jueves, 15 de diciembre de 2011

Los misterios de Colón

Su logro de descubrir un continente es famoso pero muchos aspectos de su vida permanecen en la niebla de lo ambiguo o lo desconocido.

El descubridor de América dejó tras de sí una constelación de enigmas. ¿Cuál fue su verdadero rostro? ¿Cómo era su personalidad? ¿Dónde nació? ¿Era un judío sefardí? ¿Por dónde pasó su verdadera ruta? ¿Supo que había encontrado un nuevo mundo? ¿Por qué cayó en desgracia? Lo que se sabe y lo que se desconoce.

NINGÚN RETRATO ES FIEL.
Para comenzar, existen más de setenta retratos antiguos del descubridor de América, pero quizás sólo uno pudo haberlo tenido como modelo. La diferencia entre los rasgos de una y otra imagen agrega un enigma más a la misteriosa vida de un navegante genovés a quien los reyes de España nombraron Virrey y Gobernador de todas las Indias.
“Ha vuelto de las antípodas occidentales cierto Cristóbal Colón, de la Liguria, que apenas consiguió de mis reyes tres naves para ese viaje, porque juzgaban fabulosas las cosas que decía. Ha regresado trayendo muestras de muchas cosas preciosas, pero principalmente de oro, que crían naturalmente aquellas regiones...” Así anunció el cronista Pedro Mártir de Anglería, en 1493, el regreso de Colón a España. Todavía, y por bastante tiempo, todos creyeron que el Almirante de la Mar Océano había llegado a Oriente. Pero, aunque pronto se supo la buena nueva y se reconoció la existencia de un continente antes ignorado, ese “cierto Cristóbal Colón” siguió sumergido en el misterio de su origen y de sus motivaciones, de sus creencias y sus fantasías, de sus éxitos y sus desgracias.

¿CUÁL FUE SU VERDADERO ROSTRO?
Tocado con tricornio de terciopelo borravino y orla dorada, es así como Colón se nos aparece en su más clásica imagen, la que lo muestra sereno y distante, en algunos casos vestido con camisa y túnica negras, en otro con camisa blanca bordada, jubón de brocado y áurea capa de seda labrada; en un tercero con camisa alba y majestuoso abrigo con solapas de seda oscura. Cualquiera de esos retratos se ajusta a la moda de su época. Así vestía un señor español a quien Fernando, el Muy Católico Rey de España, hubiese ennoblecido con el tratamiento de Don y a quien le hubiese otorgado el grado de Almirante y los cargos de Virrey y Gobernador de Indias.
Pero, sea como fuere el atuendo del Muy Magnífico Señor, nos encontramos ante un hecho decepcionante: el rostro que nos muestran los autores de pinturas y grabados del siglo XVI o épocas posteriores, nunca es el verdadero. Al parecer, excepto uno, uno solo entre todos, los retratos son obra de la fantasía del artista. No es el Colón real sino un Colón figurado. La más antigua representación del Almirante es la todavía medieval Virgen de Cristóbal Colón, que lo muestra de rodillas, en adoración de María y Jesús, mientras a sus espaldas aparece San Cristóbal con el Niño sobre sus hombros, en directa alusión al nombre de pila de Colón (Cristóbal es la traducción española de Christum Ferens, “el que lleva a Cristo”, Cristoforo en italiano). Allí aparece ataviado con armadura y en el suelo se hallan el yelmo y sus armas. Entre los edificios del fondo aparecen varios de arquitectura morisca y una figura con típica vestimenta árabe. Como esta tabla fue pintada a principios del siglo XVI, la mayoría de los expertos opina que podría ser la única imagen de Colón cuyo autor pudo haber tenido como modelo al retratado.
Pinturas posteriores, como el Colón “gioviano” (llamado así porque fue encargado durante la primera mitad del siglo XVI por el escritor italiano Paolo Giovio) y la más clásica imagen del tricornio atribuida a Ridolfo de Ghirlandaio, reflejan cierto parecido con la figura representada en la Virgen de Cristóbal Colón. En cambio, el Colón pintado por Sebastiano del Piombo durante el mismo siglo, conocido como el “retrato Tayllerand”, muestra un rostro parecido en la frente y los ojos, pero con una expresión completamente distinta a la serena y cansada del retrato “gioviano”.
En algo que coincide la inmensa mayoría de las imágenes realizadas durante el siglo XVI, es en presentar un Colón sin barba. Sólo algún retrato posterior, del siglo XVII, cambia la fisonomía al agregarle una barbita francesa o una más bien tupida, unida a un cabello enrulado. Por su parte, la obra de Ghirlandaio y un Colón joven pintado en el siglo XVIII lo muestran con cabello totalmente blanco (de acuerdo con lo que dice su hijo Fernando en la biografía: “a los treinta años encaneció”). Después, a medida que pasaba el tiempo, cada artista que plasmó su imagen le agregó o le quitó algo, trató de embellecerlo, agregarle un rasgo de carácter, de idealismo, de codicia o de ensoñación.

