Un enigma del pasado francés que aun no tiene respuesta.
Autor: Mauricio Latorre.
Fuente: Revista “Conozca más” – Noviembre – 1995.
La historia oficial asegura que el último Delfín francés murió en una prisión de París, pero día a día aparecen nuevas pruebas que tiran por tierra esa teoría. Otro parece haber sido el destino del infortunado monarca que nunca llegó a reinar.
No se puede decir que Luis XVII, el delfín de Francia, haya gozado de una apacible vida palaciega. En agosto de 1792 fue tomado prisionero por las fuerzas revolucionarias republicanas junto con su hermana María Teresa y con sus padres, el rey Luis XVI y la reina María Antonieta. Entonces Luis XVII tenía apenas siete años, pero desde hacía tres cargaba sobre sus espaldas la responsabilidad de ser el soberano sucesor del reino francés, se había convertido en príncipe heredero del trono a la muerte de su hermano mayor, el 4 de junio de 1789. La familia real fue trasladada del palacio de las Tullerías a la fortaleza del Templo, emplazada en lo que hoy es el barrio del Marais parisino. El 18 de enero de 1793 Luis XVI fue condenado a muerte por alta traición, sentencia que se cumplió tres días después. En octubre de ese mismo año, igual suerte iba a correr María Antonieta.
El riguroso acero de la guillotina hizo que en algo más de seis meses el pequeño Luis XVII, un rey que jamás llegó a reinar, se quedara solo en el mundo: su hermana María Teresa fue a parar a una celda de la torre del Templo; él a otra. Poco importó que se tratara de dos niños; ambos representaban a la más rancia monarquía, derrotada poco tiempo antes. Un testimonio de aquellos días, el de Barras, diputado de la Convención, deja en claro bajo qué espantosas condiciones pasaba sus horas el delfín: “El niño rey vive en medio de la basura, con la ropa hecha jirones, e invadido por los parásitos. Está muy flaco, sus piernas y brazos están delgaduchos; su cabeza y cuello se ven comidos por llagas purulentas. En los puños y en las rodillas se distinguen tumores azules y amarillentos”.
Ante semejante situación, a nadie sorprendió que dos años más tarde, el 9 de junio de 1795, otro diputado, Achille Sevestre, anunciara oficialmente la muerte de Luis XVII: “Ciudadanos, desde hace algún tiempo el hijo de Capeto estaba afectado por inflamaciones de la rodilla derecha y del puño izquierdo; el 15 Floreal, los dolores aumentaron, el enfermo perdió el apetito y apareció la fiebre (...) El boletín de ayer a las once de la mañana anunciaba síntomas inquietantes para su vida y a las dos y cuarto de la tarde recibimos la noticia de la muerte del hijo de Capeto. El Comité de Seguridad General me encargó de informarlos. Todo ha sido constatado”.
El infortunado niño fue de inmediato sepultado en la fosa común del cementerio de Santa Margarita de París. Eso, al menos, es lo que dice la historia oficial. Una historia que no todos creyeron: a poco de anunciarse la muerte del delfín real comenzaron a tejerse las primeras dudas, que con el paso de los años fueron creciendo. Desde entonces se han escrito más de seiscientos libros que intentan responder a un solo interrogante: ¿esa criatura sepultada en el cementerio de Santa Margarita de París era realmente el joven monarca francés?
No bien se anunció la muerte de Luis XVII cuatro cirujanos le practicaron la autopsia y aseguraron que se trataba del cuerpo de un niño “de aproximadamente diez años de edad, muerto a consecuencia de un resabio escrofuloso existente desde hacía mucho tiempo”. A lo largo de veinte años se aceptó ese diagnóstico, pero cuando en 1814 Luis XVIII, hermano del monarca decapitado, asumió el trono de Francia, otra vez se volvió a hablar del joven príncipe muerto en la torre del Templo. Circulaba el rumor de que Luis XVII había sido rescatado de la cárcel por Simón, su carcelero. Este lo habría tomado bajo su cuidado y con el sólo propósito de protegerlo habría hecho circular la noticia de la muerte del joven príncipe. Para darle verosimilitud al suceso habría utilizado el cadáver de un chico bastante parecido al delfín Luis XVII.
El rey Luis XVIII ordenó buscar el cuerpo de su sobrino. Encontraron el sarcófago enterrado en la fosa común del cementerio de Santa Margarita. Coincidía con la crónica oficial. En ese momento se llevó a cabo la primera de sus muchas exhumaciones. La autopsia coincidió con la llevada a cabo en 1795. Ese dato avaló aún más la crónica oficial. Sin embargo, se continuaba insistiendo en que los despojos que estaban en el interior de ese féretro no eran los del joven príncipe.
