Autor: Dimas Fernández-Galiano Ruiz.
Fuente: Revista de Arqueología, Zugarto Ediciones. Madrid. Noviembre. 1991.
La villa de Materno es uno de los descubrimientos arqueológicos recientes de mayor interés en nuestro país (España). Está situada en un pintoresco paraje, de fácil acceso aunque algo retirado de las carreteras actuales, que siguen en esta zona trazados diferentes a los de las vías de época romana. Su conocimiento como lugar arqueológico se produjo en 1983, al descubrirse casualmente un mosaico de rica iconografía que fue levantado y trasladado al museo de Toledo; durante los años siguientes se efectuaron excavaciones sistemáticas ininterrumpidas que dieron como resultado el descubrimiento de la planta completa del edificio de residencia del propietario.
Hasta 1990, diversos equipos se han ocupado de la investigación, la restauración y la conservación de este importante yacimiento.
La villa se edificó sobre los restos de unas construcciones anteriores, del siglo I d.C., aunque en su conjunto puede afirmarse que la mayor parte de las ruinas corresponde a una creación de nueva planta antes que a una remodelación de restos preexistentes. El principal edificio descubierto es la mansión señorial o lugar de residencia del propietario Materno; al igual que el resto de las edificaciones que integran el conjunto, fue construida sobre una terraza limitada por dos torrenteras y ligeramente inclinada hacia el río Guadarrama, que discurre a pocos metros de la casa. Se accedía a ésta desde la parte del río, lo que obligaba al visitante a ascender hacia la mansión, forzándole a observar la construcción desde abajo; este tipo de efecto visual, un tanto escenográfico, se repite en distintos ángulos y espacios de los edificios descubiertos, lo que invita a pensar que la concepción y la realización de todos ellos se llevó a cabo como proyecto unitario en un determinado momento, siguiendo las directrices de un arquitecto o artífice para todo el conjunto.
El complejo de edificaciones constaba de varias construcciones aisladas dedicadas a distintos usos; el objeto de la investigación en el yacimiento es descubrir cada una de estas unidades singulares y estudiar sus usos y características. Los trabajos realizados hasta la fecha se han centrado en dos de estos edificios: la mansión del propietario y una construcción de planta basilical situada en unos cientos de metros de aquélla.
El primero de ellos, dedicado a residencia del señor, ha sido excavado en su práctica totalidad; se trata de una estructura de planta aproximadamente cuadrada, de unos 35 metros de lado, dimensiones moderadas en comparación con las plantas de otros edificios de la misma época y ambiente. Se caracteriza por su concepción coherente y realización unitaria, probablemente resultado de un solo momento constructivo, en lo que se diferencia de muchas de las villae descubiertas en otras partes de España, donde las remodelaciones, refacturas y ampliaciones son frecuentes. La planta cuadrangular del edificio se ordena en torno a un patio central y a un eje que une la puerta de entrada con la habitación principal del fondo. Con toda probabilidad se concibió como residencia para el señor y su familia próxima: cuenta con dos grandes habitaciones de recepción —un oecus y un triclinio— varios cubículos o dormitorios, entre los que destaca el del dueño Materno, un vestíbulo, antesalas, corredores y estancias de paso. La casa tenía todo tipo de comodidades: agua corriente, con sistemas de canalización y desagüe, amplios espacios bien aireados e iluminados; jardines en el exterior de la casa y al interior un patio ajardinado, probablemente rodeado por columnas; calefacción por medio de hipocaustos independientes que permitían calentar cada una de sus partes; habitaciones ricamente decoradas con suelos de mosaico, paredes con incrustaciones de taracea de mármol, o pintadas a la encáustica, columnas y estatuas de mármol y, en el interior de un ábside, una fontana cuyas aguas vertían hacia el patio de la casa.
Desde el punto de vista arquitectónico, la villa siguió un esquema característico de vivienda mediterránea, con habitaciones distribuidas en torno a un patio central, en la que se modificaron algunos cánones constructivos para adaptarlos a las necesidades del uso y de la decoración; en la mansión se han cuidado tanto los aspectos prácticos como los plásticos, y el resultado es un edificio amplio y confortable, barroco en la búsqueda de efectos visuales sorprendentes y en sus juegos de luces y sombras, niveles y volúmenes.
Se ascendía a la mansión desde el río, en una suave pendiente probablemente ajardinada a ambos lados; frente a la fachada, el visitante podía ver un pórtico con cinco arcos flanqueado por dos torreones; al fondo, dos escalones accedían a un vestíbulo circular iluminado cenitalmente por medio de un lucernario; de ahí, se salía a uno de los corredores del patio o peristilo. Este pasillo, como la mayor parte de las habitaciones de la casa, se encontraba pavimentado con mosaico teselado; un pequeño corredor comunicaba las áreas de servicio —cocina, hornos para la calefacción, almacenes— situadas al exterior, con las zonas más nobles y ricamente decoradas de la mansión. Precedido de una especie de antesala, en un ángulo de la construcción se encontraba el dormitorio principal, decorado con un singular mosaico que presentaba a la señora de la casa en un medallón como dama ricamente vestida, rodeada de escenas mitológicas de carácter amatorio: el baño de Diana atendida por sus servidores, con Acteón al fondo comenzando su metamorfosis; Hilas, arrastrado a las profundidades de las aguas por dos ninfas; Píramo convirtiéndose en morera, mientras Tisbe huye de la leona; un caballo asediando a una ninfa, tal vez Amimone. A la entrada de la habitación había una cartela con una inscripción, que nos ha permitido saber los nombres del propietario y del artista que pintó los mosaicos: EX OFICINA MAS —NI / PINGIT HIRINIVS / VTERE FELIX MATERNE / HUNC CUBICVLUM, en un latín lleno de errores que podría traducirse como: “Del taller de Mas... no, lo pintó Hirinio. Que disfrutes este dormitorio, Materno”.
Otra ala del edificio se organiza en torno a una gran sala de recepción, que probablemente sea el oecus de la casa; pese a que este tipo de habitación evoluciona a lo largo del tiempo en formas y usos, puede denominarse así a toda gran estancia centrada en el eje del peristilo y abierta a él. Correspondería al salón de nuestras casas actuales: el lugar donde se recibe a visitas y amigos, se ejerce la hospitalidad, se conversa. En esta casa, se trata de una bellísima pieza a la que se accedía desde el peristilo por medio de dos pequeñas puertas flanqueadas por pequeñas columnas y por un gran portón de doble hoja que abría a una especie de antesala que comunicaba la estancia y el patio. Al fondo de la habitación, un ábside de forma poligonal ligeramente sobreelevado por dos escalones servía de escaño para disponer el sillón desde el que el señor de la casa ofrecería sus audiencias. Este salón estaba ricamente decorado; su antesala tenía un pavimento con figuras de cestos con frutas y flores, cráteras, peces; sus paredes, una decoración de piezas de mármol, pizarra y pórfido en taracea representando arquitecturas; también había incrustadas en la pared placas de mármol con decoraciones geométricas e inscripciones.