UNA PERSONALIDAD LLENA DE MISTERIOS.
Así como no hay rostro cierto de Colón, tampoco se conoce demasiado de su personalidad, excepto por los datos que se pueden interpretar a partir de sus escritos —el Diario de viaje y las cartas—, amén los testimonios de quienes lo conocieron en vida, como fray Bartolomé de Las Casas y su hijo Fernando, autor de la primera biografía de su padre. Asimismo, además de lo poco que se sabe, se advierte en cada caso una enigmática tendencia a tergiversar y enmascarar la información: pocas veces coinciden las versiones, las opiniones divergen y los juicios son contradictorios, tanto como son distintos entre sí los 71 retratos reunidos en la Exposición Universal de Chicago en 1893, cuando se celebró el 400 aniversario del descubrimiento.
Las Casas lo describe de cuerpo entero y alude a su personalidad: “Fue de alto cuerpo, más que mediano, el rostro luengo y autorizado, la nariz aguileña, los ojos garzos, la tez color blanca, que tiraba a rojo encendido, la barba y cabello rubios, puesto que muy presto con los trabajos se le tornaron canos. Era gracioso y alegre, bien hablado y elocuente y glorioso en sus negocios. Era grave en moderación, con los extraños afable, con los de su casa suave y placentero. Su discreta conversación podía provocar en los que le viesen fácilmente su amor. Finalmente, representaba en su aspecto venerable persona de gran estado y autoridad, digna de toda reverencia. Era sobrio y moderado en el comer, beber, vestir y calzar. En las cosas de la religión cristiana sin duda era católico y de mucha devoción”. Sin embargo, en otros textos, el mismo Las Casas se desdice y menciona un Colón violento, cargado de amargura, duro con sus dependientes y allegados.
Altanero, tal como se refleja en sus cartas a los mismísimos reyes católicos y como lo retratan sus contemporáneos, Colón mostró desde su llegada a España la personalidad propia de un gran señor y no la más modesta esperable de quien pudo haber sido hijo de un cardador de lana o un comerciante en papelería, que son los oficios más generalmente atribuidos a su padre.
El escritor contemporáneo Salvador de Madariaga, autor de una completa “Vida de Cristóbal Colón”, describe al Almirante como alternativamente valiente y débil, orgulloso y humilde, obstinado y escurridizo, buen observador y soñador impenitente, cándido y disimulador, generoso y ávido, activo y vacilante, poseído de su propio ser y lleno del sentido de su misión profética. La inspiración mística que lo llevó a sentirse protegido y amparado por el poder celestial convivía en él con una inocultable —y muy genovesa— ambición por los bienes materiales y las riquezas, siempre presente en sus textos y en sus cartas a los reyes de España: las tierras a las que llegó aparecieron ante sus ojos plenas de oro y perlas, eran el tesoro de Oriente hecho realidad.

