evidencias, los últimos días de Jesús a partir de la luz aportada por los estudiosos sobre las motivaciones religiosas, sociales y políticas de los actores en el intenso y desgarrador drama que dividió en dos la historia del mundo.
LA LLEGADA.
“Y la compañía, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino y otros cortaban ramos de los árboles y los tendían por el camino. / Y las gentes que iban delante y las que iban detrás aclamaban diciendo: ¡Hosanna! (...) ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! (...). / Y entrando él en Jerusalén toda la ciudad se alborotó (…) / Y entró Jesús en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo”. (Del Evangelio según San Mateo).
Fue una bienvenida heroica, un desfile triunfal que protagonizaron Jesús y sus acólitos al entrar en Jerusalén para cumplir con el rito religioso de la Pascua judía. Para la tradicional interpretación del texto bíblico, aquel domingo —que desde entonces se conocería como Domingo de Ramos— se convirtió en símbolo de la veleidad de la gente: los mismos que gritaban “jHosanna!” (¡Sálvanos!) iban a vociferar “jCrucifíquenlo!” pocos días más tarde.
Sin embargo, estudiosos como Donald Senior, presidente de la Unión Teológica Católica de Chicago, en Estados Unidos, sugiere que la confusión social y política reinante en Jerusalén en esa época justificaría las reacciones encontradas de la opinión pública. “Incluso los que no creyeron que ese hombre que llegaba era el Mesías podían tener razones para aclamarlo —dice—. La gente común despreciaba a los romanos y estaba desencantada con los sacerdotes del Templo. No es raro que buscasen nuclearse alrededor de alguien que prometía arremeter contra lo establecido”. Los componentes de la secta laica de los fariseos, como también los esenios, un grupo místico de gran arraigo entre los campesinos, se oponían a los saduceos, la casta sacerdotal fuerte en el templo de Jerusalén. A ellos se agregaban grupos insurreccionales que pugnaban por expulsar a los romanos.
Según Senior, cada uno de estos sectores tenía razones para pensar que un hombre con el carisma que demostraba Jesús podría serle “útil”. Los fariseos imaginaban un Mesías negociador y buen jefe militar, los saduceos esperaban un rey-sacerdote y los esenios un conductor místico, mientras quienes se oponían a los romanos fundaban sus esperanzas en la aparición de un dirigente que pudiese encabezar una sublevación. Sin embargo, Jesús tomó otra actitud. Apenas entró en Jerusalén mostró su indignación por los abusos que se cometían en la sede sacerdotal y “echó fuera a los que vendían y compraban en el Templo”.
La interpretación corriente del recibimiento pascual y de la expulsión de los mercaderes supone la espontaneidad en la bienvenida popular y en la reacción de Cristo ante los traficantes. En cambio, algunos estudios recientes sugieren que, según San Lucas, Jesús habría enviado emisarios antes de entrar en Jerusalén, los cuales podrían haber convocado a la gente para que saliese a recibirlo. Asimismo, el Evangelio según San Marcos señala que la expulsión de los mercaderes fue realizada por Cristo al día siguiente de la llegada y después de pasar la noche en Betania, donde, según los investigadores, habría meditado sobre la acción a tomar. Sea como fuere, lo cierto es que Jesús golpeó en pleno centro del poder religioso, económico y político de Jerusalén. Para Jerome Nerey, profesor en la Facultad de Teología Weston, en Boston, Estados Unidos, “lo que hizo Jesús fue como si hoy se atacara la casa central del Bank of America”.
EL JUICIO.
“Y lo prendieron y lo metieron en casa del príncipe de los sacerdotes (...) / Y cuando fue de día se juntaron los ancianos del pueblo y los príncipes de los sacerdotes y los escribas y lo trajeron y le preguntaron: ¿Eres tú el Cristo? Dínoslo. Y les dijo: Si os lo dijere, no creeréis (...) / Levantóse entonces toda la multitud de ellos y llevándole a Pilatos comenzaron a acusarle (...)”. (Del Evangelio según San Lucas).
Para el creyente, la causa de la muerte de Jesús es indudable: fue la voluntad de Dios la que lo llevó a la Cruz. Pero los estudiosos de los textos bíblicos y de la historia de las religiones insisten en determinar cuáles fueron los motivos que impulsaron la tremenda condena, en un caso judicial que iba a convertirse en el más célebre de la historia.
Jesús declaró ser el Mesías. Los sacerdotes judíos no lo aceptaron como tal. Jesús expulsó a los mercaderes y traficantes del Templo. Los poderosos lo temieron. Entonces, coaligados todos contra él, lo acusaron ante los romanos de querer convertirse en el “Rey de los Judíos”. Para Senior, “que Jesús pretendiese ser el Mesías o el Hijo de Dios no representaba ninguna amenaza para el poder romano. Pero que se proclamase rey de uno de los pueblos de la región que ellos dominaban sí les preocupaba, pues significaba un desafío político y podía dar lugar a sublevaciones”.
