domingo, 8 de septiembre de 2013

Warisata la Escuela Ayllu - Parte 16

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 11 - 12 - 13 - 14 - 15.

6.- LAS LUCHAS POR EL AGUA.
Como recurso final, los gamonales optaron por quitar a Warisata el agua de riego con que se surtían la escuela y los indios de la comunidad. Esta medida nos hizo mucho daño y nos causó no pocos sinsabores, habiendo resultado inútiles nuestras reclamaciones ante la justicia. Pasados algunos años, y con esto ya estábamos en 1935, los efectos se hicieron sentir en toda su magnitud presentándose el fantasma del hambre con nuestros campos resecos.

Cansados de esperar justicia, el Parlamento Amauta convocó a una gran asamblea, en la que se hicieron presentes unas cuatrocientas personas, ante las cuales manifesté que se habían agotado todos los medios legales y que era necesario resolver el asunto por nuestra cuenta y riesgo. Junto con algunos amautas, les propuse, pues, salir de inmediato armados de picotas, palas y barretas para arreglar la toma de agua, situada a veinte kilómetros de distancia y restaurar la acequia que se hallaba totalmente destruida en toda su longitud. La idea fue aprobada con aplauso general, siendo ese instante las diez de la noche.
De madrugada, a las tres de la mañana, comenzó el desfile de dos mil indios con dirección al Illampu, en la caravana más extraordinaria que me fue dado presenciar. El héroe de la jornada fue el “Secretario”, nombre con el que designábamos a Rufino Sosa, un indio de la hacienda Chúa, el cual se nos había incorporado para trabajar desinteresadamente a nuestro lado. Más tarde hablaré de este titán del trabajo, olvidado como tantos otros héroes anónimos de la redención del indio.
Esa jornada de trabajo fue realmente asombrosa. El mismo día, a las cinco de la tarde, el agua usurpada retornaba alegremente a Warisata, para dar nueva vida a sus sembradíos. Los labradores indígenas la recibían cobrando nuevo aliento en la lucha incesante.

Esto ocurría en el lado de Warisata “Grande”; por el lado de Chiquipa teníamos conflicto análogo: no nos dejaban pasar el agua desde hacía años, eternizándose el juicio que se seguía en los tribunales.

En cierta ocasión, fui notificado por el juez de la causa para asistir a una “vista de ojos” que se realizaría a las siete de la mañana en la toma de agua, distante diez kilómetros de la escuela, hacia el Nor Este. Había que asistir a este acto, y dispuse, en el mayor secreto, que me acompañaran el señor Ibáñez y el “Secretario” Rufino Sosa. Los tres partimos a pie, a las tres de la mañana, para llegar a la hora señalada. También esa jornada tuvo sus peripecias; la oscuridad era profunda y teníamos que andar a tientas; por sí fuera poco, una lluvia torrencial había convertido el piso en un enorme fangal que teníamos que atravesar, en algunos lugares, con el agua hasta las rodillas. Varias veces tropezamos y caímos, helados hasta el tuétano...

Por fin, a las seis de la mañana, encontramos un senderillo que nos condujo a la toma de agua, proveniente de un arroyo formado por los deshielos de la montaña. El agua, según la costumbre local, se tomaba en su totalidad por mitas (turnos) de 24 horas cada una para cada zona. A Warisata, desde tiempos inmemoriales, le correspondía una mita, la cual fue suprimida, como he dicho, por los gamonales. Estuvimos en el lugar a las siete de la mañana, encontrando yo la ocasión de solazar el espíritu con la contemplación del maravilloso paisaje que se dominaba desde los cinco mil metros en que nos hallábamos. Se veía el Lago Sagrado brillando al sol matutino; vimos los caminos y las sendas que tantas veces habíamos recorrido a pie, a caballo o en camiones. Nuestra idílica contemplación, empero, tuvo que cesar cuando vimos que por una ruta tortuosa ascendían en fila unos cincuenta jinetes de aspecto nada tranquilizador, como que venían armados de fusiles, escopetas, pistolas y el infaltable foete. Eran el Juez de Partido, funcionarios de su juzgado, autoridades políticas, latifundistas y toda la consabida laya de gentes que tanto lugar tienen en esta historia.

