Quiénes son y su forma práctica de trabajar en busca de fantasmas para aclarar lo real de lo misterioso.
Un equipo de investigadores de la liudad norteamericana de Orinda aplica métodos científicos para aclarar misteriosos fenómenos. Los casos más comunes. La tecnología que utilizan.
Loyd Auerbach, nacido en 1957, licenciado en parapsicología por la Universidad J. F. Kennedy de Orinda, EE.UU., y el ilusionista Christopher Chacon, nacido en 1965, son los fundadores y promotores de una empresa que —por los resultados logrados en apenas dos años de actividad— llegó a convertirse en todo un éxito. Se trata de la OPI —sigla inglesa de la Oficina de Investigaciones Paranormales—, dedicada, como su nombre lo anticipa, al análisis de los sucesos espontáneos que escapan al entendimiento. En buen romance, objetos que se trasladan sin que nada ni nadie parezca moverlos, comunicaciones extrasensoriales, embrujos, apariciones de fantasmas, espíritus y poltergeists (en alemán, literalmente, “duendes traviesos”), y otros fenómenos extraños.
Por una suma realmente razonable —50 dólares la visita de dos horas, y 25 cada hora adicional—, Auerbach y Chacon desplazan su equipo especializado de doce investigadores y estudian “serenamente”, según dicen, lo que ellos llaman casos psi, esto es, “cualquier comunicación o interacción con el ambiente que ocurra más allá del uso de los sentidos o los músculos”. Previsiblemente, no bien la existencia de la OPI tomó cierto estado público, la gente les puso un mote y los llama así: Cazafantasmas.
Auerbach sonríe, y con su palabra suave explica que en la Universidad Kennedy de Orinda, donde se matriculó, lo sobrenatural se toma con mucha seriedad. “Por otra parte, no andamos por ahí con artefactos que lanzan rayos”, dice.
El mayor orgullo de la OPl, y su principal novedad, consiste en la aplicación de métodos científicos a la investigación paranormal. “Los fenómenos psi son sucesos naturales que por ahora escapan a una explicación racional, pero alguna vez la tendrán”, teoriza Chacon. Se pueden investigar en dos ámbitos, en el laboratorio o en la vida de todos los días, y la OPI eligió deliberadamente este último: “Nuestro mayor interés se centra en los avistamientos o apariciones de fantasmas, en acontecimientos inusuales en viviendas, oficinas y otros sitios que la gente considera embrujados, y en los efectos o movimientos inusuales de piezas y objetos”, enumera Auerbach. Pero, claro está, también se manejan en casos de percepción extrasensorial —precognición, clarividencia, telepatía—, de psicoquinesis —acción de la mente sobre la materia—, de reencarnación, curanderismo, y otras prácticas esotéricas; y analizan con ahínco la aplicación de este tipo de experiencias en el mundo de los negocios y la comunicación, de la ley y de la acción policial.
Tomando un caso prototípico —la aparición actual de un fantasma en determinada vivienda, por ejemplo—, la acción de la OPI se desarrolla de manera organizada y escalonada. En principio, los investigadores se trasladan al lugar donde ocurre, realizan entrevistas in situ a testigos y participantes, y hacen una primera estimación de lo que está ocurriendo. Luego vienen la investigación histórica del lugar y el empleo de equipos de detección, que implica la permanencia nocturna de los investigadores ya en franca actitud de “acecho”.
El despliegue tecnológico merece un renglón aparte, aunque la gente de la OPI guarda un celoso secreto sobre su parafernalia. Se sabe que emplean, entre muchas otras cosas, micrófonos ultrasensibles —direccionales y de gran ángulo, 360 grados, para captar sonidos ambientales—, haces de rayo láser con realización holográfica, péndulos —capaces de detectar los cuerpos ocultos que modifican la energía magnética—, células foto-voltaicas —que capturan imágenes irreales, como las auras corporales o la bioenergía de las formas protoplasmáticas corporizadas—, detectores de metales, y técnicas como la heterodinia, que induce fuerza electromotriz constante en los circuitos radiofónicos, y la radiestesia, apta para percibir las radiaciones electromagnéticas.
