martes, 10 de septiembre de 2013

Warisata la Escuela Ayllu - Parte 20

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 15 - 16 - 17 - 18 - 19.

5.- INTERFERENCIAS EN LA OFICIALÍA MAYOR DE ASUNTOS INDÍGENAS.
En el capítulo anterior dijimos que la Asamblea de Directores convocada por el ministro Peñaranda en 1936, había aprobado un proyecto del señor Rafael Reyeros sugiriendo al Ministerio la creación de la Oficialía Mayor de Asuntos Indígenas. Era visible que el autor del proyecto era al mismo tiempo el único aspirante para ocupar el nuevo cargo, como en efecto sucedió. El ministro, sugestionado por al fraseología del proyecto, le dio a la flamante Oficialía atribuciones bastante amplias y no muy claras, lo cual creó una serie de perjudiciales interferencias con la Dirección General. A tal punto llegaron las fricciones, que me ví obligado a pasar una nota al ministro, en fecha 28 de julio de 1937, en cuyas partes salientes decía:

Me permito presentar mis observaciones sobre algunos puntos en los que no estoy de acuerdo, y solicito respetuosamente la rectificación de esos procedimientos. La Dirección General de Educación Indígena es un organismo técnico, al que se ha confiado la conducción integral de los Núcleos escolares... y para tener toda su autoridad moral, espiritual y efectiva sobre sus dependencias, no debe ser preterida en ningún asunto que se relacione con los núcleos y la labor educacional, ni supeditada con intromisión de autoridades extrañas, que saliendo del marco de sus atribuciones invaden las de esta Dirección General.
Tal ocurre con la Oficialía Mayor de Asuntos Indígenas, que creada con la finalidad de ejercer el patronato administrativo, económico y jurídico de los indígenas, pero no educacional, ha invadido, con la aquiescencia del Ministerio, el terreno específico de esta Dirección, interviniendo en la marcha de las escuelas, como si fuera de su incumbencia y relegando a esta oficina a la categoría de una simple estación de trámite para ciertos asuntos intrascendentes, y para otros no tomada siquiera en cuenta...

La verdad es que la nueva Oficialía había sido creada exprofesamente para ponerla en contra de la Dirección General y, en su caso, para sustituirla. En última instancia esto representaba a las dos fuerzas en lucha: indios y gamonales; la ideología libertaria de Warisata contra los manejos de la reacción enmascarada en falsos “indigenistas” tan osados como inescrupulosos. No voy a decir que el ministro Peñaranda se haya dado cuenta de lo que hacía: temperamento honesto como era, él fue engañado por quienes lo rodeaban, y creyó sin duda hacer un gran servicio a educación indigenal, cuando en realidad había dado paso y autoridad a los supremos enemigos de ella.
En la nota que comento, señalé varios casos de esas constantes interferencias. Al parecer, el nuevo Oficial Mayor no tenía otro campo de acción que el de nuestros núcleos, ignorando que fuera de ellos había masas de indígenas para las cuales hubiera hecho bien en trabajar... Y más aún: ese funcionario disponía de nuestros fondos como suyos, como que se gastaba alegremente las sumas tan trabajosamente obtenidas en la colecta, entré otras cosas, para amoblar lujosamente sus oficinas. También denuncié cómo se permitió organizar algunas veladas teatrales con alumnos de Warisata y Caquiaviri, lo que no sólo desorganizó varias semanas a las escuelas, sino que sirvieron para que nuestros enemigos nos acusasen de extremistas, por el subido tono de algunas recitaciones de alumnos de Caquiaviri; pues Oficial Mayor y adláteres, “socialistas” de cartón, creían que se llegaría a altos resultados esgrimiendo puños y profiriendo frases aunque con ellas se ocasionase la clausura de las escuelas...
Finalmente, hacía notar la escasa visión que ese negociado tenía respecto al problema indio, señalando el caso sui géneris de la propiedad de Vacas, donde estaba situada la escuela del mismo nombre, pues “mientras esta Dirección General -decía- desea establecer una granja escolar, a base de las tierras revertidas al Estado, el señor Oficial Mayor se apresura a parcelar, creando pequeños propietarios...”.
En efecto, el señor Oficial Mayor no estaba planteando, ni mucho menos, una reforma agraria: lo que estaba haciendo era privar al núcleo de Vacas de la posibilidad de su desarrollo independiente, quitándole las tierras donde hubiera podido desarrollar su programa agrícola.