Esta habitación estaba pavimentada con uno de los más importantes mosaicos romanos hallados hasta la fecha en España: destaca por el interés de su temática, por su calidad técnica, por su novedad artística y por su excelente estado de conservación. Se ordena en torno a un gran panel de seis metros cuadrados, figurado con una escena con figuras mitológicas: Marte, en pie, con escudo y lanza, en amenazadora actitud; junto a él, Venus indica con un gesto de la mano la figura de Adonis, que desnudo combate a pie contra un gran jabalí; en la parte baja del cuadro, las figuras de dos perros junto a las inscripciones con sus nombres: Leander, Titurus.
Desde la antesala mencionada se accedía por medio de dos escalones a la principal ala del edificio, situada en la parte más elevada del terreno, con habitaciones amplias que se destacarían en altura y que se comunicaban entre sí mediante un gran pasillo rematado con dos ábsides en los extremos. Este ala del edificio tenía dos cubículos en los extremos y dos estancias de forma hexagonal de lados curvos —probablemente bibliotecas— que flanqueaban la principal habitación de la casa, el triclinio o comedor, de planta redondeada, que debió de estar cubierto con una bóveda y calafateado por un sistema de hipocausto. Decoraba su suelo un interesantísimo mosaico, obra de una gran calidad técnica, que su autor firmó junto al umbral de la habitación, cuyo centro presenta un cuadro figurado con la devolución de Briseida a Aquiles, al que Ulises tiende la espada animándole a volver al combate.
Esta gran habitación, al igual que el oecus, requería un espacio amplio para poder acoger a sus invitados, así que el arquitecto modificó el correspondiente pasillo del peristilo compartimentando su sección central y creando una especie de antesala ornada con una exedra donde vertía el agua de una pequeña fontana que mojaba el suelo en este espacio. El mosaico con que se ornamentó esta exedra presenta un busto de Océano, con unas grandes barbas onduladas que representan las olas del mar, rodeado de peces y animales marinos.
Otra serie de habitaciones con exedras completan el ala restante; presentan sistemas de calefacción por hipocausto individuales, de modo que era posible calentar cada habitación dependiendo de las necesidades del uso.
Las estancias a que nos hemos referido son las principales dependencias de la mansión, que parecen haber sido usadas únicamente como residencia para el propietario y su familia: pese a su lujo y amplitud, este edificio no podría albergar cómodamente a más de veinte personas. Faltan en él espacios dedicados a otros usos, normales en este tipo de rica vivienda rural: por ejemplo, los espacios termales, que normalmente aparecen adosados o formando parte del edificio principal en otras villas de la misma época y ambiente cultural. Dado el uso social que se daba a estas dependencias, es lógico pensar que los baños se dispusieron en un edificio independiente del dedicado a vivienda; podemos suponer que este edificio termal se encontraría situado muy probablemente a unos cien metros al norte de la casa excavada, ya que las prospecciones electromagnéticas realizadas en la superficie del terreno para localizar nuevos restos han determinado la existencia de potentes cimientos en este lugar, en cuya superficie se hallan grandes cantidades de restos constructivos, como piedra, ladrillo, placas de pórfido y mármol.
Otra construcción que hemos excavado se conserva parcialmente en pie hasta el nivel del techo, aunque no había sido hasta la fecha identificada como monumento romano: se trata de los restos de la ermita de Santa María de Abajo, situados a unos quinientos metros de la mansión de Materno. Este edificio fue excelentemente construido de nueva planta, en un momento probablemente contemporáneo al de la casa excavada, aunque, al contrario que ésta, no se asienta sobre resto preexistente alguno. No ha sido descubierto en su totalidad, sino tan sólo en unos mil metros cuadrados, tal vez menos de la mitad de su superficie; ello hace difícil determinar el uso a que estaría destinado, aunque no hay que descartar su posible empleo como edificio de recepción o representación. Se caracteriza por la armonía de proporciones, solidez y sobriedad exteriores, que contrastaban con el lujo y el efectismo de su arquitectura interior.
Contaba de un amplio corredor de acceso, probablemente a cielo descubierto, flanqueado por dos pórticos laterales sustentados por columnas de mármol blanco de casi cuatro metros de altura, con capiteles de tipo corintio muy evolucionado; esta especie de corredor columnado, que en planta se presentaba como un espacio basilical dividido en tres naves, descubierta la central, conducía a un segundo cuerpo de edificio cuya sala central, de planta cuadrada, estaba cubierta por una bóveda de ladrillo sobre pechinas, con otras cuatro estancias cuadradas en las esquinas, cubiertas a su vez por sendas bóvedas para repartir el peso de la techumbre de la sala principal. El edificio se ha conservado en pie gracias a su fuerte cimentación rematada en un podio corrido de piedra granítica; tenía paramentos de piedra verdosa en los que se intercalaban verdugadas longitudinales de ladrillo; sus líneas eran austeras, aunque los materiales mixtos de la fachada y las ventanas, de las que se conserva una, le daban cierta gracilidad y ligereza. Al interior, su bóveda central estaba recubierta con un mosaico parietal, cuyas teselas vítreas se han encontrado en gran cantidad en el curso de las excavaciones; los suelos se recubrían con placas de mármol y pórfido de distintas formas y colores, creando composiciones geométricas.
Las excavaciones realizadas hasta el momento en ambos edificios ofrecen ya importantes datos sobre el yacimiento y su evolución histórica, que exponemos a continuación. Con toda probabilidad, las dos construcciones que hemos excavado han sido realizadas en un mismo momento, aproximadamente la segunda mitad del siglo IV, que datos arqueológicos permiten establecer con mayor precisión para la residencia del propietario en el tercer cuarto de dicha centuria. Aunque ambos edificios presentan algunas características constructivas diferentes, al predominar una mayor monumentalidad en la construcción columnada, en general tienen un buen número de rasgos comunes que inclinan a pensar que fueron construidos contemporáneamente. Tal es, por ejemplo, la orientación de sus plantas, el uso abundante de ladrillo, la semejanza de algunos materiales de revestimiento, la monumentalidad, los efectos visuales y de conjunto.