Brian McRae, uno de los doce investigadores de la OPI, cuenta que los casos siempre empiezan con la misma frase por parte de quien los requiere: “Ustedes pensarán que estoy loco, pero…”, y asegura que en principio buscan las explicaciones “normales”, y sólo después de descartadas éstas encaran la investigación paranormal propiamente dicha. Por supuesto, resguardan al máximo los aspectos personales e íntimos en cada caso, y de ser necesario integran en calidad de asesores a médicos, psicólogos, ingenieros y otros profesionales “clásicos”.
Estadísticamente —según Chacon— un 10 a 15 por ciento de los casos se explican racionalmente: “Un lejano terremoto puede haber movido objetos, o el ruido rítmico de una pared puede deberse a un caño de calefacción roto”. Hay otros llamados, “unos pocos”, que resultan ser farsas. “Pero lo concreto —asegura— es que un 70 a 80 por ciento de la gente que nos llama está realmente volviéndose loca por culpa de fenómenos paranormales”. Los casos más comunes son las apariciones, también llamadas espantos, en las que se oyen o ven fantasmas, y las actividades de los traviesos poltergeists, que mueven, arrojan y birlan objetos a su antojo. Auerbach y Chacon coinciden en que los casos de poltergeists son “los más fáciles de manejar”, y tienen conclusiones nítidas sobre el tema: “Es algo directamente relacionado con el stress”. Creen sin lugar a dudas que a través de su energía psicoquinética una persona —sin querer hacerlo ni tener conciencia de ello— puede mover objetos.
A propósito, cuentan un caso reciente: el multimillonario R. F. perdía constantemente objetos de su propiedad, y los encontraba en lugares donde juraba jamás haber estado. “El hombre, que es un genio de los negocios y un verdadero erudito de las artes, empezaba a dudar de su salud mental”, dice Auerbach. La OPI se limitó a presentarle un estricto plan de ejercicios para reducir el stress, que R. F. aceptó y practicó, y la desaparición de objetos no ocurrió más. “La actividad poltergeist, frecuentemente, es una tensión familiar o social que origina la descarga de un montón de energía psíquica, y esa energía puede muy bien mover objetos —explica Auerbach—. Yo he estado en habitaciones donde la carga de energía psíquica era tan elevada que uno la sentía en la cabeza como un martillazo”.
Los fantasmas son un tema más complejo. La OPI determinó a mediados de 1990, por ejemplo, que la niñita que aparecía ante los dueños de casa, en una granja del condado de Marín, era la corporización infantil de una señora de 92 años que yacía enferma, a dos kilómetros de distancia, y por momentos perdía el conocimiento. Las apariciones coincidieron exactamente —en nueve ocasiones— con los desvanecimientos, durante los cuales la anciana soñaba que visitaba el hogar de su infancia, que era precisamente esa granja.
Otros casos se solucionan con una dosis de clásica paciencia. En Livermore, donde una cliente convocó a la OPI porque el fantasma de una mujer dramática la visitaba las noches de luna llena, los investigadores —luego de grabar y chequear las conversaciones entre el fantasma y la dueña de casa— llegaron a la conclusión de que la aparición era una mujer ya fallecida, que había vivido en la misma casa treinta años antes y se negaba a abandonarla. A la manera de los chicos norteamericanos que se reían del fantasma de Canterbury, Auerbach le recomendó a su clienta que “aceptara la situación, y no le diera demasiada charla” a su etérea visita. Como si estuviera en la vida real, el fantasma pareció ofendido por la indiferencia y dejó de aparecer.
Los cazafantasmas reconocen que jamás vieron un fantasma, pero poseen centenares de descripciones de personas que juran haberlos visto. La pregunta es inevitable: ¿creen, entonces, en la existencia de seres de otros mundos? Auerbach no duda: “Creo, concretamente, que algo de la mente humana se queda por aquí después que una persona muere y se va. De hecho, el alma humana tiene un poder inmenso. La cuestión es saber cómo lo aplica cuando está desvestida del cuerpo”. Como sea, Auerbach se siente seguro en ciertos aspectos esenciales: esas almas poseen energía, son capaces de mutar y tornarse visibles al ojo humano, manifiestan formas de carácter —son bromistas, o hurañas, o trágicas—, y no necesariamente “almas en pena”.