Lo más curioso de este mal llevado proyecto fue que se hacía en nombre de... principios socialistas, como si el socialismo consistiera en destrozar la propiedad colectiva y hacer pequeños propietarios. Supongo que no faltará alguna oportunidad en que podamos exponer ampliamente nuestras ideas en torno al problema de la tierra; pero entretanto, podemos manifestar que el criterio de parcelar sin más ni más, implica el desconocimiento de la verdadera estructura económica en que se basa la producción de los países andinos, la cual es esencialmente colectivista y que ha sobrevivido hasta ahora con las denominaciones de jatha, ayni, minkka, marka y otras, síntesis de la organización del trabajo sobre la propiedad comunitaria. La forma moderna de esta supervivencia es la granja o hacienda, en la cual se han conservado, por lo general, todas aquellas modalidades, excepto en lo que concierne a la presencia del patrón, que sustituye al encomendero, como éste sustituyó al inka o sus representantes.
Una reforma agraria en estos países debiera, por lo tanto, conservar esta admirable organización productiva, sustituyendo al patrón, a su vez, con una entidad que, como en tiempo de los inkas, sirviese a los fines de la colectividad en general. Esa entidad, a criterio nuestro, hubiera sido la escuela indígena en su forma productiva y de trabajo, la que se hubiera constituido en el motor económico y cultural de la comunidad, y que, al lograr su autoabastecimiento, hubiera solucionado en gran parte el problema del mantenimiento de todos los núcleos escolares del país, tan costosos hoy en día.
Desgraciadamente, ni la época ni las circunstancias nos permitieron enfocar este aspecto del problema, aunque para los fines de documentación histórica debo decir que ya fue planteado por mí en una conferencia que dicté en la Universidad de La Paz, en agosto de 1937, cuyo texto se publicó en el diario “La Calle”, del 24 del mismo mes. Después hubimos de ver cómo, en las posteriores eclosiones sociales que conmovieron al país, se destrozaba irresponsablemente los restos de la organización agraria del Inkario, lo que trae como secuela la pérdida irreparable de la vieja cultura india cimentada en aquella estructura.

Este criterio no es nuevo en el país. Ya Bolívar, dictando sus célebres decretos de Trujillo, el 8 de abril de 1824, pretendió crear la propiedad individual entre los indios; como es sabido, esos decretos fueron pronto anulados, y recién el 8 de marzo de 1866 Melgarejo los restauró, si bien no con la nobilísima intención de Bolívar, sino para dar paso a los apetitos de sus allegados, que pudieron apoderarse de las tierras de comunidad creando desde entonces la casta del gamonal.
Los autores del proyecto de parcelación de Vacas no estaban siquiera con la mentalidad de Bolívar: estaban con la de Melgarejo, como lo prueba la similitud del presunto reparto de Vacas con el decreto del tirano, que declara “propietarios con dominio pleno a los indígenas que poseen los terrenos del Estado, debiendo servir de base a ese derecho la actual distribución establecida entre ellos”; agregando a lo anterior: “cada indígena de los expresados deberá obtener del Supremo Gobierno el título de su propiedad particular”. Nuestra posición es naturalmente contraria a esa mentalidad que destruye el organismo totalizador de la jatha aymara para subdividirla en pequeñas parcelas sin cohesión ni unidad económica y social.
El ministro Peñaranda escuchó mis razones cuando le expresé que en nombre de principios socialistas -pues el Gobierno en aquellos momentos se titulaba “socialista”- se estaba destruyendo lo único socializado que había en Bolivia -la granja- para poner en vigencia un sistema de propiedad eminentemente liberal como es la pequeña propiedad. El ministro ordenó, pues, que la parcelación de Vacas fuera suspendida, viendo el error que le estaban haciendo cometer los falsos “socialistas” que medraban a su sombra.

6.- UN DECRETO INOPERANTE Y PERJUDICIAL.
Otra de las genialidades de los asesores del Ministerio fue la dictación del Decreto de 19 de agosto de 1936, por el que se dispone que todo fundo rústico, empresa minera o de explotación industrial de cualquier género, donde existieran más de treinta niños en edad escolar, debía abrir obligatoriamente escuelas por su cuenta, hasta el 30 de marzo de 1937; el incumplimiento de esa disposición sería penado con fuertes multas destinadas a un fondo especial para adquirir útiles de enseñanza, y el material necesario para esas escuelas sería provisto por los almacenes escolares del Ministerio.
Aparentemente el Decreto se inspira en buenas razones, pero una cosa son los deseos y otra las realidades; por nuestra parte, ya veteranos en la lucha contra los terratenientes, sabíamos que ese decreto no iría a ser cumplido en forma alguna, ya que no se contaba en primer lugar con la voluntad de los propietarios, ni había, en segundo término, ninguna organización capaz de imponer y controlar la creación y funcionamiento de tales escuelas. Por el contrario, nos iba a causar más de un serio dolor de cabeza y no pocos sinsabores, como en efecto sucedió, pues la Sociedad Rural Boliviana se lanzó en contra nuestra con todas sus fuerzas, atribuyéndonos la paternidad del Decreto.

Esta medida debía ser cumplida por el Consejo Nacional de Educación en lo que se refería a las escuelas rurales, suburbanas y urbanas; y por la Dirección General de Educación Indigenal en lo correspondiente el campo; pero en realidad, todo el peso de la tarea cayó sobre nuestros hombros, sin considerar que ya estábamos sobresaturados de trabajo con nuestra misión específica.
Durante el tiempo transcurrido desde su promulgación hasta enero de 1937, en que me hice cargo de la Dirección General, no se había tomado previsión alguna para la creación de las proyectadas escuelas; ni siquiera se les dio reglamentación y todo estaba en el aire, aunque el plazo se aproximaba rápidamente.
Le dije, pues, al Ministro, que el susodicho Decreto era impracticable; existiendo una población escolar indígena de 500.000 niños, se hubieran necesitado no menos de 15.000 escuelas; y aún reduciendo las cifras a 150.000 niños, de todos modos se requerían de 5.000 escuelas, con otros tantos maestros. ¿De dónde saldrían éstos? Además, el Estado tendría que proporcionar gratuitamente todo el mobiliario y material escolar, sostener una planta de cien inspectores por lo menos, nueve inspectores departamentales y dos o tres inspectores generales. Todo lo cual representaba un presupuesto de unos tres millones de bolivianos que el Estado no tenía.
Además, le hice notar al ministro la resistencia que ya se estaba produciendo contra el Decreto, que no sólo carecía de base económica sino que estaba desprovisto de toda fuerza ejecutiva. El ministro me respondió muy confiadamente que “todo estaba previsto”, agregando que esperaba empezar a cobrar las multas para sufragar todos los gastos.
Vea el lector lo que aquí sucedía: con un trabajo lleno de sacrificio y constancia, apenas se podía sostener nuestros doce núcleos, y ahora se pretendía pasar a la creación de algunos miles de escuelas como la cosa más fácil del mundo.