Todo aquel aparato bélico se proponía dictar sobre el terreno un fallo en contra nuestra, quitándonos definitivamente el precioso elemento. Cuando se disponían a hacer las prácticas judiciales del caso, de un salto me puse de pie sobre una piedra que dividía el riachuelo en dos caudales, y poseído de la más grande indignación, apostrofé a los presentes por el crimen que iban a legalizar, haciéndoles ver que, aunque no tenía ni un alfiler para defenderme, en cambio tenía a mi favor la espada de la justicia a cuya invocación no iba a permitir que continuara el despojo ni por un minuto más, anunciando que en caso contrario nos tomaríamos la justicia por nuestras propias manos.
Mi cólera debió ser muy viva al proferir esos y otros denuestos; el caso es que los que parecían cabecillas de la mesnada, se apearon y me manifestaron estar dispuestos a solucionar amigablemente la cuestión. Debo decir que tal proposición me dejó admirado: no esperaba encontrar ánimo tan benévolo en asunto tan espinoso. Me invitaron, para el efecto, a realizar el arreglo en una hacienda situada más o menos a una legua de distancia. Acepté la propuesta, pero antes de emprender la caminata -pues rechacé un caballo que me ofrecieron- me ocupé de desviar todo el caudal a la acequia de Warisata.
En la casona colonial de la hacienda nos hicieron objeto de grandes atenciones, cosa en verdad inusitada. El arreglo consistió en firmar un acta en triple ejemplar, redactada por mí, con intervención del Juez, mediante la cual las partes renunciábamos a seguir el juicio y reconocíamos nuestros mutuos derechos sobre el agua en litigio, con todos los usos y costumbres estipulados en los títulos de propiedad.

De esta manera, absolutamente inesperada, todo lo obrado en años de tinterillaje quedó destruido en un momento.

¿De cómo los latifundistas de la región, que no se distinguían por su mansedumbre, se avinieron a firmar incondicionalmente un documento elaborado por mí?

El caso es que había mediado una circunstancia de que, al principio, yo no me di cuenta. Antes de eso, debo manifestar que yo no era partidario de asistir acompañado a esta clase de actos; en muchas ocasiones me enfrenté completamente solo a los gamonales de la región, y si en esta oportunidad pedí a Ibáñez y Sosa que me acompañaran, fue porque no conocía el sitio y necesitaba ser guiado. Empero, les había recomendado absoluto silencio y reserva para evitar que los indios se apercibieran del verificativo de la “vista de ojos”, acto trascendental para ellos y que suele acarrear consecuencias imprevisibles, de las que salen siempre perdidosos.

Salimos, pues, de Warisata, en la seguridad absoluta de no haber sido observados; pero cuando el Juez se disponía a llenar la diligencia y yo le interrumpí tan violentamente, la indiada de Warisata había aparecido en la serranía de enfrente, a un kilómetro del lugar, en impresionante masa cuya sola presencia imponía respeto. Tal era mi indignación que yo no me di cuenta de lo que pasaba. A medida que increpaba a mis antagonistas, aparecían las indiadas detrás de mí, con lo cual mis palabras cobraban un sentido que yo estaba lejos de darles. ¡Sobre todo cuando decía que íbamos a tomarnos la justicia por nuestras manos! Los gamonales y sus secuaces debieron creer que yo no estaba para bromas y que allí corrían riesgo de perder la vida. Toda su prepotencia se les evaporó, mostrando en lugar de ello la melosa obsequiosidad del mestizo asustado. No tardé en advertir la presencia de los indios, pero claro que no iba a explicar que yo no tenía arte ni parte en su aparición.

