Fuente: “Enciclopedia Popular”. Editores Asociados S. A. Buenos Aires. Abril. 1992.
A través del estudio de las momias se va hilvanando con mayor precisión la historia de la humanidad. En ocasiones, son sorprendentes las cosas que nos cuentan: desde mujeres golpeadas en tiempos remotos hasta el descubrimiento de cáncer y otras afecciones que creíamos contemporáneas.
La mañana del 11 de noviembre de 1925, en una sala de la Universidad de El Cairo, un grupo de médicos y biólogos se reunió para interrogar a un hombre bajo la luz de las lámparas. Comenzaron su trabajo, pero las respuestas no llegaron con palabras: el individuo acostado sobre la mesa de operaciones estaba muerto hacía más de 3.500 años. En el Valle de los Reyes se acababa de descubrir la tumba de Tutankamón –el gran faraón– y los hombres de bata blanca estaban allí para realizar la primera autopsia a una momia. Desde entonces, los “interrogatorios” no cesaron y los cuerpos embalsamados han contado sus historias y aportado informaciones de las poblaciones donde vivían, lugares en los que mueren ficciones y películas de misterio. La Academia de Medicina de Francia no sólo corroboró los métodos de “momificación” señalados en escritos de oscura procedencia, sino que obtuvo –a través de radiografías– las primeras revelaciones acerca de la personalidad, las enfermedades y las intimidades de las momias. Como si los milenios hubieran pasado en vano, sufrían cáncer, tuberculosis, sífilis, arteriosclerosis, golpeaban a sus mujeres y se emborrachaban. Muchos faraones, además, no esgrimían la fortaleza que fantaseaban los libros.
MOMIAS EN BUEN ESTADO.
Los análisis se efectuaron sobre cuerpos embalsamados encontrados en Arica (norte de Chile, en el límite con Perú) y Egipto. Marvin Allison, paleontólogo, explica que Arica es un laboratorio gigantesco: En el pueblo de Los Morros –dice– los vecinos pueden encontrarlas en sus propios patios. Sus investigaciones corrieron por cuenta de la Universidad de Tarapacá, provincia chilena a la que corresponde Arica. La cultura “chinchorro” –a ella pertenecen las personas momificadas– vivió hace unos 8.000 años. Sus integrantes eran cazadores de leones marinos y crustáceos. El embalsamador del grupo tenía la misión de transformar en “estatuas” a los pobladores más respetados cuando morían: se creía que así, desde otro mundo, seguirían indicando a los vivos el buen camino con sabios consejos. Pasado cierto tiempo, los grupos de momias eran abandonados, pero preservados a su vez por el viento, la arena y la falta de humedad del lugar: las momias de Arica son las mejor conservadas del mundo, aclara Allison.
Para los estudios, además de las radiografías y la endoscopía (exploración fotográfica de las cavidades del cuerpo), se aplicó la histología, técnica que analiza los fragmentos de tejidos tomados de las momias. Aunque la piel esté agrietada o endurecida, muchos secretos pueden revelarse todavía. En los informes de la Academia de Medicina francesa se cita el caso de una momia del siglo XIII a.C.: un fragmento de carne permitió identificar una capa superficial de piel que perdió su epidermis pero conservó su red colágena, una capa hipodérmica intermedia y una capa profunda con músculos cuyas estrías transversales pueden verse perfectamente y en el seno de las cuales se encuentran vasos e incluso hematíes. Al profundizar la investigación en esos tejidos –cuya conservación evidencia el grado científico alcanzado por los embalsamadores– se descubren con frecuencia las causas de la muerte.
Es posible afirmar ahora que antes de la llegada de los españoles a América existía la tuberculosis, lo mismo que los osteomas (tumores benignos del hueso) y la sífilis, según cuentan las momias de Arica, que muestran también secuelas de la artritis (inflamación de las articulaciones) y desgarros de ligamentos por caminar por terrenos irregulares cargando objetos pesados. El hábito ancestral de llevar canastas en la cabeza –conservado todavía por los descendientes chinchorros– ocasionó artritis en las vértebras cervicales. Por la dentadura, a menudo intacta, se determinó que una dieta basada en hidratos de carbono (porotos, maní, zapallo y maíz) fue la que ocasionó caries y abscesos. Los grupos que consumían carnes no presentaban dificultades.
