Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.
Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.
Partes anteriores de este libro: 02 - 03 - 04 - 05 - 06.
6.- UNA CONTRADICCIÓN DE SÁNCHEZ BUSTAMANTE.
La caída del Presidente Siles en 1930 dio nueva oportunidad a Sánchez Bustamante para poner en práctica sus ideas respecto a la educación popular. Lo hizo, como es sabido, con gran energía e inteligencia, y si hemos de ser sinceros, con verdadero espíritu revolucionario. Es autor del Estatuto que concede la autonomía universitaria y crea el Consejo Nacional de Educación, dándole a éste sus normas fundamentales y otorgándole tuición sobre los ciclos primario, secundario y normal, mientras que la educación indigenal y la educación física dependían directamente del Ministerio. Más tarde veremos la importancia de esta última disposición.
El año 1931, siendo Ministro de Educación el señor Bailón Mercado, se creó la Dirección General de Educación Indigenal. Y siempre bajo la inspiración de Sánchez Bustamante, se fundó una Escuela Normal Indigenal en el barrio residencial de Miraflores.
He aquí que, disponiendo de poderes casi dictatoriales en la materia, Sánchez Bustamante no puede, no obstante, aplicar los principios sentados en su Decreto de 1919. No vamos a analizar las razones de tan curiosa contradicción. El caso es que, contra todo lo que había sostenido, en sentido de que las escuelas para indios debían fundarse en “centros de población indígena”, ahora resultaba fundando una escuela indigenal nada menos que en la mismísima ciudad de La Paz, ajena por completo al ambiente nativo. ¿Cedió Sánchez Bustamante al confusionismo en boga, o tuvo serias razones para cambiar tan radicalmente de criterio? No lo sabemos. Pero tal determinación significaba un profundo retroceso con respecto a sus clarísimos postulados de 1919. Y hay que suponer que fueron razones de clase las que impidieron aplicar su Decreto, pues, con esa conciencia tan clara de sus intereses, la feudal-burguesía no podía ver sin temor que se dieran pasos reales en favor del indio. Sánchez Bustamante, abanderado de una serie de reivindicaciones institucionales, universitarias y educativas en general, lo era en tanto no se salieran del orden establecido. Cuando alguna de sus ideas, como las del Decreto de 1919, significaba un peligro, aunque remoto, para el indefinido predominio de los privilegios, entonces el aparato gobernante se daba modos para anularla y dejarla sin efecto.
Al menos, lo que le sucedió a Sánchez Bustamante lo experimentamos nosotros en la prolongada lucha que casi por diez años sostuvimos en Warisata contra todas las fuerzas desplegadas del gamonalismo y la reacción.
CAPITULO II.
GÉNESIS DE WARISATA.
1.- BAILÓN MERCADO Y UNA FRASE HISTÓRICA.
En abril de 1931 fui nombrado Director de la Escuela Normal Indigenal de Miraflores. Mi tarea consistía en preparar maestros para el campo.
El caso es que no pude ocupar el cargo más de quince días, porque descubrí el engaño que la escuela significaba para el país. En concepto mío, era tan sólo una obra de simulación porque estaba ubicada en una zona residencial, completamente ajena al indio, y porque en su alumnado no había un solo muchacho campesino.
La enseñanza que se impartía a los futuros maestros para consagrarlos al magisterio indigenal era absolutamente teórica, libresca e intelectualista, y los alumnos reclutados en las aldeas seguramente que saldrían dispuestos a cualquier empresa menos a la enseñanza en el campo. Así, desde sus comienzos, quedaban defraudados los propósitos, tal vez sinceros, de don Daniel Sánchez Bustamante, y ya entonces se manifestaba, en las escuelas destinadas al indio, la monstruosa farsa del “normalismo”, enfermedad que ha corrompido a toda una generación de maestros bolivianos.
Cuando me percaté de que lo que en realidad se montaba era un semillero de burócratas, y nada dispuesto a complicarme en tan burda comedia, me dirigí al Ministro Mercado diciéndole con toda claridad y franqueza que renunciaba al cargo porque aquella no era una escuela indigenal ni nada por el estilo, constituyendo un engaño al que no iba a contribuir.
Perdóneseme las referencias personales. No tengo más remedio que hacerlo, porque la historia de Warisata es, asimismo, la autobiografía de mi vida. Por ello, sin falsas modestias, he de señalar cuanto tuve que hacer y decir en el proceso de la escuela campesina de Bolivia.
Pues bien, Bailón Mercado, sorprendido por mi actitud, repuso:
— ¿Qué es lo que entonces piensa usted, Pérez?
— Yo pienso —le dije— que la escuela del indio debe estar ubicada en el ambiente indio, allá donde él lucha para no desaparecer; que no debe contraerse únicamente al alfabeto sino que su función debe ser eminentemente activa y hallarse dotada de un evidente contenido social y económico; que los padres de familia deben cooperar a su construcción con su propio trabajo y cediendo tierras como un tributo a la obra de su cultura; que la escuela debe irradiar su acción a la vida de la comunidad y atender al desarrollo armónico y simultáneo de todas las aptitudes del niño en su proceso educativo.
Véase cómo, hace treinta años (el autor ser refiere a 1931, porque el libro está publicado en 1962) ya estaban planteados los puntos principales de aquello que se ha dado en llamar “educación fundamental”, que ahora se aplica en Bolivia como una importación del exterior en cuya génesis no hubiéramos tenido parte...
