Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.
Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.
Partes anteriores de este libro: 08 - 09 - 10 - 11 - 12.
2.- EL DEBER HASTA EL SACRIFICIO DE LA VIDA.
Una gran pérdida sufrió Warisata hallándome en La Paz para reclamar haberes que se nos adeudaba por varios meses: Anacleto Zeballos había cogido una bronconeumonia a cuyos síntomas no hizo caso, manteniéndose en el trabajo corno de costumbre. Pero el hombre no era de hierro y la flaca materia de su cuerpo no tenía la fortaleza de la de su alma: pronto empezaron a manifestarse en él los resultados de su obstinación, y aunque le pidieron que se retirara a descansar, contestaba con energía: “Primero el deber...”. Estaba con sus niños en el jardín, pala en mano, removiendo la tierra. Súbitamente le flaquearon las piernas y cayó al suelo; lo embarcaron en un camión que pasaba rumbo a La Paz, pero ya era tarde; murió en medio camino.
Precisamente en esos instantes yo trataba de entrevistar al Ministro sin haber logrado mi intento. En conocimiento de la desgracia ocurrida, que me sacudió abrumándome de pesar, insistí en mi empeño, y al día siguiente pude hablar con aquella autoridad, a quien relaté lo que había pasado. Su comentario fue el siguiente: “Pero, por qué esta información no me la dio usted ayer; hubiéramos hecho algo para pagar los sueldos”.
Culminaba con esta muerte la serie de padecimientos que habíamos experimentado desde el principio. Anacleto Zeballos, idealista, modesto, valeroso, es decir, con las cualidades del hombre de corazón, es todavía recordado en Warisata por los indios que lo conocieron. Fue la primera víctima en la lucha desigual planteada con el régimen feudal al que tratábamos de destruir para que de sus ruinas aflorara un hombre y una patria nuevos, en el sentido más amplio, como lo dijera Alejandro Lipzchutz en visita que nos hiciera a la escuela. Sea la memoria de Zeballos honrada por el viajero que pase por Warisata y diga: aquí cayó un hombre por cumplir su deber...
Pero también a Félix Zavaleta le estaba señalado su destino: movilizado en el ejército del Chaco, nunca retornó a Warisata. De Zavaleta he de relatar otro hecho que lo pinta tal cual era: a fines de 1932, reuní a los tres maestros: Ibáñez, Zeballos y el menor de ellos, que era Félix. Les agradecí por su labor y la cooperación esforzada que me habían prestado, dando por clausuradas nuestras labores de ese año, para ingresar al período de vacaciones. También les manifesté que, como había mucho trabajo que atender, yo me quedaría en Warisata. A eso, Zavaleta se puso de pie, pidió la palabra y manifestó su voluntad espontánea de renunciar a sus vacaciones para quedarse en Warisata. Este renunciamiento fue seguido por Zeballos y finalmente por Ibáñez. De donde resulta que no hubo vacaciones para nosotros, habiendo quedado suprimidas desde entonces con carácter general. Esta actitud, tan espontáneamente adoptada, señala en realidad la naturaleza misma de la escuela: no se trataba de un mero establecimiento educacional con un período lectivo tras el cual se suspenden las labores; sino que era toda una empresa de carácter económico social, cuyas actividades no pueden interrumpirse ni un solo día. Era otro sacrificio que se exigía a los maestros, o más bien, que éstos realizaban por su cuenta, y como únicas compensaciones, diré que los haberes de los profesores de Warisata eran superiores a los que se percibían en las ciudades, y por otra parte, se logró que el Estado reconociera que los cuatro primeros años de servidos en escuelas indigenales, se computaran por seis para los efectos de antigüedad de los maestros.
Pues bien: en reuniones por mí dirigidas, Zavaleta me pidió la palabra dos veces en su vida: la primera, para decirme: “El pueblo manda y usted obedece’, y la segunda para renunciar a su descanso de dos meses. Pero tiene todavía otra actitud inimitable: al ser llamado bajo banderas, tenía un plazo únicamente de 15 días para presentarse (principios de 1933). Informado de tal hecho, me manifestó que esos quince días los entregaría a la escuela. Prefirió Zavaleta un trabajo rudo a un último descanso que, con todo derecho, debió tomarlo en su casa, al lado de los suyos. Se acuarteló la víspera y partió al día siguiente al Infierno Verde, teatro del holocausto de la juventud boliviana y paraguaya.
Zavaleta me escribió, desde las trincheras, una carta entusiasta y donde revelaba el optimismo de su juventud. Fue la primera y la última. Toda ella era una invocación a los postulados de Warisata: “Esta guerra me está dando nuevo ánimo -me escribía- para volver a ese otro campo de batalla comandado por usted”. No pudo cumplir sus anhelos este hombre que amaba la libertad y que había visto en Warisata la encarnación de sus ideales.