Las bebidas alcohólicas (elaboradas con semillas de algarrobo fermentadas) causaron con su abuso problemas familiares, inicios de un tema que alarma a fines del siglo XX: la mujer golpeada. Las momias informaron que el 50 por ciento de las mujeres sufrieron fracturas de antebrazo y varios huesos faciales, contra el 20% de hombres agredidos. Otra dolencia de las mujeres chinchorro era la osteoporosis, enfermedad femenina por la que el hueso pierde calcio y se vuelve poroso y frágil.
Los males físicos de los antiguos egipcios fueron estudiados por el anatomista Grafton Elliot Smith a principios de siglo. Fue el primero en analizar a una momia sin disecarla, pero los retrógrados de todos los tiempos negaron eficacia y exactitud a sus métodos y estallaron de ira cuando propuso utilizar un aparato de rayos X. Hoy, los años señalan el lugar de la ignorancia.
La momia de Wah –administrador del gran canciller Meket Re, que vivió 2.000 años antes de Cristo– fue descubierta en 1920, en Tebas. Las recientes radiografías (1990) indicaron que el humilde sirviente estaba cubierto de joyas, incluido un collar de perlas. Tras desenvolverla (175 metros cuadrados de vendas) todo fue corroborado. Los especialistas opinaban que ese sirviente –como los nobles y sacerdotes– había sido embalsamado por los servicios prestados a la familia, pero no estaba adornado por ninguna riqueza.
Las indiscretas radiografías también permitieron averiguar que ciertos faraones presentaban detalles anatómicos curiosos. Mineptah –sucesor de Ramés II– tenía trece vértebras dorsales y trece costillas, en lugar de las doce habituales de los humanos y una capacidad anormal en la parte superior del hemitórax izquierdo, según consta en los informes. Además, los dos huesos del antebrazo derecho están fracturados, es aún un enigma.
Entre los ladrones de tumbas rondaba una superstición. Los antiguos egipcios creían que quitar las vendas a una momia terminaba su letargo. La sombra del muerto partía entonces como un vampiro y buscaba “fluidos humanos” para reencarnarse. Los profanadores intentaban neutralizar la amenaza al quebrar los brazos de la momia –siempre cruzados sobre su pecho– antes de tomar las joyas.
Otras de las preguntas que pudieron responder los milenarios cadáveres fue cómo y a qué edad aproximada murieron. Tauaguen III, faraón de la dinastía XVII, perdió la vida en un campo de batalla: había en su cabeza numerosas heridas de dardos y lanzas, pero la primera o la segunda fueron las mortales. De Tutankamón se sabe ahora que falleció antes de cumplir 20 años (en los 18 y los 20), porque la soldadura de los huesos de la rodilla no estaba terminada todavía, pero sí la del fémur, que se produce alrededor de los 18 años.
En la primera autopsia de Tutankamón se encontró una sospechosa llaga en su mejilla izquierda. Los rayos X revelaron su origen: un golpe o una caída, que provocaron un coágulo de sangre en la corteza cerebral. Falleció de muerte violenta. Otras lesiones en la piel se hallaron en las momias de Tutmés II, Tutmés III y Amenofis II. No hubo dudas en las conclusiones: padecían una enfermedad familiar, transmitida de padres a hijos. Ramsés y, según los análisis de pequeños tumores cutáneos, podría afirmarse que sufrió viruela.
Una causa de muerte bastante frecuente en el antiguo Egipto era la arteriosclerosis, según revelaron –entre muchos otros– los estudios realizados sobre el cuerpo de Ramsés II. Algo que los egipcios continúan temiendo todavía, cuando se bañan en el Nilo, causó sus estragos por aquellos días. El doctor Armand Ruffer, bacteriólogo francés, halló en el hígado y los pulmones de las momias grandes cantidades de bacterias y, en los riñones, huevos de bilharzia. Se trata de una temible especie de gusanos que viven en el aparato circulatorio y se crían en las aguas del Nilo.
LA LEYENDA DE TUTANKAMÓN.
Las teorías de numerosos historiadores referidas a que Tutankamón era hijo ilegítimo de Akhenaton quedó comprobada. Un pequeño fragmento de tejido vascular encontrado en la momia demostró que el joven faraón pertenecía al grupo sanguíneo A2 y al subgrupo MN, propio de una aristocracia muy pura. Al comparar el fragmento con uno extraído de Akhenaton, se comprobó que el grupo era el mismo. Los rumores acerca de la madre de Tutankamón habrán corrido entonces de boca en boca.
