domingo, 6 de noviembre de 2011

El cerebro sin secretos

Nuevas técnicas de observación y diagnóstico permiten acceder a zonas hasta ahora vedadas y secretas.

Fuente: Revista “Conozca Más”.

Algunas de las revelaciones son poco menos que increíbles. Un grupo de científicos reunidos en París dio a conocer descubrimientos que permiten trazar un completo mapa de nuestro cerebro. Ya se sabe, por ejemplo, que poseemos una suerte de tercer ojo y que la corteza cerebral se repara a sí misma. Sorprendente. Pero eso no es todo…
Para explorar el cerebro, para desentrañar sus antiguos enigmas, los neurólogos tienen que tener paciencia de relojero, audacia de piloto de pruebas y precisión de geógrafo. No es una tarea fácil, pero igualmente, desde los tiempos más arcaicos, el hombre quiso saber dónde se alojan las emociones y en qué sitio de nuestro cuerpo nacen los sentimientos. Quería averiguar por qué, cuando nos enfrentamos con algo que no conocemos, siempre experimentamos miedo. Y también, de qué manera inadvertida el deseo se convierte en amor. Los científicos están en condiciones de contestar esas preguntas que han estragado, durante siglos, el frágil optimismo de la humanidad. Para la nueva raza de neurofisiólogos, nuestra vulnerable materia gris ya casi no tiene secretos. Y gracias a los avanzados medios de exploración por imágenes, actualmente es posible leer, en tiempo real, la mayor parte de las cosas que pasan por nuestra cabeza justo en el mismo momento en que éstas ocurren.
El magneto encefalógrafo (MEG), por ejemplo, detecta todos los campos magnéticos creados por los impulsos eléctricos del cerebro; las imágenes logradas por resonancia magnética (IRM) revelan la emisión de microcampos magnéticos por medio de la sangre, cuando ésta libera su carga se axígeno en los tejidos. La técnica de referencia es la tomografía de positones. La TEP mude con absoluta precisión el flujo sanguíneo de las zonas cerebrales en actividad mediante la inyección de un producto ligeramente radiactivo en la sangre del sujeto. Con estas técnicas combinadas, el mapa de la mente está al alcance de la mano. Desde hace mucho tiempo, los médicos saben que no hay dos cerebros que sean iguales, que el de cada paciente es único y distinto y que el de las mujeres es diverso al de los hombres. Para el cirujano es esencial poseer un mapa cerebral de ese enfermo antes de que entre en el quirófano. Se comprende, entonces, que no es una tarea inútil tratar de situar el sitio exacto en que se almacena la memoria, saber en qué zona se produce el placer o entender cómo reacciona determinada porción de la corteza cerebral ante un estímulo cualquiera. Aristóteles, que para todo tenía una teoría (como buen griego que era), afirmaba —trescientos años antes de Cristo— que el alma se alojaba en los espacios huecos del corazón. Pero un contemporáneo suyo, Herófilus de Alejandría, sostenía que el verdadero domicilio del alma estaba en las cavidades del cerebro. Esta teoría habría de prevalecer casi hasta el siglo XVII. Fue el inglés Thomas WiIlis quien propuso —en el siglo XVII— una teoría totalmente diferente a todas. Aseveró que las tres funciones principales del cerebro (sentidos, razón y memoria) dependían de la parte carnosa de la materia gris y no de las cavidades del cráneo.
Un siglo después, el austriaco Franz GaIl dibujó un mapa preciso —pero falso, por cierto— en el cual localizó los centros de un sinnúmero de facultades intelectuales o morales. La hospitalidad, la honestidad, la sagacidad filosófica, la hostilidad, el amor por los niños, el deseo sexual y hasta el sentido del vuelo tenían residencia fija en cada uno de esos meandros cerebrales, que funcionaban de modo independiente unos de otros. Esta primera geografía de la mente se llamó “frenología”. Definía a nuestro cerebro como una suma de órganos, a cada uno de los cuales correspondía un papel diferente. Esta idea fue rápidamente aceptada y desarrollada por numerosos investigadores de la época, que llegaron a afirmar que una persona era más religiosa que otra debido nada más que a la forma y protuberancias de su cráneo: cuanto más grande era el centro de la religiosidad, más piadoso era el individuo. Fueron tantos los absurdos afirmados por los frenólogos, que esta disciplina no tardó en caer en el descrédito y fue reemplazada por otra hipótesis —de mayor rigor científico— que asigna a cada lugar del cerebro una determina función fisiológica o psicológica. En 1861, el cirujano francés Paul Broca, examinando el cadáver de un paciente que había perdido el habla, descubrió que el centro del lenguaje estaba situado en un punto determinado del hemisferio izquierdo. Fue el primero en localizar —de manera irrefutable— una función mental en las circunvoluciones del córtex (superficie de la corteza cerebral, la famosa materia gris). Más de 150 especialistas reunidos en París han puesto a punto los más avanzados conocimientos para que antes de fin de siglo se pueda trazar —como si fuesen sus huellas digitales— el mapa personal del cerebro de cada una de las personas.