Pero habiéndosenos encomendado una tarea, no nos quedó más remedio que cumplirla, y para ello empezamos por recordar a los empresarios y propietarios afectados, la obligación que se les había impuesto; en segundo lugar, tratamos de organizar un curso rápido que nos permitiera dar ideas básicas a aquellos elementos que desearan dedicarse al magisterio indigenal. Todo esto lo hicimos desplegando mucha propaganda tanto en La Paz como en el interior, y eso tuvo la virtud de crear un ambiente favorable a educación campesina. Hasta el diario “Noticias” de la ciudad de Oruro, que era contrario a nuestra obra, publicó un artículo en el que reconocían lo equivocado de su posición y ofrecían colaboramos. Su frase final decía: “Nosotros no creemos en todo lo que se tiene proyectado acerca del indio; pero creemos en Elizardo Pérez”.

Entretanto, la Sociedad Rural Boliviana había roto sus fuegos contra nosotros, anunciando a sus filiales del país la guerra a muerte contra todo lo que significara educación indigenal y especialmente contra el Decreto de marras. Cierta vez me encontré en Potosí con el ministro, y le reflexioné nuevamente sobre lo negativo del asunto y los perjuicios que nos estaba ocasionando; a lo cual me respondió que el Gobierno disponía de la fuerza suficiente para hacer cumplir el Decreto.
Pues bien, llegó el 30 de marzo, fecha señalada por el Decreto, y no había sido fundada ni una sola escuela. El 6 de abril la Junta Militar de Gobierno dicto otro Decreto concediendo el plazo de 30 días más, bajo pena de severas sanciones; y así la situación se repitió una y otra vez, hasta que el Gobierno se cansó de expedir decretos de prórroga, lo que significaba dar paso a las sanciones correspondientes. A tal efecto, la Dirección General pasó a las Prefecturas de toda la Republica, enormes listas de infractores para que les fueran cobradas las multas señaladas.
Demás está decir que nadie pagó ni un centavo. Tal fue el triste fin del famoso decreto. Respecto a su autor, que estaba obligado a salir en su defensa, sostenerlo y llevarlo a la práctica, no apareció por ningún lado ni se molestó en ayudar a la campaña absolutamente en ninguna forma. ¡Tenía conciencia, sin duda, de la farsa que había montado!

7.- ESTRATEGIA DE LOS TERRATENIENTES.
No extrañará a nadie que la ofensiva de la Sociedad Rural adquiriera una fuerza formidable: el país se prestaba para ello, y en realidad lo extraño era que nosotros hubiéramos podido avanzar tanto. Nuestros enemigos se parapetaron en las oficinas públicas, en las radios y en muchos periódicos; entre éstos, “La Razón” que en otro tiempo nos había defendido, cuando Fabián Vaca Chávez era su director, ahora nos combatía con ferocidad atribuyéndonos todas las fechorías posibles.
Después de las primeras escaramuzas -pues nosotros no quedamos callados- la Sociedad Rural lanzó un ataque a fondo denunciando oficialmente ante el Ministerio de Educación la calidad delictuosa de nuestra obra en Warisata y en los demás Núcleos.
La denuncia, monstruosa, pergeñada con maldad, y no obstante, con poca habilidad, llevaba fecha 2 de agosto de 1937, aniversario de la fundación de la escuela. Por extraña coincidencia, poco antes el Tcnl. Germán Busch, ahora Presidente, dictaba el Decreto Supremo por el que se señalaba el 2 de agosto de cada año como DIA DEL INDIO, disponiendo que se rindieran homenajes nacionales a la creación de Warisata.

(He leído en la prensa oficial de La Paz un comentario en el que se dice que Busch eligió el 2 de agosto como Día del Indio, en recuerdo de la fecha en que Atawallpa fue ajusticiado por Pizarro. Nada más lejos de la verdad. El Decreto en cuestión dice así: “Tcnl. Germán Busch, Presidente de la Junta Militar de Gobierno. Considerando: Que es deber de los poderes públicos perpetuar el recuerdo de las fechas que marcan la iniciación de obras meritorias en la revalorización de las masas nativas del país y crear ambiente propicio a la causa del indio; DECRETA: Art. 1º.- Declárase “Día del Indio” el 2 de agosto en homenaje a la fundación del primer núcleo de Educación Indígena y Campesina en la República (Warisata, E.P.). En dicho Día se realizarán en los diferentes núcleos escolares indígenas, concentraciones de aborígenes, exposición y ferias de productos, manufacturas nacionales y concursos folklóricos y otros actos que tiendan a elevar el nivel social, moral y cultural de las masas autóctonas. Art. 2º.- En las capitales de departamento y provincias, los establecimientos de enseñanza fiscal, municipal y particular, así como las instituciones culturales y deportivas, celebrarán festivales destinados a despertar en el pueblo simpatía por la causa del indio. Art. 3º.- El señor Ministro de Educación y Asuntos Indigenales, queda encargado de la ejecución y cumplimiento del presente decreto, dado en el Palacio de Gobierno de la ciudad de La Paz, a los 20 días del mes de julio de 1937 años. (Firmado).- Tcnl. G. Busch.- F. Gutiérrez Granier.- G. Gosalvez.- S. Olmos.- C. Menacho.- D. Sossa.- A. Peñaranda.- F. Tabera”).