Más difíciles que los casos de fantasmas parecen ser los embrujamientos. “Son imágenes del pasado, en ocasiones varias veces centenarias, que la gente recoge. Como los árboles, los ríos y las montañas, los embrujos son parte del entorno, integran el paisaje. No hay mucho que podamos hacer”, se lamenta Auerbach. A dos años de su fundación, en 1993, la OPI ya exhibía un nutrido historial. “Pasamos a ser la primera empresa privada —se jacta el mago Chacon— que trabaja por la distensión y la coexistencia con el más allá”.
HISTORIAS DE FANTASMAS.
Todos los meses de septiembre, y sin falta, el espectro de un oficial inglés visita el lugar donde fue asesinado por un camarada, como consecuencia de una disputa por juego de barajas: se trata del célebre pub The Grenadier (18 Wilton Row, Belgrave Square, Londres), que funciona desde hace más de un siglo y medio en la barraca que fue la caballeriza particular del duque de Wellington. Pero muchos otros fantasmas andan activos por el mundo. En California, en la casa que hizo construir —como un delirio— la viuda de William Winchester, el famoso fabricante de armas, se supone que hay no menos de una docena. Sarah Winchester (fallecida en 1922) hizo esa casa increíble, llena de trampas, con 140 habitaciones y 10 mil ventanas, precisamente para esquivar a los malos espíritus, pero ella se fue y ellos siguen.
También tienen fantasmas la casa de Joan Crawford —que la actriz compró en 1928, antes de casarse con Douglas Fairbanks—, ubicada en la avenida New Bristol de Los Ángeles, y el famoso transatlántico Queen Mary, atracado en Long Beach.
En Buenos Aires, la casa de Dardo Rocha, ubicada en plena Lavalle, en el medio de los cines, que sobrevivió hasta los años 70, tenía un fantasma estruendoso que —según dicen— sigue rondando la zona aún después de la demolición.
DEL “ÉTER” PSÍQUICO A LA FANTASMOGÉNESIS.
Existe todo un espectro de manifestaciones de lo inmaterial que ofrece gran resistencia a los intentos de explicación ensayados por los “técnicos” en azares paranormales. La capacidad de mover objetos por pura invocación mental o de influir sobre la materia que caracterizaría a los supuestos dotados de facultades extrasensoriales (es decir, los protagonistas de episodios que involucran Psicoquinesis Espontánea Recurrente), también ha sido interpretada como una vuelta al mundo de los vivos del espíritu de difuntos, que “encarnarían en cuerpo y mente de los sujetos que son utilizados como “canal de comunicación”. En realidad, esta especulación recrea y actualiza arcanas creencias espiritistas: el movimiento a distancia de objetos se relacionaría con “formas invisibles del ectoplasma”.
De acuerdo con la definición que ofrece el padre Oscar González Quevedo, el ectoplasma (ectos, “fuera’, plasma, “cosa formada o modelada”) constituiría una cierta predisposición a manifestar fuera del organismo (“telergia”) masas confusas e informes condensadas que “manan de los orificios naturales y de la punta de los dedos” del sujeto. Según los cazafantasmas, esta compleja variante de los fenómenos psicoquinéticos —también llamada “fantasmogénesis”— aparecería independientemente de los dotados o “mediums” que se muestran en condiciones de originarlos. Sin embargo, los sucesos que sorprenden al espectador desprevenido, en general, son trucos de magia que pueden ser reproducidos por ilusionistas entrenados en técnica de levitación.
Expertos en desenmascaramiento de fraudes, como James Randi en EE.UU. han puesto en ridículo tales pretensiones. Por otra parte, investigadores serios de la talla del inglés Hillary Evans siguen sosteniendo que la consistencia de estas apariciones fantasmales “a veces no resiste a la hipótesis del fraude”, razón por la cual “ninguna de estas cosas puede ocurrir sin algún género de dimensión material”.