Las expediciones por Arica y Egipto continúan y, casi siempre, investigadores, antropólogos y médicos se atreven a violar las creencias de terror y muerte sin consecuencias fatales. Los tiempos han cambiado: como vaticinaban las leyendas, quitar las vendas a una momia termina su letargo, pero no para que la sombra del muerto comience a vagar, sino para contar su historia.
EL ARTE DE LA “MOMIFICACIÓN”.
Los análisis recientes demostraron que la descripción realizada por Herodoto en el año 450 a. C. fue acertada con respecto a los métodos de “momificación”. Según señaló entonces, se extraían todos los órganos internos del cadáver luego de una incisión con piedras afiladas, conchillas y picos de pelícanos. Se rellenaba el vientre y el cuerpo en general con carbones calientes, mirra, canela, cenizas y aromatizantes (salvo incienso) antes de coserse. Esta técnica, al privar de la humedad necesaria a los microbios, impedía el ataque de las bacterias que descomponen los cadáveres. También se utilizaban lana, plumas y canto rodado en las cavidades corporales. Para asegurarse de que no se volvieran a abrir, el pecho se ataba con una cuerda, Los codos, las rodillas, las piernas y la columna vertebral se mantenían tiesos con varas que se extendían por el interior del cadáver.
Los “momificadores” sumergían el cuerpo en natrón (mezcla de carbonato de sosa y cloruro de sodio) y lo dejaban durante 70 días. Pasado ese lapso, se envolvía al muerto con finas bandas de lino untadas con sustancias gomosas. Se colocaban en la cara y los miembros máscaras de arcilla y, a veces, una peluca hecha con el mismo pelo del difunto para darle una apariencia más “vivaz”. El cadáver embalsamado no debía sentir la soledad: otras momias, de mujeres o niños, eran ubicadas alrededor de él.
LAS MOMIAS “TRUCHAS”.
Como falsificadores y corruptos hubo en todas las épocas, también se descubrieron momias “truchas”. Los milenarios cadáveres embalsamados estuvieron muy de moda en el siglo XVIII y, hasta hoy, no son pocos los investigadores y turistas que visitan Egipto y sueñan con llevarse uno de estos inquietantes “souvenirs” para casa. Se asegura –y nadie lo ha negado– que había una momia a bordo del Titanic cuando se hundió.
En la Tierra de los Faraones, el consecuente comercio fue muy floreciente, pero la demanda se llegó a satisfacer sólo con momias falsas. Un encargado del Museo Nacional de El Cairo afirmó que alrededor del 40 por ciento de las momias egipcias que andan por el mundo no son auténticas: “Especialmente las que están en los museos norteamericanos son sospechosas”, especificó. Durante los años 50, la policía detuvo en El Cairo a un fabricante de momias “truchas”: el doctor Ah Benam, un conocido médico de la ciudad. Previa remuneración a los sepultureros, se proveía de cadáveres que embalsamaba (según métodos tradicionales) para vender a los entusiastas y desprevenidos aficionados.
Siglos antes (años 1700 y 1800) las momias no sólo eran un recuerdo arqueológico sino una fuente de medicamentos milagrosos. Los boticarios proponían a sus clientes ricos que tomaran pociones disueltas en un brebaje: consistían en momias de faraones pulverizadas.
Por medio de los actuales métodos de computación y scaneo, es posible comprobar si una momia es verdadera o no. Los expertos afirman que la de Tutankamón lo es, aunque calculan que el 40 por ciento de momias que circulan por el mundo son falsas.
DATA BANK.
En Arica (norte de Chile) los pobladores pueden encontrar momias en sus propios patios.
Para los estudios de los cuerpos embalsamados se aplicó la radiografía, la endoscopía (exploración fotográfica de las cavidades del cuerpo) y la histología (análisis de fragmentos de tejidos).
Hace 8.000 años había tuberculosis, sífilis y artritis. Los hombres se emborrachaban y golpeaban a sus mujeres.
En el siglo XVIII, la gran demanda de investigadores y turistas, motivó la “fabricación” de momias truchas.
Se asegura que a bordo del Titanic había una momia cuando se hundió.
Los faraones egipcios sufrían de viruela y arteriosclerosis.
Tutankamón era un joven débil y su madre fue una mujer “ligera de cascos”.