Ambos edificios, sin embargo, sufrieron avatares diferentes, y ello dificulta la comparación entre ellos. Aunque uno y otro parecen haber sido construidos en un mismo momento, como expresión de una misma voluntad y con unos medios económicos abundantes, el edificio columnado debió de tener cierta relevancia en época visigoda —momento al que pertenecen numerosos fragmentos de mármol y piedra tallada descubiertos en las excavaciones— mientras que la vivienda parece haberse hallado en abandono por entonces. Concebida y realizada unitariamente para fines domésticos, parece haber caído pronto en desuso; si llegó a habitarse por el propietario, no lo fue durante mucho tiempo. Al construirla, no se reparó en medios: se buscó la cooperación de varios talleres musivarios, probablemente tres, de los que al menos dos han dejado sus firmas, se encargaron ricos materiales de revestimiento y un lujoso mobiliario: en las excavaciones se han hallado abundantes apliques de metal y de nácar, piezas de hueso tallado, una gran pata de león de pórfido rojo perteneciente a una mesa.
Pero, tras este momento de esplendor, no hay nada que denote un uso intenso de la villa por parte de los propietarios; más bien, el desgaste de ciertas zonas parece concentrarse en aquellos espacios de paso de la servidumbre, más que en las habitaciones propiamente nobles de la edificación. Cuando los mosaicos comienzan a perder teselas, no parece estar ya presente el propietario que los encargó, y simplemente se remiendan con parches de cal a fin de evitar su total destrucción.
UNA ENCRUCIJADA GEOGRÁFICA.
Sorprende que un yacimiento arqueológico de características tan sobresalientes haya pasado inadvertido durante tanto tiempo. Ello ha podido deberse, en parte, a que los restos de edificaciones romanas que todavía se mantienen en pie habían sido considerados como ruinas de arquitectura mudéjar; pero también ha podido influir en este desconocimiento la ubicación de la villa, en un lugar apartado de las vías de comunicación actuales.
Al descubrir este excepcional enclave llevamos a cabo un estudio de la red de vías romanas en la zona compartida entre las actuales provincias de Madrid y Toledo. Un detenido compendio de los vestigios de las calzadas romanas en la comarca establece que Carranque se halla precisamente en una encrucijada de las principales vías de la Meseta. Con seguridad, el yacimiento se encuentra situado junto a la vía que comunicaba la Meseta septentrional con la meridional y que unía Segovia con Toledo, discurriendo en la mayor parte de su trazado junto a la orilla derecha del río Guadarrama. Una segunda vía, de aún mayor importancia que la primera, la principal calzada que atravesaba de Este a Oeste la Península, se cruzaba con la anterior en un lugar próximo, probablemente en el mismo yacimiento. Parece muy verosímil que el yacimiento se relacione con uno de los puntos más buscados de los itinerarios romanos peninsulares, el enclave de Titulcia, que infructuosamente los investigadores han intentado localizar durante más de un siglo. El hallazgo del yacimiento de Carranque ha servido ya para determinar, sin lugar a dudas, el trazado de una importante vía romana, pero también para replantear el problema de la localización de un lugar que, a juzgar por las fuentes, debió de tener excepcional importancia como encrucijada geográfica. El sitio donde se han encontrado los restos arqueológicos es, muy verosímilmente, el indicado en los itinerarios romanos como Titultio TituItiam, y que algunos estudiosos identifican como la misma ciudad de Titulcia y otros como el cruce de caminos próximo a ella que indican los textos itinerarios romanos; en cualquier caso, un yacimiento arqueológico de primer orden para la investigación histórica.
Si un cruce de caminos es importante en cualquier época histórica, en el último siglo del Imperio romano ciertas encrucijadas cobran especial relevancia. Durante el Alto Imperio, en Hispania la red de calzadas soporta uniformemente el peso económico de las distintas ciudades y provincias; pero tras las crisis del siglo III, y como consecuencia de la decadencia urbana, esta red se comba hacia las tierras del centro peninsular, convertidas en grandes extensiones de producción agrícola. La saneada economía de las tierras del interior dará lugar a la creación de una sociedad prefeudal, capitaneada por una nueva aristocracia terrateniente cuyos representantes más destacados en época de Teodosio serán precisamente los miembros del círculo de la familia imperial. En este momento, en que tiene un auge sobresaliente la recogida de impuestos en especie por medio de la anonna, las vías del interior cobran una extraordinaria importancia. Este enclave donde se entrecruzan caminos, a unas cuantas millas de Segovia, de Coca, de Complutum y de la que pronto va a ser capital del reino visigodo, es una encrucijada geográfica de primer orden que puede resolver muchas de las incógnitas históricas del momento y ayudarnos a considerar muchos de los problemas planteados desde una óptica nueva.
UNA ENCRUCIJADA HISTÓRICA.
Un buen número de investigadores parecen aceptar ya que este lugar arqueológico corresponde a un importante cruce de caminos y aunque prácticamente nadie hasta la fecha ha puesto en duda la excepcional importancia de sus restos arqueológicos, existen divergencias en la consideración histórica que merece el yacimiento. En líneas generales, su evolución puede resumirse así: durante los primeros siglos de la Era existen en el sitio unos restos romanos de importancia no bien determinada; en la segunda mitad del siglo IV y como consecuencia de un extraordinario impulso constructivo se reordena el espacio y se realiza una imponente serie de edificios. Aunque la riqueza y relevancia de lo descubierto no dejan lugar a dudas sobre la categoría del propietario, el conocimiento incompleto de su nombre, Materno, deja abierta la posibilidad de identificarlo con un personaje histórico extraordinariamente relevante, Materno Cynegio, familiar del hispano emperador Teodosio. Los edificios han sido construidos rápidamente, casi sin limitación de medios económicos, en un período muy corto. Han intervenido en ellos distintos talleres de artesanos; albañiles, carpinteros, canteros, escultores, musivarios, ebanistas, broncistas, que han construido y decorado los edificios en un tiempo brevísimo. Luego, pasado un tiempo impreciso, aunque no muy largo, tal vez unos diez o quince años, la casa se mantiene en un discreto y creciente estado de abandono. Todo esto, unido a algunos de los datos obtenidos mediante los análisis arquitectónicos, artísticos, arqueológicos —algunas formas de la arquitectura, la inspiración temática de algunos mosaicos, la importación de materiales como el pórfido— invitan a considerar la posibilidad de la identificación de esta villa con una propiedad —no la única ni la más sobresaliente, sino uno de sus varios palacios— del mencionado pariente de Teodosio, cuya influencia en el reinado de este emperador es decisiva mientras ocupa el cargo de prefecto del Pretorio de Oriente, designado por el emperador. La hipótesis es aún más atractiva si pensamos en la proximidad de Coca, ciudad natal del emperador, a poco más de cien kilómetros de la villa siguiendo hacia el norte la vía recientemente descubierta. La conocida riqueza de la familia imperial, la importancia que estos últimos propietarios romanos con cargos en la administración del Imperio concedían a la terra natalis, la aparente contradicción del paganismo de las imágenes con la bien conocida intolerancia de estos magnates hacia las religiones diferentes de la cristiana, hacen de este enclave arqueológico un extraordinario lugar para el estudio del mundo antiguo en un momento en que estas tierras del centro de Hispania son precisamente una de las zonas vitales del Imperio.
