domingo, 5 de junio de 2011

La vida después de la muerte

Fuente: “Enciclopedia Popular”. Editores Asociados S. A. Buenos Aires. Abril. 1992.

Por primera vez, y con máximo rigor, la ciencia estudia las sensaciones que se producen al filo de la muerte. No por casualidad –seguramente– esas conclusiones tienen demasiadas vinculaciones con posiciones teológicas y filosóficas desarrolladas desde los albores de la humanidad. ¿Qué ocurre al morir? La pregunta madre de la vida –si se permite esta calificación– arroja ahora reflexiones sorprendentes y abre nuevas puertas que aclaran aunque más no sea un poco, el gran misterio de los misterios.
Millones de años han pasado, y llega el siglo XXI –todo así lo indica– sin que los humanos hayan podido explicar los principios de la vida y, menos aún, los misterios de la muerte. Los pocos huesos dispersos de los pueblos primitivos revelan que las inquietudes por el “más allá” son antiguas y hoy sobran testimonios –únicas pruebas– de personas que regresaron de otra vida: Yo estuve muerto durante varios minutos, afirman con palabras estremecedoras.
En la sepultura más remota, la de un hombre de Neandertal, el cuerpo está encorvado en una cavidad del suelo con una pata de bisonte a su lado: Serviría de alimento durante su viaje a la otra vida.
Los restos de Homo Sapiens encontrados en cavernas indican que hace 20.000 años los muertos eran sepultados en una cueva que utilizaban como “vivienda”. Alrededor, muy cerca, había provisiones de comida y bebida. En Monte Carlo, las sepulturas de Grimaldi incluían brazaletes, huesos y conchillas: los muertos eran vestidos para la “nueva vida”. Desde la Biblia, El Corán, El Talmud y El Libro Tibetano de los Muertos hasta el Libro Egipcio de los Muertos, Los Vedas Hindúes y todas las grandes doctrinas religiosas de la humanidad, hay una repetición inquietante: el concepto de vida después de la muerte.
Una rama de la Medicina, la Tanatología (del griego tanatos: muerte y logos: estudio) estudia los casos de “resurrecciones” y aporta la frialdad científica a cuestiones religiosas y filosóficas: los “viajeros” a la otra vida estuvieron clínicamente muertos. Pero los relatos de experiencias en otras dimensiones varían según las enseñanzas de cada religión. En el cielo musulmán hay caballos; en el católico hay ángeles y coros celestiales; en el hindú, serpientes y dioses, por ejemplo. Pero un punto es común: todo es luminoso y tranquilo en el “más allá”; todo es bondad y conocimiento. Así lo describieron todos los que viajaron por un túnel, se deslumbraron con Buda, pusieron los pies en el Olimpo o se sentaron al lado del Profeta y, entre otros paraísos, comprendieron su karma.
Las coincidencias generales no alejan las diferencias de actitudes del hombre oriental y occidental con respecto a la muerte. En nuestro lado, a pesar de la promesa teológica de un paraíso o un infierno, la idea de un final físico aterroriza, algo que en Oriente no ocurre. Kipling, famoso escritor británico-hindú, lo explica basado en el concepto de certeza absoluta de un nuevo principio: Ellos no temen a la muerte, pero sí a la tortura –dice–; exactamente al revés de lo que ocurre con los británicos.
La creencia en la supervivencia después de la muerte colabora para forjar el sentido de responsabilidad de una persona con respecto a su conducta en la “vida terrestre”. Si esto se acompaña con la idea de que existe un juicio “post mortem”, aparecen las dos creencias vinculadas estrechamente en las doctrinas del zoroastrismo, del judaísmo farisaico, del cristianismo, del Islam y también del culto de Osiris de la religión del Egipto faraónico. Cualquiera que se incline por estas cinco religiones, creerá que sus actos en la vida terrenal decidirán su futuro en la eternidad.