Estos dos ejemplos demostrarán cómo la escuela era una forja real del espíritu: el mismo maestro iba a educarse en su ambiente, a adquirir reciedumbre y esperanza. Y tal surgimiento espiritual se operaba en dimensión hercúlea en el indio, en el cual cada día encontrábamos pruebas de su maravilloso despertar. ¡Qué contraste con la opinión generalizada en torno al indio! Recuerdo que cuando rodeado de masas de fuertes trabajadores levantaba el edificio de la escuela, un culto terrateniente, cuyo nombre figuró más tarde en el Directorio de la Sociedad Rural Boliviana, y que acertó a pasar por allí, se detuvo admirado diciéndome:
— Yo veo con pena, profesor, su generoso impulso; generoso y estéril. ¿Es que no se da usted cuenta que el indio es ineducable? Vea usted —prosiguió señalando dos asnos que cruzaban en ese momento— ¿usted levantaría una escuela para educar esos asnos? El indio es animal ineducable. ¡Usted ara en el mar!
Ese terrateniente era el hombre simbólico de una fauna de americanos que ignoran el fenómeno americano. Sus palabras no eran extrañas. Un ilustre escritor y maestro, me decía:
— Lo que es yo no creo en estos indigenismos... Educar al indio es inútil. El indio es un ser inferior...
Relato todo esto porque sé el valor de esta experiencia de Warisata, destinada a informar no solamente a la América sino a la conciencia de la humanidad, la cual debe dar su voto en favor de un gran pueblo traicionado: el pueblo indio, legado de la gran cultura prehistórica del continente.
Será instructivo que explique este momento del proceso de Warisata, pues revela dos verdades: primero, que el indio es un individuo social de poderosa capacidad representativa, y segundo que ninguna obra de recuperación de los grupos retrasados deberá intentarse con espíritu filantrópico, sino en base de la intervención directa y directiva de las masas sobre las cuales se va a operar. Ya refería cómo mi intención al comienzo era edificar una casa modesta, y que comprobé con asombro que el indio quería una gran escuela, un edificio monumental que pregonara la fuerza y la capacidad propias. Los encargados de conducir los núcleos escolares de la actualidad harían bien en tomar nota de este factor primordial, imitando ahora a México y Perú, donde se ha comenzado a dar intervención al indio en la faena de levantar las escuelas, primer paso para cederle responsabilidad en su conducción, forma insustituible, finalmente, de estimular su sentido de dignidad colectiva, que cobra, en este tipo humano, resultados asombrosos.
Debo recordar todavía un hecho -entre los muchos que podría referir- que acentúa la fuerza que posee la fe del indio en una obra de esta índole. Pedro Rojas, uno de los viejos amautas de Warisata, se me presentó una mañana para decirme con tono compungido:
— Tata, es necesario que vayas a La Paz. Están destruyendo la escuela.
El objetivo que entonces perseguíamos (fines de 1931) era hacer figurar a la escuela en el presupuesto nacional, lo que garantizaría definitivamente su funcionamiento. Tal hecho parecía logrado, y así lo manifesté a Rojas. Pero él insistía una y otra vez, asegurando que algo grave sucedía en la ciudad en contra de la escuela. Yo tenía tanto que hacer, que no pude viajar, con gran contrariedad del buen viejo. Al día siguiente, nueva cantaleta:
— Señor, tata, ve a la ciudad; quizás puedas salvar a la escuela.
Tanta era su insistencia, tan fervoroso el tono del indio, que yo hubiera considerado una traición el no seguir su consejo. Viajé, pues, para comprobar asombrado que la escuela no figuraba en el presupuesto, como lo había dispuesto el Ministro Mercado. Durante veinte días tuve que librar una verdadera batalla para que fuera incluida en el Proyecto que se debía presentar a la Cámara de Diputados. Recién a principios de 1932 logramos nuestro objetivo, y eso gracias a la intervención del señor Canelas, como ya he referido.
Vuelto a Warisata, pregunté a Rojas cómo era que se había informado de lo que sucedía, y me refirió dos sueños, y aunque no creamos en la premonición ni mucho menos, de todas maneras el testimonio es gráfico para señalar la profunda preocupación que el indio sentía por la nueva tarea en que estaba empeñado. Una vida tensa y vigilante había reemplazado a su antiguo y todavía reciente sometimiento ante su destino de esclavo: la escuela le insuflaba un nuevo sentido vital, poderoso y atrayente, que nunca más lo abandonaría, aún en las peores épocas de abatimiento y duda frente al predominio del adversario.
Pero veamos lo que eran los sueños del tata Pedro:
En el primero había visto dos toros, uno negro y otro rojo, que se habían introducido en la clase donde yo trabajaba y me habían perseguido, habiendo logrado yo escapar por una ventana. En el segundo sueño, había visto a la escuela incendiada, amenazado yo de morir entre las llamas.
He aquí cómo el indio anticipaba el drama que diez años después iba a convertirse en realidad: un toro negro, el profesor Donoso Torres, y un toro rojo, Rafael Reyeros, me perseguirían con saña hasta ver destruida totalmente mi obra...
Algún día surgirá una pluma capaz de dar a estos hechos la trascendencia que merecen. Por eso los anoto, porque a través de ellos se revela el espíritu que se estaba creando en la escuela, tanto en los alumnos como en los padres de familia y los maestros. Y quizá sirvan, porque, por más que los elementos negativos hubiesen deseado acabar con todo lo que tuviera que ver con Warisata, ahora podemos decir que hay en Bolivia maestros indígenas preparados en sus aulas, quienes pueden aprovechar de aquellas experiencias.