Autores: Alberto Oliva y Alejandro C. Agostinelli.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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Un equipo de investigadores de la liudad norteamericana de Orinda aplica métodos científicos para aclarar misteriosos fenómenos. Los casos más comunes. La tecnología que utilizan.
Loyd Auerbach, nacido en 1957, licenciado en parapsicología por la Universidad J. F. Kennedy de Orinda, EE.UU., y el ilusionista Christopher Chacon, nacido en 1965, son los fundadores y promotores de una empresa que —por los resultados logrados en apenas dos años de actividad— llegó a convertirse en todo un éxito. Se trata de la OPI —sigla inglesa de la Oficina de Investigaciones Paranormales—, dedicada, como su nombre lo anticipa, al análisis de los sucesos espontáneos que escapan al entendimiento. En buen romance, objetos que se trasladan sin que nada ni nadie parezca moverlos, comunicaciones extrasensoriales, embrujos, apariciones de fantasmas, espíritus y poltergeists (en alemán, literalmente, “duendes traviesos”), y otros fenómenos extraños.
Por una suma realmente razonable —50 dólares la visita de dos horas, y 25 cada hora adicional—, Auerbach y Chacon desplazan su equipo especializado de doce investigadores y estudian “serenamente”, según dicen, lo que ellos llaman casos psi, esto es, “cualquier comunicación o interacción con el ambiente que ocurra más allá del uso de los sentidos o los músculos”. Previsiblemente, no bien la existencia de la OPI tomó cierto estado público, la gente les puso un mote y los llama así: Cazafantasmas.
Auerbach sonríe, y con su palabra suave explica que en la Universidad Kennedy de Orinda, donde se matriculó, lo sobrenatural se toma con mucha seriedad. “Por otra parte, no andamos por ahí con artefactos que lanzan rayos”, dice.
El mayor orgullo de la OPl, y su principal novedad, consiste en la aplicación de métodos científicos a la investigación paranormal. “Los fenómenos psi son sucesos naturales que por ahora escapan a una explicación racional, pero alguna vez la tendrán”, teoriza Chacon. Se pueden investigar en dos ámbitos, en el laboratorio o en la vida de todos los días, y la OPI eligió deliberadamente este último: “Nuestro mayor interés se centra en los avistamientos o apariciones de fantasmas, en acontecimientos inusuales en viviendas, oficinas y otros sitios que la gente considera embrujados, y en los efectos o movimientos inusuales de piezas y objetos”, enumera Auerbach. Pero, claro está, también se manejan en casos de percepción extrasensorial —precognición, clarividencia, telepatía—, de psicoquinesis —acción de la mente sobre la materia—, de reencarnación, curanderismo, y otras prácticas esotéricas; y analizan con ahínco la aplicación de este tipo de experiencias en el mundo de los negocios y la comunicación, de la ley y de la acción policial.
Tomando un caso prototípico —la aparición actual de un fantasma en determinada vivienda, por ejemplo—, la acción de la OPI se desarrolla de manera organizada y escalonada. En principio, los investigadores se trasladan al lugar donde ocurre, realizan entrevistas in situ a testigos y participantes, y hacen una primera estimación de lo que está ocurriendo. Luego vienen la investigación histórica del lugar y el empleo de equipos de detección, que implica la permanencia nocturna de los investigadores ya en franca actitud de “acecho”.
El despliegue tecnológico merece un renglón aparte, aunque la gente de la OPI guarda un celoso secreto sobre su parafernalia. Se sabe que emplean, entre muchas otras cosas, micrófonos ultrasensibles —direccionales y de gran ángulo, 360 grados, para captar sonidos ambientales—, haces de rayo láser con realización holográfica, péndulos —capaces de detectar los cuerpos ocultos que modifican la energía magnética—, células foto-voltaicas —que capturan imágenes irreales, como las auras corporales o la bioenergía de las formas protoplasmáticas corporizadas—, detectores de metales, y técnicas como la heterodinia, que induce fuerza electromotriz constante en los circuitos radiofónicos, y la radiestesia, apta para percibir las radiaciones electromagnéticas.
