miércoles, 21 de diciembre de 2011

El verdadero rostro de Jesús

A partir de la imagen del Santo Sudario y con el procedimiento del Morphing se obtuvo lo que pudo haber sido el verdadero rostro de Jesús.

Mediante una moderna técnica llamada “morphing”, los ingenieros de la NASA procesaron la imagen del Sudario que habría envuelto el cadáver de Jesús antes de la Resurrección, obteniendo un claro retrato que, en parte, contrasta con las clásicas ilustraciones del Mesías. El morphing consistió en efectuar un vaciado tridimensional de la información contenida en el Sudario y en reconstruirla minuciosamente luego, empleando nuevas computadoras y exactos programas. Esta delicada tarea tuvo su punto de arranque —y su justificación— en las conclusiones de los 50 científicos que en 1993 refutaron la tesis de sus pares de 1988, que lo consideraron de la Edad Media.
El objeto más enigmático del mundo se encuentra en Turín: se trata de una pieza de lino de 4,36 por 1,1 metros que —confiada al cuidado de la catedral de esa ciudad italiana— tiene impresas dos imágenes cenicientas, una de frente y otra de espaldas, en tamaño natural, de un hombre que medía 1,81 de estatura y pesaba unos 77 kilos: quizá Jesús, también conocido como el Nazareno, el Hijo de David, Cristo, el Ungido, el Mesías, el Justo, el Señor o sencillamente Él, y que más a menudo prefirió llamarse a sí mismo el Hijo del Hombre. La pieza de lino no es otra cosa que el famoso Santo Sudario.
Guardado en una caja de plata forrada de amianto, el polémico lienzo que habría envuelto el cadáver de Cristo tras el martirio y la crucifixión conserva —según los especialistas— extrañas pero precisas marcas de origen, todas aparentemente auténticas y de innegable valor antropológico. En principio, esa doble impronta corporal —desleída en la tela— sería en sí misma un “negativo fotográfico” que, curiosamente, copiado en papel sigue siendo un negativo, pero que visto directamente en la película aparece en “positivo”. Es lo que le ocurrió al aficionado Secondo Pía en 1898 con sus fotos del Santo Sudario: en el proceso de revelado de las placas, la imagen surgió “dada vuelta”, es decir, acabada, real. En 1931, Giuseppe Enrie —director de la revista Vita Photográphica Italiana— repitió la experiencia y confirmó el fenómeno: en los negativos, Cristo salía en positivo. Pero hubo que esperar el nacimiento de la computación para poder acceder a la siguiente prueba: la imagen del Sudario contiene —según estudios del Jet Propulsion Laboratory de la NASA— información tridimensional, como si algo emanado del cuerpo de Jesús hubiera actuado “programadamente” sobre la tela. En palabras simples: los huecos están menos fuertemente impresos que los relieves, ignorándose el procedimiento pero certificándose que el calco no sería el resultado de una aplicación manual.
Tampoco se sabe cómo se separó —durante la Resurrección— el cuerpo del género sin que se borroneara, siquiera parcialmente, la delicada imagen. Otra rareza irresuelta: el color de la doble estampa. La celulosa de la fibra de lino pudo haber sido chamuscada, pero una técnica llamada reflectometría demostró que no existió acción de abrasivos, fuego o metal caliente sobre el Sudario. Según los químicos, tampoco es pintura. Y en lo que parecen ser manchas de sangre, habría realmente hemoglobina (¿fue analizada?: nadie respondió esta pregunta).
Finalmente, el examen anatómico de la imagen impresa en la tela (“fuerte contracción muscular, trazo sangrante en el pliegue de la muñeca, pulgar torcido, llagas en los pies, magullones en la espalda”, informó la NASA) confirmaría que Cristo recibió violentos golpes en la cara y 24 latigazos antes de ser crucificado —atado de las muñecas desde un punto elevado—, que agonizó clavado en la cruz, que fue herido en un costado después de muerto y que se le colocó en la cabeza una corona de espinas que le causaron heridas circulares de 3 milímetros de ancho.
La cantidad y calidad de las actuales pruebas científicas sobre el Sudario de Turín causan un genuino —y renovado— estupor, porque todas resultan ser “indicios narrativos” de la Pasión de Jesús de Nazaret tal como este hecho puntual figura en los Evangelios.
Esto dejaría atrás la controvertida datación efectuada en 1988 por un equipo de investigadores que, mediante análisis con carbono 14 —procedimiento que permite medir la edad de la materia—, dictaminó que la antigüedad del Sudario apenas se remontaba a la Edad Media. Es decir, que la pieza de lino “estampada” era una hábil falsificación de artesanos, quizá con puros fines comerciales. (Mucho se habló de que, envolviendo una vieja estatua de porte humano con un lienzo, podría obtenerse un calco similar al del actual Sudario; nunca se fundamentó).
