sábado, 17 de agosto de 2013

Warisata la Escuela Ayllu - Parte 12

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 07 - 08 - 09 - 10 - 11.

5.- LOS TRANSPORTES, VIALIDAD Y COMUNICACIONES.
Para poner piso a las habitaciones compramos madera de eucalipto en Sorata y madera de cajones en La Paz; estos cajones eran de aquellos grandes embalajes de camiones Chevrolet. Ambas adquisiciones las hicimos a precios muy bajos. El transporte de este material, así como de otros implementos, requería imperiosamente de un camión de propiedad de la escuela. Impelido por esta necesidad hube de adquirir un viejo Chevrolet, con llantas casi inservibles, en la suma de Bs. 1.000. Pagué al contado cuatrocientos pesos, debiendo cancelar el saldo a plazos. Esto hizo que mi madre creyera que verdaderamente me había vuelto loco. La santa viejecita, que meneaba la cabeza viéndome llevar a Warisata, una tras otra, todas mis pertenencias, dejando desmantelado mi hogar, no me hizo, empero, observación alguna; pero bastaba verla para comprender lo que pensaba, y no sin cierta razón, porque cumplir las obligaciones que me había impuesto con la escuela significaba, al mismo tiempo, dejar de cumplir las que tenía con los míos. Pero sin estas renunciaciones nada se podría hacer en favor de la sociedad.
Pues bien, junto con el vehículo en cuestión, conseguí los desinteresados servicios del chofer Cardozo -y digo desinteresados porque, rara avis, no percibía sueldo- el cual era además hábil mecánico, virtud indispensable ya que el carricoche se descomponía con molesta frecuencia en el camino, resultándonos su sostenimiento antieconómico. Después de haber hecho dos o tres viajes, tuve que devolverlo perdiendo la suma adelantada, más dos llantas traseras por valor de Bs. 150, que me resultaron inútiles.

Resolví comprar un camión nuevo para solucionar el problema definitivamente, lo cual hice a fines del siguiente año. En tal oportunidad compré un Ford en mil dólares. Ni qué decir que al Estado ese camión no le costó ni un céntimo, ni tampoco su mantenimiento ni el sueldo de su conductor. De acuerdo a la doctrina warisateña, el vehículo debía autoabastecerse atendiendo a todos sus gastos. Jamás debía hacer un viaje a La Paz, Sorata u otras regiones sin asegurar la carga tanto para la ida como para el retorno. En aquella llevaba carga de propiedad particular y pasajeros, y con la renta producida sufragaba sus gastos; a la vuelta traía todo lo que necesitábamos en la escuela, especialmente materiales de construcción. Además, debo decir que se nos despertó el espíritu de rapiña, pues empezamos a recoger cuanto material encontrábamos a la vera del camino: rieles, tubos de fierro, planchas y otras cosas, generalmente abandonadas por reparticiones estatales, entre éstas la Prefectura.

En una ocasión llegó de visita a Warisata un ingeniero prefectural, encontrando en el patio seis hermosos rieles de los cuales se aficionó hasta pedirme que se los transfiriera, porque los necesitaba, me dijo, precisamente de esa calidad y dimensión para el puente que tenía proyectado construir en el río Quitacalzón. No pude acceder a su solicitud porque, como puede suponerse, esos rieles pertenecían en realidad a la Prefectura: nos habíamos apropiado indebidamente de ellos, lo que parece reprobable, pero prueba nuestra determinación de llevar la obra adelante, pese a cualquier obstáculo. Con tal “adquisición” instalamos nuestro servicio telefónico colocando los rieles como postes, y ahí siguen plantados.
La plancha de hierro que sigue en uso en la cocina de Warisata tiene un origen parecido, aunque transportarla nos costó no pocos sudores... Similares peripecias pasamos a poca distancia de “El Alto” de La Paz, cuando cargamos a fuerza de brazos un rodillo de hierro y uno de piedra que se hallaban tirados por ahí... Me parece que estos últimos han desaparecido de la escuela, y no creo que sea porque hayan aparecido sus legítimos propietarios. El golpe maestro que proyectábamos se refería a un tractor de pequeñas dimensiones, que pertenecía también a nuestra involuntaria proveedora, la Prefectura; durante mucho tiempo estuvo abandonado en el camino; cuando una noche fuimos por él, ya no lo encontramos...

