Explicación a algunas dudas y preguntas que de vez en cuando nos intrigan.
¿DE DÓNDE PROVIENE LA FAMOSA FRASE “CHERCHEZ LA FEMME”?
La traducción literal es “busca a la mujer”, pero, en contra de lo que muchos imaginan, no es un consejo simpático y amistoso sino que puede decirse que todo lo contrario. En especial para las mujeres. El sentido que se le da es que si existe un lío de aquéllos y no se sabe muy bien cómo comenzó hay que “buscar a la mujer” porque seguro que tras una de ellas está el origen del embrollo.
Así la usó gente como el rey Carlos III de España, que, ante el planteo que se le hacía de una cuestión llena de intrigas, decía simplemente: “averigüen quién es ella”, sin que nadie hubiera mencionado una “ella”. Algunos dan el origen de “cherchez la femme” a Napoleón, que tenía una cierta y tumultuosa experiencia con el malamente llamado sexo débil.
Pero lo cierto es que quien popularizó esas tres palabras enviándolas derechito a la historia cotidiana fue Alejandro Dumas, padre. En 1864 se estrenó una obra suya de corte policial (“Los mohicanos de París”) y, en ella, ante el misterio criminal que se le presenta al personaje del policía, le hace aconsejar por otro: “En todo lo que ocurra y que parece no tener solución, busca a la mujer”.
¿POR QUÉ LLAMAMOS “ANFITRIÓN” A QUIEN NOS RECIBE AGASAJÁNDONOS?
A menudo decimos que Fulano es un “buen” anfitrión. Y no está bien, aunque el uso ya lo hizo común. Un anfitrión es siempre bueno, ya que es aquel que recibe a sus invitados con especial deferencia y esmero. En cuanto al origen de la palabrita, hay dos versiones. Así que elijan. Una dice que proviene de un héroe griego llamado Anfitrión, del cual Plauto y otros romanos contaban sus hazañas y los banquetes con que las celebraba. La otra versión es más antigua y viene de Grecia. Anfitrión, rey de Tebas, era no sólo especialista en seleccionar y hasta cocinar él mismo deliciosos manjares, sino también en ofrecerlos a sus invitados de una manera inigualablemente cortés. Recordar: con decir anfitrión solamente, basta. Lo demás (eso de “buen”) es redundancia.
¿EXISTIÓ REALMENTE LA FAMOSA “ESPADA DE DAMOCLES”?
Ya podemos creerlo. Hoy usamos esa figura para decir de alguien que está al borde del peligro permanentemente. Y la historia del origen es real y simpática.
Dionisio, el Viejo, era rey de Siracusa unos 400 años antes del nacimiento de Cristo. Más que rey era un tirano de difícil trato y peor humor. Un cortesano cercano a Dionisio lo tenía harto con su pequeña envidia que consistía en decirle a diario que un rey vivía mejor que nadie, con todo lo que quería, sin depender de los demás, sin presiones ni temores. Un día Dionisio se cansó del todo. Le ofreció al molesto cortesano ocupar su trono y la cabecera, claro, en un banquete próximo. Sería rey por un rato. El cortesano en cuestión no cabía en sí de la alegría y, por supuesto, aceptó. Pero al sentarse en el trono advirtió que sobre su cabeza pendía una espada de tamaño nada despreciable y que estaba sostenida desde el techo tan sólo por una delgada cerda de caballo.
El hombre se pasó la noche mirando hacia arriba, como los místicos pero más cerca. No pudo comer, ni hablar, ni beber, ni pensar en otra cosa que no fuera el arma que sobre él reposaba y que podía cortar con su peso la cerda en cualquier momento.
Al final de la nerviosa noche el rey le dijo que así vivía un monarca cada uno de sus días, expuesto a lo peor y sin saber cuándo podría ocurrirle. El cortesano, que se llamaba Damocles, entendió. Y nunca más le quebrantó la paciencia a Dionisio con su pequeña envidia.
¿POR QUÉ Y CUÁNDO LOS HOMBRES COMENZARON A USAR SOMBREROS?