Y es que, asimismo, la intervención del indio en la escuela no se reduce únicamente a las formas de tuición familiar o de consejo; sino que debe referirse a la misma conducción de todo el proceso educacional del futuro. En mi larga experiencia rural he visto que el profesor indigenal no solamente debe estar provisto de una preparación especial, en medios indígenas y no citadinos, como todavía ocurre hoy; sino que por sobre todo, el maestro de indios no debe pertenecer a las clases tradicionalmente enemigas del aborigen, que fueron por lo general, y me parece que siguen siéndolo, las que proveyeron de maestros a esas escuelas. El educador de indios debe ser indio, o por lo menos, como Zavaleta y Zeballos, debe haber forjado su mentalidad para trabajar, luchar y aún morir por la causa india. No hay aquí un concepto de raza: es una concepción netamente social establecida por la experiencia: enviad a las escuelas de indios a profesores convencidos de los valores indios, si es posible, a indios mismos; si no lo hacéis así, pronto veréis en las escuelas a una nueva casta que se añada a la fauna de los explotadores del indio.
3.- LA CASA DE TODOS LOS HOMBRES.
Warisata había transformado al paisaje, en cuya fisonomía gris detonaba el muro blanco mate y el techo de teja de su edificio. En los jardines florecían amapolas, kantutas, pensamientos y siemprevivas; las margaritas y rosales flanqueaban las avenidas, los arbolillos ya se mostraban desafiando airosamente a los vientos; en la pampa florecía el nuevo espíritu de los indios...
Warisata ya no era el yermo inclemente de antaño. Era un hogar donde se refugiaban cuerpo y espíritu. Había sido el producto del esfuerzo colectivo de todos.
A estas gentes que carecían de toda esperanza y cuya vida no tenía más objeto que vegetar, la escuela debía parecerles algo así como una deidad que los amparaba señalándoles radiantes auroras. La escuela era el producto de sus manos, pero la miraban con la unción con que se contempla a la vieja madre, a la Taika de todos los tiempos. Sin duda, había algo de primitivismo en todo esto: crear algo, y luego atribuir a la cosa creada la propia existencia de uno... Pero en verdad, Warisata se había levantado y flotaba en su ambiente un hálito de vida con el cual cobraba sentido cualquier cosa que emprendiéramos o proyectáramos; había creación, modelación de voluntades y vidas, y todo en el gran conjunto social, en la manifestada solidaridad de las gentes y de las comunidades.
Era TAKKE JAKKEN UTAPA, la casa o el hogar de todas las gentes, frase que en aymara ofrece ricas sugerencias imposibles de ser traducidas; pero era asimismo WARISATT WAWAN CHCHAMAPA, o sea, el esfuerzo de los hijos de Warisata ofrecido a la redención del hombre.
Ambas frases, en bellos caracteres, fueron inscritas más tarde por el artista Mario Alejandro Illanes, en la portada principal del edificio. Encierran la substancia de los principios básicos que sustentaron al Imperio Inkaico en su integración económica y social, en su cohesión política, en su poderío bélico; pues sabido es que las grandes obras del Inkario se realizaron al conjuro de ese principio institucional que demandaba el tributo del trabajo “en un solo esfuerzo” continuado y sostenido, en MA CHCHAMAKI como se dice en aymara. En esto consistía precisamente el colectivismo de los inkas, forma contributiva que la encontramos vigente en Warisata. También en aquellas frases, especialmente en la primera, está contenida otra institución: el ayni, organización cooperativista que ha llegado a la República y que también se revitalizó en Warisata. Sin el ayni nada hubiéramos podido hacer, y más tarde sirvió para extender su acción a otras provincias y otros confines de Bolivia.
Pero era además TAKKE JAKKEN UTAPA como la casa de los desheredados, de los pobres, de los explotados, símbolo vivo de lucha por la justicia y por la libertad, emblema de todas las antiguas rebeldías del indio, jamás extinguidas. Por eso su trascendente fama en lo más alejado de los aledaños patrios y aún extranjeros: a ella acudían los indios de Oruro, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí; los campesinos de Tarija, Santa Cruz y el Beni, los bárbaros de la pampa y de la floresta...
Cuando llegaba alguna comisión, y eso ocurría con muchísima frecuencia, el Parlamento Amauta la acogía con la gravedad característica del hombre altiplánico. Recuerdo con claridad la recepción que se les hizo a los indios de Caiza “D”, de raza quechua, vestidos de uncu, acsu y montera: abrazo de los dos grandes grupos étnicos precolombinos, dispuesto a la común tarea que encabezaba Warisata. Los indios potosinos regresaron a sus lares con la misma circunspección con que habían venido, para realizar en Caiza una obra tan grande como la de Warisata y poseída del mismo espíritu. En muchos otros casos se repitió este sucesivo reencuentro: el viajero indígena, para el que no hay distancias, solía llegar de apartadas regiones sólo para pisar el sagrado suelo y llevar a su aldea el relato de lo que había visto aquí. El llamado de Warisata se oía sacudiendo la fibra más íntima del indio, en donde quiera que éste tuviese su morada.