Brian McRae, uno de los doce investigadores de la OPI, cuenta que los casos siempre empiezan con la misma frase por parte de quien los requiere: “Ustedes pensarán que estoy loco, pero…”, y asegura que en principio buscan las explicaciones “normales”, y sólo después de descartadas éstas encaran la investigación paranormal propiamente dicha. Por supuesto, resguardan al máximo los aspectos personales e íntimos en cada caso, y de ser necesario integran en calidad de asesores a médicos, psicólogos, ingenieros y otros profesionales “clásicos”.
Estadísticamente —según Chacon— un 10 a 15 por ciento de los casos se explican racionalmente: “Un lejano terremoto puede haber movido objetos, o el ruido rítmico de una pared puede deberse a un caño de calefacción roto”. Hay otros llamados, “unos pocos”, que resultan ser farsas. “Pero lo concreto —asegura— es que un 70 a 80 por ciento de la gente que nos llama está realmente volviéndose loca por culpa de fenómenos paranormales”. Los casos más comunes son las apariciones, también llamadas espantos, en las que se oyen o ven fantasmas, y las actividades de los traviesos poltergeists, que mueven, arrojan y birlan objetos a su antojo. Auerbach y Chacon coinciden en que los casos de poltergeists son “los más fáciles de manejar”, y tienen conclusiones nítidas sobre el tema: “Es algo directamente relacionado con el stress”. Creen sin lugar a dudas que a través de su energía psicoquinética una persona —sin querer hacerlo ni tener conciencia de ello— puede mover objetos.
A propósito, cuentan un caso reciente: el multimillonario R. F. perdía constantemente objetos de su propiedad, y los encontraba en lugares donde juraba jamás haber estado. “El hombre, que es un genio de los negocios y un verdadero erudito de las artes, empezaba a dudar de su salud mental”, dice Auerbach. La OPI se limitó a presentarle un estricto plan de ejercicios para reducir el stress, que R. F. aceptó y practicó, y la desaparición de objetos no ocurrió más. “La actividad poltergeist, frecuentemente, es una tensión familiar o social que origina la descarga de un montón de energía psíquica, y esa energía puede muy bien mover objetos —explica Auerbach—. Yo he estado en habitaciones donde la carga de energía psíquica era tan elevada que uno la sentía en la cabeza como un martillazo”.
Los fantasmas son un tema más complejo. La OPI determinó a mediados de 1990, por ejemplo, que la niñita que aparecía ante los dueños de casa, en una granja del condado de Marín, era la corporización infantil de una señora de 92 años que yacía enferma, a dos kilómetros de distancia, y por momentos perdía el conocimiento. Las apariciones coincidieron exactamente —en nueve ocasiones— con los desvanecimientos, durante los cuales la anciana soñaba que visitaba el hogar de su infancia, que era precisamente esa granja.
Otros casos se solucionan con una dosis de clásica paciencia. En Livermore, donde una cliente convocó a la OPI porque el fantasma de una mujer dramática la visitaba las noches de luna llena, los investigadores —luego de grabar y chequear las conversaciones entre el fantasma y la dueña de casa— llegaron a la conclusión de que la aparición era una mujer ya fallecida, que había vivido en la misma casa treinta años antes y se negaba a abandonarla. A la manera de los chicos norteamericanos que se reían del fantasma de Canterbury, Auerbach le recomendó a su clienta que “aceptara la situación, y no le diera demasiada charla” a su etérea visita. Como si estuviera en la vida real, el fantasma pareció ofendido por la indiferencia y dejó de aparecer.
Los cazafantasmas reconocen que jamás vieron un fantasma, pero poseen centenares de descripciones de personas que juran haberlos visto. La pregunta es inevitable: ¿creen, entonces, en la existencia de seres de otros mundos? Auerbach no duda: “Creo, concretamente, que algo de la mente humana se queda por aquí después que una persona muere y se va. De hecho, el alma humana tiene un poder inmenso. La cuestión es saber cómo lo aplica cuando está desvestida del cuerpo”. Como sea, Auerbach se siente seguro en ciertos aspectos esenciales: esas almas poseen energía, son capaces de mutar y tornarse visibles al ojo humano, manifiestan formas de carácter —son bromistas, o hurañas, o trágicas—, y no necesariamente “almas en pena”.