A los pocos días, los latifundistas que habían suscrito el compromiso se quejaron ante el Ministro de Educación, entonces Teniente Coronel Alfredo Peñaranda, manifestando que tal documento les había sido arrancado por la violencia. Creo que no les faltaba razón, sólo que yo no tuve la culpa de ello. El Ministro no hizo ningún caso y así recuperamos el agua definitivamente.

Esta nueva victoria estimuló enormemente a los indios. Veían en la escuela no sólo a la entidad donde se educaban sus hijos, sino también la defensora de sus derechos y de su porvenir. Pero, como contrapartida, el gamonalismo afilaba sus garras, dispuesto a cualquier extremo para abatirnos; ya no se trataba de realizar provocaciones aisladas, sino de montar un aparato ofensivo en regla, buscando la alianza y complicidad de mucha gente interesada en mantener la servidumbre. La entidad que centralizó estos afanes fue la Sociedad Rural Boliviana, organización nacional de terratenientes, a cuyo servicio se pusieron muchos maestros e intelectuales de segunda categoría. Estas gentes nos hicieron mucho daño, porque ocupaban puestos claves en reparticiones oficiales desde donde abrieron un frente muy difícil para nosotros. Con todo esto, la lucha se hizo más dura y empezó un fuego graneado contra la escuela, con gran persistencia y tenacidad.
Pero también obteníamos adhesiones para nuestra causa: la prensa, no ganada todavía por el gamonalismo, nos defendía con ardor; los escritores más destacados del país estaban con nosotros, lo mismo que instituciones culturales, obreras y hasta políticas, alineados todos en la lucha contra el oprobioso pasado.

En Warisata era visible la preocupación de los indios ante la ofensiva desplegada. Teníamos que multiplicarnos para repeler los ataques, librando acciones por doquier. El indio se mantenía vigilante, dispuesto a la defensa, advertido de lo desigual de la batalla. Cierta vez se esparció el rumor de que Achacachi se disponía a atacar la escuela y destruirla de una vez por todas. Esto dio lugar a una actitud que pinta vivamente lo que eran los indios. Dispuestos a defender la obra de su creación, en las noches mandaban avanzadas para resguardar la escuela. Delante había un cordón de ancianos; en la misma escuela estaban los hombres como de cuarenta años, y detrás se situaban los jóvenes.

¿Qué estrategia era esta?

Al interrogarles, los amautas me decían: Los viejos adelante, porque tienen pocos años más de vida, y no harían muriendo sino apresurar su fin. Los hombres porque lucharán mejor defendiendo lo que es suyo: la escuela. Y los jóvenes detrás, porque lucharán solamente si es necesario y al último, pues ellos son el porvenir.
Los indios de Warisata creían ingenuamente que la destrucción de la escuela provendría de un ataque frontal y armado; no imaginaban, sin duda, que nuestros enemigos se valdrían de medios más sutiles para abatir nuestra atalaya.

7.- IRRADIACIÓN A LOS VALLES.
Los antiguos planes para revitalizar la marca pudieron ser realizados en el curso de 1934, con la fundación de cuatro escuelas elementales situadas a lo largo del valle de penetración a Sorata. Se trataba, como he dicho, de una región de grandes recursos y de vida relativamente fácil. Esas cabeceras de valle, daban hasta cuatro cosechas anuales de papa, pues poseían riego constante de las purísimas aguas del Illampu y la tierra, negra y poderosa, no era avara como la del altiplano.
La fundación de esas escuelas obedecía a la necesidad de extender la acción escolar obteniendo, al mismo tiempo, la colaboración de las indiadas del valle para mantener a la central; esta ayuda recíproca no era extraña al medio, como que era un uso todavía subsistente después del largo proceso colonial y republicano: se trataba del sistema cooperativista de la marca, unidad geográfica y económica de singulares proyecciones y que al alcanzar nueva vida en Warisata probo sus bondades constituyéndose en un antecedente que pudo y debió ser tomado en cuenta para las posteriores medidas de la reforma agraria.

