Una joya de obra que aparenta ser para el mundo infantil pero que contiene el delicado preciosismo de una narrativa limpia y casi musical que causa mayor admiración en cada lectura.
Juan Ramón Jiménez nace en Moguer (Huelva) en 1881. Inicia sus estudios con los padres jesuitas e ingresa después en la Universidad de Sevilla. Pero pronto abandona los estudios académicos para dedicarse exclusivamente a la poesía. Según el historiador de la literatura española e hispanoamericana, Ramón O. Perés, Jiménez puede ser situado en la importante generación del 98 que agrupó a tantos notables prosistas y poetas españoles. En 1900 viaja a Madrid, donde conoce a Valle-Inclán y a Rubén Darío, padre del movimiento modernista hispanoamericano, el cual habría de ejercer profunda influencia en la lírica de Jiménez, ya que éste fue en su primera etapa un poeta modernista.
Algunos de los títulos de su creación en este período son: “Almas de Violeta” (1900), “Ninfeas” (1900), “Rimas” (1902), “Arias tristes” (1908), que lo colocan como un poeta auténticamente representativo de esa importante corriente literaria de la lengua española que fue el modernismo.
En 1901-1902 Jiménez viaja por el sudoeste de Francia y visita también Suiza, de lo que se derivan algunas resonancias de los poetas simbolistas y parnasianos franceses en su obra de esos años. Sin embargo, ya de vuelta en Madrid (1902), donde pudo estrechar lazos de amistad con Machado, Villaespesa, Martínez Sierra y otros, Juan Ramón Jiménez, comienza a dejar de lado la retórica de la poesía francesa simbolista, e inicia su búsqueda interminable de un estilo más sencillo y sutil, que fuera al mismo tiempo culto y espontáneo, como luego lo definiría él mismo.
El lirismo de Jiménez fue puro, de acentuado tono melancólico. Por su dedicación y laboriosidad, en busca siempre de la creación poética perfecta, fue considerado por los más importantes poetas post-modernistas españoles, como el maestro indiscutible. A pesar de esto, es necesario decir, que Jiménez, ya en 1907 comienza a dar los primeros pasos —trabajando siempre por la perfección estilística— en una evolución que lo llevarla posteriormente a lo que él denominaba poesía pura, una poesía desprovista de todo ornamento innecesario o elaboración artificiosa. Los versos de su madurez literaria son a veces sencillos trazos, meros apuntes. Esta inquietud por obtener una simplicidad altamente comunicativa se manifiesta claramente en su libro “Eternidades” (1918):
Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen; a las cosas
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas:
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
Como prosista Juan Ramón Jiménez se define a sí mismo del siguiente modo: “El verso se diferencia de la prosa solamente por la rima. No hay prosa y verso. Todo es prosa o todo es verso. Para mí, sin duda, todo es verso, como para mí todo movemos es danza”.
Lo mejor de la prosa de este autor puede hallarse, sin lugar a dudas, en las páginas de “Platero y yo”, publicado en 1914. Esta novela poemática, como prefieren definirla muchos críticos de la literatura española, está compuesta por 138 viñetas que reproducen impresiones o hechos de la infancia del poeta y, por supuesto, toda la ternura que le inspirare el recuerdo de su borriquillo Platero.
M. Romero Navarro apunta lo siguiente sobre este libro: ‘Es la historia de la vida y muerte de un asnillo, casi una persona, compañero inseparable que fue del poeta; libro cándido y realista, gracioso y tierno; Platero es la creación más afectuosa y viva del autor, Platero es casi un Rocinantillo inmortal”.
El argumento de “Platero y yo” es diverso, por el alto número de aventuras, sucesos y descripciones que se relatan a lo largo de sus páginas. Evoca los sustos y todos los hermosos juegos y sentimientos de la infancia: la escuela, las lecturas, la niña que muere llamando a Platero, la propia casa en que nació el poeta, la muerte de Platero, su tumba, la nostalgia y muchas otras cosas más. Todo esto que se corresponde con la infancia de Juan Ramón Jiménez, está escrito en un lenguaje de alto vuelo poético, pero a la vez sencillo y asequible, cuya lectura proporciona un gran placer, tanto a los niños como a los adultos. Los recursos poéticos utilizados, así como el manejo del lenguaje en este libro, evidencian en Jiménez su notable identidad con la tendencia modernista que caracterizara su primer estilo de expresión: “Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto, cabalgando en la blandura gris de Platero”.
Esta novela-poema de Juan Ramón Jiménez, fue la obra que más influyó para que el tribunal sueco le concediera el Premio Nobel de Literatura en 1956.
Jiménez cuenta también con otras obras en prosa, entre las que se destaca “Españoles de tres mundos” (1940), también estructurada en viñetas o estampas, en las cuales se hacen reseñas o, como él mismo las definió: “caricaturas líricas” de escritores del “viejo mundo”, del “nuevo mundo” y del “otro mundo” (la muerte). A pesar de la elegancia y precisión del lenguaje de Jiménez en esta obra, la misma no ha logrado alcanzar la popularidad ni la fuerza comunicativa de su “Platero y yo”.
La obra poética de Juan Ramón Jiménez, así como esta novela, lo colocaron en la historia de la literatura universal como uno de los poetas de la ternura y uno de los más sutiles autores que se han acercado a ese reino mágico de la infancia.
Jiménez murió en Puerto Rico en 1958, cuando ejercía como profesor en la Universidad de San Juan. Se le considera un claro ejemplo de la mejor literatura española del siglo XX.
ELC.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
Otros artículos.