¿DÓNDE NACIÓ?
Una de las mayores polémicas alrededor de la biografía colombina es la referida a su lugar de nacimiento. La toma de partido nacional —para Italia, Colón fue genovés, para España español— oscureció grandemente la investigación seria al respecto, aunque en los últimos años hasta un autor gallego como Salvador de Madariaga reconoció la “innegable” nacionalidad lígur del descubridor. Aunque le agrega una nueva dimensión: Colón sería genovés pero de religión judía. ¿Por qué? Porque esa sería la única forma de explicar que un hombre que en España siempre se dijo extranjero hablase y escribiese el castellano como primera lengua. De ser válida esta hipótesis, Colón habría pertenecido a una familia sefardí —españoles de religión judía— que habría emigrado a Génova en fecha incierta. Entre los datos que confirmarían el origen sefardí de Colón, los estudiosos incluyen un aspecto de su críptica firma, compuesta por iniciales y puntos encima de su nombre de pila en latín (posteriormente reemplazado por las palabras “El Almirante”). Esos tres pares de puntos, al ser unidos por rectas, forman la estrella de David, símbolo de la religión judía.
Aunque muchas poblaciones de la Liguria pretenden ser la cuna de Cristoforo Colombo, los lugares que cuentan con mayores partidarios entre sus biógrafos son una casa en el Vico dell’Olivella, en plena Génova, y otra en el cercano pueblo costero de Quinto. Durante el siglo XVI nadie puso en duda la nacionalidad de Colón, ni de que había vivido en Portugal antes de llegar a España, pero a fines del centenio siguiente empezaron a ser conocidas las versiones de un Columbus británico, de un Colono portugués y de un Colomb y un Coulon franceses. A las cuales se agregó en el siglo XIX, cerca ya de la celebración del 400 aniversario, la nacionalidad española de un castellanizado Colón. Aunque hoy la mayoría de los historiadores afirman que Colón nació en 1451 en Génova, la duda persiste. Y quizá nunca se llegue a saber la verdad.

LA RUTA SECRETA DEL PRIMER VIAJE.
Gonzalo Fernández de Oviedo, en su célebre “Crónica de las Indias”, menciona una versión hoy recreada por el marino e historiador español Luis Coin:
Colón habría llegado a tierra americana gracias a una ruta oceánica que le transmitió en gran secreto el sobreviviente de un viaje accidental a través del Atlántico. Según el cronista indiano, “se dice que este piloto era amigo de Cristóbal Colón y que sabía de un camino allende el mar hasta tierra ignota. Con gran y reservado secreto le narró a Colón cómo llegar hasta aquélla y dibujó un mapa donde colocó el punto de arribo. Pronto enfermó y murió, igual que sus compañeros de infortunio y Colón quedó solo en posesión del secreto. Aunque —concluye Oviedo—, yo creo que es una falsa historia”.
Sin embargo, la posibilidad de que haya sido así se afirma actualmente y confirma la visión de Madariaga sobre Colón, a quien compara con “un calamar” pues cuando le convenía sabía cubrirse “bajo una nube de tinta que destilaba en torno a sus actos y movimientos”.
Intrigado por la antigua versión, Coin se dedicó a estudiar a fondo el “Diario de viaje” del Almirante y página tras página halló una serie de incoherencias y contradicciones que le causaron estupor. Finalmente, en 1990, se lanzó al mar en una réplica de la Niña, tripulada también por el escritor John Dyson y dieciocho estudiantes de historia naval, para confrontar paso a paso la realidad del primer viaje hacia la ansiada Cipango —el nombre con el que Marco Polo denominó al Japón— que Colón deseaba encontrar para gloria y provecho de la Corona española. En veintidós días (dos menos de los que llevó a la Santa María, la Pinta y la Niña la travesía desde las islas Canarias) la carabela de Coin arribó a América pero, a diferencia del viaje efectuado hace 500 años, este fue un periplo detectivesco: paso a paso, Coin comparó los datos del Diario y del cuaderno de bitácora con su propia derrota.
¿Qué encontró? Numerosos indicios de que Colón no había seguido la ruta indicada en el Diario sino otra, orientada hacia el sur. Además, advirtió que en tres oportunidades el Almirante alude a un mapa, que también habría llegado a tener en sus manos Martín Alonso Pinzón, el capitán de la Pinta. Ese mapa secreto sería el legado de aquel piloto que años atrás Colón había conocido en Portugal. La conclusión de Coin es tajante: “Colón conocía previamente el camino y no iba tras una nueva ruta a Oriente sino en busca de oro”.