Probablemente impresionado por el calor que puse en mi respuesta, Bailón Mercado contestó apuntándome con el dedo:
— Eso, eso que está usted pensando, eso vaya usted a hacer.
En esta época de mi vida, rememoro estas palabras y veo cómo una simple frase puede tener un contenido histórico; porque el hecho es que fue en ese instante que quedó creada la escuela campesina de Bolivia. Recibí la respuesta del Ministro con extraña unción y respeto, y algo se conmovió en mi espíritu al sentirme, por fin, destinado a cumplir un mandato tal vez ancestral que dormía en mi sangre.
Inmediatamente partí a la altiplanicie andina en busca de la región más apropiada para levantar la escuela. Me embarqué en un camión, en dirección a Santiago de Huata, y en medio de indios y cholitas meditaba en las palabras de Mercado, que a cada instante volvían a mi memoria:
“Eso, eso que está usted pensando, eso vaya usted a hacer...”
Quería decir que ahora yo era el responsable de una altísima misión histórica, y que era el depositario de la confianza de un hombre en quien, a treinta años de distancia, he de reconocer una excepcional ponderación de espíritu. Ahora, todo dependía de mí, de mi aptitud creadora, de mi capacidad de trabajo. Sin embargo, aún no tenía proyecto alguno “in mente”, y únicamente me guiaba el afán de ubicar las escuelas de indios en pleno ambiente indio; la que más tarde fue una doctrina, un aporte original a la educación del indígena americano, se fue edificando paulatinamente, a medida que íbamos captando enseñanzas de la vida misma del indio, de sus tradiciones y de su cultura.
Llegué a Santiago de Huata, a orillas del lago Titicaca, donde al saberse mi propósito, muchos personajes de la región me buscaron para pedirme que ubicara la escuela precisamente en esa localidad, haciéndome ver las favorables condiciones del clima y la belleza del paisaje. Percatados de que el proyecto no disponía de fondos, ofrecieron gratuitamente una hectárea de tierras en el pueblo, materiales de la región y trabajo gratuito.
Realmente, toda la zona de Santiago de Huata era de grandes atractivos; pero hube de desechar el ofrecimiento, porque yo no buscaba la aldea, hereditaria de los vicios coloniales y republicanos, sino el ayllu donde tendría palpitante la realidad indígena. Además, yo sabía que fundando la escuela en la aldea, habrían de ser los indios quienes la levantarían con su esfuerzo y sudor, para que a continuación la aprovecharan únicamente los hijos de la localidad y otros pueblos mestizos. Hubiera sido caer en el mismo pecado de Miraflores, donde los usufructuarios de la Normal eran los hijos de los gamonales de provincia, que una vez egresados se convertirían en nuevos explotadores del indio agregados a la ya numerosa fauna que vivía del pongueaje y la servidumbre. Yo quería una escuela levantada en medio de los indios, a la que el autóctono le prestara su desinteresado concurso, que pudiera llamarse efectivamente escuela indigenal y cuya misión fuera beneficiar directamente a los indios y a sus hijos.
2.- CÓMO LLEGAMOS A WARISATA, Y FUNDACIÓN DE LA ESCUELA.
Dejando Santiago de Huata, continué mis exploraciones en densas poblaciones como Kalaque, Tiquina, Copacabana y otras. En todas ellas encontré dudas, vacilaciones y desconfianza. ¡No podía ser de otra manera! El gran engañado de siempre, el indio, no podía aceptar de primera intención la propuesta de levantar una escuela no solamente con su trabajo personal sino además con la contribución de adobes, ladrillos y otros materiales de la zona, y sobre todo, con la dotación de tierras.
Me dirigí entonces a Warisata, donde, como he dicho, conocía a Avelino Siñani en 1917. Al pasar por Achacachi, capital de la Provincia Omasuyos, me recibieron las autoridades y vecinos más destacados, haciéndome igual solicitud que los de Santiago de Huata. Respondí que yo buscaba el ayllu, la comunidad indígena, para edificar la escuela; que el Gobierno no disponía de un sólo centavo para tal obra y que buscábamos de momento la cooperación del indio en tierras y trabajo. Expliqué que con tales miras me dirigía a Warisata, situada a doce kilómetros de distancia.
El vecindario me expresó su plena conformidad con el plan expuesto, ofreciéndome su amplia colaboración en todo sentido para poner en marcha la obra. En cuanto a las tierras, se comprometieron a adquirirlas por cuenta de la Municipalidad, en el lugar y extensión que se indicara oportunamente. Como es natural, acepté los ofrecimientos, sin saber que el vecindario de Achacachi sería nuestro más encarnizado enemigo. Hay que decir que sin tardanza, se tomaron todas las medidas para que al día siguiente nos esperara la indiada de Warisata.
Así sucedió. Asistimos a la cita... De entre la gran multitud de indios surgió un hombre, de regular estatura, de evidente ascendencia kolla: era Avelino Siñani. Nos confundimos en abrazo fraterno y solidario. Estábamos sellando nuestro común destino....
Hablé a la multitud en aymara, después de que las autoridades hicieron conocer el objeto de mi visita.
Siñani, a nombre de la comunidad, aceptó todas las condiciones, que eran las mismas que había propuesto en Kalaque y otros lugares. Señalé el sitio en que se edificaría la escuela, y poniéndome de pie sobre un muro que había a la vera del camino, indiqué la extensión de tierras que debían ser donadas por la Municipalidad. Todos estuvieron de perfecto acuerdo.
