Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.
Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.
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7.- LA DESTRUCCIÓN DEL NÚCLEO DE WARISATA.
Tenía razón Avelino Siñani. La escuela de Warisata fue blanco principal de la furia destructora de nuestros enemigos y fue saqueada inmisericordemente. Si no llegaron a demolerla, como fue su repetida intención, fue porque los indios se pusieron al frente y lo impidieron una y otra vez, y además porque la obra era demasiado grande como para que la pudieran echar abajo sin más ni más. A pesar de que Carlos Salazar lo denunció con gran energía en su campaña de prensa, fue recién en 1948, con ocasión de una huelga de la que hablaré después, que estos hechos se hicieron públicos. Veamos lo que dice el propio indio al respecto. En carta que me enviaron el 2 de agosto de 1947, los amautas de Warisata me dicen:
Hasta que llegó 1940, fecha donde vino el doctor Vicente Donoso Torres y el señor Max Byron, y conforme a nuestra costumbre, los recibirnos en nuestro Parlamento, allí nos dijeron: que todo lo que habíamos hecho estaba mal y que venían, a salvarnos y hacer una obra mucho mejor; nosotros quedamos perplejos... Sobrevinieron días, meses, años, y cuánta amargura sentimos al comprobar que toda esa promesa se convertía en la destrucción de nuestra obra de esa su obra, maestro Elizardo, donde invirtió usted su vida, de lo que sólo los indios reconocemos y fuimos testigos.
¿Quién podría negar esa destrucción?
Ahí están todas las construcciones paralizadas y parte destruidas; la fábrica de tejas que fue creada para techar nuestras escuelas y nuestras casas, convertida en escombros; nuestros campos de cultivo, sustento de nuestros hijos y en los cuales iban aprendiendo una mejor forma de trabajar la tierra, convertidos en eriales; las ovejas, porcinos, aves de raza, que sirvieron para practicar la buena crianza, fueron exterminados; nuestros depósitos de materiales y herramientas quedaron vacíos; los talleres de tejidos, hilandería, sombrerería y sastrería donde los campesinos, jóvenes muchos, acudíamos a ganar algo después de nuestras faenas agrícolas, fueron suprimidos; servicio de luz eléctrica inutilizado; el mobiliario desapareció y parte existe en mal estado; la Sección Normal.. el estudio de Arte... desaparecieron; las escuelas seccionales fueron paralizadas y desvinculadas; nuestro Parlamento de Amautas fue suprimido y quedamos excluidos de todo contacto con la escuela.
Y de golpe la escuela quedó convertida en un centro de intriga y ociosidad, donde tuvieron que relajarse gran parte de campesinos y alumnos. Los pocos maestros que quisieron continuar la lucha, fueron siempre acallados y vencidos.
La carta en cuestión viene firmada por más de treinta amautas de Warisata, y sus palabras fueron confirmadas por el propio Ministro de Educación, señor Armando Alba, que en vista de los reclamos efectuados por los indios para que se reabriera la Sección Normal, había visitado la escuela en abril de 1947. Sus declaraciones se publicaron en varios periódicos de La Paz. En “La Razón” de 9 de ese mes, dice que
“desde hace años se ha perpetrado en Warisata un verdadero saqueo... he encontrado escombros... Uno de los mejores ensayos de pedagogía rural boliviana... ha sido despedazado”.
En el diario “Patria Libre” dice Alba que “Warisata es una ruina viva”.
Por si el testimonio de un Ministro no fuera suficiente, he aquí lo que dice el propio Jefe del Departamento, señor Raúl Bravo, llegado también a esa función en su calidad de adversario de Warisata, como todos los demás. Extrañará que en su informe confiese el tremendo desastre, siendo así que él fue uno de los responsables; pero todo se explica si se tiene en cuenta que el informe es producto de la visita del Ministro Alba, con el que fuimos Bravo y yo. El Jefe del Departamento no tuvo, pues, más remedio que decir la verdad, descubriendo así la vasta simulación de la que él mismo era actor. Veamos:
El estado en que se encuentra el principal edificio y los anexos como el llamado Pabellón México -dice Bravo- es ruinoso en general... desde hace años, nadie ha puesto interés en su conservación y cuidado (lo que no dice Bravo es que él mismo trató de “desatar” el Pabellón México, impidiéndoselo indios y alumnos). Hay incuria, negligencia y absoluta carencia de sentido de responsabilidad... ha desaparecido el espíritu que antes animaba la Escuela....
Causa indignación ver el estado calamitoso de todas las dependencias... los antiguos talleres han desaparecido devastados por mano que muy bien podría calificársela de criminal... instrumentos de labranza robados....
Lo curioso de todo esto es que el Jefe del Departamento Rural aparece aquí como enteramente ajeno a lo que sucedía en Warisata, siendo él la autoridad máxima, responsable de la marcha de todos y cada uno de los núcleos.
El informe contiene una parte de gran importancia: se trata de la intervención del amauta Rojas, quien en presencia del Ministro Alba había dicho:
Desde que el señor Elizardo Pérez fue echado de esta nuestra casa, nadie se conmovió por nuestra suerte. Hemos sufrido todo género de vicisitudes, de vejámenes y ultrajes. Particularmente de algunos directores que, como Lino Fuentes y Alberto Laguna Meave, se sirvieron de nosotros como de bestias de carga... toda la esperanza que hemos cifrado para contribuir al progreso general del país se ha roto bajo la férula de aquellos simuladores que llamándose maestros han convertido a la Escuela en lugar de corrupción y depravación moral. Símbolo de esta pedagogía inicua es la cantina que instalaron y aquel juego de chichería de la peor jaez “el sapo”. A la austeridad de costumbres sucedió la relajación de ellas, a la honradez siguió el saqueo de cuanto poseíamos.
El amauta Rojas continúa, según el informe de Bravo:
Pedimos... “el restablecimiento de la fábrica de tejas instalada en la época del señor Elizardo Pérez. Esta tejería fue desmontada por orden del Jefe del Departamento de Educación Rural, señor Toribio Claure. Significó uno de los más inauditos atentados porque además de su valor intrínseco de más de un millón de bolivianos, dejó paralizadas las construcciones de todas las escuelas que forman parte de la constelación de Warisata... Reinstalación de la Escuela Normal Indigenal destinada a la preparación de maestros indígenas, elementos únicos que no podrán dejar su misión y abandonar sus deberes por irse a otras localidades urbanas en busca de un mejor porvenir personal... El cuerpo docente estaría constituido por los ex-alumnos que un día se educaron en sus aulas y que hoy deambulan también echados del establecimiento y perseguidos por los enemigos de Warisata.
Según el informe, el Ministro Alba prometió resolver las peticiones a la brevedad, por haber “verificado la obra de destrucción sistemática con que se ha pretendido hacer desaparecer Warisata” y castigar “a quienes tuvieron la gerencia de esta escuela”. Promesa, por supuesto, jamás cumplida.
(El caso de la fábrica de tejas tuvo todas las características de un asalto: Claure llegó de improviso a Warisata, con cuatro volquetas y seis mecánicos bien preparados, los cuales desarmaron las máquinas en menos de tres horas y se las llevaron a La Paz sin que nadie hubiera podido oponerse, pues se eligió un día en que la escuela estaba prácticamente vacía. Tres o cuatro amautas que vieron el asunto, dejaron hacer suponiendo que los mecánicos estaban reparando la maquinaria. Cuando se dieron cuenta de la verdad, ya era tarde: las volquetes corrían ya varios kilómetros).
(Después de que se publicó la primera edición de este libro, el profesor Raúl Bravo tuvo la nobleza de reconocer que se había equivocado al juzgar la obra de Elizardo Pérez e inclusive logró que el Congreso nacional rindiera homenaje al fundador de Warisata. Pocas personas tienen el valor de reconocer sus errores, y esta actitud de Bravo le honra sobremanera. Elizardo Pérez reconoció a su vez este rasgo de caballerosidad y se habla propuesto corregir apropiadamente las referencias adversas que le hace. No llegó a hacerlo, y por eso esta nueva edición mantiene su redacción original. N. del E.).
Estos datos se complementan con el relato que me hizo Tomasita Siñani, la cual me contó que, habiéndose alojado en cierta ocasión en casa del director Erasmo Tarifa, vio entre los muebles de dicho señor, “bancos de la escuela, mesas de la escuela, sillas de la escuela y hasta catres de la escuela”. Es la oportunidad de recordar un episodio protagonizado por el señor Tarifa en 1938, cuando trabajaba en calidad de Inspector en la Dirección General, habiéndolo enviado cierta vez al Núcleo de Sewencani. Lo mejor será transcribir lo que al respecto publicó “La Calle” el 22 de julio de aquel año en artículo titulado: “El Inspector General de Educación Indigenal explotaba a los indios de las escuelas”, manifestando en el texto que “nos hemos informado que el Inspector señor E. Tarifa, ha sido denunciado por los indios de la Escuela de Caquingora, de haberlos obligado a recibirle dinero que destinaba a la compra de ganado; así, para adquirir ovejunos les entregó a tres bolivianos por cabeza. Es decir, que estamos frente a un hecho de innominable inmoralidad, más clamoroso si se presenta en el ramo de Educación Indigenal...”, etc. El hecho se supo porque los indios me buscaron en la Dirección llevándome el dinero de Tarifa, extrañados de que les hubiera enviado a semejante expoliador. Naturalmente, lo despedí ipso-facto. Caídas las escuelas en manos del enemigo, los nuevos funcionarios se apresuraron a restituir a Tarifa enviándolo de director de Warisata, haciendo lo mismo con Fuentes, despedido también por motivos parecidos. Eso no sería nada: cuando volví a visitar Warisata, en julio de 1960, encontré que alumnos y maestros habían puesto los nombres de algunos directores, para honrarlos, en las diferentes aulas; entre ellos, al lado del nombre inmaculado de Raúl Pérez, estaban los de Fuentes y Tarifa...