Las escuelas fundadas con estas miras, tenían un carácter elemental, y después de algunos años de trabajo, los muchachos más destacados pasarían al internado de la escuela matriz. Este sistema de organización estaba llamado a un desarrollo extraordinario con el nombre de Núcleo Escolar Campesino. Warisata llegó a tener 23 escuelas diseminadas en un radio de veinte leguas. Era la solución perfecta -dicho sea sin vanidad- para el complejo problema del control de la enseñanza elemental en el país. De adoptarse este sistema, ninguna escuela elemental quedaría aislada, e integraría un núcleo de actividades vitales en las cuales encontraría su sentido agrícola y de trabajo, en constante relación con su escuela central o matriz. Las escuelas elementales, situadas en zonas escogidas, proveerían a la escuela central con los productos propios de la región, y recibirían en cambio los productos elaborados en los talleres, en especial los que se refieren a materiales de construcción; en realidad, hacía tiempo que muchas comunidades ya estaban enviándonos sus productos, por ese espíritu de solidaridad que se había despertado en los ayllus; correspondía, por lo tanto, llevar a esas zonas los beneficios de la escuela.

Esta concepción del Núcleo iba mucho más allá de una simple cooperación interescolar, y tendía a obtener la unidad de planes, programa, ideología, etc., para llegar a la formación de un tipo de ciudadano boliviano dotado de las cualidades que pretendíamos formar en Warisata.

La fundación de estas primeras escuelas constituyó un acontecimiento para los valles; veían que Warisata era capaz de cobijar a los indios de regiones bastante alejadas, y no únicamente a los hijos del lugar. Más tarde comprenderían que nuestra escuela extendería su acción a todos los confines nacionales.
De ese modo fundamos sucesivamente las escuelas de Pacollo, Curupampa, Atahuallpani y Chegje. Cada escuela, al ser fundada, quedaba entregada a su propio Parlamento Amauta; se designaba un profesor, se hacía el trazo de los cimientos, se empezaba a reunir materiales y, en fin, se daba el impulso necesario para que pudiera desarrollarse tanto como la iniciativa de los indios lo lograse, a semejanza de lo que habíamos hecho en Warisata. El control de sus actividades vino también por la vía más natural: cada mes los indios de las escuelas seccionales llegaban a Warisata, realizándose un gran Parlamento en el cual informaban sobre la tarea realizada, necesidades de la escuela y otros problemas.

Entre los maestros que encontramos para el desempeño de estas funciones, hubo muchos que respondieron con gran calidad humana; si bien hubo asimismo otros que fracasaron, y más de uno fue echado por los mismos indios como incapaz o inservible. No cualquiera podía desempeñar estos difíciles cargos, que requerían máxima honradez y permanente esfuerzo. Ya no podía repetirse el caso del maestrito rural, afanoso de vivir a costa del indio, y al que nadie controlaba en sus pequeñas trapacerías; ahora los ojos de la comunidad y de su Parlamento permanecían vigilantes sobre él, y encima de todo estaba el severo control ejercido desde la central. Su vida debía tener la transparencia del cristal, y sólo con estas virtudes de abnegación y trabajo, podía contentar a los celosos amautas que cuidaban de la escuela y la edificaban Lamentable es el contraste actual, puesto que, con pocas excepciones, el maestro rural se ha convertido en un nuevo explotador del indio (N. del A., 1973).

La asignación de sueldos a los profesores era un problema muy difícil para nosotros, sobre todo al comienzo; pero tal era el deseo de los indios de montar sus propias escuelas, que muchas comunidades enviaban comisiones a la central para manifestar que ellas se harían cargo del pago de haberes, si bien en escala reducida, garantizando además la provisión de alimentos para el maestro y su vivienda. Escuelas de este tipo tuvimos muchas.