El origen se remonta sencillamente a la prehistoria. Nuestros super-antepasados no eran tan bestias como se los pinta. Pronto advirtieron que el sol les calentaba la cabeza más de lo aconsejable y fue entonces cuando comenzaron a zamparse sobre ella trozos de pieles de animales que los protegían. Bien podrían haberse llamado “sombreros”, ya que la palabrita viene de “sombra”, lo que produce sombra. Y eso era lo que buscaban los cavernícolas.
Los incas usaban unos casquetes con dos plumas de aves sagradas, por ejemplo. Los turbantes de los árabes no son todos iguales: cambian forma y color de acuerdo con la jerarquía de quien los porta. En la Edad Media se reconocía por sus sombreros a los nobles, los magos o los simples pastores. En los uniformes militares el sombrero fue siempre identificatorio e irremplazable. Actualmente se conserva la costumbre de adornos de la testa que marcan sin vueltas la jerarquía de las máximas autoridades religiosas de casi todos los cultos. Y, en cuanto a la moda, han perdido la fuerza de antaño pero aún no se dan por vencidos.
LA HISTORIA ASOMBROSA DE CAGLIOSTRO.
Los escritores de ficción se han encargado de Cagliostro en varias oportunidades, pero tratar de llegar a la vida real de este extraño personaje no es cosa fácil. Por momentos, al buscar datos sobre él, se entrecruzan contradicciones de tal manera que pareciera que el misterioso Alejandro conde de Cagliostro continúa divirtiéndose desde alguna parte con quienes pretenden saber en verdad quién fue y qué hizo.
Nació en Sicilia en el año 1743 y, siendo muy joven, ingresó a un convento del que fue rápidamente expulsado porque su diversión preferida consistía en estafar a fieles y monjes. De allí pasó a Grecia y luego a Oriente, donde decía haber aprendido las artes de la alquimia. Vuelto a Europa, vendía elixires mágicos —según él—, con lo que reunió una moderada fortuna. Pero no era el dinero, según parece, lo que apasionaba a Cagliostro. Lo entusiasmaban sobremanera la estafa, el engaño, la mentira y una colección de ardides que ponía en práctica ayudado por una singular astucia.
Ya desde el nombre mentía. El suyo verdadero era Giusseppe Balsamo.
Con una habilidad poco común hizo que su fama fuera alcanzando a toda la Europa de la época. Aseguraba —y sus discípulos, que los tuvo, lo confirmaban— que podía tomar contacto con cualquier persona muerta. Llegó, incluso, a ofrecer fastuosos banquetes en grandes salones iluminados por cientos de cirios e invitando a su mesa a personajes muertos hacía siglos, que compartían el agasajo con decenas de vivos. Es obvio a esta altura aclarar que no existe nada que confirme esta suerte de leyenda basada en la vida de Cagliostro.
También predijo hechos tales como la Revolución Francesa (con fecha exacta), la toma de la Bastilla y el fin de los monarcas franceses. Evidentemente poseía, en efecto, algún tipo de poder no demasiado común. Lo curioso era el uso a veces no del todo bueno que daba a esos poderes.
El caso es que en 1789 fue apresado en Roma bajo la acusación de revolucionario y masón. Se lo condenó a muerte y luego le fue conmutada la pena por la de cadena perpetua. En 1795, seis años más tarde, el cuerpo apareció colgando de una soga en su celda solitaria. Aparentemente se había suicidado. Pero decimos “el” cuerpo y “aparentemente” porque aquel cadáver estaba por completo desfigurado, lo cual hizo que se corriera la versión de que “su” cuerpo, vivito y coleando, había fugado de prisión luego de asesinar a alguien que jamás fue identificado. Esta versión, por demás misteriosa como toda la vida de Cagliostro, nunca fue confirmada ni negada.
EL QUE NO SABE ES COMO EL QUE NO OYE.