No todos los dirigentes judíos parecen haber estado contra Jesús en el momento del juicio. Al menos dos, José de Arimatea y Nicodemo, integrantes del Sanedrín o tribunal máximo, simpatizaron con él pese a su manifiesta decisión de “destruir el Templo”, su oposición a la teología de los saduceos y sus cuestionamientos a las interpretaciones tradicionales de la Ley Mosaica. “Afrentas —según Senior— que los sacerdotes no podían tolerar”.
Quienes bucean en el texto de los Evangelios presumen que ninguno de los cuatro autores presenció el juicio. Sostienen tan arriesgada hipótesis en las diferencias que se registran al citar las respuestas de Jesús cuando le preguntaron si era el Mesías. “Yo soy” (Marcos), “Tú lo dices” (Mateo), “Si lo dijere, no me creeréis” (Lucas), son las distintas versiones, mientras Juan cita una respuesta parecida cuando Pilatos le pregunta si es el Rey de los Judíos: “Tú dices que yo soy rey”. Y a continuación afirma: “Mi reino no es de este mundo”.
Aunque las distintas respuestas podrían representar fielmente la imagen que los discípulos tenían del Salvador y así las volcaron sinceramente en sus escritos, los estudiosos lamentan no tener ninguna otra fuente de información sobre el juicio y la conducta de Jesús durante éste.
Otro estereotipo que se cuestiona es el referido a la actitud de Poncio Pilatos, el representante del emperador romano en la región palestina. Los historiadores actuales sostienen que si bien Pilatos dijo a los sacerdotes que no encontraba motivo de culpabilidad para condenar a Jesús, su actitud posterior de entregarlo y autorizar la pena capital se debió a la necesidad de preservar las buenas relaciones con la jerarquía del Templo, especialmente en una época del año, como Pascua, que solía ser el momento elegido para las protestas contra las tropas ocupantes. Al parecer, Pilatos no quería ofender a los saduceos ni a otros grupos poderosos de Jerusalén. En dos oportunidades anteriores, el procurador romano había recibido críticas del emperador Tiberio por haberse malquistado con los judíos. El gobernador de Galilea, Herodes Antipas. representaba otro problema para Pilatos, por lo cual, según el historiador Harold Hoehner, del Seminario Teológico de Dallas, la versión de San Lucas de que Jesús fue entregado a Herodes indicaría la voluntad de Pilatos de acceder a mejores relaciones con aquel gobernante reconociendo su autoridad sobre Galilea.
LA CRUCIFIXIÓN.
“Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado, Y tomaron a Jesús y le llevaron. / Y llevando su cruz, salió al lugar que le dicen de la Calavera, y en hebreo, Gólgota, / Donde lo crucificaron, y con él otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio”. (Del Evangelio según San Juan).
Veinte años después de la pasión de Jesús, el apóstol Pablo escribe a los fieles cristianos de Corinto y les propone a Cristo como “poder y sabiduría de Dios”. Ya en ese tiempo, muy breve en términos históricos, los seguidores de Cristo habían convertido el sacrificio sobre una colina cercana a Jerusalén en señal del triunfo de su fe y al instrumento de tortura y muerte, la Cruz, en el símbolo supremo de la esperanza. La crucifixión era un procedimiento muy cruel. De acuerdo al testimonio de la Biblia, antes de ser clavado en los maderos, Jesús fue golpeado y azotado. Una vez que el mismo condenado llevó la cruz hasta la cima, sus manos y sus pies fueron clavados en la madera con punzones de hierro y la cruz fue colocada en su sitio. Seis horas más tarde, Jesús moría, probablemente por asfixia. Para asegurarse, los soldados le clavaron una lanza en el costado del pecho.
Los buscadores del Jesús “histórico” no tienen dudas acerca de la veracidad de la muerte de Cristo, apoyándose en otras fuentes que coinciden con los Evangelios. Por ejemplo, el historiador romano Suetonio menciona su existencia en “Los doce Césares”, y Tácito hace referencia, en el año 110, a “Cristo, a quien el procurador Poncio Pilatos ejecutó durante el reino de Tiberio”. En cambio, la forma del castigo ha sido muy cuestionada por los estudiosos del siglo XIX. Sostuvieron que la crucifixión no era un castigo habitual en la Palestina del primer siglo de nuestra era y que los criminales eran apedreados, quemados, decapitados o estrangulados. Clavar a un culpable en la cruz era un castigo romano y hubo estudiosos que llegaron a afirmar que ese castigo era incompatible con la ley judía, circunstancia que haría poco creíble el reclamo de los sacerdotes para que Jesús fuese crucificado.