Nuestro sistema nuclear, como he dicho, interesó muchísimo a los indios de las zonas cercanas; así llegamos a tener escuelas en un gran territorio que abarcaba las provincias de Omasuyos, Larecaja, Camacho y Los Andes; tuvimos una escuelita hasta en la inhóspita región de Chachacomani, en las faldas mismas del nevado de ese nombre, a cerca de cinco mil metros de altura sobre el nivel del mar. ¡Los indios jugaban al fútbol en aquella cumbre! La escuela más alejada era la de Jotijoti, jurisdicción del cantón de Italaque, a unas diez y nueve leguas hacia el norte. No se asuste el lector por las distancias: para el indio no las hay, y por eso siempre teníamos en Warisata algunos visitantes de lejanas tierras, que nos traían el humilde tributo de un poco de paja, o cal, o cualquier cosa; y si no podían traer nada por su extremada pobreza, pues entonces quedaban algunos días en la escuela y elaboraban dos o tres centenares de adobes, tras de lo cual, y sin haber exigido ni siquiera que se los alimentara, retornaban calladamente a su lar.
Así es cómo vinieron los de Tajani y tuvimos que fundar su escuela, lo mismo que los de Challapata, Patapatani y otras. Decenas de solicitudes tuvimos que postergarlas para mejor oportunidad, porque los recursos no alcanzaban; pero aún así, los indios abrían escuelitas, pidiendo únicamente que les fuéramos a orientar con el trazo del cimiento: lo demás corría por su cuenta, hasta el nombramiento del improvisado maestro. De este tipo fue la escuelita de Milliraya, cuyo profesor, Tiburcio Mamani, aunque apenas sabía el castellano, enseñaba a conciencia y abría su local a las seis de la mañana trabajando todo el día con feroz determinación. Claro que la comunidad quedaba contentísima, pero no así los corregidores, que solían hacer blanco de sus iras a estos maestros, a los cuales no siempre se podía brindar amparo. Precisamente, el pobre Mamani fue una de las víctimas preferidas del corregidor de Combaya, que lo hizo azotar y golpear hasta cuatro veces.

¡Véase cuál fue la evolución del núcleo! Sin embargo, cuando escribo estas páginas, me llega justamente una carta del profesor boliviano Víctor Montoya (noviembre de 1961) quien me escribe desde la escuela de Táchira (Venezuela) avisándome que en un seminario de profesores convocado por la UNESCO, y que se reúne en Rubio, dos representantes peruanos habían afirmado que el sistema nuclear nació en el Perú, en 1945.

Para los fines de documentación histórica, vale la pena hacer saber que la escuela de Warisata ya había logrado incorporar a la Constitución boliviana de 1938, dos de sus postulados fundamentales: el de la Escuela Única, al que me referiré después, y el del Núcleo Escolar Campesino, este último adoptado también por el primer Congreso Indigenista Interamericano reunido en Pátzcuaro (México) en 1940.

El sistema nuclear entusiasmó a Bernabé Ledezma, que se nos había incorporado en el curso de este año (1935). Ledezma era un profesor egresado del Instituto Normal Superior de La Paz, y ya me había visitado en 1932, en lo más duro de nuestros trabajos. En esa oportunidad se alojó en mi primitiva chujlla y él también como tantos otros, quedó completamente ganado por la causa. Recuerdo vivamente las peripecias que pasamos una noche, hasta el amanecer, empeñados en cocer una hornada de ladrillos, sin haber logrado nuestro objetivo por no conocer el procedimiento y por haberse agotado el combustible. Años más tarde, Ledezma quedó definitivamente incorporado a la planta de profesores.

Bernabé Ledezma me ayudó a redactar el primer estatuto de la educación del indio, en el que incluimos todo lo que habíamos hecho: Parlamento Amauta, su organización y atribuciones, el gobierno escolar, la organización de la escuela, el núcleo, los talleres, el autoabastecimiento del internado, formas de producción, labores en el campo social y económico, asistencia higiénica y sanitaria, educación física, deportes, folklore, filosofía, etc. Este documento fue redactado, diríamos, de un tirón, pues yo lo tenía todo en la mente; pero no lo presentamos sino a fines de 1935, para ponerlo en ejecución en 1936 en calidad de prueba, esperando que sus postulados recibieran la confirmación de otro año de trabajo más.
En todo lo dicho, el lector podrá encontrar los elementos sustanciales de aquello que constituye la educación del indígena americano, y cuya forma actual se conoce con el nombre de “educación fundamental’, aunque no tenga la trascendente fuerza que nosotros le dimos. Ya diré en otro lugar cómo nuestra doctrina fue aceptada por el Primer Congreso Indigenista Interamericano; ahora esos postulados se suministran al país en forma de recetas fabricadas en el exterior, ignorándose, talvez adrede, que fueron creados en Warisata.

