viernes, 20 de julio de 2012

En busca del tiempo perdido – Proust

 
Una obra grandiosa que no por extensa es menos admirable ni profunda sino que consagra definitivamente el prestigio literario internacional de su autor.

Son pocos los autores que, a la manera de Marcel Proust, deben su fama literaria a la popularidad y excelsitud de una sola obra. A pesar de sus excelentemente bien escritos ensayos y ejercicios literarios recogidos en “Los placeres y los días” (1896) y “Pastiches y mélanges” (1919), y de su primera novela “La vida de Jean Santeuil” (1952), no cabe duda de que Proust ocupa un lugar cimero en la historia de la literatura gracias a la profundidad y el poder innovador de su vasta novela “En busca del tiempo perdido”.
En esta obra, desarrollada en siete volúmenes, publicados entre 1913 y 1928, el autor va a desplegar un titánico ejercicio de la memoria a través del cual los hechos sobresalientes de su vida pasada van a proyectarse nuevamente sobre el presente con una nitidez y precisión que llegará incluso a matizar e influir las ideas y los sentimientos que habrá de experimentar en el momento actual. De esta manera se establece una interrelación afectiva e intelectual entre el pasado y el presente única en toda la historia de la literatura.
El tomo I: Por el camino de Swann enmarca la infancia del protagonista en Combray en el interior de Francia, lugar original de su familia y de los Guermantes, familia aristocrática. Al final se incluye un episodio romántico en la vida de Charles Swann.
El tomo II: A la sombra de las muchachas en flor, narra los años juveniles del protagonista, especialmente sus vacaciones de verano en Balbec, balneario aristocrático de la época, en el cual conoce hermosas muchachas que despiertan interesantes sentimientos en su corazón, sobre todo Albertina Simonet, que más tarde habrá de convertirse en su amante.
El tomo III: El mundo de los Guermantes, describe la vida de la aristocracia (los Guermantes), la alta burguesía (Swann), y los nuevos ricos (los Verdurin). Proust plasma pormenorizadamente las costumbres, las casas, las modas, y las diferentes actividades de estos grupos sociales en la Francia de principios de siglo.
El tomo IV: Sodoma y Gomorra, desarrolla el escabroso tema de las peculiaridades de la conducta sexual de algunos de los personajes presentados anteriormente. Esta parte de la novela es muy famosa por el cuidadoso retrato que hace Proust del Barón de Charlus.
El tomo V: La prisionera: desarrolla el torturado romance del protagonista con Albertina Simonet. Toda esta voluminosa obra es generalmente considerada autobiográfica, pero este tomo en especial posee matices más destacadamente autobiográficos que el resto. Apoyándose en datos de su vida personal, la mayoría de los críticos considera que Albertina es la imagen de un joven con el que el autor sostuvo una tempestuosa relación.
El tomo VI: Albertina ha desaparecido, traslada parte de la acción a Venecia, donde el protagonista trata de refugiarse para olvidar la súbita muerte de Albertina. En este tomo el autor expone con mayor sentimiento sus ideas estéticas y hace interesantes comentarios sobre el arte renacentista.
El tomo VII: El tiempo recobrado, conduce a los personajes a los turbulentos días de la Primera Guerra Mundial. En medio de la catástrofe de ese mundo de elegancia y esplendor decadentes, el autor descubre que, después de todo, la vida aparentemente banal que ha llevado hasta ahora no carece de sentido; y que su extraña habilidad para recordar hasta los mínimos detalles puede servirle para redescubrir el oculto sentido de los hechos cotidianos, aparentemente intrascendentes. De igual manera, esta peculiar relación con el tiempo a que lo lleva el ejercicio de su memoria, coincide con el carácter atemporal que ostenta toda verdadera obra de arte. Esta reflexión decide al personaje (Proust) a darse a la tarea de escribir el libro que acabamos de leer.
A pesar de la descripción perfilada de hechos, lugares y costumbres, y aun teniendo en cuenta que la elaboración y el desarrollo de los personajes alcanza unos niveles de profundidad y sutileza nunca antes logrados en una obra literaria, el tema central (del cual deriva fundamentalmente su valor artístico), sin lugar a dudas, es la relación del tiempo y la memoria.
Permeado por las concepciones filosóficas de Henri Bergson, Proust se lanza a explorar los intrincados laberintos del tiempo interior, de ese mundo mágico de la memoria, y partiendo de esta exploración recrea un mundo histórico complejo en una obra que constituye un paradigma de la literatura psicológica contemporánea.
Pero el alcance de la obra desborda el perímetro de la psicología. Entrelazando pasado y presente, trivialidad y trascendencia, Marcel Proust presenta a la vez un vívido fresco del mundo aristocrático de la Francia de fin de siglo, y un profundo estudio del alma humana, pormenorizado hasta niveles de extraordinaria sutileza.
El estilo empleado por Proust en esta obra es elaborado y altamente expresivo, pero a la vez posee una elegancia y una ligereza en el entrelazamiento de las oraciones que apenas se nota que en ocasiones sus párrafos abarcan páginas enteras. Toda la novela podría considerarse un monólogo interior en el cual pasado y presente se funden de tal forma que a veces se llega a coincidir con el autor cuando al final de la obra dice: “entonces el pasado está hecho para proyectarse sobre el presente y yo he sido creado para dudar constantemente si me encuentro en uno o en otro”.
Al igual que “Ulises” y “La montaña mágica”, es el tiempo y su relación con el individuo, el tema fundamental de “En busca del tiempo perdido”. Es esto lo que, junto con su elegancia estilística, su profundidad psicológica y su deslumbrante precisión descriptiva, convierte esta vasta novela en una de las obras capitales de la literatura del siglo XX.
DF.

Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.

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2 comentarios:

  1. Una gran obra En busca del tiempo perdido, llena de matices y vericuetos...

    http://ramiropinto.es/escritos-literarios/ensayos/un-escritor/escrito-es/sinopsis-proust/

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  2. Coincido plenamente contigo, Ramiro. Un abrazo...

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