Rimas y leyendas - Bécquer.
Obra poética - Darío.
Poemas humanos - Vallejo.
Un pintor orureño en el Cuzco.
En nombre de Dios.
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Juan Ramón Jiménez nace en Moguer (Huelva) en 1881. Inicia sus estudios con los padres jesuitas e ingresa después en la Universidad de Sevilla. Pero pronto abandona los estudios académicos para dedicarse exclusivamente a la poesía. Según el historiador de la literatura española e hispanoamericana, Ramón O. Perés, Jiménez puede ser situado en la importante generación del 98 que agrupó a tantos notables prosistas y poetas españoles. En 1900 viaja a Madrid, donde conoce a Valle-Inclán y a Rubén Darío, padre del movimiento modernista hispanoamericano, el cual habría de ejercer profunda influencia en la lírica de Jiménez, ya que éste fue en su primera etapa un poeta modernista.
Algunos de los títulos de su creación en este período son: “Almas de Violeta” (1900), “Ninfeas” (1900), “Rimas” (1902), “Arias tristes” (1908), que lo colocan como un poeta auténticamente representativo de esa importante corriente literaria de la lengua española que fue el modernismo.
En 1901-1902 Jiménez viaja por el sudoeste de Francia y visita también Suiza, de lo que se derivan algunas resonancias de los poetas simbolistas y parnasianos franceses en su obra de esos años. Sin embargo, ya de vuelta en Madrid (1902), donde pudo estrechar lazos de amistad con Machado, Villaespesa, Martínez Sierra y otros, Juan Ramón Jiménez, comienza a dejar de lado la retórica de la poesía francesa simbolista, e inicia su búsqueda interminable de un estilo más sencillo y sutil, que fuera al mismo tiempo culto y espontáneo, como luego lo definiría él mismo.
El lirismo de Jiménez fue puro, de acentuado tono melancólico. Por su dedicación y laboriosidad, en busca siempre de la creación poética perfecta, fue considerado por los más importantes poetas post-modernistas españoles, como el maestro indiscutible. A pesar de esto, es necesario decir, que Jiménez, ya en 1907 comienza a dar los primeros pasos —trabajando siempre por la perfección estilística— en una evolución que lo llevarla posteriormente a lo que él denominaba poesía pura, una poesía desprovista de todo ornamento innecesario o elaboración artificiosa. Los versos de su madurez literaria son a veces sencillos trazos, meros apuntes. Esta inquietud por obtener una simplicidad altamente comunicativa se manifiesta claramente en su libro “Eternidades” (1918):
Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen; a las cosas
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas:
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
Como prosista Juan Ramón Jiménez se define a sí mismo del siguiente modo: “El verso se diferencia de la prosa solamente por la rima. No hay prosa y verso. Todo es prosa o todo es verso. Para mí, sin duda, todo es verso, como para mí todo movemos es danza”.
Lo mejor de la prosa de este autor puede hallarse, sin lugar a dudas, en las páginas de “Platero y yo”, publicado en 1914. Esta novela poemática, como prefieren definirla muchos críticos de la literatura española, está compuesta por 138 viñetas que reproducen impresiones o hechos de la infancia del poeta y, por supuesto, toda la ternura que le inspirare el recuerdo de su borriquillo Platero.
M. Romero Navarro apunta lo siguiente sobre este libro: ‘Es la historia de la vida y muerte de un asnillo, casi una persona, compañero inseparable que fue del poeta; libro cándido y realista, gracioso y tierno; Platero es la creación más afectuosa y viva del autor, Platero es casi un Rocinantillo inmortal”.
El argumento de “Platero y yo” es diverso, por el alto número de aventuras, sucesos y descripciones que se relatan a lo largo de sus páginas. Evoca los sustos y todos los hermosos juegos y sentimientos de la infancia: la escuela, las lecturas, la niña que muere llamando a Platero, la propia casa en que nació el poeta, la muerte de Platero, su tumba, la nostalgia y muchas otras cosas más. Todo esto que se corresponde con la infancia de Juan Ramón Jiménez, está escrito en un lenguaje de alto vuelo poético, pero a la vez sencillo y asequible, cuya lectura proporciona un gran placer, tanto a los niños como a los adultos. Los recursos poéticos utilizados, así como el manejo del lenguaje en este libro, evidencian en Jiménez su notable identidad con la tendencia modernista que caracterizara su primer estilo de expresión: “Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto, cabalgando en la blandura gris de Platero”.
Esta novela-poema de Juan Ramón Jiménez, fue la obra que más influyó para que el tribunal sueco le concediera el Premio Nobel de Literatura en 1956.
Jiménez cuenta también con otras obras en prosa, entre las que se destaca “Españoles de tres mundos” (1940), también estructurada en viñetas o estampas, en las cuales se hacen reseñas o, como él mismo las definió: “caricaturas líricas” de escritores del “viejo mundo”, del “nuevo mundo” y del “otro mundo” (la muerte). A pesar de la elegancia y precisión del lenguaje de Jiménez en esta obra, la misma no ha logrado alcanzar la popularidad ni la fuerza comunicativa de su “Platero y yo”.
La obra poética de Juan Ramón Jiménez, así como esta novela, lo colocaron en la historia de la literatura universal como uno de los poetas de la ternura y uno de los más sutiles autores que se han acercado a ese reino mágico de la infancia.
Jiménez murió en Puerto Rico en 1958, cuando ejercía como profesor en la Universidad de San Juan. Se le considera un claro ejemplo de la mejor literatura española del siglo XX.
ELC.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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