Volví a la ciudad para informar al Ministro, quien exclamó:
—Pérez ha vuelto con los bolsillos repletos.
Corría el tiempo y ya nos hallábamos a mediados de mayo sin disponer de un centavo. Todas las tentativas para financiar recursos resultaron inútiles, hasta que por fin Bailón Mercado consiguió, no sé cómo, la suma de cinco mil bolivianos destinada en su totalidad al pago de haberes del personal. Para entonces ya estábamos a fines de julio.
El 2 de agosto de 1931 tuvo lugar la fundación de la escuela, fecha, sin duda, de grave recordación para el país. Fue en homenaje a tal acontecimiento que, años más tarde, el Presidente Busch dispuso que el 2 de agosto fuera el “Día del Indio”, actitud seguida por organismos educacionales panamericanos que señalaron la misma fecha como día del indio americano. Posteriormente, se eligió el mismo día para decretar la reforma agraria en Bolivia (2 de agosto de 1953), con la cual se daba fin al régimen feudal, cumpliendo así una de las proyecciones de Warisata.
Ya que nuestro propósito es hacer historia, transcribo aquí el Acta de Fundación de la Escuela, tal como se publicó en “El Diario”, de La Paz, el 2 de agosto de 1936:
“Huarizata a los diez kilómetros de la Villa de la Libertad (ciudad de Achacachi), capital de la Provincia Omasuyos, constituidos el dos de agosto de 1931, a horas once de la mañana, el señor Prefecto y Comandante General del Departamento de La Paz, Dr. Enrique Hertzog, el subprefecto de la Provincia don Juan Silva V., el señor doctor Víctor Andrade, Oficial Mayor del Ministerio de Instrucción Pública, el Presidente de la H. Junta Municipal de Achacachi, señor Claudio Vizcarra Callao, el Vicario Foráneo de la Provincia don Eliseo Oblitas, en nombre del poder Judicial Dr. Justo Durán, el Inspector de Instrucción Indigenal don Juvenal Mariaca, el señor Elizardo Pérez, Director de la Escuela fundada y demás comitiva oficial, se procedió en acto solemne a la inauguración de la Escuela Profesional de Indígenas de Huarizata: el señor Subprefecto de la Provincia inauguró procediendo el señor Vicario Foráneo a la bendición solemne de la piedra fundamental del edificio a construirse para el local de la Escuela, acto que fue apadrinado por el Dr. Enrique Hertzog; el Dr. Andrade, en nombre del Ministerio de Instrucción Pública clausuró el acto.
En fe de lo cual suscriben esta acta en cuatro ejemplares que deben ser guardados: uno en la piedra fundamental, otro en la Junta Municipal de Achacachi, otro en la Subprefectura de la Provincia, y finalmente la última en la Dirección de la Escuela.
(Firman) E. Hertzog, Prefecto del Departamento. - Víctor Andrade, delegado del Ministerio de Instrucción Pública. - Juan Silva V., Subprefecto de Omasuyos. - Claudio Vizcarra Collao, Presidente de la Junta Municipal de Achacachi. - Eliseo Oblitas, Vicario de la Provincia. - Justo Durán, Juez Instructor de Omasuyos. - Juvenal Mariaca, Inspector General de Educación Indigenal de la República. - Elizardo Pérez, Director de la Escuela. - Humberto Mollinedo, Director de las escuelas de Achacachi. - Macario Franco, Munícipe. - Policarpio Saravia. - Angel Ibáñez, Intendente de la Policía de Seguridad. - Juan Monterrey, Actuario Público. - Luis Ariñez C. - Luis Mollinedo, Intendente Municipal. - M. Mollinedo, Presidente de la Junta de Obras Públicas. - Anacleto Zeballos. - Avelino Siñani y Eduardo Ramos, Caciques de la ex-comunidad de Huarizata”.
La nómina de firmantes es curiosa, predominando las autoridades de Achacachi, las cuales probablemente no imaginaban la trascendencia que tenía el acto; pues de haberlo sabido, hubieran procurado que la Escuela se ubicase lo más lejos posible...
3.- VENCIENDO AL MEDIO HOSTIL.
El personal de la naciente escuela era el siguiente:
Director, Elizardo Pérez;
Maestro de carpintería, Quiterio Miranda;
Maestro de mecánica y cerrajería, José de la Riva, y
Maestro de albañilería, Manuel Velasco.
Yo no sé qué ojo tuve para elegir a mis tres compañeros de trabajo; el caso es que nunca en mi vida volví a encontrar tanto tesón, tanta honradez, tanta múltiple eficiencia para el desarrollo de una obra. ¡Recordados sean, y estas páginas sirvan para rendirles homenaje!
El Director tuvo que elegir como vivienda una chujlla (choza) y hacer vida de indio y con el indio, mientras planeaba sus labores y vencía los obstáculos del ambiente. Los maestros de talleres se acomodaron como pudieron.
¡La pampa era hostil! Se trataba de una planicie situada entre el lago Titicaca y la cordillera, cuyos vientos se cruzaban en frecuentes remolinos. El clima era frígido, la planicie inclemente. Y todo dominado por la mole del Illampu, a cuya vista el hombre se recoge en religioso silencio, abrumado por su grandeza y níveo resplandor.
Pronto se percató el Director de Warisata de que había elegido para su labor no precisamente un ayllu, sino un centro latifundista donde no llegaban a una decena los indígenas libres, esto es, pertenecientes al ayllu. Warisata había sido absorbida por la hacienda y funcionaba como territorio sujeto a la explotación de los terratenientes de Achacachi, quienes habían despojado paulatinamente al indio hasta convertirse en dueños de casi toda la zona.