Sucede también –y las fronteras religiosas se hacen endebles– que la creencia en la inmortalidad ofrece, indudablemente, una gran consuelo a todos los que fueron despojados de la compañía de un ser querido en la Tierra. La angustia de la separación irreversible se calma con la seguridad de que la despedida es sólo temporaria.
Hay dos culturas que, en particular, demostraron interés por la muerte y lo que continúa: los antiguos egipcios y los tibetanos. Según los sacerdotes, había una continuación de la consciencia después de la muerte física. Se desarrollaron entonces rituales –detallados y complejos– para aliviar el tránsito del fallecido hacia el “más allá”. Tanto que se confeccionaron ciertas guías de viaje para el alma, como las han definido algunos observadores escépticos. Se trataba, nada más, de enseñanzas que se conocieron en Occidente como Libros de los Muertos egipcio y tibetano, precisamente.
El Libro de los Muertos egipcio lo componen oraciones, hechizos mágicos, conjuros y cuentos mitológicos que se relacionan con la muerte y otra vida siguiente. Se conocían estos textos funerarios como Pert em hru, lo que las distintas traducciones señalaron luego como “La llegada del día” o “La manifestación de la luz”. El contenido es complejo, pero muy directo en su esencia: señala un histórico conflicto entre tradiciones religiosas. Una, la de los sacerdotes del dios Sol, Amon-Ra; otra, los seguidores de Osiris.
Los escritos subrayan con énfasis el papel del dios Sol y su divino séquito. El conocimiento de las fórmulas sagradas que ofrecía –según se pensaba entonces– proporcionaba a los muertos “medios mágicos” para disfrutar de una vida eterna que presidía el dios Sol. Paralelamente, los textos se ocupan de Osiris, un antiguo dios mortuorio. Según la leyenda, fue asesinado por su hermano Set y resucitado por sus dos hermanas, Isis y Neftis. Regresó a la vida y se convirtió en el soberano del otro mundo. Esta tradición, obviamente, identificaba al difunto con Osiris y la persona podía entonces ser devuelta a la vida, aunque no se sabía cuándo ni cómo.
Amón-Ra, el dios del Sol, realizaba viajes de día y de noche. Era en las horas nocturnas, justamente, cuando viajaba al otro mundo o Tuat. Esta “región” se dividía en tres y había en cada una de ellas una barrera protegida por tres dioses guardianes que representaban peligros específicos para cada uno de los “viajeros” al otro mundo.
Había lugares de fuego abrazador: allí los vapores y las altísimas temperaturas destruían la boca y la nariz, mientras seres terroríficos y criaturas fantasmagóricas amenazaban y debían ser vencidos. El enemigo supremo del Sol era la serpiente gigante Apep –encarnación de Set, hermano de Osiris– la que intentaba constantemente devorar el disco solar.
El reino de Osiris era una zona del Tuat llamada Sekhet Aaru. El difunto debía superar ciertas pruebas para ser admitido allí. Por ejemplo ser enjuiciado en el Salón de las Dos Verdades: en un platillo de la Gran Balanza se colocaba el corazón; en el otro, la pluma de la Diosa de la Justicia, Maat. Un dios con cabeza de chacal, Anubis, manejaba la balanza, mientras un escriba registraba el veredicto. El monstruo devorador de almas (Anemet) esperaba para tragarse a los culpables. Tenía cabeza y cuerpo que eran una combinación de cocodrilo, león e hipopótamo.
Siempre, la travesía era peligrosa. Solo el dios Sol recorría el Tuat sin riesgos: su renacimiento exitoso era evidente cada mañana con la salida del Sol por el Este. Los seguidores del dios Sol sostenían que la meta para alcanzar en la otra vida era unirse a la “tripulación solar” y acompañar al Sol en su eterno viaje. Los adeptos de Osiris decían que el viaje solar sólo era un medio para llegar al territorio de Dios-Rey, donde eran sometidos a juicio y se quedaban eternamente.