Se comprenderá que con tales sujetos, el saqueo fuera total; me cuentan que en cierta oportunidad, a altas horas de la noche, llegaron camiones y cargaron, hasta su máxima capacidad, con sillas, mesas, bancos y otros enseres. No solamente desapareció la madera acumulada, sino que Tarifa hizo quitar la que se hallaba colocada en los Pabellones México, Perú y Colombia, utilizándola como combustible. No quedó nada de los bellos jardines antiguos; las avenidas de arbolillos que con tantas fatigas pusimos en todos los caminillos, fueron destruidas en gran parte; nada quedó de las huertas, se destruyó el sistema de agua potable y las bombas (posteriormente el Servicio Cooperativo Interamericano hizo otra instalación a alto costo). El odio llegó a extremos tales que se quiso cambiarle de nombre a la escuela, y no faltaron quienes quisieron entregar sus edificios al Ejército, para convertirlos en cuarteles.
Fue suprimido el balconcillo debajo del cual estaban las dos divisas de la escuela: “WARISATT WAWAN CHCHAMAPA” y “TARE JAICKEN UTAPA” (el esfuerzo de los hijos de Warisáta y la Casa de Todos), suponiéndose, sin duda, que ambas frases encerraban siniestro significado...
Ya no se cuidó del aseo de la escuela; los muros empezaron a perder el revoque, aparecían rayados y manchados, nunca se procedió a una reparación, y eso que, según el cuadro que aparece al pie de este capítulo, había enormes sumas para ello. Las ovejas “cara-negra” que ya llegaban a varias decenas, fueron sacrificadas al apetito dé los vándalos, lo mismo que los hermosos cerdos que los capa-polleras solían llevar a “pastear”. No se sabe lo que ocurrió con los talleres y sus implementos: simplemente, dejaron de funcionar. Volvió a perderse el turno de riego de los acueductos del Illampu, no se editó más el Boletín de Warisata ni el periódico mural, los clubes escolares fueron suprimidos, no se hizo más arte ni poesía, los deportes decayeron. Nuestro antiguo horario (trabajar con el sol, desde que nace hasta que se pone) fue, naturalmente, reemplazado por otro más cómodo a las nuevas normas… Se ignora asimismo el destino de un camión nuevo que dejamos en 1940); los rodillos alguien se los llevó... En el internado, los alumnos que quedaron tenían que dormir en el suelo, porque habían empezado a desaparecer los catres fabricados por el maestro De la Riva. Las despensas fueron saqueadas hasta el último grano de trigo. Al indio, al amauta, se lo echó de la escuela: su presencia ahora era molesta. Los alumnos internos empezaron a buscar vivienda fuera de la escuela, porque los directores ocupaban varias habitaciones como si fueran de su propiedad (en 1960 comprobé que el director del “núcleo” de Tari, Eufrasio Ibáñez, ocupaba en Warisata nada menos que nueve habitaciones, siendo así que faltaban para los internos).
La persecución a padres de familia y alumnos llegó a extremos increíbles, y fue complementada por los más inicuos procedimientos, entre ellos el engaño y la traición; en una oportunidad, al recibir la queja de algunos indios por abusos que con ellos cometían ciertos corregidores, el Jefe del Departamento Max Byron les ordenó colérico que, “en otra, ellos mismos apresaran a esas autoridades y las condujeran a Warisata. Los indios (eran los de la zona de Combaya) le creyeron ingenuamente, y así, en la primera oportunidad que se les presentó, aparecieron en Warisata conduciendo a cuatro individuos amarrados para que se los “juzgase” en la escuela. ¡Quién iba a juzgarlos! Al día siguiente, vecinos de Achacachi aparecieron en la escuela y la emprendieron a patadas y sopapos con cuanto indio encontraron, llevándose presos a varios y encarcelándolos por varios meses. ¡El gamonal había recobrado su predominio sobre nuestro suelo! En cuanto al autor intelectual de tan insigne fantochada, guardó prudente silencio y no hizo nada para libertar a los indios.
Así había caído nuestra desventurada escuela.
Sin embargo, el espíritu no había muerto. Lo prueba un hecho ocurrido en 1948, y del cual fueron antecedentes la carta de los amautas de Warisata y la visita del Ministro Alba en 1947. En tal oportunidad, éste les había prometido una serie de medidas tendientes a reabrir la sección Normal, cambiar al director (el cual dio más que motivos para que fuera repudiado por los indios), clausurar el establecimiento de bebidas alcohólicas, etc. Ninguna de estas promesas fue cumplida, lo que no es de extrañar.
Pues bien, los indios resolvieron adoptar una actitud ejemplar: se declararon en huelga, junto con los alumnos, y cerraron la escuela, anunciando su propósito de no ceder hasta que se diera curso a sus peticiones. Esto sucedía en la gestión ministerial del señor Víctor Cabrera Lozada. El héroe de la huelga fue Carlos Garibaldi, a quien ya conoce el lector: nuestro antiguo maestro del taller de alfombras se había convertido en un auténtico líder indigenal, después de titularse maestro. A la cabeza de siete alumnos de Warisata entrevistó al propio Presidente de la República planteando con gran energía los objetivos de la huelga. Llevaba en esa ocasión un extenso oficio que habían redactado, y que fue firmado por más de cuatrocientos indios del lugar. El caso es que en todos esos días, el vecindario de Achacachi permanecía vigilante, deseoso de atrapar a Garibaldi y darle un castigo ejemplar. Pues bien, Garibaldi pasaba y repasaba por el pueblo, escondido en la carga de los camiones, y para hacer firmar la carta, recorrió en una sola noche toda la extensa campiña recolectando cientos y cientos de firmas; hazaña en verdad digna de consideración pues la cosa no es tan fácil como parece. La carta que llevó se publicó íntegramente en “Ultima Hora”, el 8 de marzo de 1948.
La huelga tuvo un resultado escaso: únicamente se dispuso que Warisata quedara retirada de la tuición del Departamento de Educación Rural, para ponerla bajo el control directo del Ministerio. El director también fue cambiado, pero para peor: se dio el cargo a un antiguo maestro, que como tantos otros, se había hecho cómplice de nuestros enemigos; permaneció años en el cargo, espectando con estolidez la destrucción del núcleo, incapaz ahora de alzar un dedo por su progreso.
En esta ocasión, nuestros muchachos, convertidos en profesores, tuvieron un gesto magnífico: cedieron un mes de sus haberes para la refacción de la escuela, confiando el monto reunido en manos del nuevo Director; en mala hora, porque jamás se supo el destino de ese dinero.
Pero a pesar de su escaso resultado, la fuerza y extensión de la huelga me probaron que el indio podía en cualquier instante reasumir su antigua actitud; lo que me induce a pensar que, si acaso un gobierno honesto se propone restaurar la educación indigenal, volverá contar con el entusiasmo constructivo de las indiadas para realizar una obra grandiosa.
Una prueba del odio que se me tenía, es el siguiente volante que circuló en Achacachi con motivo de la huelga; como esta pieza, hubieron muchas otras: “Al vecindario de la Prov. Omasuyos.- Otra vez la demagogia política al servicio de los odios de castas. ELIZARDO PÉREZ, autor de la lucha de razas ha asaltado la escuela de Warisata por intermedio de preceptores indígenas. Achacachi no permitirá a los embusteros y bellacos de la Educación Indigenal. El día 19 de la noche ha sido asaltada y tomada la Escuela de Warisata. Quienes han consumado este atentado incalificable son los maestros educados por el tristemente célebre Preceptor Elizardo Pérez, aquél sobre quien pesan graves acusaciones por malversación de fondos, actos de inmoralidad, explotación del trabajo indígena y más que todo por haber convertido la Escuela de Warisata en foco de odios contra los blancos y mestizos. Los preceptores indígenas, soliviantados por Elizardo Pérez, han llegado a subvertir el espíritu de los indios de la región y han declarado la huelga de sus hijos. ¿Qué hacen las autoridades? ¿Qué hace el Ministerio de Educación, el Ministerio de Gobierno, los demás organismos encargados de velar por el orden y la tranquilidad de los vecindarios? Los ciudadanos de la Provincia Omasuyos declaran a su vez: 1º. No permitirán que nuevamente Warisata sea el centro de las subversiones indigenales y de odios fomentados por la familia Pérez. 2º. Hacen saber a Elizardo Pérez que tampoco tolerarán su vuelta a las actividades de la educación donde dejó funestos precedentes, la convirtió en sede de sus ambiciones y de sus infames orgías. 3º. El pueblo de Achacachi ha de levantarse contra esa bribonería que creyó sepultada para siempre. 4º. El pueblo de Achacachi ha tolerado en épocas pasadas los ultrajes de Pérez y esta vez, pese a sus inmunidades parlamentarias, ha de imponer su condición de pueblo libre, soberano y viril. ¡Alerta pueblo de Achacachi contra los simuladores de la redención indigenal! Abajo Elizardo Pérez, el político tránsfuga de todo. los partidos políticos! EL PUEBLO”.