EN VEZ DE ORIENTE, UN NUEVO MUNDO.
“En veinte días encontré las Indias”, dice Colón en carta a su familia, apenas llegado a Portugal en la Niña (pues la Santa María naufragó en el Caribe). Había encontrado un nuevo continente pero no lo sabía. Y no es seguro si lo supo antes de morir. O al menos, tercamente afirmado en su deseo, sostuvo hasta el fin de su cuarto viaje que si bien Cuba no era Cipango, ésta no debía de estar muy lejos de allí y que era posible llegar a las Indias por ese camino. Sin embargo, siempre, más allá de ese deseo ostensible de encontrar las Indias, el oro estaba detrás de cada paso que daba, como lo testimonia, por ejemplo, esta crónica del italiano Michele de Cuneo, que acompañó a Colón en el segundo viaje: “Después de reposar muchos días en nuestra población, le pareció al señor Almirante que ya había llegado el momento de poner en ejecución su deseo de investigar acerca del oro, por el cual había principalmente emprendido tantos viajes llenos de tantos peligros”.
La motivación del Almirante en torno al oro, que tantos testimonios ponen de relieve, parece oscurecer lo que se creyó durante tanto tiempo que había sido su inspiración principal —y que él siempre manifestó ostensiblemente en sus escritos—, la de encontrar las Indias por el Oeste. Hay quienes sugieren que Colón pudo ser un agente secreto portugués infiltrado en la corte castellana para distraer a los españoles del objetivo principal de Portugal —llegar a Oriente bordeando el África—, pero tal hipótesis no pudo ser demostrada hasta ahora. Sin embargo, se sabe que el futuro Almirante del Mar Océano presentó su proyecto ante el marinero rey Juan II de Portugal, “que entendía en el descubrir más que otro ninguno”, el cual fue rechazado por razones financieras y prácticas, pero también porque contradecía aquella idea del rey portugués de alcanzar las Indias por el Este, recorriendo las costas africanas.

DE LA GLORIA A LA DESGRACIA.
Las cadenas atraparon sus brazos y sus piernas más de una vez. Y la última, los grilletes permanecieron mordiendo la carne, por decisión propia, hasta su muerte, en 1506. Rebeliones, motines y la caída en desgracia ante los reyes católicos perlaron sus viajes. Y provocan hasta hoy la búsqueda de respuestas a otros enigmas de su vida.
El historiador Paolo Emilio Taviani, una de las máximas autoridades actuales sobre la vida del Almirante, sostiene que “cayó en desgracia ante los reyes de España no por haber gobernado arbitrariamente la isla Hispaniola, como aducía la orden real, sino porque la Corona resolvió apoderarse de las nuevas tierras para su provecho. Para ello era necesario destruir la curiosa sociedad que había establecido previamente con la familia Colón y así fue que se lo acusó de mal gobierno”.
Antes del primer viaje, se firman las llamadas Capitulaciones de Santa Fe por las que se le otorgan títulos y se le brinda una décima o una octava parte de las riquezas a descubrir, ambas mercedes con carácter hereditario. Al regreso, los reyes cumplen con el acuerdo y lo nombran Almirante de la Mar Océano, Virrey y Gobernador de las islas “que descubrió en las Indias”. Se le otorga escudo de armas con león y castillo, nada menos que las armas reales, y una lista interminable de honores. Pero lo más importante es el acuerdo de las Capitulaciones por el cual Colón recibía bienes y poder como nunca se le había dado a ningún español (otro de los misterios inexplicables, pues en la misma época el soberano había negado el obispado a un sacerdote por no ser oriundo ni de Aragón ni de Castilla).
Ya en el segundo viaje empiezan las desgracias. La colonización de la Hispaniola se convierte en un drama. El eximio navegante resulta ser un mal gobernador y actúa desordenada y arbitrariamente con sus hombres y, también, con los indígenas. Finalmente, la Corona envía una comisión investigadora y Colón debe regresar. El tercer viaje no fue más feliz y culminó con otra intervención, a cargo de don Francisco de Bobadilla, que esta vez destituyó al Almirante, Virrey y Gobernador y lo envió encadenado a España, con grillos que conservaría hasta su muerte “para que sean vistos por todos como reliquias de mi premio por tantos y buenos servicios”, como escribió con pena y amargura definitivas.