El descubrimiento no le arredró, y por el contrario, lo consideró una suerte, pues de ese modo su acción sería más densa, más virtual y enérgica. Había ido a caer en un lugar donde el problema indígena se ofrecía en sus aspectos más intensos. Convenía, pues, quedarse. Sin embargo, los indios le miraban con recelo, pensando talvez que el nuevo maestro no se diferenciaba gran cosa de los otros que conocían.
Al día siguiente de la fundación inscribimos hasta 150 alumnos para su alfabetización, encargando esa tarea al maestro de la Riva, el mecánico. Habíamos llevado abundante material de enseñanza: cuadernos, silabarios, libros de lectura, reglas, lápices, tiza, plumas, etc., riqueza que deslumbró a los niños indios. El carpintero instaló su taller en una choza y el mecánico puso sus herramientas en otra chujlla junto a la mía. El albañil inició sus labores a la vera del camino, azotado por furioso vendaval. Las herramientas, muy deficientes por cierto, eran de su propiedad. Por último, dijimos a las autoridades indias que desde el día siguiente esperábamos la colaboración de los pobladores del lugar, para lo cual apenas contábamos con dos picos, dos palas y dos carretillas, que yo llevé de mi casa en La Paz.
Así fue cómo empezamos a trabajar, hace treinta años, en el páramo de Warisata. Nada hacía suponer que un día, en el mismo lugar, se alzarían las monumentales construcciones que hoy se ven. En aquella época no existía sino la capilla que se ve en el recodo de la montaña, y junto a ella una chujlla que me servía de Dirección y vivienda. Fue en el recinto de la capilla donde funcionó el primer curso de Warisata, y juzgo yo que nunca hubo una mística tan honda como la que vibraba al escuchar al maestro de la Riva enseñando las primeras letras a los desharrapados. ¡Santidad de otra clase, ciertamente, que venía a llenar los espíritus con un hálito de esperanza y redención!
El día señalado no se presentó un solo indio. El albañil Velasco y yo principiamos la obra. Hicimos el trazo del edificio de acuerdo a un plano que me facilitó la Dirección del Instituto Americano de La Paz, y que corresponde al local que posee sobre la calle Ecuador. Después, nos pusimos a abrir los cimientos.
Transcurrieron los días...
En la soledad de la pampa parecíamos ser los únicos seres vivientes. Los indios no se nos allegaban. Nos hacían sentir nuestro aislamiento y la vida comenzaba a hacérsenos difícil. La Municipalidad de Achacachi no se acordó más de su promesa de dotación de tierras, y lo mismo ocurrió con todos los ofrecimientos antes tan espontáneamente realizados. Mis requerimientos para lograr alguna ayuda no tuvieron resultado alguno. Estábamos al frente de un proyecto que yo adivinaba de gran magnitud, y para llevarlo a cabo no teníamos otro instrumento que una inquebrantable perseverancia. De haber perdido la fe en esos instantes, no se hubiera creado Warisata.
Tuve urgencia de viajar a La Paz por un par de días. A mi regreso, encontré a los tres maestros y a la señora María Romero, esposa del mecánico, esperando un camión a la vera del camino, para restituirse a La Paz. Habían resuelto marcharse en vista de la hostilidad del ambiente y de la aparente inutilidad de los esfuerzos realizados. Tuve que persuadirles de que desistieran de tal propósito, calificando su abandono como una retirada vergonzosa, ya que nuestro deber era mantenernos en el lugar a costa de cualquier sacrificio. Los pobres maestros aceptaron mis palabras y se quedaron, y para que pudieran sobrevivir viajé nuevamente a La Paz para llevarles, de mi despensa, los víveres necesarios. En cuanto al Gobierno, todavía no había pagado un centavo de nuestros haberes.
Así fue cómo, un día a las tres de la tarde, se me presentó Avelino Siñani, cuya ausencia ya me estaba apesadumbrando.
— No tengo tiempo de hablar —le dije— pero ayúdame...
Y así continuamos la labor de poner el cimiento hasta que obscureció.
— Ahora sí— le expresé —podemos hablar.
Después de escucharme atentamente, Avelino me respondió:
— No, tata, no te hemos abandonado a tu suerte. Desde todos los puntos de esta pampa aparentemente desierta miles de nosotros te contemplamos con admiración. Ya saldremos a ayudarte, ten paciencia. Como me dices, sabemos que estás pisando barro, que tus manos ya están encallecidas, que trabajas desde las cinco de la mañana hasta que muere el día. Todo lo sabemos... nada se nos ha pasado desapercibido. Desde los riscos de la montaña, de todas partes, desde nuestras chujllas te observamos. Ten paciencia, tata. Muy pronto las indiadas de esta tierra sagrada llegarán hasta ti. Se levantarán la pampa y las montañas y como un solo hombre la comunidad íntegra estará a tu lado para cumplir su deber y dar de sí todo lo que corresponde. Desde luego, yo vendré desde mañana con mi mujer y mi hijita.
Mientras hablaba, nos envolvió la noche con su negro manto y el viento del Illampu empezó a azotarnos con furor.
Siñani cumplió lo prometido. Acudía al trabajo con toda su familia y dos burritos para el traslado de materiales. En el simpático grupo estaba Tomasita, una pequeñuela de grandes y azorados ojos, hija de Avelino y que, según veremos, hizo también historia.
Continuará...
Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.