He ahí dos épocas enfrentadas: el pasado caduco y lleno de vergüenza, representado por esa entidad oscurantista y feudal que era la Sociedad Rural Boliviana; y el futuro, promisor, ansioso de libertad y de justicia, emergido de las trincheras del Chaco, representado por ese hombre puro y valeroso que fue Busch.
La Sociedad Rural aseguraba con la mayor frescura que ellos podían indicarnos “la forma y espíritu con que deben encararse los métodos sanos de la educación del indio, en estos momentos en que hay ambiente feliz de entusiasmo y sobre todo de posibilidades económicas”; en nuestra respuesta hacíamos notar que esa afirmación la hacían precisamente cuando se oponían a todo trance al establecimiento de escuelas en sus fundos, y cuando su aporte a la colecta había alcanzado cifras mínimas.
Decía también la Sociedad Rural “que no se enseña en las escuelas de Warisata y Caquiaviri la labor agrícola, sino con preferencia la de obreros manuales”; lo mismo dirían años más tarde los profesores normalistas que nos juzgaron. Naturalmente, fue fácil desmentir tal aserto, no sólo con demostraciones prácticas, sino mencionando lo que al respecto decían el Estatuto de Educación Indigenal y su Reglamento. A más abundamiento, se les hizo ver que aún en las escuelas que debían sostener los latifundistas, se había dispuesto que tuvieran “una o más hectáreas de terrenos de cultivo, para las experiencias agrícolas de los alumnos”. Esta disposición aparece en el artículo 146 del Reglamento que confeccionó la Dirección General al hacerse cargo de la tarea. Era un agregado que pusimos por nuestra cuenta, porque para el proyectista del famoso decreto, las escuelas de latifundios debían ser meramente alfabetizadoras.
Además, recordamos al ministro, en nuestro informe, que ya el 13 de mayo de 1937 le habíamos dado información oficial acerca del resultado de nuestras cosechas, mediante carta en la que detallábamos la producción de Warisata. En la misma fecha habíamos manifestado al ministro que:

…el día en que se cuente con tierras propias y se intensifique la educación agropecuaria, de acuerdo al plan de esta Dirección General, Warisata triplicará sus utilidades y esto mismo podría ocurrir en los demás Núcleos, si les dotamos de los campos que necesitan para sus experimentaciones agrícolas, con lo que llegarían a conseguir cierta independencia económica o la ampliación de las atenciones y capacidad de sus internados.

Precisamente este brillante resultado de nuestras actividades agrícolas me decidió a enviar una orden al Director Accidental de Warisata, el 29 de mayo, disponiendo que el internado se ampliara a cien niños, debiendo ser sostenidos cincuenta con los ingresos de la escuela.
Es interesante referir, además, que en tal oportunidad se dispuso que se eligieran 20 ó 30 niñas de 8 a 12 años de edad, prefiriendo a huérfanas de guerra, para establecer el internado femenino, cuyo cuidado debía encomendarse a las madres de familia en turnos rotativos de quince días. Claro que no nos limitamos a dar la orden, sino que ésta fue acompañada del material y la vajilla correspondiente. La escuela dio así otro paso de gran trascendencia en la educación de la mujer.
Volviendo al asunto, transcribimos también informes provenientes de otro núcleos, en los cuales se detallaban los trabajos agrícolas y sus proyecciones, habiendo sido los más importantes los provenientes de Canasmoro, el Parapetí, San Lucas y Casarabe. De Vacas hicimos notar la posibilidad de establecer un internado de quinientos alumnos si se ponía a disposición de la escuela las propiedades municipales de la región.
Otra “denuncia” de la Sociedad Rural consistió en decir que no hacíamos “arborización”, acusación que también rebatimos fácilmente ya que era una de las ocupaciones favoritas de maestros y alumnos. Refiriéndonos a los talleres, decíamos que:

…el objetivo que se persigue, no es el de graduar artesanos, dotando a los indios de un oficio, sino de iniciarlos en los trabajos manuales, a fin de que puedan por sí mismos atender a ciertas necesidades domésticas, porque el indio más que nadie necesita saber labrar una madera, trabajar una mesa... o coser su ropa, saber hilar y tejer, tener conocimientos de herrería y mecánica, saber fabricar tejas, ladrillos y utensilios de alfarería, etc. Una enseñanza en este sentido se trata de calificarla como si fuera consagrada a convertir a los indios en artesanos, pero esta afirmación lanzada por los enemigos de la educación del indio es maliciosa, porque bien enterados están de que no hemos caído en el absurdo de querer hacer artesanos en vez de labradores, a hombres que viven en el campo.