Pero entre los rollos del Mar Muerto apareció un documento del Templo que, según los investigadores, parece sugerir que la crucifixión no era proscrita por la ley mosaica en esa época. Por otra parte, el teólogo alemán Ernst Bammel señala que está comprobado que la cruz era usada para ejecutar a criminales en Palestina durante el siglo II, aún por orden de los tribunales judíos, especialmente en el caso de crímenes políticos como la rebelión. Y la arqueología aportó otra prueba: en una excavación efectuada cerca del monte del Calvario se encontró un hombre con señales de haber sido crucificado, enterrado entre los años 7 y 70 de la era cristiana. Sus pies habían sido clavados juntos a través de los talones, sus antebrazos tenían marcas de clavos y los huesos de sus piernas estaban quebrados, en coincidencia con la descripción que hace San Juan del momento posterior a la crucifixión de Cristo y los ladrones: “Y vinieron los soldados y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él”.
EL ENTIERRO.
“Y cuando fue la tarde, porque era la preparación, es decir, la víspera del sábado, José de Arimatea, senador noble, que también esperaba el reino de Dios, vino y osadamente entró a Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús. Y Pilatos se maravilló que ya fuese muerto y haciendo venir al centurión preguntóle si era ya muerto. / Y enterado el centurión dio el cuerpo a José. / El cual compró una sábana y quitándole, le envolvió en la sábana, y le puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña, y revolvió una piedra a la puerta del sepulcro”. (Del Evangelio según San Marcos).
Mientras los discípulos estaban ocultos y dispersos, resulta sorprendente que sea un miembro del Sanedrín, el tribunal supremo judío, quien se hace cargo del cuerpo de Cristo y le da sepultura. Este hecho desconcierta a los historiadores. “Es poco creíble —dice Raymond Brown— que un judío se atreviese a tocar con sus propias manos un cadáver, un acto que lo convertiría en impuro según la ley mosaica. Sin embargo, quizá la cercanía de la noche y la circunstancia de que el día siguiente era sábado, impulsó a este miembro del Sanedrín a superar el temor a la impureza en aras de un principio superior: la necesidad de que un cuerpo fuese enterrado en tiempo y forma debidas”.
Al mismo tiempo, algunos se preguntan por qué Pilatos habría accedido a entregar el cadáver a un discípulo de Cristo como lo era José de Arimatea según los Evangelios. Para Brown ello se podría explicar a partir de una confusión en la lectura de Marcos: José no era cristiano en esa época pero lo fue más tarde. Y Lucas aporta un argumento de peso: “José de Arimatea, el cual era discípulo de Jesús, pero secreto por miedo de los judíos”. En ese caso, ciertos estudiosos no comprenden por qué el representante del emperador romano habría de entregar el cadáver a un miembro de la jerarquía judía.
Sin embargo, pocos estudiosos dudan del papel importante que debió desempeñar José: su nombre, junto con el de Simón de Cirenea, es uno de los muy escasos de los personajes de la Pasión que fueron recordados durante el período de tradición oral previo a los Evangelios.
Existe cierta coincidencia entre los intérpretes sobre el peligro de que el cuerpo de Jesús fuese robado por los discípulos para así reclamar luego la verdad milagrosa de una resurrección. Tanto Pilatos como los sacerdotes no querían que ello ocurriese y por eso los romanos colocaron un soldado de guardia ante la tumba, según relata Mateo. La presencia o ausencia del cadáver en la tumba iba a tener una importancia decisiva muy poco después. Inclusive, en grandes debates teológicos sobre la Resurrección, uno de los argumentos en danza fue que el cuerpo del Salvador había sido robado.
En otra indagación “histórica”, algunos investigadores se preguntan si la tumba realmente le pertenecía a José, como parece sugerir Mateo (aunque no los demás evangelistas). Se ha considerado improbable que un hombre de la ubicación social de José pudiera poseer una tumba propia tan cerca del lugar de las crucifixiones y en una zona donde enterraban criminales. Para algunos intérpretes, José podría haber adquirido la tumba después que el evento de Pascua la convirtió en sitio de reverencia y pavor.
LA RESURRECCIÓN.
“Y muy temprano en la mañana, el primer día de la semana, vienen al sepulcro, ya salido el sol. (...) / Y como miraron ven la piedra revuelta; que era muy grande. / Y entradas en el sepulcro vieron un mancebo sentado al lado derecho, cubierto de una larga túnica blanca, y se espantaron. Más él les dice: No os asustéis, buscáis a Jesús Nazareno, el que fue crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. (Del Evangelio según San Marcos).