UN PROYECTO PARA UN YACIMIENTO.
El yacimiento siguió en uso en época visigoda, probablemente convertido en monasterio; algunos de los edificios suntuarios, tan pomposamente levantados cien años antes, debían de hallarse en ruinas por entonces. El momento de definitivo abandono del lugar sobrevino con la invasión árabe: el principal eje económico de las tierras centrales, la vía Caesaraugusta-Emerita, se convirtió en frontera entre dos reinos enfrentados; el camino que unía norte y sur quedó lógicamente cortado y el lugar, durante la Alta Edad Media, debió de ser poco más que un desordenado montón de ruinas. Algo debió quedar en pie del antiguo conjunto, pues, tras la reconquista de Toledo, Alfonso VII hizo donación a la mitra de Segovia del enclave, que poco más tarde pasaría definitivamente a ser propiedad del obispado de Toledo.
No es necesario insistir en la importancia del yacimiento descubierto: restos arquitectónicos parcialmente en pie hasta el techo, una colección de mosaicos como la que decoraba sus suelos, una singular problemática histórica, unas riquezas monumentales y artísticas que permiten la rehabilitación y la muestra al público de este extraordinario lugar arqueológico. Sin embargo, a medida que transcurren los años, aumenta la inquietud de quienes entienden claramente el excepcional valor de este yacimiento. Tal vez sea oportuno insistir en su importancia retomando las palabras de uno de los grandes maestros que ha tenido la arqueología antigua en nuestro país, Antonio Blanco Freijeiro, como homenaje a su conocimiento y dedicación, precisamente ahora, cuando el mismo concepto de autoridad científica parece hallarse en entredicho y cuando muchas decisiones que afectan al patrimonio arqueológico de los españoles ignoran el valor de lo que administran. Pocos meses antes de su fallecimiento leía una de sus últimas conferencias en el Museo de Mérida, y dedicaba a los mosaicos de Carranque las siguientes palabras: “... en la década de los sesenta, al aparecer el mosaico cosmológico de Mérida, pensamos que ya nada igual, de una importancia equivalente, iba a ofrecernos la arqueología; pero he aquí que, treinta años más tarde, la tierra nos presenta estos magníficos regalos, tan distintos del mosaico emeritense y, al tiempo, tan sugerentes, tan llenos de vida y tan representativos del mundo antiguo. El mosaico de Océano es daliniano... me atrevo a decir que se trata de la mejor representación de este dios hallada hasta la fecha, no sólo en España, sino en el mundo entero...” Quienes tuvimos la fortuna de atender a tan sugestiva conferencia no podemos olvidar su amenidad y su sabiduría mientras comparaba dichos mosaicos con cuadros del Museo del Prado, del Louvre, del Ermitage. Es sorprendente que la tierra nos haya hecho un regalo como los restos arqueológicos de Carranque. Sus mosaicos admiten la comparación con obras maestras de los mejores museos del mundo y, desde su descubrimiento, esta extraordinaria colección de obras artísticas se halla en grave peligro. Han pasado casi diez años desde su aparición; la ya consabida lentitud de la Administración está derivando en simple inepcia, a la hora de proteger y conservar este monumento. Cuando se descubrieron los primeros restos, tanto el Ministerio de Cultura como la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha parecieron tomar conciencia de la importancia del sitio y acordaron descubrir, restaurar y exhibir al público este excepcional conjunto: se tomaron medidas para su protección urgente, se convocó una reunión de especialistas para determinar los métodos más adecuados para salvarlo a largo plazo, se decidió descubrir las ruinas excavadas y restaurar los mosaicos; sin embargo, en los años siguientes, los esfuerzos por salvar y restaurar este enclave han ido fracasando por diversas causas; aunque el Ministerio de Cultura había adquirido el compromiso formal de restaurar y consolidar el conjunto, no ha llegado nunca a cumplir su promesa. La Junta de Comunidades, sobre la que recae la responsabilidad de gestionar adecuadamente la riqueza arqueológica de la región, ha llevado a cabo una política de desiguales resultados en los últimos años: ha costeado las investigaciones y protegido en cierta medida los restos arqueológicos, pero hasta ahora ha fracasado en sus esfuerzos para hacer cumplir al Ministerio el compromiso de restauración adquirido; por el momento, tampoco ha arbitrado los medios para proceder a una consolidación y salvaguarda efectiva de los monumentos. En octubre de 1990, los participantes en el VI Congreso Internacional sobre mosaico antiguo se desplazaron expresamente desde Palencia para visitar los hallazgos de Carranque, haciendo constar su preocupación por el futuro de este excepcional enclave.
La Diputación Provincial de Toledo, ante los sucesivos requerimientos de ayuda para este yacimiento, ha optado hasta ahora por inhibirse, pese a la responsabilidad que la Ley le confiere en materia de protección y custodia de sus bienes culturales. La corporación municipal de Carranque, por el contrario, ha sido coherente en su política de estímulo de las investigaciones y protección de lo hallado, aunque la modestia de sus medios le impide llevar a cabo estos fines con la eficacia deseada.
El caso de Carranque puede servir para reflexionar sobre el estado de la arqueología en el contexto del nuevo panorama político de nuestro país tras la descentralización administrativa. Desde nuestro punto de vista, nuestro patrimonio arqueológico está sufriendo las consecuencias negativas de la responsabilidad compartida entre una serie de instituciones; allí donde la Ley preveía una colaboración y hasta una sana competencia entre las distintas administraciones, estamos asistiendo a situaciones como la presente.
Desde estas páginas que leen gran número de interesados por el mundo de la arqueología, dirijo un llamamiento para que uno de los más importantes yacimientos de la España romana no siga el camino de tantos otros arrasados por la incuria, el desinterés y el abandono. Descuidar nuestra riqueza arqueológica es propio de sociedades bárbaras, es lujo que nuestro país ya no puede permitirse.