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Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.
Partes anteriores de este libro: 02 - 03 - 04 - 05 - 06.
6.- UNA CONTRADICCIÓN DE SÁNCHEZ BUSTAMANTE.
La caída del Presidente Siles en 1930 dio nueva oportunidad a Sánchez Bustamante para poner en práctica sus ideas respecto a la educación popular. Lo hizo, como es sabido, con gran energía e inteligencia, y si hemos de ser sinceros, con verdadero espíritu revolucionario. Es autor del Estatuto que concede la autonomía universitaria y crea el Consejo Nacional de Educación, dándole a éste sus normas fundamentales y otorgándole tuición sobre los ciclos primario, secundario y normal, mientras que la educación indigenal y la educación física dependían directamente del Ministerio. Más tarde veremos la importancia de esta última disposición.
El año 1931, siendo Ministro de Educación el señor Bailón Mercado, se creó la Dirección General de Educación Indigenal. Y siempre bajo la inspiración de Sánchez Bustamante, se fundó una Escuela Normal Indigenal en el barrio residencial de Miraflores.
He aquí que, disponiendo de poderes casi dictatoriales en la materia, Sánchez Bustamante no puede, no obstante, aplicar los principios sentados en su Decreto de 1919. No vamos a analizar las razones de tan curiosa contradicción. El caso es que, contra todo lo que había sostenido, en sentido de que las escuelas para indios debían fundarse en “centros de población indígena”, ahora resultaba fundando una escuela indigenal nada menos que en la mismísima ciudad de La Paz, ajena por completo al ambiente nativo. ¿Cedió Sánchez Bustamante al confusionismo en boga, o tuvo serias razones para cambiar tan radicalmente de criterio? No lo sabemos. Pero tal determinación significaba un profundo retroceso con respecto a sus clarísimos postulados de 1919. Y hay que suponer que fueron razones de clase las que impidieron aplicar su Decreto, pues, con esa conciencia tan clara de sus intereses, la feudal-burguesía no podía ver sin temor que se dieran pasos reales en favor del indio. Sánchez Bustamante, abanderado de una serie de reivindicaciones institucionales, universitarias y educativas en general, lo era en tanto no se salieran del orden establecido. Cuando alguna de sus ideas, como las del Decreto de 1919, significaba un peligro, aunque remoto, para el indefinido predominio de los privilegios, entonces el aparato gobernante se daba modos para anularla y dejarla sin efecto.
Al menos, lo que le sucedió a Sánchez Bustamante lo experimentamos nosotros en la prolongada lucha que casi por diez años sostuvimos en Warisata contra todas las fuerzas desplegadas del gamonalismo y la reacción.
CAPITULO II.
GÉNESIS DE WARISATA.
1.- BAILÓN MERCADO Y UNA FRASE HISTÓRICA.
En abril de 1931 fui nombrado Director de la Escuela Normal Indigenal de Miraflores. Mi tarea consistía en preparar maestros para el campo.
El caso es que no pude ocupar el cargo más de quince días, porque descubrí el engaño que la escuela significaba para el país. En concepto mío, era tan sólo una obra de simulación porque estaba ubicada en una zona residencial, completamente ajena al indio, y porque en su alumnado no había un solo muchacho campesino.
La enseñanza que se impartía a los futuros maestros para consagrarlos al magisterio indigenal era absolutamente teórica, libresca e intelectualista, y los alumnos reclutados en las aldeas seguramente que saldrían dispuestos a cualquier empresa menos a la enseñanza en el campo. Así, desde sus comienzos, quedaban defraudados los propósitos, tal vez sinceros, de don Daniel Sánchez Bustamante, y ya entonces se manifestaba, en las escuelas destinadas al indio, la monstruosa farsa del “normalismo”, enfermedad que ha corrompido a toda una generación de maestros bolivianos.
Cuando me percaté de que lo que en realidad se montaba era un semillero de burócratas, y nada dispuesto a complicarme en tan burda comedia, me dirigí al Ministro Mercado diciéndole con toda claridad y franqueza que renunciaba al cargo porque aquella no era una escuela indigenal ni nada por el estilo, constituyendo un engaño al que no iba a contribuir.
Perdóneseme las referencias personales. No tengo más remedio que hacerlo, porque la historia de Warisata es, asimismo, la autobiografía de mi vida. Por ello, sin falsas modestias, he de señalar cuanto tuve que hacer y decir en el proceso de la escuela campesina de Bolivia.
Pues bien, Bailón Mercado, sorprendido por mi actitud, repuso:
— ¿Qué es lo que entonces piensa usted, Pérez?
— Yo pienso —le dije— que la escuela del indio debe estar ubicada en el ambiente indio, allá donde él lucha para no desaparecer; que no debe contraerse únicamente al alfabeto sino que su función debe ser eminentemente activa y hallarse dotada de un evidente contenido social y económico; que los padres de familia deben cooperar a su construcción con su propio trabajo y cediendo tierras como un tributo a la obra de su cultura; que la escuela debe irradiar su acción a la vida de la comunidad y atender al desarrollo armónico y simultáneo de todas las aptitudes del niño en su proceso educativo.
Véase cómo, hace treinta años (el autor ser refiere a 1931, porque el libro está publicado en 1962) ya estaban planteados los puntos principales de aquello que se ha dado en llamar “educación fundamental”, que ahora se aplica en Bolivia como una importación del exterior en cuya génesis no hubiéramos tenido parte...