Desde los tiempos de Tupac Katari, jamás se había producido movilización tan grande como ésta. Y quizá por eso, porque el TAKKE JAKKEN UTAPA despertaba esos ecos libertarios y esos anhelos de justicia, es que fue borrado de nuestras portadas junto con el WARISATT WAWAN CHCHAMAPA, después que el gamonalismo consiguió echarnos de Educación IndigenaL
4.- LA LÍRICA DE WARISATA.
Ya he hablado de la edición que nos dedicara la revista “La semana grafica” el 6 de agosto de 1933, resultado de una visita de dos días que nos hicieran sus redactores. Fue en esa ocasión que conocía a Gamaliel Churata, el gran poeta de “El pez de oro”, ágil y brillante periodista que tanto hizo por la cultura de Bolivia. Churata, pensador, hombre de talento superior y alma generosa, vibró como nadie ante la realidad de aquel despertar indio que tan acorde se mostraba con el espíritu de su propia obra literaria y de sus ideales de justicia. Se entregó a la causa con absoluta determinación y desinterés y luchó por Warisata desde todas las trincheras, haciendo de su pluma ronzal con el que fustigó a no pocos enemigos nuestros. Y, además, le debemos mucho en el aspecto teórico, con los aportes de su oceánica cultura inkaista a las concepciones que desarrollábamos en Warisata.
A Churata le debieron parecer mágicas las canciones warisateñas, entonadas por nuestros niños indios; y fue el primero que comprendió la maravilla de los versos de don Antonio Gonzáles Bravo en el idioma vernáculo. En la “Nota de Redacción” que puso al pie de la crónica de Francisco Villarejos, escribía lo siguiente:
La experiencia educacional de Warisata tiene en Antonio Gonzáles Bravo, noble, rectilíneo y elevado espíritu, al animador insustituible de la conciencia artística de la raza. Por lo demás, la realización del nuevo poema aymara tal como lo siente y concibe Gonzáles, abre una perspectiva ilimitada al poema heroico, didascálico y epopéyico en el cual, algún día cantará el poeta indio la grandeza mosaica de la tierra americana.
Antonio Gonzáles Bravo había sido nombrado profesor de arte musical con una de las nuevas partidas del presupuesto. Fue una de nuestras grandes adquisiciones y su estancia en Warisata le permitió captar la lírica de la región en canciones de la más alta categoría estética. No haremos su panegírico, pues no hace falta en tan eminente boliviano: Warisata encontró en él a su auténtico intérprete en el campo musical, como después lo halló, en el plástico, en Alejandro Mario Illanes. He aquí una de sus canciones:
JAIPU URURI WARAWARA
Jaipu ururi warawara
koma jankko lipipkiri
alajjpachans ajayunsa
collque kjanaña wiyiri
Uru irnak phokask ukaja
jumau jacañ samaraita
chiar purkir arumarusa
jankkomampiu koñachaita
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma mankjaru
Aca jiskka jakañanja
takewa janka tucusi
kjanamasti wiñayawa
jaippunacana warsusi
Jumar untañtan ukaja
chuymar wali kjanau manti
mankjar kotaru uñtatasti
yakja alajjpachjamau kjanti
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma mankjaru
Jaipu ururi warawara
achachil cusisiyiri
wali cauc chchamacpachata
jankko nina nactayiri
Ukjamarakiu kjepatja
yakja jakenacataki
llampu colque willirchita
jacañ sumachañataki
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma manlcjaru.
Cuya traducción es:
AL LUCERO DE LA TARDE
Clara estrella de la tarde
limpia y blanca resplandeces
en el cielo y en nuestra alma
brilladora de la luz de plata.
Cuando se han llenado los trabajos del día
tú haces descansar la existencia
y a la negra noche que llega
con tu blancura la haces suavizar.
Resplandeces intensamente en el infinito
brilladora hermosa dentro del corazón!
En esta vida pequeña
todo luego se acaba
pero tu claridad eternamente
en las tardes se vacía.
Cuando a ti te miramos
en el corazón mucha luz penetra
y adentro como en el lago
otro firmamento refulge.
Resplandeces intensamente!...
Clara estrella de la tarde
alegría de los abuelos
desde los tiempos más remotos
enciendes tu fuego blanco.
Así también después
para otras gentes
derramarás el polvo de plata
para embellecer la vida:
Resplandeces intensamente!...
Los conocedores del idioma aymara apreciarán la extraordinaria belleza de estos versos y su profundísima ternura. Lamento no disponer de la música que los acompañaba, y con la cual la canción flotaba dulcemente en la pampa warisateña. Semejantes son muchas otras obras de Gonzáles Bravo, expresión viva de la tierra y del indio americano (El álbum manuscrito de don Antonio Gonzáles Bravo, con siete canciones, ha sido entrado en 1991 al entonces Ministro de Educación, Mariano Baptista Gumucio, para que éste, a su vez, lo depositara en el Museo Pedagógico. Fue para nosotros una decisión muy difícil, porque nos desprendíamos de un tesoro invalorable (Nota de Carlos Salazar Mostajo).
Continuará...
Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.