Por entonces, no cesaban de presentarse franceses trasnochados que aseguraban ser el rey sin corona Luis XVII. Cada uno de ellos contaba la fantástica historia de cómo había huido de la cárcel y de qué modo había logrado sobrevivir. Entre los más célebres figura cierto aventurero que se hacía llamar “el tatuado” y que fundaba sus pretensiones monárquicas en un tatuaje con tres flores de lys, símbolo de la realeza. Otro famoso fue el barón de Richemont, quien a consecuencia de haber participado en un intento de conspiración contra Napoleón debió huir a Brasil. En tierras cariocas logró que las autoridades brasileñas lo reconocieran como Luis XVII. En el año 1816, cuando la restauración de los Borbones, regresó a Francia y la propia María Teresa, única sobreviviente de la prisión del Templo, lo recibió en Versalles en un encuentro que por mucho tiempo se mantuvo en secreto.
Pero de todos los cientos de impostores que surgieron reclamando la personalidad del Delfín, sólo Karl Naundorff, un relojero que vivía en la ciudad de Crossen, en Alemania, ofreció tres pruebas inquietantes: la letra de Naundorff y la de Luis XVII eran casi iguales; Nuandorff recordaba a la perfección los años de su infancia palaciega y, para colmo, los sobrevivientes del palacio de Versalles —los ministros y mucamos de Luis XVI— aseguraron que se parecía muchísimo al príncipe. Incluso la princesa María Teresa en una carta histórica afirmó que estaba casi convencida de que el relojero alemán era su hermano mayor. Karl Naundorff murió en Holanda, en el año 1845. Las autoridades holandesas no dudaron de la nobleza del relojero Naundorlf: en su lápida aún se puede leer: “Aquí yacen los restos de Luis XVII, rey de Francia”. En base a eso, los descendientes de Karl Naundorff continúan en la actualidad reclamándole al gobierno francés la restitución de los derechos reales.
Un año después de esa muerte, en 1846, se le realizó una nueva autopsia al cadáver del príncipe. Otra vez los resultados coincidieron con los datos oficiales. Recién en 1894 aparecieron las primeras dudas científicas. Un grupo de antropólogos trabajó sobre los restos del supuesto Luis XVII y uno de ellos, el doctor Backer, dudó que se tratase del delfín, ya que el esqueleto correspondía a un chico de aproximadamente quince años de edad. Otra prueba apareció medio siglo más tarde. En 1951, el doctor Edmond Locard comparó los cabellos del cadáver con una mecha que perteneció a Luis XVII y señaló: “Los cabellos del cuerpo que yace en el cementerio de Santa Margarita no son idénticos a los de Luis XVII”.
A pesar de ello, en 1954, el tribunal de apelaciones de París confirmó que el cadáver sepultado en Santa Margarita es el de “Luis Carlos Capeto, hijo de Luis Capeto, último rey de los franceses, y de María Antonieta de Austria, de 10 años y dos meses de edad, domiciliado en París, en las Torres del Templo”. Parecía que el caso se iba a cerrar definitivamente, cuando con el advenimiento de la informática se abrieron nuevas e inquietantes puertas.
Un equipo, compuesto por los médicos Pierre Francois Puech, Henri Albertini, Georges Leonetti y Francois Cianfarani, mediante complejas técnicas de computación logró reconstruir la cabeza y la cara del cadáver descubierto en 1846 en el cementerio de Santa Margarita. “El maxilar superior está subdesarrollado —señala el primer informe que emitieron—, el mentón es prominente y en punta y los incisivos centrales, superiores e inferiores están en una posición avanzada. En relación a la separación de las pupilas, la boca es angosta y la nariz larga y fina.” Según el cuadro pintado por Joseph Marie Vien en 1793, estos rasgos son similares a los de Luis XVII. Pero hay un detalle que decididamente lo desvincula del joven príncipe: se trata del cadáver de un muchacho de más de quince años de edad y casi un metro y medio de estatura. Al morir, Luis XVII recién había cumplido los diez años y no medía más de un metro de altura.
¿Cuál habrá sido el destino final del Delfín francés? ¿La oscura fosa común en el cementerio de Santa Margarita, una relojería en un pueblito de Alemania o la búsqueda desesperada de un puerto en la lejana Sudamérica? Los interrogantes aún siguen sin respuesta.