La cultura tibetana –lo mismo que la egipcia antigua– indica que morir será algo plenamente consciente, lo mismo que vivir: hora, lugar y circunstancias de muerte no son casualidad. Es el momento en que se transfiere el espíritu y el cuerpo pasa a formar parte de todos los elementos. No quedan rastros de él. Esto se conoce como la Gran Transferencia. Mas común era lo denominado como el Cuerpo del Arco Iris. En este caso siete días después de la muerte quedaban solamente las uñas y el pelo del fallecido: las impurezas. Como la liberación no se alcanzaba en vida, había que conocer las oportunidades para lograrla después de morir. Se estudia entonces el Libro de los Muertos.
Estos textos se basan claramente en una tradición oral. Padma Sambhava, introductor del budismo en el Tibet, lo transcribió en el siglo VIII. También se lo conoce como el Bardo Thödol y es una guía de los estados intermedios entre la muerte y el renacimiento. Contiene información específica. Por ejemplo, la duración de la estada en distintos estados de conciencia. Su objetivo es que el fallecido reconozca como oportunidades de liberación los estados con los que se familiarizó durante sus prácticas.
Los testimonios de testigos occidentales que “volvieron” de la muerte guardarán algunas similitudes con algunos párrafos del Bardo Thödol. En su primera parte describe una visión cegadora que tiene el difunto. En ese momento podrá adquirir la liberación si la fuerte intensidad no le intimida. Si por falta de práctica pierde la oportunidad, tendrá otra más tarde. Si tampoco lo acompaña la suerte, atravesarán experiencias más complicadas.
Vendrá luego la Experiencia de la Realidad, cuando se encuentran una serie de dioses en el camino al otro mundo: están envueltos en luces de colores brillantes. La atracción hacia ellas facilita el renacimiento. Si se pierden las oportunidades en estas dos etapas, se experimenta la sensación de un cuerpo que no está compuesto de materia, sino dotado de libres movimientos y con la habilidad de traspasar objetos sólidos. La “historia” del fallecido (faltas y méritos) determinará sus desgracias o desdichas. Los que hayan acumulado negatividades serán torturados en enfrentamientos con animales de presa o fuerzas furiosas de la Naturaleza. Los que arrastren méritos, disfrutarán de placeres.
Los libros de los Muertos Egipcio y Tibetano son, sin dudas, los más conocidos, pero existen similares en otras tradiciones. Hay textos hindúes, musulmanes, budistas chino y japonés y el mesoamericano. Todos estos tienen equivalentes en Occidente. En muchos países europeos –Austria, Alemania, Francia e Italia, en especial– tuvieron difusión unas obras denominadas, hacia el final de la Edad Medía, como “Ars Moriendi” (El Arte de Morir). La primera parte consiste en libros que orientan con respecto a la forma de conducir a los muertos en su último viaje; la segunda, en reflexiones acerca de la importancia de la muerte para la vida.
Los manuales de muerte medievales coinciden en que es fundamental ofrecer al moribundo la disposición correcta y no crear expectativas falsas de recuperación. Es decir, apoyarlo para afrontar y aceptar la muerte: es primordial enfrentarse a la muerte con valor, aclaran.
Los textos de “Ars Moriendi” –en su segunda parte– subrayan la importancia que tiene para la vida el ser consciente de la muerte y entenderla. Se destaca la “impermanencia” de la existencia y la insignificancia de todos los objetivos en la Tierra. Más de una vez, los científicos occidentales vieron en esta impermanencia –graficada en la contemplación de la muerte y el desprecio por el mundo– síntomas de patología social.

EXPERIENCIAS DE MUERTE SIN MUERTE.
En los años 90, la película “Línea Mortal” (un grupo de médicos que, científicamente, viajan a la muerte y retornan) no ha hecho más que exponer lo que la Humanidad experimenta desde sus albores: visitar el reino de los muertos y regresar. El más antiguo ejemplo es el fenómeno del chamanismo.