En 1940 la acusación sería repetida por los normalistas que se apoderaron de educación indigenal, quienes, a sabiendas de que falseaban la verdad, sostenían el punto de vista de la Sociedad Rural diciendo que hacíamos artesanos antes que labradores. La Sociedad Rural se había referido también a las veladas ofrecidas por las escuelas de Warisata y Caquiaviri en el Teatro Municipal de La Paz, las que, como he dicho, fueron organizadas por la Oficialía Mayor de Asuntos Indígenas, a espaldas de la Dirección General. La Sociedad Rural quiso demostrar que esas veladas probaban nuestra filiación “comunista”, sin darse cuenta de que nada teníamos que ver en el asunto; dijimos, pues, que a quienes debían acusar era... a sus amigos y partidarios de la Oficialía Mayor. En tono amenazador, la Sociedad Rural decía:

Somos, señor Ministro, 7.000 hacendados en el Departamento de La Paz y 30.000 en toda la República que constituimos sólida fuerza económica agraria y honrada fuerza de opinión poderosa y patriótica.

A lo cual respondimos que:

…en cambio ellos no pueden decirnos: tantos miles de hacendados hemos creado escuelas y educamos a tantos miles de indios...

La Sociedad Rural también nos había denunciado diciendo que descuidábamos la cuestión higiénica y sanitaria; lo que nos dio ocasión para demostrar que la Dirección General había organizado este servicio en escala nacional, creando una Dirección General de Sanidad Indigenal, cuyo primer director fue el Dr. Arturo Plaza, del cual dependían tres médicos regionales y una numerosa planta de sanitarios profesionales. El Dr. Plaza había organizado un importante curso para preparar a estos últimos, y toda esa labor, silenciosa pero no por ello menos eficaz, tuvo grandes resultados permitiendo combatir el flagelo de las epidemias que solían diezmar a las poblaciones campesinas.
En fin: que la Sociedad Rural se figuraba sin duda que nos pasábamos la vida en la holganza y el ocio; habiéndole demostrado que era todo lo contrario.

8.- LOS NUEVOS NÚCLEOS DE EDUCACIÓN INDIGENAL.
Una de las medidas más importantes en el desarrollo de nuestras labores, fue disponer la intervención del Parlamento Amauta en el manejo de los fondos administrados por cada Director, no sólo para realizar una fiscalización severa, sino para dar otra oportunidad de que se pusiera a prueba la capacidad del indio en el manejo de la cosa pública. En cuanto a los Directores, acordamos con el Contralor General de la República que dependerían directamente de la Contraloría en calidad de Pagadores, para todo cuanto significase el manejo de fondos; de esta manera quedaba asegurada una correcta administración y, además, cortaba de raíz todo comentario respecto al corriente rumor esparcido por nuestros enemigos, en sentido de que dilapidábamos alegremente, sin control de nadie, los fondos fiscales.
A los directores se les recomendó que manejasen sus núcleos como si fueran empresas industriales cuya obligación era producir renta al capital invertido, ya que tenían la cooperación de la colectividad, materiales de construcción baratos y gratuitos, el trabajo de talleres, los productos agrícolas y otros. El sentido económico de los núcleos adquiría así, un carácter práctico que salía de las meras proyecciones verbalistas y creaba auténtica riqueza, primer paso para enriquecer a la comunidad y después, sucesivamente, a entidades sociales cada vez más extensas (marcas, provincias, etc.).

¿No era este, un modo de hacer la riqueza del país?

Pues junto a ese trabajo productivo y enriquecedor se desplegaban cualidades de austeridad y esfuerzo, como para emprender cualquier empresa, por difícil que pareciera; condiciones éstas que han sido siempre las que han forjado la grandeza de los pueblos. No estamos elucubrando desde el escritorio; nos referimos a hechos vividos y documentados y en presencia de los admirables resultados que nos daban los núcleos, ya fuese en el Beni, con Casarabe; en la frontera, con Llica; en los valles, con Cliza y Caiza, etc., donde trabajaba una juventud entusiasta y sufrida, de gran calidad y que no era, como nos acusó uno de los corifeos de la Sociedad Rural, de “simples desocupados”.

Al relatar estos trabajos tengo que rendir mi tributo de admiración al maestro boliviano, en el cual he encontrado virtudes muy altas, quizá las más eminentes en América; por eso mantengo mi fe en él, y estoy seguro de que forjará el más espléndido porvenir para Bolivia, pues, ¿en qué país del continente se han dado casos como el de Zeballos y Zavaleta, que llegan al sacrificio de la vida en aras del deber? ¿Dónde se puede encontrar el extraordinario despliegue de energía de Raúl Pérez, Enrique Quintela o Carlos Loayza Beltrán, entregados a la causa con absoluta determinación y firmeza y con pleno renunciamiento a sus intereses y aún a su salud?