¿FUE A BUENOS AIRES?
El joven francés que habitó en una casona de San Telmo tenía un notable parecido con Luis XVII. Un eslabón más en la cadena de misterios.
Pierre Benoit llegó al puerto de Buenos Aires el 1 de julio de 1818. Este joven francés no aparentaba más de treinta años y todo hacía suponer que venía a las lejanas tierras del sur con el propósito de cosechar fortuna. Hablaba varios idiomas y tenía una especial maestría para las manualidades y el dibujo. Jamás habló de sus antepasados, pero por sus gestos y su personalidad parecía un encumbrado miembro de la nobleza europea. Pierre Benoit vivió en un caserón de la calle Bolívar 793, que fue derribada hace apenas dos décadas, cuando se decidió ensanchar la avenida Independencia. Desde aquellos tiempos había más de un dato que vinculaba al misterioso francés con el enigmático delfín de la monarquía francesa.
En principio, su notable parecido físico y su letra, idéntica a la de Luis XVII. Benoit era un artista pintor: fue uno de los diseñadores del frontispicio de la Catedral, y dejó numerosos cuadros; pero, curiosamente, sólo cinco de ellos reflejan figuras humanas: dos autorretratos, un retrato de la reina María Antonieta, otro de la princesa María Teresa Carlota y otro de la princesa Isabel; todos miembros de la familia real francesa. ¿Estaba dejando un mensaje cifrado, similar al que dejó en ciertos trozos caligráficos que se le atribuyen (las letras L C. R. F. P. B., que descifradas bien pueden significar: “Luis Carlos Rey de Francia – Pierrot Benoit”)? La respuesta quizá haya quedado sepultada para siempre bajo los escombros de la casa de Bolívar 793.
A partir de la enigmática muerte del Delfín de Francia se multiplicaron las teorías que aseguraban que el cadáver enterrado en el cementerio de Santa Margarita no era el de Luis XVII, otro habría sido el destino del príncipe. Hay más de seiscientos libros que arriesgan diferentes hipótesis. Uno de los médicos que con la ayuda de la informática abrió nuevas puertas para entrar en el enigma de Luis XVII sentado junto a la tumba donde dicen descansa el Delfín de Francia. Cada día se hace más notorio que el cadáver allí enterrado no pertenece al monarca.
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Autor: Mauricio Latorre.
Fuente: Revista “Conozca más” – Noviembre – 1995.
La historia oficial asegura que el último Delfín francés murió en una prisión de París, pero día a día aparecen nuevas pruebas que tiran por tierra esa teoría. Otro parece haber sido el destino del infortunado monarca que nunca llegó a reinar.
No se puede decir que Luis XVII, el delfín de Francia, haya gozado de una apacible vida palaciega. En agosto de 1792 fue tomado prisionero por las fuerzas revolucionarias republicanas junto con su hermana María Teresa y con sus padres, el rey Luis XVI y la reina María Antonieta. Entonces Luis XVII tenía apenas siete años, pero desde hacía tres cargaba sobre sus espaldas la responsabilidad de ser el soberano sucesor del reino francés, se había convertido en príncipe heredero del trono a la muerte de su hermano mayor, el 4 de junio de 1789. La familia real fue trasladada del palacio de las Tullerías a la fortaleza del Templo, emplazada en lo que hoy es el barrio del Marais parisino. El 18 de enero de 1793 Luis XVI fue condenado a muerte por alta traición, sentencia que se cumplió tres días después. En octubre de ese mismo año, igual suerte iba a correr María Antonieta.
El riguroso acero de la guillotina hizo que en algo más de seis meses el pequeño Luis XVII, un rey que jamás llegó a reinar, se quedara solo en el mundo: su hermana María Teresa fue a parar a una celda de la torre del Templo; él a otra. Poco importó que se tratara de dos niños; ambos representaban a la más rancia monarquía, derrotada poco tiempo antes. Un testimonio de aquellos días, el de Barras, diputado de la Convención, deja en claro bajo qué espantosas condiciones pasaba sus horas el delfín: “El niño rey vive en medio de la basura, con la ropa hecha jirones, e invadido por los parásitos. Está muy flaco, sus piernas y brazos están delgaduchos; su cabeza y cuello se ven comidos por llagas purulentas. En los puños y en las rodillas se distinguen tumores azules y amarillentos”.