Serguei Vassilievich Rachmaninov, compositor nacido en Rusia en 1876, era —y es consenso general— tal vez el mejor intérprete de piano de todas las épocas. Y desde chiquito. Tenía ocho años cuando fue invitado especialmente al palacio de un noble ruso para deleitar a los invitados. El pequeño Rachmaninov eligió la Sonata Kreutzer, de Beethoven, una pieza musical que cuenta con varias y prolongadas pausas durante su ejecución, que luego se continúa con énfasis hasta otra de aquellas pausas que dramatizan la obra. El bueno de Rachma la interpretó de maravilla, pero al finalizar se le acercó bondadosamente la ignorante pero noble esposa del dueño de casa y mientras le tomaba el mentón con cariño le dijo: “Está muy bien para tu edad, pero debes elegir otras piezas que conozcas mejor…” La pobre creía que las pausas eran dudas del virtuoso pequeñín.
ALGUNOS TEMORES MUY COMUNES.
Los psicólogos aseguran que todos tenemos nuestras propias fobias, que son temores o aversiones a algo en especial. ¿Cómo se llama la suya?
Miedo a las alturas: Acrofobia.
A los animales: Zoofobia.
A las tormentas eléctricas: Astrafobia.
A las multitudes: Oclofobia.
A la soledad: Eremofobia.
A la muerte: Tanatofobia.
A los muertos: Necrofobia.
A volar en avión: Aerofobia.
Estos temores ya son más raros, y algunos hasta divertidos:
A estar vestido: Vestiofobia.
Al matrimonio: Galofobia.
A los alfileres y agujas: Belonefobia.
Al trabajo: Ergofobia
A las camas: Clinofobia.
A los colores: Cromofobia.
Ahora bien. Ninguna fobia es realmente grave, aunque acusa algún tipo de angustia del que la padece, pero con respecto a estas últimas: ¿Un cromófobo ve nada más que películas en blanco y negro? ¿Un vestiófobo anda desnudo por la calle? ¿Un clinófobo duerme en un armario? Y por sobre todo, ¿de qué vive un ergófobo? ¿Le paga a alguien otro para ir a trabajar por él?...
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¿DE DÓNDE PROVIENE LA FAMOSA FRASE “CHERCHEZ LA FEMME”?
La traducción literal es “busca a la mujer”, pero, en contra de lo que muchos imaginan, no es un consejo simpático y amistoso sino que puede decirse que todo lo contrario. En especial para las mujeres. El sentido que se le da es que si existe un lío de aquéllos y no se sabe muy bien cómo comenzó hay que “buscar a la mujer” porque seguro que tras una de ellas está el origen del embrollo.
Así la usó gente como el rey Carlos III de España, que, ante el planteo que se le hacía de una cuestión llena de intrigas, decía simplemente: “averigüen quién es ella”, sin que nadie hubiera mencionado una “ella”. Algunos dan el origen de “cherchez la femme” a Napoleón, que tenía una cierta y tumultuosa experiencia con el malamente llamado sexo débil.
Pero lo cierto es que quien popularizó esas tres palabras enviándolas derechito a la historia cotidiana fue Alejandro Dumas, padre. En 1864 se estrenó una obra suya de corte policial (“Los mohicanos de París”) y, en ella, ante el misterio criminal que se le presenta al personaje del policía, le hace aconsejar por otro: “En todo lo que ocurra y que parece no tener solución, busca a la mujer”.
¿POR QUÉ LLAMAMOS “ANFITRIÓN” A QUIEN NOS RECIBE AGASAJÁNDONOS?
A menudo decimos que Fulano es un “buen” anfitrión. Y no está bien, aunque el uso ya lo hizo común. Un anfitrión es siempre bueno, ya que es aquel que recibe a sus invitados con especial deferencia y esmero. En cuanto al origen de la palabrita, hay dos versiones. Así que elijan. Una dice que proviene de un héroe griego llamado Anfitrión, del cual Plauto y otros romanos contaban sus hazañas y los banquetes con que las celebraba. La otra versión es más antigua y viene de Grecia. Anfitrión, rey de Tebas, era no sólo especialista en seleccionar y hasta cocinar él mismo deliciosos manjares, sino también en ofrecerlos a sus invitados de una manera inigualablemente cortés. Recordar: con decir anfitrión solamente, basta. Lo demás (eso de “buen”) es redundancia.