Fuente: Revista de Arqueología, Zugarto Ediciones. Madrid. Noviembre. 1991.
La villa de Materno es uno de los descubrimientos arqueológicos recientes de mayor interés en nuestro país (España). Está situada en un pintoresco paraje, de fácil acceso aunque algo retirado de las carreteras actuales, que siguen en esta zona trazados diferentes a los de las vías de época romana. Su conocimiento como lugar arqueológico se produjo en 1983, al descubrirse casualmente un mosaico de rica iconografía que fue levantado y trasladado al museo de Toledo; durante los años siguientes se efectuaron excavaciones sistemáticas ininterrumpidas que dieron como resultado el descubrimiento de la planta completa del edificio de residencia del propietario.
Hasta 1990, diversos equipos se han ocupado de la investigación, la restauración y la conservación de este importante yacimiento.
La villa se edificó sobre los restos de unas construcciones anteriores, del siglo I d.C., aunque en su conjunto puede afirmarse que la mayor parte de las ruinas corresponde a una creación de nueva planta antes que a una remodelación de restos preexistentes. El principal edificio descubierto es la mansión señorial o lugar de residencia del propietario Materno; al igual que el resto de las edificaciones que integran el conjunto, fue construida sobre una terraza limitada por dos torrenteras y ligeramente inclinada hacia el río Guadarrama, que discurre a pocos metros de la casa. Se accedía a ésta desde la parte del río, lo que obligaba al visitante a ascender hacia la mansión, forzándole a observar la construcción desde abajo; este tipo de efecto visual, un tanto escenográfico, se repite en distintos ángulos y espacios de los edificios descubiertos, lo que invita a pensar que la concepción y la realización de todos ellos se llevó a cabo como proyecto unitario en un determinado momento, siguiendo las directrices de un arquitecto o artífice para todo el conjunto.
El complejo de edificaciones constaba de varias construcciones aisladas dedicadas a distintos usos; el objeto de la investigación en el yacimiento es descubrir cada una de estas unidades singulares y estudiar sus usos y características. Los trabajos realizados hasta la fecha se han centrado en dos de estos edificios: la mansión del propietario y una construcción de planta basilical situada en unos cientos de metros de aquélla.
El primero de ellos, dedicado a residencia del señor, ha sido excavado en su práctica totalidad; se trata de una estructura de planta aproximadamente cuadrada, de unos 35 metros de lado, dimensiones moderadas en comparación con las plantas de otros edificios de la misma época y ambiente. Se caracteriza por su concepción coherente y realización unitaria, probablemente resultado de un solo momento constructivo, en lo que se diferencia de muchas de las villae descubiertas en otras partes de España, donde las remodelaciones, refacturas y ampliaciones son frecuentes. La planta cuadrangular del edificio se ordena en torno a un patio central y a un eje que une la puerta de entrada con la habitación principal del fondo. Con toda probabilidad se concibió como residencia para el señor y su familia próxima: cuenta con dos grandes habitaciones de recepción —un oecus y un triclinio— varios cubículos o dormitorios, entre los que destaca el del dueño Materno, un vestíbulo, antesalas, corredores y estancias de paso. La casa tenía todo tipo de comodidades: agua corriente, con sistemas de canalización y desagüe, amplios espacios bien aireados e iluminados; jardines en el exterior de la casa y al interior un patio ajardinado, probablemente rodeado por columnas; calefacción por medio de hipocaustos independientes que permitían calentar cada una de sus partes; habitaciones ricamente decoradas con suelos de mosaico, paredes con incrustaciones de taracea de mármol, o pintadas a la encáustica, columnas y estatuas de mármol y, en el interior de un ábside, una fontana cuyas aguas vertían hacia el patio de la casa.
Desde el punto de vista arquitectónico, la villa siguió un esquema característico de vivienda mediterránea, con habitaciones distribuidas en torno a un patio central, en la que se modificaron algunos cánones constructivos para adaptarlos a las necesidades del uso y de la decoración; en la mansión se han cuidado tanto los aspectos prácticos como los plásticos, y el resultado es un edificio amplio y confortable, barroco en la búsqueda de efectos visuales sorprendentes y en sus juegos de luces y sombras, niveles y volúmenes.
Se ascendía a la mansión desde el río, en una suave pendiente probablemente ajardinada a ambos lados; frente a la fachada, el visitante podía ver un pórtico con cinco arcos flanqueado por dos torreones; al fondo, dos escalones accedían a un vestíbulo circular iluminado cenitalmente por medio de un lucernario; de ahí, se salía a uno de los corredores del patio o peristilo. Este pasillo, como la mayor parte de las habitaciones de la casa, se encontraba pavimentado con mosaico teselado; un pequeño corredor comunicaba las áreas de servicio —cocina, hornos para la calefacción, almacenes— situadas al exterior, con las zonas más nobles y ricamente decoradas de la mansión. Precedido de una especie de antesala, en un ángulo de la construcción se encontraba el dormitorio principal, decorado con un singular mosaico que presentaba a la señora de la casa en un medallón como dama ricamente vestida, rodeada de escenas mitológicas de carácter amatorio: el baño de Diana atendida por sus servidores, con Acteón al fondo comenzando su metamorfosis; Hilas, arrastrado a las profundidades de las aguas por dos ninfas; Píramo convirtiéndose en morera, mientras Tisbe huye de la leona; un caballo asediando a una ninfa, tal vez Amimone. A la entrada de la habitación había una cartela con una inscripción, que nos ha permitido saber los nombres del propietario y del artista que pintó los mosaicos: EX OFICINA MAS —NI / PINGIT HIRINIVS / VTERE FELIX MATERNE / HUNC CUBICVLUM, en un latín lleno de errores que podría traducirse como: “Del taller de Mas... no, lo pintó Hirinio. Que disfrutes este dormitorio, Materno”.
Otra ala del edificio se organiza en torno a una gran sala de recepción, que probablemente sea el oecus de la casa; pese a que este tipo de habitación evoluciona a lo largo del tiempo en formas y usos, puede denominarse así a toda gran estancia centrada en el eje del peristilo y abierta a él. Correspondería al salón de nuestras casas actuales: el lugar donde se recibe a visitas y amigos, se ejerce la hospitalidad, se conversa. En esta casa, se trata de una bellísima pieza a la que se accedía desde el peristilo por medio de dos pequeñas puertas flanqueadas por pequeñas columnas y por un gran portón de doble hoja que abría a una especie de antesala que comunicaba la estancia y el patio. Al fondo de la habitación, un ábside de forma poligonal ligeramente sobreelevado por dos escalones servía de escaño para disponer el sillón desde el que el señor de la casa ofrecería sus audiencias. Este salón estaba ricamente decorado; su antesala tenía un pavimento con figuras de cestos con frutas y flores, cráteras, peces; sus paredes, una decoración de piezas de mármol, pizarra y pórfido en taracea representando arquitecturas; también había incrustadas en la pared placas de mármol con decoraciones geométricas e inscripciones.