Ante semejante situación, a nadie sorprendió que dos años más tarde, el 9 de junio de 1795, otro diputado, Achille Sevestre, anunciara oficialmente la muerte de Luis XVII: “Ciudadanos, desde hace algún tiempo el hijo de Capeto estaba afectado por inflamaciones de la rodilla derecha y del puño izquierdo; el 15 Floreal, los dolores aumentaron, el enfermo perdió el apetito y apareció la fiebre (...) El boletín de ayer a las once de la mañana anunciaba síntomas inquietantes para su vida y a las dos y cuarto de la tarde recibimos la noticia de la muerte del hijo de Capeto. El Comité de Seguridad General me encargó de informarlos. Todo ha sido constatado”.
El infortunado niño fue de inmediato sepultado en la fosa común del cementerio de Santa Margarita de París. Eso, al menos, es lo que dice la historia oficial. Una historia que no todos creyeron: a poco de anunciarse la muerte del delfín real comenzaron a tejerse las primeras dudas, que con el paso de los años fueron creciendo. Desde entonces se han escrito más de seiscientos libros que intentan responder a un solo interrogante: ¿esa criatura sepultada en el cementerio de Santa Margarita de París era realmente el joven monarca francés?
No bien se anunció la muerte de Luis XVII cuatro cirujanos le practicaron la autopsia y aseguraron que se trataba del cuerpo de un niño “de aproximadamente diez años de edad, muerto a consecuencia de un resabio escrofuloso existente desde hacía mucho tiempo”. A lo largo de veinte años se aceptó ese diagnóstico, pero cuando en 1814 Luis XVIII, hermano del monarca decapitado, asumió el trono de Francia, otra vez se volvió a hablar del joven príncipe muerto en la torre del Templo. Circulaba el rumor de que Luis XVII había sido rescatado de la cárcel por Simón, su carcelero. Este lo habría tomado bajo su cuidado y con el sólo propósito de protegerlo habría hecho circular la noticia de la muerte del joven príncipe. Para darle verosimilitud al suceso habría utilizado el cadáver de un chico bastante parecido al delfín Luis XVII.
El rey Luis XVIII ordenó buscar el cuerpo de su sobrino. Encontraron el sarcófago enterrado en la fosa común del cementerio de Santa Margarita. Coincidía con la crónica oficial. En ese momento se llevó a cabo la primera de sus muchas exhumaciones. La autopsia coincidió con la llevada a cabo en 1795. Ese dato avaló aún más la crónica oficial. Sin embargo, se continuaba insistiendo en que los despojos que estaban en el interior de ese féretro no eran los del joven príncipe.
Por entonces, no cesaban de presentarse franceses trasnochados que aseguraban ser el rey sin corona Luis XVII. Cada uno de ellos contaba la fantástica historia de cómo había huido de la cárcel y de qué modo había logrado sobrevivir. Entre los más célebres figura cierto aventurero que se hacía llamar “el tatuado” y que fundaba sus pretensiones monárquicas en un tatuaje con tres flores de lys, símbolo de la realeza. Otro famoso fue el barón de Richemont, quien a consecuencia de haber participado en un intento de conspiración contra Napoleón debió huir a Brasil. En tierras cariocas logró que las autoridades brasileñas lo reconocieran como Luis XVII. En el año 1816, cuando la restauración de los Borbones, regresó a Francia y la propia María Teresa, única sobreviviente de la prisión del Templo, lo recibió en Versalles en un encuentro que por mucho tiempo se mantuvo en secreto.
Pero de todos los cientos de impostores que surgieron reclamando la personalidad del Delfín, sólo Karl Naundorff, un relojero que vivía en la ciudad de Crossen, en Alemania, ofreció tres pruebas inquietantes: la letra de Naundorff y la de Luis XVII eran casi iguales; Nuandorff recordaba a la perfección los años de su infancia palaciega y, para colmo, los sobrevivientes del palacio de Versalles —los ministros y mucamos de Luis XVI— aseguraron que se parecía muchísimo al príncipe. Incluso la princesa María Teresa en una carta histórica afirmó que estaba casi convencida de que el relojero alemán era su hermano mayor. Karl Naundorff murió en Holanda, en el año 1845. Las autoridades holandesas no dudaron de la nobleza del relojero Naundorlf: en su lápida aún se puede leer: “Aquí yacen los restos de Luis XVII, rey de Francia”. En base a eso, los descendientes de Karl Naundorff continúan en la actualidad reclamándole al gobierno francés la restitución de los derechos reales.