Las pruebas de iniciación de los chamanes siberianos y uralaltaicos consistían en un profundo encuentro con la muerte. Durante su “enfermedad de iniciación” permanecían durante una semana en algún lugar solitario en un estado cercano a la muerte. Durante este período –decían– realizaban un viaje al otro mundo y recibían ataques de demonios y espíritus ancestrales, además de estar expuestos a extremas torturas. Los detalles varían según las tribus, pero todos coinciden en el horror. Cuando el chamán quedó reducido a un esqueleto, recibe carne y sangre nuevas y experimenta vuelos mágicos a las regiones celestiales por medio de un arco iris. Durante el proceso de muerte y renacimiento, recibe poderes sobrenaturales e instrucciones de seres semidivinos con formas humanas o animalescas. Los chamanes se convierten en sanadores, videntes y sacerdotes que acompañan las almas de los muertos hacia otros mundos.
Los ritos asirio-babilónicos de Tammuz e Ishtar –originados antes deI 4.000 a.C.– son uno de los primeros ejemplos de alegorías de muerte de un dios. Se refieren a la historia de una diosa madre (Ishtar) que desciende al mundo de los muertos para buscar el elixir sagrado que habrá de volver a la vida a su hijo y a su marido, Tammuz. Este tipo de leyendas abundaban en la Grecia antigua y países vecinos. Los cultos a Orfeo y Dionisio y los misterios de Atis y Adonis comparten la misma base en las leyendas: la muerte y el renacimiento. En religiones como el mitraísmo y el hermetismo y lugares como India, Tíbet y Escandinavia hay ritos parecidos, lo mismo que en algunas tribus africanas y sociedades de tiempos precolombinos.
En culturas de todas las épocas hubo también los llamados ritos de paso, cultos en los que participan grupos sociales y consisten en una gran transformación en épocas de transición biológica importantes. En su libro titulado “Más allá de la muerte”, Stanislav y Christina Grof citan a Van Gennep como el primer investigador encargado de definir y describir estos ritos. Primero, en la etapa de la separación, se aísla a los iniciados durante semanas o meses. Mediante canciones, danzas, leyendas y mitos relacionados con el extraño territorio al que entrarán, aprenden todo lo necesario. La segunda etapa, la de transición, se utilizan técnicas mediante las que se altera la mente: privación de sueño, ayuno, dolor, presión física y psíquica. Se sufren períodos de confusión, angustia y caos. Se sale de este proceso con una sensación de renacimiento. La denominada incorporación (tercera fase) implica la reintegración a la comunidad del individuo transformado. Tendrá una nueva misión. La intensidad de la experiencia muerte-renacimiento terminará el antiguo papel social y permitirá iniciar y asumir el nuevo. Todos estos encuentros con la aniquilación prepararán también para la muerte y la conclusión de que los períodos de destrucción no suponen el fin sino la transición.
En las creencias africanas aparece el concepto de un alma múltiple. Al morir, una de sus partes iría al otro mundo; la otra, permanecería cerca de las reliquias físicas. A principios de siglo, se hacía lo posible para disuadir al muerto de que regresara. El cuerpo era sepultado con algunos sacrificios y una ceremonia de despedida. Se lo inhumaba de cara hacia el lado opuesto de la aldea: debían mantenerse aparte.
Pero en otras zonas de África los muertos eran recordados afectuosamente y se levantaban imágenes para que pudieran retornar, habitarlas provisoriamente y convivir de este modo con sus descendientes. Este es uno de los casos de “alma múltiple”: la persona está dentro de la imagen, pero los nativos suponen que habría un fantasma suelto y que la verdadera alma está en las alturas, en un mundo feliz. Estas creencias abundan hoy todavía en la costa occidental del África y en el Sudán, al sur del Sahara y también en el Congo.