LOS NOMBRES Y EL ORO DE AMÉRICA.
El sábado 13 de octubre de 1492, amanece en Guanahani. El Almirante y sus hombres ya han hecho pie en tierra americana, aunque creen estar en Oriente. Así describió Colón en su Diario de a bordo a los aborígenes: “Luego que amaneció vinieron a la playa muchos destos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy hermosa. Los cabellos no crespos, salvo corredíos y gruesos como sedas de caballos; y todos de la frente y cabeza muy ancha, más que otra generación que hasta aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo del color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues está lestegueste con la isla del Fierro en Canaria, so una línea. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y todo de un pedazo, y labrado muy a maravilla, según la tierra, y grandes, en que en algunas venían 40 y 50 hombres, y otras más pequeñas, fasta haber dellas en que venía un solo hombre. Remaban con una pala como de hornero y anda a maravilla, y si se le trastoma, luego se echan todos a nadar y la enderezan y vacían con calabazas que traen ellos. Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas y otras cositas que sería tedio de escribir y todo daban por cualquier cosa que se les diese. Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos delIos traían un pedazuelo colgado de un agujero que tienen a la nariz; y por señas pude entender que yendo al sur, o volviendo la isla por el sur, que estaba allí un rey, que tenía grandes vasos dello y tenía muy mucho.”

LA ECOLOGÍA TRASTORNADA.
El descubrimiento de América fue uno de los mayores trastornos ecológicos vividos por la Tierra en los últimos siglos. Según un estudio realizado por investigadores de la Smithsonian Institution, “el exterminio de la mayor parte de las poblaciones indígenas de América, la introducción de especies animales y vegetales del Viejo Mundo en América y la difusión de otras de origen americano en Europa, Asia y África, como también la transmisión de graves enfermedades contagiosas, alteraron profundamente la ecología del planeta“. De Este a Oeste llegaron las armas de fuego, los caballos, las ovejas, las vacas, los cerdos, la caña de azúcar (y la esclavitud que llevó aparejada su explotación), el algodón, el trigo y varias enfermedades contagiosas como el tifus y la viruela. Mientras que el camino inverso fue recorrido por la papa, la batata, el tomate, el maíz, el cacao, el tabaco, los pavos y la temible sífilis. Para Herman Viola, historiador de la Smithsonian, “los europeos consideraron a América como un lugar para explotar y a sus pueblos como una especie de fauna que debía ser domesticada. Nunca pensaron que se trataba de seres humanos, iguales que ellos, ni que tenían una historia tan antigua y rica como la del Viejo Mundo.”

Autor: Julio Orione.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

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2 comentarios:

  1. Caramba, tantas cosas que todavía quedan por aclarar, incluso lo del nombre del continente que este señor descubrió

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  2. PozZ Bueno Si El Rostro No Esta Perfectamnt Definido Como Muxos Pueden Tener Ideas Casi Iwuales a Los K Pertenece El Rostro o.O

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