martes, 7 de agosto de 2012

Cien años de soledad – García Márquez

Una obra monumental del no menos monumental Gabo y de la que contradiciendo a lo que alude su nombre se seguirá hablando y comentando por al menos otros cien años en el futuro.

Gabriel García Márquez es tal vez el autor más conocido del “Boom” de la literatura en lengua española de los años sesenta. Lo que ha determinado este reconocimiento mundial, es su novela “Cien años de soledad”.
Márquez, nacido en Aracataca, Colombia, comienza a publicar sus primeros cuentos en el periódico “El Espectador” de Bogotá. De este periodo datan los relatos que forman su primer libro titulado “Ojos de perro azul”. Estos cuentos de García Márquez no lo anuncian todavía como la personalidad de las letras que será poco tiempo después. Es sólo en 1955, al publicar su breve novela “La hojarasca”, cuando atrae el interés de miles de lectores. La crítica colombiana sitúa entonces, a esta obra, como la novela más importante que se hubiese escrito en aquel país en los años posteriores a la aparición de “La Vorágine”, del novelista José Eustasio Rivera.
García Márquez, como otros representantes del movimiento de la literatura hispanoamericana de esos años, vivió en la pobreza y en cierta obligada bohemia, hasta que aparece su novela “Cien años de soledad”. Este libro, como ya dijimos, es el que lo coloca a la cabeza en popularidad de la mayoría de los novelistas del continente. También, por el extraordinario número de idiomas a que se traduce, Márquez asciende a los primeros puestos de la literatura mundial.
De “Cien años de soledad” puede decirse, en general, que es una síntesis antológica de los temas tratados en las novelas latinoamericanas. Es decir, en el libro de García Márquez están contenidos los aspectos históricos y sociales de la narrativa del continente: la selva, la explotación social, los despotismos políticos, las guerras, las revoluciones, los trabajadores y las burguesías rurales y ciudadanas, y el extranjero explotador.
Todo esto aparece imbricado en una trama que abarca el nacimiento, desarrollo y destrucción de un pueblo y una familia conjuntamente con las pasiones desatadas dentro de ese mismo marco, y permeado además de la ineludible búsqueda de identidad.
García Márquez ha conseguido con esta obra, un mosaico novelístico fascinante, mezclando la realidad y la más deslumbrante fantasía: alfombras y mujeres voladoras, junto a negocios de bananos y acontecimientos históricos conocidos.
En “Cien años de soledad” todo sucede en un pueblo imaginario (Colombia y América) llamado Macondo. Lo que en este pueblo ocurre, gira en torno a la familia Buendía, pero el eje central de la obra, en el sentido de la permanencia, es Doña Úrsula, madre de toda esta familia. Ella se mantiene en el tiempo como algo inmutable, aparentemente ajena a la muerte o a la aniquilación.
Doña Ursula vive cien años o más, y observa el transcurrir de varias generaciones. Pero a pesar de esta vejez, la madre centenaria nunca pierde del todo la lucidez. Sus acciones, así como sus diálogos con otros personajes, siempre se caracterizan por ajustarse a la realidad mágica en esta novela, pero en ningún momento a la locura o la senilidad.
Uno de los aspectos más notables de esta novela es la sencillez de su lenguaje. No existen a lo largo de todos sus capítulos complejidades idiomáticas en las frases que narran los acontecimientos o describen los lugares. Esta es, tal vez, una de las más meritorias particularidades de esta obra, la técnica literaria realista que obliga a creer o a admitir, de algún modo, todo lo que allí se narra. En cuanto al tiempo, contiene saltos al pasado y al futuro y el lector se percata, fácilmente, de ello. Pero puede repetirse que la realista convicción del lenguaje, hace que esto sea aceptado como si así fuera, exactamente, del modo que ocurren las cosas en la realidad y la vida americanas.
Sólo, y a manera de síntesis, puede apuntarse que en esta novela, el tiempo no sigue la cronología de los almanaques, ni el orden del reloj. Un ejemplo de esto es un diálogo entre Aureliano y José Arcadio Buendla, donde se producen una pregunta y una respuesta que sugieren la inmovilidad del tiempo.
Macondo, ese mágico pueblo y la familia Buendía, recorren, paralelamente, el tiempo circular de la narración. Muestra de esto es el inicio de la obra:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”

Y ya, hacia el final, concluye con ese mismo Macondo transformado en “un pavoroso remolino de polvo y escombros”, mientras que el último de los Buendía —un recién nacido— es arrastrado a los hormigueros, convertido en un hinchado pellejo. Para justificar este final, García Márquez, con una aterradora frase, poética y filosófica al mismo tiempo, resume la historia. Las palabras son atribuidas al gitano Melquíades (uno de los personajes de la novela), un adivino equivalente, en cierto modo, al mago Merlín. Melquíades había profetizado, al descifrar unos misteriosos pergaminos, el fin de la historia de Macondo, a su vez, conclusión de la novela de Márquez. Según el gitano y los pergaminos interpretados, la frase expresaba lo que sigue:

“… todo era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad (Macondo y los Buendia) no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”

“Cien años de soledad” ha sido aceptada como una novela excelente y excepcional en todas partes del mundo. No parece equivocado, sin embargo, el afirmar que al propio García Márquez le será casi imposible superarla literariamente.
Desde el punto de vista del equilibrio formal, entre su estructura literaria y las acciones que describe, “Cien años de soledades” es digna de indiscutible admiración. Quizá sea por esto que a pesar de su ambigüedad filosófica en el planteamiento de los conflictos, ha sido ésta no sólo una de las novelas hispanoamericanas más leídas de los últimos tiempos, sino una de las que más ha influido en la literatura posterior.
ELC.

Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.

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