Ramsés II tenía trece vértebras dorsales y trece costillas, en lugar de la docena habitual.
A través del estudio de las momias se va hilvanando con mayor precisión la historia de la humanidad. En ocasiones, son sorprendentes las cosas que nos cuentan: desde mujeres golpeadas en tiempos remotos hasta el descubrimiento de cáncer y otras afecciones que creíamos contemporáneas.
La mañana del 11 de noviembre de 1925, en una sala de la Universidad de El Cairo, un grupo de médicos y biólogos se reunió para interrogar a un hombre bajo la luz de las lámparas. Comenzaron su trabajo, pero las respuestas no llegaron con palabras: el individuo acostado sobre la mesa de operaciones estaba muerto hacía más de 3.500 años. En el Valle de los Reyes se acababa de descubrir la tumba de Tutankamón –el gran faraón– y los hombres de bata blanca estaban allí para realizar la primera autopsia a una momia. Desde entonces, los “interrogatorios” no cesaron y los cuerpos embalsamados han contado sus historias y aportado informaciones de las poblaciones donde vivían, lugares en los que mueren ficciones y películas de misterio. La Academia de Medicina de Francia no sólo corroboró los métodos de “momificación” señalados en escritos de oscura procedencia, sino que obtuvo –a través de radiografías– las primeras revelaciones acerca de la personalidad, las enfermedades y las intimidades de las momias. Como si los milenios hubieran pasado en vano, sufrían cáncer, tuberculosis, sífilis, arteriosclerosis, golpeaban a sus mujeres y se emborrachaban. Muchos faraones, además, no esgrimían la fortaleza que fantaseaban los libros.
MOMIAS EN BUEN ESTADO.
Los análisis se efectuaron sobre cuerpos embalsamados encontrados en Arica (norte de Chile, en el límite con Perú) y Egipto. Marvin Allison, paleontólogo, explica que Arica es un laboratorio gigantesco: En el pueblo de Los Morros –dice– los vecinos pueden encontrarlas en sus propios patios. Sus investigaciones corrieron por cuenta de la Universidad de Tarapacá, provincia chilena a la que corresponde Arica. La cultura “chinchorro” –a ella pertenecen las personas momificadas– vivió hace unos 8.000 años. Sus integrantes eran cazadores de leones marinos y crustáceos. El embalsamador del grupo tenía la misión de transformar en “estatuas” a los pobladores más respetados cuando morían: se creía que así, desde otro mundo, seguirían indicando a los vivos el buen camino con sabios consejos. Pasado cierto tiempo, los grupos de momias eran abandonados, pero preservados a su vez por el viento, la arena y la falta de humedad del lugar: las momias de Arica son las mejor conservadas del mundo, aclara Allison.
Para los estudios, además de las radiografías y la endoscopía (exploración fotográfica de las cavidades del cuerpo), se aplicó la histología, técnica que analiza los fragmentos de tejidos tomados de las momias. Aunque la piel esté agrietada o endurecida, muchos secretos pueden revelarse todavía. En los informes de la Academia de Medicina francesa se cita el caso de una momia del siglo XIII a.C.: un fragmento de carne permitió identificar una capa superficial de piel que perdió su epidermis pero conservó su red colágena, una capa hipodérmica intermedia y una capa profunda con músculos cuyas estrías transversales pueden verse perfectamente y en el seno de las cuales se encuentran vasos e incluso hematíes. Al profundizar la investigación en esos tejidos –cuya conservación evidencia el grado científico alcanzado por los embalsamadores– se descubren con frecuencia las causas de la muerte.
Es posible afirmar ahora que antes de la llegada de los españoles a América existía la tuberculosis, lo mismo que los osteomas (tumores benignos del hueso) y la sífilis, según cuentan las momias de Arica, que muestran también secuelas de la artritis (inflamación de las articulaciones) y desgarros de ligamentos por caminar por terrenos irregulares cargando objetos pesados. El hábito ancestral de llevar canastas en la cabeza –conservado todavía por los descendientes chinchorros– ocasionó artritis en las vértebras cervicales. Por la dentadura, a menudo intacta, se determinó que una dieta basada en hidratos de carbono (porotos, maní, zapallo y maíz) fue la que ocasionó caries y abscesos. Los grupos que consumían carnes no presentaban dificultades.