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Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.
Partes anteriores de este libro: 08 - 09 - 10 - 11 - 12.
2.- EL DEBER HASTA EL SACRIFICIO DE LA VIDA.
Una gran pérdida sufrió Warisata hallándome en La Paz para reclamar haberes que se nos adeudaba por varios meses: Anacleto Zeballos había cogido una bronconeumonia a cuyos síntomas no hizo caso, manteniéndose en el trabajo corno de costumbre. Pero el hombre no era de hierro y la flaca materia de su cuerpo no tenía la fortaleza de la de su alma: pronto empezaron a manifestarse en él los resultados de su obstinación, y aunque le pidieron que se retirara a descansar, contestaba con energía: “Primero el deber...”. Estaba con sus niños en el jardín, pala en mano, removiendo la tierra. Súbitamente le flaquearon las piernas y cayó al suelo; lo embarcaron en un camión que pasaba rumbo a La Paz, pero ya era tarde; murió en medio camino.
Precisamente en esos instantes yo trataba de entrevistar al Ministro sin haber logrado mi intento. En conocimiento de la desgracia ocurrida, que me sacudió abrumándome de pesar, insistí en mi empeño, y al día siguiente pude hablar con aquella autoridad, a quien relaté lo que había pasado. Su comentario fue el siguiente: “Pero, por qué esta información no me la dio usted ayer; hubiéramos hecho algo para pagar los sueldos”.
Culminaba con esta muerte la serie de padecimientos que habíamos experimentado desde el principio. Anacleto Zeballos, idealista, modesto, valeroso, es decir, con las cualidades del hombre de corazón, es todavía recordado en Warisata por los indios que lo conocieron. Fue la primera víctima en la lucha desigual planteada con el régimen feudal al que tratábamos de destruir para que de sus ruinas aflorara un hombre y una patria nuevos, en el sentido más amplio, como lo dijera Alejandro Lipzchutz en visita que nos hiciera a la escuela. Sea la memoria de Zeballos honrada por el viajero que pase por Warisata y diga: aquí cayó un hombre por cumplir su deber...
Pero también a Félix Zavaleta le estaba señalado su destino: movilizado en el ejército del Chaco, nunca retornó a Warisata. De Zavaleta he de relatar otro hecho que lo pinta tal cual era: a fines de 1932, reuní a los tres maestros: Ibáñez, Zeballos y el menor de ellos, que era Félix. Les agradecí por su labor y la cooperación esforzada que me habían prestado, dando por clausuradas nuestras labores de ese año, para ingresar al período de vacaciones. También les manifesté que, como había mucho trabajo que atender, yo me quedaría en Warisata. A eso, Zavaleta se puso de pie, pidió la palabra y manifestó su voluntad espontánea de renunciar a sus vacaciones para quedarse en Warisata. Este renunciamiento fue seguido por Zeballos y finalmente por Ibáñez. De donde resulta que no hubo vacaciones para nosotros, habiendo quedado suprimidas desde entonces con carácter general. Esta actitud, tan espontáneamente adoptada, señala en realidad la naturaleza misma de la escuela: no se trataba de un mero establecimiento educacional con un período lectivo tras el cual se suspenden las labores; sino que era toda una empresa de carácter económico social, cuyas actividades no pueden interrumpirse ni un solo día. Era otro sacrificio que se exigía a los maestros, o más bien, que éstos realizaban por su cuenta, y como únicas compensaciones, diré que los haberes de los profesores de Warisata eran superiores a los que se percibían en las ciudades, y por otra parte, se logró que el Estado reconociera que los cuatro primeros años de servidos en escuelas indigenales, se computaran por seis para los efectos de antigüedad de los maestros.
Pues bien: en reuniones por mí dirigidas, Zavaleta me pidió la palabra dos veces en su vida: la primera, para decirme: “El pueblo manda y usted obedece’, y la segunda para renunciar a su descanso de dos meses. Pero tiene todavía otra actitud inimitable: al ser llamado bajo banderas, tenía un plazo únicamente de 15 días para presentarse (principios de 1933). Informado de tal hecho, me manifestó que esos quince días los entregaría a la escuela. Prefirió Zavaleta un trabajo rudo a un último descanso que, con todo derecho, debió tomarlo en su casa, al lado de los suyos. Se acuarteló la víspera y partió al día siguiente al Infierno Verde, teatro del holocausto de la juventud boliviana y paraguaya.
Zavaleta me escribió, desde las trincheras, una carta entusiasta y donde revelaba el optimismo de su juventud. Fue la primera y la última. Toda ella era una invocación a los postulados de Warisata: “Esta guerra me está dando nuevo ánimo -me escribía- para volver a ese otro campo de batalla comandado por usted”. No pudo cumplir sus anhelos este hombre que amaba la libertad y que había visto en Warisata la encarnación de sus ideales.