El camión partía a Sorata a las seis de la tarde, todos los días; llevaba como carga algunos metros cúbicos de arena que entregábamos en una construcción del señor Catalani, a cambio de 40 litros de gasolina. A la media noche volvía cargado con vigas, anunciando su llegada con toques de bocina. Hiciera buen o mal tiempo, alumnos y profesores se levantaban para descargarlo, y muchas veces en plena lluvia y en medio de intensísimo frío. ¡Qué tiempos! No había duda de que estábamos formando un nuevo tipo de hombre, no con enseñanzas teóricas ni con retoricismos, sino con el propio ejemplo. El camión no cesaba de trabajar. Todo el día transportaba piedra de la cantera, estuco de Ilabaya (donde estaba la veta), greda para ladrillos, combustible, de todo.

El servicio de transporte fue también reglamentado por el Parlamento Amauta, fijándose las tarifas de carga y pasajeros. Los mismos indios de Warisata pagaban su pasaje, sabiendo que el Estado no nos había concedido fondos para su sostenimiento. Desde 1934 se hizo cargo del camión el chofer David García, otro valioso elemento en aquél conjunto de titanes que la suerte puso ami lado.
Para mejorar las condiciones de transporte, tuvimos que dedicar parte de nuestra atención a los caminos. El que pasaba por Warisata, uniendo Achacachi con Sorata, lo encontramos muy deteriorado y no tenía más de cuatro metros de anchura. Tomamos a nuestro cargo su reparación y mantenimiento, así como su ensanche, en una extensión de diez kilómetros, convirtiéndolo en una avenida de primera; de acuerdo a nuestros planes, tenía que estar bordeado de arbolitos. Tal cosa no pudo ser por diversas circunstancias. Más tarde nuestro servicio de vialidad alcanzó grandes dimensiones, tal como relataremos en su oportunidad.

Nos preocupamos asimismo de instalar el servicio de comunicaciones telefónicas y postales, ya que Warisata iba adquiriendo gran crecimiento. Para lo primero obtuvimos de la Dirección General respectiva el alambre, los aisladores y el aparato telefónico; en cuanto a los postes, nosotros los suministramos en la forma que ya relaté... Con un equipo de alumnos y la dirección de un maestro, en poco tiempo la instalación fue un hecho.
Para el correo, solicitamos el reconocimiento oficial de nuestra oficina, de manera que el portador de la correspondencia a Sorata dejara al pasar el paquete postal para la escuela. Ambos servicios eran atendidos por el profesor de turno, con carácter ad-honorem.

6.- EL COMERCIO EN WARISATA.
Los domingos se realizaba la feria de Achacachi, a donde el indio llevaba sus productos, consistentes en papa, chuño, oca, quinua, cebada, huevos, queso, etc., para cambiarlos con azúcar, confites, coca, alcohol, kerosene y otros artículos. El negocio favorecía a los acaparadores del lugar, que daban lo que querían y tomaban lo que se les antojaba, debiendo el indio callar y aceptar el precio vil que se le proponía. Los acaparadores se llevaban grandes cargamentos a La Paz, donde los vendían a precios cien veces mayores.
También llegaban al mercado productos de lana, provenientes de la industria familiar, tales como ponchos, awayos (mantas), bayeta, jerga, llijllas (pequeño tejido para guardar coca), fajas, sombreros, gorros, cerámicas de uso doméstico (platos, ollas, tiestos), industrias de cuero crudo, lazos, ojotas (abarcas), etc. De los valles sorateños llegaba maíz, frutas y otros productos.
Eran un mercado muy concurrido, en el cual sólo había un mal negociante: el indio. Había que agregar, a los muchos que lo explotaban, otro despiadado chupasangre: el cobrador de impuestos, que solía imponer como tasa un valor igual al de la mercadería. Por otra parte, el pequeño comerciante indígena sufría despojos a cada paso, sin que ese hecho llamara absolutamente la atención de nadie. Y por último, muchos indios solían perder todo el día para cambiar cuatro o cinco huevos por unos confites, pagando el correspondiente impuesto.

