Dos obras culminantes del romanticismo literario sentimental en la lengua de Cervantes y en que Gustavo Adolfo logra de manera casi insuperable su mayor expresividad y lirismo.
La obra de Gustavo Adolfo Bécquer se ubica en el período posromántico español, es decir, en la época de transición entre el romanticismo y el modernismo. A diferencia de otros importantes escritores de su época, como Campoamor y Núñez de Arce (ambos grandilocuentes y filosóficos), Bécquer le imparte una nota de lirismo y de idealismo a sus sencillas pero también profundas e intimas inspiraciones. Durante su estancia en el Monasterio de Veruela para sanar su quebrantada salud, escribe en prosa “Cartas desde mi celda”, las cuatro “Cartas a una mujer”, diversas crónicas sobre “Tradiciones y costumbres españolas”, y las “Leyendas”, entre las que se destacan “El Miserere”; “El rayo de luna”; “Maese Pérez, el organista” y “La ajorca de la virgen”. Su obra poética, muy breve, está contenida en aproximadamente setenta y ocho rimas, diáfanas y sencillas, pero profundamente líricas. El subjetivismo de Bécquer cobra una autenticidad intensa y dolorosa, distinta a la de los otros poetas de la primera etapa romántica. En lugar de los juegos de rima consonante, el vocabulario rebuscado y el trascendentalismo filosófico que caracterizaban a diversos poetas famosos de este periodo, en la línea de Bécquer encontramos el ritmo de su música interior, la palabra sencilla y precisa y la sinceridad del sentimiento. Su temática se ajusta a la atmósfera y a las circunstancias que lo inspiran: el amor, la soledad, la desilusión, la desesperación, el tiempo, la mujer y la muerte, motivos que expresa en sus breves estrofas con melancólica espiritualidad. No existe otro paisaje que el que se encuentra en su alma:
Cayó sobre mi espíritu la noche;
en ira y en piedad se anegó el alma
iY entonces comprendí por qué se llora.
y entonces comprendí por qué se mata!
No encuentra el ser una anécdota más lírica que su dolorido sentir:
Yo nado en el vacío,
en el laúd soy nota.
Yo en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia, perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.
Bécquer logra darnos una sensación de fluidez y espontaneidad en sus versos, muy similar al agua que fluye del hontanar o al canto del ruiseñor:
¿Te ríes...?
Algún día sabrás, niña, por qué:
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo, que no siento nada ya todo lo sé.
El poeta, en su afán de eliminar toda afectación hueca del sentimiento poético, expresa intensamente en sus versos una visión pura y conmovedora de la mujer y del amor:
Hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado.
Hoy creo en Dios!
La influencia del romanticismo en Bécquer se manifiesta principalmente en su yo poético y también en muchos de sus temas. El tema del amor ideal, por ejemplo, está presente en la expresión de sus sentimientos:
Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpóreo, soy intangible;
no puedo amarte. Oh, ven; ven tú!
Las características que lo distinguen, por otro lado, de los románticos españoles se resumen en dos elementos predominantes de su estilo: la sencillez de su lenguaje y la delicadeza de sus versos.
Bécquer, el “romántico tardío”, como muchos le llamaron, se encarga de simplificar y dulcificar la expresión lírica de su época. Para el poeta, todas las cosas en el mundo tienen “poesía”, y ésta es tan esencial e inagotable como el amor:
No digáis que agotado el tesoro, de asuntos falta,
enmudeció la lira;
podrá no haber poetas;
pero siempre habrá poesía.
Aunque la popularidad de Bécquer se debe fundamentalmente al profundo lirismo de sus “Rimas” y a la especia! atmósfera de sus “Leyendas”, el poeta sevillano fue un escritor de gran versatilidad que cultivó diversos géneros, como la novela y el teatro, aunque su temprana muerte no le permitió concluir los proyectos que concibió en estas formas literarias, Gustavo Adolfo supo combinar con su intensa labor editorial como director de “La Ilustración”, de Madrid, una siempre efervescente creatividad que le permitió concebir acertados ensayos, trabajos de pintura de lugares y costumbres, y agudas criticas literarias que vieron la luz en diversos periódicos del Madrid de entonces.
Entre sus magnos proyectos se encuentra la “Historia de los templos de España”, de la cual dejó bastante escrito, y que demuestra su capacidad para concebir obras de largo aliento y mayor envergadura. Como señalamos anteriormente el poeta de las “Rimas” cultivó extensamente el género epistolar. Debemos añadir que, quizás movido por necesidades económicas o por su infatigable espíritu de experimentación, Bécquer también escribió zarzuelas en compañía de otros escritores, de igual manera que adaptó algunas obras de este género. Estas obras no están del todo exentas de la gracia y la frescura que caracteriza al autor de las “Rimas”. Entre ellas se destaca “La venta encantada”, escrita con Luis García Luna y firmada con el seudónimo de Adolfo García.
A pesar de su infatigable actividad y de su prolífica labor creadora, el talento de Bécquer fue sólo reconocido en un reducido grupo de amigos. Su labor editorial y crítica apenas comenzaba a permitirle una vida desahogada, cuando le sorprendió la muerte a los treinta y cuatro años. Sus “Rimas” fueron publicadas un año después, gracias a la diligencia de algunos amigos. Sin embargo, el tiempo le ha hecho justicia a sus versos y a su peculiar manera de expresarse y de sentir, y numerosas generaciones posteriores han tenido sus “Rimas” y “Leyendas” como libro de cabecera en sus años juveniles. Esto demuestra que el aliento romántico y sentido de su obra le ha ganado un puesto entre los grandes poetas de todos los tiempos.
NG.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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