Pero en 1993 un simposio internacional de científicos reunidos en Roma impugnó la datación de 1988, acusándola de haberse basado en “resultados brutos” y de mantener ocultos “secretos estadísticos deformados” para evitar el debate erudito y público. Entre esos 50 especialistas de todas las disciplinas estaba Dimitri Koutznetsov, soviético merecedor del Premio Lenín por su maestría en física nuclear y en datación histórica por medio de radioisótopos.
La conclusión del simposio del ‘93 fue audaz: “La única definición científica de este objeto, compatible con el estado actual de las investigaciones realizadas —dice por escrito—, es que se trata del auténtico Sudario que envolvió el cadáver de Jesús de Nazaret”. (Los científicos le habrían pedido al papa Juan Pablo VI que exhiba el Sudario en 1998, pero el Vaticano —¿prudente?— nunca se expidió al respecto.)
Además, un equipo de ingenieros de la NASA concretó un proyecto largamente estudiado (y resistido): reconstruir y mostrar el verdadero rostro de Jesús, a quien tantos rasgos arios, latinos o semitas se le atribuyeron en iconos religiosos e ilustraciones ad hoc, y en filmes norteamericanos o europeos. El proyecto se basó en un procedimiento que en informática se conoce como morphing, y fue elaborado por los expertos del FBI para localizar a personas desaparecidas años atrás —cuyos rostros iría cambiando el tiempo—; básicamente, el trabajo consistió en efectuar un vaciado tridimensional de los datos obtenidos del Sudario en computadoras de última generación, para luego reconstituir numéricamente las facciones y obtener, al fin, una imagen virtual confiable. El asombroso resultado reabre la polémica global sobre el hombre —¿judío o palestino?— que provocó un inédito cisma entre los poderes establecidos y los intereses políticos de su época y lugar, cambiando la historia: sólo por su acción terrenal, los sucesos se fechan “a.C.” o “d.C.” (incluso en Oriente), aunque sigan en discusión infinidad de enigmas. Por ejemplo, cuándo nació Jesús, si en verdad realizó milagros, si fundó o no una Iglesia, y otros.
Entre ellos está el de su real influencia sobre sus coetáneos: que el “pueblo” convocado por Poncio Pilatos votara crucificarlo a él antes que a Barrabás —¿guerrillero o ladrón?—, indicaría que el Elegido no entusiasmaba a las masas con su prédica redencionista.
Sin embargo, un juicio de estas características resulta altamente sospechoso en el marco del dominio imperial de Roma sobre Jerusalén, donde —además— los jefes religiosos judíos veían en Cristo un peligro contra su autoridad de cobradores de impuestos y guardianes de la ley.
El episodio pesa porque remite a una clave de mayor alcance. Así como algunos agnósticos ponen en duda la existencia misma de Jesús por falta de crónicas precisas o exceso de contradicciones, no pocos teólogos y exegetas —intérpretes y expositores de La Biblia— afirman que los Evangelios fueron escritos mucho después de Cristo. En ese sentido (el de las fechas), el descubrimiento de los ya célebres Rollos del Mar Muerto, entre 1947 y 1956, en 11 grutas de Cisjordania, fue una bomba de tiempo para unos y otros.
Porque en uno de esos 500 manuscritos de probada autenticidad, los esenios —monjes judíos opuestos al materialismo de sus pares rendidos a Roma—, instalados en Qumrán (cerca del Mar Muerto) entre el año 150 a.C. y el 68 d.C., dejaron testimonio de un texto evangélico escrito antes del año 50 de nuestra era. Se trata de un papiro hallado en la gruta 7, que los investigadores nominaron 7Q5 y dataron en el siglo I.
En 1972, el especialista José O’Callahan —profesor del Instituto Bíblico de Roma— pasó a una computadora ciertas palabras griegas del 7Q5, que resultaron corresponder a un versículo del Evangelio de San Marcos. Conclusión avalada por el presbítero italiano Sergio Daris y su homólogo alemán Carsten Peter Thiede, y luego por la profesora Orsolina Montevecchi —tres eruditos en papirología—, quienes, conjuntamente, declararon: “El 7Q5 demuestra que la primera redacción de los Evangelios se llevó a cabo poco después de la muerte de Jesús, y atestigua una tarea misionera de los primeros cristianos entre los esenios”.
Naturalmente, la prensa hizo —y hace— volar las incógnitas: ¿Jesús era un miembro de la secta esenia? ¿Hay más secretos no revelados en esos documentos? ¿Por qué, después de años de encontrados, sólo conocemos el 25 por ciento de su contenido? ¿Quién es el dueño de ese excepcional patrimonio de la Humanidad?