CAPITULO VII
WARISATA EN EL CAMPO NACIONAL

1.- LA AYUDA MATERIAL DE UN PRESIDENTE.
El año 1936 trae para Warisata el reconocimiento nacional de su doctrina y de sus tendencias, y fue Tejada Sorzano, ya Presidente, quien nos ayudó en forma decisiva para extender nuestra acción a otras regiones. Además, con exacto conocimiento de nuestras necesidades, puesto que las había palpado en dos ocasiones, dispuso la dotación de tierras, sementales, semillas, aperos de labranza, herramientas, etc.
Fue Tejada Sorzano el primer Presidente que otorgó una suma apreciable para el desarrollo de la educación del indio, dándole nada menos que un millón de bolivianos, equivalente a unos doscientos cincuenta mil dólares, no obstante la penuria del Erario Nacional debido a la guerra.
Con esa suma ya se podía pensar seriamente en repetir las experiencias warisateñas en otras zonas geográficas y con otros grupos étnicos; y para el efecto, organizó una comisión encargada de ubicar las zonas más apropiadas para la instalación de núcleos escolares. Luego hablaré de ello.
Las preocupaciones de Tejada Sorzano no pararon en eso: él se ocupó personalmente de contratar en el Perú a dos maestros tejedores de alfombras, cuya obra había visto y apreciado en todo su valor al pasar cierta vez por Arequipa. De tal modo se inició en Warisata la industria alfombrera, de enorme desarrollo posterior en todo el país. Por cierto que los dos maestros, Carlos Garibaldi y Ladislao Valencia, llegaron a la escuela como caídos a un planeta extraño, en el que, no obstante, se ubicaron con relativa facilidad después de las primeras experiencias. Ambos permanecieron fieles a Warisata a través de todas las vicisitudes, y en especial Garibaldi, el cual, pudiendo haberse enriquecido con su industria, prefirió el rudo apostolado ingresando a nuestra Sección Normal y titulándose maestro indigenista. Como tal es uno de los pocos que mantiene el espíritu forjado en aquellas aulas, y al ver la transformación que sufrió su mentalidad en todo orden de cosas, no puedo menos que pensar que Warisata fue también para él una verdadera liberación.

Volviendo al asunto: Tejada Sorzano trató de hacer realidad la dotación de tierras a la escuela, dictando un Decreto Supremo que me parece debe ser transcrito “in extenso”. Dice así:

Considerando: Que los crecientes progresos alcanzados por la Escuela Indigenal de Warisata, requieren terrenos con destino a campos de cultivo experimental; y vista la solicitud del Director de la Escuela citada, los informes de la Dirección General de Educación Indigenal (que no eran sino los nuestros, E. P.) y los planos avaluando los terrenos que deben expropiarse que ha levantado la Dirección General de Obras Públicas;
Que es de utilidad pública la dotación de tierras para el cumplimiento de los fines de educación e instrucción indigenal que realiza el Estado.