9.- EL NÚCLEO DE MOJOCOYA.
Pues bien, si pocos, mis colaboradores suplían el número con la calidad, y la experiencia demostraba que allá donde se creara algo, la obra tendría siempre quien la llevase a cabo hasta el fin. Con esa fe en el elemento humano, no desmentida por el fracaso de muchos, me lancé a fundar otros núcleos de educación indigenal, y lo primero que hice fue crear la escuela en Mojocoya, donde, como he dicho, no se había realizado absolutamente ninguna labor.
La fundación del núcleo dio lugar a interesantes experiencias con los indios de aquella región: claro es que el nuevo Director, Corsino Jordán, tuvo que realizar un trabajo de gran empuje para destruir todo rastro de la nefasta administración anterior que tanto había influido en el ánimo de los campesinos. Pero estos respondieron con gran voluntad, y así colocamos la piedra fundamental en el mes de mayo, organizando al mismo tiempo el Consejo de Administración. Mojocoya es una planicie de unos trescientos kilómetros cuadrados de superficie y se halla a 180 kilómetros de Sucre. La población es íntegramente quechua, y constituye el grupo más avanzado de los “ándidos” hacia el sur, pues a pocas leguas, siguiendo el curso del Río Grande, ya se encuentra la familia de los guaraníes. Es una región ganadera y bastante rica, y las tierras adquiridas permitirían levantar una granja escolar de grandes alcances. Debo decir que la actuación de Jordán fue excelente; respondió con solvencia, permaneció leal a los principios de Warisata y no fue de los que apostataron.

10.- EL NÚCLEO DE JESÚS DE MACHACA.
Había tiempos en que el nombre de Jesús de Machaca era sinónimo de barbarie, de rebeldía y de peligrosa agresividad, a consecuencia de la sublevación de 1921 que tan duramente fue reprimida. Pero yo tenía otras creencias respecto a esos indios y deseaba vincularme con ellos para ver cómo respondían a un trabajo como el que hacíamos en Warisata. Estaba seguro de que su supuesta belicosidad encerraba grandes virtudes humanas, y quien vea el fondo de la cuestión, tendrá que encontrar en esa innata rebeldía la tenaz disposición del hombre para alcanzar su libertad.
¿Era eso un defecto? No: era una virtud que denotaba gran fortaleza para cumplir un destino en la sociedad y para sobrevivir, inconformes con el sometimiento de la raza. Claro que este concepto no agradará a quienes conviene la subsistencia del régimen de la servidumbre; para ellos, todo rasgo de independencia es malvado y debe ser suprimido. Pero los indios de Jesús de Machaca mantuvieron su carácter desde tiempos inmemoriales, cuando constituían la tribu de los pacajes, que aunque vencidos por Mayta Kápac en el siglo XIV, nunca fueron sometidos del todo. Tampoco se entregaron al encomendero colonial ni al hacendado republicano. El virrey Toledo, vista la rebeldía congénita de estos indios, convirtió el ayllu de Korpa, perteneciente a la marca de Jesús de Machaca, en un cacicazgo independiente entregado a un descendiente de los inkas, y con cuyos productos se sostenía un “beaterio” o casa de novicias indígenas. Recién en 1900 el general Pando se estableció en ese lugar como hacendado. Y últimamente (1961) la casualidad hace que en Korpa precisamente, se haya encomendado al Padre Landini que establezca un internado de muchachas indias, ya no para ser destinadas a los conventos como en la Colonia, sino con objetivos mucho más sociales.

Jesús de Machaca, de acuerdo a nuestra organización territorial y política, es un cantón que posee jurisdicción sobre sus doce comunidades o ayllus, cada uno de los cuales tiene cierto número de estancias. Es exactamente lo que Rigoberto Paredes ha visto en la provincia Inquisivi, o sea, la marca preinkaica, inkaica y postinkaica. La colonia sustituyó al mallcu por el corregidor. En el Inkario tenía dos o tres pachacacamayu, de acuerdo a su densidad de población y el respectivo número de chuncacamayu hasta llegar a la unidad familiar.
En cuanto al gobierno de la marca, la creación de corregimientos no eliminó la tuición de las ulakas del inkario, aunque haya sido cambiada su denominación por la de cabildos.
Por todos estos antecedentes tenía grandísimo interés en fundar un núcleo en esa zona donde tan puras se habían conservado las instituciones ancestrales. Allá me fui, por tanto, para hacer contacto con las indiadas. Pero la cosa fue más bien difícil, porque el indio se mostraba muy huraño, como que diez y seis años de transcurso no habían logrado hacer olvidar la espantosa matanza, seguida de la permanente hostilidad de mestizos y blancos.
No sabiendo cómo hacerme escuchar del cabildo -que se reunía cada domingo- tuve la idea de aprovechar de la próxima festividad de Corpus Christi, de la que me dijeron reunía no menos de diez mil personas en la plaza, para hablar a la multitud. Para el efecto, busqué al cura párroco y le pedí que me permitiera ocupar el púlpito en un intervalo de la misa, que según esas referencias, contaba con gran número de oyentes. Esta idea parecerá descabellada, pero ya estaba acostumbrado a hacer cualquier cosa con tal de alcanzar mis fines.