En su libro “El escándalo de los Rollos del Mar Muerto” (subtitulado “Las revelaciones que hacen temblar al Vaticano”), Michael Baigent y Richard Leigh afirman que, si se revelara el 75 por ciento de esos textos que aún permanecen inéditos, “posiblemente quedaría al descubierto que la Iglesia tergiversó, de manera interesada, el mensaje de Cristo”. Y luego se preguntan: “¿Fue Jesús el fundador de una nueva religión o un agitador judío ultranacionalista? Pablo, ‘el embustero’ al que aluden los rollos, ¿era un espía romano infiltrado en la Iglesia primitiva para dividirla y manipularla?”, etcétera.
No son los únicos investigadores que oponen la Iglesia a Cristo (o viceversa) o señalan las divergencias entre las distintas fuentes bíblicas. Con su “Jesús”, best-seller en Francia, el autor católico Jacques Duquesne concitó la atención pública y polarizó la opinión especializada. Empezando por objetar la autenticidad misma de los Evangelios, a lo que el renombrado exegeta Michel Quesnel respondió que “si no hubiera diferencias entre esos relatos sacros, sería preocupante, porque la unanimidad es la característica de las historias fabricadas“.
Duquesne no pone en duda que Jesús existió, como lo testimonia el historiador romano Flavio Josefo —nacido en el 37 d.C.—, y que murió crucificado el 7 de abril del año 30, como asegura la actual tendencia revisionista. Pero insiste en que no hay ningún indicio de que el Mesías haya fundado una Iglesia y —más aún— que ésta le habría “ocultado al mundo la verdadera vida de Jesús durante 2.000 años”, además de desestimar el dogma sobre la virginidad de María y otros misterios —fundamentales— del cristianismo.
Así las cosas, el “Jesús” de Duquesne provocó —al menos en Francia— un enorme debate que, entre otros filosos puntos, incluyó audaces postulados... y sus lógicas reprobaciones. A continuación, una síntesis de los puntos esenciales de ese libro, con todas las campanas que resonaron a su alrededor.
En principio, los arqueólogos, hebraístas y analistas del microcosmos judío de la Antigüedad coinciden en que los Evangelios no son escritos legendarios, sino testimonios que, como tales, pueden situarse, datarse y evaluarse históricamente. ¿Cuándo tuvieron lugar esos hechos?: en el siglo I. ¿Dónde?: en Palestina. ¿Qué ocurrió?: hubo una insólita “revolución” en el seno del judaísmo, sometido por el Sacro Imperio Romano. ¿Quién fue su líder?: un hombre de unos 30 años e identidad concreta, a quien sus familiares y amigos llamaban Yeshua ha-Nozri (en arameo, “salvación protectora”), y al que pronto todos llamarían Jesucristo.
“En el momento en que se constituye el dogma cristiano —dice Jean Paul Roux, director del Centro de Investigaciones Científicas de Francia—, muchas personas que conocieron a Jesús aún viven y se acuerdan de Él”. Habría, por lo tanto, asiduidad cotidiana y testigos de sus actos. Pero, ¿qué hizo Jesús?: durante dos años, se presentó públicamente como el Salvador. ¿De qué habló?: de Dios, su “Padre”. Esto bastó para dividir las aguas. Nunca antes un judío concibió obrar y hablar en nombre de Jehová, atribuyéndose divinidad humana o razón celestial a sí mismo.
“Malkhuti lo ba’olam haze” (“Perdona los pecados”), le dice a Pilatos. Y a Caifás, el poderoso sacerdote: “Verás al Hijo del Hombre sentarse a la diestra del Todopoderoso”. Ruptura, crimen, blasfemia absoluta contra la Ley Mosaica —según los jefes religiosos del Jerusalén ocupado— que conduce al arresto de Yeshua-Jesús y su entrega al invasor romano, para que lo ejecute en nombre del fisurado orden interno. “Completamente lógico en su época. En este punto, la ciencia no contradice a la tradición cristiana”, observa Jacqueline Genot Bismuth, profesora de judaísmo antiguo y filosofía hebraica en París.
Especialista en los manuscritos del Mar Muerto y el mundo judío en tiempos de Jesús, André Paul explica: “Al presentarse a sí mismo como el nexo entre Dios y los hombres, Jesús cristalizó una divergencia secular entre dos corrientes del judaísmo: una que adhería al sistema, sagrado pero terrestre, del Templo y la Ley, y otra que seguía espiritualmente al profeta Ezequiel, aguardando un mediador entre el Cielo y el hombre. De ahí el impacto de Jesús sobre las multitudes judías, aunque éstas no lo comprendieran más que en parte y esperaran (en vano) una revancha política“.