A continuación incluyo un cuadro comparativo de las partidas presupuestarias asignadas a Warisata en los años críticos. Tiene por objeto hacer ver cómo, con recursos menores, nosotros levantamos una obra gigantesca, en tanto que los simuladores, disponiendo de dineros a manos llenas, no construyeron ni una sola pared, ni arreglaron un solo revoque. Los datos son tomados del Presupuesto Nacional.
GESTIONES NUESTRAS (1937 a 1939), en Bs.:
Fomento construcciones: 171.100
Instalación servicio higiénico: 10.000
Instalación y sostenimiento plana eléctrica: 24.000
Construcción escuelas filiales: 10.000
Sostenimiento camión: 8.000
Adquisición moldes para tejas y ladrillos: 15.000
Adquisición herramientas: 20.000
TOTALES: 258.100
GESTIONES NUEVAS (1940 a 1943), EN Bs.:
Adquisición servicio comedor: 10.000
Fabricación muebles: 30.000
Para edificaciones y reparación: 492.000
Conclusión Pabellón México: 380.000
Sostenimiento planta eléctrica: 28.000
Fabricación tejas y ladrillos: 32.000
Gasolina, aceite, motor camión: 26.000
Técnico en cultivos: 28.000
Práctico zootecnia, agropecuario: 34.800
Maestros carpintería, mecánica, tejidos, tejas y ladrillos: 48.000
Chofer mecánico: 26.000
Atención turistas: 10.000
Imprevistos: 2.000
Compra mobiliario, renovación útiles, dormitorio, comedor, etc.: 30.000
Máquina de escribir: 6.000
TOTALES: 1.183.600
Aunque en 1940 el presupuesto fue disminuido de 17 a 3 millones, los nuevos dirigentes de Educación Indigenal repusieron los fondos para Warisata una vez que ésta cayó en sus manos; pero ni en 1940 ni los años posteriores, las sumas recibidas fueron empleadas en los objetivos señalados. Note el lector que hay 872.000 bolivianos para edificaciones, sin que se hubiera realizado construcción alguna, pretendiéndose, por el contrario, demoler el pabellón México. Puede advertirse asimismo que en 1943 ya no hay ítems para maestros de taller ni para prácticas agropecuarias.
En dos ocasiones aparece la suma de Bs. 30.000 para fabricación de muebles, primero, y luego para su compra. Es claro que en 1940 todavía existían los talleres, que en 1943 habían desaparecido por completo: razón que imponía ahora la adquisición de muebles, antes íntegramente hechos en la escuela; pero tampoco se fabricó ni se adquirió ni un banco ni ninguna otra cosa.
Las pérdidas netas sufridas por Warisata, en un cálculo modesto, son (en Bs.):
Fábrica de tejas: 1.000.000
Desaparición eucaliptos, pinos, kollis: 45.000
Madera de Sorata y la que había en Warisata: 500.000
Herramientas desaparecidas y destrucción de talleres: 100.000
Catres, sillas, mesas, bancos perdidos: 30.000
Sumas presupuestadas de 1940 a 1943, no empleadas en sus finalidades: 1.193.600
Desaparición de ganado lanar y porcino de raza: 20.000
Desaparición de un camión nuevo: 50.000
Desaparición generador de luz: 50.000
Deterioro de locales debido a abandono: 500.000
Desaparición de semillas, papas, trigo, etc., 150 qq: 30.000
TOTALES: 3.508.600
(Más o menos unos trescientos mil dólares promedio).
A lo que hay que agregar la pérdida de los equipos de maquinaria y herramientas que tenía que enviar Lázaro Cárdenas para dotar al Pabellón México.
8.- LA DESTRUCCIÓN DE CASARABE.
Fue también en esa época que se consumó el tremendo drama de Casarabe. ¿Creerá el lector que se trata solamente de destrucción y saqueo? Ya verá que aquí ocurrieron cosas mucho más graves.
Tengo a mi vista un archivo de documentos, debidamente notariados, de un proceso en el que se relata detalle por detalle la destrucción del Núcleo fundado por Carlos Loayza Beltrán. La lectura de esos papeles nos hace conocer la página más sombría, más espantosa de cuantas pueda imaginarse. Casarabe fue borrado del mapa, y uno creería estar leyendo una novela si las listas de muertos no nos llevaran a la cruda realidad. Porque junto a la destrucción de la escuela, se procedió al exterminio de sus habitantes y de sus alumnos, a punto tal, que de los trescientos cincuenta salvajes que se educaban en sus recintos, al final sólo quedaron ocho sobrevivientes.
Un maestro de gran valor civil, Victorino Pesoa, fue el que se atrevió a denunciar la hecatombe, y no lo hizo como un mero rasgo de audacia, sino que pidió y obtuvo un proceso en el que se estableció la verdad.
Esa ignorada página de sangre debe ser conocida, porque corresponde a la época de la destrucción de las escuelas indigenales y es resultado de toda una política educacional. Hago mías las denuncias del valiente Pesoa y reclamo el peso de la sanción histórica para los autores y encubridores del crimen sin nombre. ¡Que los Donoso Tórrez, los Byron y los Reyeros respondan ahora y justifiquen ese atentado de esa civilización! No podrán hacerlo: el dedo de la justicia los señala a ellos mismos y los muestra, con el fondo de las desventuras nacionales, como a quienes dieron origen y apañaron la salvaje fechoría...
Imposible relatar todo el drama: en cada página hay descripciones aterradoras de indios azotados y torturados hasta la muerte, de muchachas golpeadas y martirizadas, de alumnos encadenados que murieron de hambre.
¿Qué aliento satánico se abatió sobre esa fresca flor de oriente, para consumirla con saña y sadismo sin igual?
El látigo, la pistola y las cadenas habían vuelto a las tierras donde Loayza Beltrán y Juanita Tacaná vertieron sus nobles afanes. Los robustos salvajes a quienes habíamos vestido en memorable día, sucumbían uno tras otro con el esquelético cuerpo llagado por los azotes y los golpes. Las enormes cosechas de Casarabe, que según testimonio notariado del proceso, llegaban en 1947 a casi setecientos mil bolivianos (más de ochenta mil dólares) fueron saqueadas y vendidas, creándose la fortuna de unos pocos. No se dejó nada en pie; el pillaje se llevó hasta el último palo, toda la maquinaria, el servicio y utillaje, los animales, los aperos de labranza. No exageraba al decir que la escuela de Casarabe fue borrada del mapa. La página más estremecedora es la lista de las víctimas: 74 muertos, 39 escapados, 23 enfermos que poco después murieron en su totalidad; en la fecha de la denuncia, todavía quedaban 64 cadáveres, tan terrible era su estado de desnutrición.
Finalmente quedaron ocho de ellos.
De los demás, unos cuantos pudieron volver a su primitivo hábitat en la selva, pero en condiciones peores porque eran perseguidos como fieras por la nueva casta de negreros; el resto sucumbió en las garras de sus verdugos. En 1949 se suprimió, por innecesaria, la partida presupuestaria del Núcleo...
El director de Casarabe, Néstor Suárez Chávez, principal actor de este drama inenarrable, no recibió sanción alguna; por el contrario, según me dijeron, fue transferido a Trinidad con un cargo de jerarquía. Porque, como ya es sabido, en Bolivia se premia a los ladrones y a los criminales, y se castiga a los hombres de trabajo y a los honrados.
9.- LA DESTRUCCIÓN DE OTROS NÚCLEOS.
Así, con ferocidad, se destrozaba la obra de la educación del indio. La única escuela que se salvó del desastre fue Llica, más allá del gran salar de Uyuni, barrera insalvable para los bandoleros; aunque, no obstante, su proceso constructivo quedó detenido algunos años. Los demás núcleos fueron destruidos sin piedad. Caiza, Alkatuyo, San Antonio del Parapetí, Chapare, Jesús de Machaca, Mojocoya... todos sucumbieron en manos de los corrompidos jerarcas de la educación boliviana. Veamos algunas pruebas de la debacle:
El vecindario de Caiza, en carta enviada al diputado Max Calderón, pide “la reapertura de la Normal Rural” suprimida por el nuevo régimen educacional. “En cuanto al hermoso edificio capaz de albergar unos cuatrocientos alumnos, está próximo a convertirse en escombros..., perdiéndose con ello más de dos y medio millones de bolivianos en que está avaluado... lo que nos permitimos condenar... por todos los desaciertos cometidos, a pesar de que destinan (ahora) sumas fabulosas para engañar al país...”. (Carta de 8 de agosto de 1947).