Probablemente impresionado por el calor que puse en mi respuesta, Bailón Mercado contestó apuntándome con el dedo:
— Eso, eso que está usted pensando, eso vaya usted a hacer.
En esta época de mi vida, rememoro estas palabras y veo cómo una simple frase puede tener un contenido histórico; porque el hecho es que fue en ese instante que quedó creada la escuela campesina de Bolivia. Recibí la respuesta del Ministro con extraña unción y respeto, y algo se conmovió en mi espíritu al sentirme, por fin, destinado a cumplir un mandato tal vez ancestral que dormía en mi sangre.
Inmediatamente partí a la altiplanicie andina en busca de la región más apropiada para levantar la escuela. Me embarqué en un camión, en dirección a Santiago de Huata, y en medio de indios y cholitas meditaba en las palabras de Mercado, que a cada instante volvían a mi memoria:
“Eso, eso que está usted pensando, eso vaya usted a hacer...”
Quería decir que ahora yo era el responsable de una altísima misión histórica, y que era el depositario de la confianza de un hombre en quien, a treinta años de distancia, he de reconocer una excepcional ponderación de espíritu. Ahora, todo dependía de mí, de mi aptitud creadora, de mi capacidad de trabajo. Sin embargo, aún no tenía proyecto alguno “in mente”, y únicamente me guiaba el afán de ubicar las escuelas de indios en pleno ambiente indio; la que más tarde fue una doctrina, un aporte original a la educación del indígena americano, se fue edificando paulatinamente, a medida que íbamos captando enseñanzas de la vida misma del indio, de sus tradiciones y de su cultura.
Llegué a Santiago de Huata, a orillas del lago Titicaca, donde al saberse mi propósito, muchos personajes de la región me buscaron para pedirme que ubicara la escuela precisamente en esa localidad, haciéndome ver las favorables condiciones del clima y la belleza del paisaje. Percatados de que el proyecto no disponía de fondos, ofrecieron gratuitamente una hectárea de tierras en el pueblo, materiales de la región y trabajo gratuito.
Realmente, toda la zona de Santiago de Huata era de grandes atractivos; pero hube de desechar el ofrecimiento, porque yo no buscaba la aldea, hereditaria de los vicios coloniales y republicanos, sino el ayllu donde tendría palpitante la realidad indígena. Además, yo sabía que fundando la escuela en la aldea, habrían de ser los indios quienes la levantarían con su esfuerzo y sudor, para que a continuación la aprovecharan únicamente los hijos de la localidad y otros pueblos mestizos. Hubiera sido caer en el mismo pecado de Miraflores, donde los usufructuarios de la Normal eran los hijos de los gamonales de provincia, que una vez egresados se convertirían en nuevos explotadores del indio agregados a la ya numerosa fauna que vivía del pongueaje y la servidumbre. Yo quería una escuela levantada en medio de los indios, a la que el autóctono le prestara su desinteresado concurso, que pudiera llamarse efectivamente escuela indigenal y cuya misión fuera beneficiar directamente a los indios y a sus hijos.
2.- CÓMO LLEGAMOS A WARISATA, Y FUNDACIÓN DE LA ESCUELA.
Dejando Santiago de Huata, continué mis exploraciones en densas poblaciones como Kalaque, Tiquina, Copacabana y otras. En todas ellas encontré dudas, vacilaciones y desconfianza. ¡No podía ser de otra manera! El gran engañado de siempre, el indio, no podía aceptar de primera intención la propuesta de levantar una escuela no solamente con su trabajo personal sino además con la contribución de adobes, ladrillos y otros materiales de la zona, y sobre todo, con la dotación de tierras.
Me dirigí entonces a Warisata, donde, como he dicho, conocía a Avelino Siñani en 1917. Al pasar por Achacachi, capital de la Provincia Omasuyos, me recibieron las autoridades y vecinos más destacados, haciéndome igual solicitud que los de Santiago de Huata. Respondí que yo buscaba el ayllu, la comunidad indígena, para edificar la escuela; que el Gobierno no disponía de un sólo centavo para tal obra y que buscábamos de momento la cooperación del indio en tierras y trabajo. Expliqué que con tales miras me dirigía a Warisata, situada a doce kilómetros de distancia.
El vecindario me expresó su plena conformidad con el plan expuesto, ofreciéndome su amplia colaboración en todo sentido para poner en marcha la obra. En cuanto a las tierras, se comprometieron a adquirirlas por cuenta de la Municipalidad, en el lugar y extensión que se indicara oportunamente. Como es natural, acepté los ofrecimientos, sin saber que el vecindario de Achacachi sería nuestro más encarnizado enemigo. Hay que decir que sin tardanza, se tomaron todas las medidas para que al día siguiente nos esperara la indiada de Warisata.
Así sucedió. Asistimos a la cita... De entre la gran multitud de indios surgió un hombre, de regular estatura, de evidente ascendencia kolla: era Avelino Siñani. Nos confundimos en abrazo fraterno y solidario. Estábamos sellando nuestro común destino....
Hablé a la multitud en aymara, después de que las autoridades hicieron conocer el objeto de mi visita.
Siñani, a nombre de la comunidad, aceptó todas las condiciones, que eran las mismas que había propuesto en Kalaque y otros lugares. Señalé el sitio en que se edificaría la escuela, y poniéndome de pie sobre un muro que había a la vera del camino, indiqué la extensión de tierras que debían ser donadas por la Municipalidad. Todos estuvieron de perfecto acuerdo.