DECRETA:

Art. 1º.- Declárase de necesidad y utilidad pública, los siguientes terrenos adyacentes a la Escuela Indigenal de Warisata, especificados en el Plano levantado por la Dirección General de Obras Públicas y que pertenecen a los siguientes propietarios: B. Huallpa, J. MONTERREY (los nombres que subrayo –enfatizo- son de vecinos de Achacachi), N. Choque, N. Huallpa, Herederos Poma, J. Cosme, I. Choque, A. Siñani, N. Silvestre, N. Huallpa, Mariano Casimiro Quispe, N. Apaza, M. Quispe, A. Ramos, S. Ramos, A. Siñani, M. Ramos, M. MENDOZA, M. GIRONDA, M. MOLLINEDO, P. Poma, C. y M. Quispe, A. Ramos, M. Mamani, J. Imaña, A. Ramos, M. GIRONDA, Francisco Quispe, M. Quispe, A. Siñani, A. Siñani, M. Ramos, M. Poma, J. IMAÑA, S. Quispe, J. MONTERREY, S. IMAÑA, M. Quispe, M. y C. Quispe, C. Quispe, M. MENDOZA, J. IMAÑA, J. MONTERREY, S. IMAÑA, M. MENDOZA.
Art. 2º.- El Ministro de Estado en el Despacho de Instrucción Pública queda encargado de la ejecución y cumplimiento del presente Decreto. Dado en el Palacio de Gobierno de la ciudad de La Paz a los cuatro días del mes de marzo de mil novecientos treinta y seis años. (Fdo.) J. M. Gutiérrez.- José Luis Tejada Sorzano.

Por desgracia, la presidencia de nuestro amigo fue efímera, como todos saben, y no pudo disponer que su Decreto fuera llevado a la práctica. El documento siguió el trámite clásico en las distintas reparticiones encargadas. Pasó casi un año antes de que el expediente fuera despachado por la Prefectura y remitido a la Subprefectura de Achacachi, donde finalmente se lo hizo desaparecer.
Nótese que en la nómina de propietarios de las parcelas a expropiarse, abundan los Quispe, Siñani, Mamani, etc., casi todos nombres indígenas; pero en realidad, quienes poseían y usufructuaban las tierras eran los usureros y prestamistas amparados por aquellos documentos fraguados a que ya me referí; con la expropiación perdían las tierras y, además, no hubieran recibido su valor, que debía ser entregado a sus legítimos propietarios. La señora que tantos conflictos nos causó en los primeros años, ni siquiera figura en la nómina.
Sólo mucho más tarde, después de que nos alejamos de educación indigenal, se logró dar esas tierras a Warisata, pero no en la extensión deseada, y además ya no con miras al desarrollo agrícola que era la base de nuestro programa. No obstante, Warisata continuó usando algunas hectáreas cedidas por los indios, con las cuales llegó a sostener por su cuenta a varios cientos de internos, según referiremos más tarde.

A Tejada Sorzano le gustaban especialmente dos aspectos de nuestra organización: el Parlamento Amauta y las grandes concentraciones de indios que se realizaban el 2 de agosto, aniversario de la escuela. Eran justamente los dos aspectos que, por contraste, disgustaban más vivamente a la Sociedad Rural Boliviana. Tejada Sorzano estimuló el robustecimiento del gobierno amauta, y viene a propósito para demostrar su plena identificación con la escuela, el hecho de que una vez, volviendo yo a Warisata después de prolongada ausencia, me presenté de improviso para sorprender a los indios; pero el sorprendido fui yo: el Parlamento Amauta sesionaba como de costumbre, y quien lo presidía era... el mismísimo Presidente de la República. Admirable prueba de sencillez, digna de ser conocida.
Para dar ejecución a su proyecto de llevar la organización de Warisata a otros puntos del país, Tejada Sorzano creó, por Decreto, una comisión compuesta por el Oficial Mayor de Educación y por el Director de Warisata, la cual debía recorrer el país para elegir los lugares más apropiados para crear nuevos núcleos indigenales, cuya construcción debía realizarse con el millón otorgado a las escuelas campesinas.