Los indios de Alkatuyo me enviaron una carta el 21 de abril de 1947, diciéndome que:
…después de muchos años de lucha y sacrificio, que nos ha costado primeramente la edificación de nuestro local escolar... sensiblemente este año por cuestiones políticas nos han enviado como director a un maestro incapacitado... sin ningún mérito sin años de servicio ni moralidad.., nuestro Núcleo se halla totalmente abandonado.., desmoronando la benéfica labor de anteriores directores....
Yo vi con mis propios ojos la ruina de Alkatuyo y Caiza, y la negativa labor realizada en otro núcleo llamado San Pedro de Quemes, cerca de la frontera con Chile. De Alkatuyo, el inspector Roberto Leytón decía en un informe de 1947 que “se vuelve a recalcar que la zona carece de agua, falta de terrenos para las prácticas y la pésima ubicación de la escuela, son factores determinantes para el fracaso de la labor de los maestros”, lo que causaba una asistencia de apenas 31 alumnos, para los cuales había nueve maestros. En San Pedro de Quemes la cosa era peor todavía: habían nueve profesores para... diez alumnos.
En otro informe, de 1º de octubre de 1947, el Inspector Leytón dice que:
…ha constatado que el maestro en esas regiones (Norte de Potosí) es el primer explotador del indio... Debe cambiarse la política educacional en toda esa zona... obligando a éstos (a los maestros) mayor trabajo y honestidad en sus funciones. La implantación de núcleos con todos los adelantos... urge, pero en zona eminentemente campesina, no como favoritismo político, como pasa en las provincias mencionadas....
En el informe producido con ocasión de la visita del ministro Alba a Warisata, se menciona también a la Escuela Normal Rural de Santiago de Huata, la cual, “no obstante poseer... pequeños campos para experimentación agrícola, éstos permanecen hechos un erial; no hay indicio alguno de haberse propuesto trabajarlos..., campos de deporte no existen... tampoco animales domésticos que sirvan para la enseñanza práctica... ni material escolar, careciéndose de lo más indispensable”. El informe pide que se envíen “26 catres para la sección de señoritas”, lo que era lógico pues que las muchachas dormían en el suelo...
Aisladas noticias de otras escuelas me informan de hechos similares que sería largo relatar. Y es que el proceso iniciado en 1940 continuó durante muchos años, sin que se hubiera realizado nunca un real intento de restauración.
En 1945 inició sus labores el Servicio Cooperativo Interamericano de Educación, que fracasó totalmente pues en lugar de la función integral de la escuela, le asignó como objetivos, únicamente prácticas de higiene y agropecuarias, meramente teóricas, aunque a costa de enormes erogaciones. El aspecto principalmente negativo del SCIDE fue ignorar, negar en absoluto, la capacidad de autogobierno que caracteriza al indio, y además considerar en grado completamente secundario el desarrollo de las industrias domésticas.
En 1947 intenté una vez más frenar este proceso de destrucción general. Los indios de Llica y de la provincia Nor Lípez me llevaron a la diputación, en una lista de candidatos presentada por la Unión Socialista Republicana. Quiero manifestar que, al aceptar la inclusión de mi nombre, no renunciaba de ninguna manera a mis principios. Yo no vendí mi conciencia a nadie y ese eventual compromiso político, liquidado al poco tiempo, en nada modificó mi plena independencia en la acción y en el pensamiento. Pero, de acuerdo a mis propósitos, sirvió en alguna forma para trabajar por el indio, entonces perseguido furiosamente por todos los poderes.
Durante mi pasajera gestión, se creó la Provincia Daniel Campos, cuya capital fue Llica; la experiencia más novedosa fue que sus autoridades, tanto políticas como administrativas, judiciales y educacionales, pertenecían todas, absolutamente todas, a la raza aymara, según hemos podido ver en las listas de 1950. Con mis ex-alumnos, encabezados por Celestino Saavedra, Máximo Miguillanes y Casimiro Flores, realizamos una labor realmente interesante, continuando en otro plano las antiguas actividades de la escuela y dando por fin término a la construcción de sus edificios. Entre las cosas realizadas, puedo citar la instalación de molinos de viento, bombas y motores para la dotación de agua potable a la capital y a sus 21 seccionales; instalación de luz eléctrica en Llica; iniciación de los estudios de captación de las aguas del río de Sacaya, mediante cinco comisiones de ingenieros, para lograr el riego de una superficie no inferior a un mil hectáreas de magníficas tierras; dotación de grandes cantidades de material deportivo, inclusive trofeos. En este período, solamente para Llica se logró conseguir no menos de quince mil dólares para una diversidad de usos.
En Colcha “K” creamos un Núcleo en San Pedro de Quemes, al que ya me he referido; otra comisión de ingenieros estudió una represa que regaría una extensión de 500 hectáreas.
Para Warisata conseguí tres millones para la terminación del Pabellón México, fuera de otros quinientos mil conceidos mediante Resolución Suprema. Estos fondos fueron manejados por el SCIDE, lo mismo que otros cuarenta mil dólares obtenidos del Punto IV para aquel mismo objeto. Pero, finalmente, ni estas fuertes inyecciones de dinero, ni otras con que ayudó el SCIDE, sirvieron para nada.
Como diputado, me cupo interpelar al Ministro Alba pidiéndole que modificara la conducción de la política educacional. Historiando una vez más nuestras luchas, demostré en las Cámaras el desastre en que estábamos, solidarizándose los diputados con la interpelación; pero ya puede suponerse que el Ministro Alba hizo oídos de mercader, a pesar de que él mismo había visto, sobre el terreno, la ruina de la educación del indio.
También por esa época hice entregar los núcleos de Caiza, Alkatuyo y San Pedro de Quemes a la organización fundada por el padre José Zampa con el nombre de “Escuelas de Cristo”. Esta actitud fue muy criticada, pero yo carecía y carezco de prejuicios al respecto, y recordando las grandes obras realizadas en el oriente de Bolivia por las misiones religiosas, pensaba que, aplicando las técnicas de Warisata, quizá podía salvarse algo del desastre; en cualquier caso, nunca los resultados serían tan malos como los que producían bajo la tuición del normalismo boliviano. No tuve que arrepentirme de esta resolución. El Padre Gabriel Landini, nombrado director de los tres núcleos, realizó un trabajo de gran categoría, siendo su obra el único intento serio de restaurar las doctrinas de Warisata. Al poco tiempo la asistencia de alumnos en Alkatuyo llegó hasta ciento cincuenta, de los 31 que había encontrado Leytón. Y en cuanto a la cuestión del agua, la resolvió llevándose dos motores e instalando sendos pozos que, mediante bombas, dan abundante agua, uno a Alkatuyo y otro a Caiza. Ni a los anteriores directores ni al inspector Leytón se les había ocurrido solución tal; y es que el Padre Landini aplicó la pedagogía del esfuerzo y del trabajo, cosa ya olvidada en educación indigenal. Instaló también talleres, construyéndose puertas, ventanas y mobiliario no sólo para Alkatuyo, sino para sus escuelas seccionales y aún para los otros núcleos. Esta labor, desgraciadamente, sólo duró dos años: las presiones del ambiente obligaron al Padre Landini a retirarse.
En el mes de junio de 1948 fui nombrado Ministro de Educación, cargo que acepté aunque convencido de la inestabilidad de esos cargos políticos, como que dos meses y medio más tarde tuve que renunciar, en una crisis total de gabinete. En esa gestión pude palpar a lo vivo la tremenda corrupción reinante en las esferas educacionales. Me retiré asqueado de tanta vergüenza y podredumbre. Nada se podía hacer. Sólo una transformación fundamental en la estructura económica y social del país podía salvar a la escuela.
Así era el panorama de la educación indigenal. No exageraba ni lo más mínimo cuando, en mi discurso en el Parlamento, decía que “la obra original de Educación Indigenal, para quien la ve en su conjunto deja la impresión de una ruina ocasionada por el alud de la guerra. Todo está destruido. Una saña diabólica y un refinamiento incalificable tumbaron cuanto hallaron digno de conservación; y si una pared fue el testimonio de un esquema de labor sobre la cual se edificaría algo, esa pared fue derribada. Lo importante era acabar con todo. Que no quedara seña de que por allí había pasado el hombre. Este odio ciego a la obra de los hombres no parece humano. Hasta los grupos primitivos conservan los edificios de los enemigos a quienes uncieron bajo sus armas. Pero los normalistas bolivianos cobraron tal odio por todo lo que fue nuestro, que ver su obra destructora, repito, es como ver un campo asolado por las balas mortíferas de un ejército implacable”.
Continuará...
Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.
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Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.