Un año después de esa muerte, en 1846, se le realizó una nueva autopsia al cadáver del príncipe. Otra vez los resultados coincidieron con los datos oficiales. Recién en 1894 aparecieron las primeras dudas científicas. Un grupo de antropólogos trabajó sobre los restos del supuesto Luis XVII y uno de ellos, el doctor Backer, dudó que se tratase del delfín, ya que el esqueleto correspondía a un chico de aproximadamente quince años de edad. Otra prueba apareció medio siglo más tarde. En 1951, el doctor Edmond Locard comparó los cabellos del cadáver con una mecha que perteneció a Luis XVII y señaló: “Los cabellos del cuerpo que yace en el cementerio de Santa Margarita no son idénticos a los de Luis XVII”.
A pesar de ello, en 1954, el tribunal de apelaciones de París confirmó que el cadáver sepultado en Santa Margarita es el de “Luis Carlos Capeto, hijo de Luis Capeto, último rey de los franceses, y de María Antonieta de Austria, de 10 años y dos meses de edad, domiciliado en París, en las Torres del Templo”. Parecía que el caso se iba a cerrar definitivamente, cuando con el advenimiento de la informática se abrieron nuevas e inquietantes puertas.
Un equipo, compuesto por los médicos Pierre Francois Puech, Henri Albertini, Georges Leonetti y Francois Cianfarani, mediante complejas técnicas de computación logró reconstruir la cabeza y la cara del cadáver descubierto en 1846 en el cementerio de Santa Margarita. “El maxilar superior está subdesarrollado —señala el primer informe que emitieron—, el mentón es prominente y en punta y los incisivos centrales, superiores e inferiores están en una posición avanzada. En relación a la separación de las pupilas, la boca es angosta y la nariz larga y fina.” Según el cuadro pintado por Joseph Marie Vien en 1793, estos rasgos son similares a los de Luis XVII. Pero hay un detalle que decididamente lo desvincula del joven príncipe: se trata del cadáver de un muchacho de más de quince años de edad y casi un metro y medio de estatura. Al morir, Luis XVII recién había cumplido los diez años y no medía más de un metro de altura.
¿Cuál habrá sido el destino final del Delfín francés? ¿La oscura fosa común en el cementerio de Santa Margarita, una relojería en un pueblito de Alemania o la búsqueda desesperada de un puerto en la lejana Sudamérica? Los interrogantes aún siguen sin respuesta.
¿FUE A BUENOS AIRES?
El joven francés que habitó en una casona de San Telmo tenía un notable parecido con Luis XVII. Un eslabón más en la cadena de misterios.
Pierre Benoit llegó al puerto de Buenos Aires el 1 de julio de 1818. Este joven francés no aparentaba más de treinta años y todo hacía suponer que venía a las lejanas tierras del sur con el propósito de cosechar fortuna. Hablaba varios idiomas y tenía una especial maestría para las manualidades y el dibujo. Jamás habló de sus antepasados, pero por sus gestos y su personalidad parecía un encumbrado miembro de la nobleza europea. Pierre Benoit vivió en un caserón de la calle Bolívar 793, que fue derribada hace apenas dos décadas, cuando se decidió ensanchar la avenida Independencia. Desde aquellos tiempos había más de un dato que vinculaba al misterioso francés con el enigmático delfín de la monarquía francesa.
En principio, su notable parecido físico y su letra, idéntica a la de Luis XVII. Benoit era un artista pintor: fue uno de los diseñadores del frontispicio de la Catedral, y dejó numerosos cuadros; pero, curiosamente, sólo cinco de ellos reflejan figuras humanas: dos autorretratos, un retrato de la reina María Antonieta, otro de la princesa María Teresa Carlota y otro de la princesa Isabel; todos miembros de la familia real francesa. ¿Estaba dejando un mensaje cifrado, similar al que dejó en ciertos trozos caligráficos que se le atribuyen (las letras L C. R. F. P. B., que descifradas bien pueden significar: “Luis Carlos Rey de Francia – Pierrot Benoit”)? La respuesta quizá haya quedado sepultada para siempre bajo los escombros de la casa de Bolívar 793.
A partir de la enigmática muerte del Delfín de Francia se multiplicaron las teorías que aseguraban que el cadáver enterrado en el cementerio de Santa Margarita no era el de Luis XVII, otro habría sido el destino del príncipe. Hay más de seiscientos libros que arriesgan diferentes hipótesis. Uno de los médicos que con la ayuda de la informática abrió nuevas puertas para entrar en el enigma de Luis XVII sentado junto a la tumba donde dicen descansa el Delfín de Francia. Cada día se hace más notorio que el cadáver allí enterrado no pertenece al monarca.
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