Volví a la ciudad para informar al Ministro, quien exclamó:
—Pérez ha vuelto con los bolsillos repletos.
Corría el tiempo y ya nos hallábamos a mediados de mayo sin disponer de un centavo. Todas las tentativas para financiar recursos resultaron inútiles, hasta que por fin Bailón Mercado consiguió, no sé cómo, la suma de cinco mil bolivianos destinada en su totalidad al pago de haberes del personal. Para entonces ya estábamos a fines de julio.
El 2 de agosto de 1931 tuvo lugar la fundación de la escuela, fecha, sin duda, de grave recordación para el país. Fue en homenaje a tal acontecimiento que, años más tarde, el Presidente Busch dispuso que el 2 de agosto fuera el “Día del Indio”, actitud seguida por organismos educacionales panamericanos que señalaron la misma fecha como día del indio americano. Posteriormente, se eligió el mismo día para decretar la reforma agraria en Bolivia (2 de agosto de 1953), con la cual se daba fin al régimen feudal, cumpliendo así una de las proyecciones de Warisata.
Ya que nuestro propósito es hacer historia, transcribo aquí el Acta de Fundación de la Escuela, tal como se publicó en “El Diario”, de La Paz, el 2 de agosto de 1936:
“Huarizata a los diez kilómetros de la Villa de la Libertad (ciudad de Achacachi), capital de la Provincia Omasuyos, constituidos el dos de agosto de 1931, a horas once de la mañana, el señor Prefecto y Comandante General del Departamento de La Paz, Dr. Enrique Hertzog, el subprefecto de la Provincia don Juan Silva V., el señor doctor Víctor Andrade, Oficial Mayor del Ministerio de Instrucción Pública, el Presidente de la H. Junta Municipal de Achacachi, señor Claudio Vizcarra Callao, el Vicario Foráneo de la Provincia don Eliseo Oblitas, en nombre del poder Judicial Dr. Justo Durán, el Inspector de Instrucción Indigenal don Juvenal Mariaca, el señor Elizardo Pérez, Director de la Escuela fundada y demás comitiva oficial, se procedió en acto solemne a la inauguración de la Escuela Profesional de Indígenas de Huarizata: el señor Subprefecto de la Provincia inauguró procediendo el señor Vicario Foráneo a la bendición solemne de la piedra fundamental del edificio a construirse para el local de la Escuela, acto que fue apadrinado por el Dr. Enrique Hertzog; el Dr. Andrade, en nombre del Ministerio de Instrucción Pública clausuró el acto.
En fe de lo cual suscriben esta acta en cuatro ejemplares que deben ser guardados: uno en la piedra fundamental, otro en la Junta Municipal de Achacachi, otro en la Subprefectura de la Provincia, y finalmente la última en la Dirección de la Escuela.
(Firman) E. Hertzog, Prefecto del Departamento. - Víctor Andrade, delegado del Ministerio de Instrucción Pública. - Juan Silva V., Subprefecto de Omasuyos. - Claudio Vizcarra Collao, Presidente de la Junta Municipal de Achacachi. - Eliseo Oblitas, Vicario de la Provincia. - Justo Durán, Juez Instructor de Omasuyos. - Juvenal Mariaca, Inspector General de Educación Indigenal de la República. - Elizardo Pérez, Director de la Escuela. - Humberto Mollinedo, Director de las escuelas de Achacachi. - Macario Franco, Munícipe. - Policarpio Saravia. - Angel Ibáñez, Intendente de la Policía de Seguridad. - Juan Monterrey, Actuario Público. - Luis Ariñez C. - Luis Mollinedo, Intendente Municipal. - M. Mollinedo, Presidente de la Junta de Obras Públicas. - Anacleto Zeballos. - Avelino Siñani y Eduardo Ramos, Caciques de la ex-comunidad de Huarizata”.
La nómina de firmantes es curiosa, predominando las autoridades de Achacachi, las cuales probablemente no imaginaban la trascendencia que tenía el acto; pues de haberlo sabido, hubieran procurado que la Escuela se ubicase lo más lejos posible...
3.- VENCIENDO AL MEDIO HOSTIL.
El personal de la naciente escuela era el siguiente:
Director, Elizardo Pérez;
Maestro de carpintería, Quiterio Miranda;
Maestro de mecánica y cerrajería, José de la Riva, y
Maestro de albañilería, Manuel Velasco.
Yo no sé qué ojo tuve para elegir a mis tres compañeros de trabajo; el caso es que nunca en mi vida volví a encontrar tanto tesón, tanta honradez, tanta múltiple eficiencia para el desarrollo de una obra. ¡Recordados sean, y estas páginas sirvan para rendirles homenaje!
El Director tuvo que elegir como vivienda una chujlla (choza) y hacer vida de indio y con el indio, mientras planeaba sus labores y vencía los obstáculos del ambiente. Los maestros de talleres se acomodaron como pudieron.
¡La pampa era hostil! Se trataba de una planicie situada entre el lago Titicaca y la cordillera, cuyos vientos se cruzaban en frecuentes remolinos. El clima era frígido, la planicie inclemente. Y todo dominado por la mole del Illampu, a cuya vista el hombre se recoge en religioso silencio, abrumado por su grandeza y níveo resplandor.
Pronto se percató el Director de Warisata de que había elegido para su labor no precisamente un ayllu, sino un centro latifundista donde no llegaban a una decena los indígenas libres, esto es, pertenecientes al ayllu. Warisata había sido absorbida por la hacienda y funcionaba como territorio sujeto a la explotación de los terratenientes de Achacachi, quienes habían despojado paulatinamente al indio hasta convertirse en dueños de casi toda la zona.