Partes anteriores de este libro: 25 - 26 - 27 - 28 - 29.
7.- LA DESTRUCCIÓN DEL NÚCLEO DE WARISATA.
Tenía razón Avelino Siñani. La escuela de Warisata fue blanco principal de la furia destructora de nuestros enemigos y fue saqueada inmisericordemente. Si no llegaron a demolerla, como fue su repetida intención, fue porque los indios se pusieron al frente y lo impidieron una y otra vez, y además porque la obra era demasiado grande como para que la pudieran echar abajo sin más ni más. A pesar de que Carlos Salazar lo denunció con gran energía en su campaña de prensa, fue recién en 1948, con ocasión de una huelga de la que hablaré después, que estos hechos se hicieron públicos. Veamos lo que dice el propio indio al respecto. En carta que me enviaron el 2 de agosto de 1947, los amautas de Warisata me dicen:
Hasta que llegó 1940, fecha donde vino el doctor Vicente Donoso Torres y el señor Max Byron, y conforme a nuestra costumbre, los recibirnos en nuestro Parlamento, allí nos dijeron: que todo lo que habíamos hecho estaba mal y que venían, a salvarnos y hacer una obra mucho mejor; nosotros quedamos perplejos... Sobrevinieron días, meses, años, y cuánta amargura sentimos al comprobar que toda esa promesa se convertía en la destrucción de nuestra obra de esa su obra, maestro Elizardo, donde invirtió usted su vida, de lo que sólo los indios reconocemos y fuimos testigos.
¿Quién podría negar esa destrucción?
Ahí están todas las construcciones paralizadas y parte destruidas; la fábrica de tejas que fue creada para techar nuestras escuelas y nuestras casas, convertida en escombros; nuestros campos de cultivo, sustento de nuestros hijos y en los cuales iban aprendiendo una mejor forma de trabajar la tierra, convertidos en eriales; las ovejas, porcinos, aves de raza, que sirvieron para practicar la buena crianza, fueron exterminados; nuestros depósitos de materiales y herramientas quedaron vacíos; los talleres de tejidos, hilandería, sombrerería y sastrería donde los campesinos, jóvenes muchos, acudíamos a ganar algo después de nuestras faenas agrícolas, fueron suprimidos; servicio de luz eléctrica inutilizado; el mobiliario desapareció y parte existe en mal estado; la Sección Normal.. el estudio de Arte... desaparecieron; las escuelas seccionales fueron paralizadas y desvinculadas; nuestro Parlamento de Amautas fue suprimido y quedamos excluidos de todo contacto con la escuela.
Y de golpe la escuela quedó convertida en un centro de intriga y ociosidad, donde tuvieron que relajarse gran parte de campesinos y alumnos. Los pocos maestros que quisieron continuar la lucha, fueron siempre acallados y vencidos.
La carta en cuestión viene firmada por más de treinta amautas de Warisata, y sus palabras fueron confirmadas por el propio Ministro de Educación, señor Armando Alba, que en vista de los reclamos efectuados por los indios para que se reabriera la Sección Normal, había visitado la escuela en abril de 1947. Sus declaraciones se publicaron en varios periódicos de La Paz. En “La Razón” de 9 de ese mes, dice que
“desde hace años se ha perpetrado en Warisata un verdadero saqueo... he encontrado escombros... Uno de los mejores ensayos de pedagogía rural boliviana... ha sido despedazado”.
En el diario “Patria Libre” dice Alba que “Warisata es una ruina viva”.
Por si el testimonio de un Ministro no fuera suficiente, he aquí lo que dice el propio Jefe del Departamento, señor Raúl Bravo, llegado también a esa función en su calidad de adversario de Warisata, como todos los demás. Extrañará que en su informe confiese el tremendo desastre, siendo así que él fue uno de los responsables; pero todo se explica si se tiene en cuenta que el informe es producto de la visita del Ministro Alba, con el que fuimos Bravo y yo. El Jefe del Departamento no tuvo, pues, más remedio que decir la verdad, descubriendo así la vasta simulación de la que él mismo era actor. Veamos:
El estado en que se encuentra el principal edificio y los anexos como el llamado Pabellón México -dice Bravo- es ruinoso en general... desde hace años, nadie ha puesto interés en su conservación y cuidado (lo que no dice Bravo es que él mismo trató de “desatar” el Pabellón México, impidiéndoselo indios y alumnos). Hay incuria, negligencia y absoluta carencia de sentido de responsabilidad... ha desaparecido el espíritu que antes animaba la Escuela....
Causa indignación ver el estado calamitoso de todas las dependencias... los antiguos talleres han desaparecido devastados por mano que muy bien podría calificársela de criminal... instrumentos de labranza robados....
Lo curioso de todo esto es que el Jefe del Departamento Rural aparece aquí como enteramente ajeno a lo que sucedía en Warisata, siendo él la autoridad máxima, responsable de la marcha de todos y cada uno de los núcleos.
El informe contiene una parte de gran importancia: se trata de la intervención del amauta Rojas, quien en presencia del Ministro Alba había dicho:
Desde que el señor Elizardo Pérez fue echado de esta nuestra casa, nadie se conmovió por nuestra suerte. Hemos sufrido todo género de vicisitudes, de vejámenes y ultrajes. Particularmente de algunos directores que, como Lino Fuentes y Alberto Laguna Meave, se sirvieron de nosotros como de bestias de carga... toda la esperanza que hemos cifrado para contribuir al progreso general del país se ha roto bajo la férula de aquellos simuladores que llamándose maestros han convertido a la Escuela en lugar de corrupción y depravación moral. Símbolo de esta pedagogía inicua es la cantina que instalaron y aquel juego de chichería de la peor jaez “el sapo”. A la austeridad de costumbres sucedió la relajación de ellas, a la honradez siguió el saqueo de cuanto poseíamos.
El amauta Rojas continúa, según el informe de Bravo:
Pedimos... “el restablecimiento de la fábrica de tejas instalada en la época del señor Elizardo Pérez. Esta tejería fue desmontada por orden del Jefe del Departamento de Educación Rural, señor Toribio Claure. Significó uno de los más inauditos atentados porque además de su valor intrínseco de más de un millón de bolivianos, dejó paralizadas las construcciones de todas las escuelas que forman parte de la constelación de Warisata... Reinstalación de la Escuela Normal Indigenal destinada a la preparación de maestros indígenas, elementos únicos que no podrán dejar su misión y abandonar sus deberes por irse a otras localidades urbanas en busca de un mejor porvenir personal... El cuerpo docente estaría constituido por los ex-alumnos que un día se educaron en sus aulas y que hoy deambulan también echados del establecimiento y perseguidos por los enemigos de Warisata.
Según el informe, el Ministro Alba prometió resolver las peticiones a la brevedad, por haber “verificado la obra de destrucción sistemática con que se ha pretendido hacer desaparecer Warisata” y castigar “a quienes tuvieron la gerencia de esta escuela”. Promesa, por supuesto, jamás cumplida.
(El caso de la fábrica de tejas tuvo todas las características de un asalto: Claure llegó de improviso a Warisata, con cuatro volquetas y seis mecánicos bien preparados, los cuales desarmaron las máquinas en menos de tres horas y se las llevaron a La Paz sin que nadie hubiera podido oponerse, pues se eligió un día en que la escuela estaba prácticamente vacía. Tres o cuatro amautas que vieron el asunto, dejaron hacer suponiendo que los mecánicos estaban reparando la maquinaria. Cuando se dieron cuenta de la verdad, ya era tarde: las volquetes corrían ya varios kilómetros).
(Después de que se publicó la primera edición de este libro, el profesor Raúl Bravo tuvo la nobleza de reconocer que se había equivocado al juzgar la obra de Elizardo Pérez e inclusive logró que el Congreso nacional rindiera homenaje al fundador de Warisata. Pocas personas tienen el valor de reconocer sus errores, y esta actitud de Bravo le honra sobremanera. Elizardo Pérez reconoció a su vez este rasgo de caballerosidad y se habla propuesto corregir apropiadamente las referencias adversas que le hace. No llegó a hacerlo, y por eso esta nueva edición mantiene su redacción original. N. del E.).
