Fuente: “Enciclopedia Popular”. Editores Asociados S. A. Buenos Aires. Abril. 1992.
El efecto invernadero es, después de todo lo que se ha dicho, un fenómeno natural. Así no existiese ninguna fábrica, ningún automóvil, y ni siquiera seres humanos, el efecto invernadero existiría igualmente. Es muy posible que sin este efecto ni siquiera existiera vida sobre la Tierra.
Recordemos que por el solo efecto de los rayos solares, la temperatura de nuestro suelo no sería superior a los -18°. Sin embargo la temperatura promedio del globo es de 15° C sobre cero. Esta diferencia de más de 30 grados se debe al efecto invernadero.
Aunque suene extraño las actividades agrícolas y ganaderas influyen decididamente en el clima para producir efecto invernadero. Juntamente con el anhídrido carbónico existen otros gases que también absorben los rayos infrarrojos. Estos son el metano y el anhídrido de nitrógeno. La estimaciones con que se cuentan, atribuyen aproximadamente el 50 % del agravamiento del efecto invernadero al anhídrido carbónico, el 19 por ciento al metano y el 4 por ciento al anhídrido de nitrógeno. El resto es obra de otros gases diferentes, entre los que se cuentan los famosos clorofluorocarbonos, CFC, responsables del agujero de ozono.
Las especies animales producen metano de dos maneras diferentes. Una de las formas es a través de la digestión, la otra por las deyecciones. En este último caso se trata especialmente de la manera en que el hombre maneja esas deyecciones.
El origen del metano digestivo, es la fermentación de los alimentos ingeridos por los animales. La cantidad producida depende de la alimentación del ganado. Los animales alimentados con productos balanceados emiten mayor cantidad de polucionantes, mientras que los alimentados a forraje emiten menos. Esto porque los alimentos balanceados brindan mayor energía.
En el caso de los rumiantes, que cuentan con varios estómagos y por ende con millares de microorganismos, entre el 4 y el 10 por ciento de la energía bruta ingerida se pierde en forma de metano. En los animales con un solo estómago, como los porcinos, esta emisión ronda entre el 0,5 y el 2 por ciento.
Cada año, el ganado lanza a la atmósfera 74 millones de toneladas de metano. Las tres cuartas partes pertenecen únicamente a los bovinos, entre el 8 y 9 por ciento a las ovejas y el resto a los porcinos, mulas, caballos, camellos, asnos y aves de corral.
En un siglo la producción total de metano se multiplicó alrededor del 4,5 por ciento. Quiere decir que cuanto mayor es la producción cárnea y láctea de un animal, mayor es su emisión de metano.
Por otra parte, cuando los suelos son tratados con fertilizantes nitrogenados, parte de estos se filtran a las aguas causando un grave problema de contaminación por nitritos, aumentando el efecto invernadero. Se estima que anualmente se vierten en el planeta 2,2 millones de toneladas.
La duración relativamente corta del ciclo de emisión (33 días después de la aplicación) y la complejidad de los mecanismos hacen pensar que estas emisiones de anhídrido de nitrógeno son prácticamente imposibles de evitar. De todas formas, el uso de prácticas de fertilización razonables ayudaría en mucho.
Los cultivos de arroz lanzan anualmente a la atmósfera más de 70 millones de toneladas de metano. Aquí entra en juego un doble mecanismo. Por una parte, el metano que produce el mismo suelo, a partir de la fermentación de la materia orgánica que procesa. La otra, se debe al transporte del metano del suelo hacia la atmósfera. Este transporte depende en gran medida de las características fisiológicas de la planta de arroz (profundidad de las raíces y ramificación de estas mismas).
Todos los estudios muestran que las técnicas de cultivo realizadas merced al regadío y a la fertilización son las más metanógenas. Son justamente estas prácticas las que continúan aumentando en todo el mundo.
Una vaca lechera de país rico en cría intensiva produce un promedio de 90 kilogramos de metano por año durante la digestión, y una vaca de país en vías de desarrollo produce 35 kilogramos. En los próximos años esta situación se revertirá, pues los países en vías de desarrollo practicarán en mayor medida la cría intensiva y también aumentarán el número de cabezas de sus rodeos.