En los pueblos de Indonesia –que no fueron convertidos ni al hinduismo ni al Islam– se cree que hay un universo de criaturas espirituales en el que las almas son recordadas y recuerdan la vida. Al morir la persona muere el alma externa, pero puede permanecer en el mundo de los espíritus e inspirar a los chamanes. Tiene las mismas condiciones vitales –aseguran– que la semilla de arroz, que permanece en un canasto –seca– hasta que la siembran. También el alma puede reencarnarse y, con frecuencia, en un animal como el tigre, tan temido y respetado.

CÓMO ENFRENTAR A LA MUERTE.
En el México actual la muerte ocupa un sitio particular. Entre los de origen indio, las almas regresan por alimento el día de los muertos, es decir los 1 de noviembre. Se cuece entonces un pan especial y en algunas aldeas las almas se cargan de comidas: después de velar durante toda la noche, la comida perdió –misteriosamente– su sabor. La celebración no es igual para los habitantes de las ciudades. Pero hay pan especial, calaveras de azúcar y chocolate y esqueletos con fuegos artificiales entre los dedos o elevándose como barriletes. Arnold Toynbee y Arthur Koestler, al referirse a este festejo, señalan en su libro “La vida después de la muerte” que es precisamente la muerte quien ríe último en la celebración.
Otro mundo (y no el del más allá) nos presentan las civilizaciones que abarcaron alguna vez los Andes Centrales, desde la selva tropical hasta las costas occidentales de América del Sur. Si en los escritos siguientes a la conquista española hay vagas referencias con respecto a las creencias en el trasmundo, la abundancia de testimonios arqueológicos es notoria. El cadáver era envuelto en pieles de animales o atuendos y coronados con una máscara de madera de nariz sobresaliente y ojos redondos. Se lo equipaba luego para la otra vida: juguetes, pinzas, cinturones, bebidas y alimentos, calabazas con maíz, caracoles, etc.
Algunos pueblos montañeses exhuman a las momias durante tres días y tres noches por año para cambiarles sus ropas y proveerlas de alimento y bebida. Ninguno de los estudiosos asegura que adoraban a sus momias, pero sí las veneraban igual que a los huaca u objetos sagrados, que eran vehículos a través de los cuales se manifestaba la esencia de lo sobrenatural. Para los indios, los puntos culminantes de la vida eran seguidos por los puntos culminantes de la muerte. Por eso, los muertos debían recibir todo el auxilio necesario para internarse en lo desconocido. Cada parte era tan importante como la otra y en una línea continua. Toda la documentación hallada indica que para los antiguos americanos, la muerte no implicaba el desastre sino el pasaporte para los privilegios ultraterrenos.
Otras concepciones de la muerte provienen de Nueva Guinea: hay allí una isla de los muertos de la que llegaron los ancestros bajo la forma de dos hermanas gemelas: la Estrella de la Mañana y la Estrella del Atardecer. Se cuenta que eran gigantescas y sus descendientes –normales– regresaban al morir a la isla originaria. En general, las culturas paleolíticas que viven de la caza y de la pesca comparten una idea universal en la continuación de la vida después de la muerte. No se maneja el concepto de castigos o recompensas en otros mundos, pero la vida y la muerte eran hechos concretos basados, ante todo, en relatos de aparecidos.
Algunas leyendas de esquimales se refieren a ciertos ancestros que se transformaron en astros celestes; otras, hablan de héroes que eternamente danzan en la aurora boreal, pero la creencia general señala que la mayor parte de los espíritus se dirigían a un gran submundo donde la vida menos dichosa que en la Tierra continuaba. También hay relatos de fantasmas que visitan a sus familias. En las comunidades esquimales se habla de Sedna, una criatura sobrehumana –origen de vida en los mares– que dominaba el otro mundo. Sedna había sido humana y de gigantesca estatura. Su padre, un hombre cruel, decidió matarla y durante un viaje en canoa le cortó los dedos y las piernas y arrojó el mar el cadáver. Las piernas se transformaron en ballenas, morsas y focas; los dedos de las manos y los pies, en peces. Hacia Sedna, que domina otras dimensiones, parten hoy todos los que se mueren.
