La obra dramática de la que todos hemos hablado alguna vez pero que
siempre queda mucho por comentar dada la universalidad de su argumento y
calidad literaria.
William Shakespeare, considerado el dramaturgo más grande de todos los
tiempos, nació en Stratford-on-Avon el 23 de abril de 1564. Su padre desempeñó
varias ocupaciones que van desde carnicero y comerciante de lana y cereales
hasta alguacil de la ciudad. A pesar de que “el Cisne del Avon” no viajó mucho,
se desconocen los detalles de su vida adolescente y se carece de una
información exacta acerca de su educación y las circunstancias que lo
inclinaron a relacionarse con el teatro. Lo cierto es que en 1594 se encontraba
formando parte de la compañía de actores de Lord Chamberlain (posteriormente
llamada The King’s men), que funcionaba en el mejor teatro londinense de la
época: The Globe.
Su experiencia como actor se refleja en el desarrollo de su arte
dramático, pues su uso del escenario, así como de los recursos que tradicionalmente
formaban parte del espectáculo (trajes, máscaras, música, canciones), influyó
notablemente en los dramaturgos posteriores, a la vez que favoreció la escena
isabelina con una agilidad y una soltura desconocida por sus predecesores.
Asimismo, Shakespeare enriqueció y contribuyó a darle estructura definitiva a
la lengua inglesa. A partir de él el inglés se convirtió en un idioma completo
en construcción, significado y vocabulario. Esto sólo bastaría para colocarlo
entre los grandes poetas de lengua inglesa, pero en realidad su mayor mérito
radica en su genialidad para la creación de personajes dramáticos y su
perfección al describir los sentimientos más complejos del alma humana.
Partiendo de tipos populares (Falstaff, el ama de Julieta), o de símbolos
encarnados (la indecisión en Hamlet, la ambición en Macbeth; los celos en
Otelo), Shakespeare trasciende su intención original configurando seres de
carne y hueso que a través de sus palabras y sus actos van a revelar algún
aspecto específico del alma humana sin perder por ello su carácter de
individuos. Estas características han otorgado a sus obras una popularidad que
ha vencido hasta nuestros días las barreras del espacio y del tiempo.
De entre todas sus obras, no cabe duda de que “Romeo y Julieta” es una
de las más conocidas y representadas. Esto se debe quizá a que en esta obra, a
pesar de su final trágico, se exalta uno de los sentimientos más hermosos del
ser humano: el amor. “Romeo y Julieta” es la más compleja de las obras
tempranas de Shakespeare, y ostenta una armonía magistral entre las palabras y
las imágenes. En esta obra se expone la vida pública y privada de dos familias
de hidalgos de Verona, Montescos y Capuletos. La querella existente entre éstas
sirve de marco para narrar la historia del amor surgido entre la única hija de
Capuleto y el hijo único de Montesco. Los jóvenes se casan en secreto con la
ayuda del ama de Julieta y de Fray Lorenzo. Esa misma tarde, Romeo mata en un
duelo a Tibaldo (primo de Julieta), y por ello es desterrado. Posteriormente
los padres de Julieta deciden casarla con el joven hidalgo Paris. Para evadir
el casamiento Julieta toma un elixir, proporcionado por Fray Lorenzo, que la
hace aparecer como muerta, y es sepultada en la bóveda de la familia. El
emisario de Fray Lorenzo no logra comunicar a Romeo el plan, y el joven llega a
Verona de noche a visitar el cementerio. Después de un duelo con Paris, Romeo
entra en la cripta y toma un veneno junto a su amada que cree muerta. Cuando
ésta despierta y descubre el cadáver de su esposo, se hunde la daga de éste en
el pecho. Este gesto convierte a Julieta en uno de los personajes femeninos de
Shakespeare de mayor elaboración y fuerza dramática. Es Julieta quien decide su
destino, no sólo al casarse en secreto con el hijo del mayor enemigo de su
padre, sino también al preterir morir antes que seguir viviendo después de la
muerte de su esposo.
Aunque el tema de un amor imposible surgido entre dos jóvenes de
familias enemigas había sido tratado anteriormente por diversos autores
italianos y franceses, la versión de Shakespeare es totalmente original, no
sólo en la configuración de los personajes, sino también en su trágico final,
así como en el carácter trascendente de su exposición y solución del conflicto.
Desde el punto de vista formal “Romeo y Julieta” ostenta pasajes
humorísticos con juegos de palabras y situaciones de humor fácil, tradicionales
en el arte popular, combinados sabiamente con el elevado lirismo de las escenas
de amor.
Romeo y Julieta no son personajes propiamente trágicos. Los héroes
trágicos de Shakespeare se consumen en su propia soledad y son condenados por
sus obsesiones y sus pasiones. Otelo es victima de los celos, Hamlet de la
indecisión, Macbeth de la ambición, César de la soberbia, Lear y Corlolano de
su obstinación y su deseo de autodestrucción. Sin embargo, no se puede decir
que Romeo y Julieta mueren victimas de su amor, pues éste no es una pasión
negativa ni destructiva. Ellos mueren víctimas del odio y la irracionalidad de
otros personajes. Tampoco se puede decir que sean personajes solitarios. Romeo
disfruta de la compañía de varios amigos, y es justamente el haber vengado la
muerte de su amigo Mercucio en un duelo con Tibaldo, lo que desencadena el
trágico final. Julieta, por su parte, goza del afecto de su nodriza, lo cual es
notable para una dama joven de la época. El suicidio de Romeo y Julieta no es
la consecuencia de pasiones malsanas, sino la reacción ante circunstancias
irracionales adversas.
La lección que ofrece Shakespeare a través de estas muertes no es la de
que el amor puede llevar a la destrucción a dos jóvenes amantes, sino que el
odio irracional puede acarrear a los hombres la pérdida de lo que quieren. Los
personajes propiamente trágicos son los padres de estos jóvenes.
La muerte de Romeo y Julieta, tanto en el contexto de la obra como para
el lector contemporáneo, simboliza la muerte del amor en un mundo regido por la
violencia, el odio y la soberbia.
DF.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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