Esta habitación estaba pavimentada con uno de los más importantes mosaicos romanos hallados hasta la fecha en España: destaca por el interés de su temática, por su calidad técnica, por su novedad artística y por su excelente estado de conservación. Se ordena en torno a un gran panel de seis metros cuadrados, figurado con una escena con figuras mitológicas: Marte, en pie, con escudo y lanza, en amenazadora actitud; junto a él, Venus indica con un gesto de la mano la figura de Adonis, que desnudo combate a pie contra un gran jabalí; en la parte baja del cuadro, las figuras de dos perros junto a las inscripciones con sus nombres: Leander, Titurus.
Desde la antesala mencionada se accedía por medio de dos escalones a la principal ala del edificio, situada en la parte más elevada del terreno, con habitaciones amplias que se destacarían en altura y que se comunicaban entre sí mediante un gran pasillo rematado con dos ábsides en los extremos. Este ala del edificio tenía dos cubículos en los extremos y dos estancias de forma hexagonal de lados curvos —probablemente bibliotecas— que flanqueaban la principal habitación de la casa, el triclinio o comedor, de planta redondeada, que debió de estar cubierto con una bóveda y calafateado por un sistema de hipocausto. Decoraba su suelo un interesantísimo mosaico, obra de una gran calidad técnica, que su autor firmó junto al umbral de la habitación, cuyo centro presenta un cuadro figurado con la devolución de Briseida a Aquiles, al que Ulises tiende la espada animándole a volver al combate.
Esta gran habitación, al igual que el oecus, requería un espacio amplio para poder acoger a sus invitados, así que el arquitecto modificó el correspondiente pasillo del peristilo compartimentando su sección central y creando una especie de antesala ornada con una exedra donde vertía el agua de una pequeña fontana que mojaba el suelo en este espacio. El mosaico con que se ornamentó esta exedra presenta un busto de Océano, con unas grandes barbas onduladas que representan las olas del mar, rodeado de peces y animales marinos.
Otra serie de habitaciones con exedras completan el ala restante; presentan sistemas de calefacción por hipocausto individuales, de modo que era posible calentar cada habitación dependiendo de las necesidades del uso.
Las estancias a que nos hemos referido son las principales dependencias de la mansión, que parecen haber sido usadas únicamente como residencia para el propietario y su familia: pese a su lujo y amplitud, este edificio no podría albergar cómodamente a más de veinte personas. Faltan en él espacios dedicados a otros usos, normales en este tipo de rica vivienda rural: por ejemplo, los espacios termales, que normalmente aparecen adosados o formando parte del edificio principal en otras villas de la misma época y ambiente cultural. Dado el uso social que se daba a estas dependencias, es lógico pensar que los baños se dispusieron en un edificio independiente del dedicado a vivienda; podemos suponer que este edificio termal se encontraría situado muy probablemente a unos cien metros al norte de la casa excavada, ya que las prospecciones electromagnéticas realizadas en la superficie del terreno para localizar nuevos restos han determinado la existencia de potentes cimientos en este lugar, en cuya superficie se hallan grandes cantidades de restos constructivos, como piedra, ladrillo, placas de pórfido y mármol.
Otra construcción que hemos excavado se conserva parcialmente en pie hasta el nivel del techo, aunque no había sido hasta la fecha identificada como monumento romano: se trata de los restos de la ermita de Santa María de Abajo, situados a unos quinientos metros de la mansión de Materno. Este edificio fue excelentemente construido de nueva planta, en un momento probablemente contemporáneo al de la casa excavada, aunque, al contrario que ésta, no se asienta sobre resto preexistente alguno. No ha sido descubierto en su totalidad, sino tan sólo en unos mil metros cuadrados, tal vez menos de la mitad de su superficie; ello hace difícil determinar el uso a que estaría destinado, aunque no hay que descartar su posible empleo como edificio de recepción o representación. Se caracteriza por la armonía de proporciones, solidez y sobriedad exteriores, que contrastaban con el lujo y el efectismo de su arquitectura interior.
Contaba de un amplio corredor de acceso, probablemente a cielo descubierto, flanqueado por dos pórticos laterales sustentados por columnas de mármol blanco de casi cuatro metros de altura, con capiteles de tipo corintio muy evolucionado; esta especie de corredor columnado, que en planta se presentaba como un espacio basilical dividido en tres naves, descubierta la central, conducía a un segundo cuerpo de edificio cuya sala central, de planta cuadrada, estaba cubierta por una bóveda de ladrillo sobre pechinas, con otras cuatro estancias cuadradas en las esquinas, cubiertas a su vez por sendas bóvedas para repartir el peso de la techumbre de la sala principal. El edificio se ha conservado en pie gracias a su fuerte cimentación rematada en un podio corrido de piedra granítica; tenía paramentos de piedra verdosa en los que se intercalaban verdugadas longitudinales de ladrillo; sus líneas eran austeras, aunque los materiales mixtos de la fachada y las ventanas, de las que se conserva una, le daban cierta gracilidad y ligereza. Al interior, su bóveda central estaba recubierta con un mosaico parietal, cuyas teselas vítreas se han encontrado en gran cantidad en el curso de las excavaciones; los suelos se recubrían con placas de mármol y pórfido de distintas formas y colores, creando composiciones geométricas.
Las excavaciones realizadas hasta el momento en ambos edificios ofrecen ya importantes datos sobre el yacimiento y su evolución histórica, que exponemos a continuación. Con toda probabilidad, las dos construcciones que hemos excavado han sido realizadas en un mismo momento, aproximadamente la segunda mitad del siglo IV, que datos arqueológicos permiten establecer con mayor precisión para la residencia del propietario en el tercer cuarto de dicha centuria. Aunque ambos edificios presentan algunas características constructivas diferentes, al predominar una mayor monumentalidad en la construcción columnada, en general tienen un buen número de rasgos comunes que inclinan a pensar que fueron construidos contemporáneamente. Tal es, por ejemplo, la orientación de sus plantas, el uso abundante de ladrillo, la semejanza de algunos materiales de revestimiento, la monumentalidad, los efectos visuales y de conjunto.