Las bebidas alcohólicas (elaboradas con semillas de algarrobo fermentadas) causaron con su abuso problemas familiares, inicios de un tema que alarma a fines del siglo XX: la mujer golpeada. Las momias informaron que el 50 por ciento de las mujeres sufrieron fracturas de antebrazo y varios huesos faciales, contra el 20% de hombres agredidos. Otra dolencia de las mujeres chinchorro era la osteoporosis, enfermedad femenina por la que el hueso pierde calcio y se vuelve poroso y frágil.
Los males físicos de los antiguos egipcios fueron estudiados por el anatomista Grafton Elliot Smith a principios de siglo. Fue el primero en analizar a una momia sin disecarla, pero los retrógrados de todos los tiempos negaron eficacia y exactitud a sus métodos y estallaron de ira cuando propuso utilizar un aparato de rayos X. Hoy, los años señalan el lugar de la ignorancia.
La momia de Wah –administrador del gran canciller Meket Re, que vivió 2.000 años antes de Cristo– fue descubierta en 1920, en Tebas. Las recientes radiografías (1990) indicaron que el humilde sirviente estaba cubierto de joyas, incluido un collar de perlas. Tras desenvolverla (175 metros cuadrados de vendas) todo fue corroborado. Los especialistas opinaban que ese sirviente –como los nobles y sacerdotes– había sido embalsamado por los servicios prestados a la familia, pero no estaba adornado por ninguna riqueza.
Las indiscretas radiografías también permitieron averiguar que ciertos faraones presentaban detalles anatómicos curiosos. Mineptah –sucesor de Ramés II– tenía trece vértebras dorsales y trece costillas, en lugar de las doce habituales de los humanos y una capacidad anormal en la parte superior del hemitórax izquierdo, según consta en los informes. Además, los dos huesos del antebrazo derecho están fracturados, es aún un enigma.
Entre los ladrones de tumbas rondaba una superstición. Los antiguos egipcios creían que quitar las vendas a una momia terminaba su letargo. La sombra del muerto partía entonces como un vampiro y buscaba “fluidos humanos” para reencarnarse. Los profanadores intentaban neutralizar la amenaza al quebrar los brazos de la momia –siempre cruzados sobre su pecho– antes de tomar las joyas.
Otras de las preguntas que pudieron responder los milenarios cadáveres fue cómo y a qué edad aproximada murieron. Tauaguen III, faraón de la dinastía XVII, perdió la vida en un campo de batalla: había en su cabeza numerosas heridas de dardos y lanzas, pero la primera o la segunda fueron las mortales. De Tutankamón se sabe ahora que falleció antes de cumplir 20 años (en los 18 y los 20), porque la soldadura de los huesos de la rodilla no estaba terminada todavía, pero sí la del fémur, que se produce alrededor de los 18 años.
En la primera autopsia de Tutankamón se encontró una sospechosa llaga en su mejilla izquierda. Los rayos X revelaron su origen: un golpe o una caída, que provocaron un coágulo de sangre en la corteza cerebral. Falleció de muerte violenta. Otras lesiones en la piel se hallaron en las momias de Tutmés II, Tutmés III y Amenofis II. No hubo dudas en las conclusiones: padecían una enfermedad familiar, transmitida de padres a hijos. Ramsés y, según los análisis de pequeños tumores cutáneos, podría afirmarse que sufrió viruela.
Una causa de muerte bastante frecuente en el antiguo Egipto era la arteriosclerosis, según revelaron –entre muchos otros– los estudios realizados sobre el cuerpo de Ramsés II. Algo que los egipcios continúan temiendo todavía, cuando se bañan en el Nilo, causó sus estragos por aquellos días. El doctor Armand Ruffer, bacteriólogo francés, halló en el hígado y los pulmones de las momias grandes cantidades de bacterias y, en los riñones, huevos de bilharzia. Se trata de una temible especie de gusanos que viven en el aparato circulatorio y se crían en las aguas del Nilo.
LA LEYENDA DE TUTANKAMÓN.
Las teorías de numerosos historiadores referidas a que Tutankamón era hijo ilegítimo de Akhenaton quedó comprobada. Un pequeño fragmento de tejido vascular encontrado en la momia demostró que el joven faraón pertenecía al grupo sanguíneo A2 y al subgrupo MN, propio de una aristocracia muy pura. Al comparar el fragmento con uno extraído de Akhenaton, se comprobó que el grupo era el mismo. Los rumores acerca de la madre de Tutankamón habrán corrido entonces de boca en boca.