Más difíciles que los casos de fantasmas parecen ser los embrujamientos. “Son imágenes del pasado, en ocasiones varias veces centenarias, que la gente recoge. Como los árboles, los ríos y las montañas, los embrujos son parte del entorno, integran el paisaje. No hay mucho que podamos hacer”, se lamenta Auerbach. A dos años de su fundación, en 1993, la OPI ya exhibía un nutrido historial. “Pasamos a ser la primera empresa privada —se jacta el mago Chacon— que trabaja por la distensión y la coexistencia con el más allá”.
HISTORIAS DE FANTASMAS.
Todos los meses de septiembre, y sin falta, el espectro de un oficial inglés visita el lugar donde fue asesinado por un camarada, como consecuencia de una disputa por juego de barajas: se trata del célebre pub The Grenadier (18 Wilton Row, Belgrave Square, Londres), que funciona desde hace más de un siglo y medio en la barraca que fue la caballeriza particular del duque de Wellington. Pero muchos otros fantasmas andan activos por el mundo. En California, en la casa que hizo construir —como un delirio— la viuda de William Winchester, el famoso fabricante de armas, se supone que hay no menos de una docena. Sarah Winchester (fallecida en 1922) hizo esa casa increíble, llena de trampas, con 140 habitaciones y 10 mil ventanas, precisamente para esquivar a los malos espíritus, pero ella se fue y ellos siguen.
También tienen fantasmas la casa de Joan Crawford —que la actriz compró en 1928, antes de casarse con Douglas Fairbanks—, ubicada en la avenida New Bristol de Los Ángeles, y el famoso transatlántico Queen Mary, atracado en Long Beach.
En Buenos Aires, la casa de Dardo Rocha, ubicada en plena Lavalle, en el medio de los cines, que sobrevivió hasta los años 70, tenía un fantasma estruendoso que —según dicen— sigue rondando la zona aún después de la demolición.
DEL “ÉTER” PSÍQUICO A LA FANTASMOGÉNESIS.
Existe todo un espectro de manifestaciones de lo inmaterial que ofrece gran resistencia a los intentos de explicación ensayados por los “técnicos” en azares paranormales. La capacidad de mover objetos por pura invocación mental o de influir sobre la materia que caracterizaría a los supuestos dotados de facultades extrasensoriales (es decir, los protagonistas de episodios que involucran Psicoquinesis Espontánea Recurrente), también ha sido interpretada como una vuelta al mundo de los vivos del espíritu de difuntos, que “encarnarían en cuerpo y mente de los sujetos que son utilizados como “canal de comunicación”. En realidad, esta especulación recrea y actualiza arcanas creencias espiritistas: el movimiento a distancia de objetos se relacionaría con “formas invisibles del ectoplasma”.
De acuerdo con la definición que ofrece el padre Oscar González Quevedo, el ectoplasma (ectos, “fuera’, plasma, “cosa formada o modelada”) constituiría una cierta predisposición a manifestar fuera del organismo (“telergia”) masas confusas e informes condensadas que “manan de los orificios naturales y de la punta de los dedos” del sujeto. Según los cazafantasmas, esta compleja variante de los fenómenos psicoquinéticos —también llamada “fantasmogénesis”— aparecería independientemente de los dotados o “mediums” que se muestran en condiciones de originarlos. Sin embargo, los sucesos que sorprenden al espectador desprevenido, en general, son trucos de magia que pueden ser reproducidos por ilusionistas entrenados en técnica de levitación.
Expertos en desenmascaramiento de fraudes, como James Randi en EE.UU. han puesto en ridículo tales pretensiones. Por otra parte, investigadores serios de la talla del inglés Hillary Evans siguen sosteniendo que la consistencia de estas apariciones fantasmales “a veces no resiste a la hipótesis del fraude”, razón por la cual “ninguna de estas cosas puede ocurrir sin algún género de dimensión material”.
Autores: Alberto Oliva y Alejandro C. Agostinelli.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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