Estos datos se complementan con el relato que me hizo Tomasita Siñani, la cual me contó que, habiéndose alojado en cierta ocasión en casa del director Erasmo Tarifa, vio entre los muebles de dicho señor, “bancos de la escuela, mesas de la escuela, sillas de la escuela y hasta catres de la escuela”. Es la oportunidad de recordar un episodio protagonizado por el señor Tarifa en 1938, cuando trabajaba en calidad de Inspector en la Dirección General, habiéndolo enviado cierta vez al Núcleo de Sewencani. Lo mejor será transcribir lo que al respecto publicó “La Calle” el 22 de julio de aquel año en artículo titulado: “El Inspector General de Educación Indigenal explotaba a los indios de las escuelas”, manifestando en el texto que “nos hemos informado que el Inspector señor E. Tarifa, ha sido denunciado por los indios de la Escuela de Caquingora, de haberlos obligado a recibirle dinero que destinaba a la compra de ganado; así, para adquirir ovejunos les entregó a tres bolivianos por cabeza. Es decir, que estamos frente a un hecho de innominable inmoralidad, más clamoroso si se presenta en el ramo de Educación Indigenal...”, etc. El hecho se supo porque los indios me buscaron en la Dirección llevándome el dinero de Tarifa, extrañados de que les hubiera enviado a semejante expoliador. Naturalmente, lo despedí ipso-facto. Caídas las escuelas en manos del enemigo, los nuevos funcionarios se apresuraron a restituir a Tarifa enviándolo de director de Warisata, haciendo lo mismo con Fuentes, despedido también por motivos parecidos. Eso no sería nada: cuando volví a visitar Warisata, en julio de 1960, encontré que alumnos y maestros habían puesto los nombres de algunos directores, para honrarlos, en las diferentes aulas; entre ellos, al lado del nombre inmaculado de Raúl Pérez, estaban los de Fuentes y Tarifa...
Se comprenderá que con tales sujetos, el saqueo fuera total; me cuentan que en cierta oportunidad, a altas horas de la noche, llegaron camiones y cargaron, hasta su máxima capacidad, con sillas, mesas, bancos y otros enseres. No solamente desapareció la madera acumulada, sino que Tarifa hizo quitar la que se hallaba colocada en los Pabellones México, Perú y Colombia, utilizándola como combustible. No quedó nada de los bellos jardines antiguos; las avenidas de arbolillos que con tantas fatigas pusimos en todos los caminillos, fueron destruidas en gran parte; nada quedó de las huertas, se destruyó el sistema de agua potable y las bombas (posteriormente el Servicio Cooperativo Interamericano hizo otra instalación a alto costo). El odio llegó a extremos tales que se quiso cambiarle de nombre a la escuela, y no faltaron quienes quisieron entregar sus edificios al Ejército, para convertirlos en cuarteles.
Fue suprimido el balconcillo debajo del cual estaban las dos divisas de la escuela: “WARISATT WAWAN CHCHAMAPA” y “TARE JAICKEN UTAPA” (el esfuerzo de los hijos de Warisáta y la Casa de Todos), suponiéndose, sin duda, que ambas frases encerraban siniestro significado...
Ya no se cuidó del aseo de la escuela; los muros empezaron a perder el revoque, aparecían rayados y manchados, nunca se procedió a una reparación, y eso que, según el cuadro que aparece al pie de este capítulo, había enormes sumas para ello. Las ovejas “cara-negra” que ya llegaban a varias decenas, fueron sacrificadas al apetito dé los vándalos, lo mismo que los hermosos cerdos que los capa-polleras solían llevar a “pastear”. No se sabe lo que ocurrió con los talleres y sus implementos: simplemente, dejaron de funcionar. Volvió a perderse el turno de riego de los acueductos del Illampu, no se editó más el Boletín de Warisata ni el periódico mural, los clubes escolares fueron suprimidos, no se hizo más arte ni poesía, los deportes decayeron. Nuestro antiguo horario (trabajar con el sol, desde que nace hasta que se pone) fue, naturalmente, reemplazado por otro más cómodo a las nuevas normas… Se ignora asimismo el destino de un camión nuevo que dejamos en 1940); los rodillos alguien se los llevó... En el internado, los alumnos que quedaron tenían que dormir en el suelo, porque habían empezado a desaparecer los catres fabricados por el maestro De la Riva. Las despensas fueron saqueadas hasta el último grano de trigo. Al indio, al amauta, se lo echó de la escuela: su presencia ahora era molesta. Los alumnos internos empezaron a buscar vivienda fuera de la escuela, porque los directores ocupaban varias habitaciones como si fueran de su propiedad (en 1960 comprobé que el director del “núcleo” de Tari, Eufrasio Ibáñez, ocupaba en Warisata nada menos que nueve habitaciones, siendo así que faltaban para los internos).
La persecución a padres de familia y alumnos llegó a extremos increíbles, y fue complementada por los más inicuos procedimientos, entre ellos el engaño y la traición; en una oportunidad, al recibir la queja de algunos indios por abusos que con ellos cometían ciertos corregidores, el Jefe del Departamento Max Byron les ordenó colérico que, “en otra, ellos mismos apresaran a esas autoridades y las condujeran a Warisata. Los indios (eran los de la zona de Combaya) le creyeron ingenuamente, y así, en la primera oportunidad que se les presentó, aparecieron en Warisata conduciendo a cuatro individuos amarrados para que se los “juzgase” en la escuela. ¡Quién iba a juzgarlos! Al día siguiente, vecinos de Achacachi aparecieron en la escuela y la emprendieron a patadas y sopapos con cuanto indio encontraron, llevándose presos a varios y encarcelándolos por varios meses. ¡El gamonal había recobrado su predominio sobre nuestro suelo! En cuanto al autor intelectual de tan insigne fantochada, guardó prudente silencio y no hizo nada para libertar a los indios.
Así había caído nuestra desventurada escuela.
Sin embargo, el espíritu no había muerto. Lo prueba un hecho ocurrido en 1948, y del cual fueron antecedentes la carta de los amautas de Warisata y la visita del Ministro Alba en 1947. En tal oportunidad, éste les había prometido una serie de medidas tendientes a reabrir la sección Normal, cambiar al director (el cual dio más que motivos para que fuera repudiado por los indios), clausurar el establecimiento de bebidas alcohólicas, etc. Ninguna de estas promesas fue cumplida, lo que no es de extrañar.
Pues bien, los indios resolvieron adoptar una actitud ejemplar: se declararon en huelga, junto con los alumnos, y cerraron la escuela, anunciando su propósito de no ceder hasta que se diera curso a sus peticiones. Esto sucedía en la gestión ministerial del señor Víctor Cabrera Lozada. El héroe de la huelga fue Carlos Garibaldi, a quien ya conoce el lector: nuestro antiguo maestro del taller de alfombras se había convertido en un auténtico líder indigenal, después de titularse maestro. A la cabeza de siete alumnos de Warisata entrevistó al propio Presidente de la República planteando con gran energía los objetivos de la huelga. Llevaba en esa ocasión un extenso oficio que habían redactado, y que fue firmado por más de cuatrocientos indios del lugar. El caso es que en todos esos días, el vecindario de Achacachi permanecía vigilante, deseoso de atrapar a Garibaldi y darle un castigo ejemplar. Pues bien, Garibaldi pasaba y repasaba por el pueblo, escondido en la carga de los camiones, y para hacer firmar la carta, recorrió en una sola noche toda la extensa campiña recolectando cientos y cientos de firmas; hazaña en verdad digna de consideración pues la cosa no es tan fácil como parece. La carta que llevó se publicó íntegramente en “Ultima Hora”, el 8 de marzo de 1948.
La huelga tuvo un resultado escaso: únicamente se dispuso que Warisata quedara retirada de la tuición del Departamento de Educación Rural, para ponerla bajo el control directo del Ministerio. El director también fue cambiado, pero para peor: se dio el cargo a un antiguo maestro, que como tantos otros, se había hecho cómplice de nuestros enemigos; permaneció años en el cargo, espectando con estolidez la destrucción del núcleo, incapaz ahora de alzar un dedo por su progreso.
En esta ocasión, nuestros muchachos, convertidos en profesores, tuvieron un gesto magnífico: cedieron un mes de sus haberes para la refacción de la escuela, confiando el monto reunido en manos del nuevo Director; en mala hora, porque jamás se supo el destino de ese dinero.
Pero a pesar de su escaso resultado, la fuerza y extensión de la huelga me probaron que el indio podía en cualquier instante reasumir su antigua actitud; lo que me induce a pensar que, si acaso un gobierno honesto se propone restaurar la educación indigenal, volverá contar con el entusiasmo constructivo de las indiadas para realizar una obra grandiosa.
Una prueba del odio que se me tenía, es el siguiente volante que circuló en Achacachi con motivo de la huelga; como esta pieza, hubieron muchas otras: “Al vecindario de la Prov. Omasuyos.- Otra vez la demagogia política al servicio de los odios de castas. ELIZARDO PÉREZ, autor de la lucha de razas ha asaltado la escuela de Warisata por intermedio de preceptores indígenas. Achacachi no permitirá a los embusteros y bellacos de la Educación Indigenal. El día 19 de la noche ha sido asaltada y tomada la Escuela de Warisata. Quienes han consumado este atentado incalificable son los maestros educados por el tristemente célebre Preceptor Elizardo Pérez, aquél sobre quien pesan graves acusaciones por malversación de fondos, actos de inmoralidad, explotación del trabajo indígena y más que todo por haber convertido la Escuela de Warisata en foco de odios contra los blancos y mestizos. Los preceptores indígenas, soliviantados por Elizardo Pérez, han llegado a subvertir el espíritu de los indios de la región y han declarado la huelga de sus hijos. ¿Qué hacen las autoridades? ¿Qué hace el Ministerio de Educación, el Ministerio de Gobierno, los demás organismos encargados de velar por el orden y la tranquilidad de los vecindarios? Los ciudadanos de la Provincia Omasuyos declaran a su vez: 1º. No permitirán que nuevamente Warisata sea el centro de las subversiones indigenales y de odios fomentados por la familia Pérez. 2º. Hacen saber a Elizardo Pérez que tampoco tolerarán su vuelta a las actividades de la educación donde dejó funestos precedentes, la convirtió en sede de sus ambiciones y de sus infames orgías. 3º. El pueblo de Achacachi ha de levantarse contra esa bribonería que creyó sepultada para siempre. 4º. El pueblo de Achacachi ha tolerado en épocas pasadas los ultrajes de Pérez y esta vez, pese a sus inmunidades parlamentarias, ha de imponer su condición de pueblo libre, soberano y viril. ¡Alerta pueblo de Achacachi contra los simuladores de la redención indigenal! Abajo Elizardo Pérez, el político tránsfuga de todo. los partidos políticos! EL PUEBLO”.