Estos dos ejemplos demostrarán cómo la escuela era una forja real del espíritu: el mismo maestro iba a educarse en su ambiente, a adquirir reciedumbre y esperanza. Y tal surgimiento espiritual se operaba en dimensión hercúlea en el indio, en el cual cada día encontrábamos pruebas de su maravilloso despertar. ¡Qué contraste con la opinión generalizada en torno al indio! Recuerdo que cuando rodeado de masas de fuertes trabajadores levantaba el edificio de la escuela, un culto terrateniente, cuyo nombre figuró más tarde en el Directorio de la Sociedad Rural Boliviana, y que acertó a pasar por allí, se detuvo admirado diciéndome:
— Yo veo con pena, profesor, su generoso impulso; generoso y estéril. ¿Es que no se da usted cuenta que el indio es ineducable? Vea usted —prosiguió señalando dos asnos que cruzaban en ese momento— ¿usted levantaría una escuela para educar esos asnos? El indio es animal ineducable. ¡Usted ara en el mar!
Ese terrateniente era el hombre simbólico de una fauna de americanos que ignoran el fenómeno americano. Sus palabras no eran extrañas. Un ilustre escritor y maestro, me decía:
— Lo que es yo no creo en estos indigenismos... Educar al indio es inútil. El indio es un ser inferior...
Relato todo esto porque sé el valor de esta experiencia de Warisata, destinada a informar no solamente a la América sino a la conciencia de la humanidad, la cual debe dar su voto en favor de un gran pueblo traicionado: el pueblo indio, legado de la gran cultura prehistórica del continente.
Será instructivo que explique este momento del proceso de Warisata, pues revela dos verdades: primero, que el indio es un individuo social de poderosa capacidad representativa, y segundo que ninguna obra de recuperación de los grupos retrasados deberá intentarse con espíritu filantrópico, sino en base de la intervención directa y directiva de las masas sobre las cuales se va a operar. Ya refería cómo mi intención al comienzo era edificar una casa modesta, y que comprobé con asombro que el indio quería una gran escuela, un edificio monumental que pregonara la fuerza y la capacidad propias. Los encargados de conducir los núcleos escolares de la actualidad harían bien en tomar nota de este factor primordial, imitando ahora a México y Perú, donde se ha comenzado a dar intervención al indio en la faena de levantar las escuelas, primer paso para cederle responsabilidad en su conducción, forma insustituible, finalmente, de estimular su sentido de dignidad colectiva, que cobra, en este tipo humano, resultados asombrosos.
Debo recordar todavía un hecho -entre los muchos que podría referir- que acentúa la fuerza que posee la fe del indio en una obra de esta índole. Pedro Rojas, uno de los viejos amautas de Warisata, se me presentó una mañana para decirme con tono compungido:
— Tata, es necesario que vayas a La Paz. Están destruyendo la escuela.
El objetivo que entonces perseguíamos (fines de 1931) era hacer figurar a la escuela en el presupuesto nacional, lo que garantizaría definitivamente su funcionamiento. Tal hecho parecía logrado, y así lo manifesté a Rojas. Pero él insistía una y otra vez, asegurando que algo grave sucedía en la ciudad en contra de la escuela. Yo tenía tanto que hacer, que no pude viajar, con gran contrariedad del buen viejo. Al día siguiente, nueva cantaleta:
— Señor, tata, ve a la ciudad; quizás puedas salvar a la escuela.
Tanta era su insistencia, tan fervoroso el tono del indio, que yo hubiera considerado una traición el no seguir su consejo. Viajé, pues, para comprobar asombrado que la escuela no figuraba en el presupuesto, como lo había dispuesto el Ministro Mercado. Durante veinte días tuve que librar una verdadera batalla para que fuera incluida en el Proyecto que se debía presentar a la Cámara de Diputados. Recién a principios de 1932 logramos nuestro objetivo, y eso gracias a la intervención del señor Canelas, como ya he referido.
Vuelto a Warisata, pregunté a Rojas cómo era que se había informado de lo que sucedía, y me refirió dos sueños, y aunque no creamos en la premonición ni mucho menos, de todas maneras el testimonio es gráfico para señalar la profunda preocupación que el indio sentía por la nueva tarea en que estaba empeñado. Una vida tensa y vigilante había reemplazado a su antiguo y todavía reciente sometimiento ante su destino de esclavo: la escuela le insuflaba un nuevo sentido vital, poderoso y atrayente, que nunca más lo abandonaría, aún en las peores épocas de abatimiento y duda frente al predominio del adversario.
Pero veamos lo que eran los sueños del tata Pedro:
En el primero había visto dos toros, uno negro y otro rojo, que se habían introducido en la clase donde yo trabajaba y me habían perseguido, habiendo logrado yo escapar por una ventana. En el segundo sueño, había visto a la escuela incendiada, amenazado yo de morir entre las llamas.
He aquí cómo el indio anticipaba el drama que diez años después iba a convertirse en realidad: un toro negro, el profesor Donoso Torres, y un toro rojo, Rafael Reyeros, me perseguirían con saña hasta ver destruida totalmente mi obra...
Algún día surgirá una pluma capaz de dar a estos hechos la trascendencia que merecen. Por eso los anoto, porque a través de ellos se revela el espíritu que se estaba creando en la escuela, tanto en los alumnos como en los padres de familia y los maestros. Y quizá sirvan, porque, por más que los elementos negativos hubiesen deseado acabar con todo lo que tuviera que ver con Warisata, ahora podemos decir que hay en Bolivia maestros indígenas preparados en sus aulas, quienes pueden aprovechar de aquellas experiencias.