El descubrimiento no le arredró, y por el contrario, lo consideró una suerte, pues de ese modo su acción sería más densa, más virtual y enérgica. Había ido a caer en un lugar donde el problema indígena se ofrecía en sus aspectos más intensos. Convenía, pues, quedarse. Sin embargo, los indios le miraban con recelo, pensando talvez que el nuevo maestro no se diferenciaba gran cosa de los otros que conocían.
Al día siguiente de la fundación inscribimos hasta 150 alumnos para su alfabetización, encargando esa tarea al maestro de la Riva, el mecánico. Habíamos llevado abundante material de enseñanza: cuadernos, silabarios, libros de lectura, reglas, lápices, tiza, plumas, etc., riqueza que deslumbró a los niños indios. El carpintero instaló su taller en una choza y el mecánico puso sus herramientas en otra chujlla junto a la mía. El albañil inició sus labores a la vera del camino, azotado por furioso vendaval. Las herramientas, muy deficientes por cierto, eran de su propiedad. Por último, dijimos a las autoridades indias que desde el día siguiente esperábamos la colaboración de los pobladores del lugar, para lo cual apenas contábamos con dos picos, dos palas y dos carretillas, que yo llevé de mi casa en La Paz.
Así fue cómo empezamos a trabajar, hace treinta años, en el páramo de Warisata. Nada hacía suponer que un día, en el mismo lugar, se alzarían las monumentales construcciones que hoy se ven. En aquella época no existía sino la capilla que se ve en el recodo de la montaña, y junto a ella una chujlla que me servía de Dirección y vivienda. Fue en el recinto de la capilla donde funcionó el primer curso de Warisata, y juzgo yo que nunca hubo una mística tan honda como la que vibraba al escuchar al maestro de la Riva enseñando las primeras letras a los desharrapados. ¡Santidad de otra clase, ciertamente, que venía a llenar los espíritus con un hálito de esperanza y redención!
El día señalado no se presentó un solo indio. El albañil Velasco y yo principiamos la obra. Hicimos el trazo del edificio de acuerdo a un plano que me facilitó la Dirección del Instituto Americano de La Paz, y que corresponde al local que posee sobre la calle Ecuador. Después, nos pusimos a abrir los cimientos.
Transcurrieron los días...
En la soledad de la pampa parecíamos ser los únicos seres vivientes. Los indios no se nos allegaban. Nos hacían sentir nuestro aislamiento y la vida comenzaba a hacérsenos difícil. La Municipalidad de Achacachi no se acordó más de su promesa de dotación de tierras, y lo mismo ocurrió con todos los ofrecimientos antes tan espontáneamente realizados. Mis requerimientos para lograr alguna ayuda no tuvieron resultado alguno. Estábamos al frente de un proyecto que yo adivinaba de gran magnitud, y para llevarlo a cabo no teníamos otro instrumento que una inquebrantable perseverancia. De haber perdido la fe en esos instantes, no se hubiera creado Warisata.
Tuve urgencia de viajar a La Paz por un par de días. A mi regreso, encontré a los tres maestros y a la señora María Romero, esposa del mecánico, esperando un camión a la vera del camino, para restituirse a La Paz. Habían resuelto marcharse en vista de la hostilidad del ambiente y de la aparente inutilidad de los esfuerzos realizados. Tuve que persuadirles de que desistieran de tal propósito, calificando su abandono como una retirada vergonzosa, ya que nuestro deber era mantenernos en el lugar a costa de cualquier sacrificio. Los pobres maestros aceptaron mis palabras y se quedaron, y para que pudieran sobrevivir viajé nuevamente a La Paz para llevarles, de mi despensa, los víveres necesarios. En cuanto al Gobierno, todavía no había pagado un centavo de nuestros haberes.
Así fue cómo, un día a las tres de la tarde, se me presentó Avelino Siñani, cuya ausencia ya me estaba apesadumbrando.
— No tengo tiempo de hablar —le dije— pero ayúdame...
Y así continuamos la labor de poner el cimiento hasta que obscureció.
— Ahora sí— le expresé —podemos hablar.
Después de escucharme atentamente, Avelino me respondió:
— No, tata, no te hemos abandonado a tu suerte. Desde todos los puntos de esta pampa aparentemente desierta miles de nosotros te contemplamos con admiración. Ya saldremos a ayudarte, ten paciencia. Como me dices, sabemos que estás pisando barro, que tus manos ya están encallecidas, que trabajas desde las cinco de la mañana hasta que muere el día. Todo lo sabemos... nada se nos ha pasado desapercibido. Desde los riscos de la montaña, de todas partes, desde nuestras chujllas te observamos. Ten paciencia, tata. Muy pronto las indiadas de esta tierra sagrada llegarán hasta ti. Se levantarán la pampa y las montañas y como un solo hombre la comunidad íntegra estará a tu lado para cumplir su deber y dar de sí todo lo que corresponde. Desde luego, yo vendré desde mañana con mi mujer y mi hijita.
Mientras hablaba, nos envolvió la noche con su negro manto y el viento del Illampu empezó a azotarnos con furor.
Siñani cumplió lo prometido. Acudía al trabajo con toda su familia y dos burritos para el traslado de materiales. En el simpático grupo estaba Tomasita, una pequeñuela de grandes y azorados ojos, hija de Avelino y que, según veremos, hizo también historia.
Continuará...
Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.
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