La tarea que se me encomendaba era un gran triunfo para la ideología warisateña, por entonces ya bastante difundida, y asimismo, sumamente combatida. Sin embargo, debí reflexionar mucho sobre la responsabilidad que se me imponía: su cumplimiento implicaba una prolongada ausencia de Warisata, y aunque me constaba por numerosos ejemplos que la escuela sabía desenvolverse por sí sola, esta vez yo no podría hacer nada en su defensa, alejado en los confines patrios, si acaso la ofensiva de nuestros enemigos arreciaba con más fuerza. Pero resolví aceptar la misión porque Warisata contaba ya con los hombres capaces de dirigirla, y la obra debía necesariamente probarse en otros ámbitos.
Además, Warisata había recibido el aporte de gentes de gran calidad, entre las cuales se cuenta Raúl Botelho Gosálvez, más tarde uno de los exponentes de la novelística boliviana. Botelho no se limito a enseñar en el aula; trabajó en las construcciones, campos de cultivo, jardines, labores sociales... Creo yo que esa época de su vida fue para él una verdadera forja espiritual que se trasunta a través de toda su obra literaria.

Otro maestro, también improvisado pero lleno de empuje, fue Carlos Salazar Mostajo, figura de singular relieve para nosotros y de cuyo pensamiento está impregnada la doctrina de la educación del indio. Era un adolescente cuando llegó a Warisata, después de haber concurrido a la guerra; vestido de poncho y chullu (gorrito) no se diferenciaba en absoluto de los alumnos. Salazar, hombre de múltiples aptitudes, trabajaba alegremente, siempre dispuesto a cualquier sacrificio, y fue tan esforzado en el trabajo como valiente en las luchas, como lo prueba la campaña que, casi solo, llevó adelante contra todos nuestros enemigos después de que fuimos echados. “Warisata mía” y “Biografía de Warisata”, que forman parte de este libro, son páginas que lo señalan en toda su dimensión espiritual.

El tercer maestro de esta brillante generación fue Hugo Zárate Barrau, el cual hasta solía hacer de chofer cuando la ocasión se presentaba. Recuerdo que una vez que volvíamos de Sorata, estuvimos a punto de precipitarnos a un barranco: el sueño lo había vencido y el camión se desviaba al abismo; tomé el volante y le imprimí un violento viraje, salvándonos de milagro. Actualmente el Ingeniero Zárate es catedrático de la Universidad de La Paz y profesional de todos conocido. Esta clase de hombres anduvieron por las pampas warisateñas, en terminante demostración de que nuestra ideología se estaba convirtiendo en un movimiento nacional que interesaba sobre todo a la juventud.

Volviendo al tema, que tantas veces dejo por estas obligadas digresiones en torno a mis colaboradores, al aceptar la tarea de recorrer el país manifesté la necesidad de atender con preferencia los departamentos del Beni y Santa Cruz dirigiendo la mirada a la gran población nómada de las selvas orientales, que vivía en condiciones sub-humanas y expuesta a desaparecer por la acción de las enfermedades y el mal trato de los “civilizados”.
De este modo la tarea fue iniciada en el Noreste y continuada en Santa Cruz. Como el “selvícola”, nombre que se dio al habitante de las llanuras y bosques de Bolivia, es un grupo étnico muy distinto al del altiplano, fue necesario concebir una organización especial que, acorde con el estado de barbarie en que vivían, los llevara a las mismas finalidades: crear unidad nacional con la formación de un tipo de ciudadano boliviano. Nuestra creencia en las virtudes de esta gente no era utópica: más tarde los magníficos Núcleos de la selva se plasmaron en resultados que no vacilo en calificar de grandiosos, y que una política gubernamental inteligente podía y debía estimular; por desgracia, también esos ensayos de recuperación humana fueron destruidos y desbaratados con saña criminal. Me viene a la mente una reflexión: el habitante oriental de la selva es generalmente designado como salvaje; pero no es así; hace varios siglos que han pasado al estadio de la barbarie, sobre todo gracias a esa fecunda labor de las misiones jesuitas; y si la mentalidad del “salvaje” subsiste en alguna parte, es ciertamente en el cráneo de “intelectuales” y “estadistas’ que no contentos con destruir los núcleos de la selva, llegaron inclusive al exterminio de su población. Perdóneseme estos arranques: cuando se escribe la historia de las desventuras de Bolivia, no puede hacérselo sin indignación.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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