Y es que, asimismo, la intervención del indio en la escuela no se reduce únicamente a las formas de tuición familiar o de consejo; sino que debe referirse a la misma conducción de todo el proceso educacional del futuro. En mi larga experiencia rural he visto que el profesor indigenal no solamente debe estar provisto de una preparación especial, en medios indígenas y no citadinos, como todavía ocurre hoy; sino que por sobre todo, el maestro de indios no debe pertenecer a las clases tradicionalmente enemigas del aborigen, que fueron por lo general, y me parece que siguen siéndolo, las que proveyeron de maestros a esas escuelas. El educador de indios debe ser indio, o por lo menos, como Zavaleta y Zeballos, debe haber forjado su mentalidad para trabajar, luchar y aún morir por la causa india. No hay aquí un concepto de raza: es una concepción netamente social establecida por la experiencia: enviad a las escuelas de indios a profesores convencidos de los valores indios, si es posible, a indios mismos; si no lo hacéis así, pronto veréis en las escuelas a una nueva casta que se añada a la fauna de los explotadores del indio.
3.- LA CASA DE TODOS LOS HOMBRES.
Warisata había transformado al paisaje, en cuya fisonomía gris detonaba el muro blanco mate y el techo de teja de su edificio. En los jardines florecían amapolas, kantutas, pensamientos y siemprevivas; las margaritas y rosales flanqueaban las avenidas, los arbolillos ya se mostraban desafiando airosamente a los vientos; en la pampa florecía el nuevo espíritu de los indios...
Warisata ya no era el yermo inclemente de antaño. Era un hogar donde se refugiaban cuerpo y espíritu. Había sido el producto del esfuerzo colectivo de todos.
A estas gentes que carecían de toda esperanza y cuya vida no tenía más objeto que vegetar, la escuela debía parecerles algo así como una deidad que los amparaba señalándoles radiantes auroras. La escuela era el producto de sus manos, pero la miraban con la unción con que se contempla a la vieja madre, a la Taika de todos los tiempos. Sin duda, había algo de primitivismo en todo esto: crear algo, y luego atribuir a la cosa creada la propia existencia de uno... Pero en verdad, Warisata se había levantado y flotaba en su ambiente un hálito de vida con el cual cobraba sentido cualquier cosa que emprendiéramos o proyectáramos; había creación, modelación de voluntades y vidas, y todo en el gran conjunto social, en la manifestada solidaridad de las gentes y de las comunidades.
Era TAKKE JAKKEN UTAPA, la casa o el hogar de todas las gentes, frase que en aymara ofrece ricas sugerencias imposibles de ser traducidas; pero era asimismo WARISATT WAWAN CHCHAMAPA, o sea, el esfuerzo de los hijos de Warisata ofrecido a la redención del hombre.
Ambas frases, en bellos caracteres, fueron inscritas más tarde por el artista Mario Alejandro Illanes, en la portada principal del edificio. Encierran la substancia de los principios básicos que sustentaron al Imperio Inkaico en su integración económica y social, en su cohesión política, en su poderío bélico; pues sabido es que las grandes obras del Inkario se realizaron al conjuro de ese principio institucional que demandaba el tributo del trabajo “en un solo esfuerzo” continuado y sostenido, en MA CHCHAMAKI como se dice en aymara. En esto consistía precisamente el colectivismo de los inkas, forma contributiva que la encontramos vigente en Warisata. También en aquellas frases, especialmente en la primera, está contenida otra institución: el ayni, organización cooperativista que ha llegado a la República y que también se revitalizó en Warisata. Sin el ayni nada hubiéramos podido hacer, y más tarde sirvió para extender su acción a otras provincias y otros confines de Bolivia.
Pero era además TAKKE JAKKEN UTAPA como la casa de los desheredados, de los pobres, de los explotados, símbolo vivo de lucha por la justicia y por la libertad, emblema de todas las antiguas rebeldías del indio, jamás extinguidas. Por eso su trascendente fama en lo más alejado de los aledaños patrios y aún extranjeros: a ella acudían los indios de Oruro, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí; los campesinos de Tarija, Santa Cruz y el Beni, los bárbaros de la pampa y de la floresta...
Cuando llegaba alguna comisión, y eso ocurría con muchísima frecuencia, el Parlamento Amauta la acogía con la gravedad característica del hombre altiplánico. Recuerdo con claridad la recepción que se les hizo a los indios de Caiza “D”, de raza quechua, vestidos de uncu, acsu y montera: abrazo de los dos grandes grupos étnicos precolombinos, dispuesto a la común tarea que encabezaba Warisata. Los indios potosinos regresaron a sus lares con la misma circunspección con que habían venido, para realizar en Caiza una obra tan grande como la de Warisata y poseída del mismo espíritu. En muchos otros casos se repitió este sucesivo reencuentro: el viajero indígena, para el que no hay distancias, solía llegar de apartadas regiones sólo para pisar el sagrado suelo y llevar a su aldea el relato de lo que había visto aquí. El llamado de Warisata se oía sacudiendo la fibra más íntima del indio, en donde quiera que éste tuviese su morada.