Las expediciones por Arica y Egipto continúan y, casi siempre, investigadores, antropólogos y médicos se atreven a violar las creencias de terror y muerte sin consecuencias fatales. Los tiempos han cambiado: como vaticinaban las leyendas, quitar las vendas a una momia termina su letargo, pero no para que la sombra del muerto comience a vagar, sino para contar su historia.
EL ARTE DE LA “MOMIFICACIÓN”.
Los análisis recientes demostraron que la descripción realizada por Herodoto en el año 450 a. C. fue acertada con respecto a los métodos de “momificación”. Según señaló entonces, se extraían todos los órganos internos del cadáver luego de una incisión con piedras afiladas, conchillas y picos de pelícanos. Se rellenaba el vientre y el cuerpo en general con carbones calientes, mirra, canela, cenizas y aromatizantes (salvo incienso) antes de coserse. Esta técnica, al privar de la humedad necesaria a los microbios, impedía el ataque de las bacterias que descomponen los cadáveres. También se utilizaban lana, plumas y canto rodado en las cavidades corporales. Para asegurarse de que no se volvieran a abrir, el pecho se ataba con una cuerda, Los codos, las rodillas, las piernas y la columna vertebral se mantenían tiesos con varas que se extendían por el interior del cadáver.
Los “momificadores” sumergían el cuerpo en natrón (mezcla de carbonato de sosa y cloruro de sodio) y lo dejaban durante 70 días. Pasado ese lapso, se envolvía al muerto con finas bandas de lino untadas con sustancias gomosas. Se colocaban en la cara y los miembros máscaras de arcilla y, a veces, una peluca hecha con el mismo pelo del difunto para darle una apariencia más “vivaz”. El cadáver embalsamado no debía sentir la soledad: otras momias, de mujeres o niños, eran ubicadas alrededor de él.
LAS MOMIAS “TRUCHAS”.
Como falsificadores y corruptos hubo en todas las épocas, también se descubrieron momias “truchas”. Los milenarios cadáveres embalsamados estuvieron muy de moda en el siglo XVIII y, hasta hoy, no son pocos los investigadores y turistas que visitan Egipto y sueñan con llevarse uno de estos inquietantes “souvenirs” para casa. Se asegura –y nadie lo ha negado– que había una momia a bordo del Titanic cuando se hundió.
En la Tierra de los Faraones, el consecuente comercio fue muy floreciente, pero la demanda se llegó a satisfacer sólo con momias falsas. Un encargado del Museo Nacional de El Cairo afirmó que alrededor del 40 por ciento de las momias egipcias que andan por el mundo no son auténticas: “Especialmente las que están en los museos norteamericanos son sospechosas”, especificó. Durante los años 50, la policía detuvo en El Cairo a un fabricante de momias “truchas”: el doctor Ah Benam, un conocido médico de la ciudad. Previa remuneración a los sepultureros, se proveía de cadáveres que embalsamaba (según métodos tradicionales) para vender a los entusiastas y desprevenidos aficionados.
Siglos antes (años 1700 y 1800) las momias no sólo eran un recuerdo arqueológico sino una fuente de medicamentos milagrosos. Los boticarios proponían a sus clientes ricos que tomaran pociones disueltas en un brebaje: consistían en momias de faraones pulverizadas.
Por medio de los actuales métodos de computación y scaneo, es posible comprobar si una momia es verdadera o no. Los expertos afirman que la de Tutankamón lo es, aunque calculan que el 40 por ciento de momias que circulan por el mundo son falsas.
DATA BANK.
En Arica (norte de Chile) los pobladores pueden encontrar momias en sus propios patios.
Para los estudios de los cuerpos embalsamados se aplicó la radiografía, la endoscopía (exploración fotográfica de las cavidades del cuerpo) y la histología (análisis de fragmentos de tejidos).
Hace 8.000 años había tuberculosis, sífilis y artritis. Los hombres se emborrachaban y golpeaban a sus mujeres.
En el siglo XVIII, la gran demanda de investigadores y turistas, motivó la “fabricación” de momias truchas.
Se asegura que a bordo del Titanic había una momia cuando se hundió.
Los faraones egipcios sufrían de viruela y arteriosclerosis.
Tutankamón era un joven débil y su madre fue una mujer “ligera de cascos”.
Ramsés II tenía trece vértebras dorsales y trece costillas, en lugar de la docena habitual.
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