Y al tercer día, Jesucristo se levantó de la tumba. El dogma más firme de las religiones cristianas se apoya en el convencimiento que expusiera San Pablo a los corintios: “Si Cristo no ha resucitado, entonces sus prédicas son vanas y también es vana vuestra fe”. En cambio, para los buscadores de la “verdad histórica” la Resurrección es el asunto más problemático. Para empezar, en los Evangelios el milagro sólo aparece por omisión: en ninguno de los textos se relata otra cosa que el hallazgo de la tumba vacía por las mujeres que se acercaron a llevar ofrendas y, más tarde, la aparición de Cristo en Jerusalén y Galilea.
Desde el punto de vista de la descripción del hallazgo de María Magdalena, los Evangelios no coinciden en los detalles. ¿Las mujeres eran tres (Marcos), dos (Mateo) o una (Juan)? ¿Llegaron antes del anochecer (Mateo, Juan) o después (Marcos)? ¿La piedra fue removida después que llegaron (Mateo) o antes (Marcos, Lucas, Juan)? ¿Estaban allí los ángeles al llegar las mujeres? Mateo y Lucas dicen que sí, Marcos habla de uno solo y Juan no los menciona sino cuando narra que María Magdalena vuelve a bajar al sepulcro. La mayoría de los estudiosos presumen que son variantes lógicas debidas a que se trata de un texto literario y no de una crónica histórica con pretensiones de exactitud. Pero todas las preguntas alrededor de este tema no debería oscurecer el hecho básico: los cuatro evangelistas coinciden en afirmar que la tumba estaba vacía.
Los Evangelios tampoco concuerdan en la cronología posterior y en la descripción de la Elevación. Jesús, después de su muerte y resurrección se presentó varias veces ante sus discípulos. Pero mientras Mateo, Marcos y Juan describen las apariciones en Galilea, Lucas habla sólo de Jerusalén.
Desde hace unos pocos años, el término “resurrección” en sí mismo ha sido objeto de animado debate. ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que “Dios elevó a Jesús de la muerte”? La tradición cristiana sostiene que Jesús resucitó físicamente, que su carne y sus huesos volvieron a la vida. Pero quienes aplican una nueva mirada a los textos sagrados prefieren considerar el fenómeno como una metáfora, es decir, una expresión figurada destinada a demostrar que el retorno del Salvador a la vida había ocurrido en “los corazones y las mentes” de los fieles.
Junto a otros misterios sobre los últimos días de Jesús, la Resurrección es una cuestión que jamás podrá ser contestada satisfactoriamente por ninguna investigación académica. Como la mismísima existencia de Dios, los eventos del tercer día permanecerán siempre en la fascinante región de las cosas virtualmente improbables: sólo con la Fe y por la Fe puede comprenderlas el hombre.
LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO.
Los rollos del Mar Muerto son un conjunto de documentos hallados cerca de las ruinas del antiguo monasterio de Qumran, que albergaba a una comunidad de la secta judía de los esenios, en una zona desértica próxima a la costa occidental de ese mar interior. Escritos sobre pergamino durante los primeros años de nuestra era, fueron encontrados por dos pastores árabes en 1947, en el interior de varias jarras de barro cocido ocultas en una cueva. Durante un tiempo nadie apreció su valor hasta que, finalmente, arqueólogos y expertos en filología descubrieron que se trataba de valiosos documentos de la época de Jesús. Figuran allí copias del Antiguo Testamento y otros textos religiosos, redactados en hebreo y arameo, como también las reglas de la comunidad monástica esenia. Tales documentos permitieron constatar la fidelidad de las versiones de la Biblia que han llegado hasta nosotros.
Autor: Jefrey Seller, Scientlfic News Report.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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Fue una semana, hace casi dos mil años. Siete días que cambiaron la historia. Un domingo, Jesús entró triunfante en Jerusalén. El viernes moría en la Cruz. Los historiadores indagan los acontecimientos que rodean la Pasión.
Elevado símbolo del sufrimiento humano, la pasión y muerte de Jesucristo significa asimismo una sincera búsqueda de justicia y amor para millones de fieles que encuentran en ella un profundo sentido de la vida. Pasión, muerte y resurrección marcan el nacimiento de la fe cristiana, un conjunto de grandes religiones abrazadas por millones de personas. Para católicos, ortodoxos y protestantes es Cristo, el Redentor, el Hijo de Dios, respetado por los musulmanes como uno de los grandes profetas o transmisores de la palabra sagrada. Pero también fue Jesús de Nazareth, el carpintero que llegó a Jerusalén designándose a sí mismo Mesías, para gran escándalo de los sacerdotes del Templo judío, perseguido y crucificado por “blasfemo y sedicioso”.
Esa doble faz, humana y divina, de Jesucristo no representa un obstáculo para el creyente. Durante siglos, fuertes discusiones en torno de los Evangelios giraron alrededor de fechas y circunstancias: si el año de la muerte de Jesús fue el 29, el 30 o el 33, o si la Última Cena fue o no cena pascual.