Esta situación fue detenidamente estudiada a iniciativa de los mismos indios, buscando el Parlamento Amauta la forma de solucionarla. En tal sentido, se resolvió crear un mercado en la plaza de Warisata, los días jueves, y en condiciones de absoluta libertad. La cosa, llevada por vía de experimento, tuvo un éxito formidable, lo que, naturalmente, fue otro motivo para que lloviesen sobre nosotros los denuestos: mucha gente ya no tenía posibilidad de vivir a costa del indio. Por otra parte, nuestro mercado solucionaba el problema de tener que hacer cada semana el recorrido de 12 kilómetros hasta el pueblo para abastecemos o llevar algún producto.
Cuando en épocas posteriores la escuela fue privada de su organismo fundamental, es decir, cuando se suprimió el Parlamento Amauta, el acaparador achacacheño invadió, según nos dicen, el mercado warisateño, quedando totalmente desvirtuada su finalidad.

7.- UNA VISITA DE TRASCENDENCIA.
En el mes de mayo de 1932 tuvimos la visita del Vicepresidente de la República, don José Luis Tejada Sorzano, del Ministro de Educación Alfredo Otero y de otras personalidades. Ignoro por qué el Vicepresidente estaría de pésimo humor, pero bien pronto se le pasó al contemplar todo lo que era la escuela: la magnitud del edificio levantado por el esfuerzo de los indios, todo el mundo trabajando con entusiasmo contagioso, las pobres herramientas del taller refulgiendo con los resplandores de la fragua, gente en los muros poniendo adobes, otros trasladando madera. Los visitantes quedaron verdaderamente asombrados, y creo que fue Tejada Sorzano el que se percató más que nadie de lo que aquello significaba. En efecto, todo lo observó, todo lo indagó. Es generalmente poco conocido el papel que este hombre desempeñó en la educación del indio; debo decir que desde aquél día, fue un apasionado partidario de nuestra causa, y él, un conservador, hizo más por la escuela indigenal que todos esos falsos predicadores que hablan acerca de las virtudes de la raza mientras viven a costa de su sangre y miseria. Poseído de una visión que superaba a sus intereses de clase, Tejada Sorzano vio en el indio el factor decisivo para el progreso de Bolivia, lo estimó con sinceridad absoluta y sin prejuicio alguno. No fue, por cierto, una comedia, la recepción que una vez dio a los amautas de Warisata y Caiza, sirviéndoles vino en su residencia de La Paz, y departiendo con ellos con toda gentileza y seriedad, tratándolos como iguales. ¡Cosa que no hacen muchísimos “indigenistas” hinchados de sabiduría!

El caso es que Tejada Sorzano se convirtió en nuestro más decidido partidario. Ya hablaremos de otras disposiciones suyas, pero entretanto, diremos que apenas volvió a La Paz, dispuso que un ingeniero levantara el plano de las tierras que se debía expropiar para hacer efectivas las labores agropecuarias de la escuela, dictándose más tarde el respectivo Decreto Supremo.
Documento revelador de sus inquietudes es la siguiente carta que dirigió a la institución paceña denominada “Los Amigos de la Ciudad”. La transcribo en su integridad para que se sepa el interés que Tejada Sorzano puso en nuestra escuela:

La Paz, 31 de mayo de 1932.- Señor don Humberto Muñoz Cornejo, Presidente de los Amigos de la Ciudad.- Presente.- Muy estimado amigo:- Hace pocos días tuve el agrado de realizar una visita de inspección a la Escuela Profesional Indígena de “Huarisata”, por invitación del señor Ministro de Instrucción Pública. La impresión que he traído de ese naciente plantel de educación indigenal es altamente satisfactoria. Creo muy sinceramente que si el pueblo y los poderes públicos secundan eficazmente la obra que realiza el profesor don Elizardo Pérez, habremos al fin encaminado el problema de la educación del indio, por una senda alentadora de éxito. Si la Escuela de Huarisata llega a dar frutos, como creo firmemente que los dará, la multiplicación de escuelas iguales por todos los distritos rurales poblados por indígenas, producirá en poco tiempo la transformación que tanto anhelamos, asimilando nuestras razas autóctonas a la civilización, utilizando sus excelsas condiciones y haciendo de ellas fuente de ciudadanos conscientes y de operarios hábiles. Estimo por lo mismo que la sociedad que usted tan digna y activamente preside, debe poner sus mejores empeños para auxiliar la obra iniciada en Huarisata, y como para coronarla luego con éxito se requieren tan sólo algunos recursos que permitan una expropiación mayor de tierra y la conclusión de los edificios y talleres, pienso que esa sociedad debería iniciar una suscripción pública que permita llevar un apoyo efectivo para tan benéfica y trascendental obra.- Deseando desde luego contribuir al acopio de esos recursos, me es muy grato enviar a usted incluso cheque a cargo del Banco Mercantil, por la suma de cien bolivianos, con la cual deseo que sea iniciada esa suscripción. Saludo a usted muy atentamente y quedo su amigo y S.S.(Fdo.) J. L. Tejada Sorzano.