Desde los tiempos de Tupac Katari, jamás se había producido movilización tan grande como ésta. Y quizá por eso, porque el TAKKE JAKKEN UTAPA despertaba esos ecos libertarios y esos anhelos de justicia, es que fue borrado de nuestras portadas junto con el WARISATT WAWAN CHCHAMAPA, después que el gamonalismo consiguió echarnos de Educación IndigenaL
4.- LA LÍRICA DE WARISATA.
Ya he hablado de la edición que nos dedicara la revista “La semana grafica” el 6 de agosto de 1933, resultado de una visita de dos días que nos hicieran sus redactores. Fue en esa ocasión que conocía a Gamaliel Churata, el gran poeta de “El pez de oro”, ágil y brillante periodista que tanto hizo por la cultura de Bolivia. Churata, pensador, hombre de talento superior y alma generosa, vibró como nadie ante la realidad de aquel despertar indio que tan acorde se mostraba con el espíritu de su propia obra literaria y de sus ideales de justicia. Se entregó a la causa con absoluta determinación y desinterés y luchó por Warisata desde todas las trincheras, haciendo de su pluma ronzal con el que fustigó a no pocos enemigos nuestros. Y, además, le debemos mucho en el aspecto teórico, con los aportes de su oceánica cultura inkaista a las concepciones que desarrollábamos en Warisata.
A Churata le debieron parecer mágicas las canciones warisateñas, entonadas por nuestros niños indios; y fue el primero que comprendió la maravilla de los versos de don Antonio Gonzáles Bravo en el idioma vernáculo. En la “Nota de Redacción” que puso al pie de la crónica de Francisco Villarejos, escribía lo siguiente:
La experiencia educacional de Warisata tiene en Antonio Gonzáles Bravo, noble, rectilíneo y elevado espíritu, al animador insustituible de la conciencia artística de la raza. Por lo demás, la realización del nuevo poema aymara tal como lo siente y concibe Gonzáles, abre una perspectiva ilimitada al poema heroico, didascálico y epopéyico en el cual, algún día cantará el poeta indio la grandeza mosaica de la tierra americana.
Antonio Gonzáles Bravo había sido nombrado profesor de arte musical con una de las nuevas partidas del presupuesto. Fue una de nuestras grandes adquisiciones y su estancia en Warisata le permitió captar la lírica de la región en canciones de la más alta categoría estética. No haremos su panegírico, pues no hace falta en tan eminente boliviano: Warisata encontró en él a su auténtico intérprete en el campo musical, como después lo halló, en el plástico, en Alejandro Mario Illanes. He aquí una de sus canciones:
JAIPU URURI WARAWARA
Jaipu ururi warawara
koma jankko lipipkiri
alajjpachans ajayunsa
collque kjanaña wiyiri
Uru irnak phokask ukaja
jumau jacañ samaraita
chiar purkir arumarusa
jankkomampiu koñachaita
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma mankjaru
Aca jiskka jakañanja
takewa janka tucusi
kjanamasti wiñayawa
jaippunacana warsusi
Jumar untañtan ukaja
chuymar wali kjanau manti
mankjar kotaru uñtatasti
yakja alajjpachjamau kjanti
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma mankjaru
Jaipu ururi warawara
achachil cusisiyiri
wali cauc chchamacpachata
jankko nina nactayiri
Ukjamarakiu kjepatja
yakja jakenacataki
llampu colque willirchita
jacañ sumachañataki
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma manlcjaru.
Cuya traducción es:
AL LUCERO DE LA TARDE
Clara estrella de la tarde
limpia y blanca resplandeces
en el cielo y en nuestra alma
brilladora de la luz de plata.
Cuando se han llenado los trabajos del día
tú haces descansar la existencia
y a la negra noche que llega
con tu blancura la haces suavizar.
Resplandeces intensamente en el infinito
brilladora hermosa dentro del corazón!
En esta vida pequeña
todo luego se acaba
pero tu claridad eternamente
en las tardes se vacía.
Cuando a ti te miramos
en el corazón mucha luz penetra
y adentro como en el lago
otro firmamento refulge.
Resplandeces intensamente!...
Clara estrella de la tarde
alegría de los abuelos
desde los tiempos más remotos
enciendes tu fuego blanco.
Así también después
para otras gentes
derramarás el polvo de plata
para embellecer la vida:
Resplandeces intensamente!...
Los conocedores del idioma aymara apreciarán la extraordinaria belleza de estos versos y su profundísima ternura. Lamento no disponer de la música que los acompañaba, y con la cual la canción flotaba dulcemente en la pampa warisateña. Semejantes son muchas otras obras de Gonzáles Bravo, expresión viva de la tierra y del indio americano (El álbum manuscrito de don Antonio Gonzáles Bravo, con siete canciones, ha sido entrado en 1991 al entonces Ministro de Educación, Mariano Baptista Gumucio, para que éste, a su vez, lo depositara en el Museo Pedagógico. Fue para nosotros una decisión muy difícil, porque nos desprendíamos de un tesoro invalorable (Nota de Carlos Salazar Mostajo).
Continuará...
Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.
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