Al llegar el siglo XVIII, la época del racionalismo, ciertos filósofos y teólogos introdujeron un problema nuevo. Querían descubrir la “verdad” del Nuevo Testamento. Pero no se trataba de la verdad revelada, que acepta el creyente, sino de la verdad histórica, la que surge de documentos y testimonios.
Al Cristo divino de Marcos, Mateos, Lucas y Juan oponían el Jesús humano, que nació, vivió y murió en este Valle de Lágrimas. La búsqueda del Jesús “histórico” se convirtió en preocupación de investigadores que desesperaban al no encontrar documentos que les permitiesen contrastar los dichos de los Evangelios. Así fue hasta que los arqueólogos descubrieron los famosos rollos del Mar Muerto, documentos que aportaron confirmaciones a lo narrado por los evangelistas y nuevos datos. Desde entonces, quienes se dedican al estudio del Jesús “histórico” se dividen en tres grupos: los escépticos que insisten en el valor puramente legendario de los Evangelios, los que aceptan sin discusión aquello que consideran la palabra de Dios y los que sostienen que los Evangelios son la obra de creyentes que intentaron describir, con fe y esperanza, la mística experiencia de un hombre que se llamó a sí mismo el Hijo de Dios.
Ahora es posible intentar narrar, talvez sobre nuevas evidencias, los últimos días de Jesús a partir de la luz aportada por los estudiosos sobre las motivaciones religiosas, sociales y políticas de los actores en el intenso y desgarrador drama que dividió en dos la historia del mundo.
LA LLEGADA.
“Y la compañía, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino y otros cortaban ramos de los árboles y los tendían por el camino. / Y las gentes que iban delante y las que iban detrás aclamaban diciendo: ¡Hosanna! (...) ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! (...). / Y entrando él en Jerusalén toda la ciudad se alborotó (…) / Y entró Jesús en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo”. (Del Evangelio según San Mateo).
Fue una bienvenida heroica, un desfile triunfal que protagonizaron Jesús y sus acólitos al entrar en Jerusalén para cumplir con el rito religioso de la Pascua judía. Para la tradicional interpretación del texto bíblico, aquel domingo —que desde entonces se conocería como Domingo de Ramos— se convirtió en símbolo de la veleidad de la gente: los mismos que gritaban “jHosanna!” (¡Sálvanos!) iban a vociferar “jCrucifíquenlo!” pocos días más tarde.
Sin embargo, estudiosos como Donald Senior, presidente de la Unión Teológica Católica de Chicago, en Estados Unidos, sugiere que la confusión social y política reinante en Jerusalén en esa época justificaría las reacciones encontradas de la opinión pública. “Incluso los que no creyeron que ese hombre que llegaba era el Mesías podían tener razones para aclamarlo —dice—. La gente común despreciaba a los romanos y estaba desencantada con los sacerdotes del Templo. No es raro que buscasen nuclearse alrededor de alguien que prometía arremeter contra lo establecido”. Los componentes de la secta laica de los fariseos, como también los esenios, un grupo místico de gran arraigo entre los campesinos, se oponían a los saduceos, la casta sacerdotal fuerte en el templo de Jerusalén. A ellos se agregaban grupos insurreccionales que pugnaban por expulsar a los romanos.
Según Senior, cada uno de estos sectores tenía razones para pensar que un hombre con el carisma que demostraba Jesús podría serle “útil”. Los fariseos imaginaban un Mesías negociador y buen jefe militar, los saduceos esperaban un rey-sacerdote y los esenios un conductor místico, mientras quienes se oponían a los romanos fundaban sus esperanzas en la aparición de un dirigente que pudiese encabezar una sublevación. Sin embargo, Jesús tomó otra actitud. Apenas entró en Jerusalén mostró su indignación por los abusos que se cometían en la sede sacerdotal y “echó fuera a los que vendían y compraban en el Templo”.
La interpretación corriente del recibimiento pascual y de la expulsión de los mercaderes supone la espontaneidad en la bienvenida popular y en la reacción de Cristo ante los traficantes. En cambio, algunos estudios recientes sugieren que, según San Lucas, Jesús habría enviado emisarios antes de entrar en Jerusalén, los cuales podrían haber convocado a la gente para que saliese a recibirlo. Asimismo, el Evangelio según San Marcos señala que la expulsión de los mercaderes fue realizada por Cristo al día siguiente de la llegada y después de pasar la noche en Betania, donde, según los investigadores, habría meditado sobre la acción a tomar. Sea como fuere, lo cierto es que Jesús golpeó en pleno centro del poder religioso, económico y político de Jerusalén. Para Jerome Nerey, profesor en la Facultad de Teología Weston, en Boston, Estados Unidos, “lo que hizo Jesús fue como si hoy se atacara la casa central del Bank of America”.