No quiero hacer paralelos, pero entre las figuras de Tejada Sorzano y Tamayo, prefiero la de aquél; aprecio su sinceridad y su sentido práctico para ir directamente a las soluciones. Tamayo no siempre fue sincero y más de una vez se puso en contradicción con lo que había predicado en favor del indio. Tejada Sorzano proscribió el pongueaje y abrió sus salones al indio; Tamayo mantuvo la servidumbre a su servicio, hasta el día de su muerte...

8.- SANIDAD Y DEPORTES.
El aspecto sanitario e higiénico fue acometido también con gran decisión y entusiasmo. Iniciamos intensa campaña profiláctica en toda la comunidad. Equipos de alumnos entrenados para el efecto, con sus respectivos profesores, visitaban periódicamente las viviendas indígenas realizando en ellas una limpieza y desinfección general. El jabón empezó a ser conocido y reclamado, y a pesar de la carencia de recursos, pudimos combatir algunos brotes epidémicos y repartir medicamentos. Nuestro botiquín resultaba siempre escaso para atender a la muchísima gente que requería servicios médicos y de farmacia. El Director y los profesores, a cualquier hora del día o de la noche, estaban siempre dispuestos a acudir a los llamados que se les hiciera.
Aparte del aseo diario, los sábados se iba al riachuelo en bulliciosa turba, alumnos y profesores. Construimos una represa bastante espaciosa para la práctica de la natación. En cuanto se la avistaba, el bullicio aumentaba y los niños echaban a correr para sumergirse los primeros en las aguas cristalinas y juguetonas. Amable amigo, el “Quitacalzón”, a pesar de su curioso nombre, y la verdad es que, entibiado por el sol en su largo trayecto desde la cordillera, sus aguas eran tan agradables que más a gusto estaba uno adentro que afuera. Los niños lavaban luego su ropa interior, secándola sobre las grandes piedras del río; el retomo se hacía al son de canciones. Antes de la escuela, estas prácticas eran del todo desconocidas: el indio ignoraba las delicias del baño.

Compramos, asimismo, algunas maquinillas para cortar el pelo, con lo cual todos nos convertimos en peluqueros. Las primeras jornadas fueron bastante dificultosas, no acostumbradas nuestras manos a tales operaciones; creo recordar que puse tanto empeño en recortar al mayor número, que me brotaron ampollas en las manos: el total de cabecitas muras (cortadas al ras) era casi de quinientas.
Los deportes, la educación física y la música completaron el conjunto de actividades de esta naturaleza.

9.- LA DIRECCIÓN GENERAL DE EDUCACIÓN INDIGENAL.
Parece mentira que, mientras en Warisata se desplegaba una actividad, calificada por el mexicano Velasco de “prodigiosa”, lo que no era sino la pura verdad, su organismo superior que era la Dirección General vegetara sin mover un dedo para ayudarnos, y convirtiéndose más bien en un freno para el éxito de nuestras gestiones. Lo cierto es que tal oficina no hacía absolutamente nada, y por eso acostumbramos acudir directamente al Ministerio para resolver nuestros asuntos. Cabe decir que, en este aspecto, las escuelas campesinas jamás tuvieron “autonomía”, como se dijo posteriormente: eran una dependencia del Ministerio de Educación, y cuando yo pasé al cargo de Director General, esa dependencia se hizo más estrecha, si bien más fructífera. No hubo jamás esa decantada “autonomía” que sirvió más tarde para acusarnos de todas las fechorías posibles.