LA FÁBRICA DE IMÁGENES.
El profesor Semyr Zeki, del University College, de Londres, explica cómo nuestro cerebro construye las imágenes. “Conocemos desde hace tiempo —dice— el rol que cumplen los distintos lóbulos de nuestro cerebro. Ahora hemos descubierto que el lóbulo occipital (en la parte de atrás de la cabeza), por ejemplo, está subdividido en varias regiones que son responsables, cada una, de una modalidad específica de la visión: la forma, el color, el movimiento, la profundidad... Es la asociación de todas ellas la que construye la imagen en apenas milisegundos de tiempo. Tenemos la firme sospecha de que el cerebro no es una simple máquina de leer el mundo, como se creía, sino que él construye, a partir de las imágenes que percibe, una realidad exclusiva.
Se podría asegurar que la realidad tal cual la entendemos no existe, que sólo existe la realidad que inventa nuestro cerebro. Y llevando las cosas al extremo podemos imaginar que si nuestro cerebro fuese diferente, el mundo que vemos también sería diferente.” Ya lo había dicho el español Ramón de Campoamor: “Todo es según el color del cristal con que se mira”. Claro que donde el poeta escribió “cristal”, el doctor Zeki pone “cerebro”.

TODOS TENEMOS UN TERCER OJO.
Descartes afirmó, hace más de tres siglos, que el hombre tenía un tercer ojo invisible para poder ver en el interior de la conciencia. El doctor Emmanuel Mellet, psiquiatra del Hospital Joliot, de París, dice que el filósofo francés no se equivocaba. “Si a un sujeto se le hace estudiar la maqueta de una isla —explica— y luego se le pide que con los ojos cerrados vaya reconstruyendo las imágenes de esa isla, ocurre una cosa fantástica en el cerebro. La cámara de positones (TEP) demostró que al hacer eso utiliza el lóbulo occipital, que es donde residen las funciones de la visión. Es decir, que él está viendo realmente esas imágenes como si tuviese los ojos abiertos. Lo mismo pasa cuando se le hace observar a alguien una escena real y después contemplar esa escena pero generada en forma virtual: usa la misma parte del cerebro para las dos cosas. Eso quiere decir que para el hombre lo virtual y lo real comparten un territorio común en su cerebro. Sólo un entrenamiento cultural le permite al hombre diferenciar esos dos mundos. Es inquietante saberlo, porque se podría pensar que es igual viajar por un país, por ejemplo, que verlo virtualmente, conectado a una máquina.
Hay quienes piensan que si la realidad virtual se generaliza, invadiendo todas las actividades, la imaginación de los individuos podría debilitarse hasta extremos peligrosos. Tal vez haya que apelar al sentido común de la gente para confiar en que lo virtual nunca reemplazará a lo real.”

CÓMO SE MANIPULA EL CUERPO.
El neurólogo francés Laurent Petit, de la Sorbona, realizó un sorprendente experimento con ayuda de la tomografía de positones y la computadora. Ya se sabía, por las pruebas que había hecho a cerebro abierto el inglés Wilder Graves Penfield, que si se estimulaban con electrodos las zonas del córtex neuromotor era posible saber qué movimientos del cuerpo comandaba cada una de ellas. Penfield elaboró un modelo de hombre en movimiento —al que llamó Homúnculo— que deparó grandes sorpresas. Los puntos que comandan el movimiento, situados todos en la cisura de Rolando, son proporcionales no al tamaño de las partes que gobiernan sino a su grado de movilidad. Descubrió que los mecanismos del movimiento del torso y de los pulgares de los pies ocupan una parte muy pequeña en el cerebro, en tanto que los que dirigen el movimiento de los dedos de la mano se benefician con un amplio territorio. Lo mismo sucede con la boca, las extremidades y el cuello. Todavía se ignora qué significa eso. Pero Petit avanzó una hipótesis: por ocupar un área muy amplia es más difícil que se dañe una zona para la cual el movimiento es fundamental. Si eso fuera así, estaría demostrado que el cerebro es una máquina maravillosa, que es capaz de protegerse a sí mismo inventando trucos como los que detectó el profesor Petit.