¿EXISTIÓ REALMENTE LA FAMOSA “ESPADA DE DAMOCLES”?
Ya podemos creerlo. Hoy usamos esa figura para decir de alguien que está al borde del peligro permanentemente. Y la historia del origen es real y simpática.
Dionisio, el Viejo, era rey de Siracusa unos 400 años antes del nacimiento de Cristo. Más que rey era un tirano de difícil trato y peor humor. Un cortesano cercano a Dionisio lo tenía harto con su pequeña envidia que consistía en decirle a diario que un rey vivía mejor que nadie, con todo lo que quería, sin depender de los demás, sin presiones ni temores. Un día Dionisio se cansó del todo. Le ofreció al molesto cortesano ocupar su trono y la cabecera, claro, en un banquete próximo. Sería rey por un rato. El cortesano en cuestión no cabía en sí de la alegría y, por supuesto, aceptó. Pero al sentarse en el trono advirtió que sobre su cabeza pendía una espada de tamaño nada despreciable y que estaba sostenida desde el techo tan sólo por una delgada cerda de caballo.
El hombre se pasó la noche mirando hacia arriba, como los místicos pero más cerca. No pudo comer, ni hablar, ni beber, ni pensar en otra cosa que no fuera el arma que sobre él reposaba y que podía cortar con su peso la cerda en cualquier momento.
Al final de la nerviosa noche el rey le dijo que así vivía un monarca cada uno de sus días, expuesto a lo peor y sin saber cuándo podría ocurrirle. El cortesano, que se llamaba Damocles, entendió. Y nunca más le quebrantó la paciencia a Dionisio con su pequeña envidia.
¿POR QUÉ Y CUÁNDO LOS HOMBRES COMENZARON A USAR SOMBREROS?
El origen se remonta sencillamente a la prehistoria. Nuestros super-antepasados no eran tan bestias como se los pinta. Pronto advirtieron que el sol les calentaba la cabeza más de lo aconsejable y fue entonces cuando comenzaron a zamparse sobre ella trozos de pieles de animales que los protegían. Bien podrían haberse llamado “sombreros”, ya que la palabrita viene de “sombra”, lo que produce sombra. Y eso era lo que buscaban los cavernícolas.
Los incas usaban unos casquetes con dos plumas de aves sagradas, por ejemplo. Los turbantes de los árabes no son todos iguales: cambian forma y color de acuerdo con la jerarquía de quien los porta. En la Edad Media se reconocía por sus sombreros a los nobles, los magos o los simples pastores. En los uniformes militares el sombrero fue siempre identificatorio e irremplazable. Actualmente se conserva la costumbre de adornos de la testa que marcan sin vueltas la jerarquía de las máximas autoridades religiosas de casi todos los cultos. Y, en cuanto a la moda, han perdido la fuerza de antaño pero aún no se dan por vencidos.
LA HISTORIA ASOMBROSA DE CAGLIOSTRO.
Los escritores de ficción se han encargado de Cagliostro en varias oportunidades, pero tratar de llegar a la vida real de este extraño personaje no es cosa fácil. Por momentos, al buscar datos sobre él, se entrecruzan contradicciones de tal manera que pareciera que el misterioso Alejandro conde de Cagliostro continúa divirtiéndose desde alguna parte con quienes pretenden saber en verdad quién fue y qué hizo.
Nació en Sicilia en el año 1743 y, siendo muy joven, ingresó a un convento del que fue rápidamente expulsado porque su diversión preferida consistía en estafar a fieles y monjes. De allí pasó a Grecia y luego a Oriente, donde decía haber aprendido las artes de la alquimia. Vuelto a Europa, vendía elixires mágicos —según él—, con lo que reunió una moderada fortuna. Pero no era el dinero, según parece, lo que apasionaba a Cagliostro. Lo entusiasmaban sobremanera la estafa, el engaño, la mentira y una colección de ardides que ponía en práctica ayudado por una singular astucia.