A estas creencias se agregan cientos de miles en cada rincón del planeta. Todas, fueron calificadas de absurdas cuando la ciencia materialista se desarrollaba rápidamente. Aunque ahora la Medicina se mantiene cauta ante los regresos de la muerte, los testimonios son demasiado coincidentes para negar un misterio que, tal vez, no lo sea tanto.
Las posturas de la Psicología varían según la corriente de pensamiento. Las más escuchadas subrayan el fenómeno de “aislación”, una área en la que los hechos más cercanos a experiencias de muerte son estudiados y producidos en un laboratorio: ¿qué ocurre en el cuerpo y la mente de una persona cuando es aislada de una u otra forma?
Interesante información aparece en escritos de exploradores polares o sobrevivientes solitarios de naufragios. Los científicos trataron de producir situaciones similares. La técnica más conocida consiste en suspender a una persona en un tanque con agua a la misma temperatura del cuerpo (para minimizar las sensaciones de peso y temperatura), se le vendan los ojos y taponan los oídos. Sus brazos se colocan en tubos para que no pueda moverlos. En estas condiciones de “aislamiento” y soledad, hubo individuos que atravesaron fenómenos psicológicos muy parecidos a los de “muerte”.
“Una mujer que pasó largos períodos de soledad en las condiciones desoladas del Polo Norte cuenta que tuvo una visión panorámica de los acontecimientos de su vida. Unos marineros náufragos que estuvieron encallados en pequeños botes durante muchas semanas describieron alucinaciones en las que eran rescatados, a veces por seres semejantes a fantasmas o espíritus. Ello guarda cierta analogía con el ser luminoso o los espíritus de amigos que se encuentran en los informes de los sujetos que he entrevistado”, señala el doctor Moody.
En los testimonios de experiencias de “aislación” aparecen también distorsiones del sentido del tiempo, sentimientos de estar parcialmente disociado del cuerpo, resistencia a volver a la civilización y sensación de estar “unidos” al universo. “A pesar de las coincidencias –destaca Moody– los resultados de la investigación de aislación no suministran una explicación satisfactoria de las experiencias próximas a la muerte. En primer lugar, los diversos fenómenos mentales producidos en las condiciones de aislación no pueden ser explicados por alguna teoría. Invocar esos estudios para explicar las experiencias próximas a la muerte sería sustituir un misterio por otro”.
Se dice, también, que quienes atravesaron los “caminos al otro mundo” sólo tuvieron sueños de cumplimientos de deseos, fantasías y alucinaciones. El doctor Moody aclara: “Todas las personas con las que hablé no eran víctimas de psicosis, sino gente normal y estable, con buena adaptación social, y pueden distinguir entre los sueños y las vivencias que tienen despiertos. Invariablemente, en el curso de las entrevistas, me aseguraron que sus experiencias no habían sido sueños sino episodios definidos y reales”, asegura el investigador.
Los fracasos de la filosofía y la religión dejarán lugar, apenas, para comprobar o desmentir los episodios en cuestión, aunque no haya opciones: una y otra cosa son imposibles todavía. Si hay quienes vuelven de la muerte y la realidad es más fantástica de lo que podamos imaginar, la vida resultará incomprensible hasta conocer “algo” de ese otro mundo, con seres luminosos y túneles oscuros.

EL MÉDICO QUE INVESTIGA LA MUERTE.
Raymond A. Moody es profesor de filosofía, doctor en medicina y psiquiatra. Se trata, sin duda, de la máxima autoridad en el mundo respecto del estudio de los fenómenos de supervivencia tras la muerte física y los conceptos que sustentan esta presunción. Para él no hay lugar a dudas: “Actualmente muchas personas hablan de sus experiencias, personas que fueron declaradas clínicamente muertas y regresaron. Personas que tienen cosas increíbles que contar y que coinciden sorprendentemente en su relato. Por un momento pensé que era el único que se interesaba en el tema, pero después de la aparición de ‘Vida después de la Vida’ me di cuenta que muchos investigadores seguían el mismo camino”.