ES IGUAL PENSAR QUE ACTUAR.
El profesor Jean Decety, con la colaboración del centro nuclear de Milán, en Italia, acaba de corroborar la fabulosa potencia de la imaginación. Una serie de imágenes tomográficas inducidas por este especialista francés, demostraron —en efecto— que un movimiento realmente efectuado y otro solamente imaginado activan, en profundidad, las mismas regiones cerebrales. “La única diferencia —señala el profesor Decety— es que en el contexto imaginario el cerebro no desencadena la descarga nerviosa que ordena el movimiento efectivo. Eso quiere decir que nuestro órgano tiene la increíble facultad de autoprogramarse y activar sus funciones, reservándolas y conservándolas en el plano de lo imaginario. Eso es algo que los deportistas saben muy bien. Los boxeadores y los tenistas, por ejemplo, suelen entrenarse en forma mental, pensando sus movimientos mientras están descansando en una cama.
Eso les sirve para prever los movimientos propios y los del adversario ensayando, sin moverse, la respuesta más adecuada. En el dominio de la reeducación motora, esta facultad del cerebro es muy importante porque sirve para desarrollar estrategias de movimiento que después un minusválido, por ejemplo, podrá llevar a la práctica más fácilmente. Es que antes ya practicó todo en forma mental.”

LOS LABERINTOS DEL DOLOR.
El neurólogo Anthony Jones, investigador de la Universidad de Manchester, Inglaterra, trazó, por medio de las imágenes de positones, el recorrido del dolor en el cerebro. Según él, es un largo circuito que abarca el tálamo, el cingulum y el córtex frontal. Una vez que el dolor es registrado por el tálamo es orientado por el cingulum y el córtex hacia un sitio más o menos sensitivo. Sólo entonces ese estímulo se convierte en sufrimiento. Si se consiguiera una sustancia química que actúe sobre el cingulum se podría cortar el dolor antes de que se transforme en sufrimiento. También sería posible influir psicológicamente sobre el dolor. Asociando, por ejemplo, un calor excesivo con el sol y no con una quemadura.

LA CULTURA HACE AL ÓRGANO.
En el servicio de neurología del Hospital Joliot, de París, el profesor Bernard Mazoyer identificó, en el lóbulo frontal, que los mecanismos del habla trabajan por compartimientos, como lo sentidos. “Hemos aislado —asegura— los resortes de la audición, del léxico, de la sintaxis, del significado, de la prosodia... Es la combinación de todos lo que permite al hombre entender el lenguaje. Sin embargo, cada uno de esos resortes es el resultado del aprendizaje. No nacemos con esas nociones, sino que se van desarrollando paulatinamente a través de la educación.” En el departamento de neurología de la Universidad de Tokio han descubierto que los japoneses poseen dos centros diferentes del córtex consagrados al lenguaje. La cámara de positones detectó uno que está relacionado con los ideogramas que representan una sola palabra, una sola idea, y otro que está consagrado a los ideogramas que representan sílabas. Hay dos lugares para dos lenguajes diferentes. El cerebro pareciera ser una suerte de espejo de la cultura.