EL JUICIO.
“Y lo prendieron y lo metieron en casa del príncipe de los sacerdotes (...) / Y cuando fue de día se juntaron los ancianos del pueblo y los príncipes de los sacerdotes y los escribas y lo trajeron y le preguntaron: ¿Eres tú el Cristo? Dínoslo. Y les dijo: Si os lo dijere, no creeréis (...) / Levantóse entonces toda la multitud de ellos y llevándole a Pilatos comenzaron a acusarle (...)”. (Del Evangelio según San Lucas).
Para el creyente, la causa de la muerte de Jesús es indudable: fue la voluntad de Dios la que lo llevó a la Cruz. Pero los estudiosos de los textos bíblicos y de la historia de las religiones insisten en determinar cuáles fueron los motivos que impulsaron la tremenda condena, en un caso judicial que iba a convertirse en el más célebre de la historia.
Jesús declaró ser el Mesías. Los sacerdotes judíos no lo aceptaron como tal. Jesús expulsó a los mercaderes y traficantes del Templo. Los poderosos lo temieron. Entonces, coaligados todos contra él, lo acusaron ante los romanos de querer convertirse en el “Rey de los Judíos”. Para Senior, “que Jesús pretendiese ser el Mesías o el Hijo de Dios no representaba ninguna amenaza para el poder romano. Pero que se proclamase rey de uno de los pueblos de la región que ellos dominaban sí les preocupaba, pues significaba un desafío político y podía dar lugar a sublevaciones”.
No todos los dirigentes judíos parecen haber estado contra Jesús en el momento del juicio. Al menos dos, José de Arimatea y Nicodemo, integrantes del Sanedrín o tribunal máximo, simpatizaron con él pese a su manifiesta decisión de “destruir el Templo”, su oposición a la teología de los saduceos y sus cuestionamientos a las interpretaciones tradicionales de la Ley Mosaica. “Afrentas —según Senior— que los sacerdotes no podían tolerar”.
Quienes bucean en el texto de los Evangelios presumen que ninguno de los cuatro autores presenció el juicio. Sostienen tan arriesgada hipótesis en las diferencias que se registran al citar las respuestas de Jesús cuando le preguntaron si era el Mesías. “Yo soy” (Marcos), “Tú lo dices” (Mateo), “Si lo dijere, no me creeréis” (Lucas), son las distintas versiones, mientras Juan cita una respuesta parecida cuando Pilatos le pregunta si es el Rey de los Judíos: “Tú dices que yo soy rey”. Y a continuación afirma: “Mi reino no es de este mundo”.
Aunque las distintas respuestas podrían representar fielmente la imagen que los discípulos tenían del Salvador y así las volcaron sinceramente en sus escritos, los estudiosos lamentan no tener ninguna otra fuente de información sobre el juicio y la conducta de Jesús durante éste.
Otro estereotipo que se cuestiona es el referido a la actitud de Poncio Pilatos, el representante del emperador romano en la región palestina. Los historiadores actuales sostienen que si bien Pilatos dijo a los sacerdotes que no encontraba motivo de culpabilidad para condenar a Jesús, su actitud posterior de entregarlo y autorizar la pena capital se debió a la necesidad de preservar las buenas relaciones con la jerarquía del Templo, especialmente en una época del año, como Pascua, que solía ser el momento elegido para las protestas contra las tropas ocupantes. Al parecer, Pilatos no quería ofender a los saduceos ni a otros grupos poderosos de Jerusalén. En dos oportunidades anteriores, el procurador romano había recibido críticas del emperador Tiberio por haberse malquistado con los judíos. El gobernador de Galilea, Herodes Antipas. representaba otro problema para Pilatos, por lo cual, según el historiador Harold Hoehner, del Seminario Teológico de Dallas, la versión de San Lucas de que Jesús fue entregado a Herodes indicaría la voluntad de Pilatos de acceder a mejores relaciones con aquel gobernante reconociendo su autoridad sobre Galilea.
LA CRUCIFIXIÓN.
“Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado, Y tomaron a Jesús y le llevaron. / Y llevando su cruz, salió al lugar que le dicen de la Calavera, y en hebreo, Gólgota, / Donde lo crucificaron, y con él otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio”. (Del Evangelio según San Juan).
Veinte años después de la pasión de Jesús, el apóstol Pablo escribe a los fieles cristianos de Corinto y les propone a Cristo como “poder y sabiduría de Dios”. Ya en ese tiempo, muy breve en términos históricos, los seguidores de Cristo habían convertido el sacrificio sobre una colina cercana a Jerusalén en señal del triunfo de su fe y al instrumento de tortura y muerte, la Cruz, en el símbolo supremo de la esperanza. La crucifixión era un procedimiento muy cruel. De acuerdo al testimonio de la Biblia, antes de ser clavado en los maderos, Jesús fue golpeado y azotado. Una vez que el mismo condenado llevó la cruz hasta la cima, sus manos y sus pies fueron clavados en la madera con punzones de hierro y la cruz fue colocada en su sitio. Seis horas más tarde, Jesús moría, probablemente por asfixia. Para asegurarse, los soldados le clavaron una lanza en el costado del pecho.