Pues bien, la Dirección General, estación burocrática de espíritu contemplativo y nada afecta a moverse, así se cayera el cielo, hallaba modo de hacemos sentir su autoridad, si no en lo técnico, si no en investigaciones sociales que nos hubieran servido mucho, si no con estadísticas, si no, en fin, buscando el apoyo de la colectividad, al menos, ignorándonos por completo cuando se trataba de elaborar el presupuesto de educación indigenal; para aquella oficina, Warisata no existía y no había por qué dilapidar fondos en una obra inexistente.
Como era lógico, no podíamos contentamos con procedimientos tan poco salomónicos, y teníamos que redoblar nuestros reclamos a fin de que el Estado cumpliese sus obligaciones para con la educación del indio. ¡Qué de penalidades sin cuento! ¡Cuántos desvelos y peripecias! Y por otra parte, ¡cuántas agresiones del gamonalismo, cuántos incidentes y entredichos contra la escuela y los campesinos! Y para defender todo esto, teníamos que centuplicamos sacando fuerzas de flaqueza y recursos de la nada. En tanto, la Dirección General dormía el sueño de los justos... Sea admitida mi protesta porque ahora veo cuánto más pudo avanzar nuestra obra, o cuánto más pudo ser defendida, si hubiéramos contado con una personalidad capaz de conducirnos en aquella difícil época.

Feneció el año 1932. La obra realizada se puede apreciar por los siguientes párrafos del libro de Adolfo Velasco:

Para dar una idea -dice Velasco- de la gran obra llevada a cabo por este maestro (se refiere a Elizardo Pérez) y su grupo de acompañantes, he aquí la descripción del edificio... Se compone de un patio central de 750 m2., con arbolillos y jardín. El frente y los dos costados son de dos pisos y con cinco dormitorios amplios y ventilados, con capacidad para 150 camas; cinco salones de clases, cinco cuartos para oficinas y almacenes, seis salones para talleres y una dirección. Cierran el patio central por el este, el comedor, la cocina y un cuarto de aseo. Ambos pisos tienen corredores interiores de arquería.... Además de este edificio se construyó una barda que circunda el plantel y que mide no menos de setecientos metros de longitud por dos de altura. Todo ese inmenso trabajo que sólo viéndolo se puede estimar, se hizo en el término de un año. Hermosa lección para el magisterio rural; ejemplo digno de imitarse; pues por él se ve que cuando hay una voluntad de hierro y un dinamismo a toda prueba, poca falta hace el presupuesto oficial para hacer grandes edificaciones.

Aunque se refieren a la labor realizada después, aprovechemos la oportunidad para completar la descripción de Velasco con estos párrafos:

Más tarde el mismo profesor Pérez construyó bonitos jardines en los patios exteriores y plantó muchos arbolillos propios de la región Pero no conforme con todo lo hecho, construyó dos casitas para maestros. Claro está que algunos detalles han faltado, como son excusados, baños, etc., pero dentro del plan de construcción todo estaba previsto, y a la fecha están terminados los excusados, mingitorios, lavabos y los baños de ducha.
Cuando el primer edificio a que nos hemos referido quedó concluido y pudo ya alojar a ciento cincuenta alumnos internos, el Profesor Pérez pensó en la necesidad de alojar mayor número de alumnos indígenas, y desde luego, dado su temperamento dinámico, entusiasta y de acción, inició in continenti la construcción de los pabellones México, Colombia y Perú (estos dos últimos fueron levantados por Raúl Pérez, mi hermano, E. P.); el primero con toda la magnificencia que su imaginación pudo concebir. Él fue entonces quien puso los cimientos de esta gran obra material; pues sus propósitos son el de tener un internado con ochocientos alumnos indígenas cuando menos. Toda esta labor agotadora grandiosa y de mérito indiscutible, la realizó el maestro Elizardo Pérez, de mediados de 1931 a fines de 1936. (Adolfo Velasco. Op.cit).

CAPITULO V.
AFIRMACIÓN DE LA OBRA.