Ambos edificios, sin embargo, sufrieron avatares diferentes, y ello dificulta la comparación entre ellos. Aunque uno y otro parecen haber sido construidos en un mismo momento, como expresión de una misma voluntad y con unos medios económicos abundantes, el edificio columnado debió de tener cierta relevancia en época visigoda —momento al que pertenecen numerosos fragmentos de mármol y piedra tallada descubiertos en las excavaciones— mientras que la vivienda parece haberse hallado en abandono por entonces. Concebida y realizada unitariamente para fines domésticos, parece haber caído pronto en desuso; si llegó a habitarse por el propietario, no lo fue durante mucho tiempo. Al construirla, no se reparó en medios: se buscó la cooperación de varios talleres musivarios, probablemente tres, de los que al menos dos han dejado sus firmas, se encargaron ricos materiales de revestimiento y un lujoso mobiliario: en las excavaciones se han hallado abundantes apliques de metal y de nácar, piezas de hueso tallado, una gran pata de león de pórfido rojo perteneciente a una mesa.
Pero, tras este momento de esplendor, no hay nada que denote un uso intenso de la villa por parte de los propietarios; más bien, el desgaste de ciertas zonas parece concentrarse en aquellos espacios de paso de la servidumbre, más que en las habitaciones propiamente nobles de la edificación. Cuando los mosaicos comienzan a perder teselas, no parece estar ya presente el propietario que los encargó, y simplemente se remiendan con parches de cal a fin de evitar su total destrucción.
UNA ENCRUCIJADA GEOGRÁFICA.
Sorprende que un yacimiento arqueológico de características tan sobresalientes haya pasado inadvertido durante tanto tiempo. Ello ha podido deberse, en parte, a que los restos de edificaciones romanas que todavía se mantienen en pie habían sido considerados como ruinas de arquitectura mudéjar; pero también ha podido influir en este desconocimiento la ubicación de la villa, en un lugar apartado de las vías de comunicación actuales.
Al descubrir este excepcional enclave llevamos a cabo un estudio de la red de vías romanas en la zona compartida entre las actuales provincias de Madrid y Toledo. Un detenido compendio de los vestigios de las calzadas romanas en la comarca establece que Carranque se halla precisamente en una encrucijada de las principales vías de la Meseta. Con seguridad, el yacimiento se encuentra situado junto a la vía que comunicaba la Meseta septentrional con la meridional y que unía Segovia con Toledo, discurriendo en la mayor parte de su trazado junto a la orilla derecha del río Guadarrama. Una segunda vía, de aún mayor importancia que la primera, la principal calzada que atravesaba de Este a Oeste la Península, se cruzaba con la anterior en un lugar próximo, probablemente en el mismo yacimiento. Parece muy verosímil que el yacimiento se relacione con uno de los puntos más buscados de los itinerarios romanos peninsulares, el enclave de Titulcia, que infructuosamente los investigadores han intentado localizar durante más de un siglo. El hallazgo del yacimiento de Carranque ha servido ya para determinar, sin lugar a dudas, el trazado de una importante vía romana, pero también para replantear el problema de la localización de un lugar que, a juzgar por las fuentes, debió de tener excepcional importancia como encrucijada geográfica. El sitio donde se han encontrado los restos arqueológicos es, muy verosímilmente, el indicado en los itinerarios romanos como Titultio TituItiam, y que algunos estudiosos identifican como la misma ciudad de Titulcia y otros como el cruce de caminos próximo a ella que indican los textos itinerarios romanos; en cualquier caso, un yacimiento arqueológico de primer orden para la investigación histórica.
Si un cruce de caminos es importante en cualquier época histórica, en el último siglo del Imperio romano ciertas encrucijadas cobran especial relevancia. Durante el Alto Imperio, en Hispania la red de calzadas soporta uniformemente el peso económico de las distintas ciudades y provincias; pero tras las crisis del siglo III, y como consecuencia de la decadencia urbana, esta red se comba hacia las tierras del centro peninsular, convertidas en grandes extensiones de producción agrícola. La saneada economía de las tierras del interior dará lugar a la creación de una sociedad prefeudal, capitaneada por una nueva aristocracia terrateniente cuyos representantes más destacados en época de Teodosio serán precisamente los miembros del círculo de la familia imperial. En este momento, en que tiene un auge sobresaliente la recogida de impuestos en especie por medio de la anonna, las vías del interior cobran una extraordinaria importancia. Este enclave donde se entrecruzan caminos, a unas cuantas millas de Segovia, de Coca, de Complutum y de la que pronto va a ser capital del reino visigodo, es una encrucijada geográfica de primer orden que puede resolver muchas de las incógnitas históricas del momento y ayudarnos a considerar muchos de los problemas planteados desde una óptica nueva.
UNA ENCRUCIJADA HISTÓRICA.
Un buen número de investigadores parecen aceptar ya que este lugar arqueológico corresponde a un importante cruce de caminos y aunque prácticamente nadie hasta la fecha ha puesto en duda la excepcional importancia de sus restos arqueológicos, existen divergencias en la consideración histórica que merece el yacimiento. En líneas generales, su evolución puede resumirse así: durante los primeros siglos de la Era existen en el sitio unos restos romanos de importancia no bien determinada; en la segunda mitad del siglo IV y como consecuencia de un extraordinario impulso constructivo se reordena el espacio y se realiza una imponente serie de edificios. Aunque la riqueza y relevancia de lo descubierto no dejan lugar a dudas sobre la categoría del propietario, el conocimiento incompleto de su nombre, Materno, deja abierta la posibilidad de identificarlo con un personaje histórico extraordinariamente relevante, Materno Cynegio, familiar del hispano emperador Teodosio. Los edificios han sido construidos rápidamente, casi sin limitación de medios económicos, en un período muy corto. Han intervenido en ellos distintos talleres de artesanos; albañiles, carpinteros, canteros, escultores, musivarios, ebanistas, broncistas, que han construido y decorado los edificios en un tiempo brevísimo. Luego, pasado un tiempo impreciso, aunque no muy largo, tal vez unos diez o quince años, la casa se mantiene en un discreto y creciente estado de abandono. Todo esto, unido a algunos de los datos obtenidos mediante los análisis arquitectónicos, artísticos, arqueológicos —algunas formas de la arquitectura, la inspiración temática de algunos mosaicos, la importación de materiales como el pórfido— invitan a considerar la posibilidad de la identificación de esta villa con una propiedad —no la única ni la más sobresaliente, sino uno de sus varios palacios— del mencionado pariente de Teodosio, cuya influencia en el reinado de este emperador es decisiva mientras ocupa el cargo de prefecto del Pretorio de Oriente, designado por el emperador. La hipótesis es aún más atractiva si pensamos en la proximidad de Coca, ciudad natal del emperador, a poco más de cien kilómetros de la villa siguiendo hacia el norte la vía recientemente descubierta. La conocida riqueza de la familia imperial, la importancia que estos últimos propietarios romanos con cargos en la administración del Imperio concedían a la terra natalis, la aparente contradicción del paganismo de las imágenes con la bien conocida intolerancia de estos magnates hacia las religiones diferentes de la cristiana, hacen de este enclave arqueológico un extraordinario lugar para el estudio del mundo antiguo en un momento en que estas tierras del centro de Hispania son precisamente una de las zonas vitales del Imperio.