A continuación incluyo un cuadro comparativo de las partidas presupuestarias asignadas a Warisata en los años críticos. Tiene por objeto hacer ver cómo, con recursos menores, nosotros levantamos una obra gigantesca, en tanto que los simuladores, disponiendo de dineros a manos llenas, no construyeron ni una sola pared, ni arreglaron un solo revoque. Los datos son tomados del Presupuesto Nacional.
GESTIONES NUESTRAS (1937 a 1939), en Bs.:
Fomento construcciones: 171.100
Instalación servicio higiénico: 10.000
Instalación y sostenimiento plana eléctrica: 24.000
Construcción escuelas filiales: 10.000
Sostenimiento camión: 8.000
Adquisición moldes para tejas y ladrillos: 15.000
Adquisición herramientas: 20.000
TOTALES: 258.100
GESTIONES NUEVAS (1940 a 1943), EN Bs.:
Adquisición servicio comedor: 10.000
Fabricación muebles: 30.000
Para edificaciones y reparación: 492.000
Conclusión Pabellón México: 380.000
Sostenimiento planta eléctrica: 28.000
Fabricación tejas y ladrillos: 32.000
Gasolina, aceite, motor camión: 26.000
Técnico en cultivos: 28.000
Práctico zootecnia, agropecuario: 34.800
Maestros carpintería, mecánica, tejidos, tejas y ladrillos: 48.000
Chofer mecánico: 26.000
Atención turistas: 10.000
Imprevistos: 2.000
Compra mobiliario, renovación útiles, dormitorio, comedor, etc.: 30.000
Máquina de escribir: 6.000
TOTALES: 1.183.600
Aunque en 1940 el presupuesto fue disminuido de 17 a 3 millones, los nuevos dirigentes de Educación Indigenal repusieron los fondos para Warisata una vez que ésta cayó en sus manos; pero ni en 1940 ni los años posteriores, las sumas recibidas fueron empleadas en los objetivos señalados. Note el lector que hay 872.000 bolivianos para edificaciones, sin que se hubiera realizado construcción alguna, pretendiéndose, por el contrario, demoler el pabellón México. Puede advertirse asimismo que en 1943 ya no hay ítems para maestros de taller ni para prácticas agropecuarias.
En dos ocasiones aparece la suma de Bs. 30.000 para fabricación de muebles, primero, y luego para su compra. Es claro que en 1940 todavía existían los talleres, que en 1943 habían desaparecido por completo: razón que imponía ahora la adquisición de muebles, antes íntegramente hechos en la escuela; pero tampoco se fabricó ni se adquirió ni un banco ni ninguna otra cosa.
Las pérdidas netas sufridas por Warisata, en un cálculo modesto, son (en Bs.):
Fábrica de tejas: 1.000.000
Desaparición eucaliptos, pinos, kollis: 45.000
Madera de Sorata y la que había en Warisata: 500.000
Herramientas desaparecidas y destrucción de talleres: 100.000
Catres, sillas, mesas, bancos perdidos: 30.000
Sumas presupuestadas de 1940 a 1943, no empleadas en sus finalidades: 1.193.600
Desaparición de ganado lanar y porcino de raza: 20.000
Desaparición de un camión nuevo: 50.000
Desaparición generador de luz: 50.000
Deterioro de locales debido a abandono: 500.000
Desaparición de semillas, papas, trigo, etc., 150 qq: 30.000
TOTALES: 3.508.600
(Más o menos unos trescientos mil dólares promedio).
A lo que hay que agregar la pérdida de los equipos de maquinaria y herramientas que tenía que enviar Lázaro Cárdenas para dotar al Pabellón México.
8.- LA DESTRUCCIÓN DE CASARABE.
Fue también en esa época que se consumó el tremendo drama de Casarabe. ¿Creerá el lector que se trata solamente de destrucción y saqueo? Ya verá que aquí ocurrieron cosas mucho más graves.
Tengo a mi vista un archivo de documentos, debidamente notariados, de un proceso en el que se relata detalle por detalle la destrucción del Núcleo fundado por Carlos Loayza Beltrán. La lectura de esos papeles nos hace conocer la página más sombría, más espantosa de cuantas pueda imaginarse. Casarabe fue borrado del mapa, y uno creería estar leyendo una novela si las listas de muertos no nos llevaran a la cruda realidad. Porque junto a la destrucción de la escuela, se procedió al exterminio de sus habitantes y de sus alumnos, a punto tal, que de los trescientos cincuenta salvajes que se educaban en sus recintos, al final sólo quedaron ocho sobrevivientes.
Un maestro de gran valor civil, Victorino Pesoa, fue el que se atrevió a denunciar la hecatombe, y no lo hizo como un mero rasgo de audacia, sino que pidió y obtuvo un proceso en el que se estableció la verdad.
Esa ignorada página de sangre debe ser conocida, porque corresponde a la época de la destrucción de las escuelas indigenales y es resultado de toda una política educacional. Hago mías las denuncias del valiente Pesoa y reclamo el peso de la sanción histórica para los autores y encubridores del crimen sin nombre. ¡Que los Donoso Tórrez, los Byron y los Reyeros respondan ahora y justifiquen ese atentado de esa civilización! No podrán hacerlo: el dedo de la justicia los señala a ellos mismos y los muestra, con el fondo de las desventuras nacionales, como a quienes dieron origen y apañaron la salvaje fechoría...
Imposible relatar todo el drama: en cada página hay descripciones aterradoras de indios azotados y torturados hasta la muerte, de muchachas golpeadas y martirizadas, de alumnos encadenados que murieron de hambre.
¿Qué aliento satánico se abatió sobre esa fresca flor de oriente, para consumirla con saña y sadismo sin igual?
El látigo, la pistola y las cadenas habían vuelto a las tierras donde Loayza Beltrán y Juanita Tacaná vertieron sus nobles afanes. Los robustos salvajes a quienes habíamos vestido en memorable día, sucumbían uno tras otro con el esquelético cuerpo llagado por los azotes y los golpes. Las enormes cosechas de Casarabe, que según testimonio notariado del proceso, llegaban en 1947 a casi setecientos mil bolivianos (más de ochenta mil dólares) fueron saqueadas y vendidas, creándose la fortuna de unos pocos. No se dejó nada en pie; el pillaje se llevó hasta el último palo, toda la maquinaria, el servicio y utillaje, los animales, los aperos de labranza. No exageraba al decir que la escuela de Casarabe fue borrada del mapa. La página más estremecedora es la lista de las víctimas: 74 muertos, 39 escapados, 23 enfermos que poco después murieron en su totalidad; en la fecha de la denuncia, todavía quedaban 64 cadáveres, tan terrible era su estado de desnutrición.
Finalmente quedaron ocho de ellos.
De los demás, unos cuantos pudieron volver a su primitivo hábitat en la selva, pero en condiciones peores porque eran perseguidos como fieras por la nueva casta de negreros; el resto sucumbió en las garras de sus verdugos. En 1949 se suprimió, por innecesaria, la partida presupuestaria del Núcleo...
El director de Casarabe, Néstor Suárez Chávez, principal actor de este drama inenarrable, no recibió sanción alguna; por el contrario, según me dijeron, fue transferido a Trinidad con un cargo de jerarquía. Porque, como ya es sabido, en Bolivia se premia a los ladrones y a los criminales, y se castiga a los hombres de trabajo y a los honrados.
9.- LA DESTRUCCIÓN DE OTROS NÚCLEOS.
Así, con ferocidad, se destrozaba la obra de la educación del indio. La única escuela que se salvó del desastre fue Llica, más allá del gran salar de Uyuni, barrera insalvable para los bandoleros; aunque, no obstante, su proceso constructivo quedó detenido algunos años. Los demás núcleos fueron destruidos sin piedad. Caiza, Alkatuyo, San Antonio del Parapetí, Chapare, Jesús de Machaca, Mojocoya... todos sucumbieron en manos de los corrompidos jerarcas de la educación boliviana. Veamos algunas pruebas de la debacle:
El vecindario de Caiza, en carta enviada al diputado Max Calderón, pide “la reapertura de la Normal Rural” suprimida por el nuevo régimen educacional. “En cuanto al hermoso edificio capaz de albergar unos cuatrocientos alumnos, está próximo a convertirse en escombros..., perdiéndose con ello más de dos y medio millones de bolivianos en que está avaluado... lo que nos permitimos condenar... por todos los desaciertos cometidos, a pesar de que destinan (ahora) sumas fabulosas para engañar al país...”. (Carta de 8 de agosto de 1947).