Sin embargo, llegada la fiesta, la multitud se concentró, efectivamente, en la plaza, llenándola con su polífono estruendo; pero a la misa no entraron más de diez indios, en vista de lo cual desistí de mi intención, pensando asimismo que acaso ese medio de buscar contacto no sería bien visto por las indiadas pues de hecho me situarían al lado del cura. ¡Y era visible que la iglesia ya no tenía, para ellos, el antiguo atractivo! Razones, sin duda, no faltaron.
Abandoné el templo y busqué contactos por medio del corregidor, también con resultados negativos. Después me fui a algunas comunidades, y en fin, puse tanto empeño que logré despertar cierto interés. Lo que más me valió fue haberme quedado a dormir algunas veces en las chujllas indias, sirviéndome el magro chuño en sus mismas chúas (platos de barro). Así se me permitió exponer mis propósitos primero ante el grupo familiar y luego ante mayor número de gentes. Los indios me escuchaban con cautela, pero pronto fue evidente que la cosa empezaba a tomar forma en su cabeza.
Por fin el cabildo en pleno resolvió recibirme. Este fue un acontecimiento en Jesús de Machaca, porque aquella entidad no abría sus puertas a extraños, especialmente si se tratara de mestizos o blancos. Pero rota la tradición, fui escuchado por veinticuatro patriarcas que representaban a las doce comunidades circundantes. Yo sentí la solemnidad del momento y puse elocuencia en mis explicaciones. Relaté lo que habían hecho los indios de Warisata y les invité a visitar la escuela, poniéndoles a su disposición nuestro vehículo. Pese a su gravedad, pude notar signos de complacencia ante mi lenguaje, y mis proposiciones fueron aceptadas.

Veintisiete autoridades indias subieron al camión rumbo a Warisata, y al llegar a la escuela no pudieron menos que manifestar su asombro con las típicas exclamaciones aimaras. He aquí que hermanos de raza habían hecho nada menos que un palacio para uso de ellos y de sus hijos, y el hombre desconocido que les había hablado, se había quedado corto en la descripción. El Parlamento Amauta los recibió en asamblea, en la cual se les hizo conocer al detalle todo lo realizado. Después pasearon por todas las reparticiones, vieron nuestros campos y jardines, comprobaron lo que se había hecho en cuanto a acción social, apreciaron en todos sus aspectos la nueva vida de los niños. Los diferentes ayllus los acogieron haciéndoles grata la permanencia, y todo resulto una verdadera fiesta de las hermandades indias de esos dos grupos aymaras.
Vueltos a Jesús de Machaca, el cabildo resolvió por unanimidad y previa autorización de las doce comunidades, cooperar material y moralmente a la construcción de la escuela central, de la que más tarde se desprenderían las seccionales respectivas en cada uno de los ayllus.

Lo principal estaba logrado. Ahora sólo faltaba levantar los edificios...

Por el momento, no teníamos un director que pudiese desempeñar el cargo con la eficiencia requerida. Se trataba de una creación trascendental que iba a desmentir todo lo dicho acerca del indio de Jesús de Machaca, y para eso se requería de gran capacidad y valor. Bien conducido, el núcleo podía superar a Warisata -que era lo que se proponían los indios- ya que no había obstáculos y, más bien, todo era favorable. Habiéndoseme recomendado a un profesor normalista de Sucre, le hice la proposición para que se hiciera cargo del Núcleo; aceptó complacido, pero apenas duró 8 días en sus funciones: tal era su ineptitud que me vi obligado a retirarlo antes de que echara a perder lo que habíamos hecho (algunos años más tarde encontramos a este maestro como Director de la Escuela Normal Rural de Santiago de Huata, dando testimonio en contra nuestra).
Ante esta situación, fue designado director un joven maestro formado en Llica. Era un maestro artesano al que se había dado la enseñanza de materias generales por el espacio de un año. Cupertino Pozo, que tal era el nombre de nuestro personaje, era activo, grandemente voluntarioso, muy hábil en el trabajo manual y convencido de la causa de indio; pero, claro está, no era un Enrique Quintela o un Carlos Loayza. Con alguno de estos Jesús de Machaca hubiera crecido en poderosa dimensión. Pero así y todo, Pozo respondió consagrándose al trabajo, demostrando que no hace falta un título académico cuando se tiene fe y honradez. Después se completó el personal con elementos de buena voluntad habituados a las incomodidades y dispuestos a trabajar.

El cabildo de Jesús de Machaca inició sus actividades con sumo empuje; obtuvo la cesión gratuita de tierras, materiales de construcción y trabajo personal. Determinó la ubicación de la escuela, y para iniciar los trabajos de apertura de cimientos, me manifestaron que éstos debían ser iniciados por la taika, o sea la comunidad madre. Fue esa la ocasión en que me informé que la marca estaba dividida en dos distritos de seis comunidades cada uno: eran los antiguos Hanan suyu y Hurin suyu; a la cabeza de Hanan estaba la auqui (padre) comunidad, y la taica a la cabeza de Hurin. En todo trabajo que interesase a la colectividad, las obras debían ser comenzadas por la taika; y así, cuando ésta lo vio por conveniente de acuerdo a sus ritos, inició los trabajos seguida luego por las demás comunidades de acuerdo a su orden jerárquico.
Así comenzó en Jesús de Machaca una verdadera eclosión social, si bien de distinto orden que en 1921. Todas las viejas rebeldías se encaminaban ahora a la obra de su propia cultura, comienzo de una auténtica liberación. Su trascendencia fue enorme en el altiplano, y de ella se hizo eco la prensa paceña, aunque no faltaron quienes viesen en la fundación del Núcleo una amenaza para el país, dada la fama que arrastraban los indios de esa zona. “La Calle” publicó un excelente artículo el 13 de julio de 1937, en el que decía:

“No es posible que se siga atribuyendo a los comunarios de Jesús de Machaca, la triste fama de “subversivos”.., actualmente todas las comunidades se hallan empeñadas en levantar el edificio escolar, cuyas proporciones serán realmente gigantescas, y fuera de los turnos ordinarios de trabajo que son de 120 o más hombres semanales, los indígenas hacen otros por su cuenta y voluntariamente, centuplicando su esfuerzo para terminar su escuela...”