Los buscadores del Jesús “histórico” no tienen dudas acerca de la veracidad de la muerte de Cristo, apoyándose en otras fuentes que coinciden con los Evangelios. Por ejemplo, el historiador romano Suetonio menciona su existencia en “Los doce Césares”, y Tácito hace referencia, en el año 110, a “Cristo, a quien el procurador Poncio Pilatos ejecutó durante el reino de Tiberio”. En cambio, la forma del castigo ha sido muy cuestionada por los estudiosos del siglo XIX. Sostuvieron que la crucifixión no era un castigo habitual en la Palestina del primer siglo de nuestra era y que los criminales eran apedreados, quemados, decapitados o estrangulados. Clavar a un culpable en la cruz era un castigo romano y hubo estudiosos que llegaron a afirmar que ese castigo era incompatible con la ley judía, circunstancia que haría poco creíble el reclamo de los sacerdotes para que Jesús fuese crucificado.
Pero entre los rollos del Mar Muerto apareció un documento del Templo que, según los investigadores, parece sugerir que la crucifixión no era proscrita por la ley mosaica en esa época. Por otra parte, el teólogo alemán Ernst Bammel señala que está comprobado que la cruz era usada para ejecutar a criminales en Palestina durante el siglo II, aún por orden de los tribunales judíos, especialmente en el caso de crímenes políticos como la rebelión. Y la arqueología aportó otra prueba: en una excavación efectuada cerca del monte del Calvario se encontró un hombre con señales de haber sido crucificado, enterrado entre los años 7 y 70 de la era cristiana. Sus pies habían sido clavados juntos a través de los talones, sus antebrazos tenían marcas de clavos y los huesos de sus piernas estaban quebrados, en coincidencia con la descripción que hace San Juan del momento posterior a la crucifixión de Cristo y los ladrones: “Y vinieron los soldados y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él”.
EL ENTIERRO.
“Y cuando fue la tarde, porque era la preparación, es decir, la víspera del sábado, José de Arimatea, senador noble, que también esperaba el reino de Dios, vino y osadamente entró a Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús. Y Pilatos se maravilló que ya fuese muerto y haciendo venir al centurión preguntóle si era ya muerto. / Y enterado el centurión dio el cuerpo a José. / El cual compró una sábana y quitándole, le envolvió en la sábana, y le puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña, y revolvió una piedra a la puerta del sepulcro”. (Del Evangelio según San Marcos).
Mientras los discípulos estaban ocultos y dispersos, resulta sorprendente que sea un miembro del Sanedrín, el tribunal supremo judío, quien se hace cargo del cuerpo de Cristo y le da sepultura. Este hecho desconcierta a los historiadores. “Es poco creíble —dice Raymond Brown— que un judío se atreviese a tocar con sus propias manos un cadáver, un acto que lo convertiría en impuro según la ley mosaica. Sin embargo, quizá la cercanía de la noche y la circunstancia de que el día siguiente era sábado, impulsó a este miembro del Sanedrín a superar el temor a la impureza en aras de un principio superior: la necesidad de que un cuerpo fuese enterrado en tiempo y forma debidas”.
Al mismo tiempo, algunos se preguntan por qué Pilatos habría accedido a entregar el cadáver a un discípulo de Cristo como lo era José de Arimatea según los Evangelios. Para Brown ello se podría explicar a partir de una confusión en la lectura de Marcos: José no era cristiano en esa época pero lo fue más tarde. Y Lucas aporta un argumento de peso: “José de Arimatea, el cual era discípulo de Jesús, pero secreto por miedo de los judíos”. En ese caso, ciertos estudiosos no comprenden por qué el representante del emperador romano habría de entregar el cadáver a un miembro de la jerarquía judía.
Sin embargo, pocos estudiosos dudan del papel importante que debió desempeñar José: su nombre, junto con el de Simón de Cirenea, es uno de los muy escasos de los personajes de la Pasión que fueron recordados durante el período de tradición oral previo a los Evangelios.
Existe cierta coincidencia entre los intérpretes sobre el peligro de que el cuerpo de Jesús fuese robado por los discípulos para así reclamar luego la verdad milagrosa de una resurrección. Tanto Pilatos como los sacerdotes no querían que ello ocurriese y por eso los romanos colocaron un soldado de guardia ante la tumba, según relata Mateo. La presencia o ausencia del cadáver en la tumba iba a tener una importancia decisiva muy poco después. Inclusive, en grandes debates teológicos sobre la Resurrección, uno de los argumentos en danza fue que el cuerpo del Salvador había sido robado.