El efecto invernadero es, después de todo lo que se ha dicho, un fenómeno natural. Así no existiese ninguna fábrica, ningún automóvil, y ni siquiera seres humanos, el efecto invernadero existiría igualmente. Es muy posible que sin este efecto ni siquiera existiera vida sobre la Tierra.
Recordemos que por el solo efecto de los rayos solares, la temperatura de nuestro suelo no sería superior a los -18°. Sin embargo la temperatura promedio del globo es de 15° C sobre cero. Esta diferencia de más de 30 grados se debe al efecto invernadero.
Aunque suene extraño las actividades agrícolas y ganaderas influyen decididamente en el clima para producir efecto invernadero. Juntamente con el anhídrido carbónico existen otros gases que también absorben los rayos infrarrojos. Estos son el metano y el anhídrido de nitrógeno. La estimaciones con que se cuentan, atribuyen aproximadamente el 50 % del agravamiento del efecto invernadero al anhídrido carbónico, el 19 por ciento al metano y el 4 por ciento al anhídrido de nitrógeno. El resto es obra de otros gases diferentes, entre los que se cuentan los famosos clorofluorocarbonos, CFC, responsables del agujero de ozono.
Las especies animales producen metano de dos maneras diferentes. Una de las formas es a través de la digestión, la otra por las deyecciones. En este último caso se trata especialmente de la manera en que el hombre maneja esas deyecciones.
El origen del metano digestivo, es la fermentación de los alimentos ingeridos por los animales. La cantidad producida depende de la alimentación del ganado. Los animales alimentados con productos balanceados emiten mayor cantidad de polucionantes, mientras que los alimentados a forraje emiten menos. Esto porque los alimentos balanceados brindan mayor energía.
En el caso de los rumiantes, que cuentan con varios estómagos y por ende con millares de microorganismos, entre el 4 y el 10 por ciento de la energía bruta ingerida se pierde en forma de metano. En los animales con un solo estómago, como los porcinos, esta emisión ronda entre el 0,5 y el 2 por ciento.
Cada año, el ganado lanza a la atmósfera 74 millones de toneladas de metano. Las tres cuartas partes pertenecen únicamente a los bovinos, entre el 8 y 9 por ciento a las ovejas y el resto a los porcinos, mulas, caballos, camellos, asnos y aves de corral.
En un siglo la producción total de metano se multiplicó alrededor del 4,5 por ciento. Quiere decir que cuanto mayor es la producción cárnea y láctea de un animal, mayor es su emisión de metano.
Por otra parte, cuando los suelos son tratados con fertilizantes nitrogenados, parte de estos se filtran a las aguas causando un grave problema de contaminación por nitritos, aumentando el efecto invernadero. Se estima que anualmente se vierten en el planeta 2,2 millones de toneladas.
La duración relativamente corta del ciclo de emisión (33 días después de la aplicación) y la complejidad de los mecanismos hacen pensar que estas emisiones de anhídrido de nitrógeno son prácticamente imposibles de evitar. De todas formas, el uso de prácticas de fertilización razonables ayudaría en mucho.
Los cultivos de arroz lanzan anualmente a la atmósfera más de 70 millones de toneladas de metano. Aquí entra en juego un doble mecanismo. Por una parte, el metano que produce el mismo suelo, a partir de la fermentación de la materia orgánica que procesa. La otra, se debe al transporte del metano del suelo hacia la atmósfera. Este transporte depende en gran medida de las características fisiológicas de la planta de arroz (profundidad de las raíces y ramificación de estas mismas).
Todos los estudios muestran que las técnicas de cultivo realizadas merced al regadío y a la fertilización son las más metanógenas. Son justamente estas prácticas las que continúan aumentando en todo el mundo.
Una vaca lechera de país rico en cría intensiva produce un promedio de 90 kilogramos de metano por año durante la digestión, y una vaca de país en vías de desarrollo produce 35 kilogramos. En los próximos años esta situación se revertirá, pues los países en vías de desarrollo practicarán en mayor medida la cría intensiva y también aumentarán el número de cabezas de sus rodeos.
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