Ya desde el nombre mentía. El suyo verdadero era Giusseppe Balsamo.
Con una habilidad poco común hizo que su fama fuera alcanzando a toda la Europa de la época. Aseguraba —y sus discípulos, que los tuvo, lo confirmaban— que podía tomar contacto con cualquier persona muerta. Llegó, incluso, a ofrecer fastuosos banquetes en grandes salones iluminados por cientos de cirios e invitando a su mesa a personajes muertos hacía siglos, que compartían el agasajo con decenas de vivos. Es obvio a esta altura aclarar que no existe nada que confirme esta suerte de leyenda basada en la vida de Cagliostro.
También predijo hechos tales como la Revolución Francesa (con fecha exacta), la toma de la Bastilla y el fin de los monarcas franceses. Evidentemente poseía, en efecto, algún tipo de poder no demasiado común. Lo curioso era el uso a veces no del todo bueno que daba a esos poderes.
El caso es que en 1789 fue apresado en Roma bajo la acusación de revolucionario y masón. Se lo condenó a muerte y luego le fue conmutada la pena por la de cadena perpetua. En 1795, seis años más tarde, el cuerpo apareció colgando de una soga en su celda solitaria. Aparentemente se había suicidado. Pero decimos “el” cuerpo y “aparentemente” porque aquel cadáver estaba por completo desfigurado, lo cual hizo que se corriera la versión de que “su” cuerpo, vivito y coleando, había fugado de prisión luego de asesinar a alguien que jamás fue identificado. Esta versión, por demás misteriosa como toda la vida de Cagliostro, nunca fue confirmada ni negada.
EL QUE NO SABE ES COMO EL QUE NO OYE.
Serguei Vassilievich Rachmaninov, compositor nacido en Rusia en 1876, era —y es consenso general— tal vez el mejor intérprete de piano de todas las épocas. Y desde chiquito. Tenía ocho años cuando fue invitado especialmente al palacio de un noble ruso para deleitar a los invitados. El pequeño Rachmaninov eligió la Sonata Kreutzer, de Beethoven, una pieza musical que cuenta con varias y prolongadas pausas durante su ejecución, que luego se continúa con énfasis hasta otra de aquellas pausas que dramatizan la obra. El bueno de Rachma la interpretó de maravilla, pero al finalizar se le acercó bondadosamente la ignorante pero noble esposa del dueño de casa y mientras le tomaba el mentón con cariño le dijo: “Está muy bien para tu edad, pero debes elegir otras piezas que conozcas mejor…” La pobre creía que las pausas eran dudas del virtuoso pequeñín.
ALGUNOS TEMORES MUY COMUNES.
Los psicólogos aseguran que todos tenemos nuestras propias fobias, que son temores o aversiones a algo en especial. ¿Cómo se llama la suya?
Miedo a las alturas: Acrofobia.
A los animales: Zoofobia.
A las tormentas eléctricas: Astrafobia.
A las multitudes: Oclofobia.
A la soledad: Eremofobia.
A la muerte: Tanatofobia.
A los muertos: Necrofobia.
A volar en avión: Aerofobia.
Estos temores ya son más raros, y algunos hasta divertidos:
A estar vestido: Vestiofobia.
Al matrimonio: Galofobia.
A los alfileres y agujas: Belonefobia.
Al trabajo: Ergofobia
A las camas: Clinofobia.
A los colores: Cromofobia.
Ahora bien. Ninguna fobia es realmente grave, aunque acusa algún tipo de angustia del que la padece, pero con respecto a estas últimas: ¿Un cromófobo ve nada más que películas en blanco y negro? ¿Un vestiófobo anda desnudo por la calle? ¿Un clinófobo duerme en un armario? Y por sobre todo, ¿de qué vive un ergófobo? ¿Le paga a alguien otro para ir a trabajar por él?...
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