En otra indagación “histórica”, algunos investigadores se preguntan si la tumba realmente le pertenecía a José, como parece sugerir Mateo (aunque no los demás evangelistas). Se ha considerado improbable que un hombre de la ubicación social de José pudiera poseer una tumba propia tan cerca del lugar de las crucifixiones y en una zona donde enterraban criminales. Para algunos intérpretes, José podría haber adquirido la tumba después que el evento de Pascua la convirtió en sitio de reverencia y pavor.
LA RESURRECCIÓN.
“Y muy temprano en la mañana, el primer día de la semana, vienen al sepulcro, ya salido el sol. (...) / Y como miraron ven la piedra revuelta; que era muy grande. / Y entradas en el sepulcro vieron un mancebo sentado al lado derecho, cubierto de una larga túnica blanca, y se espantaron. Más él les dice: No os asustéis, buscáis a Jesús Nazareno, el que fue crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. (Del Evangelio según San Marcos).
Y al tercer día, Jesucristo se levantó de la tumba. El dogma más firme de las religiones cristianas se apoya en el convencimiento que expusiera San Pablo a los corintios: “Si Cristo no ha resucitado, entonces sus prédicas son vanas y también es vana vuestra fe”. En cambio, para los buscadores de la “verdad histórica” la Resurrección es el asunto más problemático. Para empezar, en los Evangelios el milagro sólo aparece por omisión: en ninguno de los textos se relata otra cosa que el hallazgo de la tumba vacía por las mujeres que se acercaron a llevar ofrendas y, más tarde, la aparición de Cristo en Jerusalén y Galilea.
Desde el punto de vista de la descripción del hallazgo de María Magdalena, los Evangelios no coinciden en los detalles. ¿Las mujeres eran tres (Marcos), dos (Mateo) o una (Juan)? ¿Llegaron antes del anochecer (Mateo, Juan) o después (Marcos)? ¿La piedra fue removida después que llegaron (Mateo) o antes (Marcos, Lucas, Juan)? ¿Estaban allí los ángeles al llegar las mujeres? Mateo y Lucas dicen que sí, Marcos habla de uno solo y Juan no los menciona sino cuando narra que María Magdalena vuelve a bajar al sepulcro. La mayoría de los estudiosos presumen que son variantes lógicas debidas a que se trata de un texto literario y no de una crónica histórica con pretensiones de exactitud. Pero todas las preguntas alrededor de este tema no debería oscurecer el hecho básico: los cuatro evangelistas coinciden en afirmar que la tumba estaba vacía.
Los Evangelios tampoco concuerdan en la cronología posterior y en la descripción de la Elevación. Jesús, después de su muerte y resurrección se presentó varias veces ante sus discípulos. Pero mientras Mateo, Marcos y Juan describen las apariciones en Galilea, Lucas habla sólo de Jerusalén.
Desde hace unos pocos años, el término “resurrección” en sí mismo ha sido objeto de animado debate. ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que “Dios elevó a Jesús de la muerte”? La tradición cristiana sostiene que Jesús resucitó físicamente, que su carne y sus huesos volvieron a la vida. Pero quienes aplican una nueva mirada a los textos sagrados prefieren considerar el fenómeno como una metáfora, es decir, una expresión figurada destinada a demostrar que el retorno del Salvador a la vida había ocurrido en “los corazones y las mentes” de los fieles.
Junto a otros misterios sobre los últimos días de Jesús, la Resurrección es una cuestión que jamás podrá ser contestada satisfactoriamente por ninguna investigación académica. Como la mismísima existencia de Dios, los eventos del tercer día permanecerán siempre en la fascinante región de las cosas virtualmente improbables: sólo con la Fe y por la Fe puede comprenderlas el hombre.
LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO.
Los rollos del Mar Muerto son un conjunto de documentos hallados cerca de las ruinas del antiguo monasterio de Qumran, que albergaba a una comunidad de la secta judía de los esenios, en una zona desértica próxima a la costa occidental de ese mar interior. Escritos sobre pergamino durante los primeros años de nuestra era, fueron encontrados por dos pastores árabes en 1947, en el interior de varias jarras de barro cocido ocultas en una cueva. Durante un tiempo nadie apreció su valor hasta que, finalmente, arqueólogos y expertos en filología descubrieron que se trataba de valiosos documentos de la época de Jesús. Figuran allí copias del Antiguo Testamento y otros textos religiosos, redactados en hebreo y arameo, como también las reglas de la comunidad monástica esenia. Tales documentos permitieron constatar la fidelidad de las versiones de la Biblia que han llegado hasta nosotros.
Autor: Jefrey Seller, Scientlfic News Report.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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