Los indios de Alkatuyo me enviaron una carta el 21 de abril de 1947, diciéndome que:
…después de muchos años de lucha y sacrificio, que nos ha costado primeramente la edificación de nuestro local escolar... sensiblemente este año por cuestiones políticas nos han enviado como director a un maestro incapacitado... sin ningún mérito sin años de servicio ni moralidad.., nuestro Núcleo se halla totalmente abandonado.., desmoronando la benéfica labor de anteriores directores....
Yo vi con mis propios ojos la ruina de Alkatuyo y Caiza, y la negativa labor realizada en otro núcleo llamado San Pedro de Quemes, cerca de la frontera con Chile. De Alkatuyo, el inspector Roberto Leytón decía en un informe de 1947 que “se vuelve a recalcar que la zona carece de agua, falta de terrenos para las prácticas y la pésima ubicación de la escuela, son factores determinantes para el fracaso de la labor de los maestros”, lo que causaba una asistencia de apenas 31 alumnos, para los cuales había nueve maestros. En San Pedro de Quemes la cosa era peor todavía: habían nueve profesores para... diez alumnos.
En otro informe, de 1º de octubre de 1947, el Inspector Leytón dice que:
…ha constatado que el maestro en esas regiones (Norte de Potosí) es el primer explotador del indio... Debe cambiarse la política educacional en toda esa zona... obligando a éstos (a los maestros) mayor trabajo y honestidad en sus funciones. La implantación de núcleos con todos los adelantos... urge, pero en zona eminentemente campesina, no como favoritismo político, como pasa en las provincias mencionadas....
En el informe producido con ocasión de la visita del ministro Alba a Warisata, se menciona también a la Escuela Normal Rural de Santiago de Huata, la cual, “no obstante poseer... pequeños campos para experimentación agrícola, éstos permanecen hechos un erial; no hay indicio alguno de haberse propuesto trabajarlos..., campos de deporte no existen... tampoco animales domésticos que sirvan para la enseñanza práctica... ni material escolar, careciéndose de lo más indispensable”. El informe pide que se envíen “26 catres para la sección de señoritas”, lo que era lógico pues que las muchachas dormían en el suelo...
Aisladas noticias de otras escuelas me informan de hechos similares que sería largo relatar. Y es que el proceso iniciado en 1940 continuó durante muchos años, sin que se hubiera realizado nunca un real intento de restauración.
En 1945 inició sus labores el Servicio Cooperativo Interamericano de Educación, que fracasó totalmente pues en lugar de la función integral de la escuela, le asignó como objetivos, únicamente prácticas de higiene y agropecuarias, meramente teóricas, aunque a costa de enormes erogaciones. El aspecto principalmente negativo del SCIDE fue ignorar, negar en absoluto, la capacidad de autogobierno que caracteriza al indio, y además considerar en grado completamente secundario el desarrollo de las industrias domésticas.
En 1947 intenté una vez más frenar este proceso de destrucción general. Los indios de Llica y de la provincia Nor Lípez me llevaron a la diputación, en una lista de candidatos presentada por la Unión Socialista Republicana. Quiero manifestar que, al aceptar la inclusión de mi nombre, no renunciaba de ninguna manera a mis principios. Yo no vendí mi conciencia a nadie y ese eventual compromiso político, liquidado al poco tiempo, en nada modificó mi plena independencia en la acción y en el pensamiento. Pero, de acuerdo a mis propósitos, sirvió en alguna forma para trabajar por el indio, entonces perseguido furiosamente por todos los poderes.
Durante mi pasajera gestión, se creó la Provincia Daniel Campos, cuya capital fue Llica; la experiencia más novedosa fue que sus autoridades, tanto políticas como administrativas, judiciales y educacionales, pertenecían todas, absolutamente todas, a la raza aymara, según hemos podido ver en las listas de 1950. Con mis ex-alumnos, encabezados por Celestino Saavedra, Máximo Miguillanes y Casimiro Flores, realizamos una labor realmente interesante, continuando en otro plano las antiguas actividades de la escuela y dando por fin término a la construcción de sus edificios. Entre las cosas realizadas, puedo citar la instalación de molinos de viento, bombas y motores para la dotación de agua potable a la capital y a sus 21 seccionales; instalación de luz eléctrica en Llica; iniciación de los estudios de captación de las aguas del río de Sacaya, mediante cinco comisiones de ingenieros, para lograr el riego de una superficie no inferior a un mil hectáreas de magníficas tierras; dotación de grandes cantidades de material deportivo, inclusive trofeos. En este período, solamente para Llica se logró conseguir no menos de quince mil dólares para una diversidad de usos.
En Colcha “K” creamos un Núcleo en San Pedro de Quemes, al que ya me he referido; otra comisión de ingenieros estudió una represa que regaría una extensión de 500 hectáreas.
Para Warisata conseguí tres millones para la terminación del Pabellón México, fuera de otros quinientos mil conceidos mediante Resolución Suprema. Estos fondos fueron manejados por el SCIDE, lo mismo que otros cuarenta mil dólares obtenidos del Punto IV para aquel mismo objeto. Pero, finalmente, ni estas fuertes inyecciones de dinero, ni otras con que ayudó el SCIDE, sirvieron para nada.
Como diputado, me cupo interpelar al Ministro Alba pidiéndole que modificara la conducción de la política educacional. Historiando una vez más nuestras luchas, demostré en las Cámaras el desastre en que estábamos, solidarizándose los diputados con la interpelación; pero ya puede suponerse que el Ministro Alba hizo oídos de mercader, a pesar de que él mismo había visto, sobre el terreno, la ruina de la educación del indio.
También por esa época hice entregar los núcleos de Caiza, Alkatuyo y San Pedro de Quemes a la organización fundada por el padre José Zampa con el nombre de “Escuelas de Cristo”. Esta actitud fue muy criticada, pero yo carecía y carezco de prejuicios al respecto, y recordando las grandes obras realizadas en el oriente de Bolivia por las misiones religiosas, pensaba que, aplicando las técnicas de Warisata, quizá podía salvarse algo del desastre; en cualquier caso, nunca los resultados serían tan malos como los que producían bajo la tuición del normalismo boliviano. No tuve que arrepentirme de esta resolución. El Padre Gabriel Landini, nombrado director de los tres núcleos, realizó un trabajo de gran categoría, siendo su obra el único intento serio de restaurar las doctrinas de Warisata. Al poco tiempo la asistencia de alumnos en Alkatuyo llegó hasta ciento cincuenta, de los 31 que había encontrado Leytón. Y en cuanto a la cuestión del agua, la resolvió llevándose dos motores e instalando sendos pozos que, mediante bombas, dan abundante agua, uno a Alkatuyo y otro a Caiza. Ni a los anteriores directores ni al inspector Leytón se les había ocurrido solución tal; y es que el Padre Landini aplicó la pedagogía del esfuerzo y del trabajo, cosa ya olvidada en educación indigenal. Instaló también talleres, construyéndose puertas, ventanas y mobiliario no sólo para Alkatuyo, sino para sus escuelas seccionales y aún para los otros núcleos. Esta labor, desgraciadamente, sólo duró dos años: las presiones del ambiente obligaron al Padre Landini a retirarse.
En el mes de junio de 1948 fui nombrado Ministro de Educación, cargo que acepté aunque convencido de la inestabilidad de esos cargos políticos, como que dos meses y medio más tarde tuve que renunciar, en una crisis total de gabinete. En esa gestión pude palpar a lo vivo la tremenda corrupción reinante en las esferas educacionales. Me retiré asqueado de tanta vergüenza y podredumbre. Nada se podía hacer. Sólo una transformación fundamental en la estructura económica y social del país podía salvar a la escuela.
Así era el panorama de la educación indigenal. No exageraba ni lo más mínimo cuando, en mi discurso en el Parlamento, decía que “la obra original de Educación Indigenal, para quien la ve en su conjunto deja la impresión de una ruina ocasionada por el alud de la guerra. Todo está destruido. Una saña diabólica y un refinamiento incalificable tumbaron cuanto hallaron digno de conservación; y si una pared fue el testimonio de un esquema de labor sobre la cual se edificaría algo, esa pared fue derribada. Lo importante era acabar con todo. Que no quedara seña de que por allí había pasado el hombre. Este odio ciego a la obra de los hombres no parece humano. Hasta los grupos primitivos conservan los edificios de los enemigos a quienes uncieron bajo sus armas. Pero los normalistas bolivianos cobraron tal odio por todo lo que fue nuestro, que ver su obra destructora, repito, es como ver un campo asolado por las balas mortíferas de un ejército implacable”.
Continuará...
Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.
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