En su famosa obra, Moody hace referencia a muchos casos y ensaya una explicación respecto al regreso y a lo que los retornados de la muerte cuentan de ella.
El libro de Moody tuvo ciertos inconvenientes con círculos religiosos, especialmente con el culto católico, ya que muchas de sus recopilaciones de casos difieren de la teología oficial, especialmente en lo que se refiere a visiones celestiales y en la base filosófica del catolicismo: el premio y el castigo, el juzgamiento de las almas. De acuerdo a los relatos, en ese nuevo estado de conciencia sólo existen el amor y el conocimiento, y salvo algunas diferencias de forma, coinciden con lo que pregonan todas las religiones. Las diferencias sólo son de interpretación.
Es curioso el hecho de que en los cientos de relatos recopilados nunca se haga referencia alguna al infierno arquetípico o al cielo cabal. Lo que ven desborda el lenguaje humano, asegura Moody.
Muchos neurólogos discrepan de las conclusiones del científico norteamericano, argumentando que las experiencias de “casi muerte” guardan sospechosas analogías con los ataques cerebrales y algunas disfunciones. “Las personas con experiencias de aquella índole sienten un ruido, como una explosión de la conciencia que se expande, similar a un ataque al lóbulo temporal. Este desempeña un importante papel en la función de la memoria. Las personas que han estado cerca de la muerte suelen hablar de una especie de memoria panorámica y global. Estimulando determinadas áreas del cerebro se intensifica la memoria, trayendo recuerdos muy lejanos. La luz blanca y radiante tiene que ver con la interrupción del suministro de oxígeno de los lóbulos occipitales. Estas explicaciones no me convencen. Se pueden buscar analogías hasta el infinito, pero hay hechos que no se pueden explicar desde la medicina convencional. Estoy convencido de que después de la muerte hay algo, solo falta probarlo irrefutablemente” concluye Moody.

LOS SIETE PASOS ANTES DEL FIN.
En el hospital de Billings, Chicago, la doctora Elizabeth Kübler-Ross lleva adelante un trabajo no muy bien visto por sus colegas: explorar el instante póstumo, delinear el punto de discontinuidad que separa la vida y la muerte. Para la mayoría de los médicos el tema es casi simple. El corazón se detiene, las ondas cerebrales cesan y sobreviene la muerte. Allí termina su labor. Sin embargo, y desde la más remota antigüedad y en todas las civilizaciones se sospecha que no todo concluye allí. Hoy la ciencia intenta echar luz en un sector dominado por la fe o el dogma religioso, y esclarecer un tema históricamente tabú. Kübler-Ross estudia a pacientes terminales, ya indefectiblemente condenados, y los interroga sobre sus emociones, sus actitudes y sus pensamientos ante la muerte. Lleva realizadas más de 300 entrevistas asistida por psicólogos y médicos a personas de distintos credos, razas y condiciones socioeconómicas, logrando determinar una coherencia sorprendente de comportamiento ante la muerte y el misterioso después. Tras exhaustivos estudios ha esquematizado el proceso en 7 etapas.
EL CHOQUE TITANÁTICO. Sobreviene cuando la persona se entera de la eventualidad de una muerte próxima e inevitable. Trata de evadirse con actividades fútiles.
LA NEGATIVA. Toma conciencia de su estado, concurre a parapsicólogos y comienza a pensar en el más allá.
LA IRA. El típico miedo irracional ante la muerte, lo que le provoca reacciones agresivas.
LA DEPRESIÓN. Desconfía de cuanto le dicen, se vuelve apático y comienza a sentir ciertos cambios en su interior, en su psiquis.
EL REGATEO. El moribundo trata de pactar con la muerte, hace promesas, pasa largos períodos de introspección y comienza a vislumbrar el umbral.
