Comentario sobre las particularidades de esta comedia y sobre la
genialidad de su creador que con justicia es considerado una joya de la
literatura francesa.
El apogeo de la literatura francesa se manifiesta en el siglo XVII bajo
el reinado de Luis XIV. Es el siglo de oro de las artes francesas: triunfa el
Renacimiento y la influencia de la antigüedad greco-romana desplaza los últimos
restos del medioevo. El gran aporte de la época a la literatura lo constituye
las obras dramáticas de los tres grandes clásicos del teatro francés:
Corneille, Racine y Molière (Jean Baptiste Poguelin. 1622-1673).
Moilère compone sus obras según el interés didáctico de la época:
corregir los vicios humanos divirtiendo pues, según él, “nada crítica mejor a
la mayoría de los hombres que el retrato de sus defectos expuestos en escena”.
En su teatro, sobre todo en las comedias de carácter satírico, predominan las
reflexiones y la evolución psicológica de los personajes sobre la acción. Es un
teatro que pretende dibujar personajes y reflejar las costumbres de su tiempo.
Aunque fundamentalmente lo que crea Molière son tipos en lugar de personajes. A
él se debe “el avaro”, “el burgués gentilhombre” y “las preciosas ridículas”,
en las comedias del mismo nombre, y “el hipócrita” en Tartufo. Los rasgos y las
características espirituales de la sociedad francesa del siglo XVII son
acerbamente criticados en las obras de Molière. Su deseo de llevar a las tablas
los temas y vicios del momento dio lugar a que algunas de sus producciones
fueran severamente criticadas, atacadas, e incluso prohibidas. A éste pertenece
una de las más célebres comedias de Moliere, “Tartufo”.
“Tartufo” es fundamentalmente una obra satírica. Su estreno en 1644
provocó serios escándalos en la corte de Luis XIV, ya que varios religiosos se
sintieron aludidos en la representación. La obra se prohibió por un tiempo y
Molière tuvo que solicitar en varias ocasiones el permiso del rey para que éste
le dejase modificar, y luego representar su polémica comedia. En efecto,
Tartufo sufre varias “resurrecciones”, y su autor ha de luchar para que en el
año 1669, el rey le otorgue la autorización para poder representarla sin
problemas. Evidentemente, la intención de Molière al escribir la obra es
exponer dos vicios comunes de su época: la hipocresía y la falsa religiosidad.
En dicha exposición se centra el tema principal del “Tartufo”.
Esta comedia desarrolla, de una manera aparentemente divertida, un
asunto muy grave: el malestar y la perturbación de la paz que sufre una familia
cuando uno de sus miembros (en este caso el “señor” de la casa) se apasiona con
el Supuesto fervor religioso de un devoto llamado Tartufo, y lo acoge en casa
como director espiritual de toda su familia. Protegido por el honrado y ciego
burgués, Tartufo consigue tender su red, que no es otra que enemistar a Orgón
con su hijo Damis; obtener la mano de su hija Mariana y apoderarse de los
bienes de la familia. Elmira, la sensata esposa de Orgón, decide engañar a su
esposo, y para ello recurre a una ingeniosa trampa; le pide a Orgón que se
esconda debajo de una mesa y manda a buscar a Tartufo. El fingido coqueteo de
Elmira logra descubrir al pícaro devoto. Ante tal revelación, Orgón sale de su
escondrijo y lo echa de su hogar. Entonces Tartufo, aprovechándose del poder
que ya tenía en sus manos, arroja a Orgón y a toda su familia de la casa que
ahora le pertenece, y también lo denuncia al rey por haber acogido y protegido
a un desterrado político. Sin embargo, cuando Tartufo se enfrenta al
representante de la justicia real, éste lo reconoce y le comunica a los
presentes que el falso devoto es un notorio delincuente a quien se le buscaba
por una serie de crímenes cometidos. El desenlace, en lugar de ser hilarante,
como es común en las sátiras y las comedias, es más bien grave y pesimista.
A la misma vez que se denuncia la personalidad del hipócrita a través
del “Tartufo”, Molière logra en esta obra el modelo perfecto de la comedia de
caracteres al pintar los otros personajes. Su técnica consiste en caracterizar
a personajes-tipos de una manera indirecta, es decir, por lo que éstos dicen y
piensan, más que por la manera en que actúan. A Molière le bastaba manifestarle
a su público ciertos rasgos característicos para revelar indirectamente a uno o
varios personajes. Para dibujar a Tartufo, Molière se vale de lo que otros
personajes secundarios comentan de él. En efecto, cuando Tartufo hace su
primera entrada en escena (en el acto tercero), ya se le conoce bastante bien.
Asimismo, cuando Orgón sale a escena por primera vez, ya le conocemos por los
comentarios que Dorina, la fiel y sagaz sirvienta dala familia, hace sobre su
persona al principio de la obra.
En Tartufo se puede apuntar cierto desequilibrio entre sus cinco actos.
El segundo acto se aleja un tanto del tema principal al desarrollar los temas
secundarios del amor y del matrimonio; de tal suerte, el autor viola
ligeramente la unidad de acción. A pesar de esta irregularidad, Tartufo se
acoge a los otros dos principios clásicos establecidos: la unidad de lugar
(todo se desarrolla en la casa de Orgón) y la unidad de tiempo (aproximadamente
un día).
El estilo cómico que Molière desarrolla en esta obra se basa en darle
una forma divertida a ciertas situaciones penosas. Para suscitar la risa, el
autor utiliza vocablos cómicos, gestos, repeticiones, entredichos, susurros y
exageraciones de idees y actos. No obstante, el propósito real de tal comicidad
es resaltar la genuina psicología de sus personajes y retratar las costumbres
de la época. Molière toma los asuntos, personajes y situaciones de su tiempo.
Por tal razón, el “Tartufo” tiene, además de su valor literario, un importante
valor histórico-social, nos presenta ciertos elementos interesantes de la vida
y las costumbres francesas del siglo XVII.
De la misma manera que Shakespeare en Inglaterra y Goethe en Alemania,
Molière se destaca en Francia como uno de los escritores más ilustres y
representativos de su país y, además, pasa a la historia de las letras como el
creador del prototipo universal del hipócrita-artufo.
NG.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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