“El Diario”, con el título de “Jesús de Machaca, una severa revisión aymara” decía el 29 de agosto de 1937:

“He aquí una comarca parecida en su aspecto geográfico y humano, a la de Warisata, donde viven más de dos mil comunarios que actualmente, bajo la fiebre de edificar su gran escuela, mueven brazos y más brazos, unos cortando piedra de las canteras vecinas, otros abriendo los cimientos o fabricando adobes, ladrillos, arrancando paja, etc. En esta labor se confunden viejos, jóvenes y niños, un millar de voces rumorosas y jadeantes, una colmena viva de actividad...”. “A propósito del carácter de la raza, y de las leyendas hábilmente deslizadas sobre los indios machacas, la escuela que es una experiencia viva, está comprobando que las fuerzas de la raza pueden canalizarse fácilmente en el sentido de la civilización y del progreso”.

Todo esto no era sino la expresión de la verdad, ya que los periodistas paceños hicieron una excursión con fines informativos, y vieron el maravilloso espectáculo de la vida que renacía en los campos antes regados por la sangre y por el odio.
La matriz de la escuela se ubicó en Joncko, que era la taika, debiendo atender también a las necesidades educacionales de Sullcatiti, o sea la auqui.
Para su desarrollo agropecuario fueron donadas cuarenta hectáreas de tierras de riego de primera calidad, en superficie continua. Cada ayllu contribuyó con una porción de tierra tomándola de su sayaña en compensación de la que pasó a formar el bien escolar o común. Todas estas formas de contribución fueron discutidas por el cabildo, similar en su estructura al Parlamento Amauta de Warisata y tan dinámico como éste.
Jesús de Machaca tenía una serie de ventajas sobre Warisata; empezando por la fertilidad de sus tierras, apta para muchos cultivos y para ganadería; por su importancia demográfica, y por último por no haber sido penetrada por el latifundio. Su porvenir estaba, pues, asegurado, y en efecto, pocos años después se hallaba en pleno florecimiento, revelando la formidable capacidad constructiva del indio. Pero como todo es relativo en esta vida, también el Núcleo de Jesús de Machaca recibió los golpes de la reacción feudal y fue destrozado, como Warisata. En la actualidad (1961) el padre Gabriel Landini, veterano maestro indigenista, trata de restaurarlo en parte, pues se le ha entregado el núcleo de Korpa -que no es sino una segregación de la antigua marca de Jesús de Machaca- donde hemos podido apreciar que se trabaja con austeridad y empeño, haciendo recordar los antiguos tiempos de la escuela indígena boliviana.

En la visita que efectuamos en 1961, pudimos observar algunos aspectos que vale la pena comentar. El padre Landini, disponiendo de cuarenta mil dólares y utilizando los métodos de trabajo de Warisata, había logrado levantar un modernísimo edificio para el internado de niñas, local provisto de todas las comodidades imaginables. Las muchachas debían permanecer por turnos de tres meses en el internado, para aprender una serie de normas de vida civilizada y los conocimientos inherentes a su sexo, a fin de aplicarlos al retornar a su hogar. Había, pues, en Korpa, un propósito claramente establecido, cosa que no se puede decir de otras escuelas de la actualidad que se desarrollan al acaso, sin una línea de conducta definida y sin ninguna orientación. Sin embargo, nos parece que la excelente labor del Padre Landini es incompleta y unilateral, hecho que no debe serle atribuido ya que corresponde, más bien, a esa misma desorientación que parece general en la conducción de las escuelas; en efecto, dar nuevas normas de vida sólo al sector femenino de la población, en tanto el masculino permanece aislado o se prescinde de él, causará inevitablemente un desequilibrio psicológico y social en esas generaciones, por cuanto las muchachas se sentirán en un plano superior al de los muchachos y no tratarán de permanecer en su primitivo ambiente. En el mejor de los casos, su permanencia en el hogar estará condicionada a su reabsorción por el medio. (Esta previsión se ha cumplido: en parte, las muchachas de Korpa han vuelto a sus modos de vida anteriores. Otra parte ha emigrado a la ciudad para prestar servicios en familias pudientes, en calidad de “empleadas” (eufemismo por “sirvienta”) lo que no es muy alentador. N. del E.).

La solución del problema hubiera consistido en realizar una labor simultánea o paralela tanto entre las mujeres como entre los hombres; y si hay, como lo evidencié, algunos prejuicios con respecto a la coeducación, entonces debía edificarse un internado masculino frente al internado femenino, para que ambos sexos reciban por igual los beneficios de la escuela.
Por último, cabe mencionar el hecho de que Korpa no es sino una de las doce comunidades de la marca de Jesús de Machaca. Carece de sentido, pues, el fundar un Núcleo en ese lugar, habiendo otro, el de Joncko, que es Núcleo propiamente dicho. Hay, evidentemente, una confusión acerca de las relaciones existentes entre el Núcleo y la marca. No de otro modo se explica que se ubique un núcleo dentro de otro núcleo, lo que a la larga causará muchas dificultades y rozamientos. Nos parece que la solución hubiera sido sencilla: entregar todo el núcleo de Jesús de Machaca al Padre Landini, permitiéndole realizar una labor más vertebrada y eficaz que la que puede hacer en el limitado ámbito de Korpa.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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