LA ACEPTACIÓN. Ceja en el intento y se enfrenta cara a cara con la muerte. Desea que llegue rápidamente y siente que es un acontecimiento propio, comienza a comprender y puede hasta tener visiones. Aunque ya moribundo, aumentan extrañamente las ondas Delta y hasta las Alfa. Algo ocurre en su cerebro.
LA DECATEXIS. La comunicación con los vivos se corta definitivamente, la conciencia se abstrae progresivamente, como en otra dimensión cognoscitiva. Las sensaciones y percepciones se transfieren a otro lugar, existe una conciencia sobre un paso a “otra cosa”, con una extraña actividad póstuma del organismo y de ciertas facultades psi.
Para la doctora Kübler-Ross, es prueba de que hay “algo” después de la muerte.
Quizá nuestra propia necesidad de trascender nos lleve a autoconvencernos de un más allá, ya sea por la religión o la filosofía, pasando por la metafísica y la parapsicología. Ahora la ciencia toma cartas en el asunto, y tal vez logre dejar su huella en el desconocido territorio que se extiende más allá de la vida.

EL TESTIMONIO DE LOS QUE REGRESAN.
La siguiente descripción, que atemoriza, es un modelo de los elementos comunes que traen todas las historias de quienes han “vuelto” de otros mundos: El doctor me declaró muerto y comencé a escuchar un ruido desagradable, un zumbido, y comencé a moverme rápidamente por un túnel largo y oscuro. Me encontré fuera de mi cuerpo físico. Veía mi cuerpo desde afuera, como un espectador. Intentaban resucitarme. Al rato, empecé a acostumbrarme a esa condición. Seguía teniendo un cuerpo, aunque de diferente naturaleza, con distintos poderes a los del cuerpo físico que he dejado atrás. Empieza enseguida a ocurrir algo. Otros vienen a ayudarme y recibirme. Veo los espíritus de pacientes y amigos que ya habían muerto y aparece ante mí un espíritu amoroso y cordial que nunca había visto. Es un ser luminoso que sin utilizar el lenguaje me pide que evalúe mi vida y le ayude mostrándole una panorámica instantánea de los acontecimientos más importantes”.
“En un momento me encuentro aproximándome a una especie de barrera o frontera que parece representar el límite entre la vida terrena y la otra. Descubro que debo regresar a la Tierra, que el momento de la muerte no llegó todavía. Me resisto, porque empecé a acostumbrarme a las experiencias de la otra vida y no quiero regresar. Tengo sentimientos de alegría, amor y paz, pero me reúno con mi cuerpo físico y vivo...”

DATA BANK.
En la sepultura más remota, la de un hombre de Neandertal, el cuerpo tiene a su lado una pata de bisonte, lo cual serviría de alimento para lo que los hombres prehistóricos suponían que era el viaje a otra vida.
La Tanatología es una rama de la medicina que estudia los casos de aparentes resurrecciones.
Los relatos de experiencias en otras dimensiones varían según las enseñanzas de cada religión. En el cielo musulmán hay caballos, en el católico hay ángeles y coros celestiales, en el hindú serpientes y dioses. Un punto es común: “todo luminoso en el más allá”.
A través del “Libro de los Muertos”, los antiguos egipcios confeccionaron lo que podría ser una virtual “guía de viaje para el alma”.
En Sudamérica se encontraron testimonios arqueológicos que datan de tiempos remotos. El cadáver era envuelto en pieles de animales y se lo equipaba para la otra vida con utensilios y juguetes.
Curiosamente, ciertos relatos de marineros náufragos o personas aisladas, momentáneamente perdidas en el Polo, coinciden con los testimonios de personas “retornadas” de la muerte.
Algunos pueblos indígenas de América del Sur solían exhumar a las momias durante tres días y tres noches al año para cambiarles sus ropas y proveerlas alimento y bebidas.

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