De ahí el choque de esa minoría creciente contra el sector consolidado en el poder, y también el drama que llevó a Cristo a la cruz, en un solo jaque mate. ¿Pero cómo fue que esa derrota significó la victoria, la “misión cumplida” del líder muerto? Para los teólogos cristianos, se trata de “Dios que se hizo hombre”, de una “encarnación” que —basada en la noción de “pecado”— significó, a su vez, “la reconciliación de los hombres con Dios”. ¿Cómo?: con la Resurrección del Señor. Aquí, la controversia clero-Duquesne es sin duda improductiva: “Como acto de fe, un milagro no se discute ni se demuestra”, dicen los exegetas.
Así, el cristianismo parece haber nacido exactamente la mañana de Pascua en que el discípulo lohanan (Juan) se precipitó a la tumba de Jesús y —según su propio Evangelio—, seguido por Shimon-Petrus (Pedro), vio el sudario abandonado por Yeshua (Jesús) resucitado. Luego, como hecho histórico probable, los seguidores del condenado a muerte habrían juzgado peligroso atestiguar semejante fenómeno ante dirigentes hostiles, además de sentirse horrorizados por la ejecución de su “rabbi”, que se había rendido a sus captores tan mansamente, sin emplear sus extraordinarios poderes.
“Dios lo ha... despertado”, balbuceaban, temerosos de contar que Cristo había ascendido a los cielos “en cuerpo y alma”. “Escándalo para los judíos y locura para los paganos”, diría luego el vapuleado San Pablo, quizá ya convencido de que el cristianismo era imposible en el monolítico marco hebreo y de que, para crecer, la prédica final debía llevarse a cabo entre los gentiles. La denominación “cristianos” aparece en el Imperio Romano en el año 43 d.C. En el 2000, los cristianos del mundo serían como 2.000 millones.
Duquesne y otros decretan incierta la célebre frase de Jesús: “Tú eres Pedro”, piedra fundacional de la institución católica. En el Evangelio de Juan, Jesús promete a sus apóstoles la ayuda del Espíritu Santo para continuar divulgando la Palabra, y en el de Lucas les dice: “Quien os escuche me escuchará, quien os rechace me rechazará”. En el de Mateo, agrega que esto será así “para siempre, hasta el fin del mundo”. Sin embargo, los exegetas interpretan que Cristo se refirió a un “poder terrenal” para mediar entre Dios y los hombres.
Según el especialista Philippe Rolland, el texto hebreo de Mateo pone de relieve “la tradición evangélica tal como fue recibida 15 años después del inicio del ministerio de Jesús”, y las versiones de éste y Lucas estarían “garantizadas por Pedro y Pablo”. “Me he informado exactamente de todo desde sus orígenes”, redacta Lucas. Y Juan dicta: “Lo que yo anuncio lo he visto, oído y palpado con mis manos”. “Es mi testimonio ocular”, escribe Pedro, y funda la Iglesia.
Como Historia, el resto se inscribe en dos líneas paralelas (que como sabemos no se juntan): la fe y la controversia.

LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO.
Los 500 papiros esenios hallados en 1 947-56 en 11 grutas de Qumrán, Cisjordania, testimonian la historia de Cristo en el siglo I y abren la polémica en el XX.
En el papiro que los científicos encontraron en la cueva 7, un texto asombró a los teólogos y exegetas que insistían en que los testimonios sobre la vida de Jesús se habían escrito mucho después de su muerte. Ese texto estaba redactado en griego antes que en arameo o hebreo —tres lenguas que Cristo dominaba—, era un versículo puntual del Evangelio según San Marcos y fue datado en el siglo I de nuestra era, antes del año 50. Un sello, descubierto en las mismas ruinas de Qumrán —cerca del Mar Muerto—, mostraba el nombre de su propietario: “Josefo”, también en griego.
El profesor Wright Baker, de la Universidad de Manchester, tradujo un rollo hallado en la cueva 3: contenía una lista de los tesoros del Templo de Jerusalén. ¿Quiénes eran estos esenios que, apartándose por siglos del sector judaico en el poder y del sometimiento romano, manejaban el griego, celaban información precisa y habrían tenido vínculos con discípulos de Jesús, quizá Pablo? En un rollo titulado “Comentario de Habakkuk”, se relata una lucha entre el ignoto jefe de la secta esenia y dos adversarios, llamados “el mentiroso” y “el sacerdote malvado”. ¿Quiénes fueron? Hasta que la Ecole Biblique —institución depositaria del legado— no exhiba esos documentos, la Humanidad carecerá de respuestas. Respuestas buscadas, entretanto, por especialistas como Francois de Closets en Qumrán.

Autor: Raúl Gracía Luna.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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