UN PROYECTO PARA UN YACIMIENTO.
El yacimiento siguió en uso en época visigoda, probablemente convertido en monasterio; algunos de los edificios suntuarios, tan pomposamente levantados cien años antes, debían de hallarse en ruinas por entonces. El momento de definitivo abandono del lugar sobrevino con la invasión árabe: el principal eje económico de las tierras centrales, la vía Caesaraugusta-Emerita, se convirtió en frontera entre dos reinos enfrentados; el camino que unía norte y sur quedó lógicamente cortado y el lugar, durante la Alta Edad Media, debió de ser poco más que un desordenado montón de ruinas. Algo debió quedar en pie del antiguo conjunto, pues, tras la reconquista de Toledo, Alfonso VII hizo donación a la mitra de Segovia del enclave, que poco más tarde pasaría definitivamente a ser propiedad del obispado de Toledo.
No es necesario insistir en la importancia del yacimiento descubierto: restos arquitectónicos parcialmente en pie hasta el techo, una colección de mosaicos como la que decoraba sus suelos, una singular problemática histórica, unas riquezas monumentales y artísticas que permiten la rehabilitación y la muestra al público de este extraordinario lugar arqueológico. Sin embargo, a medida que transcurren los años, aumenta la inquietud de quienes entienden claramente el excepcional valor de este yacimiento. Tal vez sea oportuno insistir en su importancia retomando las palabras de uno de los grandes maestros que ha tenido la arqueología antigua en nuestro país, Antonio Blanco Freijeiro, como homenaje a su conocimiento y dedicación, precisamente ahora, cuando el mismo concepto de autoridad científica parece hallarse en entredicho y cuando muchas decisiones que afectan al patrimonio arqueológico de los españoles ignoran el valor de lo que administran. Pocos meses antes de su fallecimiento leía una de sus últimas conferencias en el Museo de Mérida, y dedicaba a los mosaicos de Carranque las siguientes palabras: “... en la década de los sesenta, al aparecer el mosaico cosmológico de Mérida, pensamos que ya nada igual, de una importancia equivalente, iba a ofrecernos la arqueología; pero he aquí que, treinta años más tarde, la tierra nos presenta estos magníficos regalos, tan distintos del mosaico emeritense y, al tiempo, tan sugerentes, tan llenos de vida y tan representativos del mundo antiguo. El mosaico de Océano es daliniano... me atrevo a decir que se trata de la mejor representación de este dios hallada hasta la fecha, no sólo en España, sino en el mundo entero...” Quienes tuvimos la fortuna de atender a tan sugestiva conferencia no podemos olvidar su amenidad y su sabiduría mientras comparaba dichos mosaicos con cuadros del Museo del Prado, del Louvre, del Ermitage. Es sorprendente que la tierra nos haya hecho un regalo como los restos arqueológicos de Carranque. Sus mosaicos admiten la comparación con obras maestras de los mejores museos del mundo y, desde su descubrimiento, esta extraordinaria colección de obras artísticas se halla en grave peligro. Han pasado casi diez años desde su aparición; la ya consabida lentitud de la Administración está derivando en simple inepcia, a la hora de proteger y conservar este monumento. Cuando se descubrieron los primeros restos, tanto el Ministerio de Cultura como la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha parecieron tomar conciencia de la importancia del sitio y acordaron descubrir, restaurar y exhibir al público este excepcional conjunto: se tomaron medidas para su protección urgente, se convocó una reunión de especialistas para determinar los métodos más adecuados para salvarlo a largo plazo, se decidió descubrir las ruinas excavadas y restaurar los mosaicos; sin embargo, en los años siguientes, los esfuerzos por salvar y restaurar este enclave han ido fracasando por diversas causas; aunque el Ministerio de Cultura había adquirido el compromiso formal de restaurar y consolidar el conjunto, no ha llegado nunca a cumplir su promesa. La Junta de Comunidades, sobre la que recae la responsabilidad de gestionar adecuadamente la riqueza arqueológica de la región, ha llevado a cabo una política de desiguales resultados en los últimos años: ha costeado las investigaciones y protegido en cierta medida los restos arqueológicos, pero hasta ahora ha fracasado en sus esfuerzos para hacer cumplir al Ministerio el compromiso de restauración adquirido; por el momento, tampoco ha arbitrado los medios para proceder a una consolidación y salvaguarda efectiva de los monumentos. En octubre de 1990, los participantes en el VI Congreso Internacional sobre mosaico antiguo se desplazaron expresamente desde Palencia para visitar los hallazgos de Carranque, haciendo constar su preocupación por el futuro de este excepcional enclave.
La Diputación Provincial de Toledo, ante los sucesivos requerimientos de ayuda para este yacimiento, ha optado hasta ahora por inhibirse, pese a la responsabilidad que la Ley le confiere en materia de protección y custodia de sus bienes culturales. La corporación municipal de Carranque, por el contrario, ha sido coherente en su política de estímulo de las investigaciones y protección de lo hallado, aunque la modestia de sus medios le impide llevar a cabo estos fines con la eficacia deseada.
El caso de Carranque puede servir para reflexionar sobre el estado de la arqueología en el contexto del nuevo panorama político de nuestro país tras la descentralización administrativa. Desde nuestro punto de vista, nuestro patrimonio arqueológico está sufriendo las consecuencias negativas de la responsabilidad compartida entre una serie de instituciones; allí donde la Ley preveía una colaboración y hasta una sana competencia entre las distintas administraciones, estamos asistiendo a situaciones como la presente.
Desde estas páginas que leen gran número de interesados por el mundo de la arqueología, dirijo un llamamiento para que uno de los más importantes yacimientos de la España romana no siga el camino de tantos otros arrasados por la incuria, el desinterés y el abandono. Descuidar nuestra riqueza arqueológica es propio de sociedades bárbaras, es lujo que nuestro país ya no puede permitirse.
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