LOS PRINCIPALES ENEMIGOS DEL CEREBRO SANO.
Los derrames, el mal de Alzheimer y la esquizofrenia son las enfermedades más frecuente de este delicado mecanismo que es nuestro cerebro.
Las disfunciones cerebrales son incontables. Muchas son muy lentas, apenas perceptibles; otras, en cambio, adquieren un carácter severo e irreversible. Los derrames, por ejemplo, causan un daño inmediato y claro. En el mal de Alzheimer, las neuronas mueren en diversas zonas a lo largo de años y el deterioro es progresivo. La esquizofrenia sigue siendo, todavía, un proceso complicado y enigmático. La apoplejía, o derrame cerebral, ataca de manera fulminante. En un 80 por ciento de los casos, un tapón de grasa o un coágulo sanguíneo se aloja en una arteria del cerebro y corta el flujo de sangre.
Privadas de elementos esenciales como el oxígeno y la glucosa e incapaces de liberarse de los desechos, las células de la zona abastecida por la arteria mueren. Los tapones de grasa y algunos coágulos provienen de las arterias del cuello; otros coágulos vienen del corazón. Además, la hipertensión y las anormalidades de los vasos sanguíneos pueden causar derrames en el cerebro. Rodeando a la zona donde las células murieron con rapidez, la umbra o sombra, hay células que mueren más lentamente. En la enfermedad de Alzheimer, las células mueren y el cerebro se encoge como un fruto desecado; las conexiones neurales languidecen de a poco. En el interior de un número creciente de neuronas, pequeños filamentos anormales forman marañas que sofocan a las células. En el espacio entre neuronas, una proteína llamada amiloide beta se une a las células gliales y terminaciones nerviosas deformadas para originar las llamadas “placas seniles”. Las marañas y placas están por todo el cerebro, pero abundan en dos zonas críticas: el hipocampo, que facilita la formación de la memoria, y la corteza, que se especializa en el razonamiento, el juicio, el lenguaje y la orientación. Es probable que varios factores, entre ellos los genes, el ambiente y la edad, se combinen para ocasionar esta enfermedad.
La asimetría normal (zonas cerebrales mayores en un hemisferio) parece estar invertida en las personas que sufren de esquizofrenia. El plano temporal, por ejemplo, es mucho mayor en el hemisferio derecho, lo que tal vez explique el lenguaje contuso de quienes sufren esta enfermedad, que en su mayor parte sigue siendo indescifrable.

MIEDO, SEXO Y AGRESIVIDAD.
Nadie sabe, a ciencia cierta, si en nuestro cerebro hay un lugar donde se activa el miedo. El profesor Wayne C. Devets, de la Universidad Washington, de Saint Louis, estudió cientos de tomografías de positones efectuadas a personas expuestas a situaciones de peligro.
Descubrió dos cosas, igualmente significativas. Si alguien está frente a un feroz tigre, por ejemplo, la afluencia de sangre al cerebro es tan abundante que borronea las imágenes. Eso ocurre, explica el neurólogo, porque los músculos del cuello se contraen fuertemente al apretar los dientes por el temor a ser atacado.
También se detectó una zona que bien podría ser donde se origina el miedo: está situada en la base del cerebro y es la parte más antigua de nuestro órgano, que compartimos con los reptiles, que también poseen esta zona. Además del miedo, se originaría ahí el instinto sexual y el de agresión.
De esa forma, especula el médico norteamericano, el miedo, la agresividad y el sexo serían diferenciaciones de una misma cosa. Esta explicación, que no convence a todos los especialistas, no deja de ser seductora.

UN RESERVA DE NEURONAS.
Es sabido que el cerebro tiene dos hemisferios y que cada uno de ellos comanda los movimientos del lado opuesto del cuerpo. Así, el hemisferio derecho maneja todo lo que hace la mano izquierda y viceversa. El profesor Hans Weiller, de la Universidad Estatal de Essen, en Alemania, observó, a través de la tomografía de positones, que en una joven pianista que había perdido el uso de la mano derecha, el hemisferio izquierdo dañado apelaba a la ayuda del hemisferio derecho para pilotear el movimiento de la mano derecha. Una comprobación similar fue realizada por el neurólogo Pierre Chollet, del hospital Purpan, de Toulouse, Francia. Según estos dos especialistas, el cerebro posee la facultad de autorrepararse apelando a la reserva de neuronas que posee. No sería cierto que usamos sólo una parte muy pequeña de nuestro cerebro. Todo lleva a asegurar que una buena parte de esas neuronas que se suponían inactivas ayudan a que algunas funciones se desplacen de un sitio del cerebro a otro en caso necesario. Esta capacidad de autorreparación del córtex es uno de los mayores descubrimientos de la década.

RECUERDO DE DOS MEMORIAS.
El profesor Richard Frackowiak, director del Instituto de Neurología de la Universidad de Londres, señala que el hombre tiene dos memorias. Ciertos amnésicos, por ejemplo, olvidan todo lo relativo a su vida pasada y, al mismo tiempo, no tienen impedimento en recordar las informaciones que recibieron en la escuela primaria. “Comparando las imágenes obtenidas —dice— no nos cabe la menor duda de que hemos localizado el sitio de cada una de estas dos memorias. Esto tiene un enorme interés terapéutico. En la medida que los bioquímicos descubran algunas sustancias que puedan actuar sobre esas partes del cerebro, estaremos en mejores condiciones para reparar el daño producido en la memoria.” Algunos críticos han señalado que una indebida manipulación de estos conocimientos llevaría a suprimir, de manera perversa, sectores de la memoria de un individuo cuyos recuerdos no resultan convenientes.

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