1.- LAS INDUSTRIAS WARISATEÑAS.
En Bolivia, hasta llegar a la organización de Warisata, nunca se concibió la necesidad de introducir el taller en la escuela y elaborar programas de capacitación industrial indígena. Salvo las concepciones de don Simón Rodríguez, el maestro del Libertador, esto fue siempre descartado en el estimado de que la industria manual del indio era “inferior” y “burda”.
Nuestra preocupación por el desarrollo industrial de la escuela y su irradiación a la familia campesina fue calificada por la oposición como tendencia a preparar artesanos asalariados, para inundar con ellos las ciudades. Esta apreciación insincera, que aparejaba la idea del salario, dio lugar a una confusión de conceptos que conviene aclarar.
El término “artesanía” para la industria familiar indígena, lo mismo que el de “salario”, no son absolutamente cabales si se tiene en cuenta que el indio adquiere en esta función industriosa una forma inmediata y aislada de autoabastecimiento familiar. Su concurrencia al mercado es más bien esporádica, cuando se trata de familias que se dedican a esa labor específica. Pero en ningún caso esta actividad se realiza bajo el atractivo del salario. No se debe perder de vista que el indio boliviano, en su actual etapa de desarrollo, trabaja sólo para sí, ya que las otras clases sociales del país apenas se interesan por sus productos.

Para estimular la industria familiar indígena, implantamos el taller en la escuela (1931), pero para imponerlos como una modalidad escolar, tuvimos que librar una tremenda batalla con los intelectuales de la pedagogía, para quienes la escuela debía ser meramente alfabetizadora, apenas acaso un tanto agrícola. El objetivo que perseguíamos no era sino acentuar la tradicional tendencia del indio hacia su propio abastecimiento, no ya como fenómeno individual y aislado, sino como manifestación deliberada de los intereses colectivos. La construcción de la misma escuela, de las casas de maestros y de las viviendas de la comunidad debía ser -y lo fue- resultado de esta pedagogía de esfuerzo y trabajo, con el aprovechamiento de las materias primas de cada zona nuclear. Lamentablemente, hablamos de una actividad que fuera liquidada cuando ya contábamos con los primeros maestros indígenas en tejidos de telas y alfombras, en carpintería, tejería, sombrerería, talabartería, mecánica, etc., salidos de nuestras aulas.
Diremos en esta oportunidad que nosotros veíamos en la industria familiar el medio inmediato y práctico de salvar el destino educacional del mismo indio, en un país de tan pobrísimos recursos técnicos como el nuestro. Pero veamos el desarrollo de nuestros talleres.

En 1933 no habíamos logrado aumentar el presupuesto sino en muy reducida escala, con dos partidas para la sección docente y una para talleres. Con ellas mejoramos la atención de los niños en la sección de materias generales, creamos la sección de música e instalamos el taller de tejidos e hilados, para el cual adquirimos un telar mecánico, americano, y algunas hiladoras; y como todo lo nuevo, fue recibido con alborozo inyectando nuevas energías a la escuela.
El flamante taller nos permitía poner en práctica el desarrollo y perfeccionamiento de una excelente industria familiar, aprovechando de la materia prima de la zona, que la había con relativa abundancia. Unas cuatro o cinco tawacos (jovencitas) se dedicaban al hilado; percibían un salario, si bien pequeño, pero que les permitía solucionar premiosas necesidades. Los varones se especializaban en el manejo del telar; el maestro jefe de esta sección era un indio de Ulla Ulla de apellido Surco. Fabricábamos casimires, bufandas, mantas y otros tejidos, que tenían mucha demanda, sobre todo entre los viajeros que solían detenerse, anoticiados de su existencia. El capital del taller fue de 14 quintales de lana de alpaca, que era el material preferido por su alta calidad y duración.

Esto dio motivo para un interesante movimiento económico, a cargo de la comisión respectiva, que debía informar ante el Parlamento Amauta.

En octubre de 1933 el Gobierno otorgó la suma de Bs. 2.500.- destinados a construcciones, instalación de talleres, adquisición de materiales, mobiliario, semillas, sementales, en fin, todo lo que fuera necesario. Como se ve, intención no faltaba: sólo que con tal suma ni siquiera podíamos atender el capítulo de transportes. Hasta esa fecha ya habíamos invertido más de quince mil bolivianos, de manera que el Estado se hallaba siempre en deuda con nosotros.
Posteriormente nos referiremos a otros aspectos de la industria warisateña; entretanto, cabe señalar que constituyeron no solamente una fuente de ingresos sino que despertaron enorme interés en las indiadas, sin que se hubiera dado ni una sola vez el caso de que algún muchacho formado en esos talleres hubiera emigrado a poblaciones urbanas para ejercer el oficio; al contrario: resultó una manera de arraigarlos en su medio.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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