Una obra de la Edad Media
en Iberia que cuenta las pautas sociales y morales relacionadas con el amor y
sus implicaciones humanas junto a las espirituales.
De Juan Ruiz, arcipreste de Hita, autor del “Libro de Buen Amor” se
conoce poco. El humanista mexicano Alfonso Reyes supone que nació hacia el año
1283; aunque otros estudiosos señalan 1290 como la fecha posible. Se sabe que
en 1351 ya no era arcipreste de Hita, por lo que quizá su muerte ocurra en 1350
o talvez antes. En la estrofa 1510 de su poema, se dice natural de Alcalá.
“Fija, mucho vos saluda uno que es de Alcalá”. De su físico quizá sea cierta la
descripción que aparece de la estrofa 1485 a la 1489; aunque no puede evitarse el
descreerlo por esa constante burla con que retrata cuanto pasa por su punto de
mira: “tal hombre como el que os digo, no lo hay en todas la tierras”.
A Juan Ruiz le toca vivir una época de gran turbulencia —la llamada del
cautiverio babilónico, etapa en que por razones políticas los reyes de Francia
trasladan al Papa de Roma a la ciudad de Aviñón. El clero y la sociedad del
siglo XIV emergen a través de la visión satírica del Arcipreste en toda su
corrupción, pero también en esta pintura aparece su fe en la capacidad de
redención del hombre por el “buen amor” o amor a Dios.
Su “Libro de Buen Amor” está formado de un prólogo en prosa y una amplia
colección de composiciones en verso. La obra cuenta las experiencias de un
arcipreste que el autor presenta como si fuera él mismo. Recurso que le permite
exponer de cerca la lucha entre el deseo camal —loco amor— y las aspiraciones
del espíritu, el buen amor. La intención del libro queda claramente expuesta:
Juan Ruiz quiere satirizar la vida mundana de los hombres de su tiempo; pero,
en especial, la de los clérigos y los cristianos, porque éstos conocen la
naturaleza del pecado y la bondad Divina.
Para reflejar las situaciones del “loco amor” y las del “buen amor”, el
Arcipreste recurre a los materiales más disímiles. De un lado, las historias más
procaces; del otro, los ruegos a Dios y los Gozos alabando a la Virgen, del principio del
cancionero o las tiernas cantigas de la parte final también dedicadas a la Madre de Jesús. Este aspecto
de la creación ha provocado reacciones, tanto a favor como en contra de las
supuestas intenciones del autor. El prólogo recoge esta preocupación por parte
del creador: “Dios sabe que mi intención al hacer este libro, no fue pera
enseñar la manera de pecar, ni para decir cosas desvergonzadas, sino para recordar
a todo el mundo la necesidad de obrar bien y dar ejemplo de buenas
costumbres...” Sin embargo, al empezar precisamente este párrafo de la
introducción, reconoce lo peligroso de poner este medio al alcance de la débil
naturaleza del hombre. “Mas siendo muy humano el pecado, si algunos (cosa que
no aconsejo) quisieran usar del loco amor, aquí hallarán algunas maneras de
hacerlo”.
A esta intención moralizante, el autor añade otra que no se puede pasar
por alto para apreciar esta obra: “También hice el libro para enseñar y dar
muestras o ejemplos de metrificar, rimar y trovar, pues trovas y notas, rimas,
dictados y versos están hechos cumplidamente, es decir, según los cánones que
esta ciencia requiere”.
El Libro es en realidad, un muestrario de versos nuevos en originales
combinaciones estróficas. Entre los versos se destacan tetrasílabos,
pentasílabos, hexasílabos, heptasílabos y octosílabos; sin excluir la
tradicional “cuaderna vía” o alejandrino, de catorce sílabas, que en algunas
estrofas tiene dieciséis.
El “Libro de Buen Amor” contiene tal cantidad de temas y, éstos son
tratados de maneras tan variadas, que no sería difícil para algunos ver un
cierto desorden, pero la unidad de la obra va dada por el protagonista, que es
el hilo conector entre las diferentes partes. El arcipreste narra en primera
persona, ya que el relato se supone autobiográfico. Y aunque existen muchas
irregularidades en la versificación, la variedad y los sabios cambios de tono,
unas veces lírico, otras humorístico y en ocasiones con acentos hasta de dudoso
gusto por la vulgaridad que conllevan, le imparten una frescura no observadas
en ninguna otra obra medieval.
Uno de los rasgos más importantes de esta obra es su aire popular. Para
Menéndez Pidal, “gran parte o todo lo que nos queda del incompleto Libro de
Buen Amor es arte juglaresco”. Y lleva razón este respetable investigador,
porque Juan Ruiz es auténtico representante del sentir de la burguesía que en
ese momento ya comenzaba a imponer su gusto hasta en el ambiente cortesano. El
Arcipreste toma de las fuentes conocidas el material que le interesa, pero lo
transforma con un lenguaje lleno de color y gracejo, lo moldea para darle ese
sello tan vital, tan realista que se inicia en la literatura española con el
Cantar de Mío Cid.
Por eso, aunque se encuentren en el cancionero del Arcipreste, églogas,
cantos a la Virgen,
apólogos, elegías, sentencias, una paráfrasis del Pamphilus medieval, imitación
del de Ovidio, adaptaciones de algunos fabliaux franceses, como el que enmarca
el combate entre don Carnaval y doña Cuaresma o hasta la primera versión a la
lengua castellana de las cantigas, las villanescas y las serranillas del
gallego, todo asimilado de la tradición culta arábiga-europea, el “Libro de
Buen Amor” es un compendio del sentir de la España medieval.
El “Libro de Buen Amor” constituye una de las fuentes más valiosas para
el estudio de la evolución de la lengua de Castilla; así como un testimonio de
las ideas morales, del humor, de las costumbres y de la estética del período.
Don Marcelino Menéndez y Pelayo lo llama comedia humana del siglo XIV y epopeya
cómica de la Edad Media,
valoración que resulta justa, pero no sin añadir que el “Libro de Buen Amor”
junto con la “Divina Comedia” del Dante constituyen las dos grandes cumbres de
la literatura europea medieval. Dante concibe la dimensión del hombre en la
grandiosidad de su más allá. El gran mérito del Arcipreste es presentar al
hombre con sus flaquezas y sus límites, pero precisamente por esto, en su
dimensión más humana.
AG.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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